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ArribaAbajoMoreto. El lindo D. Diego


ArribaAbajoArtículo III

Esta es comedia de carácter, y en la que se acercó Moreto más al género terenciano. El objeto moral de ella es burlarse de los jóvenes, que enamorados de su talle y gala, se creen nacidos para subyugar el bello sexo. Como semejante vanidad está necesariamente reñida con el talento, la discreción y la urbanidad, fue exacta tanto como feliz la combinación del autor que pinta a su D. Diego, necio, capaz de caer en cuantos lazos se le tiendan, poco urbano y no muy bien hablado.

La acción es sencilla si se compara con las fábulas de aquella época, llenas desde el principio al fin de lances e incidentes. D. Diego viene a la corte a casarse con una prima suya, que tenía otro amante. Los criados de su prometida esposa, que favorecían este amor, persuaden al lindo que está prendada de su hermosura nada menos que una señora condesa. Desprecia por tanto a su prima Inés, que se casa con su amante D. Juan, y queda engañado como el perro de la fábula. La supuesta condesa era una criaduela, que al descubrirse el enredo se burla de él.

La exposición es un modelo en su clase. D. Juan, amante de Inés, se despide de D. Tello, su amigo y padre de la dama.

TELLO
Quiera Dios, señor D. Juan,
que volváis muy felizmente.
JUAN
Breves los días de ausente,
señor D. Tello, serán:
pues llegar de aquí a Granada
ha de ser mi detención.
TELLO
La precisa obligación
de ser hora señalada
esta, de estar esperando
dos sobrinos que han venido
de Burgos, la causa ha sido
de no iros acompañando
hasta salir de Madrid.
—158→
..............................................
Y pues ha de ser tan breve
vuestra ausencia, hasta volver
las bodas no se han de hacer.
JUAN
¿Qué bodas?
TELLO
De todo debe
daros cuenta mi atención.
Los dos sobrinos que espero,
con mis hijas casar quiero.
JUAN
¡Cielos, qué escucho!


Mosquito, criado de D. Tello, y tercero de D. Juan y Doña Inés, hace así la descripción del lindo, que acababa de llegar a Madrid:


«Es lindo el D. Diego, y tiene
más que de Diego, de lindo.
Él es tan rara persona,
que según anda vestido
puede en una mojiganga
ser figura de capricho.
Tan ajustado se viste,
que al andar sale de quicio;
porque anda descoyuntado
del tormento del vestido.
A dos palabras que hable
lo entenderás todo el hilo
del talento; que él es necio;
pero muy bien entendido.
Yo entré allá y le vi en la cama,
de la frente al colodrillo,
ceñido de un tocador
que pensé que era judío.
Con su bigotera puesta
estaba el mozo jarifo,
como mulo de arriero
con jáquima de camino.
Las manos en unos guantes
de perro, que por aviso
del uso de los que da26,
las aforró de su oficio.
De esto modo de la cama
salió a vestirse a las cinco,
y en ajustarse las ligas
llegó a las ocho de un giro.
Tomó el peine y el espejo,
en memoria de Narciso
le dio las once en la luna;
y en daga y espada y tiros,
capa, vueltas y valona,
dio las dos, y después dijo,
mozo, ¿dónde habrá ahora misa?
Y el mozo humilde le dijo:
—159→
a las dos dadas, señor,
no hay misa sino en el libro.
Este es el novio, señora,
que de Burgos te ha venido,
tal que primero que el novio,
esperara yo un novillo.



El mismo Mosquito da a conocer a Beatriz la criada, que después hace el papel de condesa. Habíanla despedido de casa de D. Tello por sus malas mañas; y Mosquito pide a Doña Inés que la vuelva a recibir. Inés dice que tenía apalabrada otra.

MOSQUITO
«No la llegará al tobillo
ninguna de cuantas vengan.
INÉS
¿Por qué no?
MOSQUITO
¿Pues no está visto?
Ella es golosa, chismosa,
respondona y alza el grito:
¿pues dónde has de hallar criada
que cumpla más con su oficio?»


Inés se resuelve a recibirla, por haberse criado en su casa, y Mosquito exclama:

«Victoria por mis camisas.
¡Ah Beatricilla!
BEATRIZ

 (Sale.) 

¿Qué ha habido?
MOSQUITO
Que estás recibida ya.
BEATRIZ
¿Qué dices?
MOSQUITO
Que Tito Livio
no pudo hablar en tu abono
como yo de tu servicio.
Ponderé aquí tus labores,
tu cuidado y tu buen pico,
y hace tanto un buen tercero,
que te recibió al proviso.
BEATRIZ
Siempre conocí yo en ti
tu buena intención, Mosquito.
MOSQUITO
Mira, yo naturalmente
hablo bien de mis amigos».


Esto basta para conocer bien los dos personajes, a cuyo brazo seglar va a ser entregado el lindo D. Diego.

En la escena entre D. Diego y su primo D. Mendo se desenvuelve más el carácter del protagonista, que se cree amado de todas las que le ven:


«pues al pasar por las rejas
donde voy logrando tiros,
sordo estoy de los suspiros,
que me dan por las orejas».



Después dice a Mosquito, viéndose tan galán:

«¿pues ves? solo me lastima...
MOSQUITO
¿Qué, Señor?
DIEGO
Mi estrella mala:
¡qué venga toda esta gala
a parar en una prima!
MOSQUITO
Cierto que tienes razón,
—160→
y a mí también me lastima.
DIEGO
¿No me malogro en mi prima?
MOSQUITO
Merecías un bordón,
mas de eso no te provoques.
DIEGO
El ser tan rica me anima.
MOSQUITO
Y yo pienso que la prima
saltará antes que la toques».


En la escena en que se visitan los novios, están en boca de D. Diego estos dos versos:


«Yo, prima, no sé de cultos,
porque a Góngora no entiendo,
ni le he entendido en mi vida».



Moreto podía censurar a Góngora con más razón que Rojas, que le imitó muchas veces. En efecto, la elocución de Moreto, aunque ingeniosa, y a veces empedrada de equívocos, no abunda en las metáforas y expresiones forzadas, que según el gusto de aquella época, convertían los pensamientos en enigmas.




ArribaAbajoArtículo IV

En el segundo acto prepara Mosquito a D. Juan para el engaño que intenta contra el lindo; y solo le pide que permita a Beatriz hacer el papel de la condesa, prima de D. Juan, que estaba a la sazón ausente de la corte; y añade:

«Sin costarte más trabajo
que permitirme la empresa,
le haré tragar la condesa,
envuelta en el estropajo.
JUAN
¿No es fuerza que eso se ajuste
con las criadas?
MOSQUITO
Mejor;
¿pues qué criadas, señor,
se niegan para un embuste?
JUAN
Sin que me des por autor,
hazlo tú.
MOSQUITO
Pues, caballero,
¿soy yo tan pobre embustero,
que haya menester fiador?


D. Tello reprende a su sobrino D. Diego porque se alaba. El lindo le responde:

«Tío, eso es mucho apretar:
yo me tengo de alabar
en cuanto fuere razón.
TELLO
No puede serlo alabaros
neciamente de galán:
y donde damas están,
no es luciros, sino ajaros.
DIEGO
¿Eso, señor, se usa aquí?
TELLO
Y en todo el mundo.
DIEGO
Eso no:
que sería mentir yo
si dijera mal de mí.
TELLO
Tampoco os digo eso yo.
—161→
DIEGO
Pues si yo tengo buen talle,
¿tengo de echar en la calle
la gala que Dios me dio?
TELLO
¿Perderéis vos lo galán
por no alabaros modesto?
No os desairáis vos en esto,
que otros os alabarán.
DIEGO
Peor es eso que esotro.
TELLO
¿No es mejor que aplauso os den?
DIEGO
Pues lo que a mí me está bien,
¿para qué lo ha de hacer otro?


Doña Inés suplica a D. Diego que renuncie a su mano, en versos cuyo tono pertenece al de la comedia urbana como la concibieron Lope y Calderón: He aquí algunos de ellos:


«Casarme con vos, D. Diego,
si lo queréis, será fuerza:
pero sabed, que mi mano,
si os la doy, ha de ser muerta.
...............................................
Aborrecedme, injuriadme,
que yo os doy toda licencia
para tratar mi hermosura
desde desgraciada27 a necia.
Mas si deseáis mi mano,
desde luego será vuestra:
pero mirad que os casáis
con quien, cuando la violentan,
solo se casa con vos
por no tener resistencia.
Y ahora vuestra hidalguía,
o el capricho o la fineza
corte por donde quisiere:
que cuando pare en violencia,
muriendo yo acaba todo:
pero no vuestra indecencia;
pues donde acabe mi vida,
vuestro desdoro comienza».



D. Diego atribuye este razonamiento de Doña Inés a los celos que supone en ella de él y de Doña Leonor, la prometida esposa de su primo. Su respuesta es bestial como debía esperarse:


«Si teméis que yo os ofenda,
os engañáis, juro a Dios,
que por vida de mi abuela,
y así Dios me deje ver
con fruto unas viñas nuevas,
que plantó mi padre en Burgos,
y es lo mejor de mi hacienda,
como yo nunca la he dicho
de amor palabra, ni media;
que ella es la que a mí me quiere:
o si no, dígalo ella».



  —162→  

Mosquito adiestra a Beatriz cómo ha de hacer el papel de condesa.

«Cuanto hablares, sea oscuro y sea confuso;
habla crítico ahora, aunque no es uso:
porque si tú el lenguaje le revesas,
pensará que es estilo de condesas:
que los tontos que traen imaginado
un gran sujeto, en viéndole ajustado
a hablar claro, aunque sea con conceto,
al instante le pierden el respeto;
y en viendo que habla voces desusadas,
frases cultas, palabras intrincadas,
para dar a entender que lo comprenden,
le dicen, que es gran cosa, y no lo entienden.
BEATRIZ
Pero si él me pregunta algo corriente,
forzoso es responderle vulgarmente.
MOSQUITO
De ningún modo, que ese no es su paso.
BEATRIZ
¿Y si él pregunta ¿cómo estáis? acaso,
qué le he de responder?
MOSQUITO
En garatusa:
libidinosa, crédula y obtusa».


Veamos de qué manera toma Beatriz la lección. D. Diego se presenta, y la supuesta condesa le dice:

BEATRIZ
«¿Qué intento os lleva neutral
a mis coturnos cohortes?
En fin ¿venís rutilante
a mi esplendor fugitivo;
para ver si no os esquivo
a mi consorcio anhelante?»


D. Diego declara a su manera la pretensión de casarse con ella.

BEATRIZ
«Súbito, no meditado,
que es vuestro intento colijo.
..............................................
Algo de bobera en vos
presume el cándido pecho.
DIEGO
¡Jesús! ¡qué favor me ha hecho!
¡buena pascua te dé Dios!»


Después encuentra el lindo con D. Juan, y usando de aquella especie de viveza estúpida, que suelen tener los necios, le dice:

«Entended que en mi caricia
tenéis el lugar de un primo28.
JUAN
Deuda es de mí agradecida.
DIEGO

 (Aparte.) 

No es nada el equivoquillo:
mi ingenio es todo una chispa».




  —163→  

ArribaAbajoArtículo V

Don Diego encuentra a Beatriz en la calle; D. Tello que lo ve, le riñe; el necio tiene la malicia suficiente para fingir que es dama de D. Juan, y así escapa: pero quiere acompañar hasta su casa a la condesa fingida, lo que no acomodaba ni a ella ni a Mosquito; mucho más cuando él dice:


«que he de acompañaros hasta
el postrer maravedí».



