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«Cuevas subterráneas», «maletas abandonadas» y otros paralelismos entre el Quijote y algunas novelas pastoriles del siglo XVII

Cristina Castillo Martínez




ArribaAbajo1. Introducción

En los años en que Cervantes da a la imprenta la primera y la segunda parte del Quijote, todavía se escriben nuevos libros de pastores, se reeditan títulos anteriores e incluso se siguen realizando traducciones a otros idiomas; es decir, existe un público para esta literatura y Cervantes era plenamente consciente de ello. Años atrás, en 1585, como primera tentativa en el terreno de la novela, había escrito La Galatea, encuadrada dentro del marco del género pastoril; había incluido pastores en algunas de sus comedias, como La casa de los celos y El laberinto de amor, y volvía a esta misma temática en el Quijote, el particular prisma con que plasmó el mundo de los caballeros andantes. Así quiso que su afamado hidalgo escuchara la historia de Grisóstomo y Marcela de boca de unos rústicos cabreros o la de Leandra en palabras del pastor Eugenio; dejó que asistiera a la representación de una «fingida Arcadia»; e incluso le permitió que soñara con hacerse pastor en esa última aventura del pastor Quijótiz1. Episodios para los que se sirvió de elementos procedentes de la literatura pastoril que él quiso amoldar a su obra, recrearlos, a su antojo, en un libro muy rico en perspectivas y nutrido de muy variados elementos.

Pero igual que en el Quijote se pueden rastrear huellas de la literatura pastoril, la lectura de algunos libros de pastores del siglo XVII nos hace recordar la mayor obra de Cervantes. Es el caso de El premio de la constancia y pastores de Sierra Bermeja, de Jacinto de Espinel Adorno, aparecida en 16202 y de La Cintia de Aranjuez, de Gabriel de Corral, publicada en 1629.3 Ambas obras surgen en los años en que tan singular género muestra una línea descendente en su desarrollo, que conducirá a su decadencia y posterior desaparición. La presencia de elementos que en principio son ajenos al ámbito pastoril, o rompen la armonía que debería imperar en sus campos por definición, así lo muestran.






ArribaAbajo2. Cuevas subterráneas

En El premio de la constancia (una obra llena de elementos fantásticos procedentes en cierta medida de la tradición popular), el lector, junto con un grupo de pastores, es testigo de la historia de Arsindo que se ha de enfrentar a una aventura similar a la que acomete don Quijote en «La cueva de Montesinos» (n, XXN-XXRV). Arsindo, guiado por la curiosidad, acude a ver un edificio suntuoso llamado «La Mina», al que se accede por una escalera de 366 escalones. Le recibe un moro que le conduce por las diferentes salas del laberíntico edificio hasta la recámara del rey Zelimo, quien le cuenta que está allí encantado por un Morabito mágico y solo él le podrá desencantar. Para hacerlo, tendrá que ir en busca de una piedra redonda y de unas hierbas que únicamente hallará en el monte Calpe a media noche, y con ellas tendrá que acudir al viejo río Guadalivín a pedirle las llaves de las cadenas que le tienen aprisionado. Prueba que, entre otras diferentes aventuras, logra superar.

Si bien, a simple vista, nos hallamos ante historias diferentes; no podemos obviar que hay una serie de motivos que se repiten en ambas: En primer lugar el acceso y descenso del protagonista a un lugar desconocido, situado en el interior de la tierra y al que se accede con dificultad, que representa el espacio de lo misterioso y de lo inesperado. Único lugar en el que pueden suceder episodios que escapan a la razón humana de los personajes (como sucede con don Quijote) y que les llevará a difuminar la frontera entre el sueño y la vigilia, entre la realidad y la ilusión; es el espacio de lo mágico, pero de lo mágico posible no solo al entendimiento del protagonista sino, más importante aún, al del propio lector quien, advertido de las características de estos lugares, adiestrado ya en sus descripciones, se deja llevar con agrado y sin obstáculos hasta ellos.

Pocas características comunes guardan entre sí don Quijote y Arsindo; pero hay algo que sí que les une: ambos, transformados en «héroes», tendrán que enfrentarse a una aventura solo a ellos reservada: «hazaña solo guardada para ser acometida de tu invencible corazón y de tu ánimo estupendo» -le dice Montesinos a don Quijote-. Del mismo modo en La Cintia el encargado de desencantar al rey Zelimo será: «un mancebo altivo de pensamientos, fuerte contra sus enemigos, desdichado por estremo en las cosas de amor, y aun en las demás, perseguido de embidias» -como dice el moro a Arsindo-. Ellos serán el vehículo por el que unos personajes encantados por diferentes motivos y por diferentes personajes -ya sea el anciano Montesinos en el Quijote o el rey moro Zelimo, en El premio-, consigan la libertad. De manera que nos hallamos con el lugar, el encantamiento, el personaje encantado, y el mago encantador (Merlín y el morabito mágico). Y además, en ambos casos, son los protagonistas los que narran los hechos, don Quijote a Sancho y al primo; Arsindo, al grupo de pastores que le inquieren sobre su historia.

