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Juan Pérez de Montalbán

Sinopsis de las comedias del primer volumen de Montalbán

Sinopsis de La toquera vizcaína (edición de Enrico di Pastena)

Acto primero

En los alrededores de Valladolid doña Elena de Alvarado se niega al galanteo de don Diego de Meneses, alegando que tiene el pensamiento en otra persona y mostrándose desdeñosa hacia su interlocutor. Don Diego pretende conocer la identidad de su rival en amor para poderse vengar de él. Interviene don Juan de Luna, acompañado de su criado Luquete. Se despide apresuradamente don Diego y Elena evita que don Juan persiga al competidor. Por la presencia de la criada Beatriz, don Juan reconoce a doña Elena como la dama tapada que tiene delante y se sorprende de encontrarla en esa circunstancia y en el campo, cuando había dado crédito al desdén que la dama siempre había manifestado hacia el amor. El caballero desconfía de ella y se convence de que se ha concedido a otro. Elena se proclama inocente y con ello se cierra la secuencia (vv. 1-298).

En Madrid, Lisardo confía al amigo Octavio las razones de su desánimo. El caballero, que ha venido a la corte de Zamora, es ahora presa de un «melancólico amor» (v. 321). En octavas describe y celebra la primera vez que vio a la hermosa Flora y se quedó prendado de ella. Sin embargo, tras más de un año de infructuoso cortejo por parte de Lisardo, la dama le ha comunicado al galán que a raíz de las experiencias sufridas por sus amigas no confía en el amor y que, por temor de quedar burlada, se ha resuelto a no amar jamás a ningún hombre. Le permitirá que la visite en su casa, pero a condición de que no le hable de amor. Lisardo acepta, con la esperanza de que el trato podrá contribuir a que la dama cambie de parecer. El caballero se queja amargamente de no poder expresar sus sentimientos (vv. 299-432).

Aparece en escena Flora, espléndidamente vestida. La acompañan las criadas Isabel y Juana. El ama, enojada, quiere despedir a otra criada, Laura, por haberse entregado al amor. Flora no tolera que la rodee quien no se resiste a la pasión y pretende que sus servidoras manifiesten su mismo rigor hacia los hombres. De poco valen las opiniones de Juana e Isabel, la primera intentando justificar a Laura y la segunda distinguiendo entre diferentes tipologías de hombres. Al ser preguntada por Lisardo sobre el amor, Flora recrimina haber encontrado en un mismo día seis billetes amorosos en su reja sin que uno solo contenga una verdad. Lisardo pasa a leer en voz alta algunos de ellos. A Flora le basta escuchar un breve fragmento del primero para tildar de falso el contenido, pues toma al pie de la letra las palabras en las que el amante declara su propia muerte; la dama tampoco cree que la mirada sea suficiente para desencadenar la pasión, motivo aducido en el segundo billete; ni la satisface el breve fragmento del tercer papel, al no tolerar la esquiva que la mujer pueda ser metaforizada en sol. Lisardo entonces decide fingir que lee el contenido del billete sucesivo. En dos años de pasión no se ha manchado de ninguna mentira: no ha afirmado morir, ni ha declarado su sentimiento, ni ha motejado de sol a la dama. El hecho de que no haya mentido es prueba, según él, de auténtico amor; pero Lisardo no deja de enunciar el nombre del firmante del presunto mensaje y de esta forma se delata a sí mismo. Ante eso, con enrevesada argumentación, Flora le acusa de que al haberse atrevido a declarar su pasión, le ha demostrado haber mentido; es más: al no atenerse a lo que ella le exigía, Lisardo manifiesta que no la quiere. Puesto que el pretendiente ha contravenido el acuerdo, la mujer le impone que no la vuelva a ver y se va. Lisardo comunica a Octavio que confía en que tarde o temprano la otra mudará de parecer, al no poder traicionar su naturaleza femenina (vv. 433-628).

