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Sor Juana, el padre Vieyra y la antinomia «Demócrito que ríe vs. Heráclito que llora»

Guillermo Schmidhuber de la Mora



Al padre José G. Herrera, por su sabiduría y su vocación de ayuda1.







Famosa es la disparidad de opinión sobre las finezas de Cristo que tuvieron Antonio de Vieyra (1608-1697) y Juana Inés de la Cruz (1648?-1695). Él, renombrado jesuita portugués y afamado predicador, confesor de reyes y notable misionero del Brasil imperial; ella, criolla mexicana y monja jerónima, dramaturga y poeta. El presente artículo no contrapone estas figuras en sus discusiones teológicas, sino presenta sus soluciones para resolver otro debate intelectual: «Si el Mundo es más digno de risa o de llanto, y así quien acertara mejor, Demócrito, que reía siempre, o Heráclito, que siempre lloraba» (1700: 413). En palabras sencillas: ¿Nació la humanidad para reír o para llorar? Vieyra publicó un ensayo al respecto y sor Juana dos poemas.

La afamada Cristina, reina de Suecia (1626-1689)2, quien vivía en Roma después de su abdicación voluntaria y su conversión al catolicismo, presentó en 1674 este dilema a su Academia ante las más eminentes damas romanas y algunos altos prelados. Los contendientes invitados para sostener públicamente el debate fueron los jesuitas Jerónimo Cataneo y el mismo Vieyra; el primero se ofreció para defender la risa en apoyo al pensamiento de Demócrito y, el segundo, tuvo que aceptar el discurso del llanto y la apología de Heráclito. Demócrito de Abdera (460 a. C.-370 a. C.) fue un filósofo socrático considerado el primero pensador ateo, famosa ha sido su propuesta de que la materia está integrada por átomos; se dice que Demócrito reía irónicamente ante la marcha del mundo y decía que la risa daba sabiduría. Por su parte, Heráclito de Éfeso (535 a. C.-484 a. C.) afirmó que el fundamento de todo está en el cambio incesante; el ser deviene y todo se transforma en un proceso de nacimiento y destrucción del que nada escapa; fue conocido como «el Oscuro» por su expresión lapidaria y enigmática3.

Entre 1669 y 1675, el padre Vieyra había vivido asilado en Roma por sus diferencias con la corte portuguesa y la Inquisición4; sobrevivía bajo el amparo del papa Clemente X y el mecenazgo de la reina. Posteriormente del famoso debate, se publicaron los textos de los contendientes: el Demócrito defendido de Cataneo y el Heráclito defendido de Vieyra. El texto de Vieyra fue impreso en castellano en Murcia, (1683), en México (1685) y en Valencia en 1700.

Con el fin de parangonar los dos poemas de sor Juana con el ensayo de Vieyra, conviene presentar primero el Heráclito defendido del jesuita portugués y, posteriormente, discutirlo en relación a dos poemas que presentan el pensamiento sorjuanino sobre esta antinomia. El texto del jesuita posee un valor no sólo apologético sino también literario. Una muestra de su gran habilidad como argumentador es su inicio con el establecimiento de un puente con la posición contraria5:

«El apoyo que tengo es para mi evidencia, y es el mismo mundo el apoyo, y no el mundo solo, sino todo el mundo. Quien verdaderamente lo conoce, forzosamente ha de llorar. Y quien ríe, o no llora verdaderamente, o no le conoce. ¿Qué es verdaderamente el mundo, sino un mapa universal de miserias?».


(Vol. 1: 412)                


Luego pasa a negar que Demócrito reía: «Pues si no reía, ¿que era aquello que siempre estaba haciendo, y nosotros llamamos risa? Yo he dicho que era llanto, y que lloraba, pero lloraba de otro modo» (p. 412). El argumento de Vieyra es que hay tres maneras de llorar: llorar con lágrimas, llorar sin lágrimas y llorar de risa, señales de un dolor moderado, de un dolor más crecido y de un sumo y excesivo dolor, respectivamente. Y concluye que «no reía Demócrito de contento; de herido reía. Recibía en el corazón todas las heridas del mundo, y así mal herido, reía» (Vol. 1: 412). Y concluye afirmando el derecho al llanto:

«Y si el fin de estos dos filósofos era, como es cierto, manifestar al mundo el desconcierto de su estado y persuadir a los hombres, los errores de su juicio, el desorden de sus deseos y la vanidad de sus fatigas: también en orden de este fin tenía mucha más razón Heráclito de llorar, que Demócrito de reír».


