AURELIO.- Suelen quexarse los hombres de la
flaqueza de su entendimiento, por la cual no pueden comprehender
las cosas como son en la verdad; pero quien bien considerare los
daños de la vida, y los males por do el hombre pasa del
nascimiento a la muerte, parescerle ha que el mayor bien que
tenemos es la ignorancia de las cosas humanas, con la cual bivimos
los pocos días que duramos como quien en sueño pasa
el tiempo de su dolor, que si tal conoscimiento de nuestras cosas
tuviésemos cómo ellas son malas, con mayor voluntad
desearíamos la muerte que amamos la vida.
Por esto quisiera
yo doblaros, si pudiera, el descuido, y meteros en tal ceguedad y
tal olvido que no viérades la miseria de nuestra humanidad,
ni sintiérades la fortuna, su atormentadora; pero pues por
vuestra voluntad que grande mostráis de saber lo que del
hombre siento, soy yo casi compelido a hazeros esta habla, si por
ventura mis palabras fueren causa que rescebáis dolor cual
ante no avíades sentido, vosotros tenéis la culpa,
que mandáis aquesto a quien no puede dexar de
obedesceros.
Oíd pues,
señores, atentos, y hablaros he en esto que mandáis,
no según que pertenesce para ser bien declarado (porque a
esto no alcança la flaqueza del entendimiento, aunque
sólo es agudo en sentir sus males), sino hablaré yo
en ello según la experiencia que podemos alcançar en
los pocos días que bivimos, de tal manera que el tiempo
baste, y la paciencia que para oír tenéis
aparejada.
Primeramente
considerando el mundo universo, y la parte que dél nos cabe,
veremos los cielos hechos morada de espíritus
bienaventurados, claros y adornados de estrellas luzientes, munchas
de las cuales son mayores que la tierra; donde no ay mudança
en las cosas ni ay causas de su detrimento, mas antes todo lo que
en el cielo ay persevera en un ser constante y libre de
mudança. Debaxo suceden el fuego y el aire, limpios
elementos que resciben pura la lumbre del cielo.
Nosotros estamos
acá, en la hez del mundo y su profundidad, entre las
bestias, cubiertos de nieblas, hechos moradores de la tierra do
todas las cosas se truecan con breves mudanças;
comprehendida en tan pequeño espacio, que sólo un
punto paresce comparada a todo el mundo, y aun en ella no tenemos
licencia para toda. Debaxo las partes sobre que se rodea el cielo
nos las defiende el frío en munchas partes; los ardores, las
aguas en munchas más; y la esterilidad también haze
grandes soledades, y, en otros lugares, la destemplança de
los aires.
Así que de
todo el mundo y su grandeza estamos nosotros retraídos en
muy chico espacio, en la más vil parte dél, donde
nascemos desproveídos de todos los dones que a los otros
animales proveyó naturaleza. A unos cubrió de pelos,
a otros de pluma, a otros de escama y otros nascen en conchas
cerrados; mas el hombre tan desamparado, que el primer don natural
que en él hallan el frío y el calor es la carne.
Así sale al mundo como a lugar estraño, llorando y
gimiendo como quien da señal de las miserias que viene a
padescer.
Los otros
animales, poco después de salidos del vientre de su madre,
luego como venidos a lugar proprio natural, andan los campos,
pascen las yervas y, según su manera, gozan del mundo; mas
el hombre munchos días después que nasce ni tiene en
sí poderío de moverse, ni sabe do buscar su
mantenimiento, ni puede sufrir las mudanças del aire; todo
lo ha de alcançar por luengo discurso y costumbre, do
paresce que el mundo como por fuerça lo rescibe y
naturaleza, casi importunada de los que al hombre crían, le
da lugar en la vida, y aun entonces le da por mantenimiento lo
más vil. Los brutos, que la naturaleza hizo mansos, biven de
yervas y simientes y otras limpias viandas; el hombre bive de
sangre, hecho sepultura de los otros animales.
Y si los dones
naturales consideramos, verlos hemos todos repartidos por los otros
animales: munchos tienen mayor cuerpo do reine su ánima, los
toros mayor fuerça, los tigres ligereza, destreza los leones
y vida las cornejas. Por los cuales exemplos, y otros semejantes,
bien paresce que deve ser el hombre animal más indigno que
los otros, según naturaleza lo tiene aborrescido y
desamparado; y pues ella es la guarda del mundo que procura el bien
universal, creíble cosa es que no dexara al hombre a tantos
peligros tan desproveído, si él algo valiera para el
bien del mundo.
Las cosas que son
de valor éstas puso en lugares seguros, do no fuesen
ofendidas: mirad el sol dónde lo puso, mirad la luna y las
otras lumbres con que vemos; mirad dónde puso el fuego por
ser el más noble de los elementos. Pues a los otros
animales, si no los apartó a mejores lugares, armólos
a lo menos contra los peligros deste suelo: a las aves dio alas con
que se apartasen dellos; a las bestias les dio armas para su
defensa, a unas de cuernos y a otras de uñas y a otras de
dientes; y a los peces dio gran libertad para huir por las aguas.
Los hombres sólos son los que ninguna defensa natural tienen
contra sus daños: perezosos en huir y desarmados para
esperar.
Y aun sobre todo
esto naturaleza crió mil ponçoñas y venenosos
animales que al hombre matasen, como arrepentida de averlo hecho. Y
aunque esto no uviera, dentro de nosotros tenemos mil peligros de
nuestra salud. Primeramente la discordia de los elementos tenemos
nosotros en los cuatro humores que entre sí pelean:
cólera con flema, y sangre con melancolía; de los
cuales si alguno vence, como es fácil cosa, desconcierta
toda la templança humana y da la puerta a mil enfermedades.
De manera que nuestros humores mismos, en que está la vida
fundada, nuestros enemigos son que entre sí pelean por
nuestra destruición.
Agora, pues,
¿qué diré de tantas menudas canales como ay en
nuestro cuerpo, por do anda la sangre y los espíritus de
vida que siendo alguna dellas rota o estorvada se pierde la salud?
¿Qué diré de la flaqueza de los ojos y de sus
peligros, estando en ellos el mayor deleite de la vida?
¿Qué diré de la blandura de los niervos, de la
fragilidad de los huesos? ¿Qué diré, sino que
fuimos con tanto artificio hechos porque tuviésemos
más partes do poder ser ofendidos?
Y aun en esta
miserable condición que pudimos alcançar bivimos por
fuerça, pues comemos por fuerça que a la tierra
hazemos con sudor y hierro, porque nos lo dé;
vestímonos por fuerça que a los otros animales
hazemos, con despojo de sus lanas y sus pieles, robándoles
su vestido; cubrímonos de los fríos y las tempestades
con fuerça que hazemos a las plantas y a las piedras,
sacándolas de sus lugares naturales do tienen vida. Ninguna
cosa nos sirve ni aprovecha de su gana, ni podemos nosotros bivir
sino con la muerte de las otras cosas que hizo naturaleza: aves,
peces y bestias de la tierra, frutas y yervas y todas las otras
cosas perescen para mantener nuestra miserable vida, tanto es
violenta cosa y de gran dificultad poderla sostener.
Harto
serían grandes causas y bastantes éstas que dichas
tengo para conoscer cuál es el hombre, sino que bien veo que
está Antonio considerando cómo yo he mostrado las
miserias del cuerpo, a las cuales él después
querrá oponer los bienes que suelen dezir del alma. Agora,
pues, Antonio, porque ninguna parte del hombre te quede do yo no te
aya anticipado, quiero mostrar en el alma mayores males que para el
cuerpo ay. Ya tú bien sabes cómo el alma nuestra su
principal asiento tiene en el celebro, blando y fácil de
corromper; y cómo en unas celdillas dél, llenas de
leve licuor, haze sus obras principales con ayuda de los sentidos
por do se le trasluzen las cosas de fuera; y sabes también
cuán fácil cosa sea embotarle o desconcertarle
éstos sus instrumentos, sin los cuales ninguna cosa
puede.