El viaje que realizan Arsindo y don Quijote, cada uno por su parte, podría ser concebido como un proceso iniciático en el que se produce la necesaria separación del mundo, el acceso a un ámbito diferente simbolizado en una serie de grutas subterráneas, palacios o cuevas que conducen al interior de la tierra y por los que caminan los protagonistas, eso sí, siempre acompañados de un guía que les permitirá alcanzar un conocimiento que hará concebir su vuelta a la realidad como un «renacer»4. Un viaje, en última instancia, que no deja indiferente a nadie, ni a los personajes ni a los lectores.

Es necesario que nos detengamos en otro punto no menos importante: la procedencia de los personajes encantados. Tanto Montesinos como Durandarte son protagonistas de algunos romances carolingios. El acceso de don Quijote, ya sea por medio del sueño o de la vigilia, al mundo ficticio de estas leyendas se podría equiparar al caso de Arsindo, pastor de origen, aunque «caballero» de educación, que tropieza con el moro Zelimo, engañado por su esposa Celinda y su hijo Zate para arrebatarle el reino. Historia que bien podría proceder de un romance morisco, o al menos sí podríamos decir que guarda ciertas similitudes con éste.


2.1. Imágenes de una tradición

En El premio de la constancia, no aparece sino la adaptación al ámbito pastoril de una tradición caballeresca que enraíza mucho más atrás, en la Antigüedad, que identificaba el descenso como un modo de acceso al infierno. El mismo Arsindo es consciente de ello cuando, con cierto temor, cuenta:

Parecióme con la consideración, que iba baxando por donde Orfeo por su mujer Eurídice.



Jacinto de Espinel, por medio de esta frase, enlaza este episodio del «descenso» con otros muchos que a lo largo de la historia literaria se han desarrollado y en concreto con las visiones que de ello dieron los autores de la Antigüedad clásica5, y que el mismo Jacopo Sannazaro recogió en su Arcadia cuando Sincero, conducido al interior de un río, encuentra a un grupo de ninfas bordando la historia de Eurídice; como si se tratara de un presagio6. Tal vez la obra del italiano pudo ser un eslabón más en esa cadena de influencias que se ejercieron sobre la gran obra de Cervantes7. Los libros de caballerías difundieron en gran medida esas imágenes, en las que se ha visto el descenso iniciático a los infiernos, la bajada al más allá. Don Quijote, no sabemos si como producto de la realidad, del sueño o de su locura, realiza un viaje al interior de la tierra, descrito por el protagonista en los mismos términos que tantos otros héroes de las aventuras caballerescas8. Episodios que, en mayor o menor medida, en una u otra forma, fueron también recogidos por la ficción sentimental, por la poesía épica, por la novela bizantina y se dejaron ver también en algunos libros de pastores en los que no faltan cuevas ni espacios en los que es posible lo mágico, lo que escapa a la razón humana, como sucede, por ejemplo, en Las Tragedias de amor, de Juan Arce Solórceno, de 1607. En esta obra la personificación del río Sil conduce a una barca de pastores al fondo de las aguas hasta donde está su gruta, que se describe con todo lujo de detalles.






ArribaAbajo3. La fingida Arcadia

En la segunda parte del Quijote, nuestro hidalgo no solo es un consumado lector de libros de caballerías y de todo tipo de literatura; es ya un experimentado «desfacedor de tuertos» que ha tenido que enfrentarse a las más inimaginables aventuras con gigantescos molinos de viento..., a quien le ha costado lo suyo hacerse con el yelmo de Mambrino o elaborar el bálsamo de fierabrás. En todo su itinerario ha topado con los más diversos personajes y varias veces con cabreros, rústicos y elegantes pastores; pero en el capítulo 58 de la II parte se encontrará con algo insólito dentro del ámbito pastoril. No será la realidad, ni «su» realidad, sino la ficción de la realidad.

En una aldea que está hasta dos leguas de aquí, donde hay mucha gente principal y muchos hidalgos y ricos, entre muchos amigos y parientes se concertó que con sus hijos, mujeres y hijas, vecinos, amigos y parientes nos viniésemos a holgar a este sitio, que es uno de los más agradables de todos estos contornos, formando entre todos una nueva y pastoril Arcadia, vistiéndonos las doncellas de zagalas y los mancebos de pastores.


