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Obras en prosa

Bosquejo histórico del Teatro español, escrito en francés por Mr. Viardot. (A. 12, 14, 16, 21, 23 y 29 de julio de 1834.)

Discurso | de acción de gracias | a | la R. | Academia Española | leído por | D. Manuel Bretón de los Herreros | al tomar posesión de la plaza de | socio honorario en la -sesión | del día 15 de junio de 1837. Ms. autógrafo de 22 hojas en 4º. (H.)

Este discurso, sin el exordio y con ligeras variantes, se publicó en el periódico titulado: El Liceo artístico y literario español, 1838, con el epígrafe de: Literatura dramática. De la utilidad de la versificación en los dramas, especialmente en la comedia, y de los metros que más se adaptan al diálogo.

Informe al Ministerio de la Gober | nación sobre una exposición de D. Julián | Romea pidiendo que bajo ciertas condicio | nes se le conceda gratis, y con una sub | vención además, el teatro del Príncipe. Ms. autógrafo de 6 hojas en 4º, fechado en Madrid el 15 de marzo de 1860. (H.)

Progresos y estado actual del arte de la declamación en los teatros de España. Por Don Manuel Breton de los Herreros. Madrid. Mellado, 1852. 4º mlla. Tirada especial del artículo titulado: Declamación. Progresos y estado actual de este arte en los teatros de España, que sin nombre de autor, se halla impreso en el tomo 12º de la Enciclopedia moderna, publicado por D. Francisco de P. Mellado. Madrid, 1852

Resumen de las actas y tareas de la Real Academia Española. Por D. Manuel Breton de los Herreros. Madrid, 1860. 1869. 9 folletos 8º d. mlla.

Años académicos de 1859 a 1860, 1860 a 1861, 1861 a 1862, 1862 a 1863, 1863 a 1864, 1864 a 1865, 1865 a 1866, 1866 a 1867 y 1868 a 1869.

Sinónimos castellanos compuestos por Don Manuel Breton de los Herreros. Ms. autógrafo de 577 hojas en 4º y en 8º. (H.)

Comprende este diccionario 526 artículos, cuyos epígrafes son los siguientes:

  • A costa, A expensas.
  • Abadejo, Bacalao o Bacallao, Pescado.
  • Abatimiento, Abyección, Degradación, Envilecimiento. (R. 1857.)
  • Abecé, Abecedario, Alfabeto.
  • Abertura, Apertura. (Am. 1857.)
  • Abochornar, Avergonzar, Ruborizar, Sonrojar. (C. U. 1856.)
  • Abolir, Anular, Derogar, Extinguír, Suprimir. (M. F. 1856.)
  • Aborrecimiento, Antipatía, Aversión, Encono, Odio, Ojeriza, Rencor. (R. 1857.)
  • Abreviatura, Cifra, Monograma.
  • Abrumar, Agobiar. (R. 1857)
  • Acaecer, Acontecer, Ocurrir, Suceder. (Am. 1857.)
  • Accidental, Eventual. (Am. 1857.)
  • Acechar, Atisbar, Avizorar. (Am. 1857.)
  • Aceituno, Oliva, Olivo.
  • Aceptar, Admitir. (Am. 1857.)
  • Acertijo, Adivinanza. Enigma, Quisicosa.
  • Acicalado, Atildado, Pulcro. (Am. 1857)
  • Acobardar, Amedrentar, Arredrar, Intimidar. (M. F. 1856.)
  • Acomodo, Colocación, Conveniencia. (M. F. 1856.)
  • Acompañamiento, Cortejo, Séquito. (R. 1857)
  • Aconsejar, Insinuar, Inspirar, Sugerir. (Mo. 1856.)
  • Acosar, Hostigar, Hostilizar, Perseguir. (Mo. 1856.)
  • Acostarse, Echarse, Reclinarse, Recostarse. (Mo.)
  • Acostumbrar, Soler. (Mo.)
  • Acrecentamiento, Aumento, Incremento.
  • Acreedor, Digno, Merecedor. (Mo. 1856.)
  • Actor, Comediante, Cómico, Farsante, Histrión, Representante. (Mo.)
  • Acumular, Achacar, Atribuir, Imputar. (Mo. 1856.)
  • Achacoso, Delicado, Enclenque, Enfermizo, Valetudinario. (Mo.)
  • Adamado, Afeminado. (Mo.)
  • Adepto, Prosélito. (Mo.)
  • Aderezar, Condimentar, Guisar, Sazonar.
  • Adición, Aditamento, Agregación, Agregado, Añadidura, Apéndice. (Me. 1856.)
  • Adoptar, Prohijar. (Am. 1857.)
  • Adulación, Lisonja.
  • Adusto, Displicente, Indigesto. (Mo. 1856.)
  • Adversario, Antagonista, Contrario, Émulo, Enemigo. (Mo. 1857.)
  • Advertir, Avisar, Prevenir. (Mo. 1857.)
  • Afán, Ahínco, Anhelo, Ansia. (C. U. 1856.)
  • Aferrar, Agarrar, Asir. (Mo. 1857.)
  • Afrenta, Baldón, Deshonra, Ignominia, Infamia, Oprobio. (Am. 1857.)
  • Agilidad, Ligereza. (Mo. 1857.)
  • Agraciada, Bella, Bonita, Graciosa, Hermosa, Linda. (Mo.)
  • Agricultor, Labrador, Labriego. (Mo.)
  • Aguacero, Chaparrón, Chubasco. (Me.)
  • Aguantar, Soportar, Sufrir, Tolerar. (Am. 1857.)
  • Agudo, Gracioso. (Mo.)
  • Agujerear, Horadar, Perforar, Taladrar. (Mo.)
  • Albo, Blanco, Cándido, Cano.
  • Alborozo, Alegría, Gozo, Júbilo, Regocijo. (C. U. 1856.)
  • Alcoba, Dormitorio.
  • Algarabía, Galimatías. Jerigonza.
  • Aliciente, Atractivo. (Mo.)
  • Alimentar, Mantener, Sostener, Sustentar. (Mo.)
  • Alivio, Mejoría. (Mo.)
  • Alojar, Aposentar, Dar hospitalidad, Hospedar. (Mo.)
  • Altanero, Altivo.
  • Altercación o Altercado, Contienda, Cuestión, Disensión, Disputa, Reyerta. (Mo.)
  • Alternar, Tratar, Tratarse. (Am. 1857.)
  • Amago, Amenaza. (Am. 1857.)
  • Amanuense, Calígrafo, Escribiente, Pendolista.
  • Amaños, Ardid, Artería, Estratagema. (Mo.)
  • Ambages, Circunloquios, Rodeos. (Mo.)
  • —XLIII→
  • Ambigüedad, Anfibología. (Mo.)
  • Amparo, Apoyo, Arrimo, Favor, Patrocinio, Protección. (Mo.)
  • Ampliar, Amplificar. (Mo.)
  • Anacoreta, Eremita, Ermitaño.
  • Anciano, Grandevo, Longevo, Viejo. (Mo.)
  • Ancho, Anchor, Anchura, Latitud. (Mo.)
  • Andar, Ir andando, Ir a pie. (Mo.)
  • Anegar, Inundar, Sumergir. (Mo.)
  • Apacentar, Pacer, Pastar.
  • Apaciguar, Pacificar. (Mo.)
  • Apagar, Extinguir. (Mo.)
  • Apartar, Remover, Separar.
  • Apetencia, Apetito Gana, Hambre, Necesidad. (Am. 1857.)
  • Apocado, Cobarde, Medroso, Meticuloso, Miedoso, Pusilánime, Temeroso, Tímido, Timorato.
  • Apremiante, Perentorio, Urgente. (Mo.)
  • Aquiescencia, Asenso, Asentimiento, Condescendencia, Consentimiento. (Am. 1857.)
  • Arbolillo, Arbusto. (Mo.)
  • Arcano, Misterio, Reserva, Secreto, Sigilo, Silencio. (Am. 1857.)
  • Arduo, Difícil, Dificultoso. (Am. 1857.)
  • Armisticio, Suspensión de armas, Tregua.
  • Arreglado, Imitado, Refundido, Tomado, Traducido libremente.
  • Arrestarse, Arriesgarse, Arrojarse, Aventurarse. (Am. 1857.)
  • Arrinconar, Arrumbar. (Mo.)
  • Arrojar, Lanzar, Tirar. (Mo.)
  • Arrumaco, Piropo, Requiebro. (Mo.)
  • Ascendiente, Predominio. (Mo.)
  • Asemejar, Asimilar. (Mo.)
  • Asesino, Sicario.
  • Aspirar, Optar. (Mo.)
  • Atención, Cortesanía, Cortesía, Urbanidad.
  • Atestiguar, Testificar. (Mo.)
  • Aún, Hasta, También. (Mo.)
  • Ausentarse, Irse, Largarse, Marcharse, Partir.
  • Auxilio, Ayuda, Socorro.
  • Avaricia, Codicia. (Mo.)
  • Averiguar, Indagar, Inquirir, Investigar. (Mo.)
  • Baile, Danza.
  • Balbuciente, Tartajoso, Tartamudo.
  • Baldado, Tullido. (Mo.)
  • Baldío, Vagabundo o Vagamundo, Vago. (Mo.)
  • Barro, Cieno, Fango, Limo, Lodo. (Mo.)
  • Barruntar, Presentir, Prever. (Mo.)
  • Bastante, Suficiente. (Mo.)
  • Bastardía, Vileza, Villanía. (Mo.)
  • Batacazo, Costalada, Porrazo.
  • Befa, Burla, Escarnio, Irrisión, Mofa. (Am. 1857.)
  • Beneficencia, Caridad.
  • Beneficio, Ganancia, Lucro, Provecho, Utilidad. (Am. 1857.)
  • Beneplácito, Venia. (Am. 1857.)
  • Beodo. Borracho, Ebrio, Embriagado. (Am. 1858.)
  • Beso, Ósculo. (Am. 1857.)
  • Bestia, Bruto. (Am. 1857.)
  • Bienmandado, Obediente. (Am. 1857.)
  • Bisoño, Novato, Novel, Novicio, Nuevo.
  • Bizarría, Gallardía. (Am. 1857.)
  • Bocado, Manjar, Vianda. (Am. 1857.)
  • Boda, Bodas. (Am. 1857)
  • Bola, Calumnia, Embolismo, Embuste, Engaño, Enredo, Impostura, Mentira. (Am. 1857.) Borrón, Lunar, Mancilla, Mancha. (Am. 1857.)
  • Bosque, Selva. Bracero, Jornalero, Obrero, Operario. Peón.
  • Broma, Burla, Chanza.
  • Buen humor, Jovialidad. (Am. 1858.)
  • Bufete, Despacho, Escritorio, Estudio. (Am. 1858.)
  • Bufón, Juglar. (Am. 1858.)
  • Burlador, Burlón. (Am. 1858.)
  • Burlesco, Cómico, Epigramático, Festivo, Jocoso. (Am. 1858.)
  • Cabaña, Choza, Tugurio.
  • Cachaza, Flema, Posma, Sorna. (Am. 1858.)
  • Cadalso, Patíbulo, Suplicio.
  • Cadáver, Difunto, Muerto. (Am. 1858.)
  • Cálculo, Cómputo, Presupuesto. (Am. 1858.)
  • Cálido, Caliente, Caloroso, Caluroso. (Am. 1858.)
  • Cama, Lecho, Tálamo. (Am. 1858.)
  • Cambiar, Conmutar, Permutar, Trocar. (Am. 1858.)
  • Cambiar, Mudar, Mudarse. (Am. 1858.)
  • Camposanto, Cementerio.
  • Can, Perro. (Am. 1858.)
  • Capaz, Susceptible. (Am. 1858.)
  • Capcioso, Insidioso. (M. F. 1859.)
  • Capital, Caudal. (Am. 1858.)
  • Captura, Prisión. (Am. 1858.)
  • Cara, Faz, Fisonomía, Rostro, Semblante. (Am. 1858.)
  • Carcajada, Risotada. (Am. 1858.)
  • Carencia, Falta, Privación. (M. F. 1859.)
  • Cargo, Destino, Empleo, Plaza. (Am. 1858.)
  • Carnicero, Carnívoro. (Am. 1858.).
  • Carta, Epístola.
  • Carta, Naipe.
  • Casa, Habitación, Morada, Vivienda. (Am. 1858.)
  • Casadera, Núbil. (Am. 1858.)
  • Casero, Doméstico. (M. F. 1859.)
  • Causa, Motivo, Móvil, Razón. (M. F. 1859.)
  • Ceguedad, Ceguera. (M. F. 1859.)
  • Cenceño, Delgado, Enjuto, Flaco. (M. F. 1859.)
  • Censara, Crítica.
  • Ceño, Entrecejo, Sobrecejo, Zuño. (M. F. 1859.)
  • Cercano, Inmediato, Próximo. (M. F. 1859.)
  • Certeza, Certidumbre. (M. F. 1859.)
  • Cetro, Corona. (M. F. 1859.)
  • Cisura, Cortadura, Incisión, Sajadura. (M. F. 1859.)
  • Cívico, Civil, Urbano. (M. F. 1859.)
  • Claridad, Desvergüenza, Fresca, Improperio, Pulla. (M. F. 1859.)
  • Claustro, Convento, Monasterio.
  • Coadyuvar, Cooperar. (M. F. 1859.)
  • Cocido, Olla, Puchera, Puchero.
  • Coetáneo, Coevo, Contemporáneo. (M. F. 1859.)
  • Cohabitar, Habitar con. (M. F. 1859.)
  • Cohonestar, Paliar. (M. F. 1859.)
  • Colindante, Confinante, Contérmino, Finítimo, Fronterizo, Limítrofe, Lindante, Rayano. (M. F. 1859.)
  • Coloquio, Conferencia, Conversación, Diálogo.
  • Colosal, Disforme, Enorme, Ingente. (M. F. 1859.)
  • Comensal o Conmensal, Paniaguado.
  • Comestibles, Vitualla, Víveres. (M. F. 1859.)
  • Comparar, Equiparar, Igualar. (M. F. 1860.)
  • Compasión, Conmiseración, Lástima, Misericordia.
  • Complacencia, Contento, Deleite, Gusto, Placer, Satisfacción. (C. U. 1856.)
  • Componerse, Constar de. (M. F. 1860.)
  • Comprar, Mercar.
  • Comprobar, Compulsar, Confrontar, Cotejar.
  • Con, No sin. (M. F. 1860.)
  • Concisión, Laconismo.
  • —XLIV→
  • Concitar, Conmover, Solevantar, Soliviar, Sublevar. (M. F. 1860.)
  • Conculcar, Hollar. (M. F. 1860.)
  • Conducta, Proceder, Procedimiento. (M. F. 1860.)
  • Confinar, Deportar, Desterrar, Extrañar, Relegar. (M. F. 1860.)
  • Conformidad, Paciencia, Resignación. (M. F. 1860.)
  • Consideraciones, Contemplaciones, Miramientos. (M. F. 1860.)
  • Consorte, Cónyuge. (M. F. 1860.)
  • Constar, Saber. (M. F. 1860.)
  • Construir, Elaborar, Fabricar, Labrar. (M. F. 1860.)
  • Consuelo, Solaz. (M. F. 1861)
  • Consumo, Dispendio, Gasto.
  • Contar, Narrar, Referir. (M. F. 1861.)
  • Continuar, Proseguir, Seguir. (M. F. 1861.)
  • Continuo, Incesante, Perenne. (M. F. 1860.)
  • Contradecir, Redargüir, Replicar, Reponer.
  • Contrahacer, Falsificar.
  • Contraposición, Contraste.
  • Contravención, Desobediencia.
  • Controversia, Polémica.
  • Cordial, Entrañable, Tierno.
  • Corporación, Cuerpo.
  • Cosecha, Esquilmo.
  • Costa, Margen, Orilla, Ribera.
  • Costal, Saca, Saco, Talega, Talego.
  • Costillas, Espalda-espaldas.
  • Cotidiano, De cada día, Diario.
  • Coyuntura, Ocasión, Oportunidad.
  • Cruento, Sangriento, Sanguinario.
  • Cuadrilla, Gavilla.
  • Cumplimiento, Observancia.
  • Cumplir, Obedecer, Observar.
  • Cura, Curación.
  • Curso, Decurso, Discurso, Espacio, Intervalo, Lapso, Transcurso.
  • Charlatán, Gárrulo, Hablador, Lenguaz, Locuaz.
  • Chasquido, Estallido, Estampido, Estrépito, Estridor, Estruendo, Fracaso, Fragor.
  • Chistoso, Decidor, Divertido.
  • Dadivoso, Generoso, Liberal.
  • Dama, Señora.
  • Dañoso, Nocivo, Perjudicial, Pernicioso.
  • De balde, Gratis, Gratuitamente.
  • De España, Español.
  • Debate, Deliberación, Discusión. (Am. 1866.)
  • Débil, Fácil, Frágil.
  • Débito, Deuda.
  • Decisión, Determinación, Resolución.
  • Deducir, Inferir.
  • Degradante, Humillante. (Am. 1866.)
  • Delectación, Fruición. (Am. 1866.)
  • Deleznable, Escurridizo, Resbaladizo, (Am. 1866.)
  • Delincuente, Reo.
  • Demasiado, Excesivo, Nimio. (Am. 1866.)
  • Demente, Insano, Insensato, Loco. (Am. 1866.)
  • Demoler, Derribar, Derruir. (Am. 1866.)
  • Demora, Dilación, Tardanza. (Am. 1866.)
  • Demostrar, Probar. (Am. 1866.)
  • Denigrar, Detractar, Detraer, Difamar.
  • Denuedo, Esfuerzo. (Am. 1866.)
  • Denuesto, Injuria, Insulto. (Am. 1866.)
  • Deponer, Destituir, Exonerar, Relevar, Separar. (Am. 1866.)
  • Derrochar, Dilapidar, Malgastar, Malrotar. (Am. 1865.)
  • Desaborido, Desabrido, Insípido, Insulso, Soso. (Am. 1865.)
  • Desacreditado, Desconceptuado, Malmirado, Malquisto. (Am. 1865.)
  • Desafío, Duelo, Reto. (Am. 1865.)
  • Desagradecido, Ingrato.
  • Desaire, Desdén, Desprecio, Desvío.
  • Desaliño, Desaseo. (Am. 1865.)
  • Desangrado, Exangüe.
  • Desasosiego, Inquietud, Zozobra.
  • Descanso, Reposo.
  • Descaro, Descoco, Desfachatez. Desconfianza, Recelo, Suspicacia. (Am. 1.865.)
  • Descreído, Incrédulo. (Am. 1865.)
  • Descuento, Rebaja. Desembarazo, Desenfado, Desenvoltura, Desparpajo, Despejo.
  • Desengaño, Escarmiento. (Am. 1865.)
  • Desentenderse, Hacerse el desentendido, No darse por entendido.
  • Desgana, Inapetencia.
  • Desidia, Pereza.
  • Desierto, Despoblado, Yermo.
  • Deslenguado, Desvergonzado, Insolente, Lenguaraz, Procaz.
  • Desmañado, Lerdo, Torpe.
  • Despedazar, Destrozar.
  • Desperdigar, Diseminar, Dispersar, Esparcir.
  • Desperfecto, Deterioro, Detrimento, Menoscabo.
  • Destemplanza, Intemperancia.
  • Destreza, Habilidad, Maestría, Maña, Pericia.
  • Desvelo, Insomnio, Pervigilio, Vela, Vigilia.
  • Detrás, En pos. (Am. 1865.)
  • Diatriba, Invectiva, Sátira.
  • Diferente, Distinto, Diverso, Vario.
  • Dignarse de, Servirse de, Tener a bien, Venir en.
  • Diligencias, Gestiones, Pasos.
  • Diminuto, Escaso, Exiguo.
  • Disciplina, Subordinación.
  • Discordancia, Disentimiento, Disidencia.
  • Disculpa, Exculpación, Excusa.
  • Disfrutar, Gozar.
  • Disgusto, Sinsabor.
  • Disimulado, Solapado, Taimado.
  • Disoluto, Libertino, Licencioso.
  • Distante, Lejano, Remoto.
  • Distracción, Diversión, Esparcimiento, Recreación.
  • Divulgar, Propalar, Publicar.
  • Doblar, Duplicar.
  • Doce, Una docena.
  • Docto, Erudito, Sabio.
  • Documento, Instrumento.
  • Dolo, Engaño, Fraude.
  • Doncella, Virgen.
  • Dos, Un par.
  • Dote, Prenda.
  • Dudoso, Incierto, Indeciso, Irresoluto, Perplejo.
  • Dudoso, Problemático. Ebullición, Fervor, Hervor.
  • Efectuar, Ejecutar, Realizar, Verificar.
  • Elegir, Escoger.
  • Embarazo, Estorbo, Impedimento.
  • Embeleso, Encanto, Hechizo.
  • Eminente, Excelente, Eximio, Sobresaliente.
  • Emolumentos, Gajes, Obvenciones.
  • Emperador, Monarca, Rey, Soberano.
  • Empréstito, Préstamo.
  • Encarecer, Exagerar, Ponderar.
  • Encontrar, Hallar.
  • Engañar el tiempo, Entretenerlo, Hacerlo, Matarlo, Pasarlo.
  • Enjugar, Orear, Secar.
  • —XLV→
  • Ensueño Sueño.
  • Entrada, Ingreso.
  • Envejecido, Inveterado.
  • Enviar, Remitir.
  • Equidad, Justicia, Rectitud.
  • Erario, Tesoro.
  • Escapar, Escaparse, Fugarse, Huir.
  • Escondido, Latente, Oculto.
  • Especial, Particular, Peculiar.
  • Espirar, Fallecer, Fenecer, Finar, Morir, Perecer.
  • Espontáneo, Voluntario.
  • Esquivo, Huraño. Estadista, Hombre de estado, Repúblico.
  • Estado, Nación, Potencia, Pueblo.
  • Estafa, Petardo.
  • Estar en cama, Estar en la cama.
  • Estímulo, Incentivo.
  • Estólido, Estúpido, Imbécil.
  • Estrafalario, Estrambótico, Extravagante.
  • Estro, Inspiración, Numen, Vena.
  • Exacerbar, Exasperar, Irritar.
  • Exánime, Inanimado.
  • Exceptuar, Eximir.
  • Excitar, Incitar, Inducir, Instilar.
  • Éxito, Resultado.
  • Exótico, Extranjero, Extraño, Forastero.
  • Expeler, Expulsar.
  • Explícito, Expreso.
  • Exquisito, Selecto.
  • Extemporáneo, Inoportuno, Intempestivo.
  • Exterminar, Extirpar.
  • Facundia, Verbosidad.
  • Faenas, Haciendas, Quehaceres, Tareas, Trabajos.
  • Falsedad, Falsía.
  • Famélico, Hambriento, Hambrón.
  • Fastidio, Hastío, Tedio.
  • Fatuidad, Necedad, Sandez, Simpleza, Tontería.
  • Favorable, Propicio.
  • Fecundo, Feraz, Fértil.
  • Femenil, Femenino, Mujeriego, Mujeril.
  • Fineza, Obsequio, Presente, Regalo.
  • Fogata, Hoguera.
  • Fogón, Hogar.
  • Folleto, Obrilla, Opúsculo.
  • Formalidad, Gravedad, Seriedad.
  • Forzar, Violar.
  • Forzoso, Indispensable, Menester, Necesario, Preciso.
  • Fragmento, Pedazo, Trozo.
  • Franco, Ingenuo, Sincero.
  • Fraterna, Paulina, Peluca, Reconvención, Recriminación, Reprensión, Reprimenda, Sermón.
  • Fresco, Moderno, Nuevo, Reciente.
  • Frívolo, Fútil.
  • Frugal, Pareo, Sobrio.
  • Fuerza, Vigor.
  • Fugaz, Fugitivo, Prófugo.
  • Futuro, Venidero, Venturo.
  • Gemir, Lamentar, Lamentarse, Quejarse.
  • Goloso, Lamerón, Laminero.
  • Gorrón, Parásito, Pegote.
  • Gravoso, Oneroso.
  • Guardar cama, Hacer cama.
  • Guerrero, Militar, Mílite, Soldado.
  • Habla, Idioma, Lengua, Lenguaje.
  • Hacendado, Propietario, Terrateniente.
  • Hacer negocio, Hacer su negocio, Hacer un negocio.
  • Hacer noche, Pasar la noche, Pernoctar.
  • Hartar, Saciar, Satisfacer.
  • Hazaña, Proeza.
  • Hidrofobia, Rabia.
  • Holganza, Holgazanería, Holgorio, Huelga, Ocio, Ociosidad.
  • Hombría de bien, Honradez, Probidad.
  • Honorífico, Honroso.
  • Idéntico, Igual, Mismo, Propio.
  • Ignorar, No saber.
  • Ilícito, Prohibido, Vedado.
  • Imbuir, Inculcar, Infundir.
  • Impávido, Impertérrito, Intrépido.
  • Implorar, Rogar. Solicitar, Suplicar.
  • Impuro, Inmundo.
  • Incipiente, Naciente, Principiante.
  • Inconstante, Instable, Veleidoso, Versátil, Voluble.
  • Incontinencia, Lascivia, Liviandad, Lujuria.
  • Incuria, Indolencia, Negligencia.
  • Indecible, Inefable.
  • Indemnizar, Reparar, Resarcir, Subsanar.
  • Indigencia, Miseria.
  • Individuo, Persona, Sujeto.
  • Indulgencia, Lenidad.
  • Inexorable, Inflexible.
  • Infinito, Inmenso, Innumerable.
  • Inocentada, Muchachada, Niñada, Niñería, Puerilidad.
  • Insignificante, Insustancial.
  • Insistir, Perseverar, Persistir.
  • Intercalar, Interpolar, Interponer.
  • Interés, Rédito, Renta.
  • Interino, Provisional, Suplente.
  • Interrogar, Preguntar.
  • Intitular, Titular.
  • Izquierdo, Siniestro, Zurdo.
  • Jamón, Pernil.
  • Juez, Magistrado.
  • Juguete, Ludibrio.
  • Lastimero, Lastimoso.
  • Latín, Latinidad.
  • Laudable, Loable, Plausible.
  • Lazo, Vínculo.
  • Legal, Legítimo.
  • Lento, Moroso, Tardo.
  • Leve, Venial.
  • Libro, Obra, Tomo, Volumen.
  • Litigio, Pleito.
  • Lóbrego, Oscuro, Tenebroso.
  • Logrero, Usurero.
  • Luego, Presto, Pronto.
  • Llanto, Lloro.
  • Llegar, Venir.
  • Lleno, Pleno.
  • Machacar, Majar, Moler, Triturar.
  • Madurez, Sazón. Magnate, Poderoso, Potentado, Prócer.
  • Mandado, Recado.
  • Mandamiento, Mandato, Orden, Precepto.
  • Manifiesto, Ostensible, Patente, Visible.
  • Más bien, Mejor.
  • Más de, Más que.
  • Mediano, Mediocre.
  • Medicamento, Medicina, Remedio.
  • Medio-media, Mitad.
  • Medrar, Prosperar.
  • Mejora, Mejoría.
  • Mendigo, Pordiosero.
  • Menoría, Minoría.
  • Menoscabo, Merma, Pérdida, Quebranto.
  • Mensualidad, Mesada.
  • —XLVI→
  • Mesón, Parador, Posada, Venta.
  • Mezclado, Misto.
  • Mi, Mío-mía.
  • Modestia, Pudor, Recato.
  • Mueble, Trasto.
  • No ser bueno, Ser malo.
  • Noticia, Novedad, Nueva.
  • Nutritivo, Suceso, Suculento, Sustancioso.
  • Obcecar, Ofuscar.
  • Oacute;bice, Obstáculo.
  • Obstinación, Terquedad.
  • Ocioso, Redundante, Superfluo.
  • Oferta, Promesa.
  • Orar, Rezar, Originario, Oriundo.
  • Paso, Tránsito.
  • Patricio, Patriota.
  • Pauperismo, Pobretería, Pobreza, Paupérrimo, Pobrísimo.
  • Peculiar, Privativo, Propio.
  • Penetración, Perspicacia, Sagacidad.
  • Pequeñito, Pequeñuelo.
  • Percibir, Recibir.
  • Pesadumbre, Pesar.
  • Picar, Pinchar, Pungir, Punzar.
  • Picazón, Picor.
  • Plazo, Término.
  • Plebe, Populacho, Vulgo.
  • Posponer, Postergar.
  • Postrero, Último.
  • Precito, Réprobo.
  • Precoz, Prematuro, Temprano.
  • Premio, Recompensa.
  • Preponderar, Prevalecer.
  • Presumido, Presuntuoso, Vanidoso, Vano.
  • Presuntivo, Presunto, Pretendido.
  • Provecho, Utilidad.
  • Pubertad, Pubescencia.
  • Público, Pueblo.
  • Quebrantar, Quebrar, Romper.
  • Quedar, Restar.
  • Queja, Querella.
  • Recelo, Sospecha.
  • Receptáculo, Recipiente.
  • Recobrar, Recuperar.
  • Recuerdo, Reminiscencia.
  • Redimir, Rescatar.
  • Regreso, Vuelta.
  • Reír, Reírse.
  • Reiterar, Repetir.
  • Relente, Sereno.
  • Remuneración, Retribución.
  • Residuo, Resta, Resto.
  • Ridículo, Risible.
  • Rigidez, Rigor, Severidad.
  • Risueño, Tentado a la risa.
  • Salubre, Saludable, Salutífero, Sano.
  • Secular, Seglar.
  • Semilla, Simiente.
  • Sencillez, Simpleza, Simplicidad.
  • Serenidad, Tranquilidad.
  • Sojuzgar, Someter, Subyugar, Sujetar.
  • Solo, Único.
  • Sometimiento, Sumisión.
  • Subalterno, Súbdito, Subordinado, Vasallo.
  • Suplementario, Supletorio.
  • Tacto, Tiento, Tino.
  • También, Tan bien.
  • Terráqueo, Terrenal, Terreno, Terrestre.
  • Terrazgo, Terreno, Territorio, Terruño.
  • Traducción, Versión.
  • Traje, Veste.
  • Vestido, Vestidura, Vestimenta.
  • Tramar, Urdir.
  • Trans, Tras.
  • Trasferir, Trasladar, Transmitir, Trasponer, Trasportar.
  • Triunfo, Victoria.
  • Trivialidad, Vulgaridad.
  • Un cualquiera, Un quídam.
  • Varonil, Viril.
  • Veraz, Verdadero, Verídico.
  • Viviente, Vivo.



