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ArribaAbajoRetratos infantiles


ArribaAbajo- IV -

La niña caprichitos


Así llamo yo a una niña muy bonita, hija de mi amigo Martínez, la cual sería una niña perfecta, merecedora de los mayores elogios, si no tuviese el feo vicio de ser lo más caprichosa que pueden ustedes figurarse.

Ya sé yo que toda la culpa no es de la pobre Isabelita, porque, si desde su más tierna edad su mamá hubiera tenido la previsión de combatir los caprichitos, es probable que ahora ya no tuviese caprichos Isabelita, con lo cual ella ganaría mucho, y sus padres no tendrían disgustos por ese motivo; pero es claro, acostumbrada la niña a que se adivinen sus gustos, a que se satisfagan sus caprichos, ha creído que nada malo había en ello, y ahora ya es más difícil corregirla, sobre que ella sabe muy bien que cuando su mamá la contraría alguna vez, no tiene más que hacer a esta buenísima señora alguna interesada caricia para obtener después lo que desea.

Yo, que tengo gran confianza en la casa, y profeso el más sincero afecto a los padres de Isabelita, les he hecho muchas veces observaciones, encaminadas a corregir ese carácter de su hija, que puede serle fatal en el porvenir, cuando no tenga ya en el mundo a los que hoy se desviven por cumplir sus deseos, por darle gusto en todo; ellos atienden mis observaciones, hállanlas justas y acertadas, y me las   —172→   agradecen debidamente; pero luego viene aquel diablillo con sus zalamerías y ya no se acuerdan sus padres de mis consejos, y son satisfechos in continenti los caprichitos de la niña, que el mejor día va a pedir a su padre una muela y él se la va a arrancar enseguida para que Isabel no se enoje.

Porque Dios sabe adonde pueden llegar los caprichos de Isabelita, alentada, sostenida y estimulada en ese defecto por la notoria debilidad de sus padres.

Dibujo

Isabelita estrena un vestido, y la segunda vez que su madre se lo presenta para vestirla, ya no quiere el vestido, ya no lo gusta, y hay que ponerle otro más usado o comprarle otro nuevo, o hacer en el que desdeña reformas que no hacían maldita la falta.

Va por la calle y todo se le antoja, obligando a su padre a hacer gastos   —173→   inútiles, por lo menos, ya que no gravosos, porque el padre de Isabel, felizmente para ella, está en muy desahogada situación. Y luego que obtiene todos los juguetes, todas las golosinas que se le antojan, abandona los unos y no quiere las otras, porque ya desea cosas nuevas, con las que hará después lo propio.

Llevar a visitas a Isabel tiene también sus peligros, porque con su acostumbrada intemperancia antójasele cualquier cosa ajena, y eso sí, no se muerde la lengua para decir lo que siente; la niña es franca, o, mejor dicho, descarada en demasía. Y figúrense ustedes el bochorno de sus padres al oírla manifestar tan claramente su defecto en casa ajena, y el asombro de las personas extrañas, bien que se apresuren a satisfacer su capricho, si es posible, que tales cosas puede pedir la muchacha que sea materia imposible complacerla.

Por lo pronto, no tiene muchas amigas, porque como se le antoja todo lo que ellas le enseñan y no las seduce gran cosa satisfacer su capricho, huyen de ella para evitar semejantes antojos.

Es de tal manera caprichosa Isabelita, que hubo que despedir a una buenísima criada porque esta pobre mujer tenía las narices largas, y a la niña no le gustaba verla; presume, sin embargo, aquella excelente doméstica, que la niña tenía más horror que a las narices largas a la firmeza con que la contrariaba cuando iba a la cocina con capricho de comer algo fuera de las horas regulares.

Otra vez mi amigo Martínez tuvo la debilidad de echar de casa a un inocente gato porque a la niña le daba miedo el inofensivo animal, y con todo esto ha conseguido el complaciente padre que la niña se haga soberbia y altanera y vanidosa; tres defectos gravísimos que bastan para labrar la desgracia de una mujer.

Yo quiero, dice la niña, y sabe que al momento es obedecida y servida; y yo no quiero dice, contrariando los deseos de su padre o de su madre, y basta para que estos cedan y hagan lo que a ella mejor le parezca.

Yo no quiero salir, dice después que su madre se ha vestido con intención de llevarla a paseo, y su madre la deja en casa en vez de obligarla a obedecer.

Yo quiero salir, dice cuando está lloviendo, y como si no sale llora la niña y pone un hocico de vara y media, y no quiere comer luego, su madre envía a buscar un coche, y sale con ella, sin necesidad, y gasta dos pesetas que no había para qué gastar, o que se hubiesen empleado mejor repartiéndolas entre los pobres.

Sería cuento de no acabar si hubiera de referir todos los caprichos, fútiles unas veces y absurdos otras, que componen el variado repertorio de Isabelita.

¡Bonita cara me va a poner por cierto cuando me vea, después que haya leído este número de LOS NIÑOS! Porque, eso sí, tiene ella sobrada penetración para comprender la intención de este artículo, bien que está clara en extremo.

Pero me prometo desenojarla cuando la ofrezca que apenas se corrija de ese defecto que oscurece y afea sus buenas cualidades, me apresuraré a escribir el artículo más encomiástico en su obsequio.

  —174→  

Entre tanto, concluyo repitiéndole lo que le dije el otro día que la encontré solita en casa y le hice visita mientras volvía su madre:

«Isabelita, la primera y más noble condición de la mujer buena es ser humilde; todas las demás virtudes acompañan a la mujer que tiene la de la humildad, y por el contrario, la soberbia es madre fecunda de males sin cuento. Cuando tienes un capricho, un empeño fútil, afliges a tus padres que no tienen fuerza de voluntad bastante para contrariarte, pero comprenden que ese defecto es por todo extremo vituperable y puede perjudicarte mucho en tu porvenir. Las personas extrañas que conocen ese defecto tuyo motejando duramente, y siendo tú una niña tan linda y que tienes buen corazón, les pareces antipática, y culpan a tus padres de no educarte como conviene.