Los sentidos de
mil maneras perescen, y, siendo estos salvos, otras causas tenemos
dentro que nos ciegan y nos privan de razón: si el
estómago abunda de vapores, luego ellos redundan a las
partes del celebro y enturbian los lugares que ha menester el alma
tener puros; si se inflaman las entrañas, con el ardor se
engendra frenesía; y si el coraçón es por de
fuera tocado de sangre, suceden desfallescimiento y tinieblas
obscuras do el alma se olvida de todas las cosas.
Pero
¿qué es menester provarlo con estas cosas que
están más apartadas, pues la mesma ánima con
sus obras más excelentes se destruye? Bien sabemos que en
altas imaginaciones metidos munchos han perdido el seso, y que
desta manera no podemos meter nuestra alma en hondos pensamientos
sin peligro de su perdición. Mas pongamos agora que todas
estas cosas no le empezcan, y que persevere tan perfecta y tan
entera como puede según naturaleza; y consideremos primero
cuánto vale el entendimiento, que es el sol del alma que da
lumbre a todas sus obras.
Éste, si
bien miráis, aunque es alabado y suele por él ser
ensallado el hombre, más nos fue dado para ver nuestras
miserias que para ayudamos contra ellas: éste nos pone
delante los trabajos por do avemos pasado; éste nos muestra
los males presentes y nos amenaza con los venideros antes de ser
llegados. Mejor fuera, me paresce, carescer de aquesta lumbre, que
tenerla para hallar nuestro dolor con ella; principalmente pues tan
poco vale para enseñamos los remedios de nuestras
faltas.
Que aunque algunos
piensan que vale más nuestro entendimiento para la vida que
la ayuda natural que tienen los otros animales, no es así,
pues nuestro entendimiento nasce con nosotros torpe y obscuro, y
antes que convalezca son pasadas las mayores necesidades de la vida
por la flaqueza de la niñez y los ímpetus de
juventud, que son los que más han menester ser con la
razón templados. Entonces ya puede algo el entendimiento
cuando el hombre es viejo y vezino de la sepultura, que la vida lo
ha menos menester; y aun entonces padesce mil defectos en los
engaños que le hazen los sentidos.
Y también
porque él, de suyo, no es muy cierto en el razonar y en el
entender, unas vezes siente uno y otras vezes el mesmo siente lo
contrario, siempre con dubda y con temor de afirmarse en ninguna
cosa; de do nasce, como manifiesto vemos, tanta diversidad de
opiniones de los hombres, que entre sí son diversos. Por lo
cual yo munchas vezes me duelo de nuestra suerte, porque teniendo
nosotros en sola la verdad el socorro de la vida, tenemos para
buscarla tan flaco entendimiento que, si por ventura puede el
hombre alguna vez alcançar una verdad, mientras la procura,
se le ofresce necesidad de otras mil que no puede seguir.
Mejor están
los brutos animales proveídos de saber, pues saben desde que
nascen lo que han menester sin error alguno: unos andan, otros
buelan, otros nadan guiados por su instinto natural. Las aves, sin
ser enseñadas, edifican nidos, mudan lugares, proveen al
tiempo; las bestias de tierra conoscen sus pastos y medicinas; y
los peces nadan a diversas partes; todos guiados por el instinto
que les dio naturaleza. Sólo el hombre es el que ha de
buscar la doctrina de su vida con entendimiento tan errado y tan
incierto como ya avemos mostrado.
Aunque yo no
sé por qué me quexo en tan pequeños
daños de nuestro entendimiento, pues siendo aquél a
quien está toda nuestra vida encomendada, ha buscado tantas
maneras de traernos la muerte. ¿Quién halló el
hierro escondido en las venas de la tierra? ¿Quién
hizo dél cuchillos para romper nuestras carnes?
¿Quién hizo saetas? ¿Quién fue el que
hizo lanças? ¿Quién lombardas?
¿Quién halló tantas artes de quitamos la vida
sino el entendimiento, que ninguna igual industria halló de
traemos la salud? Éste es el que mostró deshazer las
defensas que las gentes ponen contra sus peligros; éste
halló los engaños; éste halló los
venenos y todos los otros males por los cuales dizen que es el
hombre el mayor daño del hombre.
Otras cosas yo
diría de aquesta parte del alma si no me paresciese que esto
basta para su condenación. Y pues ella es la guía a
quien las otras siguen, no sería menester de la voluntad
dezir nada, pues no puede ser más concertada, que es sabio
su maestro; mas por mayor declaración de la intención
que tengo, diré también las cosas que della
siento.
Está la
voluntad, como bien sabéis, entre dos contrarios enemigos
que siempre pelean por ganarla: éstos son la razón y
el apetito natural La razón, de una parte, llama la voluntad
a que siga la virtud y le muestra a tomar fuerça y rigor
para acometer cosas difíciles; y, de otra parte, el apetito
natural con deleite la ablanda y la distrae. Agora, pues, ved
cuál es más fácil cosa: ¿apartarse ella
de su natural a mantener perpetua guerra, en obediencia de cosa tan
áspera como es la razón y sus mandamientos; o seguir
lo que naturaleza nos aconseja yendo tras nuestras inclinaciones,
las cuales detener es obra de mayor fuerça que nosotros
podemos alcançar?
Principalmente que
nuestros apetitos naturales nunca dexan de combatirnos, y la
razón munchas vezes dexa de defendemos. A todas horas nos
requiere la sensualidad con sus viles deleites, mas no siempre
está la razón con nosotros para amonestamos y
defendemos della, porque no sólo este cuidado tiene el
entendimiento, sino también los otros de la vida; por donde,
repartiéndose según las vanas necesidades que se
ofrescen, es por fuerça menester que munchas vezes desampare
la voluntad y la dexe en medio de los que la combaten, sin que
nadie le enseñe cómo se ha de defender; donde es
necesario que alguna vez, o por flaqueza o por error, sea presa de
los vicios. Pues cuando viene a este estado ¿qué cosa
puede ser más aborrescible que el hombre? Entonces la
sensualidad, con gula y pereza y otros blandos tratamientos de la
carne, ciega el entendimiento; y ella arde en suzios encendimientos
de luxuria. Y si por ventura la templança natural nos
resfría, como pocas vezes acontesce, otros vicios ay do se
va la voluntad cuando de la razón se aparta: éstos
son sobervia, cobdicia, invidia, enemistad y otros que ay
semejantes; de do nascen las guerras, las muertes, las
gravísimas perturbaciones en que traen los hombres al
mundo.
Agora, pues,
¡vengan esos sabios, esos que suelen tanto ensalçar el
ánima del hombre; dígannos agora do pudieron ellos
hallar bien alguno entre tantos males! Todo es vanidad y trabajo lo
que a los hombres pertenesce, como bien se puede ver si los
consideramos en los pueblos do biven en comunidad. Allí
veremos unos dellos en sus artes que dizen mecánicas estar
peleando con la dureza del hierro; otros figuran piedras; otros
suben pesos; otros pulen la madera, otros la lana; y otros en otros
exercicios sudan y trabajan encorvados sobre sus obras, do en
pequeño espacio tienen ocupados los ojos y el
pensamiento.
Y verás
allí otros los días y las noches del reposo ocupados
en las disciplinas, con cuidado perpetuo, en las cuales pierde
tanto la memoria como gana el entendimiento. Así los
veréis, a los que siguen disciplinas, acabado el trabajo
tomar de nuevo a él; los cuales me paresce que así
hazen como de Sísifo dixeron los poetas: que cuantas vezes
sube una piedra a la cumbre de un monte infernal, tantas vezes se
le cae y toma al trabajo. Pues si ésta les paresció
bastante pena para ser uno atormentado en el infierno, esos que son
en la República más estimados por las disciplinas
¿qué descanso pensáis que tienen, peleando
continuamente con el peso dellas, que tantas vezes se les cae de la
memoria cuantas lo levantan con el entendimiento?