Artículos de crítica literaria

Conde (El) de Candespina, novela histórica por D. Patricio de la Escosura. (C. 5 oct. 1832.)

[Oda del Excmo. Sr. Duque de Frías, leída el 21 de marzo de 1832 en la distribución de premios de la Real Academia de San Fernando.] (C. 21 mayo 1832.)

[Oda dirigida al Excmo. Sr. Conde-Duque de Luna por D. Mariano Roca de Togores.] (C. 23 mayo 1831.)

Panorama matritense. Cuadros de costumbres de la capital por D. Ramón de Mesonero y Romanos. (A. 14 oct. 1835.)

Pobrecito (El) Hablador, revista satírica, por el bachiller D. Juan Pérez de Munguía. (C. 1.º oct. y 5 y 21 dic. 1832.)

Poesías de D. Juan Bautista Alonso. (A. 18 febrero 1835.)

[Poesías del Solitario, dadas a luz por D. Serafín E. Calderón.] (C. 10 jun. 1831.)

Sayón (El), cuento romántico en verso, por don Gregorio Romero y Larrañaga. (L. 4 jul. 1836.)




Artículo de crítica dramática y musical, y de crónica teatral

(C. 1831.)Abril 4, 6, 20 y 29; mayo 2,11, 16, 18, 25, 27 y 30; junio 1, 6, 8, 10, 15, 22 y 27; julio 1, 4, 6, 11, 15, 18 y 27; agosto 1, 3,5, 12, 17, 19, 24, 26, 29 y 31; setiembre 2, 9, 12, 14, 19, 23, 28 y 30; octubre 3, 5, 10, 17, 21 y 26; noviembre 7, 9, 14, 21, 25 y 30; diciembre 5, 7, 12, 19, 21, 23, 26 y 28.
(C. 1832.) Enero 2, 4, 9, 11, 16, 20, 23, 25 y 27; febrero 6, 8, 10, 15, 20, 22, 24, 27 y 29; marzo 2, 5, 14, 19, 28 y 30; abril 13; mayo 2, 4, 7, 11, 18, 21, 25, 28 y 30; junio 1, 4, 6,13, 18, 20, 22, 25, 27 y 29; julio 2, 6, 18, 20, 27 y 30; agosto 3, 8, 10, 13, 17, 20, 24, 29 y 31; setiembre 10, 12, 14, 19, 21, 24 y 26; octubre 8, 10, 14, 22, 24 y 31; noviembre 2, 5, 12, 19, 21, 23 y 30; diciembre 7, 17, 19, 21 y 26.
(C. 1833.) Enero 4, 9, 11, 23 y 25; febrero 1, 4, 11, 18 y 25; marzo 1, 4, 6, 8,11, 15,   —XLVII→   18, 20, 22, 25 y 29; abril 1, 5, 8, 10, 12, 15, 19, 22, 24 y 29; mayo 8, 10, 17, 20, 22, 24, 27 y 29; junio 3, 7, 10, 12, 14, 17 y 21; julio 1, 3, 5, 8, 10, 12, 22 y 26; agosto 2, 12, 16, 19, 23, 28 y 30; setiembre 4, 9, 11, 16, 20, 25 y 27.
(B. 1834.) Marzo 4.
(U. 1834.) Abril 1, 3, 6, 8, 15 y 26; mayo 14.
(A. 1834.)Junio 29; julio 4 y 5.
(A. 1835.) Enero 9, 24 y 29; febrero 3, 13 y 21; marzo 2, 7, 12 y 21; abril 21, 23 y 24; mayo 5, 7, 12 y 30; junio 4, 9, 11, 20 y 21; julio 8, 9, 10, 14, 21 y 27; agosto 6, 17 y 27; setiembre 1, 11 y 16; octubre 6, 22 y 24; noviembre 5, 9, 12, 21 y 25; diciembre 17 y 19.
(A. 1836.) Enero 18, 21 y 25; febrero 4 y 9; marzo 6, 10, 11, 20, 21, 23, 26 y 29; abril 5, 9, 12 y 22; ¡mayo 3 y 13.
(L. 1836.) Junio 2, 10, 17, 13 y 25; julio 21 y 26; agosto 1, 6 y 16.




Artículos varios

A Dios (Un) al carnaval. (C. 22 feb. 1833)

[Amor (El) a la libertad.] Artículo de fondo que empieza: «El amor a la libertad...» (B. 2 marzo 1834.)

Años (Los). (M.)

Apuntes curiosos para la historia de la censura de obras dramáticas en la década calomardina. (A. 2 noviembre 1835.)

Carnaval (El) a los madrileños. (A. 19 febrero 1836.)

Carta (Una). (M.)

Carta pastoral de Merino. (A. 26 julio 1834.)

Cartas (Las). (M.)

Castañera (La). (M.) (P.)

Comida (Una) de campo. (M.)

Cosas (Las). (M.)

Cosas que rara vez se ven en nuestros teatros. (U. 23 Abril 1834.)

Cuatro consejos a un poeta dramático bisoño. (M.)

Cucas (Las). (C. U. 1855.)

Curanderos (Los). (M.)

Charlatanismo escénico o arte de agradar a la multitud con poco trabajo. (C. 22 set. 1832.)

De la rima. (C. 6 oct. 1833.)

De la versificación en la comedia. (C. 7 agosto 1833.)

De las comedias caseras. (C. 2 nov. 1831.)

De las comidas en la escena. (C. 24 dic. 1832.)

