Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice




ArribaAbajoLa buena hada

Muy lejos, muy lejos de aquí, en la luna, pongo por caso, existía un país que se parecía mucho al nuestro, cuyos habitantes tenían nuestros gustos, nuestras costumbres; en una palabra, no se diferenciaban absolutamente nada de nosotros, si bien ellos conservaban todavía la creencia de ciertas antiguas tradicionales supersticiones, a las que nosotros hemos renunciado hace ya siglos, para reemplazarlas, dicho sea en confianza, con algunos que otros errores garrafales.

Los habitantes de quienes hablo creían en las hadas, y esta creencia estaba tan arraigada en todas las clases, que hubiera sido mal mirado allí el que hubiese hecho alarde de no creer lo que creía la generalidad. Algunos habla que no creían en tales cosas, pero se guardaban bien de decirlo.

Entre aquellos habitantes se hallaba una mujer, tan notable en su edad madura por su talento y las excelentes prendas de su carácter, como lo había sido en su juventud por la belleza incomparable con que Dios la había dotado. Viuda del primer escudero del rey, ocupaba un lugar entre las damas de la reina, que la distinguía y apreciaba mucho. Ni el rango, ni la fortuna, ni el favor habían podido procurar enemigos a aquella, cuya bondad desarmaba la más refinada envidia.

  —263→  

Alezia, así se llamaba, contaba por amigos a todos los que tenían la suerte de conocerla, y llegó a la edad de cuarenta años sin haber sufrido más pesares que los de la pérdida de algunos individuos de su familia.

De su matrimonio le había quedado una niña que, a los doce años, anunciaba ya que sería tan bella como su madre. Alezia consagraba todo el tiempo de que podía disponer al cuidado de la educación de aquella niña, en quien adoraba. Elisa, que así se llamaba la niña, mostraba ya, sin embargo, más de un defecto, que su madre atribuía a la ligereza propia de la edad, y se prometía que con el tiempo se corregiría su querida hija. Entre los defectos de Elisa eran los más notables el horror que tenía a todo lo que le hacía fijar un poco la atención, el aturdimiento que la llevaba a descuidar sus deberes, y una tendencia fatal a la burla, cosa impropia de una niña decente. Este último defecto era el que parecía a su madre más imperdonable; Aunque la niña solía burlarse con cierta gracia, su madre no le reía nunca esta gracia, y más que de reír le daba ganas de llorar oír sus chistes.

Un día hallábanse las dos hablando, junto a la chimenea, porque Alezia constantemente procuraba hablar con su hija, para con prudentes reflexiones corregirla de sus defectos.

-¿Con que dice Y., mamá, dijo Elisa, que hay que sufrir muchos pesares en el mundo?

-Sobre todo cuando la suerte nos ha colocado en un rango elevado en la sociedad. Dios ha querido quizás que aquellos que están dispensados de sufrir trabajos materiales sufran más profundas penas en el alma.

-Pues V., mamá, siempre ha sido feliz, gracias a Dios.

-¡Ah! exclamó Alezia, sonriendo, es que yo tengo una buena hada que me dirige y protege.

-¡Ay! ¡una hada! repitió Elisa. ¿Ha visto V. una hada?... ¿Dónde la podría ver yo?... Me gustaría tanto verla...

-La veo en mi gabinete azul, donde me encierro algunas veces horas enteras.

-Es verdad que allí pasa V. mucho tiempo.

-Bueno; pues allí, pienso, reflexiono, examino mi propio carácter, paso revista a todas mis acciones, y, en fin, procuro conocerme perfectamente.

-¿Y la hada?...

Alezia sonrió sin responder.

-Diga V. mamá, y si yo me encerrase en el gabinete azul, o hiciera lo mismo que V., ¿llegaría a ver a la hada?

-Lo mismo que yo. Pero no te creo capaz de reflexionar ni siquiera por espacio de cinco minutos; considera si tendrías paciencia para estar allí una hora.

-Sí, mamá, sí, quiero acostumbrarme a pensar como V. y estaré solita en el gabinete azul mucho tiempo.

-Pues, hija mia, dijo Alezia muy conmovida, si haces ese esfuerzo sobre ti misma, verás la hada, como yo, en el gabinete azul. Dentro de cuatro años leerás el papel que voy a darte, pero no antes de esa fecha.

Había algo, de solemne en el acento de la buena madre, y Elisa se impresionó fuertemente. Alezia tomó la pluma, escribió en un papel, y luego metió este papel en un sobre.

-Pongo aquí sobre el lacre el sello de tu padre, de aquel que ya no vive   —264→   más que en nuestra memoria, y creo que será sagrado para ti hasta la fecha que te señalo. De hoy en cuatro años puedes abrir el sobre, pero no antes.

Jamás se había sentido tan conmovida la donosa Elisa. Besó respetuosamente el sello que cerraba el sobre y se arrojó llorando en los brazos de su madre. Alezia la abrazó con una ternura inexplicable, y también sus ojos se llenaron de lágrimas.

En aquel momento vinieron a avisarle que la reina la esperaba.

-Adiós, hija mía, sé buena, dijo Alezia a su hija, dándola muchos besos.

Y partió.

Como dama de honor de la reina, acompañó a ésta en coche al paseo. Y sucedió que, siendo muy fogosos los caballos y habiéndolos castigado duramente el cochero para hacerles subir una cuesta, los animales se desbocaron y volcaron el coche, que se destrozó completamente. La reina y la otra dama de honor salieron ilesas, pero la pobre Alezia, la madre de Elisa, quedó muerta, a consecuencia del golpe que recibió en la sien al caer.

MADAME DE BAWR.

(Concluirá en el número próximo.)






