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ArribaAbajo- IX -

Las Dos Catedrales. -El Convento de Santo Domingo. -El Tormes. -La Arcadia Salmantina. -Una visita a la antigua Española


¡Maldición! (como diría un poeta romántico).

¡Frontaura lo sabía todo, y sus polizontes nos buscaban por Salamanca hacía ya dos horas!

Grande fue el regocijo del famoso escritor al encontrarse con gente madrileña. En seguida resigné el mando, por decirlo así, -y se agregó a nuestra correría artístico-poética, cuya dirección en jefe llevaba Losada.

Estuvimos, pues, juntos toda la tarde, y juntos anduvimos más de dos leguas por templos, calles y plazas... y hasta por el campo, a pesar del mucho frío que había vuelto. (Y, a propósito de frío, diré que los vientos dominantes en Salamanca son el Norte y el Poniente, y la enfermedad más común la tisis.)

Primero fuimos a la Catedral Nueva, que nos pareció muy hermosa, aunque no comparable (perdonen los salmantinos) con la de Toledo, con la de Sevilla, ni con la de Burgos. -Es del período flamboyant del gótico, y lo que le falta en severidad y unción mística lo tiene en lujo de primorosos adornos... Todos convienen en que, no obstante sus líneas ojivales, pertenece al Renacimiento por la ornamentación.

Centenares de estatuas adornan sus fachadas: las agujas pasan de doscientas. El conjunto resulta grandioso.

La fachada de Poniente es la más bella, y la Puerta de Ramos notabilísima. Su medio relieve central, tan reproducido por el grabado y la fotografía, y que representa la Entrada de Jesús en Jerusalén, merece el nombre de prodigio artístico. -Por lo demás, todas las fachadas de este bien situado templo presentan ventajosas perspectivas, que hacen crecer su hermosura y su importancia. La cúpula es atrevidísima, cuanto resulta fea y abrumadora la descompasada torre.

La Catedral Nueva, comenzada en 1513, no se terminó hasta 1733, y eso que corría mucha prisa acabarla, visto que no cabían decorosamente en la Catedral Vieja, los 65 prebendados, 25 capellanes, 24 niños de coro y 12 acólitos que asistían a los oficios cotidianos.

Dibujé la obra y construyó la parte principal de ella el célebre Juan Gil de Ontañón.

Por dentro, la Catedral es esbelta y elegante, aunque el coro estorba mucho para enfilar sus naves con la vista. -En cuanto a las pinturas, sepulcros, verjas y otros preciosos pormenores que la adornan, su enumeración sería interminable. Sólo llamaré la atención hacia los cuadros del pintor salmantino Fernando Gallegos, que es la especialidad pictórica de esta ciudad, y recomendaré muy especialmente que se visite, en la capilla del Carmen, no por su mérito artístico, sino por devoción histórica, el Sepulcro del Obispo Visquio (de quien hablaré muy luego), y que se procure ver El Cristo de las batallas, que este Prelado llevaba en la guerra, y El Cristo chico del Cid, venerandos objetos que no se contemplan sin grande emoción.

*  *  *

Pero ¿qué es la Catedral Nueva comparada con la Catedral Vieja?

Entre las notas y apuntaciones que llevábamos de Madrid, había una de cierto distinguido académico de Bellas Artes, que decía así: «Recomiendo a ustedes en Salamanca la Catedral Vieja (bizantina de veras, y no de pega), con su soberbio retablo cinquecento, de un cierto Nicolás Florentino, de quien no tuvo noticias Ceán Bermúdez; con sus magníficos sepulcros del mismo siglo, de escultura pintada, y con preciosas tablas de Fernando Gallegos en el claustro».

Razón tenía el académico. No bien fijamos los ojos en la Catedral Vieja, los cuatro expedicionarios convinimos en que ella, la portada de la Universidad y la Casa de las Conchas eran lo mejor que hasta entonces habíamos visto en Salamanca, y que cualquiera de estos monumentos valía todas las molestias del viaje. -Por lo demás, en parte alguna habíamos encontrado un ejemplar tan puro y tan bien conservado de arquitectura bizantina como el exterior de aquella vetusta Catedral...

Pero procedamos con orden y digamos primero algo de su grande historia.

En 1098, el conde francés D. Ramón de Borgoña, casado con nuestra reina D.ª Urraca, y el Obispo, también francés, D. Jerónimo Visquio, procedente del Monasterio de Cluny (muy amigo del Cid, por más señas, y de su confesor el arzobispo D. Bernardo), trajeron artistas de Italia y Francia y emprendieron la construcción de este templo, cimiento y base de la grandeza monumental de Salamanca.

(¡Bien hubieran podido los franceses de 1808 haberse acordado de esto, y no destruir, como destruyeron, en la ciudad del Tormes multitud de obras de arte!)

Según las noticias que he podido reunir, entre dichos artistas figuraban el navarro Alvar García, el francés Casandro Romano y el italiano Florín de Pontuerga; mas no se sabe a punto fijo quiénes continuaron la obra, aunque se conjetura que serían también extranjeros de la escuela de Cluny, pues el arte no llegó por entonces en España al grado de madurez que denota la Catedral Vieja.