De los apartes o palabras pronunciadas por un actor como para sí mismo en presencia de otros. (C. 26 set. 1831.)

De los sainetes. (C. 30 dic. 1831.)

De los tratamientos. (M.)

[Diálogo entre D. Patricio y D. Jeremías sobre elecciones de diputados a Cortes.] (L. 14 junio 1836.)

Dichos (Los). (M.)

Diferentes sistemas de los actores para la representación de los dramas. (C. 5 set. 1831.)

Dos palabras sobre la propiedad literaria respecto de obras dramáticas. (L. 14 ag. 1836.)

Empleado (Un). (M.)

Galería de cuadros sueltos en forma de charadas o quisicosas. (M.)

Gobierno (El) de ogaño y el de antaño. (A. 19 jun. 1834.)

Hombre (Un) ocupado. (M.)

Hombres (Los) amables. (M.)

Importantes (Los). -(A. 27 Jun. 1834.)

Importunos (Los). (M.)

Junta (Una). (L. 7 jun. 1836.)

Lavandera (La). (M.) (P.)

Lecciones a un periodista novel. (A. 10 dic. 1835.)

Línea de aduanas para géneros dramáticos. (C. 15 mayo 1833.)

Lista de las cosas que me incomodan en la escena. (C. 15 jun. 1832.)

Literatura dramática. De la unidad de acción. (C. 22 jul. 1831.)

Literatura dramática. De las traducciones. (C. 8 jul. 1831)

Literatura dramática.[Sobre las reglas clásicas.] (A. 9 set. 1835.)

Lo que es vivir en buena calle. (M.)

Mal (El) humor. (M.)

Marido (Un) dichoso. (Al.)

Máscaras. (C. 15 feb. 1833.)

Máscaras (Las). (C. 7 Mar. 1832.)

Matrimonio (El) de piedra. (C. U. 1855.)

Mayorazgo (El) de Lucena. (M.)

Miscelánea. (A. 25 feb. 1835.)

Nariz (Una). Anécdota de carnaval. (M.) (P.)

Necrología [de D. Rafael Pérez, actor.] (C. 27 en. 1832.)

Necrología [de la actriz Rita Luna.] (C. 21 mar. 1832.)

Nodriza (La). (M.) (P.)

[Noticia biográfica de Bernardo Gil, actor.] (C. 23 mayo 1832.)

[Noticia biográfica de Enriqueta Merie Lalande, primera dama tiple.] (C. 16 set. 1831.)

Pelar la pava. (B. 4 mar. 1834.)

Penalidades a que viven sujetos los poetas. (A. 11 mar. 1835.)

Pereza (La). (A. 12 ag. 1835.)

Placeres de la amistad. (M.)

Policía urbana. La nueva barbería. (A. 4 de dic. 1835.)

Preguntón (Un). (M.)

Pretendiente (El) y su ministro. (U. 13 mayo 1834.)

Progresos de la lengua castellana. (A.. 16 enero 1835.)

Sábado (El). (Am. 1857.)

Sastres (Los). (M.)

Sinsabores del poeta dramático. (L. 9 jul. 1836.)

Sobre el abuso de ciertas palabras. (L. 29 julio 1836.)

Sobre la acción teatral, o los gestos y movimientos que el actor asocia a la palabra. (C. 24 oct. 1831.)

Sobre la división de los dramas en actos. (C. 9 oct. 1833.)

[Sobre la invencible propensión que tenemos a juzgar a las personas por los nombres que llevan.] (L. 19 jul. 1836.)

Sobre la risa. (C. 4 set. 1829.)

Statu-quo (El) de los carlistas, o bases de una constitución política casi tan libre como la de Constantinopla. (U. 15 mayo 1834.)

[Tanto vales cuanto tienes.] Artículo que empieza: «Cuando se emborracha un pobre...». (A. 1.º ag. 1834.)

  —XLVIII→  

Teatro. A los poetas. (C. 30 abril 1832.)

Teatro. Arte dramático. De la verosimilitud. (C. 23 nov. 1831)

Teatro. Arte dramático. De los monólogos. (C. 29 oct. 1832.)

Teatro. [Contra los actores llamados morcilleros.] (C. 26 mar. 1832 y 17 jul. 1833.)

Teatro. [Contra los actores que se distraen en la escena.] (C. 9 ab. 1832 y 18 set. 1833.)

Teatro. Cuatro palabras sobre aplausos y desaires. (C. 9 mayo 1831.)

Teatro. De los acompañamientos. (C. 8 febrero 1833.)

Teatro. Producciones originales. (C. 2 diciembre 1831.)

Teatros. [Abuso de las orquestas.] (C. 11 abril 1831.)

Teatros. [Clasicismo y romanticismo.] (C. 13 abril 1831.)

Teatros. De la propiedad en los trajes. (C. 16 enero 1833.)

Teatros. [De las cortesías con que en medio de una representación muestran los actores su agradecimiento a los aplausos que reciben.] (C. 15 ag. 1831.)

Teatros. [De los aplausos, silbidos y demás signos con que el público manifiesta su aprobación o desaprobación.] (C. 11 nov. 1831.)

Teatros. [De los billetes y de los asientos.] (C. 13 jul. 1832.)

Teatros. Inconvenientes de la asistencia a ellos. (C. 6 en. 1832.)

Todo es farsa en este mundo. (C. 24 ag. 1829.)

Visión de visiones. (A. 27 mar. 1835.)





  —XLIX→     —L→     —LI→  

ArribaAbajoPrólogo de la edición de 1850

Pocos escritores dramáticos contaba el Parnaso español a principios del siglo presente; pocas también fueron las obras que dejaron. Cinco solas escribió Moratín, cinco Cienfuegos, Quintana dos; Plano, Meseguer y Sánchez una cada uno.5 Jovellanos, preso en Bellver, mal podía ya pensar en ficciones poéticas; Enciso, Tapia, Carnerero, García Suelto, Marchena y Saviñón traducían; los demás autores o traductores no eran muchos, aunque eran malos. Cienfuegos murió en Francia, llevado allí por ser enemigo de los franceses; Moratín emigró por amigo; la segunda visita que nos hicieron nuestros vecinos en el años 1823 arrojó de la Península o redujo al silencio a los sucesores de Moratín y Cienfuegos. Cuatro poetas dignos de nombre contribuyeron a los teatros de Madrid con alguna obra recomendable en el agitado trienio del 20 al 23: D. Francisco Martínez de la Rosa, que dio su moral y bien dialogada comedia La hija en casa y la madre en la máscara; D. Manuel Eduardo de Gorostiza, que, representado a principios de 1820 su Don Dieguito, trabajó después algunas imitaciones del francés y varias piececillas políticas originales; D. Ángel Saavedra Remírez Baquedano (duque de Rivas hoy), autor de la tragedia titulada Lanuza, muy superior a sus ensayos dramáticos anteriores; y D. Dionisio Villanueva Solís, traductor del drama de Chénier Juan de Calás, cuya versificación le hubiera granjeado el título de buen poeta, si no se lo hubieran ganado antes las vigorosas traducciones del Orestes, y la Virginia de Alfieri. Fugitivos de España Gorostiza, Martínez de la Rosa y el futuro Duque de Rivas; oculto y confinado después en Segovia Solís, apuntador del teatro de la Cruz, aunque digno de más alto empleo, la escena española quedó en tan mísero estado, que de los tres dramitas representados en Madrid para celebrar la restitución de Fernando VII en la plenitud de la autoridad absoluta, hubo de escribir el uno D. Juan Bautista de Arriaza, que ciertamente no había nacido con ingenio dramático. Su obra, sin embargo, fue la mejor, porque él al cabo era poeta.

En tal situación, habiendo trascurrido un año, durante el cual, sólo se habían representado en la coronada Villa como obras originales, fuera de los dramas políticos, dos comedias, arrancadas de cuajo lastimosamente de dos novelas6, trajo el vetusto Diario de Madrid (único en la capital, porque la Gaceta no era diaria), este modesto anuncio:

«TEATROS. En el del Príncipe, a las siete de la noche, en celebridad del cumpleaños del Rey nuestro Señor (Q. D. G.), estará el teatro iluminado, y se ejecutará la función siguiente. Se dará principio con una sinfonía; en seguida se representará la comedia nueva original, en tres actos, titulada A la vejez viruelas; a continuación se bailará el bolero por María Vives y Pedro González; y se finalizará el espectáculo con la comedia nueva original, en un acto, titulada Virtud y reconocimiento o La entrada del ejército francés en Madrid

No se usaba entonces elogiar las obras dramáticas en los periódicos antes que fueran expuestas al público; no se decía en los carteles si la composición era la primera o la última del autor; no se habían vulgarizado aún los epítetos de distinguido, acreditado y célebre, ni   —LII→   se vendían los billetes para la función nueva un mes antes que se representara; el público madrileño, menos aficionado a la declamación que a la ópera, concurría sin aceleramiento a las funciones llamadas de verso, generalmente escritas en prosa; palmoteaba a Rafael Pérez, a Cubas y a Carretero; oía con benevolencia a Luis Martínez y a Ramón López; sufría pacientemente a los racionistas; descomponíase cuando alguno se equivocaba. Para los autores no había misericordia; verdad es que no solían ser conocidos, y así la reprobación cargaba sólo sobre la obra. Hoy la prensa diaria divulga el nombre del autor mucho antes que la obra se represente, y aun quizás antes que haya sido escrita, sin embargo, aquella diferencia de suerte entre el autor y el actor subsiste idéntica. El actor de mérito, aunque no todos los días sea igual a sí mismo, aunque no todo lo represente bien, aunque algunas veces trabaje mal, no por eso suele ser desairado: los errores se le perdonan, equitativa y aun justamente, en gracia de los aciertos. Pero escriba un poeta una obra endeble, después de veinte no salvará del naufragio a la veintiuna. Esto es muy natural. El trato engendra cariño: el público ve y trata más de cerca a los actores que a los autores.

La comedia titulada A la vejez viruelas obtuvo lisonjera acogida. Testigo fue un joven, de diez y ocho años entonces, que sólo pisaba el teatro de tarde en tarde, porque su padre no era aficionado a recreos, que, sobre ser costosos, acababan cerca de media noche. Todavía recuerda bastante bien este testigo la traza del teatro y el aspecto general de la concurrencia en aquella ocasión. La embocadura, más estrecha que la que tiene ahora el Teatro Español, unas pilastras estriadas jónicas a los lados, un escudo enorme de talla con las armas reales en medio del arco; en el telón, deslucido ya y roto, una alegoría muy bien pintada: Minerva mandando a los genios de las artes colocar en el templo de la Fama los retratos de los ingenios españoles. Palcos divididos con pared; antepechos altos; sobre el sitio destinado a las mujeres, llamado cazuela, el palco Real descubierto, colgado y con el retrato de Fernando VII; todos los espectadores con el sombrero en la mano; en las lunetas algunos con uniforme de gala; capas y chaquetas en galerías y patio; pocos guantes, poco lujo en lo general del auditorio; en el ornato del teatro, ninguno: la iluminación de cera constituía el lujo de aquella noche. Alzose el telón; aparecieron en el tablado Joaquín Caprara y Gertrudis Torre (los actores no usaban don en aquella época); hicieron una profunda reverencia al retrato del Rey, y la actriz principió diciendo... lo que el lector verá pocas páginas más adelante.

«¿Quién es el autor de esa comedia?», preguntaba el testigo anónimo a un empleado, que tenía algunas relaciones con las compañías. «Un riojano que ha servido de voluntario, un cesante. Era secretario de una intendencia en tiempo de la indefinida, y se ha quedado a pie como todos. Dicen que es joven de provecho: a los 19 años escribió esa comedia.» «¡Hola!, añadió otro interlocutor, bachiller en leyes. Pues el que hace eso a los 19 años, vena fecunda tiene. Mucho bueno, muchas comedias espero de él.»

Poco más que esto dio que hablar la comedia original del cesante. El público había venido a verla; se había divertido, y se retiró en paz a su casa.