En Valladolid, a las diez de la noche Elena se preocupa por la tardanza de don Juan, recordando ante la criada Beatriz sus pasadas diligencias para evitar y mantener a distancia al molesto don Diego. Llega Luquete y relata en estilo inapropiadamente altisonante que al atardecer su amo se fue y que al volver le encargó entregar un breve billete a don Diego. Tras recibir la respuesta, y muy alterado, empuñando broquel y espada don Juan ha dejado su casa para ir a pelearse con el rival. Ante el reproche de Elena por no haber acompañado a su dueño en un lance tan difícil, Luquete recuerda que hay excomunión para quienes duelan o participan de alguna forma en un desafío. Elena, atenazada por la culpa de haber sido la causante indirecta del desafío, decide salir ocultamente de casa de su tío pero, antes de que llegue a hacerlo, irrumpe un alterado don Juan. En un romance el galán revive los últimos hechos: su estado de ánimo cuando vio en el campo a don Diego con Elena, el aguijón de los celos y la quemazón de la ofensa, cómo él y el otro han llegado a las armas y cómo con su espada don Juan ha traspasado a don Diego, dándole muerte. Ahora don Juan se dispone a huir de Valladolid, no sin acusar antes a Elena por lo acontecido. Ordena a Luquete que prepare dos cabalgaduras y con ello se cierra el acto (vv. 629-876).

Acto segundo

Han transcurrido tres meses. Don Juan y Luquete han huido a Madrid, a consecuencia del duelo fatal en el que perdió la vida don Diego de Meneses. Acogido en casa de su buen amigo Lisardo, y temeroso de que algún conocido o familiar de la víctima pueda identificarle, don Juan solo se atreve a salir de noche por las calles de la ciudad, en coche o a caballo, y siempre acompañado de su fiel criado. A pesar de que don Juan haya tenido que hacer de su día la noche, su pasión por doña Elena sigue siendo inquebrantable. El galán rememora la triste circunstancia de su huida y las reveladoras y desconsoladas lágrimas que doña Elena vertió por él. Luquete se dice convencido de que las mujeres sufren y elucubran sobre los acontecimientos más que los hombres, por vivir encerradas y aferradas a las labores diarias. El criado comenta que Elena se encuentra en un monasterio, despreciada por su tío y por su familia, a raíz de los eventos deshonrosos en los que se vio implicada. Luquete también refiere que en Madrid hay quien rumorea que Flora esté prendada de don Juan, insinuación que el amo prontamente rechaza, al afirmar que Flora es objeto de los cuidados amorosos de su amigo Lisardo. De hecho, la mujer va consintiendo a Lisardo que la visite a ruego del mismo don Juan. Llega Lisardo, con su criado Fineo, y pide precisamente a don Juan que por la tarde le acompañe a ver a Flora. Don Juan manda a Luquete que vaya a buscar cartas al correo. Flora es reacia a aceptar el galanteo de Lisardo y Luquete vaticina que la pasión de su amo por Elena pronto se dirigirá hacia Flora; vaticinio que don Juan rechaza, considerándolo digno de un hombre de condición baja y muy diferente a la suya (vv. 877-1048).

En realidad, también Elena se encuentra secretamente en Madrid, acompañada por Beatriz y disfrazada de toquera, lo que le permite desplazarse libremente y tener la ocasión para introducirse en casas ajenas. Con esta traza espera poder encontrar más fácilmente a don Juan. Ha aceptado acompañarla el viejo Feliciano, al que Elena en un largo romance relata su amor por el galán y el funesto acontecimiento de la muerte de don Diego, y de cómo la pública opinión ha culpado del lance a don Juan atribuyendo la causa de la pendencia a los amores de este con Elena, lo que ha provocado en el tío de la mujer una actitud desabrida hacia ella. Elena se ha fugado de casa y, después de transcurrir seis días en la de una familiar y de barajar diferentes opciones, ha decidido venirse a Madrid para comprobar la verdad del amor que don Juan le proclamaba en fervientes cartas, sin ser vista y sin que de ello se sepa en Valladolid. Elena cuenta para su plan con la complicidad de Estefanía, hermana de Beatriz. Estefanía se ha metido en un convento con la identidad de Elena y en su lugar, fingirá estar indispuesta si alguien pretende verla y dará parte a Elena de cualquier incidencia. También reenvía a Elena las cartas que le llegan de don Juan. Elena, además, ha tenido la astucia de avisar a su tío que estaba en lugar seguro para que no quisiera buscarla; en Madrid, corrompiendo al hombre que elabora la lista de correos, entrega sus cartas de respuesta haciendo creer que las remite desde Valladolid. La dama lleva ya un mes en la corte sin haber logrado ver a don Juan en los lugares públicos más concurridos, y ha empezado a sospechar que pueda haberle hospedado alguna mujer. Habiéndose fijado en que el oficio de toquera le permite a Magdalena visitar casas ajenas, especialmente las de mujeres, ha resuelto hacerse llamar doña Antonia de la Cerda en casa y Luisa de Nicolalde como vendedora vizcaína de tocas de seda por las calles. Magdalena la acompañará. El anciano Feliciano no puede sino quedarse admirado por el ingenio de Elena. En su periplo de fingida vendedora de tocas, la dama irá con Beatriz y Magdalena, y una se quedará en la puerta para avisar a las otras de posibles peligros (vv. 1049-1360).