ArribaAbajoLa madre desventurada


    Junto al tronco que hirió el rayo
está la infeliz Dorila,
y en el aciago torrente
clavada tiene la vista.
Al hijo de sus entrañas
perdió la triste en mal día,
recuerdo de un caro esposo,
su único bien y delicia;
y de entonces la cuitada
ni sosiega ni respira,
secos de llorar sus ojos,
su débil razón perdida.
Ya errante vaga en los bosques,
como cierva fugitiva;
ya inmóvil yace en la yerba,
sin dar señales de vida;
alzase luego azorada;
huye, vuelve, corre, grita,
acusa al cielo y la tierra,
desgarra pecho y mejillas...
Mas tal vez ilusión breve
dé tregua a su amarga cuita;
teje una cuna de mimbres,
y vivo al hijo imagina;
sobre la grama le mece,
con frescas flores le brinda,
y cariñosa le arrulla
con esta canción sentida:
       «Duerme, tierno niño,
       duerme, dulce amor,
       mientras con las ramas
       te guardo del sol;
       la rosa de mayo
       te envidia el color;
       los rubios panales
       tan rubios no son...
       Duerme, tierno niño,
       duerme, dulce amor,
       alivio y consuelo
       de mi corazón;
       por ti, hijo del alma,
       por ti vivo yo;
       así desde el cielo
       te bendiga Dios!»
    Un quejido dio la triste
que el pecho se le partía;
y cuajáronse en sus ojos
las lágrimas suspendidas.
Otra vez corre el torrente,
la causa de sus desdichas...
Y con la cima en los brazos
al fondo se precipita.

FRANCISCO MARTÍNEZ DE LA ROSA.



  —265→  

ArribaAbajoDon Antonio Solís

Retrato

A la por tantos conceptos ilustre ciudad de Alcalá de Henares cupo la suerte de ser patria de este gran escritor, que nació en el año de 1610 y murió en el de 1686. Fue D. Antonio Solís hombre de clarísimo ingenio, y desde muy joven dio claras muestras de su privilegiada inteligencia, componiendo a los diez y siete años una comedia de no escaso mérito. Estudió con gran provecho, y sus talentos le elevaron a oficial de la secretaría de Estado y a cronista mayor de Indias, en una época en que los cargos públicos se daban sólo al sabor y al mérito.

A los cincuenta y siete años de su edad se ordenó de sacerdote, que lo fue dignísimo y ejemplar.

Su obra más conocida y apreciada es la Historia de la conquista de Méjico, y entre sus comedias las más notables son: Un bobo hace ciento, La gitanilla de Madrid, El amor al uso y Triunfos de amor y fortuna.

Como escritor castizo, elegante, fácil y correcto, siempre ocupará D. Antonio Solís lugar privilegiado en el concepto de las personas doctas, y de la juventud estudiosa que busca los buenos modelos de estilo literario.



  —266→  

ArribaAbajoGeometría de los niños

(Continuación)



ArribaAbajoXVIII

La circunferencia y sus líneas


¡Se acabaron los polígonos!

Alguno de vosotros, mis queridos lectores, habrá exclamado así al terminar la lectura de mi anterior artículo.

Se acabaron los polígonos, sí; pero todavía queda mucho antes de terminar este humilde trabajo.

¿Y de qué, vais a tratar ahora?

Tal vez alguno quisiera hacerme esta pregunta si, como lee mis artículos, oyera de mi boca lo que por el papel sólo puedo trasmitirle; pero no tengáis cuidado: yo voy a deciros en seguida el punto de que vamos a tratar vosotros y yo. Sí; vosotros, leyendo estos renglones; y yo, escribiéndolos para que en ellos pongáis vuestros ojos y vuestro pensamiento.

Mi amiguito Carlos era un profesor consumado; y digo era refiriéndome a sus explicaciones, puesto que aunque éstas han terminado ya, no he perdido yo tan buen amigo, ni quiera Dios que perderlo pueda en mucho tiempo.

Cuando terminada la explicación que, os presenté en el capítulo anterior, fue a seguir en la siguiente tarde, famoso profesor en su cátedra de geometría, iba prevenido con varias argollas de metal, hilos, alambres y otras varias bagatelas.

Era de ver al profesor cargado con aquellas cosas, que más parecían juguetes que objetos que pudieran facilitar la enseñanza; pero es lo cierto que, gracias a los palitos, a las tablillas y demás adminículos, iban los niños haciéndose geómetras consumados. Vosotros podéis decir si mi amiguito era o no buen profesor; yo, por mi parte, que no hago más que trasmitiros sus explicaciones, desearía sinceramente que os pareciese bueno; pero ya se ve, ¿cómo saber vuestra opinión sin que vosotros queráis comunicársela al pobre cronista de los sucesos de la cátedra de Carlitos?

Pero volvamos a la geometría.

Os decía que Carlos llevaba varias argollas, y debo enseñaros una.

¿Enseñaros una?

Sí, niños; pintada, por supuesto. Yo soy fiel dibujante de los enseres instructivos del profesor infantil. He aquí una argolla de las que llevaba mi amiguito:

Dibujo

¿Y para qué, me diréis, nos enseñáis una cosa que todos hemos visto, con que todos hemos tantas veces jugado?

  —267→  

Os la presento porque ella nos enseña aquello de que puramente trató Carlitos en la tarde de que vengo a hablaros.

¿No habéis reparado en el epígrafe, de este articulito?

La circunferencia y sus líneas; pues bien, la argollita presentaría perfectamente una circunferencia, si nosotros quisiéramos considerar como una línea el alambre que la forma.

Una circunferencia; es decir, lo que vosotros llamáis comúnmente una redondela.

Ya no tenemos que considerar hoy figuras: es sólo de líneas de lo que en este artículo tengo que hablaros. La circunferencia es una línea.

¿Cómo una línea, si no tiene ni principio ni fin?

Es verdad; no tiene principio, ni tampoco conclusión, porque, como veis, es una línea curva cerrada.

Ya recordaréis lo que dijimos al principio de este trabajito qué era línea curva, y Carlitos, que no estaba seguro de que todos los geómetras lo supiesen, lo preguntó a Rafael, para evitar el que otro cualquiera pudiera, habiéndolo olvidado, no decirlo.

Rafael contestó perfectamente.

-Línea curva, dijo, es la que tiene todos sus puntos continuamente variando de dirección.

-Pues bien, la circunferencia es una curva cerrada, pero que tiene una particularidad. «Es redonda» dirá tal vez alguno de vosotros, que en ella verá esto claramente; pero yo no puedo decíroslo así, porque justamente es redonda por la circunstancia que voy a mencionaros.

La circunferencia tiene todos sus puntos a igual distancia de otro que se considera colocado precisamente en medio.

Este punto es el que voy a presentaros, diciéndoos también su nombre.

Empiezo por esto último, y os digo que se llama centro; y ahora veréis una circunferencia con su centro marcado.

