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Monseñor Romero

Noticia sobre el asesinato de Monseñor Romero en El País

El asesinato de Monseñor Romero (24 de marzo de 1980)

El País (España). 26 de marzo de 1980

Un francotirador disparó contra el arzobispo de la capital salvadoreña mientras éste oficiaba misa

El asesinato de Monseñor Romero puede sumir a El Salvador en la guerra civil

ÁNGEL LUIS DE LA CALLE, enviado especial. San Salvador

Soldado: no estás obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Date cuenta de que es tiempo de que recuperes tu conciencia. En nombre de Dios, pues, en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: cese la represión.

Estas dramáticas frases, de bíblica indignación, han sido, probablemente, las que han costado la vida al arzobispo de San Salvador, Monseñor Óscar Arnulfo Romero, asesinado a las seis de la tarde del lunes por un solo disparo de un francotirador, mientras celebraba misa de difuntos en memoria de la madre de un periodista amigo suyo, el director del diario opositor El Independiente.

Miles de personas, desafiando el miedo en que se ha convertido el aire que respiran los salvadoreños, han desfilado ante el cadáver del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, expuesto en la misma basílica desde la que expuso domingo tras domingo las palabras de protesta que ha pagado con la vida. Gente de toda clase y condición, abrumada por un hecho que siempre fue considerado como el último límite de una imparable situación de terror, trata de expresar así el sentimiento de un dolor que resume la impotencia de un pueblo ante la violencia sin barreras.

Todo gira en estas últimas horas alrededor de las circunstancias del hecho que conmovió El Salvador el lunes. No se han aclarado aún las versiones sobre el desarrollo de los hechos, y siguen siendo también muchas las explicaciones sobre la personalidad de los autores. Hay disputas entre las fuentes que certifican que los disparos que acabaron con la vida del cardenal fueron hechos con pistola a boca jarro y con la presencia en la capilla de los cuatro integrantes del comando asesino, otros juran que fue un solo disparo hecho a notable distancia del lugar donde se encontraba el cardenal Romero, al pie del altar. Éstos aseguran que solamente un profesional podría obrar de manera tan certera.

Estas circunstancias, sin duda, hacen ya poco al caso, el hecho incontestable es que se ha matado a un símbolo, o quizá mejor, al símbolo de la protesta salvadoreña. El Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), cuyos planteamientos están alejados de los que preconizaba el arzobispo, ha hecho estallar cuarenta bombas en todo el país durante las últimas doce horas, como una «protesta de la protesta».

No son pocos los que establecen comparaciones entre el martirio de Monseñor Romero y la muerte de Pedro Joaquín Chamorro en Nicaragua.

Veinticinco bombas hicieron explosión en distintos puntos del país

Estado de alerta en El Salvador, donde se teme una insurrección popular tras el asesinato del arzobispo Romero

El clero de San Salvador ha hecho un llamamiento a la OEA para que intervenga decididamente en El Salvador. Ha recordado precisamente el papel importante que esta organización jugó para resolver positivamente la crisis de aquel país. El llamamiento de la curia no parece ser simplemente una reacción burocrática. Es una llamada de socorro.

Los curas que ayudaban a Óscar Arnulfo Romero en su labor pastoral creen, en definitiva, que el asesinato de su jefe es obra de un francotirador especializado, e insisten en la premeditación del crimen. Los vicarios pastorales, al afirmar este hecho, expresaron que esperan más de la justicia divina que de la humana para aclarar el asesinato.

En los medios oficiales todo es demostración de dolor y consternación: los tres días de duelo oficial decretados por la Junta de Gobierno como enérgica condena del atentado. El Consejo de Ministros estuvo reunido largas horas en la tarde del martes. El Ministerio de Defensa, que controla los cuerpos de seguridad, especialmente en los últimos episodios de represión, se sumó también a las voces condenatorias del asesinato del arzobispo. Ayer por la mañana, el cadáver del sacerdote asesinado fue trasladado a la catedral metropolitana; allí se celebrarán velatorios y funerales. A las diez horas del próximo jueves, un cortejo acompañará los restos de Monseñor al cementerio. Han anunciado su presencia numerosos obispos latinoamericanos, que ya condenaron expresamente el asesinato.

Las autoridades salvadoreñas, ante el temor de una insurrección popular, decretaron ayer el estado de alerta en todo el territorio nacional, a raíz del asesinato, el lunes, del arzobispo Óscar Romero, informa la agencia EFE desde El Salvador. Unas veinticinco bombas hicieron explosión en las últimas horas en la capital y otras ciudades. A pesar de la censura informativa, la noticia del asesinato se extendió por todo el país en pocos minutos.