La construcción duró un siglo. -Hoy sólo queda parte de ella... El resto se destruyó para edificar la Catedral Nueva (!); pero dicha parte hace formar completo juicio de todo lo que allí hubo.

El exterior tiene algo de fortaleza; y, en efecto, a esta Catedral se dio el nombre de la Fuerte. Las bóvedas, cubiertas por fuera de escamas; los muros, coronados de almenas, y los cubos de sus ángulos, revestidos con capacetes escamados también, hicieron decir que parecía un guerrero armado de todas armas. Su agudo cimborio es el yelmo, y el gallo de la veleta le sirve de cimera y de penacho.

En el interior de tan ruda fábrica hállanse todas las delicadezas del sentimiento. (Lo mismo acontecía con los férreos paladines de aquella edad.) -Allí hay sepulcros finísimos góticos, llenos de exquisitas labores; allí místicas pinturas del Renacimiento, o sea de cuando el Renacimiento no era todavía pagano; allí santos sobre los capiteles; allí preciosos trípticos; allí un claustro digno de la ciudad de Pisa. Allí se ve también el retablo de Nicolás Florentino que nos recomendó el académico, con treinta y tantos cuadros de la Vida de Jesús (y su fecha de 1442). Y allí, por último, sobre el dicho retablo, en el cascarón de la bóveda, hay un Juicio final, verdaderamente dantesco, que parece concebido por Giotto. ¡Aquel grupo de resucitados blancos que sube hacia la diestra del Dios Padre, y aquel otro grupo de resucitados negros que marcha lúgubremente por la siniestra, son interesantes y bellos hasta lo sumo para los que en el arte buscamos algo más que forma o postura académica y realidad anatómica!

De lo dicho se infiere que la Catedral Vieja (tan genuinamente bizantina por fuera, como se nos había dicho) tiene por dentro muchos perfiles góticos: y ahora añado que esto no ocurre sólo en sus accesorios postizos, sino también en la estructura misma de miembros principalísimos de su fábrica. Por todas partes apunta allí lo ojival y hasta lo latino del Renacimiento. Vense además pilastras cuadradas, románicas y no bizantinas, mezcladas con columnas, formando grupos híbridos sobre basas redondas y sosteniendo indistintamente arcos u ojivas, lo cual me pareció muy expresivo y simbólico, dado que trajo a mi imaginación aquellos siglos de la Iglesia en que el Oriente y el Occidente estaban del propio modo confundidos en el sentimiento cristiano.

Entre los notabilísimos sepulcros que guarda todavía la parte subsistente de la Catedral, no figuran ni el de D. Ramón de Borgoña ni el del obispo Visquio. -El de éste se trasladó a la Catedral Nueva, según ya dije, con otras muchas curiosidades o maravillas de la Vieja. (Afortunadamente, una Catedral linda con la otra y se hallan en comunicación.) -El sepulcro del esposo de D.ª Urraca no estuvo nunca en Salamanca, sino meramente un cenotafio. Sus cenizas descansan en la Catedral de Santiago de Galicia.

En cambio, otros muchos muertos ilustres duermen el sueño eterno en el antiquísimo templo salmantino, donde se ven tendidas sobre magníficas tumbas sus calladas estatuas, ora dentro de hornacinas labradas en el espesor de los muros, ora en medio de suntuosas capillas. -Y ¡cosa rara! entre las más humildes lápidas hallamos la de una Princesa Mandalfa o Mafalda, hija de Alonso VIII, más célebre como muerta que como viva, o sea más famosa como estatua que como mujer, a lo menos para mí, que ni si quiera recordaba haber leído antes su dudoso nombre... -Hoy empero, he vuelto a registrar la Historia, y sé ya, y no olvidaré nunca, lo mismo que dice el epitafio; esto es: que la tal Princesa murió «por casar», o, hablando menos equívocamente, soltera.

Mucho más que este sepulcro me interesó otro que vimos en la Capilla de los Anayas o de San Bartolomé. -Duermen juntos sobre él un caballero y su esposa. Él viste de guerrero, con cierto elegantísimo tocado morisco, la armadura ricamente labrada, el casco a los pies y la espada en la mano. Ella está amortajada de beata, con muy rizada toca en la cabeza, y calzada con unos raros zapatos altos, de aristocrática hechura. El rostro del caballero es noble y adusto, y el de ella plácido y hermoso como el amor en paz. Llaman también la atención por su delicadeza las manos de la dama, y, por sus exquisitas labores, la lujosa almohada en que reposa la cabeza del marido. La almohada de ella es más severa y humilde, cual correspondía a su piadosa mortaja.

Carece de epitafio este sepulcro; pero los empeñados en saberlo todo conjeturan que aquellos personajes deben ser de un D. Gabriel de Anaya, que murió en América, y su mujer D.ª Ana, que finó sus días en un convento.

