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21

Op. cit., pág. 469.

 

22

José M.ª Martínez Cachero, «Prosistas y poetas novecentistas. La aventura del ultraísmo. Jarnés y los «Nova novorum», en Historia General de las Literaturas Hispánica, vol. VI, Barcelona, Ed. Vergara, 1968, págs. 375-441; en pág. 398 dice sobre Nómada algo que puede ser perfectamente aplicado a Los pies...: «Suave denuncia de la hipocresía ambiente, del cerrado y oscuro medio provinciano o pueblerino, donde diríase que ninguna exaltación vivificadora halla acomodo, pero no por suave en su tono [...] menos heridora y eficaz».

 

23

J. Praag-Chantraine, op. cit., pág. 288: «Dans sa première manière, Miró, trop attaché au "moi" et subjugué par son propre personnage, faisait malaisément venir à l'être des créatures indépendantes de lui, dans un cadre qui leur fût particulier. Son oeuvre romanesque naissait de ses expériences personelles; [...]».

 

24

Obras Completas, ed. Conmemorativa, «Amigos de Gabriel Miró», vol. I, pág. X. Aunque este «decir por insinuación» aparece ya en sus primeras obras no cobra verdadera fuerza hasta Los pies... (o, mejor dicho, La señora, los suyos y los otros).

 

25

Para apreciar el uso de esta técnica es obligada la lectura del estudio de Yvette E. Miller citado anteriormente.

 

26

J. Praag-Chantraine advirtió la relación de esta novelita con las novelas de Oleza; en op. cit., pág. 258: «Miró nous suggère avec maîtrise l'atmosphère asphyxiante d'un petit village espagnol, monde conventionnel et médiocre où des vies obscures s'étiolen dans le quotidien devoir, prèmiere esquisse de la société qui va revivre, cinq ans plus tard, dans Nuestro Padre San Daniel».

 

27

En cuanto a la identificación de los lugares que se esconden tras estos nombres (exceptuando Oleza por obvio), V. Ramos afirma en El mundo..., págs. 371-373, que «Serosca es, en verdad, Alcoy» y que Adzaneta y Albaida «con toda probabilidad, corresponden, respectivamente, a los denominados Boraida y Laderos en el texto de Los pies y los zapatos de Enriqueta».

 

28

Es interesante observar cómo los escritores más relevantes de los que comenzaron su actividad en la época modernista tienen su período de cambio hacia esta fecha: Antonio Machado publica en 1912 Campos de Castilla, obra que ha ido gestando desde 1907 y en la que perviven algunos poemas (los que fueron compuestos en fechas más tempranas) de tono claramente simbolista junto a los que siguen su nueva orientación. Pérez de Ayala escribe en 1912 Troteras y danzaderas, novela que recoge parte de la problemática de las obras anteriores pero que apunta decididamente al porvenir; es el fundamento de su segunda época; además, también escribe en ese mismo año la primera novela corta (El Anticristo) en que aparecen ya los rasgos básicos de esa segunda época (vide mi art. «Hacia una clasificación de la narrativa breve de Ramón Pérez de Ayala». Item, Revista de ciencias humanas, Alicante, n.º 2, Julio-Diciembre, 1977, págs. 77-97). Algo más tarde se produce el momento de cambio en Juan Ramón Jiménez ya que se suele considerar su Diario de un poeta recién casado (1916) como la obra clave que inaugura su nueva época, aunque realmente es el resultado de una evolución, como afirma Guillermo de Torre en «Cuatro etapas de Juan Ramón Jiménez», La Torre, n.º 19-20, Julio-Diciembre de 1957, pág. 56: «¿Evolución lógica, salto imprevisto el que ese libro miliar representa? Indudablemente lo primero, porque el cambio evolutivo ya venía prefigurado desde Estío y Sonetos espirituales, libros un poco anteriores en su composición, pero aparecidos en torno al mismo año [...]».

 

29

Vide W. Kayser, Interpretación y análisis de la obra literaria, Madrid, Ed. Gredos, 1970 (4.ª ed.), esp. págs. 101, 234-235 y 474-476.

 

30

Sobre elementos constitutivos de la novela corta, vide. Mariano Baquero Goyanes, El cuento español en el siglo XIX, Madrid, CSIC, 1949. Una excelente síntesis puede encontrarse en Sergio Beser, «Introducción» a J. López Pinillos. La sangre de Cristo, Barcelona, Ed. Laia, 1975.