Miembros del BNP permanecían ayer en el interior de la catedral salvadoreña, ocupada por ellos desde hace semanas en señal de protesta por la represión gubernamental. Varios sacerdotes negociaron ayer con ellos el desalojo de la catedral, para rendir hoy exequias fúnebres al prelado asesinado, si bien los ocupantes mantendrán, al parecer, su ocupación.

El gran ascendiente del arzobispo asesinado y su infatigable denuncia de la situación socioeconómica en la que vive el pueblo salvadoreño, le habían proporcionado un gran carisma popular. Con su asesinato, desaparece asimismo un verdadero poder arbitral en El Salvador. En varias ocasiones, la mediación del arzobispo Romero había sido decisiva en conflictos entre sectores populares y gubernamentales. En un principio, se mostró esperanzado al crearse la Junta de Gobierno que derrocó al dictador Humberto Romero, el pasado 15 de octubre, si bien luego retiró su apoyo a la Junta, por entender que la represión, desde su acceso al poder, había sido proporcionalmente superior a la que sufrió el país bajo la dictadura.

Una vida pastoral comprometida

Óscar Arnulfo Romero, de 62 años, nació en Ciudad Barrios, a doscientos kilómetros al norte de El Salvador, en agosto de 1917. Estudió el bachillerato con los claretianos, en la ciudad de San Miguel, y, posteriormente, siguió los estudios eclesiásticos en el Seminario Pío Latinoamericano de Roma, bajo la dirección de los jesuitas. Párroco de San Miguel a su vuelta de Europa y obispo en 1970, fue nombrado arzobispo de San Salvador en febrero de 1977.

Días después de su nombramiento, al frente de la archidiócesis salvadoreña, uno de sus colaboradores, el jesuita Rutilio Grande, fue asesinado por miembros de un comando de extrema derecha. Según sus propias palabras, fue este hecho el que imprimió a su vida pastoral -hasta entonces caracterizada por una inquietud hacia el problema social de su país- un giro drástico. A partir de entonces, Óscar Arnulfo Romero comenzó a denunciar las violaciones de los derechos humanos en su país y adoptó una actitud pastoralmente beligerante contra la dictadura.

En su labor de denuncia, el arzobispo de San Salvador se vio muy solo ante la jerarquía eclesiástica salvadoreña, mayoritariamente conservadora. La incomprensión, cuando no la condena o el rechazo directo, fueron las actitudes seguidas mayoritariamente por las demás jerarquías con respecto a él. «Ni una sola palabra de aliento», dicen sus colaboradores, «encontró en el nuncio», Emanuele Gerada...

Tampoco el Vaticano encontró especial sensibilidad hacia los problemas populares salvadoreños ni hacia él. En febrero de 1979 visitó Roma y para conseguir una audiencia con el Papa tuvo que colarse en una audiencia general en primera fila, y solicitar directamente a Juan Pablo II que le recibiera.

El carisma del arzobispo asesinado le hacía gozar de la audiencia radiofónica más elevada de su país. Un 75% de los salvadoreños escuchaba cada domingo, por la radio, emisora YSAX-La Voz Panamericana, su homilía, de dos horas de duración, salpicada de información y de recomendaciones a los campesinos y a los trabajadores, al Gobierno y al Ejército. La emisora fue volada hace quince días.

Doctor Honoris Causa por las Universidades de Lovaina y Georgetown (EEUU). Romero era presidente de la Conferencia Episcopal de su país y candidato al Premio Nobel de la Paz.

Juan Pablo II, profundamente impresionado

JUAN ARIAS. Roma

El asesinato del arzobispo de San Salvador ha causado profunda impresión al Papa. La noticia se la comunicó a Juan Pablo II su secretario particular apenas se despertó. El Papa, después de haberse recogido en oración, escribió un mensaje en español dirigido al presidente de la Conferencia Episcopal salvadoreña.

Juan Pablo II afirma que, al conocer la noticia del «sacrílego asesinato», no ha podido dejar de expresar su más profunda reprobación de pastor universal ante este crimen execrable que, además de flagelar de manera cruel la dignidad de la persona, hiere en lo más hondo la convivencia de comunión eclesial y de quienes abrigan sentimientos de fraternidad humana. El Papa añade que pide para que los queridísimos hijos de El Salvador, deponiendo para siempre todo atisbo de violencia o de venganza mezquina, logren hacer cada vez más asequibles las vías de la fe y del amor cristiano, cuya fuerza es garantía de auténtica salvación y de justicia.