Yo no digo que sí ni que no10. Lo único que puedo asegurar es que -no sé por qué... (sin duda porque mi ánimo se hallase dispuesto aquella mañana a la melancolía) -estuve largo tiempo contemplando aquel matrimonio yacente, aquellos cónyuges de piedra, aquellos muertos inmortales, y sentí en mi corazón congojas de lástima, tumultos de miedo y palpitaciones de envidia, todo ello junto y confundido, no obstante lo contradictorio de tales emociones. -¡Hay que ver aquel tálamo! ¡Hay que verlo, y hay que pensar, con los ojos fijos en aquellas mudas y al parecer insensibles estatuas, en que es imposible que ninguna de ellas haya pasado siglos y siglos sin darse cuenta, de que la otra duerme a su lado! -¡En alguna parte estarán las almas de los que fueron consortes, y desde dondequiera que estén, irán a dar vida y conciencia a aquellos mármoles para que se complazcan en su perdurable unión! -¡Pues qué! ¿Ha de ser más constante una ficción de piedra que la fe conyugal que simboliza? ¿Ha de ignorar el espíritu lo que está repitiendo a todas horas la materia? ¿Ha de poder una escultura más que un alma? ¿Ha de superar el Arte a la Naturaleza? ¿Ha de vivir la mentira más que la realidad? -¡Oh desventura! ¡Seguir juntos después de haberse amado tanto, seguir juntos, y no saberlo!... -¡No puede ser! ¡So puede ser!


La Catedral Vieja es la abuela de Salamanca, como la Universidad es su madre. Digo más: la Catedral Vieja es la venerable ejecutoria, el arca santa de tantísimos timbres y blasones... Su antiguo Claustro, que infunde profundísima reverencia, fue cuna de los estudios salmantinos. Allí se ve la célebre Capilla de Santa Bárbara, donde, hasta hace cosa de cuarenta o cincuenta años, se conferían los Grados Mayores. Allí está la Capilla del Doctor Talavera, donde se conserva como en Toledo, el Rito mozárabe, y se guarda la pila en que fue bautizado Alfonso XI. Allí está la Capilla del Canto, donde se celebraron Concilios, y la histórica Sala en que se reunieron Cortes, y el aposento en que quince Obispos juzgaron y absolvieron a los poderosos Templarios... -¡Paréceme que no puede ser más gloriosa la historia de la insigne Abuela!

En aquel mismo Claustro hay centenares de sepulcros de Canónigos, ora empotrados en las paredes, ora embutidos en el suelo, ora formando las jambas de las puertas, ora colgados cerca de las altas bóvedas. -¡Son los Cabildos que han precedido al actual desde el siglo XII inclusive! Es decir, son dos mil Canónigos muertos, cuyo volumen ha ido achicando el tiempo gradualmente, para que nunca falte allí acomodo a un cadáver más... de un Canónigo menos.

También hay en el Claustro pinturas muy notables en tabla, debidas las mejores de ellas a Fernando Gallegos. -En las cuatro mencionadas Capillas vense asimismo excelentes cuadros y magníficos sepulcros. El más suntuoso entre éstos es el que, en la Capilla de Santa Bárbara, ocupa el célebre obispo D. JUAN LUCERO, aquel que tanto sonó en las disensiones matrimoniales de D. Pedro el Cruel, por haber autorizado el repudio de D.ª Blanca de Borbón y casado al Monarca con D.ª Juana de Castro. El sepulcro se alza en medio de la capilla, es de mármol blanco, y sirve de lecho a una buena estatua del Obispo, revestido de pontifical. Compite en grandeza con este monumento fúnebre el sepulcro de D. DIEGO DE ANAYA, Arzobispo que fue de Sevilla y fundador de la capilla o pequeña iglesia de los Anayas, que ya hemos mencionado, y del gran Colegio de San Bartolomé. -Su Excelencia duerme en una cama imperial de mármol blanco, sostenida en los lomos de ocho leones, y adornada de primorosas esculturas. La verja de hierro que hay alrededor del mausoleo vale cuanto pudiera pesar y valer siendo de plata.

Pero no acabaría nunca si hubiese de describir minuciosamente todo lo que acude a mi memoria. -Doy, pues, aquí punto, recomendando vivamente a cuantos vayan a Salamanca aquel Panteón, aquel Museo, aquel Libro de Historia que se llama la Catedral Vieja.

*  *  *

Fuera ya de ambas Catedrales, las contemplamos todavía largo tiempo y a cierta distancia, admirando el grandioso golpe de vista que ofrecen juntas y como en anfiteatro sobre la colina en que se asientan. Parece aquello una montaña arquitectónica, como las labradas por los indios del Himalaya. -Al propio tiempo veíamos en otros lados y en vasto panorama el enorme Colegio de San Bartolomé (hoy Gobierno civil), con su gigantesco pórtico greco-romano; la suntuosa Iglesia de Santo Domingo, dominando gallardamente otra colina y reflejando la luz del sol en su cúpula cuadrada y roja; la cúpula y las torres de los Jesuitas; la gran mole de la Universidad, y otros colosales edificios de piedra. -¡Era un cuadro verdaderamente cesáreo, de olímpica grandiosidad!... Era una nueva justificación del dictado de Roma la Chica que lleva Salamanca.