Mosquito para libertarla de tanta importunidad, dice a parte a Don Diego:

«Señor, advierte una cosa,
que esta condesa es golosa,
y esto lo hace por entrar
sola en ese confitero,
a comprar dulces sin susto.
DIEGO
Tiene lindísimo gusto;
a eso entraré yo el primero.
MOSQUITO
¿Llevas dinero?
DIEGO
Ni blanca.
MOSQUITO
¿Pues a qué has de entrar allá?
DIEGO
¿Pues qué riesgo en eso habrá?
MOSQUITO
Dónde está tu mano franca,
¿has de consentirla que
pague lo que a comprar va?
DIEGO
¿Eso dudas? claro está
que se lo consentiré.
MOSQUITO
¿A la condesa?
DIEGO
¿Pues no?
¿Eso quieres que la arguya?
Ni aun a una criada suya
no se lo estorbara yo.
MOSQUITO
¿Qué dices? que eso es quedar
en una acción afrentosa.
DIEGO
Hermano, si ella es golosa,
¿téngolo yo de pagar?
MOSQUITO
Aquesta es cosa perdida.
BEATRIZ
¡Ay desdichada de mí!
Don Juan viene por allí.
DIEGO
Pues ahora ¿qué hemos de hacer?
MOSQUITO
Irnos, y tu defender29
que no nos pueda alcanzar.
DIEGO
Y si no puedo atajarle,
si acaso viene muy fuerte,
¿qué he de hacer?
MOSQUITO
Darle la muerte.
—164→
DIEGO
¿Darle la muerte?
MOSQUITO
O matarle.
DIEGO
¿Y si no trae mal humor,
y detenerle por bien
puedo?
MOSQUITO
Matarle también.
DIEGO
Pues manos a la labor.
........................................
BEATRIZ
Detenedle sin reñir.
DIEGO
Sin reñir lo mataré.
MOSQUITO
Arranquemos a correr
mientras él queda en arrobo.
BEATRIZ
¡Jesús! harta voy de bobo.
MOSQUITO
No es poco siendo mujer».


D. Tello examina a Mosquito sobre el suceso de D. Diego, la condesa y Don Juan; y Mosquito, no queriéndole declarar el enredo, sale del lance confundiéndolo todo a sabiendas.

«Yo, señor, al conocerla,
la vi que al zaguán entró,
y un pobre entonces llegó,
que no dio limosna ella30.
El pobre pasó adelante,
Don Diego vino tras él,
y repitiendo el papel
vino el pobre vergonzante.
Traía un vestido escaso
de color; Dios me lo acuerde,
que no era tal, sino verde.
TELLO
¿Pues el vestido es del caso?
MOSQUITO
Habiendo el pobre salido,
vino la condesa luego,
y cuando vino Don Diego,
vino porque había venido...
TELLO
¿Quién había venido?
MOSQUITO
Él31.
TELLO
¿Luego ella le fue a buscar?
MOSQUITO
No señor; porque al entrar
ella entraba con aquel:
y el pobre que entraba, cuando
entraba él, no llegó.
TELLO
Pues ¿quién era aquel que entró?
MOSQUITO
Eso es lo que voy contando.
Entró ella, y cuando entraba,
entró el pobre, fue Don Diego,
y como entró con sosiego,
después de entrado allí estaba:
y de esto se quedó loco
porque no entraba muy esquivo.
TELLO
No lo entiendo por Dios vivo:
MOSQUITO
Pues eso ni yo tampoco.
—165→
TELLO
¿Quién a quién vino a buscar?
MOSQUITO
¿Luego no lo has entendido?
TELLO
No, ni explicarte has sabido.
MOSQUITO
Pues vuelvótelo a contar.
Él buscó a quien le buscaba;
porque ella buscando vino,
y buscando de camino,
él buscó lo que allí estaba;
y el pobre que los buscó,
no buscó duelos ajenos.
TELLO
Ahora lo entiendo menos.
MOSQUITO
¿Pues qué culpa tengo yo?
TELLO
Tú has de apurar mis enojos;
¿qué dices?
MOSQUITO
¡Hay tal rigor!
viven los cielos, señor,
que lo vi por estos ojos.
TELLO
¿Qué es lo que viste?
MOSQUITO
Esta historia.
TELLO
¿Qué historia? que en tu torpeza
ni tiene pies ni cabeza.
MOSQUITO
Pues no será pepitoria.
TELLO
¿Sabes tú si el de ella es dueño,
o tiene empeño?
MOSQUITO
¡Hay tal como!32
Yo no soy su mayordomo;
¿qué sé yo si tiene empeño?
TELLO
Anda vete, mentecato,
que eres un simple.
MOSQUITO
Eso quiero».


Es imposible imitar mejor el lenguaje de un criado lerdo, que no sabe dar cuenta ni aun de lo mismo que ha visto. Es muy gracioso el contraste entre la curiosidad de D. Tello, y la confusión afectada de Mosquito.

Toda la comedia está superiormente dialogada. La elocución varía de tono según el carácter de los personajes. Inés, celosa de D. Juan por el embuste de D. Diego, despide a su amante, y después se queja de haber sido obedecida, y dice a su hermana:


«si por eso no vuelve, Leonor mía,
o no sabe de amor, o está culpado:
que en celos que despiden al amante
nunca habla el corazón, sino el semblante».



En la escena siguiente, oyendo la satisfacción de D. Juan, exclama:


«Oh amor, tirano cobarde,
a la ofensa tan ligero,
como al rendimiento fácil».







  —166→  

ArribaAbajoMoreto. El parecido en la Corte. No puede ser guardar una mujer


ArribaAbajoArtículo VI

Moreto quiso enriquecer nuestro teatro con la fábula de los Menecmos, o de los parecidos, conocida ya en la escena de España, desde la traducción, o por mejor decir, imitación que Juan de Timoneda hizo de la comedia latina. Pero el plan de nuestro autor en nada se roza con el del antiguo drama. Es una comedia en el género de las de capa y espada de Calderón, en la cual está como engastada la historia del parecido. Justifica muy bien su ficción por la necesidad y por el amor, la continúa por los artificios de su criado, y cuando incitado de la honra quiere romperla, no lo consigue sino con mucha dificultad: tan creída estaba ya.

D. Fernando de Ribera, caballero noble de Sevilla, reducido a pobreza por sus devaneos juveniles, pasa a la corte, huyendo de la justicia que le perseguía, por haber dejado mal herido a un amante de su hermana que encontró de noche y a oscuras en su casa. Apenas llegó a Madrid con muy pocos medios, se enamoró de una dama que vio y habló en la calle. Un caballero que le encontró le saludó con el título de amigo, otro con el de hijo, y ambos con el nombre de D. Lope Luján, que habiendo pasado a Indias muchos años antes, era esperado por momentos en casa de su padre D. Pedro. La semejanza extraordinaria de entrambos produjo la equivocación. D. Fernando quiere excusarse; pero su criado, impelido de su necesidad y la de su amo, finge que es D. Lope, y para disculpar su extrañeza con su padre y amigo supone que por hechizos que le dio una criolla, estaba a veces desmemoriado, señaladamente a la entrada de las lunas. D. Fernando es admitido como hijo en casa de D. Pedro, con tanto más gusto cuanto la dama que le ha prendado, se le presenta como hermana.

Llega el hijo verdadero, y no le reconocen. Pero D. Lope es el mismo a quien D. Fernando hirió en Sevilla, y a quien viene siguiendo su hermana Doña Ana Ribera. D. Fernando, por recobrar o vengar su honor, descubre la ficción; pero el supuesto desmemoriamiento impide que se le dé crédito, mucho más cuando los viajes y la herida han desfigurado las facciones del verdadero hijo. Esta combinación prolonga la fábula hasta donde le era posible llegar. Los lances de amor, de celos, de valor y de honor, de que está llena la comedia, se enlazan muy bien con la ficción principal; el estilo, urbano, como es generalmente el de Moreto, está lleno de chiste y sal en boca de Tacón. Viendo a su amo pobre, sin haber comido, y sin saber todavía qué comerá, decir requiebros a una dama, dice:


«¡Que haya hombre que tenga aliento
de enamorar en ayunas!
Yo no he acertado requiebro
en mi vida hasta tomar
aguardiente por lo menos».



Como la mayor necesidad de él y su amo era la de comer, dice al padre, hablándole de la enfermedad de su supuesto hijo:


«El más eficaz remedio
—167→
es darle a comer muy bien
y mucho, porque el cerebro
con vapores regalados
se le vaya humedeciendo».



Cuando el hijo verdadero pugna por ser reconocido y D. Pedro airado le dice

«Hombre, yo no soy tu padre.
TACÓN
Señor, que te llame tío,
pártase la diferencia
y hazle siquiera sobrino».


Y en otra parte

«Sí: que ahora os sale este hijo
como cebollón de invierno».


Mas citaríamos si no fuesen pasajes más alegres de lo que permite la decencia. El defecto de este drama es la situación de D. Fernando y de Doña Inés. Esta se cree de buena fe hermana suya; pero como se había prendado de él la primera vez que le vio en la calle, y D. Fernando, con el pretexto del olvido, no deja de enamorarla, hay en su corazón una lid nada favorable a las costumbres. Mejor combinación hubiera sido haberla hecho sabedora y cómplice del fingimiento.

No puede ser guardar una mujer es una imitación del mayor imposible de Lope. En ella siguió Moreto con más inmediación la fábula que le sirve de modelo; pero la mejoró mucho suprimiendo las escenas episódicas y los papeles de rey, reina y almirante de Nápoles, introducidos por Lope, a la verdad muy inútilmente. La comedia de Moreto camina con más velocidad al desenlace, según el precepto de Horacio, y distrae menos la atención del asunto principal. Es una mujer enamorada, a quien cela su hermano; y cuantas precauciones toma este para guardarla, se inutilizan por la astucia de Tarugo, criado del amante. Este criado es el personaje principal de la comedia. Su carácter chistoso y burlón se conoce desde la primera escena. Acompaña a su amo a la casa de Doña Ana Pacheco, donde hay una academia de poesía: pregunta Tarugo si la señora, a quien D. Félix había celebrado de rica y hermosa, es poeta: y respondiéndole que sí, dice:

«Señor, cosa es muy posible,
ser rica, bella y discreta:
pero ser rica y poeta,
vivo Dios que es imposible.
FÉLIX
¿Por qué?
TARUGO
¿Eso dudas?
FÉLIX
Sí dudo.
TARUGO
¿Pues hay hombre a quien dé el cielo
con gracia aqueste desvelo33
que no esté siempre desnudo?
y esto es forzoso, señor;
porque la poesía es cosa,
que aunque es virtud, y gustosa,
nunca ha tenido valor.
Es flor de la humanidad;
y como una flor en fin
sirve de adorno al jardín,
mas no a la necesidad.
Adornan las flores bellas,
y el que en un jardín las mira,
—168→
como hermosas las admira;
pero no cena con ellas.
Y el que un jardín entra a ver,
más presto se irá a buscar
espárragos que cenar,
que las flores para oler.
................................................
Poesía y riqueza ingrata
siempre trocaron los frenos,
y no hallarás versos buenos
hechos con bujías de plata:
con candil sí...
..............................................
Por el candil de Epíteto
¿no dieron tres mil ducados?
FÉLIX
Ese es filósofo.
TARUGO
Cesa:
pues toda la poesía
¿que es sino filosofía?
Así fuera genovesa34.


Su amo cita los hombres ricos e ilustres que habían poetizado en otros tiempos y en aquel, entre ellos al conde de Villamediana, y aunque no le nombra, señala al príncipe de Esquilache, lo que puede servir para conocer la época en que Moreto floreció. Últimamente le hace notar el rico adorno de la casa de Doña Ana. Tarugo responde:

«Lo estoy viendo, y no lo creo:
mas vive Dios, que como eres
tú D. Félix de Toledo,
si es poeta ha de ser pobre.
FÉLIX
¿Cómo puede ser, teniendo
en su casa tal riqueza?
TARUGO
Una noche haciendo versos
se le ha de quemar la casa
y ha de amanecer en cueros».