Eso de decir yo quiero, es muy feo, querida niña mía, y debes pensar qué martirio tan grande será para ti si algún día dices yo quiero y no puedes lograr lo que deseas. Cuando tengas un capricho, antes de manifestarlo, piensa en tantas niñas pobres que no se atreven a decir nunca yo quiero, porque las infelices conocen que sus padres no podrían satisfacer sus deseos, porque se han acostumbrado a ser humildes. Esas niñas pobres, que apenas tienen con que cubrirse, que de todo carecen, que no tienen siquiera educación, son, sin embargo, más perfectas que tú, mientras no corrijas tu carácter.

Pero no llores, niña mía, porque te hago estas advertencias, hijas del mucho cariño que te profeso y de la amistad que debo a tus excelentes padres; en vez de llorar debes alegrarte mucho, y procurar enmendarte de un defecto que ahora tiene poca trascendencia, pero que, andando el tiempo, acaso te hiciera desgraciada.»

Esto fue lo que dije el otro día a Isabelita, y como acaso lo habrá olvidado, se lo repito aquí. Y no sólo a ella puede convenir que lo repita; convendrá también a otras niñas que tengan el mismo defecto, muy común, por desgracia, por efecto de la tolerancia y debilidad de los padres. Pero ni ella ni las que se le parezcan deben tenerme por esto mala voluntad.

Mi deseo es que todas sean buenas y vivan siempre felices; que para ser feliz en el mundo no hay cosa mejor que ser bueno.

C. FRONTAURA.






ArribaAbajoAutógrafos de escritores contemporáneos

El Ilustrísimo Señor Don Antonio Ferrer del Río, actual Director general de Instrucción pública, fue como hombre de administración, antes de desempeñar dicho elevado cargo, oficial de secretaría en el ministerio de la Gobernación, diversas veces, y durante muchos años, censor especial de los Teatros del reino; puesto en que se condujo con reconocido celo o inteligencia.

Sobre multitud de artículos que fuera difícil enumerar, publicados en los principales periódicos y revistas de Madrid, principiando por el famoso Laberinto que dirigió en su juventud, han salido a luz trabajos suyos de trascendencia   —175→   y mérito sobre asuntos crítico históricos, algunos de los cuales fueron premiados por voto unánime en certámenes abiertos por la real Academia Española de la lengua. Su principal obra entre las de este género, es la Historia del reinado de Carlos III.

El Señor Ferrer ha hecho también sus excursiones por el campo de la literatura dramática, escribiendo La senda de espinas y Francisco Pizarro, dramas que recibió con gran aplauso el público.

Es individuo de número y bibliotecario de la citada Real Academia, en el seno de cuya corporación ha leído muchos discursos y trabajos que le han merecido siempre justos encomios.

Autógrafo



  —176→  

ArribaAbajoCuento

Dibujo

Contaba mi bisabuelo que cuando joven era en extremo travieso y atolondrado, formando contraste su carácter con el de su señor padre, hombre muy rígido y severo, demasiado severo acaso.

El bueno de mi bisabuelo hacía no pocas travesuras que su padre llevaba muy a mal, porque no era hombre capaz de disculpar, ni aun en los pocos años de su hijo, la más ligera broma. Quería que su hijo fuese tan grave y tan formal como él.

Un día, el impecable padre supo una travesura de su hijo, y le despidió de su casa, diciéndole que fuera a ganarse la vida como pudiera, y diole una pequeña cantidad, la suficiente apenas para llegar hasta la ciudad, donde podría hallar oficio u ocupación en que emplearse.

Salió mí bisabuelo, obedeciendo a su padre, y a pocos pasos, halló un anciano que le pidió limosna.

-Tomad, le dijo, buen hombre, que yo soy joven y Dios me abrirá camino.

El severo padre, que desde la puerta de su casa había visto la noble acción de su hijo, corrió tras él, detúvole y le dijo:

-Vuelve, hijo mío, a la casa de tu padre, que eres bueno. En tu pecho reside la caridad, y el hombre que es caritativo, aunque tenga defectos, nunca hará nada contrario a su honor. Vuelve, pues, y renuncia a tus travesuras, y piensa en ser hombre formal, ya que tu corazón es bueno y generoso.

Y en efecto, mi bisabuelo ya no volvió a dar motivo de queja a su padre, y este fue más tolerante, y ambos vivieron felices.



  —177→  

ArribaAbajoEl día de difuntos


I

El cielo, que va encapotándose con densas y pesadas nubes, anuncia ya la venida del invierno. Cubierto con un velo oscuro, parece dar entrada a la estación del recogimiento, después de los expansivos días del regocijo. La melancolía que reina en las alturas, se propaga a la tierra, participando de ella el alma, como herida por una sensación vaga y desconocida.

Si miramos en nuestro derredor, la naturaleza inanimada se nos presenta revestida del mismo carácter de tristeza universal. Ya no visten los copudos árboles millares de millares de verdes hojas que ayer nos daban frescura con su sombra y embeleso con sus murmullos en las abrasadas siestas del estío; ni ya vuelcan los arroyos sus sosegadas y cristalinas corrientes sobre el césped de los prados; ni ya la amiga golondrina anida en nuestro techo hospitalario. Hoy las hojas comienzan a revolotear amarilleando impelidas por un viento helado; en tanto que engrosados los apacibles ríos con la lluvia de las nubes extienden sus cenagosas ondas sobre las floridas campiñas que anegan a veces con sus cultivadores; en tanto que la misma golondrina, compañera nuestra durante la estación de los calores, huye al suelo africano, deseosa de hallar en su templado clima el dulce abrigo que aquí le falta.

En esa estación que se acerca, el alma se concentra en sí misma, buscando en su propio seno el alimento que no halla en la adormecida naturaleza.