Porque debo advertir que aquella augusta decoración, en su magnífico y vistoso conjunto, no tenía carácter gótico, castellano ni leonés, bien que algunos de sus componentes fueran del estilo Ojival. ¡Salamanca es la única ciudad del Norte y del Oeste de España que ostenta dignamente el esplendor imperial austriaco, de que tan soberana muestra quedó en el Alcázar de Toledo! -Y esto sin perjuicio de tener otros aspectos diferentes, como ya hemos notado al examinar sus calles de la Edad Media y sus templos y palacios góticos o platerescos... -¡Salamanca es multiforme!

Ejemplo de esta variedad de sus formas: Por darnos gusto a los que deseábamos contemplar, no sólo monumentos artísticos, sino también cuadros poéticos, la expedición se trasladó desde aquel paraje de tan majestuosa perspectiva, a otro lado de los barrios muertos de la ciudad, bastándonos para ello andar muy pocos pasos. Nos encontramos, pues, de pronto en unas plazuelas y calles completamente solas (calle del Silencio se llamaba una de ellas), donde no vivía nadie ni parecía haber corrido el tiempo desde el siglo XV.

Aquélla era, en verdad, la Salamanca fantástica que recorrió el D. Félix de Montemar, de Espronceda, cuando iba en pos del blanco espectro de Doña Elvira...

Aquellos eran los campanarios que lo seguían, agitando sus esquilones,


Como mulas de alquiler
Andando con Campanillas...

Y allí estaba el Cristo cuya mortecina luz reflejó en el ensangrentado acero del Estudiante...

Mientras yo pensaba todo esto, nuestros bondadosos guías nos enseñaban la casa, hoy muda donde falleció en 1842 el célebre compositor Doyagüe, último catedrático de Música de Salamanca, cuyos restos fueron trasladados a Madrid y paseados por las calles, de orden del inolvidable Ruiz Zorrilla, con destino al Panteón Nacional...

Y a propósito: aquellos y otros huesos de hombres insignes están todavía, a la hora presente, arrinconados e insepultos en San Francisco el Grande, sin que nadie piense ya en construir tal Panteón... -¿No habrá un alma caritativa que haga la obra de misericordia de enterrar a los muertos, o sea de volver a enviar las cenizas de dichos varones ilustres a las sepulturas en que esperaban tranquilamente la trompeta del Juicio Final cuando fue a despertarlos el himno de Riego?

*  *  *

Del barrio sin gente en que vivió Doyagüe saltamos al Convento de Santo Domingo, o sea a San Esteban (que ambos nombres tiene aquel monumento), y digo «saltamos», porque Santo Domingo se alza en otra colina, frente por frente de la que acabábamos de recorrer.

Nada más vistoso que la perspectiva de aquella gran casa de los opulentos Dominicos. Su fachada, recargadísima de adornos, marca la transición del gótico al plateresco, y luce todas las galas y fantasías de este singular estilo, medio gentil y medio cristiano.

Muchísimo que admirar nos ofrecieron también el interior del templo, su sacristía, y, sobre todo, el claustro, obra magistral del mismo período del Renacimiento, restaurada modernamente; pero no fatigaré aquí a mis lectores con nuevas descripciones arquitectónicas, pues basta por hoy a mi objeto recomendarles que no dejen de estudiar muy despacio a Santo Domingo el día que visiten a Salamanca. -Conque vamos a otra cosa.

En este convento estuvo preso tres días San Ignacio de Loyola, y luego veintidós en la cárcel, todo ello siendo estudiante y seglar, hasta que se examinaron y absolvieron por varones doctos algunas doctrinas, que al principio parecían heréticas, del que había de acabar siendo fundador de la Compañía de Jesús y santo canonizado por la Iglesia...

Cupo, en cambio, a este mismo convento (según la tradición y según muchos libros, que algunos crueles eruditos comienzan ya a desmentir...) la alta gloria de albergar a Cristóbal Colón el invierno de 1486 a 1487, con motivo de hallarse también en Salamanca los Reyes Católicos. -Sala de Colón se llama todavía (¡y con qué profundo respeto la visitamos nosotros!) aquella en que se dice fue escuchado el ilustre genovés por los Padres Dominicos y por varios Doctores de la Universidad, los cuales (especialmente los primeros) se entusiasmaron mucho oyéndole, y lo alentaron con su protección más decidida, que le valió al cabo la del Maestro Fr. Diego de Deza, « al cual y al Convento de San Esteban o de Santo Domingo de Salamanca (son palabras del mismo Colón transmitidas por Fr. Bartolomé de las Casas) debieron los Reyes Católicos las Indias». -Por eso (concluyen diciendo la tradición y los libros en que yo todavía creo) el gran navegante puso el nombre de Santo Domingo a la segunda isla que descubrió, como homenaje de gratitud al varón sabio y a la insigne Orden que más protegieron su empresa. Tiempo es ya, por tanto (agrego yo), de que los poetas liberales reparemos bien en lo que decimos cuando se nos ocurra hablar de los frailes y Doctores de Salamanca con referencia al sublime proyecto de Cristóbal Colón...

¡La fantasía no debe llegar hasta el falso testimonio!

Por último, el Convento de San Esteban o de Santo Domingo encierra, entre otros grandes recuerdos, la sepultura del eminente Padre Soto, que tanto lució en el Concilio de Trento.