Dice a su amo que se va a jugar y concluye:


«¿Yo academia? no haré luego
cinco pintas en diez años,
si estoy un hora entre versos».



Esta es una de las comedias más graciosas, mejor conducidas y dialogadas de Moreto. No pueden presentarse extractos de ella, porque es preciso leerla toda, y si hemos citado los versos anteriores es para que se juzgue de la idea que este autor tenía formada de su arte, y del tiempo en que escribió.





  —169→  

ArribaAbajoMoreto. De fuera vendrá quien de casa nos echará. Trampa adelante


ArribaAbajoArtículo VII

Este es el drama en que Moreto se atrevió más abiertamente a describir las ridiculeces de sus contemporáneos. El militar embustero y jugador, pero valiente: el mentidero de las gradas de San Felipe, que también estuvo algún tiempo en la calle de las Huertas: el caballero de ciudad, enamorado y pendenciero: el licenciado cobarde y pedante: la viuda verde que predica el recogimiento a las doncellas: el criado necio, malicioso y mojigato, están descritos con felicidad en esta comedia, en cuya representación, como se haga con mediana habilidad, es inextinguible la risa.

El alférez Aguirre comienza la pieza rompiendo una baraja: dice que ha perdido


«hoy doscientos escudos con un paje,
que no los tuvo todo su linaje.
.........................................................
¿Que no teman las pintas un coleto?
Mas vienen juntas quince o diez y siete,
que perderán el miedo a un coselete».



Habla, para desenfadarse, del mentidero:


«Por la mañana yo al irme vistiendo
pienso una mentirilla de mi mano:
vengo luego y aquí la siembro en grano;
y crece tanto que de allí a dos horas
hallo quien con tal fuerza la prosiga,
que a contármela vuelve con espiga».



Chichón, el mojigato, escudero de la viuda, dice saliendo de la iglesia:


«Ya oí misa a buena cuenta:
¡que sea yo tan perdulario
que nunca acabe un rosario!
porque en llegando a esta cuenta,
que es la del alma, es notorio,
de aquí no puedo pasar:
todo se me va en sacar
ánimas del purgatorio.
¡Cómo almorzaríades vos,
Chichón! ¡qué bien sabe, pues,
un torreznito después
de encomendarse uno a Dios!»



El alférez, y su amigo el capitán Lisardo, que se ha prendado de Doña Francisca,   —170→   sobrina de la viuda, llegan a informarse de él. Después de decirles que no ha de murmurar, porque es muy virtuoso, comienza así:

«Mire usté, lo que es la viuda,
es hija de los demonios.
Los mismos ojos la saca
a la pobre Francisquita:
¿vela usté? es una santica,
mas grandísima bellaca:
por casarse anda perdida.
La tía es libidinosa,
y a la niña de envidiosa
no deja galán a vida.
LISARDO
¿Y entra alguno a ser dichoso?
CHICHÓN
¡Jesús! ni imaginación,
que eso era murmuración
y yo soy muy virtuoso.
Mas ¿ve usté la tía? se indilga,
y por marido revienta:
se alaba (tenga usté cuenta)
y se alaba y se remilga:
se hace niña de faición.
Pues ¿ve usté? aunque más los borre,
treinta tiene, y lo que corre
desde el Señor San Simón.


Lisardo por medio de una carta se introduce en casa de la viuda. Esta y su sobrina se enamoran de él, los lances de amor y de celos, las respuestas del Alférez a la solicitud de Lisardo, que le suplicaba enamorase a la tía para verse libre de sus persecuciones, las necedades de Chichón y las malicias de la criada Margarita, ocupan agradablemente las dos jornadas últimas, hasta que se descubre la ficción con la llegada del hermano de la viuda. El diálogo es siempre vivo y lleno de sal, y los caracteres están muy bien conservados.

Trampa adelante es en nuestro entender la fábula más difícil y más bien conducida de Moreto. D. Juan de Lara, tan caballero por su sangre y sus sentimientos, como pobre, está enamorado de Doña Leonor de Toledo. Millán su criado, para mejorar la suerte de su amo, se aprovecha del amor de Doña Ana de Vargas, señora muy rica, y que está prendada de D. Juan. El infeliz sirviente, por el cual nos interesamos, pues aunque miente y enreda mucho, es solo por socorrer su hambre y la de su señor, tiene que formar dos intrigas a la par, y llevarlas adelante. Una, cuyo objeto es persuadir a Doña Ana, que D. Juan está enamorado de ella, y sacarle letras de cambio con que vestir, engalanar y dar de comer a su amo; y otra, ocultar a este la anterior intriga, en que nunca consentiría la nobleza de su alma, y fingir que el dinero con que mejoran su suerte, es prestado a crédito por un mercader amigo suyo. ¿Qué de artificios ha tenido que inventar la imaginación fecundísima de Moreto para hacer que ambas ficciones fuesen creídas por algún tiempo, a pesar de la solicitud de Doña Ana por ver y hablar a su supuesto amante, de los celos de Doña Leonor, de la delicadeza de D. Juan, y de la intervención celosa de los hermanos de ambas, que habían estipulado casar cada uno con la hermana del otro? El espectador, divertido con las continuas tribulaciones de Millán, no se complace menos con su actividad, con los chistes de su buen humor y con los nuevos enredos que pone en planta para salir de sus apuros. Es una verdadera comedia de Terencio, con más interés, con más nobleza que la de los personajes del teatro latino.

En la primera escena hace D. Juan paces con Doña Leonor que estaba celosa: y Millán, que había procurado sacar algún interés de la reconciliación, amenazado por su amo, dice:

  —171→  

«¿Hay infamia como aquesta?
¡Que haga las paces de balde
quien ha ya un mes que no cena,
y la noche que hay guisado,
se hace de carne de huerta!



Después dice D. Juan:

«¡Gran gusto son unos celos,
si un dulce fin los concierta!
MILLÁN
Y principalmente cuando
la hora de cenar se llega,
y solo ese plato dulce
hay que poner en la mesa».


Describe la estrechez a que se hallan reducidos: entre otras cosas habla de las prendas fiadas:


«Las pistolas la tendera
tiene ya de lo fiado
tan cargadas que rebientan.
El broquel ha ya tres meses
que tiene la pastelera;
y aun el broquel empeñado
antes da alivio que pena:
porque con eso tenemos
empeñadas las pendencias.
...........................................
De ir y venir cada día
al secretario de guerra,
solo traemos más hambre;
por que da a las dos audiencia.
Y tras toda esta desdicha
solo es lo que me consuela
que en la corte pretensiones
aunque largas, son inciertas».



No pueden justificarse mejor las astucias y trampas de Millán para socorrer a su amo, mientras se le daba el premio por los servicios que había hecho en Flandes.






ArribaAbajoMoreto. El valiente justiciero


ArribaAbajoArtículo VIII

Moreto escribió varias comedias de intriga, imitando el género de Calderón. En ellas, como en las de su modelo, describe las costumbres caballerosas de la época con facilidad y destreza, formando con naturalidad el enlace, y deshaciéndolo felizmente. Superior en esta parte a Tirso de Molina y a Lope, quedó sin embargo muy inferior al insigne poeta, que entonces procuraban todos imitar; y así, bastará citar los títulos de los dramas mejores que compuso en este género. Estos son La ocasión hace al ladrón, en   —172→   que imitó y mejoró la Villana de Ballecas de Tirso de Molina, el Caballero, la Fingida Arcadia, en la cual quiso ejercitarse en la poesía bucólica, y la Confusión de un Jardín. En estas, aunque el lenguaje de los graciosos está siempre lleno de sales y donaires, no aparece la intención de describir caracteres ni de emplear el azote cómico. Todo el mérito consiste en el movimiento e interés de una fábula complicada.

Mayor talento, aunque siempre inferior al de Calderón, desplegó en la exposición de una máxima moral o filosófica. En esta clase de comedias, a las que pudiera darse el título de ideales, los interlocutores no son los que inspiran el interés ni aun la fábula misma. Todo el conato del autor es probar una máxima o una sentencia útil a la humanidad, o que él crea serlo: y son indiferentes los nombres, las dignidades y las prendas de los personajes. De esta clase son La fuerza de la ley, la fuerza del natural, lo que puede la aprensión, máxima ya tratada por Calderón en su comedia de Gustos y disgustos son no más que imaginación, la misma conciencia acusa, y el licenciado Vidriera, que nos parece la mejor de Moreto en este género. Carlos, dotado de valor e instrucción, pero pobre, después de haber hecho grandes servicios con la espada y la pluma a su soberano, se ve olvidado con ingratitud, tratado con desprecio, vendido por su amigo, pospuesto por su dama y reducido a la última indigencia. Vengose de la injusticia de los hombres y de la fortuna fingiéndose loco, y tomando por manía decir que era de vidrio y que podría romperse al más pequeño golpe. Las puertas de palacio que se habían cerrado al hábil jurisconsulto y al valiente guerrero, se abrieron al licenciado Vidriera, que divertía con su aprehensión a los grandes y a las damas, que antes no habían hecho caso de su mérito. Fácil es de discurrir cuán interesantes sabría hacer las escenas que resultan de esta combinación la diestra pluma de Moreto.

Concluiremos con sus comedias y caracteres históricos. Entre estos el mejor sacado es sin disputa el del rey D. Pedro de Castilla en el drama del Valiente justiciero que ha quedado en el Repertorio de nuestro teatro, a pesar de la última invasión romántica. Merece, pues, un examen más detenido.

D. Tello, Rico hombre de Alcalá, orgulloso por su nacimiento, poderío y riquezas, y también por su valor personal, desatiende las quejas de una dama noble, aunque de inferior calidad, a quien había quitado el honor a favor de la palabra de esposo, y roba a D. Rodrigo, hidalgo de su jurisdicción, la novia con quien iba a casarse. Acababa de cometer esta última tropelía, cuando el rey D. Pedro, persiguiendo a su hermano Enrique, llegó separado de su gente, adonde oyó las quejas de los agraviados. Para cerciorarse del motivo de ellas, fingiendo ser un caballero del servicio del rey, llega a casa de D. Tello que le recibió con altanería, negándole la silla y dándole un taburete, no permitiendo que se sentase a su mesa aunque estaba comiendo, y manifestando el mayor desprecio del rey y de sus órdenes. D. Pedro, aunque bramando de cólera, disimula por la certidumbre de la venganza.

Apenas vuelve a Madrid, manda llamar al Rico hombre; pero antes de que este llegase, los agraviados siguiendo el consejo que él les había dado cuando no conocido de ellos, los encontró en el campo, le presentaron su querella. Es admirable el diálogo entre D. Rodrigo y D. Pedro, y característico de las costumbres españolas tanto en el siglo de aquel rey como en el de Moreto.

RODRIGO
«A mi esposa me robó
del modo que ya supisteis.
PEDRO
Si vos se lo consentisteis,
también lo consiento yo.
RODRIGO
Quitome la espada y ciego
me atajó acción tan honrada.
PEDRO
¿Y os quitó también la espada
que pudisteis tomar luego?
RODRIGO
Yo de su poder no puedo,
señor, mi agravio vengar.
PEDRO
¿Luego se viene a quejar
no la injuria, sino el miedo?
RODRIGO
Esto, señor, no es temer
—173→
si no el poder de su nombre.
PEDRO
Y cuando está solo ese hombre,
¿riñe con él el poder?
RODRIGO
Pues cuando justicia os pido,
¿qué riña con él mandáis?
PEDRO
Yo no quiero que riñáis,
sino que hubierais reñido.
RODRIGO
No quise, aunque fuera airosa
la acción, darla esa malicia.
PEDRO
No va contra la justicia
el que defiende a su esposa:
y habiéndolo ya intentado,
de no haberlo conseguido
quedabais más ofendido,
mas veníais más honrado:
que yo, atento a la razón;
podré mandarle volver
a ese hombre vuestra mujer,
pero no a vos la opinión.
RODRIGO
Pues cobrarala mi pecho.
PEDRO
Ya os costará mi castigo,
si lo hacéis, aunque ahora os digo
que no estuviera mal hecho.
Andad, que su sinrazón
castigaré.
RODRIGO
¿Y no podré,
pues sin ella quedaré,
cobrar yo antes mi opinión?
PEDRO
Sí y no.
RODRIGO
¿Pues cuál haré yo
entre un sí y un no que oí?
PEDRO
D. Pedro dice que sí,
y el rey os dice que no.
RODRIGO
Pues ya que en mi honor infiero
tal mancha, lavarla es ley;
que aunque me amenaza rey,
me aconseja caballero».