II

No es en balde, ni estéril, el espectáculo que por estos días se presenta ante nuestros ojos. La religión ha querido que no lo sea, y para conseguirlo nos ha detenido un momento en medio   —178→   de nuestro camino, tratando de movernos el corazón y levantarnos el espíritu al conocimiento de las cosas del cielo, con sólo mandarnos rogar por los que duermen en el seno de su madre la tierra. Santo y laudable es orar por los muertos, nos dice, para que sean libres de sus pecados; queriendo advertirnos que existe una confraternidad universal entre los que luchan en la tierra, los que padeciendo esperan ganar la felicidad que nunca se acaba, y los que ostentan en sus manos la palma de la victoria.

¿No oís el toque lastimero de esas campanas que cunde por las brisas heladas de Noviembre, como un clamoreo universal? Ese toque es la voz elocuente con que un día os llama la religión al recinto de sus sagrados templos, para que sacudiendo por algunos momentos las cadenas que os oprimen, recordéis de donde nacisteis y a dónde iréis a parar. Cansados están vuestros oídos de oír que todas las grandezas humanas son nada, que la terrena gloria se disipa en un instante, que el mortal pasa por la vida sin dejar huella duradera, como una nave que hiende el mar, como un pájaro que cruza el viento. Pero aunque esto lo tengáis olvidado, ¿lo habéis comprendido alguna vez? ¡Ay! No, por desgracia. Por esto la religión os llama un día del año, día, a la vez, triste y consolador; y cobijándoos bajo su manto, os repite con la voz dolorida de esas campanas: «Venid a adorar a aquel en quien todas las cosas viven.»




III

¿Veis la silenciosa multitud que camina por las anchurosas calles de esa población cristiana? Sigamos sus pasos y entremos con ella en el templo.

¡Qué recogimiento tan solemne reina en la casa de Dios! Todo inclina a nuestra alma a misteriosa meditación. Ayer la Iglesia, cubierta de blancos ornamentos, entonaba cánticos de triunfo por los santos que reinan en el cielo: hoy las altas naves, revestidas de negras colgaduras, nos advierten que ruega por aquellos cuyos restos mortales descansan en la tierra. Hoy se conmemora a los difuntos, y ¿quién de nosotros no tiene que conmemorar a muchos hermanos que amaba en la vida?

¡Qué tristes son aquellos cirios amarillentos que alumbran el altar del sacrificio! ¡Qué mágico ese tenue susurro que vaga por las altas bóvedas, oración que quiere salir a los espacios para ganar el cielo! Si hay seres descreídos que duden de la nobleza de su origen y de la alteza de su destino, vengan a este santificado recinto en que un pueblo de hermanos olvida por un momento sus arraigadas pasiones, enlazándose ante la sombra de la muerte y la esperanza de otra vida en un abrazo espiritual. Aquellos a quienes nada revele su mente, oscurecida por la tiniebla del pecado, no podrán desoír la voz de su corazón, de su corazón que manará, lágrimas. «Apiadaos de mí, porque el dedo del Señor me ha tocado,» sentirán decir dentro de su pecho; y en estos clamores reconocerán el acento de muchos que les precedieron en su camino y que desaparecieron de sus ojos. ¿Creéis que entonces no abrirán estos a la fe? ¿Creéis que su corazón continuará empedernido y cerrado a toda esperanza de inmortalidad? No, es imposible. Cuando   —179→   la mirada humana llega a fijarse, aunque momentáneamente en el secreto de la muerte, una mano misteriosa rompe súbito el velo que la oscurecía. ¡Cuán triste es entonces el desengaño para los que pretendieron vivir engañados! Y ¡cuán dichosos son, por el contrario, los que vivieron como centinelas vigilantes, aguardando el momento en que había de acometerles un enemigo que a nadie perdona!




IV

Pero la multitud sale del templo, y después de haber orado por el alma de los que fueron, va a tributarles un piadoso obsequio en el lugar en que sus últimos restos descansan. Cuando por religiosas costumbres dormían nuestros antepasados debajo de las losas de los templos a que sus hijos acudían con frecuencia, o al lado de los mismos, como a la sombra de un árbol protector, esta conmemoración viva se renovaba todos los días, y todos los días se renovaban las súplicas de los hijos por el reposo de los padres. Hoy, alejados los muertos de las agitadas ciudades de los vivos, descansan en suntuosas necrópolis, pero sólo de año en año reciben la visita de sus descendientes.

Mas ved: ya hemos llegado al sitio que los hombres han llamado cementerio, esto es, lugar del sueño. ¿Sabéis definirme esa opresiva sensación que habéis experimentado al pisar sus umbrales benditos? ¿De qué os sirve que la sociedad actual haya engalanado con árboles y flores esa postrera morada, si no podéis apartar la imaginación del punto en que se esconden las raíces de esas flores y de esos árboles? ¿Qué consuelo os proporciona la vista de tantos suntuosos mausoleos, símbolos de grandeza humana, si sólo se registra en su seno un puñado de polvo?

Ningún lenitivo a su dolor experimenta tampoco, en medio de esta triste belleza, esa apiñada muchedumbre que por todas partes nos rodea. Si al inclinar la frente delante de la sepultura, humilde o fastuosa, de un ser amado perdido a su cariño, siente alguno asomar a su párpado lágrimas de consuelo, no goza de este consuelo sino porque ha detenido los ojos en la cruz que corona el sepulcro. Sí; también la religión protege estos lugares. Una reducida capilla, colocada en medio de ellos, guarda el ara santa en que el sacerdote ofrece por vivos y difuntos el incruento sacrificio. Esa modesta campana que resuena en los aires, os lo recuerda si lo habíais olvidado.