Todos trabajan y
sudan los que biven en los pueblos; y los labradores de los campos
que andan fuera dellos no carescen de penas: descubiertos por los
soles y las aguas, andando por las soledades a procurar el
mantenimiento de los otros que biven en sus casas, como esclavos
dellos, sin esperar fin o reposo alguno, mas antes toman de nuevo
al trabajo por el orden mismo que tornan los años.
Pues los que
goviernan, mirad cómo no tienen ellos tampoco descanso,
buscando la verdad entre las contiendas de los hombres y sus
porfías, donde el hallarla es cosa de gran cuidado y gran
dificultad. Cuanto más que, pues el hombre que con mayor
cuidado mira por sí, a gran pena puede dar en sus cosas
concierto, las cuales conosce y es dellas señor,
¿cómo podrá el que govierna concertar las
vidas de tantos hombres, no sabiendo de sus intenciones nada, que
ellos tienen encubiertas en sus pechos? Y si miráis la gente
de guerra que guarda la república, verlos héis
vestidos de hierro, mantenidos de robos, con cuidados de matar y
temores de ser muertos, andando en continua mudança do los
llama la fortuna, con iguales trabajos en la noche y en el
día.
Así que
todos estos y los demás estados de los hombres no son sino
diversos modos de penar, do ningún descanso tienen ni
seguridad en alguno dellos, porque la fortuna todos los confunde y
los rebuelve con vanas esperanças y vanos semblantes de
honras y riquezas; en las cuales cosas, mostrando cuán
fácil es y cuán incierta, a todos mete en deseos de
valer tan desordenados que no ay lugar tan alto do los queramos
dexar. Con estos escarnios de fortuna, cada uno aborresce su estado
con cobdicia de los otros, do, si llega, no halla aquel reposo que
pensava, porque todos los bienes de fortuna al desear parescen
hermosos, y al gozar llenos de pena.
Así andan
los hombres, atónitos, errados buscando su contentamiento
donde no pueden hallarlo. Y entre tanto se les pasa el tiempo de la
vida, y los lleva a la muerte con pasos acelerados, sin sentirlo.
La cual nos espera encubierta, no sabemos a cuál parte de la
vida, mas bien vemos que jamás estamos tan seguros della que
no podamos tenerla muy cierta. A vezes se nos esconde do menos
sospecha ay; y otras vezes la hallamos do vamos huyendo della; unas
vezes lleva al hombre en la primera edad, y entonces es piadosa,
pues le abrevia el curso de sus trabajos; otras vezes, que es
cruel, lo saca de entre los deleites de la edad entera, cuando ya
ha cobrado a la vida grande amor. Mas pongamos que la muerte dexe
al hombre hazer el curso natural: la más luenga vida
¿no vemos cuán breve pasa?
La niñez en
breves días se nos va, sin sentido; la mocedad se pasa
mientras nos instruimos y componemos para bivir en el mundo; pues
la juventud pocos días dura, y ésos en pelea que con
la sensualidad entonces tenemos, o en damos por vencidos della, que
es peor. Luego viene la vejez, do en el hombre comiençan a
hazerse los aparejos de la muerte. Entonces el calor se
resfría; las fuerças lo desamparan; los dientes se le
caen, como poco necesarios; la carne se le enxuga y las otras cosas
se van parando tales cuales han de estar en la sepultura. Hasta que
el fin llega bolando, con calas, a quitarle de sus dulces miserias,
y aún allí en la despedida lo afligen nuevos males y
tormentos.
Allí le
vienen dolores crueles, allí turbaciones; allí le
vienen suspiros con que mira la lumbre del cielo que va ya dexando,
y con ella los amigos y parientes y otras cosas que amava,
acordándose del eterno apartamiento que dellas ha de tener.
Hasta que los ojos entran en tinieblas perdurables en que el alma
los dexa retraída a despedirse del seso y el
coraçón y las otras partes principales do, en
secreto, solía ella tomar sus plazeres. Entonces muestra
bien el sentimiento que haze por su despedida, estremesciendo el
cuerpo y, a vezes, poniéndolo en rigor con gestos
espantables en la cara, do se representan las crudas agonías
en que dentro anda entre el amor de la vida y temor del infierno;
hasta que la muerte con su cruel mano la desase de la
entrañas. Así fenesce el miserable hombre, conforme a
la vida que antes pasó.
Aquí
pudiera, Dinarco, poner fin a ésta mi habla pues he
traído el hombre hasta el punto donde desvanesce, si no
viera que me queda nueva pelea con la fama, vana consoladora de la
brevedad de nuestra vida. Ésta toman munchos por remedio de
muerte, porque dizen que da eternidad a las mejores partes del
hombre, que son el nombre y la gloria de los hechos, los cuales
quedan en memoria de las gentes que es, según dizen, la vida
verdadera. Donde claro muestran los hombres su gran vanidad, pues
esperan el bien para cuando no han de tener sentido.
¿Qué aprovecha a los huesos sepultados la gran fama
de los hechos? ¿Dónde está el sentido?
¿Dónde el pecho para rescebir la gloria?
¿Dó los ojos? ¿Dó el oír con que
el hombre coge los fructos de ser alabado? Los cuerpos en la
sepultura no son diferentes de las piedras que los cubren:
allí yazen en tinieblas, libres de bien y mal, do nada se
les da que ande el nombre bolando con los aires de la fama. La cual
es tan incierta, que a la fin mezcla la verdad con fábulas
vanas, y quita de ser conoscidos los defunctos por los nombres que
tenían. Las memorias de los grandes hombres troyanos y
griegos, con la antigüedad están así
corrompidas, que ya por sus nombres no conoscemos los que fueron,
sino otros hombres fingidos que han hecho en su lugar, con
fábulas, los poetas y los historiadores, con gana de hazer
más admirables las cosas. Y aunque digan la verdad, no
escriven en el cielo incorruptible, ni con letras inmudables; sino
escriven en papel, con letras que, aunque en él fueran
durables, con mudança de los tiempos a la fin se
desconoscen. Las letras de egipcios y caldeos, y otros munchos que
tanto florescieron, ¿quién las sabe?
¿Quién conosce agora los reyes, los grandes hombres
que a ellas encomendaron su fama?
Todo va en olvido,
el tiempo lo borra todo. Y los grandes edificios que otros toman
por socorro para perpetuar la fama, también los abate y los
iguala con el suelo. No ay piedra que tanto dure, ni metal, que no
dure más el tiempo, consumidor de las cosas humanas.
¿Qué se ha hecho de la torre fundada para subir al
cielo? Los fuertes muros de Troya; el templo noble de Diana; el
sepulchro de Mauseolo; tantos grandes edificios de romanos de que
apenas se conoscen las señales donde estavan,
¿qué son hechos? Todo esto se va en humo, hasta que
toman los hombres a estar en tanto olvido como antes que nasciesen,
y la misma vanidad se sigue después que primero
avía.
Hasta aquí,
Dinarco, me ha parescido dezir del hombre; agora yo lo dexo a
él y su fama enterrados en olvido perdurable. Yo no
sé con qué razones tú, Antonio, podrás
resuscitarlo. Dale vida, si pudieres, y consuelo contra tantos
males como has oído, que si tú así lo
hizieres, yo seré vencido de buena gana, pues tu victoria
será gloria para mí, que me veré constituido
en más excelente estado que pensava.
|
ANTONIO.- Considerando señores, la
composición del hombre -de quien oy he de decir-, me paresce
que tengo delante los ojos la más admirable obra de cuantas
Dios ha hecho, donde veo no solamente la excelencia de su saber
más representada que en la gran fábrica del cielo, ni
en la fuerça de los elementos, ni en todo el orden que tiene
el universo; mas veo también como en espejo claro el mismo
ser de Dios y los altos secretos de su Trinidad.