El rico hombre llega, el rey le recibe con sumo desprecio, le reprende sus demasías, le da de cabezadas contra un poste, manda llevarle a una prisión y le condena a muerte. D. Tello cede al poder; pero no por eso deja de decir que no cedería al valor, si el rey se despojase de su autoridad. D. Pedro se disfraza, le saca una noche de la prisión y separándose de él vuelve a encontrarle, excita una pendencia, pelea, le vence y se le da a conocer. Después le perdona por intercesión de su hermano D. Enrique con quien se había reconciliado.

La acción, sumamente grata a un auditorio idólatra del valor y de la honra, lo es mucho más por los chistes del criado de D. Tello, que es el gracioso: personaje episódico, pero que sirve en este drama como en casi todos los de aquella época, para manifestar las impresiones que dejan en el vulgo los intereses, las ideas y las pasiones de los grandes.

La acción pertenece al siglo XIV, en el cual, como consta de las querellas dadas a los reyes en las cortes, no eran raros los desafueros y tropelías de los señores feudales contra las clases inferiores. Pero también eran frecuentes los actos de la justicia real contra los delincuentes: actos que prueban cuán débil fue el imperio del feudalismo en España. Lo que se finge que hizo el rey D. Pedro con el rico hombre de Alcalá, y que realmente hicieron muchos de nuestros reyes en casos semejantes, no se hubiera atrevido a hacerlo ningún rey de Francia con los duques de Normandía y de Borgoña, o   —174→   con los condes de Flandes y de Tolosa, tan poderosos, y a veces más, en erario y en tropas como los mismos monarcas.






ArribaAbajoMoreto. Comedias de santos


ArribaAbajoArtículo IX

Esta clase de dramas, semejantes a los antiguos misterios en que tuvo su cuna el teatro francés, fueron muy comunes en el nuestro; pero como ya estaba introducida la costumbre de que el gracioso, figura indispensable de nuestra comedia, fuese criado o pedísecuo del galán, en la que este era santo era menester que el bufón fuese un aprendiz de santidad, y que al mismo tiempo no perdiese el derecho de hacer reír al auditorio. Calderón, en sus autos sacramentales y en sus comedias de santos, tomó otro rumbo: su genio inagotable le sugirió medios para excitar la risa, sin que esta recayese sobre la santidad misma que se presentaba, ni se expusiesen al ludibrio las cosas sagradas.

Moreto, dotado de más fuerza cómica que Calderón, y más rico en la descripción de los caracteres ridículos, conservó en los graciosos el aire de santidad aparente, y se valió de él para describir los hipócritas y mojigatos, y para hacer ver el semblante que toman las ideas religiosas en aquellas almas, que no queriendo renunciar a sus vicios, se ven obligadas por su posición a adoptar las apariencias de la vida devota. En España no era posible entonces poner en el teatro a Tartufo, y nadie ignora que fue necesario nada menos que la autoridad de Luis XIV para que se representase en Francia. La comedia de Molière en el teatro de Madrid habría sublevado todos los mojigatos, tan poderosos en aquella época, como lo son ahora los hipócritas de impiedad; pero no tuvo inconveniente que se representasen bajo la figura, siempre vulgar y grosera del gracioso, las costumbres y ademanes de la hipocresía: así como en aquella figura, que parecía ser el hirco expiatorio de nuestro teatro, se ridiculizaba con frecuencia la embriaguez, la gula, la cobardía y los demás vicios que proceden de bajeza de alma.

Es verdad que el cómico de Moreto y de sus imitadores en esta clase de comedias llegó algunas veces hasta la profanación; pero todo se toleraba a favor de la gracia y los chistes en un siglo que conservaba aún con vigor sus creencias. Solo cuando estas se debilitaron, juzgó oportuno la autoridad quitar aquellos espectáculos escandalosos de la presencia del público. La variación del espíritu de las gentes en esta parte ha sido tan grande, que la comedia del Diablo predicador se representó muchas veces, y con buen éxito, a petición de los interesados en que fuesen más abundantes las limosnas, y después se ha pedido, a pesar de estar prohibida por la autoridad, solo para tener el gusto de ver y oír las profanaciones en que abunda.

Citemos algunos pasajes de Moreto que nos hagan conocer cómo describe a sus bufones cuando están barnizados de santidad. En la comedia de la Vida de san Alejo, incitando el santo a su criado Pasquín a que sirva a Dios, replica Pasquín.

«¿Y da bien de comer Dios?
ALEJO
¿Puede faltarle si es dueño
de todo lo que hay criado?
Él da a todos el sustento,
las dulzuras, los regalos.
PASQUÍN
¿Dulces? no diga más de eso,
que el corazón me han torcido
esos dulces que da el cielo».


  —175→  

Empieza a tirar espada, capa, sombrero todo muy roto, como en señal de renunciar al mundo, y al tirar la calabaza, exclama:


«fuera, mentido veneno;
porque ahora vas llena de agua».



Llegan a una ermita, cuyas campanas se tocan por sí mismas, anunciando la santidad de Alejo que llegaba, y Pasquín dice:

«Señor, ¡qué presto pagáis
la hacienda que por vos dejo!
UNO
¿Cuál es de vosotros dos?
ALEJO
Yo, amigos, no lo merezco.
PASQUÍN
Aquí está, señores: yo
soy, aunque no lo parezco,
el santo por mis pecados.
¿Hay qué comer allá dentro?
UNO
Aunque no es mucho, sí hay.
PASQUÍN
Pues déjenme a mí con ello:
que yo con mi bendición,
queriendo Dios, lo haré menos.
UNO
¿Quién toca aquestas campanas?
PASQUÍN
Dos angelitos traviesos:
no os dé cuidado; que yo
les haré que se estén quietos».


No se le borra la idea de ser santo, se da a sí mismo el nombre de San Pasquín y Pasquiniano. Le preguntan qué milagro ha hecho, y responde que no haberse muerto de hambre, y añade que no está en la letanía, por no haber muerto aún. En un soliloquio dice:


«Santo me llaman, y pienso
que lo soy, aunque es espanto
subir de lacayo a santo:
mas debe de ser ascenso».



En otra ocasión viendo luces en la humilde habitación de Alejo debajo de la escalera exclama:


«...mi virtud
es tabardillo del cielo:
vive Cristo, que soy santo
y no acabo de creerlo».



Antes había dicho que se iba a echar en oración para que tuviese buen éxito una acción infame, cual era el robo de la esposa de Alejo por un amante suyo: después dice que aunque es santo, se enmendará de serlo con el tiempo. Nosotros hemos llamado profanaciones a esta mezcla de las truhanadas con el lenguaje de la devoción, y a la verdad no se les puede dar otro nombre a los pasajes citados, que sin embargo no son de los más fuertes que se encuentran en Moreto, y por eso nos hemos atrevido a copiarlos.

En las comedias de Santa Rosa del Perú, Nuestra Señora de la Aurora y otras semejantes, se hallarán innumerables pasajes del mismo género, que no citaremos, porque nos parece más importante examinar una cuestión moral y literaria, que nos sugiere este asunto, a saber: «¿es capaz la hipocresía de prestarse al ridículo teatral?»

Observemos que Tartufo habla cuando aparenta virtud, como un hombre verdaderamente virtuoso. En este es realidad lo que en el hipócrita es apariencia, la ridiculez   —176→   de la hipocresía consiste, pues, en la contradicción entre lo que es, y lo que el hipócrita quiere aparentar. Pero ¿no es fácil que el ridículo recaiga sobre las apariencias, es decir, sobre el mismo lenguaje religioso, moral o patriótico? (porque hay hipócritas de todas clases.) Y en ese caso ¿no sería una inmoralidad y una verdadera profanación exponer a la risa pública la exterioridad de la virtud, que es lo único que vemos en los hombres; pues el interior de su alma solo pertenece a la jurisdicción divina? Si esta reflexión, que para nosotros tiene mucho valor, está comprobada por una triste experiencia, inferiremos que no era necesario que fuese hipócrita el presidente Henault para prohibir se representase la comedia de Molière.

Observemos además que la hipocresía es un vicio demasiado aborrecible para que excite la risa en el teatro. Si nos reímos en la representación del Tartufo, no es de este personaje; porque no nos reímos de aquel a quien detestamos; sino por la necedad de Orgón, por la prueba tan ridícula como indecente a que se expuso, y por la necia devoción de Madama Pernette, igual por lo menos a su irascibilidad.

Es menester en materias morales atenerse siempre a los resultados prácticos. El pueblo que ve en la escena el personaje de un hipócrita, señala después como tales a los que vea la sociedad tener el mismo lenguaje y continente. Los resultados de esta disposición son harto funestos y conocidos, para que no concluyamos que el vicio de la hipocresía no es a propósito para ser descrito en el drama cómico.

No diremos otro tanto de la gazmoñería o mojigatería; porque en esta las exterioridades mismas son necias y ridículas. El hipócrita es un malvado que oculta los vicios más infames bajo las apariencias de virtud. El mojigato es un necio que cree espiar todas sus debilidades con ciertas apariencias muy propias para descubrirle a los ojos perspicaces, y que solo pueden engañar a otros necios como el que las usa.






ArribaAbajoRuiz de Alarcón

Emprendemos el examen y estudio de uno de nuestros mejores poetas dramáticos del siglo XVII, superior a todos en la corrección del estilo, e inferior a muy pocos en la originalidad de los pensamientos y en el artificio dramático. Muy cortas noticias biográficas tenemos acerca de D. Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza. Solo sabemos que fue contemporáneo de Montalbán, que le cita en el Para todos. Sus apellidos anuncian la nobleza de su cuna, y más aún, la urbanidad caballerosa y siempre sostenida de su lenguaje, y los sentimientos generosos que atribuyó a sus personajes. Es el que más se acercó a Calderón en estas dos calidades.

Las comedias que conocemos de él, son de varias especies. Entre ellas merecen el primer lugar las de costumbres, y más que todas, La verdad sospechosa, que sirvió de tipo al gran Corneille para escribir su Menteur; primer drama cómico del teatro francés que tuviese mérito. Hay otras comedias de Alarcón que pertenecen al género trágico, como La crueldad por el honor, El dueño de las estrellas, Lo que mucho vale, mucho cuesta: las hay en fin de capa y espada, y heroicas. Las dos partes del Tejedor de Segovia pueden colocarse en la clase de románticas o novelescas.

En todas ellas se reconocen como las principales dotes de Alarcón el arte de interesar, que es el alma de la poesía dramática, y la gracia, facilidad y valentía de la expresión con lenguaje esmerado y correcto; esta última prenda es muy poco común en nuestros escritores dramáticos, ya pervertidos por los vicios del gongorismo, de la sutileza, y de los conceptos de su siglo, o ya obligados por la precipitación a dejar mal limadas sus obras. Podrán tal vez notarse algunos trozos demasiado poéticos: mas no aquellos otros defectos. Tiene nobleza y sencillez, versificación pura y sostenida: adapta el lenguaje al carácter del personaje; en fin, puede mirarse como uno de los padres del idioma en una época en que ya comenzaba a pervertirse.