V

Cesemos ya en tan triste peregrinación. Hora es de dejar este reino del silencio en que yacen sepultados innumerables recuerdos de nuestro corazón. ¿Qué habéis visto en él? Una ciudad muda, cuyos dormidos habitantes serían desconocidos de la multitud que en este día los visita, si no hablaran en su lugar las lápidas colocadas en la morada de casi todos ellos. ¡Si supierais qué de grandezas y miserias y tristezas y alegrías, disipadas como el humo, revelan las breves inscripciones que habéis leído en las losas funerarias! El misterioso poder que domina en ese reino, ha traído indistintamente a su seno la juventud, la vejez, la fuerza, la debilidad, la dicha y la desdicha de la tierra. Ahí sólo existe una familia.

  —180→  

Pero ya que hemos orado por las almas que hoy viven en su propia esfera, volvámonos con esa misma multitud que antes nos sirvió de guía; volvamos al calor de nuestros alegres hogares. Sólo os ruego que cuando en las calladas horas de la noche recordéis lo que habéis visto, no permutáis que la memoria de la muerte horrorice vuestro corazón. Conservad pura la conciencia, pura como la azulada y serena superficie de un lago, y pensad que la muerte es para el bueno la dulce amiga que le redime de su esclavitud. ¡Oh! Cuando penséis en ella, hacedlo con la suave melancolía que infunde hoy el cielo que cubre vuestras cabezas.

ANTONIO ARNAO.








ArribaAbajoOración


En el mar

    Señor; en mar oscura
navega atribulada
sin brújula y sin norte
al humilde y frágil barca.
Medroso en mis oídos
murmura la borrasca
el cántico de muerte
que al hondo mar me llama.
Y por doquier que miro
me aturden y me espantan
el silbo de los vientos
y el choque de las aguas.
Me faltan ya las fuerzas;
las míseras del alma
entre peligros tantos
flaquean y desmayan.
¡Ay! ¿Qué será del cuerpo,
hoja que el viento arrastra,
cuando hasta el alma misma
vacila y se acobarda?
    Señor, ¡tu mano sola
volver puede la calma
al ánima abatida
que corre esta borrasca.
Mi espíritu en ti fía;
mi pecho a ti reclama;
Mis ojos, que te buscan
entre la niebla opaca,
su holocausto te envían
de silenciosas lágrimas.
¡Oh, cesen tus rigores;
cese del mar la rabia;
sosténme en tus bondades;
alienta mi esperanza!
    Mas ¡ah! Si de las olas
que hierven alteradas
con poderosa mano
la cólera no amansas;
si rota mi barquilla
tragáranme las aguas
y en su profundo seno
mi espíritu exhalara;
tu nombre, que bendigo,
tu amor y tu alabanza,
serán del labio amante
las últimas palabras.
¿Qué importa, si las olas
me cercan y amenazan?
Rugid: sobre el abismo
de vuestras negras masas
serenos mares surcan
en Dios mis esperanzas.

JUAN P. DE GUZMÁN.



  —181→  

ArribaAbajoDon Mateo Alemán

Retrato

Este insigne escritor nació en la ciudad de Sevilla, en la segunda mitad del siglo XVI.

Su obra principal fue la novela, célebre en el mundo, denominada Vida y hechos del pícaro de Alfarache. Merece también mención su Ortografía castellana.




ArribaAbajoGeometría de los niños

(Continuación)



ArribaAbajoXIII

Siguen los paralelogramos.


Es cosa muy general en vosotros, queridos niños, querer imitar lo que veis, por más que tal vez no podáis hacer en la imitación nada que se parezca a la realidad. Esto sucedió a vuestros amiguitos Luis y Ricardo, que llegaron a la tarde, siguiente a la en que Carlos explicó las cuatro clases de paralelogramos, provistos de unas figuritas, iguales no, pero si parecidas a las que había presentado su amigo y compañero el joven profesor. No habían estado muy mal en la realización de su trabajo, puesto que habiendo visitado Luisito a su amigo en   —182→   aquel día, habíanse entretenido en fabricar los palitos, gracias a un cortaplumas que Ricardo poseía y que les sirvió de único instrumento para hacerlos, así como con varios alfileres pudieron fácilmente clavarlos, dando así perfecta conclusión a obra tan importante.

Figuraos, amados lectores, qué ufanos no vendrían los niños con sus figuras.

Ni el conquistador que vuelve a su patria a recibir el premio de sus victorias, ni el hombre de ciencia que, tras largos afanes, ha obtenido la resolución de un problema importante, tendrían seguramente la satisfacción que nuestros niños al presentarse aquella tarde en el jardín.

¿Tendré necesidad de deciros que al momento enseñaron su trabajo sus compañeros?

No, seguramente. ¿Cómo habían de ocultar el fruto de sus afanes del día, el resultado de dos o tres horas de trabajo?

Luis y Ricardo fueron, pues, aquella tarde motivo de envidia para sus compañeros, envidia injusta que no debían abrigar, ya que ellos también podían, tal vez, haber hecho lo mismo.

Por el pronto, las figuritas de los niños dieron lugar a un repaso de la lección anterior, pues todos ellos se pusieron a recordar las definiciones de los cuatro paralelogramos, consiguiéndolo respecto de tres de ellos, pero no respecto del rombo, que nadie supo definir.

Esteban era el que más empeño tenía en recordarlo, y por lo tanto, no hacía sino torcer el cuadrado, formado por los cuatro palitos, para obtener el rombo. Ya Ricardo le había insinuado no lo hiciese mucho, porque los alfileres corrían grave riesgo de romperse; pero su compañero parecía no querer hacerle caso, y dábale al cuadrado tantos tirones, que al fin saltó en dos pedazos, causando a su propietario la pena consiguiente, y, más que pena, ocasionándole un mal humor, que desde luego hubiese motivado el necesario disgusto, si la llegada de Carlos, más que nunca oportuna, no lo hubiese impedido, haciendo a todos los niños marchar corriendo en dirección al cenador.

Quería el joven profesor hacer notar a sus discípulos las diferencias que existen entre los paralelogramos, para lo cual preguntó a Ricardo la diferencia que existe entre el cuadrado y el rombo.

