Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

«Adolphe» y «La Pródiga»

Mariano Baquero Goyanes





Nada dice Pedro Antonio de Alarcón en la Historia de sus libros de las posibles fuentes de La Pródiga. Sin embargo -y esto no supone una inspiración directa, sino tal vez una coincidencia involuntaria- creo que, en cierto modo y salvadas todas las diferencias, cabría relacionar esa última novela alarconiana con el Adolphe de Benjamín Constant. Entre las fechas de una y otra novela -1816 y 1882- hay un lapso de tiempo grande, como grande es también el profundo abismo que separa el relato de Constant del de Alarcón, en lo que a calidad, intención y estilo se refiere. No obstante, y pese a tantas diferencias, me parece advertir algunas semejanzas entre ambas obras.

La de Benjamín Constant es una de las más puras y concentradas novelas psicológicas de todos los tiempos, dada la sencillez y levedad argumental y la total carencia de datos superfluos, de pasajes descriptivos. En el prefacio de una de las reimpresiones del Adolphe su autor explicó que le escribió con «l'unique pensée de convaincre deux o trois amis réunis à la campagne de la possibilité de donner una sorte d'intérét à un roman dont les personnages se réduiraient à deux, et dont la situation serait toujours la même». Este tour de force sobre el que está montado el relato, es el que hace de él una admirable novela psicológica, intensamente dramática, con el sólo conflicto del desmoronamiento de una pasión amorosa, la que une a Adolphe y a Ellénore.

Entre estos dos personajes y los de la obra alarconiana existen algunas semejanzas, casuales tal vez, y que más que a la contextura espiritual afectan a la epidermis de la situación amorosa. Adolphe tiene cuando empieza su relato veintidós años, Ellénore es presentada como mujer que ha pasado ya la primera juventud, y que lleva diez años a su amante, el cual en una ocasión comenta «la disproportion de nos âges».

En La Pródiga no es menor la desproporción de edad entre Guillermo de Loja, con veintiséis años, y Julia con treinta y siete. En un principio, esa diferencia de edad parece actuar de obstáculo entre los amantes. En la obra de Constant se lee: «Ellénore vit dans ma lettre ce qu'il était naturel d'y voir, le transport passager d'un homme qui avait dix ans de moins qu'elle, dont la coeur s'ouvrait à des sentiments qui lui étaient inconnus, et que méritait plus de pitié que de colère. Elle me répondit avec bonté, me donne des conseils affectueux, m'offrit une amitié sincère, mais me déclara que, jusqu'au retour du comte de P..., elle ne pourrait me recevoir». Y aun cuando con la entrega amorosa de Ellénore a Adolphe, el obstáculo desaparece para ella, tal desaparición es puramente ilusoria, subjetiva, ya que en el plano de la realidad social continúa existiendo. Por eso cuando un amigo de Adolphe intenta persuadir a éste para que abandone a su amante, le dice: «Elle a dix ans de plus que vous; vous en avez vingt-six; [Obsérvese que en este momento del relato, la edad de Adolphe es la misma que la de Guillermo de Loja] vous la soignerez dix ans encore, ell sera vieille; vous serez parvenu au milieu de votre vie, sans avoir rien commencé, rien achevé que vous satisfasse. L'ennui s'emparera de vous».

En La Pródiga se encuentran consideraciones semejantes, puestas en boca de Julia al pretender convencer a Guillermo de la imposibilidad de su unión amorosa:

«-Acabo de cumplir treinta y siete años y usted podrá tener veinticinco...

-Tengo veintiséis...

-Lo mismo da... ¿Cuánto tiempo sería yo su querida de usted sin pesarle como una carga ignominiosa? Concedamos que cuatro años, ¡y es demasiado conceder! Tendría usted entonces treinta, y, naturalmente, pensaría en casarse con otra, en establecerse según las leyes del mundo y de la misma naturaleza, en crearse una familia antes de la vejez, en tener hijos, en pertenecer dignamente a la sociedad... Nos separaríamos, pues, de buen o mal grado».



Pese a todo esto, más que la diferencia de edad son las leyes de la sociedad las que, en ambas novelas, provocan el dramático conflicto amoroso, la aparición en Adolphe y Guillermo del hastío, del deseo de romper, insinuado en el personaje alarconiano, rotundo, pero siempre vacilante a la hora de la acción, en el de Constant.