La dirección de la fábula es la misma que la de Calderón, a quien tomó por modelo   —177→   en esta parte; pero le excede en la descripción de los caracteres, muy poco variada en aquel rey de la escena. Alarcón los supo variar y contrastar, y tres de sus comedias, La verdad sospechosa, Las paredes oyen, y La prueba de las promesas, pueden sufrir la comparación con las de Terencio, a quien se parece mucho nuestro autor en la elegancia de la dicción y en las intenciones morales de la fábula.

Calderón le excedió en la fuerza poética y en el arte de anudar y desenlazar la acción; Lope en la ternura; Tirso en la malignidad, Moreto en la sal cómica; Rojas en las situaciones trágicas. A todos los demás es superior en estas dotes; y a los colosos que van nombrados, en la corrección sostenida de la frase. El gusto de Alarcón estaba más exento de vicios, aunque su genio no fuese tan fecundo en bellezas.

Las comedias que hemos leído de él, son todas originales, ya en cuanto a los argumentos, ya en cuanto a las situaciones. Leyendo a Moreto, nos acordamos de Lope y de Tirso, aunque mejorados. Calderón se copió muchas veces a sí mismo. Alarcón no copia a nadie, ni se repite. Sus situaciones son siempre nuevas: lo que parecía imposible después de las mil y ochocientas comedias de Lope de Vega. Sus recursos dramáticos están bien graduados y en proporción con las situaciones. Su diálogo es vivo, interesante, lleno de gracias y de respuestas inesperadas en las situaciones cómicas, y de emociones terribles en las trágicas.

¿Por qué un poeta de tanto mérito, no solo como autor dramático, sino también como hablista, ha sido tan olvidado de nuestros literatos, que apenas eran conocidas sus obras; y de nuestros actores que no las representaban? ¡Cosa extraña! El mérito de Alarcón era reconocido en toda Europa, que aplaudía el Embustero de Corneille: y en su misma patria era tan ignorado, que un mal poeta del tiempo y de la escuela de Comella hizo en dos malos actos una mala imitación de la pieza francesa, sin que el público, ni aun quizá el mismo zurcidor, supiesen a quien se le debía el pensamiento original. He aquí uno de los frutos de la reacción de Montiano y de Moratín el padre. Este gran título y otros muchos de nuestra gloria fueron condenados al olvido por la injusta proscripción de nuestro antiguo teatro; tan injusta por lo menos, como la quema absoluta de la librería de D. Quijote, hecha por el ama y la sobrina. Pero los partidos literarios, así como los políticos y los religiosos no atienden nunca a la gloria nacional. El fanatismo es su única guía.

Cuando el teatro español, abrumado con las producciones ridículas del último tercio del siglo pasado, volvió a dar permiso para representar algunas de nuestras comedias antiguas, una sola se representó de Ruiz de Alarcón, y aun esa, no como suya, sino como de Lope de Vega, a quien se atribuyó en ediciones falsificadas. Sería muy difícil explicar la razón de este olvido en la misma época que resucitaba Tirso de Molina después de cerca de dos siglos que desapareció de la escena: porque hasta las preocupaciones del tiempo eran favorables a Alarcón, el más regular, el más clásico, por decirlo así, de todos los autores cómicos que fueron contemporáneos suyos.

Tenemos entendido que en estos últimos años se le ha hecho la justicia que merece, y que se han representado con aplauso sus dos mejores comedias de costumbres, La verdad sospechosa y Las paredes oyen. En Francia, donde ya era conocido su nombre, por la ingenuidad noble de Corneille que siempre citó las fuentes de donde sacaba los argumentos de sus dramas, se conocen también las comedias de nuestro poeta; y en una de las innumerables colecciones literarias que se publican en París, hemos visto el análisis de algunas de ellas. Nada falta ya a la gloria de este ilustre escritor, tan menoscabada mientras vivió por los envidiosos y los ladrones literarios, que imprimieron sus obras bajo otros nombres, según consta de las quejas del mismo Alarcón en el prólogo de la genuina que publicó.

Este poeta no es de aquellos que para conocerlos debidamente basta examinar una u otra de sus piezas, y presentar muestras de su estilo. Siendo como es original en todas sus producciones, es preciso examinar las comedias de mérito que escribió, y solo deberán exceptuarse las que, o por haber sido compuestas en su primera juventud o en momentos en que la inspiración dormía, carecen de los rasgos y situaciones dramáticas interesantes, que tanto abundan en sus piezas escogidas. Estas pertenecen a diferentes géneros, y debemos mostrar la habilidad del escritor en cada uno de ellos. Empezaremos, pues, por las de costumbres, que a pesar de cuanto digan los sectarios de la escuela   —178→   de Víctor Hugo, serán siempre las más apreciadas de la porción instruida del público: porque son las que cumplen más directamente la condición impuesta por Horacio a los poetas dramáticos, de mezclar lo útil con lo agradable. Lope de Vega en su Arte de hacer comedias dice que las escribía él mismo a despecho de Terencio. Alarcón, sin alterar las formas dramáticas, introducidas por el fundador de nuestro teatro, estudió e imitó perfectamente al cómico latino; cuyo mérito consiste no tanto en la disposición de la fábula, como en la instrucción moral que resulta de ella.




ArribaAbajoRuiz de Alarcón. La verdad sospechosa


ArribaAbajoArtículo I

Esta pieza es eminentemente moral, y su acción la misma que la de la fábula del zagal que engañaba los pastores gritando que venía el lobo. El resultado es el mismo. No se creyó al mentiroso cuando dijo la verdad, y se halló cogido en su mismo lazo. La máxima que Esopo encerró en un pequeño apólogo la amplificó Alarcón en una comedia en tres jornadas. El embustero es castigado, no solo porque pierde su crédito, sino también la mujer que amaba, y la pierde de resultas de sus mentiras. Es imposible ejercer mejor la justicia dramática.

Veamos como distribuye y conduce su acción nuestro poeta. D. Beltrán, caballero de la primera nobleza de Madrid, orgulloso por su cuna y sus riquezas, pero fiel sectario de todas las tradiciones generosas que pueden disculpar el orgullo aristocrático, recibe a su hijo D. García que venía de Salamanca, donde había concluido sus estudios en compañía de un letrado que se le había dado por ayo, y que recibe por premio de su trabajo una magistratura, alcanzada por el influjo del padre de su alumno. Este pregunta al ayo cuando se ven solos, si su hijo tiene algún vicio o defecto: y el ayo, por más que quiera atenuarlo, no puede dejar de decirle que entre la gente estudiantina alegre y de poco meollo, había adquirido D. García el hábito de


«no decir siempre verdad,»



noticia que disgusta en gran manera al pundonoroso D. Beltrán.

El informe del buen licenciado era por desgracia muy exacto. D. García sale a pasearse con Tristán, criado de confianza de su padre, y que conocía bien la corte: ve a Doña Jacinta que venía con su amiga Doña Lucrecia, se enamora de ella, llega a hablarla, y en la conversación le dice que es un caballero indiano, libre y muy rico; pero él mismo queda engañado; porque por el informe que Tristán tomó del lacayo que las acompañaba, cree que el nombre de la que amaba, es Doña Lucrecia de Luna.

Encuentra después a dos amigos antiguos, que venían hablando de una cena y música dadas a una dama en el río, y D. García se da por el héroe de aquella fiesta, describiendo en una pomposa relación la magnificencia del aparato y de la iluminación, el mérito de los manjares y la dulzura de las sinfonías. Pero esto no es más que el preludio de su carácter.

D. Beltrán, que trataba de casar su hijo con Doña Jacinta, teniéndola ya avisada, pasa con él, entrambos a caballo, por la calle de esta dama para que le conociese. Jacinta le conoce en efecto; y aunque desde la primera vez que le vio, se agradó de él lo bastante para balancear su antiguo cariño a D. Juan de Sosa, uno de los dos amigos de D. García, la disgustó mucho saber que había mentido en decir que era indiano y que   —179→   la amaba un año había; pues de D. Beltrán supo que acababa de llegar de Salamanca. Ya empieza el mentiroso a recibir el digno castigo con las sospechas que inspira a Jacinta.

Entretanto D. Beltrán lleva a su hijo a un paseo solitario, le afea su vicio de mentir, que por Tristán sabía que continuaba, y concluye diciéndole el matrimonio con Doña Jacinta Pacheco. Engañado por el trueque del nombre, para excusarse con su padre, finge que está casado en Salamanca, cuenta cómo la familia de su mujer supuesta le sorprendió una noche, y le puso en la alternativa de morir o satisfacer su honor. Tan bien pintó su peligro, y la furia de su suegro y cuñado, que el buen D. Beltrán le creyó: y D. García quedó muy persuadido a que por lo menos en aquella ocasión el saber mentir le había sido útil para libertarse de un matrimonio a disgusto. D. Juan le desafía creyéndole amante de Jacinta; porque estaba persuadido a que había sido a ella a quien se dio la fiesta en el río: D. García le miente diciendo que aquel obsequio se hizo a una señora casada; pero aunque mentiroso, es caballero y riñe con D. Juan. Llega el otro amigo y los pone en paz con la noticia de las verdaderas festejadas, que para ir al río se valieron del cochero y coche de Doña Jacinta y causaron los celos de D. Juan. El duelo cesó; pero los dos amigos quedaron convencidos de que D. García los había engañado cuando dijo que él había hecho el convite. En fin en una conversación que tiene con Jacinta en casa de Lucrecia por la reja y de noche, es cogido en las mentiras que ha dicho, responde con la verdad, no se le cree, y se admira de que no le crean cuando es verdadero.

En la tercer jornada D. Beltrán insta a su hijo que vaya a Salamanca a traer su mujer. D. García responde que sería inútil la jornada, porque su esposa está en cinta y en vísperas de parto. El viejo se alboroza con la idea de ser abuelo; pero pone al embustero en grande aprieto preguntándole el nombre de su suegro para escribirle; porque ya se había olvidado del que le dijo, aunque lo recordó después. Al fin sale del paso, diciendo que tenía dos nombres, uno propio, y otro que tomó al heredar un mayorazgo que exigía el nombre de D. Diego en el poseedor. Después estando solo con Tristán, le pinta el desafío que tuvo con D. Juan de Sosa, y concluye con decir que le mató, al mismo tiempo que llega D. Juan, adornado de un hábito de Calatrava con que el gobierno había premiado sus servicios. D. García dice a Tristán que le habían curado por ensalmo, y que él mismo había visto semejantes curas, y aun sabía las palabras del conjuro que eran hebraicas.

Al fin D. Beltrán se informa de que no existía en Salamanca la familia de su imaginado consuegro y sabe que su hijo le ha mentido en cuanto contó desde el amorío hasta el nieto. Su indignación llega a lo sumo; reprende asperísimamente a D. García. Este da por disculpa su amor a Doña Lucrecia de Luna: mas el padre no lo cree hasta que Tristán, engañado también en cuanto al nombre de la dama, confirma su dicho. Entonces D. Beltrán pide la mano de Lucrecia para su hijo, se le concede, y García no se desengaña de su error hasta que ve a las dos amigas juntas y descubiertas a la luz del día. Su castigo es que Jacinta da la mano a D. Juan, que solo aguardaba para pedirla a su padre, mejorar de suerte.