¡Rara casualidad! Ricardo, que con su figura hubiera podido explicar claramente lo que su amigo y profesor le preguntaba, se veía imposibilitado de llevarlo a cabo, teniendo que contentarse con hacerlo solo verbalmente, y no pudiendo usar para nada la despedazada figura.

No obstante, una terrible mirada que lanzó a Esteban, pareció calmar su furor, dando lugar a que pudiera expresarse así:

-El cuadrado, dijo, se diferencia del rombo en que el primero tiene los ángulos rectos, y el segundo no. Esta, creo, es la única diferencia que existe entre ambas figuras.

-Bueno, dijo Carlitos; ¿y el cuadrado con el rectángulo?

-Muy fácil es saberlo; se diferencian en los lados; ayer dijiste que ambos tenían sus ángulos rectos, de modo que no pueden tener por este concepto variación alguna; no sucede lo mismo   —183→   en los lados de estas figuras, pues los de la primera son todos iguales y los de la segunda sólo lo son dos a dos; esta debe ser a mi entender, su única diferencia a.

-Vaya, vaya, has estado afortunado en tus respuestas; vamos a ver, Luis; dime, amiguito, ¿en qué se diferencian el rombo y el romboide?

-Se diferencian... yo no lo sé ciertamente, pero debe ser en los lados de esas dos figuras. Aquí tienes estas que yo he hecho con palitos, semejantes a las tuyas de ayer; con ellas veo claramente las diferencias que tienen entre sí; seguramente el romboide tiene sus lados iguales dos a dos, y el rombo tiene los cuatro iguales; es lo mismo exactamente que dijo Ricardo del rectángulo y del cuadrado.

-Perfectamente; yo me alegro de que hayas hecho con Ricardo estas figuritas de madera, ya que te han permitido responder acertadamente a mi pregunta, y que en ello das una prueba de tu afición al estudio de esta bonita ciencia. Yo creo que dentro de poco vais a ser tan geómetras como yo.

-Ojala, ojala, amigo querido, dijo Gonzalo, pudiera yo saber lo que tú; nosotros podremos llegar a saber algo, pero seguramente no pasaremos de aquí.

-¿Por qué, Gonzalo? Pues los sabios de todos los tiempos ¿no han sido niños, no han aprendido, no han tenido su época de no saber nada?

Pero nos distraemos; vamos a seguir nuestra tarea: dinos tú, Gonzalo, dinos qué diferencia encuentras tú entre el rectángulo y el romboide.

-Yo no lo sé, Carlos, yo no entiendo todavía este laberinto de tantas figuras.

-Sí, hombre, sí, es preciso que lo sepas: tú mismo te vas a convencer de ello: di a tu compañero Luis que te de el rectángulo de madera que tiene.

-Bien, ya lo tienes: tuércelo ahora para que te de el romboide. ¿Estamos?

-Sí, dijo Gonzalo, ya está.

-¿Qué tienes ahora? Un romboide formado por lo que antes era un rectángulo. ¿Han variado los lados?

-No; están iguales; son los mismos que antes.

-¿Y los ángulos?

-Esos sí, los ángulos eran rectos y ahora son dos agudos y dos obtusos. En esto se diferencian, no puedo ya tener duda.

-¿Ves como lo sabías, ves cómo sólo has tenido que reflexionar un poco para responder a mi pregunta? Esto sucede siempre, queridos compañeros; no reflexionamos y creemos no saber lo que con un poco de meditación podemos comprender fácilmente.

Ya hemos examinado los cuatro paralelogramos en sus respectivas diferencias, ahora vamos a seguir estudiando estas figuras tan bonitas y tan importantes.

Vamos a tratar de las diagonales de estas figuras. Diagonal, vosotros sabéis lo que...

En esto estaba el joven profesor cuando apareció en la puerta del cenador un criado del padre de Rafael con encargo de este señor de que subiese a verle mi amiguito; pues estaba esperándole en la casa para comunicarle cierta razón de importancia.

-Nuestro profesor no podía dejar de atender el deseo del buen padre de su amigo, y así es que dejó cortada su explicación, y, siguiendo al criado, abandonó a sus compañeros, que quedaron en el cenador discurriendo sobre el motivo   —184→   de tan precipitada marcha y haciendo mil suposiciones sobre la causa por que era llamado.

¿Cuáles eran estos?

-Ya lo veremos en el siguiente artículo, que será el decimocuarto de este trabajito que escribo para vosotros, queridos niños. Vosotros podéis también hacer las suposiciones que hacían los estudiantes, hasta que veáis en el siguiente número descubierto el enigma.

Hasta entonces, pues.

E. THUILLIER.






ArribaAbajoLa lección de solfeo

Dibujo

¿No conocéis a Carmen? Pues es una niña morenita, bastante lista y de claro talento, pero no tan aficionada a trabajar como sus papás desean. Su madre, que le enseña música, quisiera que diese todos los días la lección sin ninguna equivocación ni falta, pero no puede lograrlo. Carmen se pasa mucho tiempo jugando con una hermanita que tiene, llamada Asunción, que es un diablillo, y el estudio anda muy cojo. Luego, Carmen todo lo quiere componer con hablar de Beethoven, Mozart y otros por el estilo, a quienes oye nombrar en su casa, y se cree una profesora.

Vamos, niña, a solfear mucho y bien, pues este es el único modo de emprender con esperanzas de provecho la carrera de la música. Para conseguirlo hay que trabajar. Ya te quedará tiempo para que juegues con la traviesilla de tu hermana.



  —185→  

ArribaAbajoHistoria natural de las plantas

La botánica es la ciencia del reino vegetal; ciencia que nos enseña el modo de existencia y reproducción de las plantas, sus nombres y propiedades; ciencia inmensa, pues no hay menos de cien mil especies de vegetales en el universo.

Pero nosotros sólo vamos a dar una idea de tan grandioso asunto, reduciendo tan vasto estudio a una lección tan interesante como divertida.