Veinticinco años después se leían en diez o doce periódicos de Madrid estas o semejantes palabras:

«Mañana 30 de noviembre se verificará la primera representación de la comedia titulada ¿Quién es ella?, cuyo autor persiste en guardar aún rigorosamente el incógnito.»

¡Cuántos sucesos en veinticinco años! Pierde sus colonias España; Francia conquista Argel; álzase Atenas, capital de un reino independiente y cristiano; una dinastía cae; otra le sucede y cae también; estalla una guerra civil; arde, quema, devasta, mengua y se extingue. El mundo entero se había renovado en un cuarto de siglo: ¿qué mucho que se renovara un teatro?

El de Príncipe había perdido su nombre, su aspecto interior era otro. Bajas y cómodas butacas de terciopelo encarnado sustituían a las antiguas lunetas con asientos de badana y respaldo elevadísimo; la cazuela, el palco Real y los tabiques de los otros habían ya desaparecido;   —LIII→   luz vivísima de gas iluminaba el arqueado recinto, donde por todas partes se veían dorados y seda; la embocadura presentaba, en el mismo lugar que ocuparon las pilastras antiguas, los retratos al óleo de los seis grandes poetas de la escena española, Lope, Calderón, Tirso, Moreto, Rojas y Alarcón... ¡Alarcón, que en 1824, ciento ochenta y cinco años después de su muerte, aún no había conseguido que la posteridad le hiciese justicia! Teatro, actores, trajes, espectadores, todo era nuevo, todo era diferente de lo del año 24; hasta el fin con que el público asistía era otro: en 1824 iba a saber qué cosa era la comedia que se le ofrecía, en 1849 iba a averiguar quién era el autor de una comedia; veinticinco años ha el público veía el drama sin acordarse del autor, veinticinco años después oía el drama con impaciencia, anhelando sólo saber quién le había escrito.

«¿Quién es él?, ¿quién es él?» decían a la vez varios curiosos al espectador anónimo de A la vejez viruelas, ya con canas y anteojos. «Aún no me es posible decirlo: dentro de poco se acabará el secreto.»

Y poco después era notorio que el autor de ¿Quién es ella? y el autor de A la vejez viruelas eran una misma persona: el poeta dramático más fecundo y popular de España, D. MANUEL BRETÓN DE LOS HERREROS.

La profecía del bachiller se había cumplido: entre la obra de 1824 y la de 1849, D. MANUEL BRETÓN DE LOS HERREROS había escrito sesenta y ocho originales, sin las piezas de circunstancias, cincuenta y nueve traducciones y nueve refundiciones de comedias antiguas: ciento treinta y seis obras en todo.7

Desde la Edad de Oro de nuestra literatura dramática, desde esa brillante época de siglo y medio, que finalizó en Cañizares principiando por Lope, ningún buen escritor escénico había hecho otro tanto. Los sucesores de Cañizares, los Zavalas y Comellas, escribieron mucho, pero mal y despojando al prójimo: D. Ramón de la Cruz compuso trescientos sainetes; pero no todos eran de invención propia, ni aquel trabajo es tan difícil como el de la buena comedia, ni la cantidad de versos invertida en ellos equivale a más que a la de unos cincuenta dramas en tres actos de mediana extensión: el poeta contemporáneo que más cerca está de D. MANUEL BRETÓN DE LOS HERREROS en abundancia de obras, no ha dado a luz todavía más que unas cuarenta; es indudable, pues, que el SR. BRETÓN excede en fecundidad a todos los escritores dramáticos que ha tenido España durante un siglo.

De la popularidad que sus obras alcanzan, darán testimonio las repetidas ediciones hechas en Madrid, en Caracas y otros puntos de América, las falsificaciones de varios impresores barceloneses, y la colección formada con mucha anterioridad a esta por D. José María Lafragua en Méjico.

Si los libros se imprimen para ser leídos, nadie tiene más derecho a la lectura que el autor popular y fecundo. En la fecundidad, naturalmente va envuelta la variedad, que produce el deleite: el que deleita a un pueblo, merece ser leído de los demás, porque se erige representante del gusto nacional literario.

Sin embargo, gustos hay poco dignos de elogio. Obras agradaron, populares fueron autores en el siglo pasado, que de nadie son leídos en este: su fecundidad y popularidad no las pudo salvar del olvido, muerte sempiterna de los partos de ingenio, muerte sin esperanza de resurrección. Permítase a la amistad que me une con el autor de estas obras, permítase a la estimación con que las miré desde que vi la primera, muchos años antes de tener ocasión de conocerle y tratarle, que exponga brevemente cuál es el carácter especial por que a mi ver se distinguen; es decir, qué son, por qué son así y qué es lo que valen.

El teatro de D. MANUEL BRETÓN DE LOS HERREROS comprende piezas de los tres géneros en que se divide la poesía dramática; el trágico, el cómico y mixto; pero la mayor parte, casi la totalidad de sus composiciones, pertenece al género cómico. Ha escrito el SR. BRETÓN alguna comedia novelesca a la antigua, ha escrito algún drama de invención o histórico a la   —LIV→   moderna, pero lo más y mejor de su teatro, lo que verdaderamente le da fisonomía propia consta de comedias de costumbres y caracteres, cuyos personajes son de la clase media. Es, pues, en general el teatro del SR. BRETÓN una dilatada galería de cuadros que representan la clase media de España en tres épocas diferentes, marcando con exactitud las alteraciones que han ido sucediéndose en ella: desde 1824 a 1833 ofrece un aspecto de homogeneidad y reposo; en los diez años siguientes resaltan la agitación y trastornos de un pueblo en lucha; desde 1843 la agitación va sosegándose. Las circunstancias generales de la época en que principió a escribir el SR. BRETÓN decidieron de la forma y dimensiones del lienzo en que había de ejercitar su pincel: escribió la comedia como se podía, como se debía, como era forzoso escribirla entonces, y como, pasada esa revolución que trastornó la república de las letras, ha vuelto a escribirse. Tino en la elección y firmeza en el propósito le han ganado triunfos imperecederos.

Los preceptistas del siglo XVIII habían establecido reglas de que nadie osaba apartarse. Moratín había declarado que la comedia española necesitaba mantilla y basquiña: era artículo de fe literaria que la comedia debía ser una acción entre personas particulares. Abolido el régimen constitucional en el año 1823, restaurados los privilegios de clase, restablecida la censura, no pudiendo ningún español escribir ni hablar de los ministros del poder, desde el Secretario del Despacho al ínfimo corchete, claro era que la alta comedia, la comedia con señoría, la representación de los vicios de los poderosos era políticamente imposible, al mismo tiempo que por el código literario estaba poco menos que prohibida. Hubo así de limitarse el SR. BRETÓN a la clase media, porque la superior tenía delante el Noli me tangere de su posición, y el Non plus ultra de la forma dramática entronizada por Moratín. Efecto de otras causas, también ahora hay vicios, harto generales a fe, que no puede escarnecer el poeta. La posteridad extrañará no ver en el teatro moderno castigadas nuestras ridiculeces, nuestros vicios, nuestras culpas graves en materia política. ¡Oh! no lo extrañe: cuando todos pecan, es imposible que unos se rían de otros. Una comedia en que se ridiculizase a los bancos, sólo podría ser escrita y gustar entre negros.

Elegidos por el SR. BRETÓN para sus comedias hechos propios de personas particulares, el lenguaje que debía prestarles había de ser necesariamente el que ellas emplean de ordinario entre sí. Eso que enfáticamente llaman algunos lenguaje de buen tono, jerigonza medio francesa, propia y exclusiva de sujetos que han estudiado tal vez dos o tres idiomas, ninguno de ellos el castellano; ese dialecto caprichoso y fugaz que varía cada año bisiesto, no era conocido en la clase media cuando el SR. BRETÓN comenzó a escribir, y aun hoy día no ha cundido mucho: el carácter nacional lo resiste. Son los españoles independientes por naturaleza, y por lo mismo no muy sociables: el español o se pasa sin trato o lo quiere familiar y sin etiqueta; donde la franqueza predomina, el lenguaje es sencillo y enérgico, en vez de ser afectado y asustadizo. Tal era el habla de la clase media en Madrid, cuando el SR. BRETÓN dio a luz sus primeras obras, y tal es la que ha puesto en boca de los personajes en ellas introducidos. Gente de mediana condición que se expresa en buen castellano, es la que aparece con más frecuencia en el teatro del SR. BRETÓN por las razones ya indicadas de necesidad y verdad. No se les pida un remilgo impropio: quédese para los autores de melodramas eso de alterar las leyes de la naturaleza y hacer tal vez a los arrieros hablar como académicos de la lengua.

Con dos fines se debe, y con uno se suele escribir la comedia: para corregir al pueblo, para educarlo, y para tenerle propicio y contento; los dos son de provecho común, el otro de utilidad propia. El primero es el sistema de Alarcón, de Molière y de Moratín, ridiculizar el vicio; el segundo es el de Calderón, realzar las virtudes; el tercero es el de la escuela francesa moderna, embellecer las flaquezas humanas y hacerlas plausibles. Burla, alabanza y lisonja, o caricatura, belleza y afeite son los tres medios que tiene a su disposición el poeta dramático: el postrero es muy fácil, el segundo ya es trabajoso, el tercero dificilísimo; este eligió BRETÓN. Los argumentos que maneja van siempre dirigidos a un fin saludable. Sígase el orden cronológico de sus inventivas, y se verá que al principio se emplea en la corrección   —LV→   de defectos individuales; después se erige censor de las costumbres de un pueblo; más adelante sus lecciones ya son para la humanidad entera. Primero se contenta con escarmentar viejos enamoradizos y parientes sin a pego a su sangre; alza después el velo engañoso que oculta los vicios de las aldeas; revela luego los secretos y mezquinos móviles que rigen las acciones humanas, haciendo ver que en este mundo nada es lo que parece, todo es fingimiento, es farsa todo. Ya manifiesta la incompatibilidad de cariño entre una señorita melindrosa de corte y un ricacho indisciplinable de provincia; ya saca a luz las arterías de un tuno decente que beneficia la amistad como una mina de rica vena; ya da útiles avisos a las coquetas, ya instrucciones importantes a las casadas. Cuando la censura se lo permite, penetra en las Secretarías del Despacho a espiar las flaquezas ministeriales; cuando cree que los censurables dejarán que se les amoneste, ridiculiza a los que por darse a la política descuidan sus negocios o faltan a las obligaciones de su ejercicio; se engaña en su cálculo y escarmienta. Tras una comedia de pensamiento grave, cual Muérete y verás, obra de las mejores de nuestra época, produce dos o tres piececitas en un acto, como El pro y el contra, Ella es él y El hombre pacífico, junto a un cuadro de costumbre campestres, como Dios los cría y ellos se juntan, nos da en El cuarto de hora una pintura elegante de costumbres urbanas. Por último, deseoso de satisfacer al bello sexo, cuyos defectos había censurado aunque blandamente en tal y cual obra, junta en ¿Quién es ella? las más ricas flores del ingenio para tejer la corona de la hermosura; busca los sonidos más armoniosos de su lira para cantar las virtudes de la mujer.

Estos pensamientos, morales todos, o son de invención propia o de tal manera manejados que, no siendo nuevos, el autor los ha hecho legítimamente propiedad suya. Otras plumas se habían ejercitado antes en algunos de ellos; la de BRETÓN supo hacer que la semejanza de asunto desapareciese entre la diferencia de forma. Picard había pintado en La pétite ville un francés que, harto de París, iba a un pueblo a vivir a gusto, y tenía que salirse de él renegando; con igual idea escribió el SR. BRETÓN su comedia A Madrid me vuelvo; pero cotéjese una con otra y se verá que en ambas son tan distintos los caracteres, los lances y el diálogo, como el país y el tiempo a que pertenecen. Poco menos puede decirse del Ingenuo, comparado con el Misántropo; de La escuela de las casadas, respecto de La nouvelle école des femmes; de Finezas contra desvíos, parangonada con Palabras y plumas; de Un novio a pedir de boca, puesta al lado de la comedia inglesa Rule a wife and have a wife8, imitada en alemán con el título de StilleWasser sind tief9. Originalidad en los argumentos o en el modo de plantearlos, o en uno y otro, es una de las cualidades que brillan más en el teatro del SR. BRETÓN.