Parte desto vieron
los sabios antiguos con la lumbre natural, pues que puestos en tal
contemplación dixo Trimegisto que gran milagro era el
hombre, do cosas grandes se veían; y Aristóteles
creyó que era el hombre el fin a quien todas las cosas
acatan, y que el cielo tan excelente y las cosas admirables que
dentro de sí tiene, todas fueron reduzidas a que el hombre
tuviese vida, sin el cual todas parecían inútiles y
vanas. Sólo Epicuro se quexava de la naturaleza humana, que
le parecía desierta de bien y afligida de munchos males,
alegando tales razones que me paresce que tú, Aurelio, lo
has bien en ellas imitado; por lo cual le parescía que este
mundo universal se regía por fortuna, sin providencia que
dentro dél anduviese a disponer de sus cosas. Mas de
cuánto valor sea la sentencia de Epicuro, ya él lo
mostró cuando antepuso el deleite a la virtud.
Yo no quisiera que
aprovara al hombre quien a la virtud condena basta que lo aprueven
aquéllos que con alto juizio saben que al artífice
haze grave injuria quien reprueva su obra más excelente.
Dios fue el artífice del hombre y por eso, si en la
fábrica de nuestro ser uviese alguna falta, en Él
redundaría más señaladamente que de otra obra
alguna, pues nos hizo a su imagen para representarlo a él.
Si en la figura pintada do algún hombre se nos muestra
uviese alguna fealdad, ésta atribuiríamos a cuya es
la imagen, si creemos que fue hecha con verdadera semejança;
pues así las faltas de naturaleza humana, si algunas uviese,
pensaríamos que en Dios estuviesen, pues ninguna cosa ay que
tan bien represente a otra como a Dios representa el hombre.
En el ánima
lo representa más verdaderamente; la cual es incorruptible y
simplicísima, sin composición alguna, toda en un ser
como es Dios, y en este ser tres poderíos tiene con que
representa la divina Trinidad. El Padre, soberano principio
universal de donde todo procede, en contemplación de su
divinidad engendra al Hijo, que es su perfecta imagen; la cual
Él amando, y siendo della amado, procede el Espíritu
Sancto como vínculo de amor. Así con gran
semejança el ánima nuestra, contemplando, engendra su
verdadera imagen, y conosciéndose por ella, produze amor.
Desta manera, con su memoria, con que haze la imagen; y con el
entendimiento, que es el que usa della; y con la voluntad, adonde
mana el amor, representa a Dios: no sólo en esencia, sino
también en Trinidad.
Por lo cual en la
creación del mundo, aviendo hecho la Sagrada Escritura
mención de Dios con nombre de Uno, cuando uvo de
criarse el hombre refiere que dixo Dios: hagamos el hombre a
nuestra imagen y semejanza; así que se declaró
ser munchas personas en aquel paso do hacía la imagen
dellas. Y no sin causa dobló la palabra cuando dixo
imagen y semejança, porque la imagen es de la
esencia, y la semejança es del poder y del oficio: que
así como Dios tiene en su poderío la fábrica
del mundo, y con su mando la govierna, así el ánima
del hombre tiene el cuerpo subjecto, y según su voluntad lo
mueve y lo govierna; el cual es otra imagen verdadera de aqueste
mundo a Dios subjecto. Porque, como son estos elementos de que
está compuesta la parte baxa del mundo, así son los
humores en el cuerpo humano, de los cuales es templado. Y como veis
el cielo ser en sí puro y penetrable de la lumbre,
así es en nosotros el leve espíritu animal, situado
en el celebro y de allí a los sentidos derivado, por do se
rescibe lumbre y vista de las cosas de fuera. Por donde es
manifiesto ser el hombre cosa universal que de todas participa:
tiene ánima a Dios semejante, y cuerpo semejante al mundo;
bive como planta, siente como bruto y entiende como ángel.
Por lo cual bien dixeron los antiguos que es el hombre menor mundo
cumplido de la perfección de todas las cosas. Como Dios, en
sí tiene perfección universal; por donde otra vez
somos tornados a mostrar cómo es su verdadera imagen. Y pues
es así que los príncipes, cuando mandan esculpirse,
hazen que se busque alguna piedra excelente, o se purifique el oro
para hazer la figura según su dignidad, creíble cosa
es que, cuando Dios quiso hazer la imagen de su
representación, que tomaría algún excelente
metal, pues en su mano tenía hazerla de cual quisiese. Mas
la causa por que la puso en la tierra, siendo tan excelente,
oiréis agora.
Los antiguos
fundadores de los pueblos grandes, después de hecho el
edificio, mandavan poner su imagen esculpida en medio de la cibdad,
para que por ella se conosciese el fundador; así Dios,
después de hecha la gran fábrica del mundo, puso al
hombre en la tierra, que es el medio dél, porque en tal
imagen se pudiese conoscer quién lo havía fabricado.
Mas no quiso que fuese aquí como morador, sino como
peregrino desterrado de su tierra, y, como dize San Pablo,
caminando para Dios nuestra tierra es en el cielo; mas
púsonos Dios acá, en el profundo, para que se vea
primero si somos merescedores della.
Porque como el
hombre tiene en sí natural de todas las cosas, así
tiene libertad de ser lo que quisiere: es como planta o piedra
puesto en ocio; y si se da al deleite corporal es animal bruto; y
si quisiere es ángel hecho para contemplar la cara del
padre; y en su mano tiene hazerse tan excelente que sea contado
entre aquellos a quien dixo Dios: dioses sois vosotros. De
manera que puso Dios al hombre acá, en la tierra, para que
primero muestre lo que quiere ser, y si le plazen las cosas viles y
terrenas, con ellas se queda perdido para siempre y desamparado;
mas si la razón lo ensalça a las cosas divinas, o al
deseo dellas y cuidado de gozarlas, para él están
guardados aquellos lugares del cielo que a ti, Aurelio, te parescen
tan ilustres. Y Dios no nos los defiende; mas antes viendo
él que los tuvimos perdidos, embió a su
unigénito hijo a juntarse con nosotros en nuestra misma
carne, para que con su sangre nos abriese las puertas del cielo,
cerradas primero a nuestros viles pecados, y nos mostrase los
caminos de ir a ellas.
Los ángeles
que Dios tuvo cabe sí, cuando dellos fue ofendido, los
apartó y los echó en tinieblas sin remedio para
siempre; y al hombre quiso tanto que, aviéndose perdido con
sobervio deseo de sabiduría, vino a él como a hijo
más querido y no solamente le perdonó, mas
limpióle los ojos de su ceguedad y mostró cuán
excelente ser y cuán bastante le avía dado, pues
él no se desdeñava de juntar la naturaleza humana con
su misma deidad, para que conosciese el hombre cuán mal
avía hecho en menospreciar su estado. Y con todo esto, para
darle claro testimonio del amor que le tenía, sufrió
por él injurias, sufrió trabajo, sufrió
persecución, y a la fin sufrió enclavar sus miembros
en el leño de la Cruz; y vertió la sangre de su
coraçón con que nos tornó a heredar de su
sancto reino, de do por nuestros pecados nos avía
desheredado.
Agora, pues,
¿quién será osado de aborrescer al hombre,
pues lo quiere Dios por hijo y lo tiene tan mirado?
¿Quién osará dezir mal de la hermosura humana?
¿De quién anda Dios tan enamorado que por ningunos
desvíos ni desdenes ha dexado de seguirla? Guardaos, los que
esto dezís, de ofender más a Dios en culparle la obra
que él ha juzgado digna de ser guardada con tanta
perseverancia y tanto sufrimiento, que las cosas por do vuestra
culpa os engaña a menospreciar el hombre agora veréis
que son con más amor hechas que agradescimiento.