Aquí la tenéis:

Dibujo

Esta misma figurita que aquí veis la dibujó Carlitos sobre la mesa, valiéndose de un compás, instrumento necesario para trazar esta línea. Creo que vosotros sabréis lo que es un compás, y si no es así, decid a vuestros papás que os enseñen uno, y que os tracen con él una circunferencia. Yo me he valido de él para haceros lo que veis más arriba.

Si vuestros papás no tienen este bonito instrumento, veréis cómo ellos pueden fácilmente sustituirle con un hilo que tenga un lápiz, yeso o cosa semejante atado en la punta.

Vosotros mismos podréis de este modo trazar una circunferencia, os voy a manifestar la manera de hacerlo. Tomáis una cuerda cualquiera; en su extremo ponéis un yeso blanco o cosa parecida, dando a la cuerda la longitud que queráis, la fijáis en un punto, que será el centro; hacéis después que gire, estando tirante, y que marque el yeso al dar la vuelta sobre la superficie   —268→   sobre que el hilo esté fijado: el yeso, viniendo a parar al punto de donde salió, os dibujará una perfecta circunferencia.

Creo yo, queridos niños, que habréis comprendido perfectamente lo que es una circunferencia, y como quiera que Carlitos dijo a sus discípulos lo mismo que yo os he dicho, dejo de mencionar literalmente el principio de su lección sobre este punto.

Mi amiguito el profesor hizo notar a los oyentes de su clase, a los niños que ya todos conocéis, dos cosas, para que, teniéndolas presentes, no incurriesen en equivocaciones que desde luego les serían desfavorables. Era una de ellas que nunca olvidasen que la circunferencia es una línea; era la otra que si no tenía todos sus puntos a igual distancia del centro, no podía llamarse circunferencia. Vosotros veréis en alguno de mis próximos artículos cómo esta previsión del joven profesor era completamente fundada.

En mis otros artículos he dado la palabra al joven profesor que tan perfectamente usaba de ella; en este he tomado sobre mí la tarea: no siempre ha de ser lo mismo, niños queridos. Habiéndose alargado este más de lo que pensaba, termino aquí por hoy, sin mencionaros las líneas de la circunferencia. En el siguiente, que será continuación de éste, lo veremos seguramente.

E. THUILLIER.








ArribaAbajoVoces de animales


(Traducción del portugués)


    Charlan la urraca, el verde papagayo,
y cacarea alegre la gallina;
las palomas arrullan tiernamente,
gime la candorosa tortolilla.
Muge la vaca: el toro da berridos:
grazna la rana: ruge el leen con ira:
maya el gato: furioso el lobo aúlla,
y gañe y ladra el perro que vigila.
Estridente ronquea el elefante,
noble el caballo, con ardor relincha,
bala triste la tímida ovejuela,
y el rebuzno al jumento simboliza.
Chillando gruñe la sagaz raposa,
(animalillo cuya astucia admira):
cantan las aves al rayar el alba,
y el mochuelo agorero en sombras pía.
Saben también los sueltos pajarillos
su canto variar que nos cautiva,
y unas veces exhalan sus gorjeos,
otras sin descansar gárrulos trinan.
Nunca logró cantar, aunque muy listo,
el gorrión, nocivo a las campiñas;
pues cual las comadrejas y las ratas,
sabe apenas chillar sin melodía.
El negro cuervo grazna destemplado,
zumba el mosquito que enfadoso gira,
y la enorme serpiente en el desierto
con maléfico influjo horrible silba.
Grita la liebre y ronco grazna el pato,
se oyen gruñir los puercos a porfía,
mientras libando el jugo de las flores
suele zumbar la abeja antes que pica.
Braman los tigres y las fieras onzas,
con tristes píos el polluelo avisa,
canta soberbio el gallo y cacarea
y el débil cachorrillo gruñe y grita.
El corderuelo suelta sus balidos,
berrea con dolor la ternerilla,
agudos gritos el macaco arroja,
lanza vagidos la pequeña cría.

    Dada fue el habla al hombre, rey de todos
los animales que la tierra habitan:
de algunos de estos las diversas voces
narradas quedan en humilde rima.

ANTONIO ARNAO.



  —269→  

ArribaAbajoEl peligro

Dibujo

Esa donosa niña acaba de hacer una buena acción. Venía una pobre ciega en dirección a un pozo abierto; la niña comprendió el peligro y corrió a separar de aquel sitio a la infeliz ciega, que siguió su camino, colmándola de bendiciones.

¿No os parece una hermosa acción la de la niña?

Pues lo mismo hacen con vosotros vuestros padres una y mil veces con sus cuidados y sus consejos.

Si la ciega, en lugar de seguir la dirección que le señaló la niña, se hubiera empeñado en seguir adelante, seguramente habría caído en el pozo y perecido desastrosamente.

Pues lo mismo caeréis vosotros en el precipicio si desoís los consejos y despreciáis los cuidados de vuestros amantísimos padres, y os empeñáis en seguir vuestros instintos y hacer vuestro capricho en todo.

Los niños son también ciegos a quienes hay precisión de guiar amorosamente, y esto es lo que hacen los padres y maestros, a quienes siempre debéis considerar como vuestros salvadores, porque sin ellos no podríais libraros de los mil peligros que el mundo ofrece a la inexperiencia.

No olvidéis esto y sed agradecidos y colmad de bendiciones a vuestros padres y maestros, como la ciega a la niña que ha corrido a librarla de una desastrosa muerte.



  —270→  

ArribaAbajoDon Gaspar Melchor de Jovellanos

Retrato

Casi podemos considerar contemporáneo a este insigne español, pues habiendo nacido en 1744, murió en 1810.

De todos es justamente respetado este nombre, ilustre por muchos conceptos. Jovellanos, como dice un biógrafo, sobresalió en todos los estudios a que se dedicó, y quiso que España participase de los adelantos científicos y literarios de las demás naciones. Éranle familiares todos los ramos del saber humano; bien claro lo muestran sus obras sobre instrucción pública, sobre legislación, sobre historia, hacienda, nobles artes, comercio, literatura, antigüedades e industria.

Y con ser un hombre de tal valía y haber ocupado altos puestos en la gobernación del Estado, no le hubo nunca más modesto.

También escribió la conocida comedia El delincuente honrado.

Gijón fue su cuna.

Ejemplo digno de imitar dio a su patria con sus virtudes el insigne don Gaspar del Melchor de Jovellanos.