Aún es más original en los caracteres. No los elige, no ha podio elegirlos de mucho bulto, porque los principales, como el Hipócrita, el Avaro, el Embustero, el Murmurador, la Desdeñosa, el Vano y los Celosos, ya estaban puestos para siempre en escena por Molière, Alarcón, Moreto, Destouches y Calderón de la Barca; en los caracteres de segundo orden, en la pintura de los vicios, manías o defectos menores, que tanto abundan y perjudican tanto en el trato común de las gentes, D. MANUEL BRETÓN DE LOS HERREROS no tiene, en nuestro concepto, rival en España ni fuera. En estos retratos la semejanza es completa, el pincel fácil y seguro, el colorido fresco, vivo, centelleando verdad y gracia. ¿Quién no ha conocido a un hablador como D. Martín Campana y Centellas? ¿En qué tertulia no se cita el nombre de alguna viuda, igual punto por punto a Marcela o el de una u otra coquetilla, como la que figura en Una de tantas? Aquel D. Elías de Muérete y verás, tan superiormente dibujado, el mayordomo del ¿Qué dirán?, todos los personajes, sin exceptuar uno, de Dios los cría y ellos se juntan, el sargento Briones de La batelera, y la doña Amparo de Me voy de Madrid, ¿no son tipos de cuya verdad patente depondría con juramento la sociedad entera? Ni Plauto, ni Moreto, no Tirso, ni Regnard, los cuatro poetas de más gracejo de Roma, de   —LVI→   España y Francia, hubieran trazado estos caracteres con más verdad, ligereza y chiste.

Verdad es que en la dicción cómica el SR. BRETÓN aventaja a todos los poetas que conocemos. En filosofía y artificio, en grandeza de miras o conocimiento de un público dado, autores hay que podrán dísputarle la primacía; en el manejo de la lengua, en el uso del metro, en la chispa del diálogo, no hay escritor moderno ni antiguo que se mantenga a su altura; el sello que llevan sus obras, hasta hoy no ha sido falsificado. Esta fecundidad de gracejo, cualidad dominante, idiosincrasia, por decírlo así, del ingenio del SR. BRETÓN, es la explicación de su sistema, la clave, el rasgo característico, el verdadero carácter de sus obras. Su pluma, rica de sal, ha necesitado argumentos y caracteres en que pudiera correr sin tropiezo: donde hay mucha acción, donde las pasiones y los lances ocupan gran parte del diálogo, la vis cómica no halla lugar suficiente; el SR. BRETÓN ha debido rechazar esta clase de asuntos y preferir aquellos en que pocas personas y acción sencilla le permitían derramar las gracias de una vena abundante. Con más acción y menos chiste hubiera hecho el SR. BRETÓN comedias más parecidas, a las de otros, menos nuevas y originales; con menos acción y más gracejo ha enriquecido la escena española con obras únicas en nuestra literatura. Cuando él principió, el ingenio dramático español estaba adormecido y acobardado: los que le sentían en sí, creían con Moratín que en manifestando una vez que sabían escribir, habían cumplido, aunque ya no escribieran más; el SR. BRETÓN creyó, por el contrario, que el que sabe es el que tiene obligación de escribir, porque si no, da lugar a que le ocupen el puesto los ignorantes. Muy pronto y con mucha felicidad le siguió D. Antonio Gil y Zárate; siguiéronle después D. Francisco Flores Arenas, D. Mariano José de Larra, Don Ventura de la Vega y otros autores cómicos hasta D. Tomás Rodríguez Rubí, el más aplaudido de todos; pero el SR. BRETÓN DE LOS HERREROS tiene la gloria de haber sido el primero; tan original como el que más, fecundo, correcto y festivo como ninguno. Su filosofía es humana y risueña, su chiste no amarga; no trata de profundizar mucho, porque se propone enseñar riendo. Tal vez engalana sus fábulas con bellos trozos de poesía lírica; pero generalmente su dicción es sencilla, juntando en el verso la sonoridad del ritmo con la exactitud de la presa. En las formas de construcción es severísimo; en el uso de la metáfora no le hay más libre: ninguno ha dado acepciones más nuevas y oportunas a las palabras, encontrando así el chiste donde nadie lo hubiera buscado. Aunque se han hecho imitaciones de algunas obras suyas, no ha formado escuela: en su género ha sido solo. Imagen fiel de una época de su teatro, hasta lo que le falta contribuye a darle carácter: lo que allí se echa de menos no podía estar. Esto son, esto han debido ser, y esto valen las comedias del SR. BRETÓN. Muchas en número, grandes en mérito, una sencillísima reflexión dará a entender el aprecio que se les debe. Por sola una obra han conseguido varios autores extranjeros y nacionales inmortalizar su nombre. La Metromanía y El Maligno mantienen a Pirón y a Gresset en la jerarquía de buenos escritores escénicos; El socorro de los mantos, El castigo de la miseria, La Raquel y Numancia bastan para ilustrar a D. Carlos de Arellano, a D. Juan de la Hoz, a Huerta y Ayala; fácilmente se puede formar una lista de comedias de BRETÓN seis veces más grande, que tienen tanto derecho como las seis citadas para pasar a la posteridad.

Por eso han hallado tan buena acogida en teatros y gabinetes, en todos los rincones de España y América. No todas han sido igualmente felices en la prueba escénica; de la prueba de la lectura todas salen airosas. Hombres y mujeres que no ponen los pies en el teatro, saben de memoria trozos y escenas del repertorio de BRETÓN: a cada paso oye uno en las conversaciones, convertidos ya en frases de uso general, versos que le pertenecen. Esta aura popular, que por espacio de quince o diez y seis años había corrido sin tropiezo, tuvo su fin natural y preciso: la admiración continuada se debilita y se desvanece; los triunfos se pagan y el SR. BRETÓN había obtenido muchos. Circunstancias de varia índole obraron una revolución en el gusto del público: alabanzas imprudentes engendran cargos injustos. Hombre hubo que trató de probar el mérito de las comedias de BRETÓN alegando que agradaban sin tener argumento; otro dijo después que el público no podía sufrirlas, cabalmente por aquella falta. Uno y otro partían de un principio falso. Esas paradojas ridículas, esas suposiciones   —LVII→   manifiestamente arbitrarias, esas vaciedades que sólo pueden correr en broma, suelen ser recibidas sin dificultad por el vulgo; pasado algún tiempo, cobran autoridad y quedan por artículos indudables de fe. Hablando con juicio, no hay quien sostenga que las comedias del SR. BRETÓN, o de otro autor, carezcan de argumento: bueno o malo, grande o pequeño, toda obra lo tiene; nadie escribe sin proponerse un fin. Con aquella hipérbole extravagante querían decir algunos que BRETÓN daba poca acción a sus obras, lo cual equivalía a no decir nada. La acción de la fábula dramática no tiene dimensiones fijas: tan acción es la de Casa con dos puertas como la del Sí de las niñas, no obstante que de una a otra hay diferencia enorme. Lo que importa es que la acción, grande o chica, esté desenvuelta cumplidamente y con desahogo, sin comprimirla cuando es extensa, sin estirajarla cuando es reducida; el que imagine que en las obras del SR. BRETÓN falta o sobra, pruebe a quitar o añadirles algo, sin que el todo padezca. Tan verdadero es este principio, que justamente aquellas obras del SR. BRETÓN más sencillas en su argumento, Marcela, El pelo de la dehesa y El cuarto de hora, son las que el público saborea con mayor gusto; fuera de que no se puede afirmar sin grave injusticia que sean escasas de acción otras, como Los dos sobrinos, La redacción de un periódico, El amigo mártir, No ganamos para sustos, Cuentas atrasadas, Muérete y verás y La independencia, que bastan y sobran para acreditar a un autor de rico y hábil en el artificio y desempeño de la trama cómica. Pero no nos cansemos en una justificación ya innecesaria; el gusto ha tomado mejor camino y el tiempo ha vuelto sus derechos a la razón. La forma sencilla del drama bretoniano prevalece hoy día; entre las obras escénicas más aplaudidas hace unos años, figuran La rueda de la fortuna, Bandera negra y El hombre de mundo, que no son de seguro más copiosas de acción que las siete citadas.

No se ha hecho aquí mérito de las traducciones del SR. BRETÓN hasta ahora, porque tratándose de un autor nacional, riquísimo de suyo, parecía poco importante tratar de esa clase de préstamos de la literatura extranjera, préstamos en verdad con que por mucho tiempo han vivido los teatros de España. Pero si la traducción de Aminta, harto fácil de hacer, ha dado tanta fama a D. Juan de Jáuregui, ¿no se le deberá alguna al traductor de Los hijos de Eduardo, María Estuarda y L'amant bourru? Poco se le ha tenido en cuenta este mérito, que a otros ha valido muchísimo. El SR. BRETÓN no ha sido siempre ni en todo el hijo mimado de la fortuna.

No obstante, hallar el teatro español sin vida y ser el primero a resucitarle, dar a la literatura una especie de drama nuevo, recoger laureles en todas, enriquecer el idioma con frases agudas y significados ingeniosos y peregrinos, conquistar para la poesía un tesoro de rimas indóciles, ocupar los tablados y embargar la voz de la fama desde Palma a Cádiz, de Méjico a Chile, no es ciertamente un destino infeliz. El público oyente ha exigido a veces mucho de SR. BRETÓN, porque le tenía en mucho, y su severidad era señal de aprecio; el público lector siempre le ha sido fiel y benévolo. Buena ocasión se le presenta ahora para manifestarlo, admitiendo esta colección con el mismo aprecio que las ediciones sueltas, y perdonando por la bondad del libro la prolijidad y molestia de prólogo. ¡Ojalá esta publicación señale para las letras el principio de una edad más feliz que la que llevamos pasada! La colección de las obras de D. MANUEL BRETÓN DE LOS HERREROS, hecha por él mismo, es una novedad grande; en eso va también delante de todos. Desde el tiempo de Lope ningún autor cómico ha hecho en España colección de sus obras.

JUAN EUGENIO HARTZENBUSCH.



  —LVIII→  

ArribaAbajoPrefacio del autor a la edición de 1850

«Habiéndose el autor reservado el derecho exclusivo de publicar en colección sus producciones literarias, ha llegado el caso de verificarlo. La mayor parte son harto conocidas del público para que sea necesario dar idea de ellas; tampoco le es lícito encomiarlas. A falta, pues, de la fraseología con que en anuncios semejantes procuran editores y autores captarse la buena voluntad de los suscriptores, el que echa a volar este prospecto tiene la ventaja de poder decir que ninguno de los que le favorezcan podrá llamarse engañado. Sólo se trata de reproducir en cuerpo de obra metódico y homogéneo los dispersos materiales dados ya a luz en diferentes formas y períodos desde el año de 1824. Comprenderá la edición algunas obras inéditas; pero, valgan estas lo que valieren, no pueden quitar ni añadir muchos quilates al mérito del conjunto. Revisadas escrupulosamente una por una antes de darlas a la prensa, desaparecerán de ellas en esta edición todos los leves defectos que el autor advierta y acierte a corregir. Enmiendas de más importancia, ni tiene tiempo para hacerlas, ni a su juicio podría intentarlo sin defraudar en cierto modo de una especie de propiedad suya al público que tantas pruebas de benevolencia le tiene dadas. Por otra parte, limando demasiado sus escritos perderían en originalidad y vigor más de lo que ganasen en tersura y corrección.»

Esto dije al nunciar por primera vez la edición de mis obras reunidas, y esto bastaba entonces para mi propósito y para gobierno del público; ahora añadiré algunas advertencias y haré algunas explicaciones concernientes a mi teatro, que ni eran de aquel lugar ni cabían tampoco, ni venían a cuento en el prólogo que precede.