Y este fue el tema constante de nuestra conversación, en tanto que visitábamos el Museo Provincial, establecido hoy allí por la muy celosa y entendida Comisión de Monumentos salmantina, digna de disponer de más fondos...

*  *  *

Desde Santo Domingo bajamos hacia el río Tormes, pasando Por un barrio en ruinas, en el cual hubo, hasta los tiempos de Enrique IV, un antiquísimo Alcázar Regio, que los monárquicos salmantinos de entonces juzgaron oportuno destruir, con anuencia del mismo Rey, para que no lo ocupasen los rebelados nobles. -En aquella parte de la ciudad estuvo también la Judería.

Salimos al fin de la población por la puerta llamada de Aníbal, bajando una pendientísima cuesta hasta llegar al famoso Puente Romano. -¡Cartago! ¡Roma!... ¡Todas las grandezas históricas van unidas a la de Salamanca! -El Tormes sabe tanto de mundo como el Tíber.

El nobilísimo río español llevaba aquella tarde bastante agua, y sus orillas, cubiertas de acacias y de otros árboles, no carecían de encanto ni de belleza... De entre lo más espeso de aquella pintoresca fronda salía mansamente el arroyo Zurguén, que baja de las históricas alturas de Arapiles y penetra en el Tormes, después de haber regado el precioso valle cantado por Iglesias y por Meléndez Valdés.

El Valle de Zurguén y las Praderas de Olea, lindantes también con Salamanca por el otro lado del río, son la Arcadia de la poesía pastoril española...


Venid, venid, zagalejos,
Que al Zurguén sale Amarilis...,

decía Iglesias. Y casi en los mismos años denominaba Meléndez a su amada:


La gloria del Tormes,
La flor del Zurguén.

En cuanto al Puente, construido, dicen, por Domiciano, restaurado por Trajano y recompuesto más tarde por nuestro Felipe IV de Austria, mide 176 metros de longitud y cerca de cuatro de anchura. -Por él pasaba la calzada romana de la Plata, que iba de Mérida a Zaragoza.

Al otro lado del Puente hay, o hubo, un barrio, frustrado varias veces por las inundaciones, en el cual no quedan ni señales del Hospital de Leprosos, de la Mancebía pública ni del Cementerio de Judíos, que existieron allí algún tiempo. -¡Malhadado arrabal a fe mía! ¡Sirvió de albergue a deicidas, rameras y leprosos, o sea a tres lepras diferentes, y luego se lo llevó todo el agua»... ¡Verdaderamente, el cataclismo fue muy justo!

*  *  *

Desde el Tormes subimos a visitar al ya citado señor chantre D. Camilo Álvarez de Castro, cuya casa y huerto se divisaban a una grande altura sobre nuestra cabeza, pues se apoyan en la antigua muralla de Salamanca y tienen vistas al río.

Nunca olvidaremos aquella visita. El señor chantre es una de las personas más buenas, más afables y más instruidas que hemos tratado nunca, y nos obsequió y agasajó como hombre bien nacido de los buenos tiempos de la hidalguía española, quedando por nosotros, y no por él, si de visitantes no nos convertimos en comensales, y hasta en huéspedes de su pacífica morada.

Amantísimo de la soledad y del estudio, el insigne Prebendado no sale más que para ir a la próxima Catedral, y esto por calles silenciosas en que nunca se ve criatura humana. Vive, pues, en el mundo como en una Cartuja, y en más relaciones con el cielo que con la tierra.

A ruegos de Losada, nos enseñó todas las curiosidades artísticas que embellecen su mansión, así como el preciosísimo oratorio en que dice Misa los días que sus achaques o la inclemencia del tiempo le impiden salir.

¡Qué silencio, qué paz, qué beatitud en aquella morada! Y ¡qué deliciosas vistas las de las habitaciones que ocupa el Dignidad! Sus balcones y miradores dan a las alamedas del Tormes y del Zurguén y a un hermoso panorama que se extiende hasta las sierras de Gredos, cuyos picos cierran el horizonte al Sur...

Era ya la caída de la tarde. Las higueras del jardín alto penetraban en el mismo aposento en que contemplábamos la puesta del sol. Todo el plácido sosiego que respiran las mejores poesías de Meléndez se respiraba en aquel lugar y en aquella hora, siempre augusta. Las rotas nubes y los cristales del río tomaban maravillosas tintas al reflejar los rayos horizontales del moribundo astro rey. Las sombras larguísimas de los árboles parecían prolongadas despedidas y supremos adioses que le daba la creación a aquel día para nosotros inolvidable...

Todos callábamos: los madrileños, porque una indefinible envidia de aquella tranquila existencia nos hacía contemplar con odio la vida febril de la corte a que estábamos condenados...; y los salmantinos, porque adivinaban lo que sentíamos y temían acaso ofendernos dándose por entendidos de nuestra emoción o elogiando aquella solemne paz de la Naturaleza, que no volveríamos a gozar en mucho tiempo... -¡No; no volveríamos a gozarla, puesto que a la tarde siguiente, a aquella misma hora, estaríamos otra vez camino de Madrid, y puesto que Madrid es una máquina neumática para los mejores sentimientos del corazón humano!...

