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El infierno de los enamorados

Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana


[Nota preliminar: presentamos la edición de El infierno de los enamorados, de Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, manuscrito 2655 de la Biblioteca Universitaria de Salamanca, basándonos en la edición de Ángel Gómez Moreno y Maxim P. A. M. Kerkhof (Santillana, Íñigo López de Mendoza, Marqués de, Obras completas, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2002), cuya consulta recomendamos. Se opta por mantener las grafías del original eliminando las variantes gráficas no significativas, y por eliminar las marcas de editor, asumiendo, cuando lo creemos oportuno, las correcciones, reconstrucciones y enmiendas propuestas por Gómez Moreno y Kerkhof.]






I

   La Fortuna que non cesa,
siguiendo el curso fadado,
en una montaña espesa,
separada de poblado
me levó, como robado,  5
fuera de mi poderío;
así qu'el franco albedrío
me fue del todo privado.


II

   ¡Oh vos, Musas, qu'en Pernaso
facedes habitación,  10
allí do fizo Pegaso
la fuente de perfección!,
en el fin e conclusión,
en el medio e comenzando,
vuestro subsidio demando  15
en esta proposición.


III

    Por cuanto a decir cuál era
el selvaje peligroso
en recontar su manera
es acto maravilloso,  20
e yo non pinto ni gloso
silogismos de poetas,
mas siguiendo líneas rectas,
fablaré non infintoso.


IV

   Del su modo inconsolable  25
non describe tal Lucano
de la selva inhabitable
que taló el bravo romano;
si por metros non esplano
mi propósito e menguare,  30
el que defectos fallare,
tome la pluma en la mano.


V

    Sus frondas comunicaban
con el cielo de Dïana;
e tan altas se mostraban,  35
que naturaleza humana
non se falla nin explana
por atores o lectura
selva de tan grand altura,
nin Olimpio de Toscana.  40


VI

    Muchos fieros animales,
se mostraban, e leones,
e serpientes desiguales,
grandes tigres e dragones:
de sus diversas faciones  45
non relato por estenso,
por cuanto fablar inmenso
va contra las conclusiones.


VII

   Vengamos a la corona,
que ya non resplandescía,  50
d'aquel fijo de Latona,
mas del todo s'escondía;
e yo, como non sabía
de mí, sinon que ventura,
contra razón e mesura,  55
me levó do non quería,


VIII

   como nave combatida
de los adversarios vientos,
que dubda de su partida
por los muchos movimientos,  60
era con mis pensamientos,
que yo mesmo no sentía
cuál camino seguiría
de menos contrastamientos.


IX

   E como el falcón, que mira  65
la tierra más despoblada,
e la fambre allí lo tira,
por facer cierta volada,
yo comencé mi jornada
faza lo más accesible,  70
habiendo por imposible
mi cuita ser reparada.


X

    Pero non andove tanto
nin cuanto me convenía
por la noche, con espanto  75
que las tiniebras traía;
el propósito que había
por éstas fue contrastado
así que finqué cansado
del sueño que me vencía.  80


XI

   E dormí, pero con pena,
fasta en aquella sazón
que comienza Filomena
la triste lamentación
de Tereo e Pandión,  85
al tiempo que muestra el polo
la gentil cara de Apolo
e diurna inflamación.


XII

   Así prise mi camino
por vereda que inoraba,  90
esperando en el divino
misterio, a quien invocaba
socorro. Yo, que miraba
en torno por el selvaje,
vi andar por el boscaje  95
un puerco que se ladraba.


XIII

   ¿Quién es que, metrificando
en coplas nin distinciones,
en prosas nin consonando,
tales diformes visiones,  100
sin multitud de renglones
el su fecho decir puede?
Ya mi seso retrocede
pensando tantas razones.


XIV

    ¡Oh sabia Tesalïana!,  105
si la virgen Atalante
a nuestra vida mundana
es posible se levante,
yo sería demandante,
con debida cerimonia,  110
si el puerco de Calidonia
se mostró tan admirante.


XV

    Pero tornando al vestiglo
e su diforme fechura,
digna de ser en el siglo  115
para siempre en escriptura,
digo que la su figura,
maguer que de puerco fuese,
ya non es quien jamás viese
tal braveza e catadura.  120


XVI

   Bien como la flam'ardiente
que sus centellas envía
en torno de continente,
de sus ojos parescía
que sus rayos esparcía  125
a do quier que reguardaba
e fuertemente turbaba
a quien menos lo temía.