El cuerpo humano,
que te parecía, Aurelio, cosa vil y menospreciada,
está hecho con tal arte y tal medida, que bien paresce que
alguna grande cosa hizo Dios cuando lo compuso. La cara es igual a
la palma de la mano; la palma es la novena parte de toda la
estatura, el pie es la sexta y el cobdo la cuarta; y el ombligo es
el centro de un círculo que pasa por los extremos de las
manos y los pies estando el hombre tendido abiertas piernas y
braços. Así que tal compostura y proporción,
cual no se halla en los otros animales, nos muestra ser el cuerpo
humano compuesto por razón más alta. El cual puso
Dios enhiesto, sobre pies y piernas de hechura hermosa y
conveniente, porque pudiese contemplar el hombre la morada del
cielo para donde fue criado. A los otros animales puso baxos y
inclinados a la tierra para buscar sus pastos y cumplir con un solo
cuidado que del vientre tienen. Y aunque a estos los cubrió
todos de pieles y de lanas, al hombre no cubrió sino sola la
cabeça, mostrando que sola la razón que en ella mora
uvo menester amparo y, ella proveída, daría a las
otras partes bastante provisión.
Agora miremos la
excelencia de su cara. La frente soberana, do el ánima
representa sus mudanças y aficiones, ¿cuán
hermosa, cuán patente? Debaxo della están puestos los
ojos, como ventanas muy altas del alcaçar de nuestra alma,
por do ella mira las cosas de fuera; no llanos ni hundidos, mas
redondos y levantados, porque estuviesen tomados a diversas partes
y pudiesen juntamente de todas ellas rescebir las imagénes
que vienen. Los oídos están en ambos lados de la
cabeça, para coger los sonidos que de todas partes vienen.
La nariz está puesta en medio de la cara, como cosa muy
necesaria para su hermosura, por do el hombre respira, para evitar
la fealdad de traer la boca abierta; y por ella rescebimos el olor,
y ella es la que tiempla el órgano de la boz. Debaxo de la
cual sucede la boca, que entre labios colorados muestra dentro sus
blancos dientes, que son colores mezclados cuales pertenescen a
muncha hermosura; y ella es la puerta por do entra nuestra vida,
que es el mantenimiento de que nos substentamos, y la puerta por do
salen los mensajes de nuestra alma, publicados con nuestra lengua,
que mora dentro en la boca como en casa bien proveída de lo
que ha menester. Allí tiene por dónde la boz le venga
del pecho y, después de rescebida, tiene dientes, tiene
labios y los otros instrumentos con que la puede formar.
¿Quién podría agora explicar bien claramente
las excelentes obras que la lengua haze en nuestra boca? Unas vezes
rigiendo la boz por números de música, con tanta
suavidad, que no sé cuál puede ser otro mayor deleite
de los lícitos humanos; otras vezes mostrando las razones de
las cosas, con tanta fuerça, que despierta la ignorancia,
enmienda la maldad, amansa las iras, concierta los enemigos y da
paz a las cosas conmovidas en furor.
Grandes son los
milagros de la lengua, la cual, sola, es bien bastante para honrar
todo el cuerpo; mas hablemos agora de las otras partes, porque a
todas demos la dignidad que les pertenesce. La barba y las mexillas
son no solamente para firmeza y capacidad de lo que contienen, sino
también para singular hermosura que con ellas tiene la cara
del hombre. El cuello, ya lo vemos cómo es flexible para
traer en torno la cabeça a considerar todas las partes que
cerca de sí tiene. El pecho está debaxo, más
tendido que en los otros animales, como capaz de mayores cosas; en
el cual no solamente obró Dios proveyendo a la necesidad
natural, sino también a la hermosura, pues puso en el
varón, de ambas partes, pequeñas tetas no para
más de adornar el pecho.
De sus lados
más altos salen los braços, en cuyos estremos
están las manos, las cuales, solas, son miembros de mayor
valor que cuantos dio naturaleza a los otros animales. Son
éstas en el hombre siervas muy obedientes del arte y de la
razón, que hazen cualquiera obra que el entendimiento les
muestra en imagen fabricada. Éstas, aunque son tiernas,
ablandan el hierro y hazen dél mejores armas para defenderse
que uñas ni cuernos; hazen dél instrumentos para
compeler la tierra a que nos dé bastante mantenimiento, y
otros, para abrir las cosas duras y hazerlas todas a nuestro uso.
Éstas son las que aparejan al hombre vestido, no
áspero ni feo cual es el de los otros animales, sino cual
él quiere escoger. Éstas hazen moradas bien
defendidas de las injurias de los tiempos; éstas hazen los
navíos para pasar las aguas; éstas abren los caminos
por donde son ásperos, y hazen al hombre llano todo el
mundo. Éstas doman los brutos valientes; éstas traen
los toros robustos a servir al hombre, abaxados sus cuellos debaxo
del yugo; éstas hazen a los cavallos furiosos sufrir ellos
los trabajos de nosotros; éstas cargan los elefantes;
éstas matan los leones; éstas enlazan los animales
astutos; éstas sacan los peces del profundo de la mar, y
éstas alcançan las aves que sobre las nuves buelan.
Éstas tienen tanto poderío, que no ay en el mundo
cosa tan poderosa que dellas se defienda. Las cuales no tienen
menos bueno el parescer que los hechos.
Agora, pues, si
bien contempláis, veréis al hombre compuesto de
nobles miembros y excelentes, do nadie puede juzgar cuál
cuidado tuvo más su artífice: de hazerlos
convenientes para el uso, o para la hermosura. Por lo cual, los
pintores sabios en ninguna manera se confian de pintar al hombre
más hermoso que desnudo; y también naturaleza lo saca
desnudo del vientre, como ambiciosa y ganosa de mostrar su obra tan
excelente sin ninguna cobertura. Que si el hombre sale llorando, no
es porque sea aborrescido de naturaleza o porque este mundo no le
sirva, sino es, como bien dixiste tú, Aurelio, porque no se
halla en su verdadera tierra. ¿Quién es natural del
cielo?, ¿en qué otro lugar se puede hallar bien,
aunque sea bien tratado según su manera? El hombre es del
cielo natural, por eso no te maravilles si lo ves llorar estando
fuera dél.
Ni pienses tampoco
que es menos bien obrado dentro de su cuerpo que has visto por de
fuera; antes sus partes interiores son de mayor artificio, de las
cuales yo no hablo agora, con miedo que la Filosofía no me
desvíe muy lexos de mi fin. Pero diré a lo menos a lo
que tú me provocas que en la pelea de contrarias calidades,
y en la multitud de venas y fragilidad de huesos, o no ay tanto
peligro como tú representaste o, si es así, en ello
se muestra qué cuidado tiene de nosotros Dios, pues entre
peligros tan ciertos nos conserva tantos días. Y lo que
tú dizes que hazemos a todas las cosas fuerça para
bivir nosotros, vanas querellas son, pues todas las cosas mundanas
vienen a nuestro servicio no por fuerça, sino por obediencia
que nos deven. ¿No has oído en los cantares de David,
donde por el hombre dize, hablando con Dios:
Ensalçástelo sobre las obras de tus manos, todas
las cosas pusiste debaxo de sus pies: ovejas y vacas y los otros
ganados, las aves del cielo y los peces de la mar? Esto dize
David, y pues Dios es señor universal, él nos pudo
dar sus criaturas, y, dadas, nosotros usar dellas según
requiere nuestra necesidad. Las cuales no resciben injuria cuando
mueren para mantener la vida del hombre, mas vienen a su fin para
que fueron criadas.
De las cosas que
ya dichas tengo puedes conoscer, Aurelio, que no es el hombre
desamparado de quien el mundo govierna, como tú dixiste; mas
antes bastecido más que otro animal alguno, pues le fueron
dados entendimiento y manos para esto bastantes, y todas las cosas
en abundancia de que se mantuviese. Agora quiero satisfazerte a lo
que tú querías dezir: que estas cosas mejor fuera que
sin trabajo las alcançara, que no buscadas con tanto
afán, y guardadas con tanto cuidado.