Principiaré por dar las más expresivas gracias a su erudito y apreciabilísimo autor, el Sr. D. Juan Eugenio Hartzenbusch, mi buen amigo y compañero, por el espontáneo y afectuoso arranque de bienquerencia con que se brindó a hacerme este obsequio desde que supo que yo empezaba a pensar seriamente en coleccionar mis obras, y por haberme cumplido su generosa oferta con pluma tan parcialmente amistosa, que en verdad me ruborizan muchos de sus trazos, y le rogaría que los suprimiese, habiendo de figurar en una publicación de que juntamente soy autor y editor, a no tener sobradamente probada la independencia de su carácter el justamente célebre autor de Los Amantes de Teruel para que nadie que le conozca pueda acusarlo de compadrazgo.

Esta colección lo es completa de todas las producciones dramáticas de mi ingenio cuya responsabilidad debo y quiero aceptar; sólo exceptúo las piezas llamadas de circunstancias, hechas todas por encargo de empresas teatrales o comisiones de festejos, para objetos puramente políticos, muy plausibles, por supuesto, aunque no para todos, pero cuya oportunidad daba sólo veinte y cuatro horas, y a veces pocos días más su plausibilidad relativa. Semejantes embriones oficiales u oficiosos no pertenecen a Talía, ni a Melpóneme, ni a Terpsícore, ni a Euterpe, ni a ninguna de las otras cinco hermanas, ora actúen en ellos los númenes mitológicos, ora figuras alegóricas ad libitum, ora personas de este mísero globo terráqueo en representación de partidos y facciones y sistemas encontrados. Por otra parte con el transcurso del tiempo y los desengaños de unos y otros, se mitiga el furor de las discordias intestinas, las parcialidades se hacen recíproca justicia, el tiempo se la administra a todas, desaparecen incompatibilidades que se creyeron eternas y se verifican fusiones que se juzgaron imposibles. ¿A qué reproducir engendros, que cualquier cosa fueron menos literatura, después de los abrazos del Congreso y de Vergara y de las coaliciones que hemos   —LIX→   presenciado, y de tantos reconocimientos, sumisiones, indultos y amnistías? Yo, que no peco ciertamente de rencoroso en mi particular, ¿renegaría como escritor público del espíritu de tolerancia y olvido de lo pasado que ya anima a todo buen español? De ningún modo; y si yo mismo necesito absolución por haber sido en ciertas ocasiones sobrado condescendiente, la pido con sincera contrición y firme propósito de la enmienda.

Fuera de los insinuados bosquejos, pocas veces ha jugado la política en mis dramas, y aun esas incidentalmente. Sin embargo, en Todo es farsa, en Me voy de Madrid, en La redacción de un periódico, en Muérete y verás, en El hombre pacífico, en Flaquezas ministeriales, en La batelera de Pasajes, en El editor responsable y en La independencia, creo haber hecho lo suficiente para que no falten en mi galería los cuadros que basten a pintar en lo posible esta interesante parte de las costumbres de la época, y creo haber cumplido mi objeto sin incurrir en odiosas personalidades, y sin que prevención alguna adversa ni favorable, ni el afán de una mal entendida popularidad, me hayan arrastrado a rebasar la prudente línea que por muchos respetos debe trazarse todo el que censura los vicios y extravagancias de la sociedad en que vive.

He procurado que haya variedad en los argumentos de mis comedias; y aunque no falte quien me acuse de lo contrario, creo poder decir sin vana jactancia que en igual número de obras nadie hasta ahora lo presentó más crecido de asuntos y lances y caracteres diferentes; con lo cual no quiero decir que todos, ni uno siquiera, de los caracteres, ni de los lances, ni de los asuntos de mi invención poética lleven el sello de la perfección. No he copiado a nadie, pero me he repetido algunas veces a mí mismo; ora en la estructura de dos o más fábulas; ora en el modo de desenlazarlas; ora en la analogía de conducta, de miras o de pasiones entre diversos personajes; ora en fin, en el uso de ciertas frases, sobre todo de las proverbiales. Esto es verdad; pero ¿a qué escritor medianamente fecundo no le sucede algo o mucho de esto? ¿Qué pintor no tiene una manera que le es peculiar, y que en vano querría no tener, en uno u otro de los accidentes de sus cuadros? En muchas de las figuras que no son retratos hechas por una misma mano, aunque sea muy maestra, ¿no reconocen los inteligentes cierto aire de familia? ¿No hay vírgenes de Rafael o de Murillo que parecen hermanas gemelas? ¿Y qué mucho, si padres tan prolíficos las engendraron? Pero estúdiense con detención, y se verá que en la actitud, si no en el rostro, o en el misterio o en alguna otra circunstancia no indiferente se diversifican más de lo que a primera vista aparece. Yo, que en mi esfera de poeta cómico, y por consecuencia pintor también con la pluma como aquellos con el pincel, estoy muy lejos de quererme comparar a tan insignes varones, no me reprendo a mí mismo por haberme cabido en suerte un estilo malo o bueno, pero todo mío, y porque teniendo mi manera propia de ver las cosas, tengo también para pintarlas otra que nadie me ha prestado.

Insisto en que he sido tan variado como el que más en mis escritos teatrales; y esto a pesar de ser tantos y del corto espacio que de unos a otros ha mediado; lo cual me ha impedido al bosquejar el plan de cada comedia revisar con nimia escrupulosidad las anteriores para esquivar toda reminiscencia de ellas. Así he reproducido, por ejemplo, no sé cuántas veces el carácter de coqueta, no pocas el de farsante, o de amor, o de virtud, o de nobleza, o de patriotismo, y muchas más el de vieja ridícula; pero ni todas mis coquetas lo son de la misma manera y en iguales circunstancias, ni todos mis buscavidas están vaciados en el mismo molde, ni tengo en mi estudio aparatos litográficos que estampen hasta lo infinito la primer señora provecta cuyas extravagancias me chocaron. Muchas páginas tendría que escribir para sincerarme cumplidamente de tales inculpaciones, y entiendo que, sobre éste y otros cargos, mi verdadera y más concluyente defensa está en la misma colección que ofrezco al público; pero limitándome al artículo de viejas, si es verdad que hay algunas más o menos parecidas en mi teatro, ¿quién no ve, no ya matices, sino rasgos muy pronunciados de diferencia entre la fisonomía de la linajuda y orgullosa doña Matea de A Madrid me vuelvo, y la comilona doña Jerónima de Achaques a los vicios; entre la entrometida Nemesia   —LX→   de El tercero en discordia, y la indolente egoísta doña Eustoquia de Todo es farsa en este mundo; entre la intrépida e insurgente Marta de Flaquezas ministeriales, y la romántica y deleznable doña Ramona de El hombre pacífico; entre la despreocupada doña Rosalía de El qué dirán, y la pedante y aperreada Sebastiana de Cuentas atrasadas; entre la intrigante y vengativa Rufina de Cuidado con las amigas, y la jugadora e indisciplinada doña Hipólita de Errar la vocación? Y a propósito de viejas, no por haber acudido reiteradamente a tan respetable repertorio en busca de tipos cómicos, dejo de venerar mucho en general a las señoras mayores, a quienes en mi propio teatro hago más de una vez la debida justicia, y muy cumplida en la comedia Una vieja, escrita de intento para desagraviarlas a todas.

Otra de las repeticiones en que varias veces he incurrido es la de presentar a una dama en el conflicto de haber de optar entre dos, tres, y a veces cuatro amantes; pero me parece que esto no pasa de pecado venial, siendo como son distintos los caracteres, así de las heroínas como de sus galanes respectivos, moviéndose cada máquina por medio de diferentes resortes, y produciendo sus funciones diversos resultados.

Hay asimismo en mi caudal cómico desenlaces que semejan a otros, y esto tiene aún disculpa más obvia y más plausible; porque sabido es que una acción dramática no puede terminarse, a no hacer intervenir en ella causas sobrenaturales, sin de uno de estos cinco modos: desenlazándose por sí misma en virtud de mutuas explicaciones de los interlocutores y a consecuencia de los incidentes que naturalmente produzca el antagonismo de sus pasiones y caracteres; y es el mejor sistema de todos y el que yo he adoptado en la mayor parte de mis invenciones; por medio de reconocimientos entre personas que no sabían unas de otras, o cuyas relaciones, bien de parentesco, bien de otra especie, eran antes ignoradas o imperfectamente conocidas; obrándose notables peripecias o cambios de fortuna en alguno o algunos de los actores principales; sobreviniendo con más o menos preparación algún personaje nuevo que cambie de un modo sensible la situación de otros; ligando, en fin, la acción del drama con alguna revolución política u otro notable suceso. Ahora bien, ¿cómo es posible evitar, siendo tan limitados los arbitrios legítimos de que un poeta dramático puede servirse, que, por poco que crezca el número de sus obras, resulten entre ellas en esta parte muchos puntos de contactos?

¿Qué diré, por último, de ciertos giros, y modismos, y proverbios, y vocablos triplicados, o cuadriplicados, o multiplicados si se quiere, en doscientos mil versos que bien tendrá mi almacén dramático, sin hacer mérito de las obras en prosa? ¿Habré de refutar seriamente cargos como el de un sujeto, para mí desconocido, que le dijo a un amigo mío: «¡Bah! ¡Cosas de Bretón!... Siempre es el mismo. En cuatro o cinco comedias suyas se dice: eso es harina de otro costal»? Verdaderamente este es un crimen inaudito, y a quien lo comete se le debe negar el agua y el fuego. Por fortuna he aquí el punto en que, sin vanidad, me considero menos vulnerable, pues aún los que más acerbamente me han censurado, han convenido siempre en que ni en los diálogos más vivos, ni en los metros más difíciles y revesados, peca de estéril mi imaginación, ni de forzado y diminuto mi vocabulario.

En suma, no se me podrá reconvenir, puedo asegurarlo, de haberme calcado y reverdecido a mí propio tantas veces relativamente como Calderón con sus escondidos y sus tapadas, como Molière con sus médicos y sus cornudos, o como Moratín con sus viejos y sus niñas; y razón será que a mí se me perdonen culpas de que no libertó la humana flaqueza a un Calderón, a un Molière y a un Moratín.

Sigo en mi colección el orden cronológico; esto es, el de antigüedad en la composición de cada pieza, que pocas veces ha dejado de coincidir con la fecha de su representación, y cuando lo altero digo al pie de la página por qué lo hago.

Observará el lector que en los primeros años de mi carrera dramática no abundan tanto como en los sucesivos las producciones originales; y excuso decir que lo son todas las que no llevan el aditamento de traducidas o refundidas. La causa de esta aparente infecundidad es tan convincente como dolorosa. Se pagaban entonces tan mal las obras originales, que para probar cuánto era mísera y precaria la situación de los escritores basta decir que A Madrid   —LXI→   me vuelvo, que en su estreno duró muy cerca de un mes sin interrupción con muy crecidas entradas, sólo me valió 1.300 rs., y en época en que con nada retribuían los empresarios de las provincias, porque nadie respetaba ni reconocía el derecho de propiedad de las obras dramáticas. Poco menor era la remuneración de las traducciones, trabajo harto más fácil y en que muy débilmente se empeñaba la reputación del que las hacía. Me apliqué, pues, a traducir cuanto se me encargaba, porque sin patrimonio y sin empleo, de algo había de vivir un hombre honrado que nunca fue gravoso a nadie, y sólo daba tal cual comedia toda mía para cumplir con lo que ya el público tenía derecho de exigirme y mi irresistible vocación reclamaba, hasta que mejores tiempos me fueron permitiendo no malgastar mi poco o mucho estro poético en versiones más o menos libres de concepciones ajenas. Por tanto, sólo doy lugar en esta recopilación a siete traducciones de las que puede elaborar con alguna más detención y esmero, y las he escogido de suerte que entre ellas haya un poco de cada uno de los géneros y escuelas que se disputan el dominio de la escena. Doy también dos refundiciones de nuestro teatro antiguo y en nota particular los motivos de comprenderlas en la colección. Concedo además en ella paternal albergue a unas cuantas obras inéditas hasta ahora; unas porque en el tiempo en que las escribí ni había editores a quienes acudir, a menos de darles de balde o poco menos los manuscritos, ni el autor podía ni quería publicarlas de su cuenta; otras porque acertaron a representarse, y con poco o ningún éxito, cuando el autor no tenía editor determinado ni humor entonces ni nunca de rogar a ninguno con sus escritos. Pero como no siempre un escritor puede repartir como quisiera sus comedias, ni menos elegir el día ni la hora de su estreno; y como alguna de las mías no publicadas aún se resintió evidentemente de semejantes contrariedades, séame lícito apelar en la prensa de tal cual fallo que aún no sé de cierto si sólo se fulminó contra mí.

