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21-15. B, C: del libro. (N. del E.)

 

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21-17. Algunos ejemplares de A: el. (N. del E.)

 

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21-18. Algunos ejemplares de A: Diziembre. (N. del E.)

 

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22-2. A: digna que; C: en el no ay cosa digna de notar que, y en la Segunda Parte del Quijote (1615): cosa digna de notar que. (N. del E.)

 

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22-8. El licenciado Murcia de la Llana (Francisco) fue médico y murió en 1639. De él escribe Nicolás Antonio (Bibliotheca Nova, I): «professor Complutensis philosophiae atque in Collegio Theologorum sodalis edidit partim vernacule partim latine cursum ut vocant Artium integrum scilicet»: Selecta circa universam Aristotelis Logicam (1606); Circa libros Aristotelis de Anima (1609), etc. Tradujo Las Sumulas del Dotor Villalpando (1615), número 1321 de la Bibliografía Madrileña, II, de Pérez Pastor. Compuso: Canciones lúgubres y tristes, etc. (1622); Discurso político del desempeño del reyno, etc. (1625?). Se titulaba también: «regia auctoritate librorum Censor.» Siendo «corrector general de libros» cobraba unos 50000 maravedís «de salario en cada un año», pero no se dedicaba con exceso de celo a su oficio, porque raras veces señalaba más de seis u ocho erratas en los libros cuya corrección le tocaba «durante más de 30 años en que servía a S. M.» Le sucedió en el oficio de corrector uno de sus hijos. (N. del E.)

 

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25-18. A Juan de Amezqueta dedicó Murcia de la Llana su obra Selecta circa libros Aristotelis de Anima (1609): «ad D. Ioannem de Amezqueta Camerae Regiae meritissimum à secretis». Otra mención del «Secretario Amezqueta» se lee en Pérez Pastor: Documentos Cervantinos, II, 416. En B y C sigue la licencia para Portugal. (N. del E.)

 

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28-1. A omite: no; B, C, Br: que no conteniendose. Compárese: «que la cólera de mi hermano se contenga en los límites de su discrecion» (La Señora Cornelia, Novelas, III, 100, línea 4); «que me contengo mucho en los términos de mi modestia» (Prólogo de Don Quijote, II); «pues no conteniendome en los limites de mi ignorancia» se lee en la dedicatoria de Fernando de Herrera, edición de las Poesías de Garcilaso (Sevilla, 1580). Hartzenbusch (en Las 1633 Notas puestas a la primera edición foto-tipografiada del Quijote, Barcelona, 1874, página 4) señaló por primera vez la identidad de ciertas cláusulas de la dedicatoria de Herrera y del Prólogo del licenciado Francisco de Medina con algunas frases de la dedicatoria cervantina al duque de Béjar. (N. del E.)

 

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29-7. B, C, Br: la. (N. del E.)

 

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29-8. B, C, Br: podía. (N. del E.)

 