XVII

   E como cuando ha tirado
la bombarda en derredor  130
queda el corro despoblado
del su grand fumo e negror,
bien d'aquel mesmo color
una niebla le salía
por la boca, do volvía  135
demostrando su furor.


XVIII

    E bien como la saeta
que por fuerza e maestría
sale por su línea recta
do la ballesta la envía,  140
por semejante facía
a do sus púas lanzaba,
así que mucho turbaba
a tod'hombre que lo vía.


XIX

   Estando muy espantado  145
del animal monstruoso,
vi venir acelerado
por el valle fronduoso
un hombre, que tan fermoso
los vivientes nunca vieron  150
nin aquellos que escribieron
de Narciso el amoroso.


XX

   De la su grand fermosura
no conviene que más fable,
ca, por bien que la escriptura  155
quesiese lo razonable
recontar inestimable
era su cara luciente,
como el sol cuando en oriente
face su curso agradable.  160


XXI

   Un palafrén cabalgaba
muy ricamente guarnido;
e la silla demostraba
ser fecha d'oro broñido;
un capirote vestido  165
sobr'una tropa bien fecha,
traía la manga estrecha
a guisa d'hombr'entendido.


XXII

   Traía en la mano diestra
un venablo de montero,  170
un alano a la siniestra,
fermoso e mucho ligero;
e bien como caballero
animoso e de coraje,
aquejaba su vïaje  175
siguiendo el vestiglo fiero.


XXIII

    Non se demostró Cadino
con deseo tan ferviente
a ferir al serpentino
de la humana simiente,  180
nin Perseo más valiente
se mostró cuando conquiso
las tres hermanas que priso
con tarja resplandeciente.


XXIV

    E desque vido el venado  185
e los daños que facía,
soltó muy apresurado
al alano que traía,
e con muy grand osadía
bravamente lo firió,  190
así que luego cayó
con la muerte que sentía.


XXV

   E como quien tal oficio
lo más del tiempo seguía
sirviendo de aquel servicio  195
que a su deesa placía,
acabó su montería,
e falagando los canes
olvidaba los afanes
e cansancio que traía.  200


XXVI

   Por saber más de su fecho
delibré de lo salvar
e fueme luego derecho
para él sin más tardar;
e ya sea que avisar  205
yo me quisiera primero,
antes se tiró el sombrero
que le pudiese fablar.


XXVII

   E con alegre presencia
me dijo: «Muy bien vengades».  210
E yo con grand reverencia
respondí: «De quien amades
vos dé Dios, si deseades,
placer e buen galardón,
segund que fizo a Jasón,  215
pues tan bien vos razonades».


XXVIII

    «Amigo», dijo, «non curo
de amar nin ser amado,
e por Dïana vos juro
que nunca fue enamorado;  220
e maguer que Amor de grado
procuró mi compañía,
vista por mí su falsía,
me guardé de ser burlado».


XXIX

   Yo le pregunté: «Señor,  225
¿qu'es aquesto que vos face
tan sueltamente d'amor
blasfemar, e así vos place?
¿Es que non vos satisface
servicio, si le fecistes,  230
o por cual razón dejistes
que su fecho vos desplace?»


XXX

   Dijo: «Amigo, non querades
saber más de lo que digo,
ca si bien considerades,  235
más es obra d'enemigo
apurar mucho el testigo
que de amigo verdadero;
mas, pues queredes, yo quiero
decir por qué non lo sigo.  240


XXXI

   Yo só nieto de Egeo,
fijo del duque de Atenas,
aquel que vengó a Tideo
ganando tierras ajenas;
e soy el que las cadenas  245
de Cupido quebranté,
e mi nave levanté
sobre sus fuertes entenas.


XXXII

   Hipólito fui llamado
e morí segund murieron  250
otros, non por su pecado,
que por donas padescieron;
mas los dioses que sopieron
cómo non fuese culpable,
me dan siglo deleitable  255
como a los que dignos fueron.


XXXIII

   E Dïana me depara
en todo tiempo venados
e fuentes con agua clara
en los valles apartados,  260
e arcos amaestrados,
con que faga ciertos tiros,
e centauros e satiros
que m'enseñen los collados.