Este castigo, además de merecido, es el resultado de su vicio de mentir; pues si cuando D. Beltrán le habló la vez primera del casamiento contratado, le hubiese manifestado su pasión y no le hubiese engañado con la conseja de Salamanca; aunque hubiese errado inculpablemente el nombre de la que amaba, habría tenido más medios de salir de este error. El único defecto de esta comedia, cuya acción está perfectamente combinada y desenvuelta, consiste en los recursos dramáticos, poco verosímiles y a veces ininteligibles, de que se vale Alarcón para perpetuar la equivocación de D. García acerca del nombre de su amada. Pero nos parece imposible presentar en la escena un carácter más bien descrito que el del embustero. Su propensión a mentir, la facilidad y osadía con que lo hace, los incidentes y circunstancias con que adorna sus narraciones fabulosas, los medios de evasión que tiene cuando o la memoria le flaquea, o le cogen en una contradicción, forman el tipo ideal de un mentiroso, a quien no refrena ni el pundonor, ni el respeto debido a la sociedad, ni la veneración con que debe acatar a su padre. El carácter de D. Beltrán, después del de D. García, es el mejor desempeñado. ¡Cuán bien descritos están en él los sentimientos pundonorosos de un caballero castellano!   —180→   ¡qué buen padre es! ¡cómo le lisonjea la esperanza de tener un nieto! Su credulidad, aun después de los informes del ayo de su hijo y de Tristán, excita la risa y lástima a un mismo tiempo, y hace resaltar más la habilidad para mentir de D. García, que consigue engañar tantas veces a quien tan prevenido estaba contra él. Pero esa credulidad es otro rasgo profundo de costumbres. Es muy difícil a quien no sabe faltar a la verdad, persuadirse de que otro le miente.

El carácter de Doña Jacinta es poco amable y nada dramático. Ama a D. Juan por costumbre, y a García por sorpresa. Corazones tan vulgares no son para la comedia, mucho más si no se introducen para cargarlos de ridículo. Creemos que la pieza fuera mejor, si Alarcón hubiese descrito en Doña Jacinta una dama altiva, incapaz de transigir con el vicio vergonzoso de la mentira, y que castigase a D. García negándose a recibirle por esposo. Mejor sería esta catástrofe. Es verdad que la había presentado Calderón en su comedia El hombre pobre todo es trazas.




ArribaAbajoArtículo II

El célebre Pedro Corneille presentó al teatro francés esta comedia castellana, con el título del Mentiroso. Esta pieza fue muy aplaudida en la representación, y los literatos franceses la aprecian como el primer drama cómico, digno de este nombre, que apareció en el teatro de París; así llama Voltaire a aquel ilustre poeta el fundador de la tragedia francesa por el Cid, de la comedia por el Menteur, y de la ópera por la Psiquis, que escribió en compañía de Molière.

La comedia francesa copia todas las fábulas e invenciones de D. García en la española; pero con mucho discernimiento. Se conoce el tino dramático de Corneille en que el embustero, en vez de fingirse indiano, cuando habla a su amada, ficción de ninguna importancia en París, se finge oficial, cuyo valor y hazañas había citado la Gaceta: lo que era muy oportuno para ser bien visto de las damas en el reinado belicoso de Luis IV.

Las mentiras de la cena y música dada en el río, de su casamiento, de su fingida esposa en cinta, de la muerte de su rival, las salidas que da cuando se olvida del nombre de su consuegro, cuando su dama le estrecha, cuando su criado ve vivo al que creía muerto, y el descrédito que sufre por un vicio tan indecoroso, están en la comedia francesa enteramente copiadas de la española, igualmente que las sales y gracias; y aun Corneille añade de su cosecha una que ha quedado en proverbio en Francia contra los fanfarrones. Cuando el criado ve vivo y con salud al rival de su amo, dice:


«Les gens que vous tuez, se portent assez bien».


«Los hombres que vos matáis
gozan de buena salud».



Dos son las diferencias que notamos entre una y otra composición: una, relativa al carácter del padre del embustero: otra, a la catástrofe del drama: y en una y otra nos parece superior Alarcón a Corneille.

El padre en la comedia francesa no es más que un viejo de Terencio o de Plauto que se deja engañar por su hijo: no es así el D. Beltrán de Alarcón: no es un carácter vulgar: es un caballero que mira como un gran infortunio el defecto de su heredero, defecto que conoce por los informes de su ayo y del criado Tristán: defecto que reprende agriamente. Si a pesar de sus noticias y de sus consejos, el hijo le engaña ¿quién no ve que este rasgo sirve para dar mejor a conocer el carácter del mentiroso? Nos parece, pues, que Corneille suprimió con muy mal consejo las primeras escenas de la pieza española, en las cuales se despliega el carácter de D. Beltrán. Quizá lo haría por observar más estrictamente las leyes severas del teatro francés que no permitían mudar el lugar de la escena en un mismo acto, ni introducir un personaje como el ayo, que no debía volver a parecer. Pero no faltaban recursos dramáticos a   —181→   Corneille para producir el mismo efecto con otros medios, y además ¿qué son las leyes convencionales comparadas con la pérdida de un carácter tan noble y tan bien descrito como el del padre de D. García?

En la catástrofe de Alarcón no sale el embustero de su equivocación acerca del nombre de la que ama, sino en el momento en que la ve casar con D. Juan, y asimismo precisado a casar con Lucrecia. En la catástrofe de Corneille conoce su error antes de la última escena: se halla preparado a sufrir las consecuencias sin gran pesadumbre, porque Lucrecia le ha parecido muy hermosa; miente de nuevo fingiéndole que siempre ha sido el objeto de su amor; en vez de ser humillado, queda desairada Jacinta, porque siempre humilla a una mujer hallarse engañada cuando cree haber hecho una conquista. Así queda el drama sin efecto moral; y el vicio que se ha descrito tan bien no recibe más castigo que el de haberse visto el vicioso expuesto a algunos peligros. La ley de la expiación está violada.

Es verdad que el desenlace de Corneille es más natural; pues Alarcón, para perpetuar el error de D. García recurre a medios que casi no se entienden, defecto principal de la comedia española. Mas no es este el motivo que tuvo Corneille para variar la catástrofe. He aquí lo que dice en el examen de su obra sobre esta materia: «El autor español hace que el mentiroso se equivoque en castigo de sus embustes y le obliga a dar la mano a Lucrecia a quien no ama: como siempre yerra su nombre y cree que es el de Jacinta, presenta a esta la mano cuando se le concede por esposa la otra; y dice con vehemencia al advertirle su error, que sí se ha engañado en cuanto al nombre no en cuanto a la persona. Entonces el padre de Lucrecia le amenaza con la muerte si no casa con su hija después de haberla pedido; y su mismo padre repite la amenaza. A mí me ha parecido algo dura esta manera de concluir la pieza, y he creído que un casamiento menos forzado sería más del gusto de nuestro auditorio. Por esto le he atribuido en el quinto acto cierta inclinación a Lucrecia, para que cuando conozca la equivocación de los nombres, haga de la necesidad virtud con menos violencia».

Estas razones no nos convencen. El embustero merece ser humillado, y no lo es en el final de Corneille: falta, pues, la consecuencia natural e indeclinable del vicio, en la cual consiste la justicia dramática. El castigo de D. García no es casar con Lucrecia, hermosa, rica y que le ama; sino perder a Jacinta a quien él se inclinaba, y este castigo lo reduce casi a nada la combinación de Corneille. En la de Alarcón se verifica con toda la severidad correspondiente a lo mucho que se ha afeado en toda la pieza el vicio de la mentira.

Corneille puede tener razón en recurrir al sentimiento del auditorio francés; porque la galantería de esta nación era muy diferente de la nuestra en aquel siglo. Obsérvese que ninguna de las mentiras que atribuyen uno y otro autor al protagonista, son de aquellas que hacen infame y detestable al que las dice. Casi todas son inventadas a favor de los intereses del amor, y esto merecía tanta indulgencia en Francia, que casi podían pasar entonces por ardides y aun por gracias. Después se ha visto que acciones mucho más negras no han deshonrado a los que las han cometido, y en el siglo XVIII el nombre de roué (como quien dijera ahorcado) que se daba a los que engañaban o se portaban mal con las mujeres, lejos de ser un título de ignominia lo era casi de gloria, porque suponía el mérito necesario para hacerse amable al bello sexo. A tal punto llegó la degradación de las costumbres. Pero la gravedad española miró siempre con odio y desprecio, y nos lisonjeamos de que aún dura este justo sentimiento, el hábito de mentir aun en las guerras amorosas.

Esto quiere decir que cada uno de estos insignes poetas graduó la expiación dramática según las ideas y sentimientos de su nación, y según la importancia que en una y otra se daba a las culpas del mentiroso. Alarcón ha sido fiel intérprete de las máximas que profesaban los caballeros de su tiempo. No tenemos tantos datos para juzgar si Corneille se ha acomodado con igual fidelidad a las de los cortesanos de Luis XIV. Solo diremos que entonces el amor en España era un culto, en Francia una galantería.

No concluiremos este artículo sin citar el dictamen de Corneille, juez tan decisivo en materias dramáticas, sobre la comedia de Ruiz de Alarcón. «EL argumento de   —182→   esta pieza me parece tan ingenioso y tan bien manejado, que según he dicho muchas veces y ahora lo repito, daría dos de mis mejores composiciones, porque fuese invención mía. Se ha atribuido al famoso Lope de Vega; pero hace poco que llegó a mis manos un tomo de D. Juan de Alarcón, en el cual la reclama este autor y se queja de los impresores que la han dado a luz bajo otro nombre... Sea de quien fuere, es ingeniosísima, y nada he leído en español que me haya gustado más».

Corneille puso en la escena francesa la segunda parte del Mentiroso, que no gustó, sacada de otra comedia española que asegura ser de Lope de Vega. Como este no pudo darle el mismo título que Corneille, hemos procurado averiguar cual sea por el argumento; pero hasta ahora han sido inútiles nuestras indagaciones.




ArribaAbajoArtículo III

Presentemos algunos pasajes de esta comedia, por los cuales se justificará cuanto hemos dicho acerca de la elocución de Alarcón.

Viendo el ayo de Don García lo mal que había sentado a su padre el informe que le dio de su vicio, trata de suavizarlo diciendo:

«En Salamanca, señor,
son mozos, gastan humor,
sigue cada cual su gusto.
Hacen donaire del vicio,
gala de la travesura,
grandeza de la locura;
hace en fin la edad su oficio.
Mas en la corte mejor
su enmienda esperar podemos,
donde tan válidas vemos
las escuelas del honor.
BELTRÁN
Casi me mueve a reír
ver cuán ignorante está
de la corte: ¿luego acá
no hay quien le enseñe a mentir?
En la corte, aunque haya sido
un extremo Don García,
hay quien le dé cada día
mil mentiras de partido».


Obsérvese el resentimiento con que habla el padre contra el ayo, aunque solo le dio el informe a instancia suya: resentimiento injusto, pero natural en un viejo apesadumbrado. Obsérvese también el tratamiento impersonal, sin llamarle ni de ni de vos. Así trataban entonces las personas de distinción a los que dependían de ellos, sin estar precisamente empleados en su servicio personal.

El mismo desabrimiento conserva D. Beltrán en toda la escena. Diciéndole el ayo que no puede detenerse en la corte, porque lo espera el empleo de magistratura que le han dado, replica el viejo:

«Ya entiendo: volar quisiera
porque va a mandar: a Dios.
LETRADO
Guardeos Dios: dolor extraño
le dio al buen viejo la nueva.
Al fin el más sabio lleva
agriamente un desengaño».


  —183→  

En el primer diálogo que tienen D. García y Tristán, describe este muy bien las diferencias de mujeres poco honestas que había en Madrid, comparándolas con las diversas clases de astros. Es un trozo bien escrito y versificado, aunque algo picaresco y libre: concluye esta ingeniosa astrología, diciendo:


«Y así, sin fiar en ellas,
lleva un presupuesto solo
y es que el dinero es el polo
de todas estas estrellas».



Diciendo D. García a Jacinta que es indiano, y muy rico, replica:

JACINTA
«¿Y sois tan guardoso
como la fama los hace?
GARCÍA
Al que más avaro nace
Hace el amor dadivoso».