  —271→  

ArribaAbajoQuien mal anda, mal acaba

Breve, tremenda y verídica historia


Dibujo


II

Jazmín recibió varios recados del padre de Zoraida, amenazándole deslomarle y sacarlo los ojos si continuaba haciendo el lindo por los tejados; pero Jazmín hacia el mismo caso que del emperador de la China.

Tan sin orden, y a su libertad vivía, que solía no parecer por su casa en semanas enteras, y para mantenerse, acicalarse y enviar regalitos a Zoraida, pedía prestado a un gato usurero que habitaba en la vecindad, el cual le hacía firmar unos pagarés de triple valor que lo prestado. Así comprometía este gato su porvenir y estaba mal mirado por todos los gatos de bien, y solamente eran sus amigos los gatos perdidos y sin vergüenza, cuyo aplauso le halagaba mucho, lo cual os da la medida de sus malos instintos, pues el aplauso de la mala gente a nadie debe halagar, y ningún sabio se paga de los vítores de personas que no son buenas y virtuosas.

Pero este capítulo es ya muy largo.

Vamos a otro.



  —272→  
III

Dibujo

Sucedió que Jazmín, por darse tono, tomó a su servicio un gato más pillo que otra cosa, y me lo vistió de paje y todo cuento, y se lo envió con un agasajo de queso y alguna otra golosina a la inocente Zoraida, con encargo de entregar al propio tiempo a la gata una carta en la que no le diría más que tonterías, pues ¿qué han de decir los tontos sino tonterías?... Llegó el paje muy ufano a desempeñar su cometido, y ya estaba Zoraida leyendo la carta, cuando súbito se precipita el severo padre, se interpone entre los dos, rompe la carta, pega tres bufidos a su hija, y al atemorizado paje háblale de esta guisa:

-Id, señor escudero del diablo, y decid a quien os envía que si vuelve a enviaros o él aparece por estos sitios, conmigo será en singular batalla, y tenga entonces por llegada la hora de su muerte, para escarmiento de pícaros.

Volvió el paje, lleno de miedo a dar estas razones a su señor, y...

Pero quédese aquí la narración hasta el próximo capítulo, último de esta breve, tremenda y verídica historia.

(Se concluirá.)






ArribaAbajoFin del año

Dibujo

¡Qué dichosos días son estos últimos del año para mis tiernos lectores!...

Seguro estoy de que todos han tenido

en estos días grandes satisfacciones.

Estos días últimos del año son los días de los niños; sus padres, sus abuelos, estos sobre todo, sus parientes todos obsequian a los niños buenos con regalos de todo género; papá les sorprende con el magnífico nacimiento lleno de montañas elevadísimas, de fuentes copiosísimas, de ríos caudalosos, de caminos y canales; mamá les lleva los ricos dulces de la Mahonesa; el abuelito les obsequia con libros buenos; la tía no se olvida de enviarles las preciosas figuras que representan la adoración de los reyes, el tío, por su parte, corre con el gasto de toda la cera que ha de arder en el nacimiento, también habrán ido mis tiernos lectores al teatro, aunque, por desgracia, no hay un teatro destinado únicamente a la infancia, donde los niños podrían asistir a espectáculos utilísimos, que les sirvieran de provechosa enseñanza y de amenísima distracción.

Yo también quiero unir en estos días mis votos fervientes por vuestra, felicidad a los que hacen con toda su alma vuestros amantísimos padres; también deseo felicitaros por haber llegado felizmente, al fin del año 1871, deseando que en el de 1872 que va a comenzar seáis completamente venturosos, y no tengáis ninguna pena que llorar.

Ya tenéis un año más; ahora un año más es para vosotros un motivo de alegría; como que todo vuestro afán es ser grandes, llegar los niños a cambiar la chaquetita por la levita, y las niñas el traje corto por el traje largo. Demasiado pronto llegará para unos y otras ese tiempo, que acaso luego no os parezca tan feliz como este dichoso en que no amargan vuestras horas los cuidados del porvenir ni los tristes recuerdos del pasado.

Estos días últimos del año son muy   —273→   buenos para que os divirtáis, pero habéis de sabor también que son oportunísimos para pedir a Dios, que tanto ama a los niños, muchas cosas que Él os concederá propicio.

Habéis de rogar en primer lugar que os conserve a vuestros cariñosos padres que, al terminar el año, tan contentos están viéndoos felices y con buena salud, y que tantos sacrificios han hecho por vosotros y están dispuestos a hacer mientras alienten. Para pedir con fervor a Dios esta gracia, recordad, hijos míos a los pobres niños que conoceréis que no tienen padre, que acaso no tienen madre. Para esos son muy tristes estos días. Comparad vuestra ventura con su infortunio, y apresuraos a dar gracias a quien todo lo puede porque tanto os ha favorecido.

Habéis de pedirlo también que ilumine vuestra inteligencia para que no sean estériles las lecciones que os den vuestros padres y vuestros maestros, para que aprendáis a distinguir lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso, lo amable de lo odioso, para que se arraigue la fe cristiana en vuestro corazón y nunca os falte ese supremo bien, que si no os falta nunca, bien podéis confiar en que seréis buenos y en que en todas las eventualidades de la vida, en las más duras pruebas a que os pueda someter la suerte, no os abandonará el aliento y ella os dará fuerzas para sufrir y para no ser desgraciados, aún en las mayores adversidades. Considerad qué suerte la de esos niños de la calle, que nada saben, que nada aprenden, que no tienen padres que, les enseñen a rezar, que están completamente abandonados a sus instintos. Esos sí que son desgraciados y dignos de compasión; acaso el porvenir les reserva un lugar en un presidio, un triste lecho en un hospital.

También debéis pedirlo a Dios salud para el cuerpo, como para el alma, a fin de que crezcáis sanos y robustos, no pensando en el pueril afán de que no os llamen niños y de vestir las galas de la juventud, sino en que con los años podréis llegar a ganar honradamente el pan, y ayudar a vuestros padres en su ancianidad, y recompensarles, sólo en parte, los sacrificios que hacen por vosotros, y sobre todo, pensando en la inmensa ventura que experimentarán ellos cuando os vean buenos, instruidos, útiles a la sociedad y a vosotros mismos.