*  *  *

La noche de tal día fue y nos pareció todo lo moderna y amadrileñada que podía serlo a las orillas del Tormes.

Comimos en Hôtel, a la francesa; fuimos al Casino a tomar café; jugamos un par de horas al billar y al tresillo; hablamos de política y de otras cosas contemporáneas con D. Álvaro Gil Sanz, ex subsecretario del Ministerio de la Gobernación, y con D. Santiago Diego Madrazo, ex ministro de Fomento, que habían estado en la fonda a visitarnos; y a eso de las once (¡cerca de la media noche!) nos retirábamos a casita, donde hicimos el programa del día siguiente, tomamos té, leímos La Correspondencia del día anterior, y nos acostamos en sendos catrecillos, como cuando teníamos veinte años de edad y vivíamos en plena estudiantina.

¡No se podían pedir más placeres de última moda a una ciudad tan grave y señoril como Salamanca!




ArribaAbajo- X -

Barrios arruinados. -El Colegio del Arzobispo. -Los estudiantes irlandeses. -El Palacio de Monterrey. -La casa de las muertes. -El Convento de las Agustinas. -Un cuadro de Rivera


Serían las siete de la siguiente mañana cuando atravesábamos la Plaza Mayor. -También el sol acababa de penetrar en ella (el mismo sol que habíamos creído ver morir la tarde antes), y sus alegres rayos doraban gozosamente las copas de los árboles municipales.

Todas las criadas de Salamanca iban a la compra o volvían de ella... Un organillo ambulante tocaba la romanza de la tisis de la Traviata... Los gorriones cruzaban regocijados por un cielo limpio de nubes... Las campanas tocaban pacíficamente a misa...

En cuanto a nosotros, puedo decir que, para estar muy contentos en aquel instante, solamente nos estorbaban veinte o treinta de los años ya vividos... ¡Cualquiera de los cuatro hubiera querido ser gorrión, el muchacho que tocaba el organillo, una de aquellas presumidas fámulas, o aquel rubicundo sol que; como un eterno Fausto, torna a ser joven todas las mañanas!

Pero ¿qué responder al señor chantre, si por acaso lee estos renglones? -¡Perdóneme el reverdecimiento extemporáneo que denotan las anteriores frases, y crea que a mí también se me alcanza, aunque no lo practique, que lo mejor de todo es envejecer y morir tan santamente como envejece y morirá su señoría!

Conque dejémonos de frivolidades, y refiramos lisa y llanamente nuestra expedición de aquella mañana.

*  *  *

Nos dirigíamos a ver una de las primeras maravillas arquitectónicas de Salamanca, o sea el famoso Colegio del Arzobispo, hoy todavía habitado por estudiantes irlandeses.

Para ir a él, pasamos por un barrio feísimo, triste y solitario, compuesto de irregulares casuchas, hechas con escombros de insignes ruinas... ¡Oh profanación!... Piedras de diferentes arcos, nobles columnas tomadas de acá y de allá, maderas sueltas de antiguos artesonados, y otros restos de soberbias construcciones, habían servido para zurcir aquellos pobres edificios. -Barrio de las Peñuelas de San Blas, nos dijo un muchacho que se llamaba el tal paraje.

Y luego supimos por los arqueólogos de Salamanca (pues en aquella excursión íbamos solos los cuatro huéspedes del Hôtel del Comercio) que aquel barrio y el contiguo de San Francisco, así como todo el lado de Poniente de la población, fueron asolados por los cánones franceses (y también por los ingleses) durante la guerra de la Independencia. Había allí magníficos conventos, suntuosas iglesias, monumentales colegios y grandiosos palacios: entre los colegios figuraban los de Cuenca y de Oviedo, de cuya hermosura hablan muchísimos libros: ¡y todo fue destruido por nuestros enemigos y por nuestros aliados!

En el susodicho barrio de las Peñuelas hay una antigua calle cuyo azulejo dice «Calle de los Moros o de Cervantes», por creerse (no unánimemente) que el autor de Don Quijote y un MIGUEL DE CERVANTES que de los registros universitarios aparece matriculado en Filosofía y viviendo en la calle de los Moros a mediados del siglo XVI, son una misma persona... De un modo o de otro, el autor de La Tía Fingida debió de residir alguna vez en Salamanca; pues la descripción que en aquella novela hace de la población flotante de la ciudad del Tormes y de sus usos y costumbres, es demasiado gráfica y pintoresca para no estar tomada d'après nature. -«Advierte, hija mía (dice doña Claudia a doña Esperanza), que estás en Salamanca, que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias, y que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes, gente moza, antojadiza, arrojada, libre, alicionada, gastadora, discreta, diabólica y de humor...». Y en seguida pasa a definirle prolijamente las cualidades de los vizcaínos, manchegos, aragoneses, valencianos, catalanes, castellanos nuevos, extremeños, andaluces, gallegos, asturianos y portugueses que viven en la ciudad...

Pero henos ya en lo alto del barrio de las Peñuelas y cerca de la meseta donde se alza el grandioso Colegio del Arzobispo... -Dejemos la pluma y cojamos el pincel.