XXXIV

   E pues que vos he contado  265
el mi fecho enteramente,
querría ser informado,
señor, si vos es placiente,
de cuáles tierras o gente
partides o qué fortuna  270
vos trayó, sin causa alguna,
en este siglo presente.


XXXV

   Ca non es hombre del mundo
que entre ni sea osado,
en este lugar profundo  275
e de gentes separado,
sinon el infortunado
Céfalo, que refuyó,
a quien Dïana trayó
en el su monte sagrado.  280


XXXVI

   Otros que hobo en Grecia
que la tal vía siguieron,
e segund fizo Lucrecia
por castidad padescieron,
los cuales todos vinieron  285
en este lugar que vedes
e con sus canes e redes
facen lo que allá ficieron».


XXXVII

    Respondí: «De la partida
soy do nasció Trajano;  290
e Venus, que non olvida
el nuestro siglo mundano,
me dio señora temprano
en mi jovenil edad,
do perdí mi libertad,  295
e me fizo sufragano.


XXXVIII

   E ventura, que trasmuda
a tod'hombre sin tardanza
e lo lleva do non cuda
desque vuelve su balanza,  300
quiere que faga mudanza,
e tráyome donde vea
este lugar, porque crea
que amar es desesperanza.


XXXIX

    Pero es bien engañada,  305
si piensa por tal razón
que yo ficiese morada
do non es mi entinción,
ca de cuerpo e corazón
me soy dado por sirviente  310
a quien dije que non siente
mi cuidado e perdición».


XL

   Una grand pieza cuidando
estovo en lo que decía,
e después, como dubdando,  315
«¡Ay!», dijo, qué bien sería
que siguiésedes mi vía,
por ver en qué trabajades
e la gloria qu'esperades
en vuestra postremería!»  320


XLI

   E maguer que yo dubdase
el camino inusitado,
pensé si lo refusase,
que me fuese reprobado.
Así le dije: «Pagado  325
soy e presto a vos seguir,
non cesando de servir
Amor, a quien me soy dado».


XLII

   Comenzamos de consuno
el camino peligroso  330
por un valle como bruno,
espeso e mucho fragoso;
e sin punto de reposo
aquel día non cesamos,
fasta tanto que llegamos  335
en un castillo espantoso,


XLIII

    el cual un fuego cercaba
en torno, como fosado,
e por bien que remiraba
de qué guisa era labrado,  340
el fumo desordenado
del todo me resistía,
así que no discernía
punto de lo fabricado.


XLIV

   E como el que retrayendo  345
afuera se va del muro
e del taragón cubriendo,
temiendo el combate duro,
desqu'el fuego tan obscuro
yo vi, fiz aquel semblante,  350
fasta qu'el fermoso infante
me dijo: «Mirad seguro,


XLV

   ca non es flama quemante,
comoquier que lo paresca,
esta que vedes delante,  355
nin ardor que vos empesca;
ardimiento non fallesca,
e seguidme diligente:
pasemos luego la puente,
ante que más daño cresca.  360


XLVI

   E toda vil cobardía
conviene que desechemos,
e yo seré vuestra guía
fasta tanto que lleguemos
al logar, do fallaremos  365
la desconsolada gente,
que su deseo ferviente
los puso en tales estremos».


XLVII

   Entramos por la barrera
del alcázar bien murado,  370
fasta la puerta primera,
a do yo vi entallado
un título bien obrado
de letras, que concluía:
«El que por Venus se guía  375
venga penar su pecado».


XLVIII

   Hipólito me guardaba
la cara, cuando leía,
veyendo que la mudaba
con temor que me ponía;  380
e por cierto presumía
que yo fuese atribulado,
sintiéndome por culpado
de lo que allí s'entendía.


XLIX

    Díjome: «Non receledes  385
de penar, maguer veades
en las letras que leedes
algunas contrariedades,
que el título que mirades
al ánima se dirige:  390
tanto qu'el cuerpo la rige,
de sus penas non temades».


L

   E bien como el que por yerro
de crimen es condepnado
a muerte de crüel fierro,  395
e por su ventura o fado
de lo tal es relevado
e retorna en su salud,
así fizo mi virtud
en el su primero estado.  400


LI

   Entramos por la escureza
del triste lugar eterno,
a do vi tanta graveza
como dentro en el infierno:
Dédalo, qu'el grand claverno  405
obró de tal maestría,
por cierto aquí dubdaría
su saber, si bien discerno.