(Vol. 1: 423)                


En el último párrafo, la voz ensayística suena a la de un filósofo cristiano (textualmente, deja de ser «filósofo natural»):

«Si el hombre por su primera trasgresión no hubiera perdido la felicidad en que fue criado, ¿lloraría, o no? Es cierto que perseverando en aquel primero estado, no lloraría, ni tendría las lágrimas de ahora. Luego en la felicidad de aquel tiempo, ¿estaría ociosa la potencia de llorar? Pues que mucho sería que en este tiempo miserable, ¿estuviese ociosa la potencia de reír?».


(Vol. 1: 434)                


Las crónicas de la época no informan cuál de los dos contendientes del debate recibió los laureles. Meses después, el jesuita dejó Roma porque había sido nuevamente aceptado en Portugal.

Cuando se publicó el texto de Vieyra en México en 1685, sor Juana se acercaba a los cuatro lustros de haber vivido enclaustrada en el convento de San Jerónimo. Debe haberlo leído porque en poco tiempo introdujo esta antinomia en dos de sus poemas. La primera cita es en el romance filosófico 2 «Finjamos que soy feliz». A continuación se presentan las estrofas alusivas (han sido prosificadas para facilitar su comprensión):

«Todo el mundo es opiniones de pareceres tan varios, que lo que el uno que es negro el otro prueba que es blanco. A unos sirve de atractivo lo que otro concibe enfado; y lo que éste por alivio, aquél tiene por trabajo. El que está triste, censura al alegre de liviano; y el que está alegre se burla de ver al triste penando.

Los dos filósofos griegos bien esta verdad probaron: pues lo que en el uno risa, causaba en el otro llanto. Célebre su oposición ha sido por siglos tantos, sin que cuál acertó, esté hasta ahora averiguado. Antes, en sus dos banderas el mundo todo alistado, conforme el humor le dicta, sigue cada cual el bando. Uno dice que de risa sólo es digno el mundo vario; y otro, que sus infortunios son sólo para llorados.

Para todo se halla prueba y razón en qué fundarlo; y no hay razón para nada, de haber razón para tanto. Todos son iguales jueces; y siendo iguales y varios, no hay quien pueda decidir cuál es lo más acertado. Pues, si no hay quien lo sentencie, ¿por qué pensáis, vos, errado, que os cometió Dios a vos la decisión de los casos? O ¿por qué, contra vos mismo, severamente inhumano, entre lo amargo y lo dulce, queréis elegir lo amargo? Si es mío mi entendimiento, ¿por qué siempre he de encontrarlo tan torpe para el alivio, tan agudo para el daño?».


(Vol. 1: 5; cursivas mías)                


Este poema fue publicado en Inundación castálida (1689); «en él sor Juana se dirige a su propio pensamiento con el que va a argüir sobre cuestiones filosóficas tratando de convencerlo para que vea el lado más placentero de la vida», según la opinión de Georgina Sabat-Rivers (Inundación: 133). La voz poética presenta cínicamente que las opiniones de pareceres y un deficiente proceso razonador no conducen a la verdad por eso hay que fundamentar todo pensamiento; además, sería inhumano escoger el llanto y no la risa. Luego la poeta pasa a hablar de sí misma al personalizarse con el adjetivo posesivo «mío»: «¿Por qué siempre he de encontrarlo tan torpe para el alivio, tan agudo para el daño?». Había que fingir que se era feliz aunque la voz poética no encuentre paliativo; no es precisamente la risa o el llanto, sino que el entendimiento no acierta alcanzar el consuelo. Sabat-Rivers ha afirmado que hay concordancia entre el final del romance 2 y la Respuesta a sor Filotea de la Cruz:

«En esto sí confieso que ha sido inexplicable mi trabajo; y así no puedo decir lo que con envidia oigo a otros: que no les ha costado afán el saber. ¡Dichosos ellos! A mí, no el saber (que aún no sé), sólo el desear saber me le ha costado tan grande... ¡Y que haya sido tal esta mi negra inclinación, que todo lo haya vencido!».


(Inundación 1982: 137 nota)                


Entre la risa y el llanto, más cercana parece sor Juana de escoger la alegría: «¿Entre lo amargo y lo dulce, queréis elegir lo amargo?». Sin embargo, había que aclarar a quién dirige sor Juana su cuestionamiento. ¿A su propio intelecto o hacia la posibilidad de contraponer la opinión de Vieyra? Sólo hacia sí misma y no hay ninguna mención de los argumentos del portugués.