En uno y otro caso, el amor no prospera, languidece y concluye trágicamente -muerte de Ellénore y suicidio de Julia- porque, en virtud de presiones y obstáculos sociales, ese amor se convierte en lastre y hasta en prisión para los personajes masculinos Adolphe y Guillermo. En la novela de Constant la evolución y matices de ese proceso lo son todo. El autor podía jactarse de haber escrito un relato con dos personajes fundamentales y una situación única repetida y siempre humana y convincente. En el relato alarconiano todo tiene un aire más precipitado y a la vez más diluido, entreverado de acciones, personajes y temas, subalternos -la devoción de José, el criado, por Julia-, que quitan grandeza al conflicto, visto desde el énfasis y achatado, a la vez, por el rígido esquema moral-social a que el autor lo somete, en forma de esa especie de coro -los campesinos de las posesiones de Julia- siempre en actitud de reproche y de escándalo ante la ilícita unión de los amantes. De ahí que aun cuando Constant aludiera a que su novela lo era de una situación, más me parece ver en ella la novela de un carácter, el de Adolphe, vacilante, atormentado y analítico, en el cual sensibilidad e incapacidad amorosa se mezclan tan profunda y humanamente que el autor pudo confesar que muchos de sus lectores «m'ont parlé d'eux mêmes comme ayant été dans la position de mon héros». La Pródiga, por el contrario, no es -pese al título- una novela de caracteres, sino más bien de situación.

Benjamín Constant

Benjamín Constant

Pedro Antonio de Alarcón

Pedro Antonio de Alarcón

Conocida es la explicación que de la tesis contenida en esta obra dio su autor: «Pero los enemigos de mis tendencias moralizadoras debieron de notar en tal momento que el desenlace de la historia de Julia era un alegato en favor de las leyes divinas y humanas que rigen nuestra sociedad».

Según la Pardo Bazán -en el número 11 de su Nuevo Teatro Crítico, 1891-, La Pródiga era algo así como una concesión a los enemigos ideológicos de Alarcón, ya que si en El Escándalo defendió el autor la ortodoxia y en El Niño de la Bola la religiosidad abstracta, en su tercera novela defendió menos aún: la moral social, la convención, el respeto al «qué dirán».

De una forma u otra, parece evidente que lo religioso y lo social son dos elementos siempre en la novelística alarconiana. Con La Pródiga debió pretender su autor demostrar cómo el abandono de los preceptos religiosos y el intento de una unión amorosa de espaldas a ellos y a la sociedad, conduce a algo más que al simple escándalo -purificador, solución feliz en definitiva-; conduce al doble fracaso sentimental-social. Por eso no es del todo cierta la opinión de la Pardo Bazán sobre el carácter laico de La Pródiga, ya que la condena social -campesina, no urbana, lo que no deja de ser significativo- que recae sobre Julia y Guillermo es provocada por su negligente actitud religiosa.

Insisto en todo esto, tan conocido, para mejor pulsar las semejanzas y las diferencias entre Adolphe y La Pródiga. El obstáculo social se presenta tan intenso en la novela alarconiana, que es, en realidad, el que determina el drama, antes que el fracaso psicológico, el error sentimental de Guillermo, siempre enamorado de Julia y nunca vencido por el hastío como Adolphe, inventariar las circunstancias y características de esa obstaculización social equivaldría a resumir o a transcribir numerosos paisajes de una muy conocida novela. Recuérdense, no obstante, algunos momentos significativos.

Guillermo de Loja -que es descrito como un ser romántico, muy mecánica y artificiosamente compuesto-, por un espejismo juvenil, cree despreciar a la sociedad y a todo lo que suena a gloria mundana, prefiriendo el amor de Julia en la soledad del campo, lejos y desconectado de Madrid. A lo largo del relato, Alarcón se encarga de ir descubriéndonos lo mucho que de literaturizada pose hay en la actitud de Guillermo, hecho realmente para la vida cortesana y para la intriga política. Por el contrario, Adolphe es un auténtico solitario: «je m'accoutumai à renfermer en moi-même tout ce que j'éprouvais, à ne former que des plans solitaires, à ne compter que sur moi pour leur execution, à considérer les avis, l'interêt, l'assistance et jusqu'a la seule presénce des outres comme une gêne et comme un obstacle».