La planta nace de un grano de semilla, y el objeto definitivo de su existencia es la reproducción de ese mismo grano en fruto.

La mayor parte de las plantas constan de raíz, tallo, ramas, hojas y fruto o semilla. Vamos a estudiar recreándonos cada una de estas partes.

Luego que la semilla se ha perfeccionado en la planta, se encierra en una película llamada pericarpio, y que es ya una envoltura como en el guisante y la judía, ya una cáscara leñosa y dura como en la nuez y la avellana, bien una fruta en el sentido vulgar, como en la manzana y el albaricoque.

La mayor parte de las semillas tienen formas que facilitan la diseminación: unas son ligeras y puede arrastrarlas el viento; otras son redondas y ruedan al menor choque; otras a favor de su cáscara pueden flotar sobre el agua sin detrimento; otras, en fin, son lanzadas a lo lejos por medio de un resorte natural que se afloja en el momento de la completa madurez.

Cada grano de semilla contiene en sí el germen de la planta de que procede; es ya una planta formada en pequeño, como se ve distintamente en la habichuela o judía, donde se nota una radícula, que es la raíz, una plúmula, que es el tallo, y dos hojitas, que se llaman cotiledones. Estas dos hojitas tienen por función suministrar a la planta naciente el alimento que le es necesario; vienen a ser como dos mamas para lactar al recién nacido, descomponiéndose luego que han cumplido su destino por haber tomado ya fuerza para vivir por sí la nueva planta.

El germen se desarrolla cuando la semilla se ha depositado en tierra en la estación conveniente; es decir, en la época del año en que la semilla encuentra el calor y humedad necesarios.

Las raíces crecen al principio más que el tallo, y las hay de diferentes formas, que toman nombres distintos. Se llaman fibrosas las que se componen de filamentos; tuberosas, las que como la patata forman sólidas masas carnosas o tubérculos; bulbosas, las que con capas o envolturas sobrepuestas vienen a formar un bulbo, como la cebolla; fusiformes, las que se desarrollan como el rábano en forma prolongada y sólida a manera de huso. En general, se llaman perpendiculares las raíces de cualquier forma que profundizan a plomo en la tierra.

La raíz sirve para asegurar la planta en el medio en que debe desarrollarse, y al mismo tiempo para absorber por medio de sus vasos los jugos adecuados que han de alimentarla. No produce   —186→   nunca hojas ni botones, ni tampoco toma jamás color verde aún al contacto del aire y de la luz.

Tallo es la parte del vegetal que crece en sentido inverso de la raíz, esto es, la parte que sale de la tierra y se desarrolla al aire libre. Tiende siempre a subir verticalmente buscando el aire y la luz.

Del tallo brotan las ramas, y de las ramas las hojas, cuando las tiene el vegetal, pues no todos tienen hojas; pero no hay planta sin tallo, aunque a veces es muy poco aparente.

Por su duración el tallo se llama vivaz, cuando dura muchos años; anual, bienal, etc., cuando dura un año, dos o más.

Por su consistencia se llama herbáceo, cuando es débil y de poca duración como las yerbas; leñoso, cuando es fuerte y duro como el del olivo. Este tallo leñoso de árboles y arbustos se llama tronco.

El tallo de la mayor parte de las plantas anuales está compuesto de túnicas sobrepuestas y compactas; el de las plantas vivaces se compone de fibras o tubos conjuntos y cubiertos con una capa exterior que se llama corteza.

Todos los años estos tallos tienen nuevas fibras, que se forman bajo la corteza, que crece en sentido inverso, es decir, interiormente: en el centro del árbol está la médula que le suministra la sustancia que le es necesaria.

Tres fluidos diferentes circulan en las plantas: la savia, fluido sin color y sin sabor; el cambium, semifluido o fluido espeso que la médula parece suministrar por ciertos canales que se notan en el corte trasversal de un tronco algo grueso, y los jugos propios, otros líquidos que se encuentran en las hojas y varían de color y de sabor según las diversas especies de plantas.

No todos los tallos son rectos; algunos son oblicuos y otros rastreros; hay muchos que para sostenerse suben en espiral alrededor de los vegetales más robustos, sosteniéndose por medio de zarcillos o hilos vegetales, con los que se agarran a todo lo que puede prestarles apoyo.

El tallo es el centro de las funciones nutritivas del vegetal y el conducto de la circulación de la savia que sube de la raíz y baja después de haber llegado a las extremidades.

En las ramas, y a veces en el tallo, nacen las hojas, que al principio son unos botoncillos o yemas que ya se vieron en la estación anterior, y están revestidos de unas especies de escamas que caen en la primavera. La hoja se compone de un peciolo o rabo que la une a la rama; este peciolo se divide y ramifica en una porción de nerviosidades, que forma, por decirlo así, el armazón de la hoja; los intersticios están llenos por el parénquima, y el todo cubierto por arriba y por abajo con la epidermis.

Las hojas hacen un gran papel en la vegetación. En primer lugar, exhalan por la parte superior la savia y demás fluidos que han circulado por las diversas partes del vegetal y no pueden servir a su nutrición. Un arbusto puede exhalar en un día más de un litro de líquido. La parte inferior de las hojas llena una función del todo diferente; pues absorbe los vapores contenidos en el aire y los entrega a la circulación de la planta.

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Además, las hojas exhalan durante el día, gas ácido carbónico, y durante la noche, gas oxígeno. Esta última exhalación, que es la más considerable, compensa la enorme absorción de oxígeno hecha por la respiración de los animales.

Después de las hojas vienen las flores, las cuales componen el conjunto de los órganos encargados de la producción y de la fecundación de la semilla. Una flor completa se compone de cáliz, corola, estambres y pistilo.

El cáliz está destinado a fortificar y proteger la corola, y se compone de una o más piezas sinuosas, prolongadas y terminadas en punta, que se llaman sépalos; forma la base de la flor y tiene ordinariamente el mismo color que las hojas.