La descripción de la cena y música está hecha en un tono poco diferente del épico: es un pasaje de poesía descriptiva, en que el autor se permite hipérboles atrevidos, que allí están bien colocados para mostrar la audacia y la facilidad en mentir. Para manifestar el estilo de esta relación, citaremos los siguientes versos:


«Apenas el pie que adoro
hizo esmeraldas la yerba,
hizo cristal la corriente,
las arenas hizo perlas:
cuando en copia disparados
cohetes, bombas y ruedas,
toda la región del fuego
bajó en un punto a la tierra».



Jacinta intentando satisfacer a D. Juan celoso, dice:

JUAN
«¿Tú eres cuerdo?
¿Cómo cuerdo,
amante y desesperado?
JACINTA
Vuelve, escucha, que si vale
la verdad, presto verás
cuán mal informado estás.
JUAN
Voime que tu tío sale.
JACINTA
No sale: escucha que fío
satisfacerte.
JUAN
Es en vano,
si aquí no me das la mano.
JACINTA
¿La mano? Sale mi tío».


Esta vivacidad y gracia en el diálogo es muy frecuente en Alarcón.

He aquí los consejos de D. Beltrán a su hijo, que le avisó que iba a los trucos a divertirse un rato:


«No apruebo que os arrojéis,
siendo venido de ayer
a daros a conocer
a mil quo no conocéis
sino es que dos condiciones
guardéis con mucho cuidado,
y son, que juguéis contado,
—184→
y habléis contadas razones.
Puesto que mi parecer
es este, haced vuestro gusto».



Cuando después sabe por Tristán que


«...en término de un hora
echó cinco o seis mentiras».



Se queja así:


...«¡Santo Dios!
pues esto permitís vos,
esto debe de importar.
¿A un hijo solo, a un consuelo
que en la tierra le quedó
a mi vejez triste, dio
tan gran contrapeso el cielo?
Ahora bien, siempre tuvieron
los padres disgustos tales:
siempre vieron muchos males
los que mucha edad vivieron».



En la reprensión que da a su hijo hay muy excelentes versos:


«¿Posible es que tenga un noble
tan humildes pensamientos,
que viva sujeto al vicio,
mas sin gusto y sin provecho?
El deleite natural
tiene a los lascivos presos:
obliga a los codiciosos
el poder que da el dinero:
el gusto de los manjares
al glotón: el pasatiempo
y el cebo de la ganancia
a los que cursan el juego:
su venganza al homicida,
al robador su remedio:
la fama y la presunción
al que es por la espada inquieto:
mas de mentir ¿qué se saca
sino infamia y menosprecio?»



Tristán echa en cara a García que le haya mentido la muerte de D. Juan, y él replica:

«Sin duda que le han curado
por ensalmo.
TRISTÁN
Cuchillada
que rompió los mismos sesos,
¿en tan breve tiempo sana?
GARCÍA
¿Es mucho? ensalmo sé yo
con que un hombre en Salamanca,
a quien cortaron a cercen
un brazo con media espalda,
volviéndosele a pegar,
en menos de una semana,
quedó tan sano y tan bueno
como primero.
TRISTÁN
Ya escampa.
GARCÍA
Esto no me lo contaron,
—185→
lo vi yo mismo.
TRISTÁN
Eso basta.
GARCÍA
De la verdad por la vida
no quitaré una palabra.
TRISTÁN
¡Qué ninguno se conozca!
Señor, mis servicios paga
con enseñarme ese ensalmo.
GARCÍA
Está en dicciones hebraicas,
y si no sabes la lengua,
no has de poder pronunciarlas.
TRISTÁN
¿Y tú sábesla?
GARCÍA
¡Qué bueno!
mejor que la castellana:
hablo diez lenguas.
TRISTÁN
Y todas
para mentir no te bastan».







ArribaAbajoRuiz de Alarcón. Las paredes oyen


ArribaAbajoArtículo I

Doña Ana de Contreras, viuda noble, rica y hermosa, es amado de dos caballeros, que si bien iguales en sangre, son muy diferentes en las dotes de naturaleza, fortuna y moralidad. D. Mendo es galán, hacendado y correspondido de Doña Ana, pero murmurador y maldiciente: D. Juan, desairado en el rostro y talle, pobre de bienes, y desdeñado de la que ama, es sin embargo un modelo de sentimientos generosos, de verdadero amor, de cortesía y afabilidad.

D. Mendo, antes de enamorar a Doña Ana, había querido a Lucrecia, y aún le conservaba algún cariño. Hablaba mal de ella en su ausencia; pero le escribía papeles en que no trataba muy bien a su actual querida. Se ve, pues, que no era un galán de Calderón, ni podía serlo. Un hombre maldiciente no puede estimar a nadie; y el amor sin estimación, ha de carecer de delicadeza y de constancia.

Doña Ana que estaba muy prendado de él, le oye desde su reja una noche de San Juan, decir al duque de Urbino, mil defectos de ella, impugnando a D. Juan que ensalzaba con el entusiasmo del amor, sus prendas y virtudes. También cae en sus manos una de las cartas que D. Mendo escribía a Lucrecia. Su indignación llega a lo sumo y le despide. D. Mendo quiere robarla de un coche en que pasaba de Alcalá a Madrid, y es herido por el duque, enamorado también de Doña Ana, y por D. Juan, que disfrazados de cocheros la iban sirviendo en aquel viaje.

La maledicencia y este último atentado del galán querido, y la excelente conducta y los nobles sentimientos de D. Juan, que se consuela de la pérdida de su amada, con la idea de que sería esposa del duque, producen en el corazón de la dama, aborrecimiento declarado a D. Mendo, y amor verdadero a D. Juan, con el cual se casa al fin. D. Mendo aspira como en despique a la mano de Lucrecia; mas esta la da a un conde, primo y amigo del maldiciente, que le vende porque ama a Lucrecia; y que justifica con su conducta la imposibilidad de que encuentre quien le ame verdaderamente un hombre mal hablado.

Este es el argumento del drama. Se ve, pues, que hay en él una intención moral. El castigo de la maledicencia es mucho mayor que el de la costumbre de mentir en la Verdad   —186→   sospechosa, porque también lo es el delito. El mentiroso en efecto, cuando sus mentiras no hacen daño a otro, es ridículo: el maldiciente excita el odio y la execración. En toda la comedia se procura hacer aborrecible este vicio, y D. Mendo recibe por pena el desprecio de sus amadas, una herida y las amenazas que se le hacen en la catástrofe, si no corrige su perversa inclinación.

En este drama hay una de aquellas situaciones difíciles que suelen ser el examen de los poetas cómicos. Doña Ana pasa desde ser amante de D. Mendo, despreciando a D. Juan, a amar a este y aborrecer al que quería y con el cual iba a casarse. Estas mutaciones son el escollo más funesto de los poetas noveles: porque es menester hacerlas sin alterar el carácter del personaje, justificar además la alteración, y verificarla por grados. En semejantes ocasiones es más necesaria que nunca la regla de proporcionar los medios a los fines; porque la mudanza parecerá absurda y gratuita, si no se atribuye a motivos muy poderosos. Alarcón ha tenido cuidado de exponerlos con mucha habilidad.

1.º Doña Ana es viuda y recogida: ignoraba el defecto de D. Mendo; enamorose de él por su buen talle, gala y discreción, así como la enfadaba D. Juan por su mala cara y vestido. La suya era de estas pasiones tranquilas, que sin ser delirantes, bastan a hacer feliz un matrimonio entre personas virtuosas y de razón. Pero toda su ilusión debió desaparecer cuando le oyó ofenderla en su hermosura, en su edad, que son las cosas que más sienten las mujeres, y por añadidura en su entendimiento.

2.º Añádese a esto el aprecio que va cobrando a D. Juan por la nobleza con que siendo desdeñado, vuelve por ella: la carta de D. Mendo a Lucrecia, que revela a Doña Ana toda la perversidad de su amante; y en fin, las continuas advertencias y sugestiones de su criada y confidenta Celia, favorable a D. Juan por lo bien que este la trataba, y enrabiada contra D. Mendo desde que una noche la llamó vieja: ofensa tanto más sensible, cuanto debía ya de ser algo entrada en años, según la libertad con que habla a su señora.

3.º Últimamente el lance del coche acabó de mostrar lo que podía esperar de su amante: y viendo al mismo tiempo el amor generoso de D. Juan que se sacrificaba por el bien de ella, rindió su corazón, no a exterioridades que suelen ser engañosas, sino a las prendas del alma y a la noble pasión de aquel caballero. Todo esto cabe muy bien en el carácter virtuoso y delicado de la dama.

En cuanto a los de D. Mendo y D. Juan, están perfectamente dibujados. He aquí cómo habla el maldiciente de las damas que había querido antes que a Doña Ana.

CONDE
«A mi señora Lucrecia
dad, Ortiz, ese papel.
ORTIZ
Guárdeos Dios.
MENDO
Cosa cruel,
conde, es una mujer necia.
CONDE
¿Cómo?
MENDO
Con celos y amor
sale Lucrecia de sí.
CONDE
¿Con causa, D. Mendo?
MENDO
Sí:
mas tanto el yerro es mayor.
................................................
CONDE
¿Qué hay de Teodora?
MENDO
Quería
que yo fuese su marido,
como si hubiesen nacido
mis abuelos en Turquía».


Paseándose la noche de San Juan con el duque y el amante desfavorecido, da libre curso a su lengua satírica.

MENDO
«Esta es la calle Mayor.
—187→
JUAN
Las Indias de nuestro polo.
MENDO
Si hay Indias de empobrecer
yo también Indias la nombro.
JUAN
Es gran tercera de gustos.
MENDO
Y gran corsaria de tontos.
JUAN
Aquí compran las mujeres.
MENDO
Y nos venden a nosotros.
DUQUE
¿Quién habita en estas casas?
JUAN
D. Lope de Lara, un mozo
muy rico, pero más noble.
MENDO
Y menos noble que tonto.
DUQUE
Tened, que bailan allí.
JUAN
San Juan es fiesta de todos.
MENDO
Yo aseguro que van estos
más alegres que devotos.
DUQUE
¿Quién vive aquí?
JUAN
Una viuda
muy honrada y de buen rostro.
MENDO
Casta es la que no es rogada:
alegres tiene los ojos.
JUAN
Esta imagen puso aquí
un extranjero devoto.
MENDO
Y entre aquestas devociones
no le sabe mal un logro.
JUAN
Un regidor de esta villa
hizo este hospital famoso.
MENDO
Y también hizo los pobres».


Cuando llegan los tres paseantes a casa de Doña Ana, celebrando D. Juan la hermosura de esta dama, dice D. Mendo, temiendo que aquel elogio inspirase al duque deseos de verla:

«Ciego sois o yo soy ciego,
o la viuda no es tan bella.
Ella tiene el cerca feo,
si el lejos os ha agradado,
que yo estoy desengañado
porque en su casa la veo.
DUQUE
¿Visitáisla?
MENDO
Por pariente
alguna vez la visito:
que si no, fuera delito
según es de impertinente.
ANA
¡Ah traidor!
MENDO
Si el labio mueve
su mediano entendimiento,
helado queda su aliento
entre palabras de nieve.
..........................................
Pues la edad no sufre engaños
aunque la tez resplandece.
..........................................
Mil botes son el Jordán
con que se remoza y lava:
DUQUE
 (A MENDO.)  ¿Pues cómo D. Juan la alaba?
MENDO

 (Al DUQUE.) 

Para entre los dos, D. Juan
es un buen hombre, y si digo
—188→
que tiene poco de sabio,
puedo sin hacerle agravio».


Mientras están paseándose, suenan cerca de allí cuchilladas; mas el duque exhorta a sus amigos a seguir a unas damas que le han gustado, y Mendo dice a D. Juan motejando al duque:


...«es más devoto
de mujeres que de espadas».



No puede describirse mejor el carácter del mal hablado. Pero este espíritu de sátira y murmuración se desenvuelve más en los dos actos siguientes, y se manifiesta toda la vileza y ruindad de un alma, poseída del vicio de la maledicencia.