Pese a esa disparidad de caracteres -radical soledad romántica, mal du siècle, de Adolphe; soledad convencional y efímera de Guillermo- hay en las vidas de ambos un momento de coincidencia, provocado por el hastío de una larga permanencia al lado de la amante -Ellénore y Julia- y de un excesivo apartamiento de la vida mundana en cuanto tal -política, gloria- en el caso de Guillermo, y en cuanto significa ruptura de la monotonía de una fracasada liaison, en el de Adolphe.

Este último experimenta relativamente pronto el cansancio de la esclavitud amorosa y vital que Ellénore significa, y desea romper y alejarse de ella: «Je comparais ma vie independante et tranquille à la vie de précipitation, de trouble et de torment à laquelle sa passion me condamnait». Adolphe, en su cautiverio, traza diversos proyectos y planes de libertad, nunca realizados por impedírselo su temperamento vacilante y sensible: «Je me livrais, quand j'éttais seul à des accès d'inquiétude; je formais mille plans bizarres, pour m'élancer tout à coup hors de la sphère dans laquelle j'étais deplacé». E incluso piensa: «Il était temps enfin d'entrer dans una carrière, de commencer una vie active, d'acquerir quelques titres à l'estime des hommes, de faire un noble usage de mes facultés».

Hay un momento, en el atormentado autoanalizarse de Adolphe, en que la seducción y la nostalgia de lo mundano son tan intensas, que le llevan a envidiar los triunfos de sus compañeros: «Je me répétais les noms de plusieurs de mes compagnons d'étude, que j'avais traités avec un dédain superbe, et que par le seul effect d'un travail opiniâtre et d'une vie régulière, m'avaient laissé loin derrière eux dans la route de la fortune, de la consideration et de la gloire: j'était oppressé de mon inaction».

Guillermo de Loja pasa, en La Pródiga por estados de ánimo semejantes, si bien el análisis de éstos -realizados desde fuera del personaje- carece de la profundidad humana y de la precisión de los que Constant presenta en su relato. En ocasión en que Guillermo es postergado en su aspiración a una cartera ministerial y a la mano de una aristocrática joven madrileña, piensa en Julia y en la soledad del campo como en la única verdad: «dudó de sí y de los demás; juzgó de nuevo que no servía para las luchas de la corte o que todo Madrid se había conjurado para ser injusto con él, y un desfallecimiento general aniquiló todas sus fuerzas morales sumergiéndole en tristeza y misantropía». «¡Julia!..., he aquí la única verdad, la única esperanza de dicha...». Se trata, pues, de un pasional estado de ánimo, provocado por el despecho y la depresión, y que cristaliza en una falsa aversión por la vida cortesana. Falsa, porque lentamente Guillermo comienza a echar de menos esa vida, simbolizada en la lectura del periódico La Época, proscrito en un principio por decisión propia. Pero, al fin, no puede resistir la tentación y recorre con avidez las líneas impresas para así saltar, nostálgicamente, a un mundo con el que creía haber roto para siempre. Y, como Adolphe, Guillermo no puede menos de sentir envidia -e indignación- al enterarse por el periódico de que un amigo, considerado por él necio e inútil, está a punto de ser ministro. Ese mismo periódico que habla del malogrado Guillermo de Loja, hace pensar al amante de Julia -por más que se niegue a reconocerlo- en cómo su amor se ha convertido en cautiverio y en añoranza de su carrera política. La febril lectura, a que Guillermo se entrega, de todos los números atrasados del periódico madrileño, antes desdeñado, revela claramente su deseo de evasión, tan próximo al que Adolphe siente junto a Ellénore.