Por último, habéis de pedir a Dios, y esto importa sobre manera, que revista a vuestros padres de la necesaria y justa severidad que deben emplear en corregir vuestros defectillos, que ahora son defectillos casi insignificantes, pero con el tiempo serán gravísimas faltas. Los defectos son como bola de nieve, que crecen pasmosamente, y cuando se quieren dominar ya es tarde. Por esto es de la mayor importancia corregirlos desde el principio. El pueril orgullo, la odiosa envidia, la torpe indolencia, la descarada altivez, la repugnante ira, la feísima gula, la impertinente curiosidad, todos esos vicios, propios de una educación descuidada e imperfecta, hay que combatirlos con gran energía y constante perseverancia, y en esa buena obra podéis ayudar mucho a vuestros padres y maestros, poniendo de vuestra parte la firme voluntad de resistir toda tentación que os pueda conducir a alguno de esos vicios.

No quiero quitaros más tiempo; ya   —274→   os espera acaso sentada al piano vuestra madre para haceros ensayar los villancicos que vais a cantar en la noche de primero de año; tal vez el abuelito os tiene preparada una gran sorpresa en un precioso regalo, y está impaciente por satisfacer vuestra curiosidad, o ya es hora de que vuestro padre os lleve a misa, y está esperando que acabéis de leer.

Sed felices en el año que va a empezar, y si LOS NIÑOS os han proporcionado, como creo, alguna enseñanza y algún entretenimiento, pedid humildemente a vuestros padres que continúen dispensándome su protección en el año nuevo, que me propongo continuar ofreciendo lectura amena, instructiva en las columnas de esta Revista, haciéndola cada vez más digna del favor de los padres de familia y de los tiernos, delicados y queridos niños a quienes está dedicada.

¡Y ojalá cuando lleguéis a mayor edad miréis con amor en vuestra librería la colección de LOS NIÑOS, y sea un buen recuerdo de vuestra dichosa infancia.

C. FRONTAURA.






ArribaAbajoEl arrepentido


    En el silencio profundo,
Y a la tibia luz escasa
Del templo, que es para el mundo
De oración divina casa
Y asilo en gracias fecundo;

    Al pie del altar sagrado
Donde la imagen se ve
De Cristo crucificado,
Clama un siervo del pecado
Con el grito de la fe:

    «¡Heme a tu planta, Señor!
En triste llanto deshecho
Vengo a mostrarte el dolor
Que despedaza mi pecho,
Cerrado para tu amor.

    »Aunque tarde, comprendí
Que en esta morada impura
Que florido edén creí
Sólo hay noche y amargura
Separándonos de ti.

    »Ciego entre lides crüentas
Voy cruzando por la vida
Donde a la humildad alientas,
Cual ave que cruza herida
La región de las tormentas.

    »Goce y dicha ambicionó,
Mas por lograr lo que ansiaba
La virtud sacrifiqué;
Y hallando lo que buscaba
Mi infortunio al par hallé.

    »Todos advertir pudieron
Las lágrimas de mis ojos;
Todos mis quejas oyeron;
Mis pies desgarrados vieron
Por los punzantes abrojos;

    »Mas ninguno en tanta pena
Me brindó un consuelo humano
Con alma clemente y buena...
¡Y me llamaban hermano,
Con acento de sirena!

    »Tú que mi soberbia viste
Me humillaste por el suelo;
Mas oyendo mi voz triste,
Desde tu trono del cielo
De mí te compadeciste.

    »¡Dios y Padre! Aunque no soy
Digno de tu amparo santo,
Rendido y humilde estoy:
De mi oprobio me levanto:
De ti vine y a ti voy.

    »Y aunque con rigor me hirieres,
No abandonarte jamás
¡Te prometo por quien eres!
¡Enclávame, si lo quieres,
En esa cruz en que estás!»

    Dice el pecador contrito,
Y una voz siente en el alma
Que parte de lo infinito...
¡Ella sus tormentos calma!
¡Es la del perdón bendito!

ANTONIO ARNAO.




ArribaAbajoEl día feliz

Dibujo

¡Fernando estrena su uniforme de cadete! ¿Quién le tose?...



  —274→  

ArribaAbajoGeometría de los niños

(Continuación)



ArribaAbajoXIX

Continúa la lección anterior.


Me engañó, queridos lectores, en mi último artículo. Pensé tratar en él de las líneas que hay que considerar en la circunferencia, y sólo trató de esta curva, dedicando sólo a ella la extensión que la índole de esta Revista me permite ocupar en cada número.

Pero no hay cuidado, me diréis; ahora podéis mencionar todo lo que por decir quedó en el número anterior; y yo, seguro en esta creencia, empiezo   —275→   continuando la lección de Carlitos, mi amigo muy querido.

Éste, tan luego como sus discípulos hubieron perfectamente comprendido lo que es una circunferencia, se dedicó a colocar en una de las argollitas que llevaba una serie de hilos cruzados, con la particularidad que todos venían a tener un punto común. Yo no sé si esto sería casual o meditado, ello es que los hilos formaban con la argolla una cosa enteramente semejante a la rueda de un carruaje.

Os he dicho que no sé si mi amiguito había tenido desde luego intención de que los hilos se cruzaran en un punto, y sin embargo, debía de ser así puesto que él era lo suficientemente buen geómetra para no hacer por casualidad una cosa semejante. Ya veréis cómo mi opinión es la vuestra al seguir leyendo estos renglones.

Querréis ver, supongo, la tal argollita: es condición de este trabajo narrar y dibujar.

Voy al momento a manifestárosla; vedla:

Dibujo

Carlitos quiso sin duda que los hilos se cruzasen en un punto, me diréis, porque todos se cruzan en el centro.

Así es, en efecto, y esta observación vuestra me asegura en mi opinión anterior.

Sí; no hay duda que el infantil profesor quiso que tal particularidad existiese, y que así debemos vosotros y yo comprenderlo.

Quisiera saber mucha geometría para poder por mí mismo contaros estas cosas; pero como no sé más que lo que aprendí de mi amiguito cuando él me contaba sus lecciones, tengo algunas veces que atenerme a meras conjeturas, o que permanecer indeciso sin saber qué resolver. Hasta ahora, sin embargo, he ido resolviendo todos los puntos, recordando perfectamente lo que de mi querido amigo aprendí, y también quedarán probablemente resueltos todos los problemas que se presenten en lo sucesivo.

