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11

Cántico espiritual. Estrofa X.

 

12

Explosión, LB, p. 59. Cfr:



Tú despertaste mi alma adormecida
En la tumba silente de las horas;
A ti, la primer sangre de mi vida
¡En los vasos de luz de mis auroras!

¡Imagina! ¡Estrechar, vivo, radiante
El imposible! ¡La ilusión vivida!
Bendije a Dios, al sol, la flor, el aire,
¡La vida toda porque tú eras vida!

(Íntima, LB, p. 56).                


 

13

Véase el capítulo 4.

 

14

Supremo idilio, CM, p. 85.

 

15

Mis amores, CV, p. 153. Vid. el soneto Fué al pasar de los CM, p. 109, passim.

 

16


En los palacios fúlgidos de las tardes en calma
Hablábase un lenguaje sentido como un lloro,
y se besaban hondo ¡hasta moderse el alma!


(El nudo, CM, p. 107).                


 

17

El recuerdo a algún concretísimo pasaje de la Santa aparece en LB, 50: «yo viví sin vivir».

 

18

Vida, cap. XX, págs. 76 b-77 a. Vid. también la Canción de la glosa soberana y las Canciones del alma que se duele que no puede amar a Dios tanto como desea, de San Juan de la Cruz. La misma creación poética de Agustini está rodeada del misterio y soledad del arrobo. Dice Zum Felde: «Una inspirada, sí, eso era Delmira, ante todo; una posesa lírica, que, al expresarse en el verso, entraba en esa especie de trance, de delirio, que los griegos reverenciaban en sus pitonisas. En tal estado de clarividencia mental, parecía revelarse en ella un sentido profundo de las cosas; y su sensibilidad física era tan tensa y dolorosa entonces, que, según su propia declaración, le hacía daño hasta la sospecha de la presencia de otra persona en la habitación vecina. Por eso escribía siempre de noche, a horas altas, cuando todos dormían y su daimón era la única presencia en la casa. Si el trance lírico la acometía imperiosamente durante el día, todos hacían en torno a su estancia, defendido por tapices espesos, un silencio de capilla» (edic. cit., p. 29).

 

19

El surtidor de oro, AA, p. 194. Sobre la total renuncia en los místicos, vid. J. Baruzi, Saint Jean de la Croix et le problème de l'expérience mystique. París, 1924, págs. 319 y sigs.

 

20

Otra Estirpe, C.V, p. 143.