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Miguel Delibes: «Mis personajes iban redondeando su vida a costa de la mía»

Marisa Sotelo Vázquez


Universitat de Barcelona

«Si la vida siempre es breve, tratándose de un narrador, es decir de un creador de otras vidas, se abrevia todavía más, ya que éste antes que, su personal aventura, se enajena para vivir las de sus personajes. Encarnado en unos entes ficticios, [...] transcurre la existencia del narrador inventándose otros yos».







Ahora, que con la muerte de Miguel Delibes las palabras que dan título a este artículo han cobrado su significado más profundo, me propongo una vez más reflexionar sobre su arte narrativo para rendir homenaje a uno de los mejores novelistas españoles del siglo XX. La reflexión para ser fecunda sólo puede ser ya sobre el legado que perdura más allá de la muerte, la obra, que el autor gestó al ritmo de la compasión y siempre sobre tres elementos primordiales: «un hombre, un paisaje y una pasión».

En la poética narrativa del autor castellano, por encima de la importancia concedida a la historia y al tono, el elemento medular es siempre el personaje. Delibes, como Unamuno, era un gran creador de personajes vivos, en buena medida prolongaciones de su propio yo. Personajes que nacían de su mundo interior, de sus inquietudes, de sus miedos, de sus anhelos y también de sus inquebrantables fidelidades. En este aspecto las reiteradas reflexiones del escritor no dejan ninguna duda:

Crear tipos vivos, he ahí el principal deber del novelista. Unos personajes que vivan de verdad pueden hacer verosímil un absurdo argumento, relegar hasta diluir su importancia, la arquitectura novelesca y hacer del estilo un vehículo expositivo cuya existencia a penas se percibe. Poner en pie unos personajes de carne y hueso e infundirles aliento a lo largo de doscientas páginas es, creo yo, la operación más importante de cuantas el novelista realiza [...] Visto desde este ángulo, el personaje se convierte en eje de la novela y su carácter prioritario se manifiesta desde el momento en que el resto de los elementos que integran la ficción deben plegarse a sus exigencias


(Delibes 1980:5)                


La importancia capital que el novelista vallisoletano concedía a la factura del personaje en la arquitectura de la novela, tal como se desprende del párrafo anterior, tiene que ver indudablemente con su extraordinaria capacidad de desdoblamiento autobiográfico, del que dan fe los personajes de sus numerosas novelas y cuentos. Desdoblamiento que el escritor había reconocido en múltiples ocasiones a lo largo de su dilatada trayectoria literaria:

El novelista auténtico tiene dentro de sí no un personaje, sino cientos de personajes. De aquí que lo primero que el novelista debe observar es su interior. En este sentido, toda novela, todo protagonista de novela lleva dentro de sí mucho de la vida del autor. Vivir es un constante determinarse entre diversas alternativas. Mas, ante las cuartillas vírgenes, el novelista debe tener la imaginación suficiente para recular y rehacer su vida conforme otro itinerario, que anteriormente desdeñó. Por aquí concluiremos que por encima de la potencia imaginativa y el don de la observación, debe contar el novelista con la facultad de desdoblamiento: no soy así pero pude ser así.


(Delibes 1967:355)                


Lúcida reflexión sobre la habilidad del novelista para meterse en la piel de otros seres que son en buena medida el mismo, porque para Delibes como para Flaubert o Unamuno toda criatura es su creador. Esa capacidad de entender las razones del otro desemboca forzosamente en el desdoblamiento autobiográfico, que en el caso de Señora de rojo sobre fondo gris, el narrador -fiel alter ego del novelista- reconoce abiertamente en un momento crucial de la historia: la evocación del funeral de Ana, la esposa trágica y prematuramente muerta: «Yo recuerdo aquel día como vivido dentro de otra piel, desdoblado» (2004: 71) confiesa el narrador. Reconocimiento que no era nuevo, pues Miguel Delibes ya había reflexionado sobre dicho concepto en otras ocasiones, la última vez que lo hizo de forma extensa fue en 1994, en el discurso de recepción del Premio Cervantes, en el que con evidente melancolía reconocía hasta qué punto su vida se acababa en la de sus personajes:

Pasé la vida disfrazándome de otros, imaginando, ingenuamente, que este juego de máscaras ampliaba mi existencia, facilitaba nuevos horizontes, hacía aquella más rica y variada. Disfrazarse era el juego mágico del hombre, que se entregaba furtivamente a la creación sin advertir cuánto de su propia sustancia se le iba en cada desdoblamiento. La vida, en realidad, no se ampliaba con los disfraces, antes al contrario, dejaba de vivirse, se convertía en una entelequia cuya única realidad era el cambio sucesivo de personajes


(1994: 65)                


Este derroche de la propia vida a través de la vida de otros seres en un ininterrumpido juego de máscaras no implicaba detener el tiempo, tal como reconoce el novelista, sino más bien lo contrario, vivir desviviéndose en otras vidas, las de los sucesivos entes de ficción que pueblan sus novelas: Daniel, el Mochuelo, el viejo Eloy, Mario, Pacífico Pérez, el señor Cayo y tantos otros en los que Delibes había ido dejando diferentes jirones de su vida:

Ellos iban redondeando sus vidas a costa de la mía. Ellos eran los que evolucionaban y, sin embargo, el que cumplía años era yo. Hasta que un buen día al levantar los ojos de las cuartillas y mirarme al espejo me di cuenta de que era un viejo. En buena parte, ellos me habían vivido la vida, me la habían disecado poco a poco. Mis propios personajes me habían disecado, no quedaba de mí más que una mente enajenada y una apariencia de vida. Mi entidad real se había trasmutado en otros, yo había vivido ensimismado, mi auténtica vida se había visto recortada por una vida de ficción.


(Delibes 1994: 65)                


Bellas y nostálgicas palabras referidas a la creación de los personajes, que encubren además una honda reflexión sobre apariencia y realidad, conceptos de clara raigambre cervantina, así como sobre el paso inexorable del tiempo y la muerte. La muerte que ha llegado para el novelista a los noventa años en su ciudad, Valladolid, después de una larga vida ejemplar dedicada al periodismo y a la literatura. Resulta difícil acostumbrarse definitivamente a su silencio, aunque el autor castellano desde la publicación de su novela El hereje (1998) había decidido poner punto final a su obra y retirarse prácticamente de la vida pública, a la que nunca fue demasiado aficionado. En los últimos años sólo esporádicamente algún artículo en prensa relacionado con el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York y el volumen Miguel Delibes-Josep Vergés. Correspondencia (1948-1986), publicado en Barcelona, 2002, fueron los únicos signos de que el creador de tantos y tantos inolvidables personajes de ficción estaba preparando su despedida, con elegante discreción, tal como había vivido siempre.

Con su muerte se cerraba definitivamente en Valladolid el círculo de la vida del escritor nacido en la misma ciudad en 1920. Hasta en eso fue fiel Delibes a su rutina. Fiel a su tierra, a su paisaje, a su ciudad, a sus gentes, a sus amigos de toda la vida, a su mujer, incluso a su editor y, sobre todo, también a sus ideas y creencias.

Miguel Delibes fue un liberal convencido, cristiano postconciliar y ecologista avant la lettre preocupado desde siempre por temas medioambientales. Partidario de un desarrollo sostenible, defendía el progreso siempre que no se enfrentara a la Naturaleza. Incansable valedor de las tierras y los pueblos de Castilla no se cansaba de denunciar el continuo proceso de desertización y abandono, tal como había dejado constancia en El disputado voto del señor Cayo, Viejas historias de Castilla la Vieja y de una forma más explícita en SOS, El sentido del progreso en mi obra, discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, que pronunció ya sin Ángeles, la fiel compañera de toda su vida, fallecida prematuramente en 1975.