Pero, parece mentira, me distraigo tanto que si no pongo remedio va a pasar con este artículo lo que con el anterior. Esto no puede ser; sería un abuso de confianza.

Carlitos, pues, después que hubo enseñado a sus discípulos la argolla, tal cual la habéis visto, tomó la palabra, diciendo:

-Aquí veis estos hilos, que pasan todos por el centro; nosotros debemos considerarlos de dos modos. Es el primero admitiendo toda su longitud de punto a punto de la circunferencia; es el segundo admitiéndolos como si partieran del centro para terminar en la argollita. En este caso viene a ser cada uno justamente la mitad que en el anterior. Ahora bien: ¿qué vienen a ser estos hilos? ¿qué nombre tomarían si el aro de metal fuese una circunferencia y ellos fuesen líneas rectas?

He aquí lo que voy a deciros.

En el primer caso propuesto nos representan varios diámetros; en el segundo una porción de radios.

  —276→  

Debo deciros lo que entendemos por diámetro.

Es la línea que pasando por el centro de una circunferencia tiene en ella sus extremos.

¿Y radio?

La recta que va del centro de la circunferencia.

Os debo representar esto:

Dibujo

Es necesario detenernos en esto; hay algo más que decir de estas líneas.

Ya, visteis lo que os dije ser una circunferencia, y también cómo podíais dibujarla con una cuerda cualquiera. Como ésta no varia para trazar aquélla, es claro que considerada en diferentes puntos viene a presentar otros tantos radios.

¿Qué podremos, pues, deducir de esto?

Que si la cuerda no varía de longitud para trazar la circunferencia, todos los radios de ésta son iguales. Pero tenemos que el diámetro no es más que la unión de dos radios que forman una sola recta; luego también serán iguales todos los diámetros que se puedan trazar en una circunferencia.

Vamos a ver todavía otra cosita más: el modo como el diámetro divide a la circunferencia.

En dos partes iguales; y para convenceros no tengo más que doblar una argollita de estas; necesariamente han de ser iguales las dos mitades, pues si no lo fuesen, si no coincidiesen en toda su extensión, si por un punto una saliese más que otra, tendríamos entonces que los radios tirados a la circunferencia por aquellas dos puntas no eran iguales. Esto es un absurdo y por lo tanto hace ver que es imposible que el diámetro divida a la circunferencia en partes desiguales.

Me resta deciros el nombre de las partes que deben ser iguales necesariamente.

Cada una de ellas toma el nombre de semicircunferencia, es decir, media circunferencia.

Ved aquí una.

Y Carlitos, tomando un lápiz y un hilo, dibujó lo que veis:

Dibujo

Quedan aún, continuó el afamado profesor, por considerar otras varias líneas; sus nombres son los siguientes:

Arco, cuerda, secante, tangente.

Empecemos por la primera.

Se llama arco a una porción cualquiera de la circunferencia. Esto es cosa que no tiene nada que comprender ni explicar, y por lo tanto, pasamos a definir la cuerda. Se llama así a la   —277→   línea recta que une los extremos del arco.

Mirad esta figura:

Dibujo

En ella la recta, que lleva el nombre de cuerda, divide a la circunferencia en dos arcos: esto pasa con toda cuerda, pero siempre se considera al menor y nunca al mayor arco. En esta figura tomaremos por tal solamente el que lleva el nombre.

El diámetro es una cuerda, con la circunstancia especial de ser mayor que cualquiera otra.

Tratemos ahora de las dos últimas líneas, de la secante y de la tangente. Figuraos que una recta pasa por una circunferencia, y decidme en cuántos puntos puede cortarla. Mi amigo Teodoro va a responder a esta pregunta.

-En muchos, respondió el niño, sin reflexionar siquiera sobre la cuestión que se le proponía.

-No, amiguito; tú no has comprendido, sin duda, este particular, y por eso has contestado así. Fija tu atención, y figúrate una recta que pasa por una circunferencia; piensa en ello y respóndeme.

El niño meditó un momento, y respondió:

-Por dos puntos, si la pasa de lado a lado.

-Así puede ser, pero también puede tocarla en sólo uno: según que sea en dos o en uno solo, se llama la recta secante o tangente. Mirad.

Carlos trazó sobre la mesa lo siguiente:

Dibujo

Secante es, pues, la línea que corta a la circunferencia; tangente la que la toca en un solo punto. Éste tiene su nombre, se llama punto de contacto.

Para tirar una tangente con completa seguridad de que lo sea, no hay más que tirar un radio y en su extremo una perpendicular. Os digo esto, porque la perpendicular al radio en su extremo es tangente a la circunferencia.

Ved, pues, una tangente en otra condición:

Dibujo

Con esto, queridos compañeros, termino las líneas que en la circunferencia   —278→   podemos considerar, y réstame sólo tratar y haceros ver el modo en que respectivamente pueden estar colocadas dos de estas curvas, tan cerradas y tan singulares.

Dos circunferencias pueden tener un centro común o centros diferentes: en el primer caso se llaman concéntricas; en el segundo se dice que son excéntricas.

Todos podéis sin instrumento alguno dibujar una serie de circunferencias concéntricas. Cuando estéis a la orilla de un río o lago, al borde de un estanque, o cerca de cualquier sitio en que haya agua tranquila, tirada una piedra al agua; veréis dibujarse en la superficie de esta un número considerable de circunferencias, que tendrán todas por centro el punto en que la piedra desapareció de nuestra vista. Ya veis cómo podéis ser dibujantes sin siquiera llegar al plano en que ha de aparecer vuestro dibujo. No hagáis, sin embargo, esto sino lejos del borde, y donde seguramente no podáis caer: los baños fuera de tiempo pueden ser perjudiciales.

Os dibujo aquí, para concluir esta lección, varias circunferencias; las primeras son concéntricas, las segundas no lo son.

Dibujo

Entre las últimas tenéis circunferencias secantes y tangentes; es decir, que se tocan en un punto o en más de uno.

Así terminó Carlitos su explicación, y yo aprovecho también esta circunstancia para terminar este artículo, que se ha hecho más largo de lo que esperaba. No ha pasado al fin lo que en el anterior, pues gracias a que di a tiempo la palabra a mi amiguito, han quedado explicadas todas las líneas que podemos considerar en la circunferencia.

Y me despido de vosotros, queridos lectores, hasta el año próximo, en que, con la ayuda de Dios, continuará en el tomo V de esta Revista la Geometría de los niños, que ardientemente deseo que sea de vuestro agrado.