No sé si me dejo en el tintero alguna de las advertencias que tenía ánimo de hacer al curioso lector: el tomo está ya impreso, y no me conviene retardar mucho su publicación; los cajistas esperan con los brazos cruzados este desaliñado prefacio o proemio, o lo que sea, y consideraciones de más de una especie me imponen silencio sobre muchas anécdotas y particularidades de mi vida escénica. Algunas de ellas no serían indiferentes a mis beneméritos suscriptores, porque pican en historia; pero espero de su discreción que se contentarán con lo dicho y con algunas notas especiales que, si gustan, irán leyendo interpoladas con el texto. Yo he ofrecido en el prospecto mis comedias, pero no la historia de mis comedias.

Añadiré solamente, para concluir, que si cada composición no lleva a la derecha de los interlocutores los nombres de los actores que por primera vez las representaron, es solamente porque no se acostumbra a hacerlo en colecciones tan voluminosas como esta, y porque no constando en muchas de las ediciones parciales, hechas, por convenir así a los editores, con anterioridad a las representaciones el llenar ahora tantos huecos sería obra de romanos; pero me complazco en declarar que desde que me di a conocer como el más asiduo y laborioso de los poetas cómicos contemporáneos, ya que carezca de otras dotes, no ha habido una actriz o un actor de nota a cuyos esfuerzos no sea yo en gran parte deudor de mis modestos triunfos. A todos tributo, pues, este público testimonio de estimación y agradecimiento, y singularmente a los que han tenido más ocasiones de prestarme su hábil cooperación; o por su mayor permanencia en los teatros de Madrid, sobre todo en el del Príncipe, hoy Teatro Español, que ha sido siempre el de mi predilección; o por el puesto que ocupaban en las compañías; o porque la especialidad de sus talentos se adaptaba más a la índole de mis habituales producciones.



  —LXII→  

ArribaAbajoPlan para una nueva edición de mis obras

Cumpliendo lo dispuesto por el autor en la siguiente nota que sirve de continuación al prefacio anterior, esta nueva edición constará de las obras por él escogidas, las cuales se imprimirán con el fin de darlas otra vez a la estampa.

La referida nota dice así:

TEATRO

Se reproducirá el prólogo que para la primera escribió el Sr. D. Juan Eugenio Hartzenbusch.

Seguirá la repetición de mi prefacio a dicha primera edición.

La que ahora proyecto constará del mismo número de piezas dramáticas que aquella, pues mi ánimo es no reimprimir quince de las coleccionadas en 1850, y al igual número quedarán reducidas las posteriormente escritas, excluyendo las que luego nombraré.

Por apéndice al prefacio, se dirá que de las piezas anteriormente coleccionadas, descarto cinco traducciones, a saber: El regañón enamorado, La familia del boticario, El segundo año o ¿Quién tiene la culpa, No más muchachos y La primera lección de amor; dos refundiciones, la de ¡Si no vieran las mujeres! y la de ¡Fuego de Dios en el querer bien! y ocho piezas originales, que son A la vejez viruelas, Achaques a los vicios, El ingenuo, La falsa ilustración, Mérope, La pluma prodigiosa, El carnaval de los demonios y Cuidado con las amigas.

A traducciones menos esmeradas y concienzudas que las mías han dado, y muchas con el beneplácito del público, grande importancia otros escritores, aplicándoles, en lugar de la que les corresponde, la calificación de arreglos al teatro español, sin embargo de que en la mayor parte no se ha variado otra cosa que los nombres de los personajes y el lugar de la escena. Más de dos se han presentado y aceptado como originales, y los traductores vergonzantes, por no confesar buenamente que lo eran, han incurrido en la nota de plagiarios. Las traducciones de las obras de imaginación, y principalmente de dramas y novelas, no deben ni pueden ser literales, y esos arreglos, que con harta frecuencia se han encarecido tanto, no son de ordinario primores del arte, sino condiciones inherentes a esta clase de tareas. De mis traducciones sólo conservo para la nueva edición la tragedia María Estuarda y el drama trágico Los hijos de Eduardo.

Cuán difícil y cuán ingrato sea el trabajo de refundir una comedia de nuestro antiguo teatro, ya lo expuse en la citada primera edición al incluir en ella dos de las que hice por encargo de actores o de empresas teatrales. En darlas de baja para la nueva colección no hago sacrificio alguno.

En expurgar de entre las principales la intitulada: A la vejez viruelas, con la cual hice, no sin felicidad, mi estreno de poeta dramático, me dicen, y quizá con razón, que soy demasiado severo porque defraudo a los lectores del curioso cotejo que pudieran hacer entre ella y la que al año siguiente di a luz con el título de Los dos sobrinos o La escuela de los parientes. Recuerdo que un crítico, que juzgó la segunda con extremada benevolencia, dijo de ella, comparándola con la primera, que de una a otra había dado el autor un salto, que ¡ni el de Alvarado! Pero la verdad es que A la vejez viruelas no pasó de ser un ensayo imperfecto en que, a través de tal cual destello de vis cómica, se advierte bien a las claras la inexperiencia del autor. Para que los eruditos puedan hacer el indicado cotejo, basta la tirada que de ella hizo D. Miguel Burgos, y el constar además reimpresa con una nota en las colección referida. Las comedias Achaques a los vicios, El ingenuo y La falsa ilustración, aunque menos defectuosas, no merecen que yo las reimprima, y obraría con poca cordura   —LXIII→   en no dar carpetazo a la tragedia Mérope, que con más o menos justicia fue desairada. La pluma prodigiosa no fue más espontánea para la mía que las refundiciones. En una comedia de magia el principal lauro, si de alguno es capaz semejante faena, y asimismo la mayor responsabilidad, corresponden de derecho al tramoyista. Si para ingerirla en dicha edición pude pretextar el propósito de hacer constar que de todo había en mi repertorio, fatigar de nuevo la prensa con tal engendro sería imperdonable reincidencia. Lo mismo digo del embrión fantástico El carnaval de los demonios. Cuidado con las amigas, juzgada aparte, es (permítaseme creerlo así) comedia, ya que no recomendable, aceptable al menos por la moralidad de la fábula y por otras dotes. No obstante, ahora echo de ver que tiene contra sí el adolecer en algunos caracteres y lances de involuntarias reminiscencias respecto de otras mías, y el haber reproducido alguna de las posteriores, con notable ventaja, situaciones y rasgos característicos débil o incompletamente bosquejados en ella.

De las obras sueltas que no constan en la mencionada compilación me inclino a no comprender en otra, si llega a hacerse, las que siguen.

Mocedades. Procede la acción de haber sido abandonada en la infancia una niña por el padre que ilegítimamente la engendró. El mismo argumento me sirvió para Cuentas atrasadas y para La niña del mostrador. En esta, como en Mocedades, el padre anciano se enamora de su hija, ya casadera, sin conocerla, y aunque en ambas fábulas los caracteres, lances y situaciones son diferentes, en las dos es idéntico el desenlace, pues en una y en otra tiene cada viejo en un sobrino suyo un rival preferido, a quien la cede, previo el consiguiente reconocimiento. Sobra, pues, una de las tres comedias, y entre ellas es evidentemente la más endeble Mocedades. Para no excluir ninguna de las otras dos tengo las plausibles razones siguientes: que en Cuentas atrasadas no hay peligro de incesto, aunque involuntario, como en aquellas; que siendo más complicado su enredo es también más verosímil y más original, y que en ella campean por su novedad dos caracteres, el de Sebastiana y el del coronel Corvina, y en La niña del mostrador el de las protagonistas y el de D. Faustino.

Entre dos amigos... Son muchas las obras de mi ingenio en que intervienen personas que han estado en Ultramar y las peripecias que tal circunstancia origina: Un novio para la niña, El qué dirán, Por no decir la verdad, Cuentas atrasadas, La hipocresía del vicio, Estaba de Dios, Mi dinero y yo, La niña del mostrador, La hermana de leche, Entre dos amigos..., y otras. Sin embargo, por esta razón a ninguna excluiría, porque son tan generales y frecuentes las relaciones de España con sus antiguas y actuales colonias ultramarinas, que apenas hay familia que no cuente o haya contado algún individuo allí establecido por mucho o poco tiempo y por una u otra causa; pero entre el plan de la que ahora elimino y el de varias comedias de mi teatro hay otras analogías, y aún pudiera decir repeticiones, que me mueven a sacrificarla: suplantación de nombre y condición como en Memorias de Juan García, Cuentas atrasadas y Estaba de Dios; nacer la trama de aventuras ocurridas en algún baile de máscaras, como en La hipocresía del vicio, Lances de carnaval y Lo vivo y lo pintado. Por otra parte la fábula trae antecedentes prolijos que producen una exposición demasiado larga, y la situación de una joven obligada por su padre a casarse con quien no quiere ni le conviene, se ha presentado ya en A Madrid me vuelvo, La redacción de un periódico y La cabra tira al monte.

Elvira y Leandro o El premio. Con más fundamento que el aducido respecto de las anteriores pienso no reproducir esta flaca producción. El expediente de darse D. Blas, para pavonearse con el premio, por autor de la obra que ha escrito Leandro no es muy verosímil, ni muy ingenioso el ardid de que se vale D. Ignacio para descubrir la superchería y castigar la vanidad del suplantador. También se repite el acto de paterna tiranía ya reprendido en A Madrid me vuelvo y otras comedias, y con doña Prisca se aumenta el ya largo catálogo de mujeres burladas por libertinos, tipo no escaso en mi repertorio; díganlo la Amparo de Me voy de Madrid, la doña Ramona de El hombre pacífico, la costurera de La cabra tira al monte, la María de María y Leonor y la Cartuja de El abogado de pobres.

Los sentidos corporales. El acto primero empleado casi todo, y no es corto, en explicar lo   —LXIV→   que son y valen los sentidos físicos y en discutir cuál de los cinco es preferible a los demás, y esto en una academia improvisada en una fonda, y no entre doctores, sino entre huéspedes de mediana instrucción allí casualmente reunidos, retarda demasiado la acción, que apenas se inicia al final del acto. Más animados y menos pedantescos son los otros dos, en los cuales, mientras no sin naturalidad se va desenvolviendo el carácter del misántropo Don Bruno, principia, progresa y triunfa el laudable designio de Ángela, que por caridad emprende su corrección, le inspira amor con su virtud, sus gracias y su talento, y acaba ella misma por enamorarse de su neófito. Líganse sin violencia a la acción principal otros incidentes episódicos; pero hay de sobra sentencias, declamaciones y discreteos; y por último, me obligan a retirarla los tres conatos matrimoniales del optimista D. Desiderio frustrados todos ellos, como los del Marqués de Valgayo en Cuando de cincuenta pases..., reminiscencia mayúscula que no me quiero perdonar.

También tengo por conveniente excluir de la segunda edición las zarzuelas El novio pasado por agua y Cosas de Don Juan, por ser obras de encargo una y otra, y no de mi gusto el género a que pertenecen, y porque del éxito de ambas, aunque no fueron silbadas, no me es dado felicitarme. Descarto asimismo la pieza de circunstancias, en un acto, El Ebro, que escribí sin otra pretensión que la de complacer a un amigo interesado en la empresa de canalización de aquel famoso río con motivo de la inauguración de sus primeras obras. Se representó en Tortosa, lugar de la acción, por escogidos actores que a este efecto fueron trasladados de Madrid a aquella ciudad, y parece que divirtió al auditorio. Yo, aunque muy rogado para tomar parte en la expedición, no lo tuve a bien. Finalmente, escrita para el periódico literario El Museo de las Familias, di a la prensa otra pieza titulada El peluquero y el cesante; pero no al teatro, porque no la consideré con bastante mérito para ello: la misma razón tengo ahora para no reimprimirla.