La muerte, tema recurrente en las novelas de Miguel Delibes, se hacía entonces dolorosamente presente en carne propia. La muerte de Ángeles significó un antes y un después en la obra del autor vallisoletano. Delibes la había calificado como «su equilibrio» y en el mencionado discurso de ingreso en la RALE, poco después de su muerte, la evocaba con estas emotivas palabras:

Desde la fecha de mi elección a la de ingreso en esta Academia me ha ocurrido algo importante, seguramente lo más importante que podría haberme ocurrido en mi vida: la muerte de Ángeles, mi mujer, a la que un día, hace ya casi veinte años califiqué de «mi equilibrio». He necesitado perderla para advertir que ella significaba para mí mucho más que eso: ella fue también, con nuestros hijos, el eje de mi vida y el estímulo de mi obra, sobre todas las demás cosas, el punto de referencia de mis pensamientos y actividades. Soy, pues, consciente de que con su desaparición ha muerto la mejor mitad de mí mismo. Objetaréis, tal vez, que al faltarme el punto de referencia mi presencia aquí esta tarde no pasa de ser un acto gratuito, carente de sentido, y así sería si yo no estuviera convencido de que al leer este discurso me estoy plegando a uno de sus más fervientes deseos, en consecuencia, que ella ahora, en algún lugar y de alguna manera, aplaude esta decisión mía.


(Delibes 1975:15-16)                


Este profundo sentimiento de pérdida, de desasimiento, que Delibes había experimentado desde niño con el temor a la muerte de su padre, convertido en eje temático de su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, va a hacerse más patente a partir de la muerte de Ángeles. Delibes había reflexionado mucho en su primera novela sobre la teoría del desasimiento, el dejar o ser dejado, para llegar a la conclusión de uno no se acostumbra nunca a la pérdida de los seres queridos, a lo que se acostumbra es a vivir con la muerte a cuestas.

Ángeles era una mujer inteligente, vital, optimista, compañera inseparable, madre de sus siete hijos, imprescindible en la vida cotidiana del escritor, porque era además su mejor lectora. Señora de rojo sobre fondo gris, título del retrato de Ángeles que poseía Delibes y también de su novela, es una elegía y un homenaje a su memoria. La técnica narrativa, en cierta medida, recuerda a Cinco horas con Mario, pero si allí el parloteo desordenado y la voz torrencial y rencorosa de Carmen evocaba durante cinco horas de velatorio la vida junto a su marido difunto, aquí la voz de un desolado narrador, verdadero alter ego autorial, reconstruye con serenidad y profunda tristeza los últimos años vividos junto a su mujer fallecida prematuramente.

En el discurso de recepción del Premio Cervantes, del que proceden las palabras que encabezan esta necrológica, Miguel Delibes anticipaba también su preocupación por saber detenerse a tiempo, por no escribir ni una sola línea cuando la vida desde el punto de vista intelectual no fuese lo suficiente lúcida, cuando ya no pudiera contar nada de interés: «Los amigos me dicen con la mejor voluntad: que conserve usted la cabeza muchos años. ¿Qué cabeza?, ¿La mía, la del viejo Eloy, la del señor Cayo, la de Pacífico Pérez, la de Menchu Sotillo? ¿Qué cabeza es la que debo conservar?» (194:65).

Leídas desde la perspectiva actual las palabras del mencionado discurso -verdadero testamento literario del escritor- no sólo abonan la idea del desdoblamiento autobiográfico sino que resuenan con cierto halo de melancolía y tristeza, rasgos frecuentes en Miguel Delibes, pero que, como dijo aquel día Carmen Martín Gaite, otra gran narradora que asistía al acto, cuando algo se expresa de forma tan bella, aunque triste, es menos triste.