A ésta, como a la Julia de Alarcón, no se les oculta la actitud de sus amantes, comprendiendo que si siguen junto a ellas es ya más por piedad que por amor. La Pródiga recuerda unas palabras de Guillermo sobre la infamia que supondría abandonarla y piensa: «¡Esto, esto me has contestado! Es decir, Guillermo, que no el amor, sino la compasión; no el cariño, sino la hidalguía; no el placer, sino un punto de honra, te retiene a mi lado...». Y Ellénore dice en una ocasión a Adolphe: «Vous, vous trompez sur vous-même; vous êtez généreux, vous vous dévouez à moi parce que je suis persécutée; vous croyez avoir de l'amour, et vous n'avez que de la pitié».

Si ese amor se convierte en piedad, en hastío e incluso en desesperación, buena parte de la culpa parece corresponder a la sociedad. Adolphe dice en una ocasión: «Les lois de la société sont plus fortes que les voluntés des hommes; les sentiments les plus impérieux se brisent contre la fatalité des circonstances». De ahí que en una especie de moraleja final -contenida en una fingida carta al autor, de un amigo de Adolphe- se lea: «Le malheur de Ellénore prouve que le sentiment le plus passonné ne saurait lutter contre l'ordre des choses. La société est trop puissant, elle se reproduit sous trop de formes, elle mêle trop d'amertumes à l'amour qu'elle n'a pas sanctionné».

En La Pródiga son abundantísimas las alusiones de este tipo, sustentadoras, a lo largo del relato, de las ostensibles moraleja y tesis de ésta, a las cuales aludí líneas arriba. Cuando Julia, antes de suicidarse, intenta justificar, en una carta, su decisión a Guillermo, escribe entre otras cosas: «Recuerda el dolor y la desesperación con que, al ver que un cura de aldea y unos labriegos anatematizaban nuestra conducta ilegal y antisocial, gritaste: ¡Execrados de todo el mundo!... ¡Esto no puede sufrirse!...»

El desenlace trágico de La Pródiga es, para Alarcón, la inevitable sanción que merece un amor rebelde, al margen de la sociedad. En el caso de Adolphe, la cuestión es más compleja, ya que el conflicto emana no tanto del choque de una pasión ilícita con la sociedad, como del indetenible disgregarse de esa pasión, provocado por el carácter de Adolphe. Su historia -dice Constant- es realmente la de la miseria del corazón humano: «S'il renferme una leçon instructive, c'est aux hommes que cette leçon s'adresse: il prouve que cet esprit, dont on est si fier, ne sert ni a trouver du bonheur ni à en donner; il prouve que le caractère, la fermeté, la fidélité, la bonté, sont les dons qu'il faut demander au Ciel». «J'aurais deviné qu'Adolphe a été puni de son caractère par son caractère même».

Novela, pues, de carácter -como antes apuntaba-, en contraste con La Pródiga, novela de situación. Por eso las diferencias pesan más que las semejanzas en la comparación de esas dos obras. En la de Alarcón, lo fundamental es la tesis referida al plano religioso y al contorno social, y los personajes no son más que unos muy literaturizados muñecos con los que expresar una bien explícita moraleja. En el Adolphe lo realmente importante no es la dimensión ético-social en que transcurre el problema, nítidamente sentimental y psicológico, sino las almas de quienes lo viven: Ellénore y Adolphe. Si el relato aparece puesto en boca de éste, es porque lo que a Constant le interesaba era revelarnos la muy humana contextura espiritual de su personaje, es decir, del propio Constant. En la obra de Alarcón -narrada en tercera persona- nada hay de esto. Se adivina que, en tanto que Julia y Guillermo de Loja, situados en otras circunstancias -legitimado su amor-, podrían ser felices, el problema de Adolphe subsistiría siempre, a despecho de la mutación de circunstancias, porque, como Constant señala al final de la novela, el problema no estaba en esas circunstancias, sino en el carácter mismo de su personaje. Es decir, que lo que en La Pródiga es un problema ético-social, sólo individualizado a título de ejemplo, pero, en definitiva, abstraíble y generalizable; en el Adolphe, es un problema existencial, vivible únicamente por el personaje o por los que participen de un temple parecido.

Aun así, aun contando con tan decisivas diferencias, me ha parecido que podría tener interés ligar -por el vínculo de unas coincidencias expresivas, aunque frágiles e incluso involuntarias (La Pródiga más que a Ellénore se acerca a cualquier Traviata del siglo)- dos novelas que reflejan bien un siglo y la mentalidad de dos autores.





Indice