Mientras tanto, en un extenso monólogo Flora reconoce no ser ya la misma: el amor constante de don Juan por Elena le ha mostrado una imagen de amante leal que le ha abierto los ojos sobre la capacidad de amar de los hombres y a la vez la ha llevado a olvidar su antiguo desdén hacia ellos y a enamorarse del caballero vallisoletano. Sin embargo, deseada por Lisardo y deseosa de don Juan, Flora está atrapada en su condición de mujer principal y no puede manifestar su verdadera inclinación. Cuando Juana e Isabel le anuncian la visita de Lisardo, que viene acompañado de don Juan, Flora accede a ver al primero por amor del segundo (vv. 1361-1431).

Don Juan llega a decir que no sabe ni siquiera cómo se encuentra hasta que no ha recibido por carta noticias de Elena y reitera ante Flora que considera a su dama la mujer más hermosa. Lisardo percibe el malestar que en Flora producen las sinceras palabras del amigo. Luquete trae carta de doña Elena y don Juan se apresura a leerla. El criado aprovecha la ocasión para galantear a su homóloga Juana (vv. 1432-1528).

Para liberarse de la presencia de Lisardo, Flora deja que entren en su casa unas toqueras. Se encuentran, así, una frente a otra Flora y Elena. Lisardo se extraña de que la toquera, presuntamente vizcaína, hable muy bien el castellano; Elena justifica su conocimiento afirmando que en Vizcaya se considera impropio de una condición auténticamente noble expresarse en vascuence. La dama reconoce a don Juan y cree que la ha olvidado en beneficio de Flora. También Beatriz, al ver a Luquete al lado de Juana, se teme lo peor y considera que el criado es espejo del amo. Elena, dolida, decide volverse al aposento que tiene en Madrid. Un asombrado don Juan reconoce a su vez a la mujer y pide confirmación de lo que ve en Luquete. Elena finge que alguien le ha hurtado una pieza de gasa y, muy contrariada con quien aprovecha el descuido ajeno, abandona la casa afirmando que se vengará del culpable. Don Juan decide seguirla. Flora manifiesta a Lisardo su preocupación por la incolumidad de don Juan (vv. 1529-1690).

Cuando llega, junto a Luquete, a la casa en que ha entrado Elena, también don Juan decide entrar pero se topa con Feliciano. El viejo le refiere que en realidad la casa tiene dos puertas y que es la vivienda de doña Antonia de la Cerda, dama noble y esposa de un caballero. Antes de que don Juan pueda actuar, sale Elena en hábito diferente al que llevaba antes. Afirma que lleva nueve o diez años casada con don Pedro de Vargas y le sugiere a don Juan que, si él es el caballero que de noche ronda su casa, se muestre más prudente y, más bien, se valga de pluma y papel para comunicar con ella. Con Luquete a su lado, don Juan no se capacita de lo que le pasa: recibe cartas de Elena desde Valladolid, pero ve su semblante en una toquera y ahora en doña Antonia. Sin embargo, una vez desaparecida la toquera, el galán se dice dispuesto a cortejar a la noble. Así se cierra el segundo acto (vv. 1691-1834).