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29-12. Parece justo inferir de este prólogo que Cervantes, al afirmar que los pensamientos varios de su hijo Don Quijote no habían sido «nunca imaginados de otro alguno», quería declarar que la concepción de su protagonista, como parodia literaria, fue enteramente invención propia que no se inspiró en ficciones parecidas. Le debieron ser desconocidos el Ogier le Danois (héroe de novela según una versión del siglo XV, que quiso resucitar el espíritu y las leyes de la caballería, tal como había florecido en tiempos de Carlomagno) e Isaie le Triste (siglo XV) y su escudero Tronc, que van a sus aventuras juntos, en las cuales el escudero se distingue tanto por su fidelidad al amo, por sus gracias y sus «muchos y buenos servicios» como Sancho Panza. (Sobre estas dos novelas consúltese Graesse: Lehrbuch einer Literärgeschichte (1842), II, 3, 1, páginas 213 y 340.) Tampoco le hubieron de ser conocidas a Cervantes Le Maccheronee, de Teófilo Folengo (siglo XVI), cuyo héroe Baldus se inspiró también en la lectura de los libros de caballerías para cometer muchas extravagancias, imitando asimismo las aventuras caballerescas, pero sin volverse loco como Don Quijote. (Véase B. Zumbini: Studj di Letteratura italiana, segunda edición, Firenze, 1906, página 163.) En cuanto a El Caballero Cifar (primera edición de 1512, de una rareza extraordinaria), se hace difícil creer que Cervantes conociera dicha novela, a la cual no parece aludir nunca. Tampoco basta el hecho de que el escudero Ribaldo prodigue los refranes para poder aseverar que tenemos en él el prototipo de Sancho Panza. Las analogías que se pueden señalar entre los dos escuderos se pueden notar en el carácter de otros escuderos de obras caballerescas. (Consúltese: C. P. Wagner, The Sources of El Caballero Cifar, Revue Hispanique, 1903, X; Menéndez y Pelayo: Orígenes de la Novela, I, 186.) Se ha señalado también la semejanza entre Don Quijote y la figura quijotesca de Agnolo di Ser Gherardo, héroe extravagante de una novela de Sacchetti (número 64). Pero las Novelle de este autor vieron la luz por primera vez en 1724; luego hay que refugiarse en el argumento de que Cervantes pudo oír contar la novela porque circulaba sin duda por Italia precisamente cuando él se hallaba allí. (Consúltese Novelle di Franco Saechetti, Cittadino Fiorentino, Firenze, 1724, volumen II; de ellas se conserva un Códice del siglo XVI según el Catalogo dei Novellieri italiani, da Giovanni Papanti, II, 67; y A.M. Borromeo: Notizie de' Novellieri italiani, Bassano, 1724, página 47.) En la farsa Quem tem farelos, de Gil Vicente, hay un pobre hidalgo loco, enamorado, seco y enjuto, que con su criado y su caballo flaco padece hambre constante y gasta el tiempo cantando debajo del balcón de su dama. Es probable que Cervantes conociera las obras del gran portugués, pero no se puede afirmar que se acordase de este «escudero» de Gil Vicente al idear a Don Quijote. Menéndez y Pelayo escribió: «No hay inconveniente en admitir que el germen de la creación de Don Quijote haya sido la locura de un sujeto real.» Orígenes, I, 294, y Estudios de Crítica literaria, IV, páginas 53 y siguientes. Don Ramón Menéndez Pidal, en Un aspecto en la elaboración del Quijote, escribe que Cervantes «no concibió los primeros episodios de su libro sino por estímulo de un despreciado Entremés de los Romances, cuya importancia, a mi ver, no ha sido aún comprendida por la crítica». Siento no poder estar conforme con esta conclusión de mi amigo y maestro. Es verdad que muchos entremeses fueron publicados años después de ser representados; sin embargo, creo que dicho Entremés, que fue publicado por primera vez en 1611, o sea unos diez años después de «engendrarse» el Quijote, parece ser más bien un remedo de los primeros capítulos de la obra cervantina. Precisamente el gran número de detalles en que se asemejan el Entremés y el Quijote aboga contra el argumento de la anterioridad de aquél. Cervantes no imita sus fuentes con tanta minuciosidad, y hemos de creerle en este caso que sus invenciones no eran «imitadas ni hurtadas». El Sr. Menéndez Pidal cree que el Entremés debió de ser escrito hacia 1597, y los fundamentos de tal creencia son: a) el que los romances citados en dicha pieza se encuentran todos en la Flor de varios y nuevos romances, publicado en Valencia en 1591 y 1593, y b) que «la locura de Bartolo consiste en quererse hacer soldado y embarcarse para ir a guerrear con los ingleses; responde, pues, a las mismas ideas que eran dominantes cuando se escribió el romance Hermano Perico, incluido íntegro en el Entremés (época de Draque y de la reina Isabel)». En resumen, el único libro en que se inspiró el autor del Entremés es La Flor (de 1593, aproximadamente), y el deseo del protagonista de «guerrear con los ingleses» no pasaría más allá de la fecha de 1597. En cuanto al primer argumento, parece lícito opinar que, aun si el autor del Entremés hubo de servirse únicamente de la Flor de varios (1593), no por eso es imposible que se inspirase doce años más tarde (1605 la fecha de la impresión del Quijote) en dicha colección de romances. Una imitación literaria no tiene que escribirse ni salir a luz a raíz de la publicación de sus fuentes. El Entremés dice:


Lleve el diablo al «romancero»,
que es el que te ha puesto tal.



Si no me equivoco, antes de publicarse el Romancero general de 1600, apenas se titulan romanceros estas colecciones cuyas portadas llevan los títulos Flor de varios, Cancionero de romances, Silva de romances, etc., y si la boga que tenían los romances antes de 1600 (la segunda época de su divulgación) era bastante grande para justificar una parodia, lo era todavía en mayor grado después de la publicación de los abultados romanceros entre 1600 y 1614.

En cuanto al segundo argumento que la mención del deseo de pelear con los ingleses no podía ser alusión a un pasado histórico, hay que tomar en cuenta que este espíritu hostil a los ingleses se manifestaba todavía durante los primeros años del siglo XVII tanto como hacia fines del XVI. Por tanto, el que Bartolo quiera hacerse soldado para guerrear con los ingleses no ha de relacionarse forzosamente con ninguna expedición particular contra éstos. La muerte de la reina Isabel ocurrió en 1603, y el odio inspirado por ella y por el «pirata» y «hereje» Draque se vislumbra en la literatura (novela y teatro) años después de la muerte de ambos. Por lo tanto, Bartolo pudo jactarse de que iba a Inglaterra «a matar el Draque y a prender la reina», sin que tal sentimiento reflejase una realidad histórica del momento. Aun después de la muerte del enemigo de la patria, los niños acostumbran a fingir una pelea con él, y este espíritu juvenil del Entremés se manifiesta en que Bartolo sale «armado de papel, de risa, y en un caballo de caña». Las relaciones tirantes entre España e Inglaterra se prestaban a palabras y alusiones agresivas durante muchos años después de 1597, como se puede hallar en la literatura de ambos países. En Inglaterra se aludía con desprecio al español (the Spaniel), sobre todo durante el primer tercio del siglo XVII. (Véanse Drake dans la Poésie espagnole (1570-1732), por J. A. Ray, París, 1906, y mi estudio On the influence of Spanish Literature upon English in the early 17th Century en Romanische Forschungen, XX, 2, páginas 604 y siguientes.) (N. del E.)