Precisamente, el papa Wojtyla había recibido hace sólo unas semanas a Monseñor Romero en audiencia privada, para informarse personalmente de la situación en San Salvador.

El País conversó con el arzobispo asesinado en Puebla, México, con ocasión de la Conferencia Episcopal de América Latina. Acababan entonces de matar a dos sacerdotes de su diócesis: Los han acusado de ser marxistas revolucionarios, pero no es cierto. Eran dos sacerdotes ejemplares, que se habían puesto abiertamente de la parte de los oprimidos y que predicaban el Evangelio sin miedo. Y añadió: Claro que en un pueblo como el mío, donde la mayor parte son aún analfabetos y donde la riqueza está en manos de unos cuantos y la miseria es de todos, decir, por ejemplo, que Dios ha creado la tierra para todos y no sólo para las multinacionales es considerado subversivo.

Hablando de los peligros que corría, dijo: Tengo miedo como todos los humanos, pero cuando se ha abrazado la radicalidad del Evangelio es una contradicción aceptar escoltas o protecciones. Son privilegios que no se puede permitir quien tiene la obligación de predicar la justicia y la verdad. Yo tengo que arriesgarme como cualquier otro ciudadano de mi pueblo en la lucha por la libertad.

Asesinato en la catedral

Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, ha tenido la muerte que ha dado gloria a alguno de sus grandes predecesores, como Thomas Beckett, muerto en la catedral de Canterbury por los asesinos del arbitrario poder real al que combatía. Unas horas antes de su muerte aparecía su imagen última en Televisión Española, y las palabras que podrían ser su epitafio: A mí me podrán matar, pero a la voz de la justicia ya nadie la puede matar. Un último optimismo.

Monseñor Romero ofrecía ese patético, pero sereno, rostro que en los últimos años es el honor de la Iglesia en Latinoamérica: la incansable defensa de los oprimidos, la denuncia constante de un régimen que ha ido superando en los últimos meses las manchas trágicas que había sido llamado a limpiar, cuando fue depuesto el régimen anterior. El día en que fue asesinado era uno más entre los treinta cadáveres causados por las armas del régimen, que no son siempre, como en el caso del arzobispo, las regulares y uniformadas, sino las bandas de la extrema derecha, que asesinan amparadas por el poder. Un poder en el que figura todavía una democracia cristiana que ha sido ya abandonada por sus juventudes, desertada por alguno de sus grandes dirigentes, pero que se aferra al poder donde ya no es más que un rehén en manos de los militares, a los que ni siquiera consiguen legalizar. Es posible que estos fieles vaticanistas reconsideren su actitud en el momento en que la figura principal de la Iglesia de su país cae asesinada. Aunque la conciencia, muchas veces, puede celebrar pactos y consensos poco comprensibles.

Puede ocurrir también que Estados Unidos reconsidere sus proyectos, hasta ahora contenidos, pero siempre a punto de enviar una ayuda militar creciente o de fomentar la entrada en el país de los soldados acantonados en Guatemala para traspasar la frontera en un momento dado. Las operaciones de las fuerzas de seguridad estaban siendo asesoradas por un número de consejeros (entre cincuenta y cien) especializados en la lucha antisubversiva, las fuentes de información de la oposición atribuían a estos consejeros no solamente la asesoría del Ejército y las fuerzas de seguridad, sino también el apoyo y las armas a las bandas de la extrema derecha.

Puede ocurrir que, como dice el viejo tópico que se emplea en estos casos, la sangre del arzobispo Romero no haya sido derramada en balde. La reacción en el país ha sido enorme, y la indignación internacional, aun por parte de figuras de la Iglesia que no son en nada afines a las opciones políticas y humanas que defendía Monseñor Romero, tienden ya a descalificar al régimen de El Salvador definitivamente.

En realidad, la guerra civil existe ya en El Salvador. Sólo una solución inmediata, patrocinada por Estados Unidos y por los países democráticos de América Latina, puede evitar que se extienda, e incluso que se amplíe a otras zonas de la América Central. Esta solución no puede ser más que la evicción del Gobierno actual y la formación, en su lugar, de una coalición que represente todas las fuerzas en lucha y abra inmediatamente el proceso legal para la reconstitución de una democracia, que tampoco podrá subsistir si no acomete inmediatamente la reforma agraria y el cambio total de estructuras, que ya se ha demostrado que es inviable en su forma actual.

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