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Monseñor Romero

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Noticia sobre los funerales de Monseñor Romero en La Vanguardia

Funerales por la muerte de Monseñor Romero (30 de marzo de 1980)

La Vanguardia (España). 1 de abril de 1980

El Salvador: más de 40 muertos y 200 heridos

Las exequias de Monseñor Romero terminaron en una tragedia

Acusaciones mutuas entre la Junta Militar y la Coordinadora de Masas. -La Iglesia contradice las afirmaciones del Gobierno y afirma que la bomba fue lanzada desde el Palacio Nacional.

(Resumen informativo de nuestra Redacción). -Por lo menos, 40 personas han muerto y más de 150 han resultado heridas en los disturbios ocurridos el domingo en San Salvador, durante las exequias del arzobispo de la ciudad, asesinado la pasada semana. La Junta Militar y la Coordinadora de Masas se acusan mutuamente, mientras una nota de la jerarquía católica contradice al Gobierno. La matanza ocurrió durante la homilía de la misa exequial celebrada el domingo, por la mañana, cuando una bomba, con hojas de propaganda, hizo explosión en uno de los extremos de la plaza y le sucedió un intenso tiroteo de dos horas en medio del terror general.

La ceremonia religiosa comenzó con normalidad; asistían millares de personas especialmente campesinos de todo el país, y 45 prelados provenientes de los cinco continentes, entre los cuales se encontraba el representante del Papa, el arzobispo de México, Monseñor Ernesto Corripio Ahumada, que presidía el rito y fue quien pronunció la homilía. Se calcula en cuatrocientos mil el total de asistentes al acto religioso.

Cuando se refería al ejemplo del arzobispo asesinado y a su mensaje -no dar como caridad lo que es debido como justicia- estalló la bomba, lo que fue seguido de diversos disparos y de una situación de pánico general.

APLASTADOS CONTRA LAS VERJAS

En el clima de confusión creado la multitud intentó entrar en la catedral, apretujándose contra unas verjas de hierro e intentando saltar por encima de ellas. Muchos de las primeras filas no lo lograron y murieron aprisionados y aplastados por la multitud, sin que algunos sacerdotes y agentes de la Cruz Roja y de la Cruz Verde que estaban al otro lado pudieran hacer nada para impedirlo.

La confusión fue total. Los concelebrantes tuvieron que suspender la misa y buscaron refugio en el interior de la catedral, donde también se concentraron unas cinco mil personas. El catafalco que contenía el féretro con los restos de Monseñor Romero fue introducido a duras penas en el templo. La misa no pudo reanudarse y más tarde sus restos fueron inhumados en una cripta de la nave principal, tal como estaba previsto. Fuera, en la plaza fue volcada la mesa que contenía el vino y las hostias que debían ser consagradas en la misa, que se esparcieron por el suelo. Las flores del túmulo quedaron también esparcidas por la plaza. Numerosas personas -sobre todo ancianos, mujeres y niños- quedaron heridas de gravedad o sin vida en el suelo y en las escaleras de la catedral, en las mismas escaleras en las que, hace menos de un año, cayeron a manos de la Fuerzas de Seguridad 23 estudiantes que se habían encerrado en la catedral.

Tras unas primeras horas en las que los miembros del Gobierno, que no estuvieron presentes en los funerales, permanecieron en silencio, más tarde hicieron público un comunicado en el que se acusa a la Coordinadora Revolucionaria de Masas de ser la autora del atentado y de que había pretendido apoderarse del cadáver de Monseñor Romero para esgrimirlo como bandera. También afirma que no permitirá ninguna violencia más a la Coordinadora, a la que acusa de la explosión de la bomba que contenía hojas de propaganda.

LA MATANZA DE EL SALVADOR: COMUNICADO DE LOS OBISPOS

Esta versión ha sido puesta en duda y prácticamente negada por un comunicado firmado por varios obispos y dignatarios de la Iglesia Católica que asistieron al funeral. He aquí el texto íntegro de esta nota sobre los incidentes ocurridos:

  1. Nosotros, obispos, pastores de diversas iglesias cristianas, superiores de órdenes religiosas, sacerdotes y laicos, nos vemos obligados a rectificar el comunicado que el Gobierno de El Salvador ha hecho a las 16'30 del mismo día 30 de marzo sobre los sucesos ocurridos con ocasión de los funerales de Monseñor Romero.

    No sólo hay graves falsedades en la narración de los hechos, sino también en la interpretación de los mismos, que pueden llevar a graves errores y confusión.

    En el mismo comunicado oficial del Gobierno se nos pide que digamos lo que vimos. Pues bien, esto es lo que vimos.

  2. Lo que nosotros vimos:

    Nuestra apreciación de los hechos, de los que en gran parte somos testigos inmediatos y en gran parte hemos podido comprobar, nos permite asegurar lo siguiente:

    • a) En ningún momento nadie pretendió arrebatar el cadáver de Monseñor Romero. Por el contrario, todas las personas y grupos sin excepción se portaron con gran respeto y devoción hacia sus restos.
    • b) La Coordinadora Revolucionaria de Masas entró en la plaza «Barrios», donde se encuentra la catedral, pacífica, respetuosa y ordenadamente, y sus dirigentes colocaron una corona junto al féretro.
    • c) Es falso que haya habido presión alguna por parte de la Coordinadora para obligarnos a permanecer dentro de la catedral. Si nos quedamos dentro de ella, aun después de que cesó la agresión, fue debido a nuestro deseo cristiano de acompañar a tanta gente aterrorizada que se apretujaba penosamente en el interior del sagrado recinto.
  3. La bomba y los disparos procedían del Palacio Nacional:

    Lo que nosotros pudimos apreciar desde las escaleras de la catedral y desde sus torres, así como por los testimonios recogidos en nuestros recorridos por la ciudad, es lo siguiente:

    • a) Súbitamente se escuchó la detonación de una fuerte bomba que varios testigos aseguran haber visto arrojar desde el Palacio Nacional.
    • b) Luego sonaron ráfagas y disparos que varios de los sacerdotes presentes aseguran procedieron de la segunda planta del Palacio Nacional.
    • c) Nosotros vimos o pudimos comprobar la presencia, desde primeras horas de la mañana, de los cuerpos de seguridad en las calles de San Salvador y en los accesos a la ciudad.
    • d) También podemos asegurar que algunos miembros de la Coordinadora realizaron acciones consistentes sobre todo en quemar carros, supuestamente para asegurar la huida de la gente.
  4. Grave deformación de los hechos:

    Los que vinimos a honrar la vida y la muerte de Monseñor Romero hemos podido experimentar la verdad de sus palabras cuando combatía incansablemente la represión del pueblo salvadoreño. Nos sentimos hoy más que nunca solidarios y continuadores de su misión profética, haciéndonos eco de sus últimas palabras en que suplicaba y ordenaba, en nombre de Dios, que cesara la represión y que se suspendiese toda orden de matar.

    Hemos sido testigos del dolor y las angustias del pueblo salvadoreño, pero también de su coraje y de su madurez. Y en esta oportunidad somos testigos de la grave deformación de los hechos y de la falsa interpretación de los mismos que ha dado el Gobierno de El Salvador.

San Salvador, 30 de marzo de 1980. Obispos enviados del Consejo Mundial de las Iglesias.

COMUNICADO SILENCIADO

En el documento han estampado su firma 26 obispos, varios sacerdotes y laicos.

La prensa y la radio de San Salvador no han publicado este documento hasta ahora.

En El Salvador rige el Estado de sitio y el control sobre los medios informativos desde el día 5 de marzo, en que fue decretado por espacio de un mes.

En el Palacio Nacional de San Salvador, citado por los eclesiásticos, se albergan el Ministerio de Defensa y varias oficinas gubernamentales.

El Gobierno salvadoreño había manifestado que los cuerpos de seguridad no habían hecho acto de presencia antes del funeral, ni durante el funeral, sino que salieron a la calle a media tarde, patrullando para evitar pillajes y saqueos.

La trágica confusión de El Salvador

La dramática situación de El Salvador conturba el ánimo y plantea dolorosas cuestiones a la conciencia de nuestras sociedades que han llegado a un nivel muy alto de civilización. Un pequeño país está viviendo horas trágicas, sumido en la más desgarradora expresión de la discordia y la violencia y asistimos, o asisten los Estados, a este lamentable balance diario de muertes, atentados, represalias, secuestros, desapariciones, torturas, etcétera, con una penosa indiferencia e incapacidad para aplicar remedio sino poniendo en juego medios de intervención que agravan más que resuelven la situación.

Uno de los aspectos que cuesta más de aceptar sin sobresalto es la escasa, deficiente y con frecuencia tergiversada información de que disponemos. No se trata de una situación clara. Esto es evidente. Y por lo tanto no son legítimos los planteamientos maniqueos.

El deseo de equiparar el caso de El Salvador con el de Nicaragua, por ejemplo, no parece procedente. En Nicaragua hubo la lucha de los sandinistas contra un antiguo régimen de tiranía. Y la gran mayoría del país, coincidiera o no con los designios de la guerrilla, colaboró en el movimiento para terminar un estado de cosas inaceptable. En El Salvador, desde el 15 de octubre, presentar los acontecimientos con el prisma de esta dicotomía no respondería a la realidad. Se produjo en aquella fecha un golpe militar contra el régimen dictatorial y le sustituyó una junta en la cual militares y políticos demócrata-cristianos se propusieron, por lo menos en origen, establecer un principio de gobierno que permitiera estabilizar la vida política y la convivencia social.

En este punto es donde comienza la confusión. Podríamos decir que hay tres criterios para enjuiciar la dramática realidad salvadoreña:

1. La izquierda trata de impedir que se afirme un poder que puede quitar la razón de ser de la lucha armada para imponer una situación revolucionaria.

2. La junta está haciendo el juego de la extrema derecha y los intereses económicos existentes, amparando el terrorismo de la ultraderecha y aplicando una terrible represión sólo en el sentido contrario.

3. La junta se encuentra atrapada entre la violencia de la extrema derecha y la extrema izquierda mientras intenta poner remedio a las injusticias básicas que la han hecho posible mediante la reforma agraria, nacionalización de la Banca, etcétera.

Sobre estos fundamentos es posible suponer toda suerte de variadas interpretaciones en las que no hay que descartar las dificultades que se añaden por el devenir internacional. En todo caso, una cosa parece cierta: que está en curso un proceso terrible de recurso a la fuerza y que posiblemente ninguno de los tres factores que pugnan por imponer sus puntos de vista es ajeno a la utilización de unos procedimientos que van contra las normas del Derecho y el respeto a la persona humana. Es el umbral de la guerra civil. Tal vez sea ya este el tipo de lucha fratricida que impide el sereno predominio de la razón y la concordia. ¿Es aceptable que una vez más, el concierto de las naciones acepte sin ponerle remedio esta dolorosa realidad? La postura de quienes, incluso entre nosotros, reparten los dones de lo justo y lo injusto según el color de quienes disparan el arma homicida nos causa una profunda amargura.

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