E. THUILLIER.





  —279→  

ArribaAbajoA María santísima

Dibujo



    Madre, mi Madre querida,
Madre mía de mi alma,
la que los dolores calma
de mi triste y negra vida;
    Madre mía, mi Tesoro,
mi única Fuente de bien,
¿quién podrá adorarte, quién
tanto como yo te adoro?
    Tú me das resignación;
bendita seas mil veces,
porque animas y engrandeces
a mi pobre corazón.
    Por Ti soy y en Ti me miro;
tú eres la fe que me alienta,
el calor que me sustenta
y hasta el aire que respiro.
—280→
    Yo te tengo de alabar
yendo de tu gracia en pos,
mientras que me deje Dios
aliento para rezar.
    Y cuando llegue aquel día
en que por muerto no rece,
haz que mi Ventura empiece,
ruega por mí, Madre mía.

    En mis dulces alegrías,
en mis tristezas amargas,
en mis negras noches largas,
en mis claros cortos días,
a Ti, Madre del Mesías,
constantemente te imploro;
       yo te adoro.

    Virgen Madre, Virgen pura,
Virgen que todo lo alcanza,
que eres Rayo de esperanza,
que eres Fuente de ventura;
a Ti acudo en mi amargura,
y con lágrimas que lloro,
       yo te adoro.

    Virgen fiel, Virgen de amores,
Virgen de paz, Virgen mía,
yo gozo con tu alegría
y me duelen tus dolores;
mis alegrías mayores
son, cuando tu gracia imploro;
       yo te adoro.

    Adiós, Virgen de mi vida;
adiós, Aurora serena;
adiós, nevada Azucena;
adiós, Oveja escogida;
adiós, mi Madre querida;
adiós, Madre; adiós, Tesoro;
yo te adoro yo te adoro.

NARCISO SERRA.




ArribaAbajoLa buena hada

(Conclusión)


Difícil sería pintar el dolor de la reina y de toda la corte, y el sentimiento y la desesperación de Elisa. La muerto de Alezia dejaba a la pobre niña bajo la tutela de un tío, que no pudiendo llevarla a su casa, ni ocuparse en su educación, la puso en un convento. Durante un año se mostró Elisa insensible, a todos los consuelos, y las lágrimas no cesaron de humedecer sus ojos. Pero por fin, la amistad de sus compañeras, los cuidados de las religiosas y la ternura que lo demostraba la reina, que se consideraba obligada a hacer las veces de madre para con ella, triunfaron de su pena. Volvió a recobrar su alegría; volvió a disfrutar de todas las diversiones propias de su edad, y bien pronto su carácter aturdido y su genio malicioso, no teniendo a Alezia que los contrarrestara, hicieron de Elisa una niña odiosa, a pesar de su buen corazón.

No había cumplido aún quince años, cuando la reina y su tutor la hicieron salir del convento, para casarla con uno de los más ricos y más nobles señores de la corte. Sola y sin guía en medio del torbellino del mundo, porque su marido era también muy joven, la vida disipada a que se entregó no le, dejaba apenas tiempo ni para respirar, y tampoco lo tenía, por lo tanto, para hacer la más pequeña observación sobre los demás ni sobre sí misma. No dejaba pasar una ocasión en que pudiera lucir y brillar, y los bailes y las fiestas se sucedían tan rápidamente, que no le quedaba ni el más pequeño instante libre para recordar que a los doce años había tenido alguna instrucción y algunos conocimientos   —281→   en las labores propias de su sexo. Había, pues, renunciado por completo a cultivar todas esas mil habilidades que forman la educación de la mujer. Le bastaba que se la citara por su ingenio, y como efectivamente, tenía mucho, aunque lo empleaba muy mal, eran raras las frases de Elisa, siempre llenas de intención y de malicia, que no recorrían todos los círculos, excitando la risa y provocando justos resentimientos. Así es, que no había pasado aún un año desde el matrimonio de la hija de la querida Alezia, y ya había llegado a ser el terror de la corte, de la que ella creía que era la admiración. Más de una vez había tenido ocasión de conocer su error. ¿Pero reparaba en alguna cosa? Para ver es menester mirar, y ella ni quería, ni tenía tiempo para fijarse en nada.

Una dama de la reina murió, y la reina, que conservaba un tierno y dulce recuerdo de su querida Alezia, decidió nombrar a Elisa, que solicitaba ocupar aquel puesto, por ser el mismo que había ocupado su madre. Nada había solicitado con tanta insistencia como aquella plaza de dama de la reina; pero a pesar de todos sus deseos y a despecho de la misma soberana, tuvo esta que nombrar a otra dama, en vista de la oposición que mostró toda la corte a que se le concediera a Elisa aquella distinción.

Este golpe fue terrible para ella, pues sus amigas no la dejaron ignorar que la oposición había sido general; y aún llevaron su amistad hasta el punto de nombrarle las personas que más elocuentes se habían mostrado en contra suya. Llena de desesperación se encerró en su palacio, y aquel día fue el primero que desde hacía un año no hizo enganchar los caballos a su carruaje, para hacer visitas o para recorrer los establecimientos de moda o ir a paseo. Como desde su matrimonio habitaba el mismo palacio en que había vivido su madre, la casualidad hizo que, vertiendo amargas lágrimas, se refugiase en el gabinete azul, en el cual no había fijado hasta entonces su atención. Pero aquel día, al ir a entrar en aquel gabinete, sintió una emoción desconocida e inexplicable, que hizo palpar su corazón de un modo extraño y despertó en su imaginación mil recuerdos, hasta entonces dormidos. Le pareció que veía a su madre, imaginó que oía su dulce voz que llegaba al alma, y que recibía de sus manos aquel papel que había guardado cuidadosamente, y del cual se había olvidado por completo.