La corola es lo que vulgarmente se llama flor; técnicamente, el verticilo que hay dentro del cáliz; es el conjunto de sus hojas que se llaman pétalos. Hay, sin embargo, flores cuya corola es monopétala, es decir, tiene tan bien soldadas las piezas de que se compone, que, no se nota la línea de coherencia; las flores cuya carola consta de piezas incoherentes o libres se llama polipétalas.

La corola está, por regla general, teñida de hermosos colores, y según que sus pétalos formen un verticilo simétrico o desimétrico se llama regular o irregular; más por su duración se llama fugaz si se deshoja tan luego como se abre; decidua, si se deshoja después de la fecundación, y marchitable, si se marchita antes de deshojarse.

En medio de la corola está colocado el pistilo, que se asemeja a una columnita coronada con un rodete. La parte inferior se llama ovario, y encierra los gérmenes de la semilla. Ordinariamente los estambres están colocados alrededor del pistilo, y se componen de unos filamentos o hilos con sus cápsulas partidas en dos mitades que forman la antera, el órgano donde se encierra el polvo fecundante llamado polen. El estilo es un filamento que nace del ovario y sostiene el estigma, especie de espongiola que recibe el polen y lo trasmite al ovario, efectuando así la fecundación.

Hay ciertas plantas en que el pistilo existe sólo en la corola, mientras que los estambres están en otras corolas. Sucede también que estos órganos se hallan en plantas diferentes. En estos casos, el aire o los insectos realizan la fecundación, trasportando de una flor a otra el polen generador.

Luego que de un modo o de otro se ha consumado este misterio, los estambres, el pistilo y la corola se marchitan, los gérmenes se desarrollan, crecen, se coloran y vienen a ser frutos o semillas, término de la vida de la flor.

Los órganos que acabamos de describir existen en un gran número de plantas, pero no en todas, porque hay vegetales, cuyo modo de reproducción es desconocido: necesariamente lo tienen, puesto que se reproducen; pero sus órganos y funciones no se han sometido aún a observación. Desígnanse estas plantas con el nombre genérico de criptógamas.

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Todos los vegetales que pueblan el universo están repartidos por clasificación en tres grandes tribus, determinadas por el número o falta de cotiledones u hojas seminales, que, como dijimos, sirven de mamas a las plantas nacientes.

A la primera tribu pertenecen las plantas que no las tienen, y se llaman acotiledóneas. A la segunda, las que solamente tienen una, y se llaman monocotiledóneas, y a la tercera, las que tienen dos más, llamándose dicotiledóneas.

Omitimos de intento las subdivisiones de familias y clases con su enrevesada nomenclatura, por no fatigar sin fruto a nuestros tiernos lectores.




ArribaAbajoEl jardín de Antoñito

Dibujo

Estos niños, que son hijos de un honrado labrador, no gustan de estar ociosos, imitando en esto el ejemplo de su padre. Cerca de su casa han elegido sitio, y cada cual ha formado su jardín, haciendo plantaciones, surcos y todo lo preciso para que de fruto su trabajo. Hasta ahora el de Antoñito es el que promete ser más bello y productivo, porque es el mejor cuidado, como que en esta faena le ayudan sus hermanitas. Da gusto en verdad ver a los tres hermanos tan unidos y queriéndose tanto. No hay ejemplo de que hayan reñido jamás.

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Dibujo

Universidad de Barcelona. (Vista de la parte posterior)

Creemos que en una Revista de Instrucción tienen gran oportunidad las vistas de los edificios más notables que en España están destinados a la enseñanza.

La Universidad nueva de Barcelona merece bajo este concepto el primer lugar. Es un edificio notabilísimo por su belleza, por su grandiosidad y por su construcción, y Barcelona podrá decir con orgullo que posee la primera universidad del reino. El edificio es muy capaz, y en él tendrán cabida además de las cátedras de todas las facultades, la escuela industrial, la biblioteca y el museo. -En estos momentos se celebra en el suntuoso edificio la Exposición general catalana, magnífica manifestación de lo que pueden la constancia y el amor al trabajo, que tanto distingue a los catalanes.

La construcción de este edificio empezó en 23 de Junio de 1863, según el proyecto y bajo la dirección de D. Elías Rogent.



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ArribaAbajoEl orgullo

Primer principio de nuestros defectos por Monseñor Dupanloup, Obispo de Orleans



(Conclusión)

También la cólera es hija legítima del orgullo. Las injurias, las imprecaciones propias de la cólera, son manifestaciones de un orgullo que no sabe contenerse, que se exaspera contra lo que le abate, y que anhela a toda costa ejercer una brutal superioridad.

Todos esos defectos que oscurecen algunas veces las mejores cualidades, y ponen en el rostro de quien los tiene como una mancha que le afea, la impolítica, la grosería, la insolencia, ¿qué son sino orgullosas rebeldías de quien se cree exento de atender a ningún género de conveniencias y consideraciones, y no quiere confesar sus faltas o sus debilidades? Todo esto es muy frecuente en las casas de educación, y ese orgullo malogra excelentes disposiciones de algunos niños, y les vale grandes disgustos y merecidas reconvenciones, y lo que es peor, les prepara un triste porvenir.

La vanidad, que es un deseo inmoderado de alabanzas y adulaciones; la ostentación, que es el alarde del bien que se posee; la presunción, que nos da una idea muy ventajosa de nosotros mismos, y nos hace decir más de lo que sabemos y emprender más de lo que podemos, la altanería, la arrogancia, son hijas bien legítimas del orgullo; un maestro previsor señalará inmediatamente este vicio al que caiga en él, acaso inconscientemente, y podrá advertirle de los peligros a que se expone.