Acto tercero

Magdalena trae la noticia a Elena de que don Juan está prendado de quien cree que es la toquera Luisa de Nicolalde. Elena se queja amargamente de los hombres, encareciendo la actitud traicionera de don Juan, que la galantea a ella por correo, a la vez que a Luisa, a Antonia y a Flora en presencia, ignorando que, excepto esta última, se trata de la misma persona. Beatriz a su vez se queja de la inconstancia de Luquete, propenso a olvidarla y a galantear a Juana. Elena planea adoptar la fingida identidad de Leonor de Peralta y convencer a Flora de lo fácil y falso que es don Juan; para poner a prueba el galán, le hará llegar a la vez un papel en el que Luisa accede a verle, una carta en la que Elena le pide que vuelva inmediatamente a Valladolid y un recado con el que doña Antonia lo cita en el Prado (vv. 1835-2002).

Delante de la casa de Flora, Luquete y don Juan se topan con Lisardo. Este comunica a su amigo Juan que Flora se ha prendado del forastero, al ver la firmeza con la que el enamorado ha preservado su sentimiento por Elena. De todas formas, el perseverante Lisardo se alegra de que Flora muestre inclinación por un hombre aunque no sea por él: confía, así, en que la dama, al verse despreciada, pueda apiadarse de la pena de quien realmente la quiere (vv. 2003-2090).

Lisardo, don Juan y Luquete coinciden en casa de Flora con Elena disfrazada de Leonor. Ante la pretendida Leonor, don Juan se convence de que no ve mujer sin que se le parezca a su Elena. También Luquete se asombra de ver a Beatriz en el traje de la dueña que acompaña a la dama. Leonor pretende quedarse a solas con Flora. Se van Luquete y don Juan, pero este último vuelve a escondidas, junto a Lisardo, para espiar a Leonor que empieza su larga relación a Flora (vv. 2091-2162).

Con el fin de desprestigiar a don Juan, Leonor se hace pasar por una joven dama de Valladolid, seducida por don Juan, al que ha seguido a Madrid después de que este matara a un hombre por otra mujer, Elena de Alvarado. Pero en Madrid el galán ha cortejado a una mujer casada (doña Antonia) y a una vendedora de tocas y se ha jactado de que le tiene inclinación una esquiva como la misma Flora. Flora espeta a don Juan, quien no consigue permanecer escondido y en silencio, que para ella ha perdido todo crédito. Con la esperanza de ablandar a Flora, Lisardo le pide al amigo que confirme el relato de Leonor y Juan accede a ello. Flora siente el aguijón de los celos (vv. 2163-2462).

Tras un breve intermedio jocoso en que Luquete satiriza, entre otras cosas, los chismes de los vecinos, don Juan manifiesta a Lisardo su sospecha de que la mujer casada sea Elena disfrazada, o que lo sea la toquera (vv. 2463-2533).

Llega una primera carta de Valladolid. Es de don Alonso, hermano de don Juan, e informa de que el padre del fallecido don Diego está dispuesto a llegar a un arreglo, mientras que el tío de Elena planea casarla con un deudo que viene de Panamá. El contenido de la epístola hace creer a don Juan que se ha engañado en sus conjeturas sobre los disfraces de Elena. Una segunda carta, ahora firmada por la misma Elena, borra al parecer toda duda: en ella Elena le pide a don Juan que salga de inmediato camino de Valladolid precisamente para evitar la boda que su tío le está aparejando con un desconocido. Don Juan se dispone a salir antes del alba del día siguiente (vv. 2534-2572).

Elena, en traje de toquera y acompañada por Magdalena y Beatriz, decide inspeccionar la casa de Lisardo, donde vive don Juan, sospechando que en ella se oculta la nueva dama de su galán. Tras la infructuosa búsqueda de la mujer por parte de Elena/Luisa, don Juan, convencido de que fue doña Leonor de Peralta la que difundió el falso rumor, declara a quien cree ser Luisa la toquera su intención de dejar Madrid para reunirse con su enamorada. Don Juan reivindica su fidelidad, pues para seguir el dictado de la carta que acaba de recibir se dispone a volver a Valladolid. No hace falta: finalmente Elena revela su verdadera identidad y aclara que tras la máscara de Leonor, de la toquera y de doña Antonia siempre estuvo ella. Se reúnen dama y galán, y también Beatriz y Luquete. Llega así a su fin la comedia (vv. 2573-2814).

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