Si bien
consideras, hallarás que estas necesidades son las que
ayuntan a los hombres a bivir en comunidad, de donde cuánto
bien nos venga, y cuánto deleite, tú lo ves, pues que
de aquí nascen las amistades de los hombres y suaves
conversaciones; de aquí viene que unos a otros se
enseñen, y los cuidados de cada uno aprovechen para todos. Y
si nuestra natural necesidad no nos ayuntara en los pueblos,
tú vieras cuáles anduvieran los hombres: solitarios,
sin cuidado, sin doctrina, sin exercicios de virtud, y poco
diferentes de los brutos animales; y la parte divina, que es el
entendimiento, fuera como perdida, no teniendo en qué
ocuparse. Así que lo que nos paresce falta de naturaleza, no
es sino guía que nos lleva a hallar nuestra
perfección.
Cuanto más
que, aunque estos bienes alcançáramos sin nuestras
necesidades naturales, los hombres son tan diversos en voluntades,
que no era cosa conveniente que Dios les diese más de
instrumentos para que cada uno se proveyese de las cosas
según su apetito. Así que esta incertidumbre en que
Dios puso al hombre responde a la libertad del alma: unos quieren
vestir lana, otros lienço, otros pieles; unos aman el
pescado, otros la carne, otros las frutas. Quiso Dios cumplir la
voluntad de todos haziéndolos en estado en que pudiesen
escoger, y pues es así, no devemos tener por aspereza lo que
Dios nos concedió como a hijos regalados. Dime agora
tú, Aurelio, si Dios te hiziera con cuernos de toro, con
dientes de javalí, con uñas de león, con
pellejo lanudo, ¿no te paresce que con estas provisiones que
alabas en los otros animales te hallaras tan desproveído,
según tu voluntad, que con ellas otra cosa no desearas
más que la muerte? Pues si así es, no te quexes de la
naturaleza humana, que todas las cosas imita y sobrepuja en
perfección. Solamente veo que no pudo el hombre imitar las
alas de las aves, lo cual me paresce que nos fue prohibido con
admirable providencia, porque de las alas no les viniera tanto
provecho a los buenos como de los malos les viniera daño. No
tenemos qué hazer en los aires; basta que la tierra do
bivimos la podamos andar toda, y pasar los mares, que atajan los
caminos.
Gran cosa es el
hombre, y admirable. El cual quiso Dios que con munchas
tardanças convalesciese después de nascido,
dándonos a entender la grande obra que en él
hazía. Bien vemos que los grandes edificios en unos siglos
comiençan, y en otros se acaban; pues así Dios da
perfección al hombre en tan largos días, aunque en un
momento pudiera hazerlo, porque por semejança de las cosas
que nuestras manos hazen conozcamos ésta su obra. La cual
para bien ver, tiempo es ya que entremos dentro a mirar el alma que
mora en este templo corporal. La cual, como Dios, que aunque en
todo el mundo mora, escogió la parte del cielo para
manifestar su gloria, y la señaló como lugar propio
-según que nos mostró en la oración que
hazemos al Padre-, y de allí embía los ángeles
y govierna el mundo, así el ánima nuestra, que en
todo lo imita, aunque está en todo el cuerpo, y todo lo rige
y mantiene, en la cabeça tiene su asiento principal donde
haze sus más excelentes obras. Desde allí ve y
entiende, y allí manda; desde allí embía al
cuerpo licuores sutiles que le den sentido y movimiento; y
allí tienen los niervos su principio, que son como las
riendas con que el alma guía los miembros del cuerpo. Bien
conozco que, así el celebro como las otras partes do
principalmente el alma está, son corruptibles y resciben
ofensas -como tú, Aurelio, nos mostravas-; pero esto no es
por mal del alma, antes es por bien suyo, porque con tales causas
de corrupción es disoluble destos miembros para bolar al
cielo do es -como ya he dicho- el lugar suyo natural. Por eso
hablemos agora del entendimiento, que tú tanto condenas.
El cual para
mí es cosa admirable cuando considero que aunque estamos
aquí -como tú dixiste- en la hez del mundo, andamos
con él por todas las partes: rodeamos la tierra, medimos las
aguas, subimos al cielo, vemos su grandeza, contamos sus
movimientos y no paramos hasta Dios, el cual no se nos esconde.
Ninguna cosa ay tan encubierta, ninguna ay tan apartada, ninguna ay
puesta en tantas tinieblas, do no entre la vista del entendimiento
humano para ir a todos los secretos del mundo; hechas tiene sendas
conoscidas, que son las disciplinas, por do lo pasea todo. No es
igual la pereza del cuerpo a la gran ligereza de nuestro
entendimiento, ni es menester andar con los pies lo que vemos con
el alma. Todas las cosas vemos con ella, y en todas miramos, y no
ay cosa más estendida que es el hombre que, aunque paresce
encogido, su entendimiento lo engrandesce. Éste es el que lo
iguala a las cosas mayores; éste es el que rige las manos en
sus obras excelentes; éste halló la habla con que se
entienden los hombres; éste halló el gran milagro de
las letras, que nos dan facultad de hablar con los absentes y de
escuchar agora a los sabios antepasados las cosas que dixeron. Las
letras nos mantienen la memoria, nos guardan las sciencias y, lo
que es más admirable, nos estienden la vida a largos siglos,
pues por ellas conoscemos todos los tiempos pasados, los cuales
bivir no es sino sentirlos.
Pues,
¿qué mal puede aver, dezidme agora, en la fuente del
entendimiento, de donde tales cosas manan? Que si paresce turbia
-como dixo Aurelio-, esto es en las cosas que no son necesarias en
que, por ambición, se ocupan algunos hombres, que en las
cosas que son menester lumbre tiene natural con que acertar en
ellas; y en las divinas secretas Dios fue su maestro. Así
que Dios hizo al hombre recto, mas él, como dize
Salomón, se mezcló en vanas cuestiones.
Para ver las cosas
de nuestra vida no nos falta lumbre, y en éstas, si
queremos, acertamos; y las mayores tinieblas para el entendimiento
son la perversa voluntad. Así está escripto que en el
ánima malvada no entrará sabiduría. No es
luego falta de entendimiento caer en errores, sino de nuestros
vicios, que lo ciegan y lo ensuzian. Los cuales si evitamos, y
seguimos la virtud, tenemos la vista clara y nunca erramos, como
quien anda por camino manifiesto; mas si andamos en maldades, ay
por ellas tantas sendas, y tan escondidas, que ni pueden
conoscerse, ni era cosa justa que diese Dios lumbre para andar en
ellas. Aquí son los desvanescimientos del hombre;
aquí los errores, entre los cuales yo no cuento las armas
como tú, Aurelio, que pues avía de aver malos, buenas
fueron para defendemos dellos. No ay cosa tan buena que el uso no
pueda hazerla mala: ¿qué cosa ay mejor que la salud?
Pero ésta, como ves, munchas vezes es el fundamento de
seguir los vicios. Quien de aquesta usa según virtud lo
amonesta, buena joya tiene; así pues, las armas con mal uso
se hazen malas, que ellas en sí buenas son para defenderse
de las bestias impetuosas y los hombres que les parescen. Por lo
cual cesen, Aurelio, tus quexas del entendimiento, no parezcas a
Dios desagradecido de tan alto don, y agora escucha la gran
excelencia de nuestra voluntad.
Ésta es el-
templo donde a Dios honramos, hecha para cumplir sus mandamientos y
merescer su gloria; para ser adornada de virtudes y llena del amor
de Dios y del suave deleite que de allí se sigue. La cual
nunca se halla del entendimiento desamparada, como piensas, porque
él, como buen capitán, la dexa bien amonestada de lo
que deve hazer cuando della se aparta a proveer las otras cosas de
la vida; y los vicios que la combaten no son enemigos tan fuertes
que ella no sea más fuerte, si quiere defenderse. Esta
guerra en que bive la voluntad, fue dada para que muestre en ella
la ley que tiene con Dios. De la cual guerra no te deves quexar,
Aurelio, pues a los fuertes es deleite defenderse de los males;
porque no son tan grandes los trabajos que son menester para
vencer, como la gloria del vencimiento. Cuanto más que, pues
los antiguos romanos solían pelear en regiones
estrañas, y pasar gravísimos trabajos por
alcançar en Roma un día de triunfo con vanagloria
mundana, ¿por qué nosotros no pelearemos de buena
gana dentro de nosotros con los vicios, para triunfar en el cielo
con gloria perdurable? Principalmente pues tenemos los sanctos
ángeles en la pelea por ayudadores nuestros, como San Pablo
dize, que son embiados para encaminar a la gloria los que para ella
fueron escogidos.