(Quijote, p. 1101, cap. LVIII)                


Los pastores que don Quijote encuentra en esta ocasión no son sino actores de una fingida Arcadia9, que le resulta tan atractiva como la que fue escenario del triste desenlace de Grisóstomo y Marcela, y que sin lugar a dudas animará, tiempo más tarde, a don Quijote a adoptar el hábito y las costumbres de los pastores literarios, como anteriormente lo hizo con los caballeros andantes.

Con una idea similar da comienzo La Cintia de Aranjuez

Pastores con luzidos pellicos representauan a hermoso auditorio de zagalas acompañadas de garcones bizarros, esta égloga; a que dio principio la música de quatro vozes con instrumentos sonoros...


(La Cintia, p. 1)                


Lo pastoril se ha transformado en un juego cortesano. Los personajes van a Aranjuez a visitar a Cintia, recluida allí por una serie de circunstancias, y simulan vivir en una fingida Arcadia. Adoptan su modo de hablar y de vestir.

La existencia de este episodio en las dos novelas quizá no solo sea un simple paralelismo. No podemos olvidar que la novela pastoril se concebía como novela en clave, pues tras sus personajes se escondían, o al menos podían hacerlo, personajes de la vida real10. En La Cintia de Aranjuez y en el Quijote nos encontramos como observadores de lo que pudo ser esa realidad, ese entretenimiento de aristócratas que adoptan el hábito pastoril. Máxime Chevalier nos habla de la existencia de una serie de relaciones de fiestas en el siglo XVI en las que los caballeros se disfrazaban de pastores, como también lo hacían de caballeros andantes y de moros11. Es posible que esa costumbre se mantuviera también en el siglo XVI.




ArribaAbajo4. Maletas abandonadas

Pero además, en la Cintia de Aranjuez encontramos otro punto de contacto con el Quijote. En esos episodios entre pastoriles y cortesanos, uno de los personajes, Perecindo, mientras miraba su imagen reflejada en las aguas, vio un rocín a sus espaldas. Al ir a cogerlo, éste huyó, dejando caer una manga en la que se encontraba ropa, joyas, dinero y un legajo de papeles escritos en verso.

Perecindo, pastor mas graciosa, que rusticamente vestido. [...] Llego al fin embarazado de vn coxin y portamanteo de terciopelo con hierros dorados; y arrojandole sobre el verde teatro, dixo assi. Cesse ahora la representación que ay grandes cosas. Yo me estaua mirando al agua con ojeriza de que fuesse enemigo tan forçoso, quando Dios y norabuena oigo ruido a mis espaldas: bueluo la cabeça y veo vn rozin, pared en medio de cauallo, que traia casi colgados estos adereços: [...]. Con la fuerça acabaron de desasirse estos ajuares, y el rozin mas que de passo se fue por essos prados adelante, bien quisiera desvalijar esta manga; mas pareciome poca fidelidad, y traigolo a vuestro registro, con condición, que se me de la parte que me toca, como a fiel y legal hallador. A todos toco tanta curiosidad como codicia a Perecindo


(La Cintia, pp. 6R-v)                


¿A qué nos recuerda este hallazgo sino al que hizo don Quijote en Sierra Morena según nos lo describe Sancho?

En esto, alzó los ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con la punta del lanzón alzar no sé qué bulto que estaba caído en el suelo, por lo cual se dio priesa a llegar a ayudarle, y cuando llegó fue a tiempo que alzaba con la punta del lanzón un cojín y una maleta asida a él, medio podridos, o podridos del todo, y deshechos; [...] aunque la maleta venía cerrada con una cadena y su candado, por lo roto y podrido della vio lo que en ella había, que eran cuatro camisas de delgada holanda y otras cosas de lienzo no menos curiosas que limpias, y en un pañizuelo halló un buen montoncillo de escudos de oro; [...] Y, buscando más halló un librillo de memoria ricamente guarnecido.


(pp. 251-252, cap. XXIII)                


Y algo similar sucede en la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo, cuando Cortado roba la valija de un francés, en la que encuentra «dos camisas buenas, un reloj de sol y un librillo de memoria»12.

En todos estos casos se trata de un hallazgo misterioso, llámese maleta, coxín13 o portamanteo14, que lo que encierran además de ropas, joyas y escritos es el misterio de una historia que sorprenderá tanto al lector como a los protagonistas responsables de ésta. La ropa y las joyas son indicio de la condición social, y los escritos de su condición de enamorado. En ambas novelas se produce un hallazgo similar, aunque desencadenen distintas historias o puedan incidir en la historia principal de diferente manera.