ArribaAbajoArtículo II

La bajeza del alma de D. Mendo se conoce no tanto en los rasgos de maledicencia que notamos en nuestro artículo anterior, como en los ruines pensamientos que te sugiere el mal éxito de sus empresas amorosas. Cuando conoce que Doña Ana sabe que habló mal de ella, cree que D. Juan la llevó el chisme, y dice:


«Yo colijo que D. Juan
de Mendoza, mal mirado,
la contienda te ha contado
de la noche de S. Juan:
que conozco esas razones
que el necio dijo de ti,
porque yo le defendí
tus divinas perfecciones.
.........................................
Mas ya que estás de esa suerte
de mí, señora, ofendida,
porque le dejé la vida
a quien se atrevió a ofenderte,
no me culpes: que el estar
el duque Urbino presente
pudo de mi furia ardiente
el ímpetu refrenar».



Aquí es D. Mendo no solo maldiciente, sino mentiroso también. Prosigue así:

«Si por eso me privabas
de ver ese cielo hermoso,
vuelve: que presto por mí
cortada verás la lengua
que en tus gracias puso mengua.
ANA
Pues guárdate tú de ti.
MENDO
¿Yo de mí? ¿Luego yo he sido
quien te ofendió?
ANA
Claro está:
¿quién sino tú?
MENDO
¿Cuánto va
que ese falso fementido,
lisonjero universal
con capa de bien hablado,
—189→
por adularte ha contado
que él dijo bien y yo mal?
..........................................
ANA
Para entre los dos, D. Juan
es un buen hombre, y si digo
que tiene poco de sabio,
puedo sin hacerle agravio.
Vuestro deudo es y mi amigo:
mas esto no es murmurar.
MENDO
Eso dije a solas yo
al duque que se admiró
de verle vituperar,
lo que yo tanto alabé.
ANA
Dilo al revés.
MENDO
Según esto
quien contigo mal me ha puesto
el duque sin duda fue.
¿Aún no ha llegado a la corte
y ya en enredos se emplea?»


Esta escena es de grande efecto. El espectador, ya interesado a favor de D. Juan, y contrario a D. Mendo, se complace en ver que el maldiciente, incapaz de adivinar cómo supo Doña Ana aquella conversación, hace peor su causa, a cada palabra que dice: y mucho más, cuando le escuchaban retirados el duque y D. Juan disfrazados de cocheros.

Mendo después de ser herido por los cocheros supuestos, habla del lance al conde su primo, y le dice:

«Yo tengo una sospecha;
que siempre estas viudas mozas,
hipócritas y santeras
tienen galanes humildes
para que nadie lo entienda.
Tal valor en un cochero
los celos no más lo engendran,
que nunca así por leales
los hombres bajos se arriesgan.
Esto se viene rodado,
que sino, no lo dijera:
que ya sabéis que no suelo
meterme en vidas ajenas.
CONDE

 (Aparte.) 

Así tengas la salud».


No disgustará a nuestros lectores ver el contraste con este carácter, a la par odioso y ridículo, del de D. Juan, modelo de amantes y de caballeros. Declara su amor a Doña Ana con toda la ternura y la desconfianza propias de su situación, y después de haber concluido, dice Doña Ana:

«Pues, señor D. Juan, a Dios.
JUAN
Tened; ¿no me respondéis?
¿De esa suerte me dejáis?
ANA
¿No habéis dicho que me amáis?
JUAN
Yo lo he dicho, y vos lo veis.
ANA
¿No decís que vuestro intento
no es pedirme que yo os quiera
porque atrevimiento fuera?
JUAN
Así lo he dicho, y lo siento.
ANA
¿No decís que no tenéis
esperanza de ablandarme?
—190→
JUAN
Ya lo he dicho.
ANA
Y que igualarme
en méritos no podéis
¿vuestra lengua no afirmó?
JUAN
Yo lo he dicho de este modo.
ANA
Pues si vos lo decís todo,
¿qué queréis que os diga yo?»


Esta manera picante de despedir a un desdeñado, exaspera a D. Juan, y exclama:


«¡Oh, venga la muerte, acabe
con vida tan desdichada;
que solo puede su espada
remediar pena tan grave!
¿Qué delito cometí
en quererte, ingrata fiera?
Quiera Dios... pero no quiera,
que te quiero más que a mí».



Cuando el duque, viendo a Doña Ana, se enamoró de ella, le dice a D. Juan su criado:

«El duque es muy poderoso,
llevarala.
JUAN
Por lo menos,
si vence, alivio será
que por un duque la pierdo;
y si no consolarame
ver que lo que yo no puedo,
tampoco ha podido un duque».


Cuando ha triunfado en fin de sus dos rivales, pide con entereza celos a Doña Ana de haber visto en sus manos un papel de D. Mendo.


«Doña Ana, ¿qué te ha obligado
a pretenderme engañar?
¿qué te puedo yo importar
no querido y engañado?
................................................
Mejor modo de obligar
fuera no haberlo leído;
que quien escucha ofendido,
cerca está de perdonar.
¿Ajeno papel recibes
cuando mía te has nombrado?
o poco me has estimado,
o livianamente vives.
De donde he ya conocido
que vivir me está más bien
desdichado en tu desdén
que en tu favor ofendido».



No citamos ejemplos de elocución, porque los ya presentados a otro propósito bastan para manifestar la corrección y pureza de lenguaje de este poeta excelente.





  —191→  

ArribaAbajoRuiz de Alarcón. El examen de maridos


ArribaAbajoArtículo I

Aunque las comedias Las paredes oyen y La verdad sospechosa pertenecen, y quizá demasiado a la clase de las de intriga, es tan patente en una y otra la intención moral del poeta, que se ha debido separarlas de las demás de este autor, cuyo mérito principal consiste en la complicación y feliz desenlace de la fábula. Tales son El semejante a sí mismo, Quién engaña más a quién, Los empeños de un engaño, etc. De esta clase solo elegiremos para analizarla el Examen de maridos o Antes que te cases mira lo que haces; que es la única de este género, representada en nuestros días; es también una de las que Alarcón reclamó como suyas, habiéndose atribuido a Lope en ediciones furtivas.

Una huérfana, joven, noble, hermosa y rica, habiendo recibido de su padre moribundo el consejo tan proverbial como mal seguido, Antes que te cases mira lo que haces, obliga a todos los aspirantes a su mano a hacer información de sus méritos y a sufrir que se examinen en juicio contradictorio sus buenas y malas cualidades. Doña Inés ama al marqués Fadrique; y el enlace de la pieza consiste en que su pasión es contrariada por el examen; porque otra mujer que también le amaba y está interesada en desconceptuarle con Inés, le da informes aunque falsos, verosímiles, de defectos ocultos y no tolerables. Vacila, pues, entre el amor y la razón la afligida dama. Una casualidad presenta el remedio a este inconveniente y prepara el desenlace de la comedia.

Ochavo, criado del marqués, se esconde en casa de Doña Inés en una chimenea, engañado por una criada, y oye la conversación de la dama con su mayordomo, y los supuestos defectos de su amo, a quien declara cuando lo encuentra, todo lo que ha oído. El conde D. Carlos, amigo y competidor del marqués, que continúa en la oposición por solo lucir su gala e ingenio, porque estaba ya tratado de casar con otra dama, desengaña a Doña Inés, y cede el premio que había ganado a su amigo.

Los caracteres son excelentes, llenos de nobleza y de generosidad, excepto el de Doña Blanca, cuyas imposturas contra D. Fadrique no tienen más disculpa que el amor. La elocución es tan pura y correcta como en las demás comedias de Alarcón, y los diálogos están llenos de gracia y vivacidad. El interés de la acción es siempre sostenido y crece sucesivamente hasta el fin.

El marqués D. Fadrique se despide del amor de Doña Blanca de esta manera urbana y picante:


«Cuando empezó mi deseo
a mostrar que en ti vivía,
ni aun la esperanza tenía
del estado que hoy poseo.
Entonces tú, como a pobre,
te mostraste siempre dura,
que el oro de tu hermosura
no se dignaba del cobre.
Heredé por suerte; y luego,
o fuese ambición o amor,
mostraste a mi ciego ardor
correspondencias de fuego:
mas la herencia que la gloria
—192→
me dio de tu vencimiento,
fue también impedimento
para gozar la victoria;
pues estoy, Blanca, obligado
a dar la mano a mujer
de mi linaje, o perder
la posesión del estado.
Esta ocasión me desvía
de ti; pues según arguyo,
ni rico puedo ser tuyo,
ni pobre quieres ser mía.
Perdida, pues, tu esperanza,
si otra doy en celebrar,
es divertirme, no amar:
es remedio, no mudanza.
Así que a no poder más
mudo intento: si pudieres
haz lo mismo, que si quieres,
mujer eres, y podrás».



La escena mejor escrita de todas es la de Doña Inés con su mayordomo Beltrán, que le informa de las calidades de sus pretendientes.

BELTRÁN
«D. Juan de Vivero,
mozo galán, gentil hombre,
galiciano caballero:
es modesto de costumbres,
aunque dicen que fue un tiempo
a jugar tan inclinado,
que perdió hasta los arreos
de su casa y su persona;
pero ya vive muy quieto.
INÉS
El que jugó, jugará.
Borradle.
.....................................................
BELTRÁN
       Este es D. Juan
de Guzmán, noble mancebo.
INÉS
¿No es este el que ayer traía
una banda verde al cuello?
BELTRÁN
Ese mismo.
INÉS
Pues yo dudo
que escape de loco o necio,
que preciarse de dichoso
nunca ha sido acción de cuerdo.
INÉS

 (Leyendo.) 

En tanto que el máximo planeta en su giro
veloz ilustre el orbe, y sus piramidales
rayos iluminen mis vítreos ojos...
¡Oh qué fino mentecato!
BELTRÁN
¡Y qué puro majadero!
¿quieres oír su consulta?
INÉS
No Beltrán, borradle presto,
y al margen poner así:
este se borra por necio,
no se consulte otra vez,
porque es falta sin remedio.
.........................................................
BELTRÁN
       D. Guillén
—193→
de Aragón se sigue luego,
de buen talle y gentil brío:
sobre un condado trae pleito.
INÉS
¿Pleito tiene el desdichado?
BELTRÁN
Y dicen que con derecho;
que sus letrados lo afirman.
INÉS
Ellos ¿cuándo dicen menos?
BELTRÁN
¡Gran poeta!
INÉS
Buena prenda,
cuando no se toma el serlo
por oficio.
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BELTRÁN
       Consulta
del conde D. Juan.
INÉS
Ya entiendo.
BELTRÁN
Es andaluz, y su estado
es muy rico y sin empeño,
y crece más cada día
que trata y contrata.
INÉS
Eso
en un caballero es falta:
que ha de ser el caballero
ni pródigo de perdido,
ni de guardoso avariento.
BELTRÁN
Dicen que es dado a mujeres.
INÉS
Condición que muda el tiempo:
casará y amansará
al yugo del casamiento.
BELTRÁN
No es puntual.
INÉS
Es señor.
BELTRÁN
Mal pagador.
INÉS
Caballero.
BELTRÁN
Avalentado.
INÉS
Andaluz.
BELTRÁN
Es viudo.
INÉS
Borradle presto:
que quien dos veces se casa,
o sabe enviudar o es necio.
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BELTRÁN
Solo el marqués D. Fadrique
resta ya; sus prendas leo.
INÉS
Decidme ¿qué información
hallasteis de los defectos
que aquella mujer me dijo?
BELTRÁN
Que son todos verdaderos.
INÉS
¿Qué? ¿son ciertos?
BELTRÁN
Ciertos son.
INÉS
Pues borradle: mas teneos,
no le borréis, que es en vano,
entretanto que no puedo,
como su nombre en el libro,
borrar su amor en mi pecho».


¡Hermoso rasgo de pasión y de carácter!