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Figuraos, al remate de empinada cuesta, dos amplias y hermosas escalinatas, por las que se sube a un extenso atrio o compás, guarnecido de grandes columnas sin capitel, que nada sostienen y que parecen otros tantos heraldos encargados de anunciar la grandeza del edificio que custodian. -En el fondo de aquel atrio está el célebre colegio.

Bella sobre toda ponderación es su lujosa fachada. Compónese de dos cuerpos de estilo plateresco, y luce maravillosos trabajos de escultura, así en los capiteles de sus elegantes pilastras como en los camafeos que adornan los netos, en las estatuas amparadas de sus graciosas hornacinas, y en los soberbios escudos de armas que pregonan el apellido del fundador de tan insigne monumento.

Fue este fundador (a principios del siglo XVI) el esclarecido hijo de Salamanca D. Alfonso de Fonseca, arzobispo de Toledo, de quien ya hemos hablado más atrás, y lo dedicó a Santiago, patrón de España. -Por cierto que es notabilísimo el medio relieve que representa en dicha portada al guerrero Apóstol matando moros en Clavijo...

Pero el asombro, el portento, la maravilla para los amantes del arte, hállase dentro del colegio. -Refiérome a su inmenso Patio, de arquitectura plateresca a la italiana, atribuido por muchos a Alonso Berruguete, y digno de él y hasta superior a sus más renombradas obras.

Así la galería baja como la alta están formadas por pilastras elegantísimas: los arcos inferiores son de medio punto, y los superiores de los llamados escarzanos. Abajo hay adosada a cada pilastra una esbelta y linda columna plateresca, con admirables tallas en el capitel. Las columnas adosadas a las pilastras de arriba tienen la forma de balaustres o candelabros... ¡Nada más elegante que la forma de unos y otros fustes!

Y todavía no he mencionado las verdaderas preciosidades de este Patio, o sea los ciento veintiocho medallones, con bustos de alto relieve, que adornan las enjutas de los arcos en ambos cuerpos. -Aquellos bustos pueden calificarse de otras tantas obras maestras de escultura. Hay allí caras de reinas, de monjas, de doctores, de ascetas, de guerreros, de prelados, etc., todas ellas dibujadas con tal energía, gracia de estilo y nobleza de expresión, que Alberto Durero se honraría con llamarlas suyas. -Uno de nosotros observó (y era muy cierto) que todos aquellos semblantes estaban afligidos, cual si representasen la triste variedad de las desventuras humanas. ¡Qué viveza, qué calor dramático, qué primor artístico en tan multiforme expresión del infortunio y de la pena!

Dicen unos que estas ciento veintiocho joyas, diseminadas como estrellas en aquellos pórticos, son obra de Berruguete; otros, que de Pier o Pierino del Bago... Ello es que no se conoce a punto fijo el autor, cosa muy frecuente cuando se trata de monumentos españoles.

En resumen: el Patio del Colegio del Arzobispo, por su esbeltez general, por lo fino y sobrio de su ornamentación, y por lo correcto y puro de sus menores detalles, es un verdadero prodigio de arquitectura y escultura, y merecería el metafórico dictado de «obra ática del estilo plateresco», si pudiese hablarse de este modo.

Añádase ahora la soledad de aquel espacioso recinto, cada uno de cuyos cuatro lados mide 41 metros; la muda cisterna de ancho brocal que hay en medio de él; unas desaliñadas matas de flores otoñales (boleras se llaman en Granada) que crecían en descuidados arriates; algunos escolares irlandeses con manto y beca, que de vez en cuando pasaban por la galería alta, con los ojos clavados en sus libros de estudio, y los píos de pájaros que interrumpían dulcemente el silencio de tan venerable edificio, y se comprenderá la inmensa poesía que allí se respiraba, y de que es pálido reflejo la emoción con que escribo estas líneas.

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Tócame ahora decir algo de los estudiantes irlandeses, con tanto más motivo, cuanto que, estando todavía nosotros en aquel magnífico patio, bajaron de dos en dos la amplia escalera del edificio, seguidos de un sacerdote; pasaron a nuestro lado, mirándonos con disimulo y poniéndose más encarnados que la grana, y se dirigieron a la contigua iglesia. -Eran catorce, todos rubios como unas candelas, y corpulentos y sanos a fuer de legítimos hijos de la verde Erin. Su edad variaría entre diez y seis y veinticuatro años.

Aquellos escolares simbolizaron a mis ojos un tributo de respeto y de agradecimiento que la católica Irlanda sigue pagando a la nación católica por excelencia. Fundó el Colegio de jóvenes irlandeses (albergándolos entonces en otro edificio) el rey D. Felipe II, cuando la intolerancia protestante en las Islas Británicas era tan feroz como la intolerancia católica en nuestra tierra, y tuvo por objeto facilitar la enseñanza de la Sagrada Teología a los hijos de los emigrados irlandeses que se refugiaban en la Península, perseguidos de muerte a causa de sus creencias religiosas. Pero hoy, que en el Reino Unido de la Gran Bretaña hay libertad de cultos y muchos Seminarios católicos, es una especie de tradición piadosa esta no interrumpida costumbre de algunas casas irlandesas de enviar a Salamanca a sus hijos para que cursen las ciencias eclesiásticas.