¡La hada! ¡la hada! exclamó, corriendo hacia la puerta y abriéndola. Después se fue a sentar en el diván y se esforzó en pensar. Al principio le costó mucho trabajo. ¡La falta de costumbre es una cosa terrible! Sin embargo, como era menester pensar, acabó por que sus ideas se fijaran en la causa que existiría en la corte para tener tanta animosidad en contra suya. Examinó su conducta y sus conversaciones, y no tardó en recordar mil cosas ofensivas que había dicho de las personas que le habían citado como sus más ardientes detractoras. ¡Cuántas veces sus mordaces palabras habían puesto en ridículo a las personas más importantes de la corte! ¡Cuántas veces había turbado o destruido la felicidad de personas que no le habían dado jamás el más pequeño motivo de queja! Elisa se estremecía ya a la sola idea de haber hecho tanto mal a sus semejantes, y   —282→   los sabios consejos y las tiernas palabras de aquella que por su desgracia había perdido se presentaban a su imaginación, y la hicieron adoptar la firme resolución de observar y de vencerse; en una palabra, de corregirse por completo.

Dos horas de meditación habían sido suficientes para hacerle tomar esta firme resolución, y aunque no había visto a la hada, no dudó ni un instante de que aquella bondadosa amiga de su madre era la que la había inspirado, y la que le ayudaría en su difícil empresa. Desde aquel día no dejó pasar uno sin ir a visitar el gabinete azul, en el cual pasaba largo tiempo, poniendo más interés y más afán en presentar sus acciones y su carácter ante el espejo de su conciencia, que antes había puesto en mirar su lindo rostro en el espejo de su tocador. Desde entonces la costumbre que había adquirido de pensar, le hizo tomar afición a la lectura y a las artes.

Su ingenio, empleado en cosas útiles, no se volvió a ocupar en murmurar de los demás, y en su interior compadecía a las personas que gozaban en criticar a sus semejantes.

Con gran sorpresa y con gran alegría al mismo tiempo, se vio querida de todos. En paz con la sociedad y en paz consigo misma, daba sin cesar gracias a su buena hada por su felicidad, y esperaba con la mayor impaciencia que llegara el momento de poder abrir el papel que le había entregado su madre. Sin duda las palabras que tenía escritas indicarían el lugar en dónde podría ver a su protectora. No faltaban más que muy pocos días para que se cumpliera el plazo fijado por Alezia. El momento llegó por fin. Elisa corrió al gabinete azul, cogió el pliego, rompió los sellos y leyó llena de ansiedad: «La buena hada es la reflexión

MADAME BAWR.




ArribaAbajoPensamientos

Ninguno ha nacido en el mundo para no hacer nada. La ley del trabajo la ha dictado Dios para todos, y no ha hecho ninguna excepción.

Todas las fuerzas físicas, intelectuales y morales del hombre, que crecen a medida que el hombre las emplea, caen y mueren cuando las abandona en la ociosidad.

El trabajo, que es la aplicación del alma, es también su fuerza y su gloria. Sin el trabajo, sin la aplicación, nadie puede ser nada en este mundo ni en el otro.

Quien no aprovecha para el bien las dotes de inteligencia que Dios le ha concedido, tendrá a Dios y los hombres por enemigos.

Los hombres no pueden respetar al que desprecia el trabajo del hombre, y Dios no puede proteger a quien no estima la inteligencia que vi le ha dado.

El hombre ha nacido para trabajar, como el ave para volar; de tal suerte, que vivir sin trabajar es no sólo vivir fuera de las condiciones de la naturaleza humana, sino extinguir la vida en sí mismo; es no vivir.

Es imposible vivir en este mundo y no hacer nada, es absolutamente imposible. El que pretenda vivir así, hará el mal seguramente.

El trabajo no es sólo la ley natural, moral y religiosa del hombre; es también la ley social de la humanidad.

(De Monseñor Dupanloup.)



  —283→  

ArribaAbajoLos niños en 1872

Dibujo

Al terminar el cuarto volumen de esta Revista de instrucción y recreo, cumplo el grato deber de manifestar mi profunda gratitud a mis constantes favorecedores, y me atrevo a suplicarles continúen dispensándome el mismo favor que hasta ahora.

LOS NIÑOS en el próximo año ofrecerá a sus lectores mayor amenidad, si cabe, mezclando lo útil y agradable, y procurando que cada vez interese más la lectura de sus páginas. Comenzarán en el tomo V las lecciones de Historia Sagrada, las de Historia de España, y las de música.

Los lectores de LOS NIÑOS hallarán en esta Revista las primeras nociones de ese divino arte, que les serán sumamente útiles después. Como tanto les gustan a los niños las Comedias infantiles, daremos tres lindísimas en el próximo volumen. Abundarán los cuentos, las anécdotas, y cuidaré de que el periódico tenga interés también para las niñas. Continuarán los Retratos infantiles, suspendidos por haber marchado a París el dibujante que hacía las viñetas de estos artículos. Otro artista está ya encargado de continuar la colección. Seguirán los retratos y biografías de hombres ilustres, alternando con los de las mujeres célebres por sus virtudes. Por último, daré en cada número un jeroglífico, que siempre será una máxima moral, o una pregunta histórica, o una charada en figuras.

LOS NIÑOS es ya una publicación que tiene vida propia, y deseo perfeccionarla hasta donde sea posible, de tal suerte, que en toda casa donde haya un niño o una niña, sea indispensable la suscrición a LOS NIÑOS.

Madrid 31 de Diciembre de 1871.

C. FRONTAURA.



  —284→  

ArribaQuien mal anda, mal acaba

Breve, tremenda y verídica historia


Dibujo


IV

Y sucedió que Jazmín no hizo caso del aviso del padre de Zoraida, y siguió firme en sus malos propósitos de no dejarle tranquilo. Un día sorprendiole el airado padre, y Jazmín se le subió a los bigotes, porque barbas no las tenía el anciano, y se atrevió a desafiarle. Corrió el viejo, cogió en la cocina un cuchillo, salió contra el osado, y comenzó el más reñido combate que se vio jamás en tejado alguno. Ya iba el joven a cometer el más horrendo crimen, cuando llegó oportunamente una ronda de honrados gatos, que prendieron a los combatientes. Formose el proceso, y como era de justicia, el anciano quedó libre, y el provocador fue condenado a perpetuo encierro, donde murió arratonado y olvidado do todo el mundo, y de todos los gatos y gatas.

Y aquí termina esta tremenda historia, que hace ver que los gatos, para no verse en duros azares, deben tener siempre juicio, buena conducta y respeto a los mayores, y lo mismo precisamente deben tener los niños.

El autor pide perdón de sus faltas, si las cometió, holgándose de haber puesto feliz término a una obra de la importancia de esta breve tremenda y verídica historia.









Anterior Indice