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Sergio GARCÍA CLEMENTE, Dar que pensar

Cuadernos del Vigía, Granada, 2014, 60 págs.

Si lloras por lo perdido, las lágrimas no te dejarán ver lo que te queda por perder.


Hay trenes que pasan una vez en la vida que conviene no tomar.


Es preferible la ignorancia a una respuesta que llega demasiado tarde.


La traición nos hace inolvidables.


Hay cosas que son invisibles hasta que desaparecen.


Los buenos poemas son flechas que, al clavarse, desvelan el centro de la diana.


Es muy común ver cómo la gente lucha por lo que no quiere.


No es creíble lo que no admite dudas.


Muchas veces le debemos a lo peor de nosotros mismos lo mejor de nosotros mismos.


No hay que dejarse extorsionar por las propias ideas.


La profundidad de la mirada se adquiere en los abismos a los que hemos tenido que descender.


Confundimos la verdad con el polvo que levanta su huida.


Cada día tiene su irreversible alegría.


La vida es una carrera de obstáculos cuya meta es un precipicio.


Los que se llenan la boca con palabras suelen indigestarse con los hechos.


Un infierno es más tolerable si se cubren las ventanas que dan al cielo.


Lo que le angustia no es saber quién es, sino descubrir un día lo que ha sido.


Vivir es una derrota sublime.


Hay instantes de lucidez que inauguran una interminable oscuridad.


Muchas veces le debemos a lo peor de nosotros mismos lo mejor de nosotros mismos.


Es imposible avanzar hacia la muerte sin cierta sensación de inmortalidad.


Haciéndonos pequeños, engrandecemos nuestro mundo.


Existe una curiosidad sucia, la que busca sin descanso el defecto ajeno.


Se creía muy especial por seguir la corriente de la contracorriente.


Los escritores solemos cometer la deshonra de firma aquello que nos fue dictado por una sombra.


Perder la capacidad de admirar es un síntoma claro de envejecimiento.


A veces la claridad llega cuando la oscuridad ya nos ha abandonado.


No es que el tiempo lo cure todo. Lo arrasa.


Solo vale la pena aquello que nos amenaza un poco.


Ese instante feliz al despertar, cuando aún no nos reconocemos.


Es prodigioso que algo nos destierre del centro del mundo.


La multitud camina siempre hacia un error.


Vivimos arrodillados porque nos da vértigo ponernos de pie.


Por toda coordenada, la duda.


El regusto a libertad que deja defraudar una expectativa.


Al parecer siempre hay que ser uno mismo, incluso cuando uno es un completo imbécil.


Un buen objetivo en la vida es no llegar a ser alguien.


Esos días en los que la única compañía que podemos tolerar es la de la página en blanco.


El entusiasmo también provoca tragedias.


Llegar es comenzar a marcharse.


Para ser fieles a nosotros mismos, ¿cuántas veces nos hemos traicionado?


La radiante condena de pasar ciegos de un instante a otro.


Con la aceptación vencemos a lo invencible.


Para qué viajar, si siempre estamos en otra parte.


Cuanto más se conocía, menos se reconocía.


La libertad del que se niega a poner excusas a lo excusable.


Si las palabras se correspondieran con los hechos, no reconoceríamos este mundo.


Sufrir nos hace sentirnos espantosamente vivos.


Pocos soportarían la soledad de vivir con absoluta honestidad.


No existe ningún paraíso serio.


Reducimos el tiempo a unidades, pero aún es más pequeño.


Una dulce venganza: que el mal que nos hacen nos mejore.