Y no te espantes,
Aurelio, si el hombre corrompido de vicios es cosa tan mala como
representaste, porque es como la vihuela templada, que haze dulce
armonía, y, cuando se destiempla, ofende los oídos.
Si el hombre se tiempla con las leyes de virtud, no ay cosa
más amable; mas si se destiempla con los vicios, es
aborrescible, y tanto más cuanto las faltas más feas
parescen en lo más hermoso. Y esto basta, me paresce, para
que tú, Aurelio, sientas bien de las dos partes del alma.
Agora veamos los estados de los hombres y sus exercicios, de que
tanto te quexas.
Los
artífices que biven en las cibdades no tienen la pena que
tú representavas, mas antes singular deleite en tratar las
artes, con las cuales explican lo que en sus almas tienen
concebido. No es igual el trabajo de pintar una linda imagen, o
cortar un lindo vaso, o hazer algún edificio, al plazer que
tiene el artífice después de verlo hecho.
¿Cuánto más te paresce, Aurelio, que
sería mayor pena que alguno en su entendimiento considerase
alguna excelente obra, como fue el navío para pasar los
mares, o las armas para guardar la vida, si en sí no tuviese
manera de ablandar el hierro, hender los maderos, y hazer las otras
cosas que tú representas como enojos de la vida?
Paréceme a mí que en mayor tormento biviera el
hombre, si las cosas usuales que viera con los ojos del
entendimiento no pudiera alcançarlas con las manos
corporales. Por eso no condenes tales exercicios como son
éstos del hombre, antes considera que, como Dios es
conoscido y alabado por las obras que hizo, así nuestros
artificios son gloria del hombre que manifiestan su valor.
Agora el orden por
donde tú, Aurelio, me guiaste, requiere que diga del estado
de los hombres letrados; do primero escucha lo que dixo
Salomón en sus Proverbios: Bienaventurado es el que
halló sabiduría y abunda de prudencia; mejor es su
ganancia que la de oro y plata, y todas las cosas excede que se
pueden desear. ¡Gran cosa es, Aurelio, la
sabiduría, la cual nos muestra todo el mundo, y nos mete a
lo secreto de las cosas, y nos lleva a ver a Dios, y nos da habla
con Él y conversación, y nos muestra las sendas de la
vida! Ésta nos da en el ánimo templança;
ésta alumbra el entendimiento, concierta la voluntad, ordena
al mundo, y muestra a cada uno el oficio de su estado; ésta
es reina y señora de todas las virtudes; ésta
enseña la justicia y tiempla la fortaleza; por ella reinan
los reyes y los príncipes goviernan; y ella halló las
leyes con que se rigen los hombres. Donde puedes ver, Aurelio,
cuán bien empleado sería cualquier trabajo que por
ella se tomase.
Por eso no
compares los sabios a Sísifo infernal, aunque los veas
munchas vezes tomar a aprender de nuevo lo que tienen sabido, mas
antes los compara a los amadores de alguna gran hermosura, cuyo
deleite de verla recrea el trabajo de seguirla. ¡O alta
sabiduría, fuente divina de do mana clara la verdad; do se
apascientan los altos entendimientos! ¿Qué maravilla
es, pues eres tan dulce, que tomemos a ti munchas vezes con sed?
¡Más me maravillaría yo si quien te uviese
gustado nunca a ti tomase, aunque tuviese en el camino todos los
peligros de su vida! Cuanto más que ni los ay, ni trabajos
algunos de los que tú dezías, sino fácil
entrada y suave perseverancia. El camino de ir a ella es el deseo
de alcançarla, y presto se dexa ver de quien con amor la
busca; pero hágote saber que el amor de ésta es el
temor de Dios, que limpia los ojos de nuestro entendimiento y
esclaresce la lumbre que para conoscer el bien y el mal Dios nos
dio. Y ésta es la lumbre por quien dixo Salomón:
Quien con la lumbre velare para aver sabiduría no
trabaje, que a su puerta la hallará sentada, queriendo
dezir que muy cerca está la sabiduría de quien la
mira con ojos claros del entendimiento, limpios, con amor y deseo
de servir a Dios. Los que la buscan en medio las tinieblas de sus
pecados, no es maravilla que la vean como sombra, y que no puedan
asirla, y en vano trabajen para tenerla. Aunque bien confieso que
es algo lábil nuestra sciencia, de cu quier manera que la
ayamos alcançado, y no tanto como tú dixiste,
Aurelio, pero esto es porque deseemos el asiento en ella, y el
perfecto entendimiento cual es el de la gloria que Dios nos tiene
aparejada. No era cosa conveniente que aquí, do somos
peregrinos, tuviésemos tales cumplimientos como en nuestro
natural, sino solamente tales muestras de lo que ay allá,
que nos encendamos en deseo de no errar el camino por do avemos de
ir.
Con esto me
paresce, Aurelio, que los sabios están en salvo, fuera del
peligro de ser por tus razones su estado condenado. Los que labran
los campos, que pusiste tras estos, no son tales como nos
mostravas. Tú dezías que son esclavos de los que
moramos en las cibdades, y a mí no me parescen sino nuestros
padres, pues que nos mantienen; y no solamente a nosotros, sino
también a las bestias que nos sirven, y a las plantas que
nos dan fructo. Grande parte del mundo tiene vida por los
labradores, y gran galardón es de su trabajo el fruto que
dél sacan. Y no pienses que son tales sus afanes cuales te
parescen: que el frío y el calor que a nosotros nos
espantan, por la muncha blandura en que somos criados, a ellos
ofenden poco, pues para sufrirlos han endurescido, y en los campos
abiertos tienen mejores remedios que nosotros en las casas, pues
con sus exercicios no sienten el frío, y del calor se
recrean en las sombras de los bosques, do tienen por camas los
prados floridos, y por cortinas los ramos de los árboles.
Desde allí oyen los ruiseñores y las otras aves, o
tañen sus flautas, o dizen sus cantares, sueltos de cuidados
y de ganas de valer más atormentadores de la vida humana que
frío ni calor; allí comen su pan, que con sus manos
sembraron, y otra cualquier vianda de las que sin trabajo se pueden
hallar, dichosos con su estado, pues no ay pobreza ni mala fortuna
para el que se contenta. Así biven en sus soledades, sin
hazer ofensa a nadie y sin rescebirla, donde alcançan no
más entendimiento de las cosas que es menester para
gozarlas. Dexémoslos, pues, agora en su reposo, y veamos el
estado de los que goviernan si es tal como tú, Aurelio,
dixiste.
Éstos
tienen poderío, que rescebieron de Dios para governar el
pueblo, con el cual libran los buenos de las injurias de los malos,
amparan las biudas, sostienen los huérfanos, y dan libertad
a los pobres y ponen freno a los poderosos; procuran la paz y,
avida, la guardan; dan a todos sosiego y segura posesión de
sus bienes. Así paresce el que govierna ánima del
pueblo, que todas sus partes tiene en concierto, y a todas da vida
con regimiento; el cual, si faltase, toda la república se
disiparía como se deshaze el cuerpo cuando el ánima
lo desampara. Y pues es así, noble estado es el de los que
rigen, y gran dignidad; no obscuro o impedido como tú
dezías, Aurelio: que no pienses que por la dificultad que el
hombre tiene en regirse a sí mismo, se ha de considerar la
que terná en regir a munchos. Porque en las cosas propias es
difícil juzgar, do se entremeten nuestras pasiones, mas en
las agenas somos libres, y podemos más claro ver lo que
muestra la razón, sin que nuestros apetitos nos lo estorven;
en las cuales no se puede tanto esconder la verdad que por alguna
parte no resplandezca.