LII

    ¡Oh tú, planeta diafano
que con tu cerco luciente  410
faces el orbe mundano
clarífico e propolente!
Señor, al caso presente
tú me influye poesía,
porque narre sin falsía  415
lo que vi discretamente.


LIII

   Non vimos al can Cervero,
a Minus nin a Plutón,
ni las tres fadas del fiero
llanto de grand confusión,  420
mas Félix e Demofón,
Cánasce e Macareo,
Euródice con Orfeo
vimos en una mansión.


LIV

    Vimos Poris con Tesena,  425
vimos Eneas e Dido,
e la muy fermosa Elena
con el segundo marido;
e más, en el dolorido
tormento vimos a Ero  430
con el su buen compañero
en el lago perescido.


LV

    Arquiles e Policena,
e a Ipermestra con Lino,
e la dona de Ravena,  435
de que fabla el florentino,
vimos con su amante, digno
de ser en tal pena puesto;
e vimos, estando en esto,
a Semíramis con Nino.  440


LVI

   Olimpias de Macedonia,
madre del grand batallante,
Ulixes, Circe, Pausonia,
Trisbe con su buen amante,
Hércules e Vïolante  445
vimos en aquel tormento,
e muchos que non recuento,
que fueron después e ante.


LVII

   E por el siniestro lado
cada cual era ferido  450
en el pecho, e foradado,
de grand golpe dolorido,
por el cual fuego encendido
salía que los quemaba:
presumid quien tal pasaba  455
si debiera ser nascido.


LVIII

    E con la pena del fuego
tristemente lamentaban;
pero que tornaban luego
e muy manso razonaban;  460
e por ver de qué tractaban,
mi paso me fui llegando
a dos, que vi razonando
que nuestra lengua fablaban.


LIX

   Las cuales, desque me vieron  465
e sintieron mis pisadas,
una a otra se volvieron
bien como maravilladas:
«¡Oh ánimas afanadas!»,
yo les dije, «que en España  470
nascistes, si non m'engaña
la fabla, o fuestes criadas,


LX

    decidme, ¿de qué materia
tractades, después del lloro,
en este limbo e miseria,  475
do Amor fizo su tesoro?
Asimesmo vos imploro
que sepa yo dó nascistes,
e cómo e por qué venistes
en el miserable coro».  480


LXI

   E bien como la serena
cuando plañe a la marina,
comenzó su cantilena
la una ánima mesquina,
diciendo: «Persona digna,  485
que por el fuego pasaste,
escucha, pues preguntaste,
si piedad algo t'enclina.


LXII

    La mayor cuita que haber
puede ningún amador  490
es membrarse del placer
en el tiempo del dolor;
e ya sea que el ardor
del fuego nos atormenta,
mayor pena nos augmenta  495
esta tristeza e langor.


LXIII

   E sabe que nos tractamos
de los bienes que perdimos
e del gozo que pasamos,
mientra en el mundo vivimos,  500
fasta tanto que venimos
arder en aquesta llama,
do non se curan de fama
ni de las glorias que hobimos.


LXIV

    E si por ventura quieres  505
saber por qué soy penado,
pláceme porque, si fueres
al tu siglo trasportado,
digas que fui condenado
por seguir d'Amor sus vías;  510
e finalmente Macías
en España fui llamado».


LXV

   Desque vi su conclusión
e tal pena inestimable,
sin facer larga razón,  515
respondí: «Tan espantable,
es el fecho abominable,
Macías, que me recuentas,
que tus esquivas tormentas
me facen llaga incurable.  520


LXVI

   Pero como el soberano
sólo puede reparar
en tales fechos, hermano,
plégate de perdonar,
que ya no me da logar  525
el tiempo que me detarde».
Respondiome: «Dios te guarde,
el cual te quiera guiar».


LXVII

   E volvime por do fuera
como quien no se confía,  530
buscando quien me trojera
en su guarda e compañía;
maguera qu'en torno vía
las ánimas que recuento,
no las vi, ni fui contento,  535
ni sope qué me faría.


LXVIII

   E bien como Ganimedes
al cielo fue rebatado
del águila que leedes,
segund vos fue demostrado,  540
de tal guisa fui robado
que no sope de mi parte,
ni por cuál razón nin arte
me vi, de preso, librado.


Fin

   Así que lo procesado  545
de todo amor me desparte;
ni sé tal que non se aparte,
si non es loco probado.





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