Las reacciones también son similares: los que encuentran las maletas fluctúan entre la codicia y el miedo. Se ven asaltados por los deseos de poseer las riquezas -muchas o pocas-, que en ellas se hallan; pero al mismo tiempo sienten cierto recelo a abrir ese «tesoro», que, a fin de cuentas, no les pertenece, temiendo las consecuencias que de ello puedan derivarse.15

Pero la de Cardenio no será la única maleta que aparezca en el Quijote, también en la venta de Palomeque un viajero olvida su valija que contiene, como no podía ser menos, diversos escritos, en este caso una serie de novelas entre las que se encontraban la de El curioso impertinente y la de Rinconete y Cortadillo16.






ArribaAbajo5. Conclusión

Tal vez lo importante no sea tanto que se repita el motivo, pues en ambos casos procede de una tradición anterior; sí es importante cómo esos motivos se mantienen, se distorsionan, se adaptan a los moldes pastoriles, entran en correlación con éstos y acaban desvirtuándolos. En El premio de la constancia, sin ir más lejos, la historia de Arsindo, ajena por completo al ámbito pastoril, no solo es un episodio dentro de la novela sino una de las principales tramas arguméntales; con lo que lo pastoril ha quedado relegado a un segundo plano.

El Quijote tal vez no actúe como fuente directa en estas dos novelas, pero sí podemos afirmar que, al menos, lo hace como filtro, como receptor de una tradición anterior que incluso autores posteriores de muy diferentes géneros se sirvieron de ella. Tradición tanto culta como popular, pues son diversos los cuentos que narran el descenso a cuevas o el acceso a grutas que transportan al lector y al protagonista al más allá. Tampoco son ajenos a la tradición esos sorprendentes hallazgos de maletas olvidadas o abandonadas que dejan entrever ropa delicada, dinero o joyas y algunos curiosos escritos.

Tanto en El premio de la constancia, como en La Cintia de Aranjuez nos encontramos ante dos libros de pastores que distan mucho de las coordenadas marcadas hacia 1559 por Jorge de Montemayor en La Diana. El género pastoril ha cambiado mucho en esos casi setenta años que median entre la publicación de uno y otros y la presencia de estos episodios, coincidentes en muchos aspectos con el Quijote, así lo muestran. ¿Qué otra causa, sino el desgaste del género puede provocar la concepción de lo pastoril como ficción dentro de la ficción? Cervantes se anticipó a Gabriel de Corral; debió de ser un perfecto conocedor del género, desde dentro -como escritor de La Galatea y de varios episodios pastoriles en otras obras-, y desde fuera -como lector de libros de pastores-.

En definitiva, los paralelismos tan cercanos entre la obra de Cervantes y estas dos novelas nos lleva a plantearnos la relación del Quijote con el género pastoril en dos direcciones que apuntan al pasado y al futuro: como receptor y como fuente. Por una parte, Cervantes asume elementos procedentes del ámbito pastoril para la redacción de algunos de los episodios de su mayor obra; elementos que reelabora, que adapta a nuevos contextos o con distintas finalidades. Y por otra parte, en una nueva dirección, el Quijote presta algunos de sus componentes -ajenos, eso sí, al ámbito de la bucólica-, para la elaboración de novelas pastoriles, como las aquí señaladas, con lo que podríamos decir que la deuda de Cervantes con aquel género, por tanto, queda saldada.




ArribaBibliografía


1. Fuentes primarias

  • Corral, Gabriel de, La Cintia de Aranjuez, BNM, R / 11558 (editado por J. de Entrambasguas, Madrid, CSIC, 1945.
  • Espinel Adorno, Jacinto de, El premio de la constancia y pastores de Sierra Bermeja, BN R /l 3353
  • Cervantes, Miguel de, don Quijote de la Mancha, ed. Francisco Rico, Madrid, Instituto Cervantes-Crítica, 1998, 2 vols.



2. Fuentes secundarias

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  • Chevalier, Máxime, «La Diana de Montemayor y su público, Creación y público en la literatura española», ed. J. R. Botrel y S. Salaün, Valencia, Castalia, 1974, pp. 40-55.
  • Egido, Aurora, «La cueva de Montesinos y la tradición erasmista de ultratumba», en Cervantes y las puertas del sueño, Barcelona, PPU, 1994, pp. 137-178.
  • ——«La de Montesinos y otras cuevas», en Cervantes y las puertas del sueño, Barcelona, PPU, 1994, pp. 179-222.
  • Fernández, Jaime, Bibliografía del Quijote, Alcalá de Henares (Madrid), CEC, 1995.
  • Finello, Dominick, «Cervantes y lo pastoril a nueva luz», en Anales Cervantinos, XV (1976), pp. 211-222.
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  • López Estrada, Francisco (et ali), Bibliografía de los libros de pastores, Madrid, Universidad Complutense, 1984.
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  • Percas de Ponseti, Helena, «La cueva de Montesinos», en El Quijote, ed. George Haley, Madrid, Taurus, 1980, pp. 142-174.
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