La segunda cita de sor Juana de la antinomia de marras está en el romance 50 «Allá va, aunque no debiera». El editor de Fama y obras posthumas (1700), Juan Ignacio de Castoreña y Ursúa, agrega un epígrafe a este poema: «En que responde la Poetisa, con la discreción que acostumbra (al Conde de la Granja6 que le había escrito el romance 'A vos, Mexicana Musa...'7) y expresa el nombre del Caballero Peruano que la aplaude». Alfonso Méndez Plancarte apunta que este romance «es fechable en 1692 o poco después» (Vol. 1: 443) porque -como secunda Alberto G. Salceda- es una respuesta a una misiva/poema que el Conde de la Granja envió a sor Juana y en ella el noble menciona como publicados los dos primeros tomos antiguos de la monja (la fecha de tasación del segundo volumen fue el 23 de mayo de 1692). El poema cita brevemente la antinomia en sólo cuatro líneas:


[...] Versifico desde entonces
Y deste entonces poetizo,
Ya demócritas risadas
Ya en heráclitos gemidos [...].


(1951: 155)                


Los nombres de los filósofos son adjetivados para calificar a la risa y al llanto. En su labor poética sor Juana dice escribir, humorísticamente, risadas y gemidos.

El romance 50 fue escrito poco tiempo después del supuesto «acoso» para acallar la voz literaria de sor Juana. La Carta Athenagórica de sor Juana que refutaba el pensamiento de Vieyra sobre la primacía de los dones divinos había sido publicada en 1690 y la Respuesta de sor Juana al editor y obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, tuvo la fecha de 1.º de marzo de 1691. Hoy contamos con nuevos documentos -gracias a Alejandro Soriano Vallès- que prueban que la postura del obispo Manuel Fernández de Santa Cruz fue amigable y su intención proba8. Además, Soriano ha mostrado documentos testimoniales que prueban que SÍ hubo respuesta a la Respuesta de sor Juana; hallazgo documental que revoca la opinión de Octavio Paz, en Las trampas de la fe: «Manuel Fernández de Santa Cruz buscaba una retractación pero la contestación de Sor Juana fue una refutación que todavía aguarda respuesta» (1994: 501). Ahora sabemos con documentos que no hubo «acoso», y por eso la crítica sorjuanista debe cambiar su versión del final de sor Juana y aceptar la verdad histórica.

Una pregunta sería pertinente: En su romance 50, ¿apoyó o contradijo sor Juana a Vieyra, y en qué talante lo hizo? La autora juega con el anonimato de a quién dirige el poema/misiva; menciona personajes griegos -Medea, Tesalia, Ovidio, Homero, Virgilio, las Musas, Apolo, Dédalo- como en desfile del Carro de Dioniso, y cierra con la información nominal de que la dedicación del poema es al Conde de la Granja. En las últimas líneas del poema, su autora afirma que el poema esconde un anagrama, que por cierto nadie ha podido descifrar -ni Méndez Plancarte-, contamos con la pista que da sor Juana al nombrar al jesuita Atanasio Kircher y su Ars Combinatoria:


   Pero el diablo del Romance
Tiene, en su oculto artificio,
En cada copla una fuerza
Y en cada verso un hechizo [...]
   Pues si la Combinatoria,
En que a veces kirkerizo,
En el cálculo no engaña
Y no yerra en el guarismo,
   Uno de los Anagramas
Que salen con más sentido,
De su volumosa suma
Que ocupara muchos libros [...]


Además de este juego, hay una retozona variación de la voz poética emisora: las doce primeras líneas están dirigidas al receptor Conde de la Granja, quien aún no es nombrado; luego de la línea 13 hasta la 133, el receptor cambia a ser un lector inteligente que «se introduce en las potencias, sin pasar por los sentidos»; semióticamente se diría hoy, uno al que le son mayormente notables los significantes que los significados; después la voz poética se interioriza y habla para sí: «Ya os he dicho lo que soy, ya he contado lo que he sido; no hay más que lo dicho, si en algo vale mi dicho. Con que se sigue, que no puedo ser objeto digno de los tan mal empleados versos, cuando bien escrito». Y hasta la línea 174 regresa a dirigirse graciosamente al recipiente de la misiva y termina aseverando: «Lo dicho, dicho».

El romance 50, ¿se acerca al llanto o a la risa? En este poema, la voz poética es festiva y jocunda -más que en el resto de la obra poética sorjuanina- y lejana a toda lágrima. Definitivamente propone la risa, Demócrito lo hubiera aplaudido con risotadas. Es posible afirmar que si este poema perfila el talante de su autora en el periodo de creación, está claro que se mostraba feliz. Habría que aclarar que el presente ensayo no ha sido el primero en afirmar el buen talante de sor Juana al escribir el romance 50, Salceda dejó escrito al respecto:

«En este romance se advierte el mismo espíritu alegre y festivo, el mismo humor sonriente y confiado de los versos anteriores, y la actitud y las expresiones del poeta en pleno ejercicio [...] De donde se sigue que dos años después de la Carta de sor Filotea, Juana no parece muy afectada por ella».