Tan difícil
es esconder la verdad como la lumbre, a la cual, si unos rayos le
quitares, otros la descubrirán; y la falsedad es
difícil de sostener. La una trae osadía a juicio, y
la otra viene con temor; la una se mantiene de sí misma, la
otra para sostenerse ha menester gran industria; y, al fin, a la
una favoresce Dios, y a la otra desfavoresce. Difícil cosa
es que la verdad, con tanto amparo, sea vencida, y que vença
la falsedad si no es por descuido o por malicia del juez; o si por
divina permisión alguna vez la verdad no se conosce, y queda
desfavorescida, el que della es juez no queda culpado si con amor
la buscó. Si algún amigo tuyo, Aurelio, favoresciese
otra persona pensando que tú eras, o la socorriese en alguna
necesidad, tan en cargo le serías como si tú
verdaderamente fueras: así, el juez que a la falsedad acata
cuando le paresce ser ella la verdad, sin tener culpa en el tal
error, no menos meresce que si conosciendo la verdad la
siguiera.
Así
verás, Aurelio, cuál es el estado de los que
goviernan; agora considera cómo no es malo el oficio de los
que tratan las armas. Todo el bien que has oído puede aver
en la república, éstos lo guardan. Ellos son la causa
de la seguridad del pueblo, por los cuales no osan los que mal nos
quieren venir a perturbamos. Ellos visten hierro, sufren hambre,
sufren cansancio por no sufrir el yugo de los enemigos; y han por
mejor padescer aquestas cosas, que padescer vergüença,
y sudar en los campos sirviendo a la virtud, que sudar aprisionados
en servicio de sus enemigos. Si vencen, alcançan gloria para
sí y descanso para los suyos; y si mueren, siendo vencidos
no han menester la vida, pues en ella no temían libertad.
Cuanto más que estos espantos de hombres flacos son los
deleites de hombres fuertes: sufrir las armas, andar en cercos,
defender los muros o combatir con ellos, y las otras durezas de la
guerra, no son pena de los animosos, sino exercicios de virtud en
los cuales se deleitan y gozan del excelente don que en su pecho
tienen; las heridas no las sienten, con el amor de buenos hechos, y
su sangre dan por bien empleada cuando verterla ven por la salud de
sus tierras. Entonces se juzgan ser bienaventurados cuando han
hecho lo que la virtud les amonesta. No tienen en nada ver sus
cuerpos llagados, o dispuestos a morir, si el ánima tiene
vida sin lesión ninguna. Pero aunque es así, yo bien
confieso, Aurelio, que algunos ay que carescen destas excelencias;
mas es por sus vicios, no por culpa del estado, que así
éste, como los otros de la vida humana de que avemos
hablado, todos son tales como es la intención de quien los
sigue: no ay ninguno dellos malo para los buenos, ni bueno para los
malos.
El hombre que
escoge estado en que bivir él y sus pensamientos, con
voluntad de tratarlo como le mostrare la razón, bive
contento y tiene deleite; mas el que por fuerça siguiendo
uno muestra que tiene los ojos y el deseo en los otros más
altos, sin templança y sin concierto, éste bive
disipado y apartado de sí mismo, atormentado de lo que posee
y atormentado de lo que desea. Así que nosotros tenemos
libre poderío de nos hazer esentos de los escarnios de
fortuna, en los cuales, quien cayere, con muncha razón
será atormentado, pues él mismo se le dio; por lo
cual, antes me paresce que la fortuna es buena para amonestar los
hombres a que cada uno se contente de su estado, que no para dar
descontentamiento con deseo del ageno. Ella se declara por munchos
exemplos, y no tiene la culpa de los males que tras ella se
padescen, sino tiénela quien por descuido o ceguedad no los
considera; y tanto más es culpado quien la sigue, cuanto
más clara se conosce la vezindad que tenemos con la muerte,
donde avemos de dexar el bien deste mundo, pero no con tanto
tormento como tú, Aurelio, representavas.
No es tan cruel
nuestra muerte, ni el alma dexa el cuerpo en aquellas
agonías que dixiste pues, como sabes, en tal pelea lo
primero que el hombre pierde es el sentido, sin el cual no ay dolor
ni agonía: que estos gestos que vemos en los que mueren,
movimientos son del cuerpo, no del alma, que entonces está
adormida. Mas quiso Dios que nos paresciese comúnmente la
muerte tan espantable, con señales de tormento, porque a los
que la buscan con deseo de acabar sus males les paresciese que es
ella otro mayor, y así cada uno antes quisiese padescer vida
miserable que buscar remedio en la muerte; la cual, si nos
paresciera fácil y suave, los afligidos que andan olvidados
de las penas del infierno, no temiendo las del morir,
dexarían la vida, y padesciera el género humano muy
gran detrimento.
Así que los
espantos de la muerte no son sino guardas de la vida, por la cual
es verdad -como dixiste- que pasamos acelerados. Pero si tú
porfías que ay tantos males en la vida, ¿qué
mejor remedio pudo aver que en breve pasarlos? ¿O qué
mal hallas tú en la muerte, pues es el fin de la vida, donde
dizes que ay tantas aflicciones? No es la muerte mala sino para
quien es mala la vida, que los que bien biven, en la muerte hallan
el galardón, pues por ella pasan a la otra vida más
excelente, con deseo de la cual llorava David, porque los
días de su tardança le eran prolongados. San Pablo,
acordándose que le fue en revelación mostrada,
siempre deseava su muerte por pasar por ella a la vida perdurable,
que, como él dize, ni ojos la vieron, ni la oyeron los
oídos, ni el coraçón la comprehende. Mas
entendemos della que Dios soberano es el fundamento de la gloria,
que se descubre todo claro para que en Él apascienten sus
entendimientos altos los espíritus bienaventurados, y se
harten de su amor suavísimo, sin temor alguno de perder
jamás tan alto bien, mas antes con esperança de
recobrar sus cuerpos, que tienen en deseo Por hallarse en aquellos
mismos castillos do se defendieron de los vicios y ganaron tanta
gloria.
El día
postrero se los darán, no corruptibles, no graves ni
enfermos, sino hechos perdurables con eterna salud y con movimiento
fácil: hermosos y resplandescientes así como son las
estrellas, y con todos los otros dones que les pertenescen para ser
moradas donde bivan las almas a quien haze Dios aposento de su
gloria. Allí se verán los buenos libres del profundo
del infierno, do está la multitud de los espíritus
dañados; allí se verán en los cielos,
ensalçados y acompañados de los ángeles,
manteniendo el entendimiento en la divina sabiduría,
hartando su voluntad con amor de la gran bondad de Dios,
apascentando los ojos corporales en aquella carne humana con que
Dios nos quiso parescer. Y veremos en su cuerpo las señales
de las heridas que sufrió, que fueron las llaves con que nos
abrió el Reino donde entonces estaremos; y al fin
allí, ensalçados sobre la luna y el sol y las otras
estrellas, veremos cuanto viéremos, todo para crescimiento
de nuestra gloria que Dios nos dará como padre liberal a
hijos muy amados.
Éste es el
fin al hombre constituido: no la fama ni otra vanidad alguna como
tú, Aurelio, dezías; y éste es tan alto, que
aunque se puede considerar cuán excelente será -pues
se dará Dios al hombre en su eterna bienaventurança,
como antes dezía-, sin que ya tengamos más que dezir
dél, aviéndolo ensalçado Dios para tanta
grandeza, tú, Dinarco, verás agora lo que te conviene
juzgar del hombre conforme a la grande estima que Dios ha hecho
dél.
|