Pero lo que los jóvenes no saben bien, y es muy importante que sepan, es lo grave y funesto de las consecuencias de todos esos defectos nacidos del orgullo. La vanidad y la ostentación, por ejemplo, ¡cuántas cosas ridículas, o peligrosas, o culpables hacen decir o hacer a los jóvenes y aún a los hombres! ¿De qué proceden en los jóvenes la ridícula exageración del traje y la intemperante indiscreción del lenguaje? Diréis que el cuidado exagerado del adorno de la persona no es más que ligereza y no tiene peligro en un joven. Y si lo decís, estaréis en un error. ¡Hay en eso otra cosa que el indicio de una cabeza ligera y de una limitada inteligencia! La virtud misma, en su parte más esencial, corre peligro por esas miserables futilidades que desarrollan en un joven gustos, costumbres de carácter incompatibles con la energía generosa, la sólida razón, y la púdica modestia, sin las que no hay virtud. Por eso Fenelon, que había visto de cerca ese peligro de la juventud, pone especial cuidado en atacar esa especie de vanidad y necio orgullo: -«Es cierto, dice, que conviene la limpieza, la proporción y la buena forma en los trajes destinados a cubrir nuestro cuerpo, pero jamás esos trajes deben ser un adorno vano y afectado.

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Un joven que tiene la costumbre de adornarse, como pudiera hacerlo una mujer, es indigno de la sabiduría y de la gloria.»

Innumerables son las faltas que la vana ostentación y el frívolo deseo de hacerse valer hacen cometer en la vida. Fenelon, el gran maestro, que ha sondeado tan profundamente el corazón humano, ha visto bien la gravedad de ese peligro para los jóvenes. Hay una página suya admirable en el Telémaco, en la cual está señalado ese peligro con una asombrosa perspicacia.

Seducido por manosas adulaciones, el hijo de Ulises ha hecho una larga relación de sus aventuras, y en ella todo lo ha dicho, y no ha sabido callar nada; su maestro ha visto enseguida el peligro que amenaza al discípulo, y apenas se encuentra solo con él, se apresura a hacerle notar ese peligro. He aquí cómo habla el sabio Mentor: -«El placer de contar vuestras historias os ha llevado muy lejos; habéis encantado a la diosa explicándole los peligros de que os han librado vuestro valor y vuestra astucia, pero con eso no habéis hecho más que prepararos un peligro más temible. El amor de una vana gloria os ha hecho hablar sin prudencia. Ella se había propuesto contaros ciertas historias y haceros conocer cuál ha sido el destino de Ulises, y ha encontrado medio de hablar mucho sin decir nada, y de haceros decir todo lo que ella quería saber... ¿Cuándo, ¡oh Telémaco! seréis bastante cuerdo para no hablar nunca por vanidad ¿Cuándo sabréis callar todo lo que os halaga, si no es útil decirlo?... Aprended para otra vez a hablar más sobriamente de todo lo que puede proporcionaros alabanzas...»

Nada he dicho aún de la susceptibilidad, que no busca los elogios, como la vanidad o la ostentación, pero que se ofende de la más ligera reconvención, de la más leve sospecha; este es un malentendido amor propio que indica un orgullo muy arraigado.

Hay niños que son verdaderas sensitivas; no se les puede dar un consejo o hacer una advertencia, sin que se entristezcan o se irriten.

A la menor palabra de un condiscípulo o de un maestro, se les ve inmutarse, y, se advierte que hay en ellos una cuerda sensible a la que no se puede llegar sin que se irriten. Semejante disposición es muy temible para la educación de esos niños, y hace en extremo difícil la corrección de sus defectos.

La mentira, que niega una verdad penosa; la codicia, que nunca se encuentra satisfecha de lo que posee, y sobre todo, la dureza con los pequeños, con los pobres, con los criados, con todas las personas inferiores con quienes se trata, y otros mil defectos del mismo género, tan funestos como odiosos, proceden todos del orgullo; todos nacen del amor de sí mismo, del egoísmo; en todos domina el yo, el yo al que todo se sacrifica.

La hipocresía, que pretende ocultar bajo apariencias honradas las vergonzosas pasiones que la devoran, es también hija legítima del orgullo; y el orgullo hipócrita es el más temible de todos.

También hay que decir que el orgullo es el padre de la incredulidad, de la apostasía, de la impiedad. Si no se cree en la religión o se finge no creer, es, o porque se quiere elevar uno mismo sobre todo, o porque se cede a la   —192→   miserable vanidad de querer distinguirse de los demás. ¿Quomodo potestis credere, dijo Nuestro Señor, vos qui gloriam ab invicem accipitis?... ¡Profunda y terrible frase de aquel que ve los corazones de los hombres y para Quien nada hay oculto!

En una casa de educación cristiana, el orgullo y la vanidad son frecuentemente causa de dudas contra la fe; hay que corregir el orgullo en los jóvenes para que no se apague la fe en sus corazones.

La incredulidad por orgullo, repugnante en un hombre, es verdaderamente una miseria sin nombre en un pobre joven que no sabe nada, y nada puede saber, y que se imagina que hay en su débil inteligencia más sabiduría que en todos los grandes hombres del mundo. A propósito de esa vana y ridícula incredulidad, decía Bossuet: -«¿Qué han visto esos raros genios?...»

Tal es en parte -porque no lo hemos podido decir todo, -la funesta y vergonzosa generación de los defectos que produce el orgullo. Es muy importante saber todo esto, porque es la llave de la ciencia de las costumbres. El orgullo es la enfermedad más profunda, la más antigua, la más universal, la más tristemente fecunda de nuestra flaca naturaleza: es el principio generador del mal en nosotros.

El orgullo es tan fértil en veneno para nuestro pobre espíritu y nuestro débil corazón, que se puede decir con verdad que la humildad, su antídoto, bastaría para dar al género humano el buen sentido y la virtud.






ArribaAbajoMalas intenciones

Dibujo

¿Por qué persigue tan tenazmente Luisita a la incauta mariposa?... por conseguir el capricho de cogerla y clavarla en la pared con un alfiler. ¡Qué acción tan cruel! ¡qué antipática me parece a mí una niña que tiene esas malas intenciones. Por muy bella que sea, me parecerá siempre fea y odiosa.





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