El sobrio discurso de recepción del Premio Cervantes fue en su género un texto espléndido, en el que Delibes pasaba revista a toda su trayectoria vital y literaria y lo hacía reflexionando sobre su poética narrativa y más específicamente deteniéndose en la construcción del personaje novelesco. Recalcaba una vez más el autor de Los santos inocentes su repetido intento a lo largo de los años de «descifrar al hombre» a través de la palabra, creando «tipos vivos» cuyo aliento vital -su pasión, su paisaje-, se integrase siempre en una historia y a partir de ella el discurso narrativo adoptara el tono y las modulaciones precisas en cada caso, pero sometido siempre a la jerarquía indiscutible del personaje.

Desde la atalaya implacable del tiempo transcurrido desde que consiguiera el premio Nadal por La sombra del ciprés es alargada en 1948, planteaba Delibes con cierta nostalgia hasta qué punto todos sus personajes, Daniel el Mochuelo, de El camino; el Nini de Las ratas; Lorenzo, el cazador de los diarios; Mario de Cinco horas; Pacífico Pérez de Las guerras de nuestros antepasados; Cayo del Disputado voto; Gervasio de Madera de héroe no eran más que diferentes facetas de su propia personalidad, afirmando que toda novela es en parte una autobiografía. Y desde la perspectiva actual podríamos añadir a ese magnífico elenco de personajes a Azarías y Paco el Bajo, de Los santos inocentes, o Cipriano Salcedo, protagonista de El hereje, que vienen a completar el abanico ético y estético del escritor, su compromiso con el hombre de su tiempo y su exigencia moral.

De todos esos personajes probablemente sea el primitivo y auténtico Azarías el que mejor encarna la mezcla entre la inocencia natural y la rebelión social, que caracteriza a otros muchos personajes delibesianos. En Los santos inocentes Delibes sólo necesitó poner en boca de Azarías dos palabras, «milana bonita», para transmitir al lector toda la ternura frente a los débiles y toda la rebeldía frente a los abusos de los poderosos. Nunca tan solo dos palabras significaron tanto en una novela. Respeto a la Naturaleza, ternura y compasión para la niña chica y rebeldía y venganza frente a la prepotencia del señorito de escopeta y cortijo.

Todas estas características junto al extraordinario dominio del más puro castellano hacen de Miguel Delibes un dignísimo heredero del arte cervantino en lo que éste tiene de sensibilidad afectiva, realismo, piadosa ironía y exigencia moral.






Bibliografía

  • Alonso de los Ríos, César (1971). Conversaciones con Miguel Delibes. Madrid. Novelas y Cuentos.
  • Delibes, Miguel (1967). Un año de mi vida (3 de diciembre), Obras Completas. Barcelona. Destino, T., V, p. 355.
  • —— (1975). El sentido del progreso desde mi obra, S.O.S., Barcelona. Destino.
  • ——. (1980). «Los personajes en la novela», La Vanguardia (20-XII-1980), p. 5.
  • ——. (1994). «Discurso de recepción del Premio Miguel de Cervantes» ABC (26-IV-1994).
  • ——. (2004). España 1936-1950: Muerte y resurrección de la novela. Barcelona. Destino.
  • Sotelo, Marisa (1994). «Miguel Delibes, Cinco horas con Mario», Comentario Literario de textos, Rosa Navarro (coord.) Barcelona. Publicacions de la Univesitat de Barcelona, pp. 163-184.
  • ——. (1994). «Miguel Delibes, Señora de rojo sobre fondo gris», Comentario Literario de textos, Rosa Navarro coord. Barcelona, Publicacions de la Univesitat de Barcelona, pp. 184-197.
  • ——. ed. (1995): El camino, Barcelona, Destino, Clásicos Contemporáneos Comentados, pp. V-LXVII.
  • ——. Los personajes de Miguel Delibes: las sucesivas máscaras del escritor, http://cvc.cervantes.es/actcult/delibes/acerca/msotelo.htm


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