(Vol. 4: xliii)                


En este segundo romance, sor Juana muestra su fervorosa orientación hacia la risa y ya no menciona su anterior tendencia de su entendimiento a oscurecerse alguna vez con el llanto.

Debemos recordar el largo proceso para que una misiva llegara del Perú y regresara su respuesta. Primero tiempo para la escritura; luego la enviaría a la ciudad de México por barco; alguien la entregaría al convento de San Jerónimo, y tras el permiso estricto del confesor y la priora, podría la monja leerla; para contestarla debería la monja conseguir el permiso de la priora y del confesor (siguiendo la regla agustina); luego entregar la carta al oficial que pudiera enviarla cuanto hubiera barco para Perú (el arzobispo podría censurar y no lo hizo); al recibirla, el Conde de la Granja leería el texto y escribiría su respuesta. Esta misiva era una carta común, sino la respuesta a otra proveniente de un hombre notable y de un poeta que intercambiaba cartas festivas con una monja enclaustrada, quien escondía el nombre del receptor en un anagrama juguetón. Tardada y todo, esta misiva prueba el camino de libertad de sor Juana en el último lustro de su existencia.

Los dos poemas que escribió sor Juana con la mención del dilema Risa de Demócrito vs. Llanto de Heráclito ofrecieron a su autora una nueva oportunidad de lidiar con el pensamiento de Vieyra, aunque esta vez en otra arena y no sobre teología. En conclusión, en el primer romance la autora no acierta a quién darle el triunfo, pero sí confiesa sus sentires al presentar la dubitación de su entendimiento «torpe para el alivio, tan agudo para el daño». En el segundo romance gana la risotada de Demócrito y no el gemido de Heráclito. En conclusión, ni apoya ni contradice a Vieyra y, algo importante, no presenta indicación de ningún resquemor o inquina.

Hay que especificar que Vieyra aceptó la defensa del llanto después de que su contendiente seleccionó la risa; pero podría haber atacado la razón que defendía o defender la opuesta, lo que importaba era el poder triunfal de la palabra oralizada. En las líneas del romance 50 que antecede a la cita de los filósofos griegos, sor Juana critica el circo de las opiniones:


   Todo el mundo es opiniones
de pareceres tan varios,
que lo que el uno que es negro
el otro prueba que es blanco.
   A unos sirve de atractivo
lo que otro concibe enfado;
y lo que éste por alivio,
aquél tiene por trabajo.


Conclusión cínica ante opiniones tan varias (acaso tanto como aquellos pareceres que afirmaban o negaban: «Sor Juana, sí; sor Juana, no»). Muy diferente resultan las opiniones de la monja siempre tan sopesadas y convincentes. Como en su mención de la reina Cristina en su Respuesta a sor Filotea de la Cruz cuando enlista a las grandes mujeres pensantes de todos los tiempos y menciona a tres entre sus contemporáneas: «Pues en nuestros tiempos está floreciendo la gran Cristina Alejandra, Reina de Suecia, tan docta como valerosa y magnánima» (Vol. 4: 462); a ella se le debió el debate romano que da tema a este artículo9. Qué diferente resulta la certidumbre sorjuanina comparada con las críticas nacidas del mudable juicio humano. El reclamo que hizo sor Juana en su romance 50 debió ser una lección para sus contemporáneos; así como lo debiera ser para los sorjuanistas de hoy. La voz poética del romance 2 nos da a todos un consejo: «[...] si os imagináis dichoso, no seréis tan desdichado». Esta afirmación de que la felicidad es sólo una percepción y que no importan la risa ni la lágrima, porque lo único que importa es cómo las percibimos. Con este razonamiento sor Juana encuentra la solución al afamado dilema.






Bibliografía

  • CRUZ, sor Juana Inés de la. Obras completas, vols. 1-4. México: FCE, 1951-57. (Romance 2, vol. 1, pp. 5-8, y romance 50, vol. 1, pp. 153-58; Respuesta sor Filotea de la Cruz, vol. 4, pp. 440-75).
  • ——. Inundación castálida. España: Castalia, 1982. Editora Georgina Sabat-Rives.
  • PAZ, Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz, o Las trampas de la fe. México: FCE, 1994.
  • SORIANO VALLÈS, Alejandro, Sor Juana Inés de la Cruz, doncella del verbo. México: Editorial Garabatos, 2010.
  • VIEYRA, Antonio. «Lágrimas de Heráclito defendidas», en Varios elocuentes libros. Valencia: sin datos de editor, 1700, con una introducción de Ignacio Paravizino (obra citada). También titulado «Heráclito defendido», en Murcia, por Miguel Lorente (1683). Además, como «Heráclito defendido» en México, por la Vda. de Francisco Rodríguez Lupercio (1685), «sácalo a la luz Ioseph de Errada Capetillo, de la Compañía de Jesús».


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