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Monseñor Romero

Noticia sobre el asesinato de Monseñor Romero en Diario 16

El asesinato de Monseñor Romero (24 de marzo de 1980)

Diario 16

(España). 26 de marzo de 1980

Violencia en América Latina

El asesinato del arzobispo Romero puede ser la chispa de la guerra civil en El Salvador

Al menos veinticinco bombas estallaron ayer en El Salvador. Miles de personas, desde la madrugada del martes, salieron a las calles con la esperanza de aproximarse al féretro del arzobispo, que será sepultado el próximo jueves día 27. Antes de morir, Monseñor Romero pidió que perdonaran a los asesinos.

San Salvador. -Patrullas militares en todas las calles, el estallido de bombas casi sin parar, corte de luz en el centro de la capital. Miles y miles de personas, con el dolor y la consternación reflejados en el rostro, que pugnaban por ingresar a la basílica de San Salvador, donde se levanta la capilla ardiente del arzobispo Romero. Éste es el ambiente que vivía ayer la capital del pequeño país centroamericano.

EL CRIMEN

Eran las seis de la tarde y cuarenta minutos del lunes, hora de El Salvador -dos menos veinte de la madrugada de ayer martes en España- cuando Monseñor Romero se desplomó mortalmente herido ante el altar de la capilla del hospital de la Divina Providencia.

El prelado oficiaba en esos momentos una misa en memoria de la madre de un periodista, Jorge Pinto, director del periódico opositor El Independiente.

Según las últimas versiones, cuatro desconocidos llegaron hasta el hospital de la Divina Providencia en un coche Volkswagen de color rojo. Se acercaron a la capilla y dispararon contra el arzobispo. Un disparo le atravesó el corazón, dejándolo mortalmente herido. Una religiosa que escuchaba la misa dijo que antes de morir, Monseñor Romero pidió perdón para los asesinos.

ESTADO DE ALERTA

Apenas difundida la noticia de la muerte del arzobispo, la Junta de Gobierno inició una prolongada reunión de urgencia, y declaró el estado de alerta en todo el país.

El día de ayer, martes, amaneció en San Salvador en un ambiente de desconcierto y terror generalizado. Al menos veinticinco bombas estallaron en diferentes edificios públicos y privados. Se dijo que por lo menos dos de las bombas han estallado en el Palacio Nacional.

El centro de la ciudad quedó a oscuras a consecuencia de los atentados terroristas. Entre tanto, miles de personas se dirigían a pie o en toda clase de vehículos hacia el seminario San José de la Montaña, donde se había levantado la capilla ardiente. Más tarde, los restos del arzobispo fueron llevados a la basílica del Sagrado Corazón.

El Gobierno declaró tres días de duelo nacional, y todos los colegios cerraron sus puertas.

Por su parte, el izquierdista Bloque Popular Revolucionario convocó a un paro nacional de ocho días, y decretó duelo nacional también por ocho días.

El clima imperante en la capital de este pequeño país centroamericano es de confusión y temor. Se recuerda que la muerte del periodista opositor, Pedro Joaquín Chamorro, fue el inicio de la lucha final que terminó en Nicaragua con la dictadura somocista. La muerte del arzobispo Romero, el crítico más destacado de la actual Junta de Gobierno, podría ser también la mecha que generara el conflicto armado definitivo de proporciones incalculables.

Se repetían, además, de boca en boca, las palabras pronunciadas por el propio arzobispo Romero el día antes de su muerte: No hay proyecto político que se sostenga, si no tiene un mínimo apoyo popular.

La «otra Iglesia» de América Latina

Rafael Plaza1

Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador recién asesinado, había denunciado muy recientemente las «tres idolatrías» que, según él, estaban poniendo en un grave peligro a su país: la riqueza y la propiedad privada: El deseo absoluto de tener más destruye la convivencia fraterna de los hijos de Dios; la Seguridad Nacional: Vivimos en una estructura de injusticia social que es la raíz de los demás males. La Seguridad Nacional transforma la fuerza armada en guardia de los intereses de la oligarquía, y la Organización: Esa que persigue a muerte todo movimiento de oposición.

Éstas y otras denuncias más recientes y mucho más directas le han llevado a la muerte. Óscar Romero ha muerto como un profeta, aunque, en honor a la verdad, no se puede decir que la Iglesia de Latinoamérica esté muy surtida de profetas.

Los mártires «de la Iglesia» hoy se pueden contar con los dedos de unas cuantas manos, y aunque la Iglesia se siente azotada por sus desapariciones, es, en el fondo, el pueblo el más herido, el más convulsionado.

Los hombres de Iglesia que en los últimos años han ido cayendo en Latinoamérica (Romero ayer, el sábado en Bolivia Luis Espinal y antes Gaspar García Laviana, en Nicaragua, y otros dos obispos, Valencia Cano y Angelelli, en Argentina, y Rutilio Grande y otros seis curas, también en El Salvador, y los padres Aguilar y Escamillas en México, y los sacerdotes Guth y Hermógenes López en Guatemala, y el padre Bernié en Brasil, y los de Honduras, y los de Colombia, y los de Chile, Paraguay y Uruguay...). No han caído por defender unos dogmas católicos de alto coturno, ni una moral sacramental ortodoxa, ni una liturgia impecable, ni una predicación escatológica.

Han muerto por algo mucho más sencillo, más cercano, más real, más vivo: el pueblo, el campesino, el pobre, el oprimido. Son, más que mártires de la Iglesia católica, apostólica y romana, mártires del pueblo llano, que peca y pasa hambre por igual.

Por eso se puede decir que en Latinoamérica -y esto con permiso de Fernando Sabater- hay, al menos, dos Iglesias, y quizá más. Una Iglesia conservadora, amiga de nunciaturas, diplomacias, abalorios, Ejército, poder, capital y patronos, y otra identificada totalmente con el pueblo, el pueblo latinoamericano sin tierras, sin trabajo, sin dignidad, sin seguros de nada, sin esperanza y sin sonrisa. Y es por este pueblo por el que han muerto ya tantos. No consta, todavía, ningún mártir por los otros.

«No pisaré la Presidencia del Gobierno mientras no se esclarezcan las muertes de los 500 campesinos», había prometido Monseñor Romero después de la masacre del 78. Cada vez se fue alejando más del poder -él, que era más bien conservador hasta que la muerte del padre Grande le convirtió definitivamente al pobre- y esto ha sido, probablemente, lo que le ha llevado a la muerte. Lo que va llevando a la muerte a muchos hombres y mujeres de la Iglesia latinoamericana, sin contar, claro, la de los campesinos y militantes jovencísimos de aquellas latitudes. ¡El poder! Hace muy pocos días Monseñor Romero escribía una carta -que leería en la catedral de San Salvador- al propio presidente Carter, denunciando la injerencia de los Estados Unidos en la dictadura salvadoreña. ¡Qué casualidad! Menos de diez días después caería asesinado de un tiro en el corazón. El domingo había denunciado sin ambages al Gobierno y al Ejército salvadoreños. ¡Era ya demasiado! Casualmente, en estos mismos días merodeaban por las proximidades de El Salvador las salvadoras fuerzas norteamericanas, que van, presumiblemente, en apoyo de la Junta tantas veces denunciada por el arzobispo Romero.

1. Periodista, sacerdote, director de la revista Cáritas.

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