Con tal motivo recordamos allí nosotros las muchas familias españolas que tienen apellido irlandés, como descendientes de emigrados de aquella isla establecidos en nuestro suelo, y algunos de cuyos individuos figuran noblemente en la historia de España. Salieron, pues, a relucir los O' Donnell, los O' Reilly, los O' Ryan, los O' Connor, los O' Doly, los O' Shea, los O' Farril, los O' Kelly, los O' Neil, los O' Callagan, los O' Mulryan y todos aquellos cuyo apellido principia con O y apóstrofo, así como otros que tienen diferentes iniciales.

Por lo demás, yo acribillé a preguntas al portero del Colegio del Arzobispo, el cual se sirvió contarme muchas cosas relativas a los escolares irlandeses. -Díjome, entre ellas, que vienen a Salamanca a la edad de diez y seis a veinte años; que traen aprendido el latín, y en el Colegio aprenden el español; que las clases de Teología están en el Seminario Conciliar, donde a la par estudian colegiales españoles; pero que los irlandeses viven, comen y duermen solos en el Colegio del Arzobispo, bajo las órdenes de un rector, también irlandés; que pasan en España seis o siete años seguidos; que los veranos los llevan de vacaciones a Aldea-rubia, donde hay una casa-colegio de recreo, dependiente del Establecimiento que estábamos visitando, y que allí se comen un rebaño cada estío (textual); que unos regresan a su patria cuando terminan los estudios, a fin de ordenarse en ella, y otros reciben las órdenes sagradas en Salamanca, habiendo también algunos que se quedan definitivamente en la Península; y, en fin, que la conducta de los jóvenes irlandeses, su aplicación, piedad y recogimiento son admirables; pero que hay que llevarlos indefectiblemente a las tres corridas de toros que se dan en la ciudad todos los años durante la feria...

Luego que hube examinado bien al portero, pasamos a la mencionada Iglesia contigua, llamada también del Arzobispo.

Los jóvenes irlandeses, después de una breve oración, se habían marchado ya del templo al Seminario, dejándose los devocionarios en los bancos del presbiterio. -Nosotros nos permitimos hojear alguno que otro... Estaban en inglés o en francés, y les servían de registros estampitas de la Virgen o de diferentes santos, británicos en su mayor parte. -¡Indudablemente (esta observación va a pareceros de inquisidor), aquellos muchachos eran católicos!

En cuanto a la citada iglesia, gótica de los malos tiempos, blanqueada y muy desnuda de accesorios, diré que sólo ofreció a nuestra admiración una galería de hierro (que sirve de coro alto, y cuyos sostenes son bastante graciosos y originales) y un retablo plateresco de mucho gusto, con pinturas en tabla y estatuas de Santos de verdadero mérito. -Todo ello se atribuye a Berruguete; lo cual no ha sido obstáculo para que lo pinten de nuevo en nuestros días... ¡Dudo que haya valor semejante al de un restaurador de objetos artísticos!

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Desde allí nos fuimos al Palacio de Monterrey, del cual ya he dicho que sirvió de modelo para el Pabellón Español edificado en la Exposición de París de 1867.

Del tal Palacio no existe, ni creo que haya existido nunca, más que un lado o ala, con dos torres, bien que estén construidos los arranques de los otros lados. Es plateresco a la italiana, lo cual quiere decir que el escultor luce más que el arquitecto, y excitan, sobre todo, la admiración su preciosa crestería formada de figuras grotescas, los leones y demás animales que sostienen grandes escudos, una hermosa cornisa primorosamente labrada, y sus elegantes ventanas y balcones, cuyas tallas son modelo de gracia y delicadeza. -El conjunto resulta alegre, profano, lujoso, bellísimo, como una fiesta de Verona o de Ferrara en el siglo XVI.

Construyose en el reinado de Felipe II, y pertenece al Duque de Alba, en su calidad de Conde de Monterrey. -Hoy sirve casi todo de granero, y en su recinto, que visitamos con los amables hijos del Administrador, allí domiciliado, no hay nada que aprender ni que imitar; pero sí mucho que mueva a compasión y lástima. -En cambio, las vistas que se descubren desde lo alto de sus torres son asombrosas.

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Recorriendo de nuevo aquel suntuoso barrio monumental, que tanto nos había entusiasmado la mañana anterior, y al pasar por la calle de Bohordadores (llamada así porque en ella se hacían los bohordos para los caballerescos juegos de cañas, pero cuyo azulejo dice hoy malamente: «calle de Bordadores», vimos una antigua casa, triste, bella, cerrada, en cuya primorosa fachada plateresca había un busto, con bonete y capa muy bordada y lujosa, el cual representaba, según pudimos leer, al severissimo Fonseca, patriarcha alejandrino.

-¿Qué casa será ésta? -nos preguntamos.

-Ésa es la Casa de las Muertes... -respondió una huevera que pasaba por allí a la sazón. -No llamen ustedes, que ahí no vive nunca nadie.

-¿Y por qué?

-Porque ahí hubo siete muertes... -replicó la mujer con acento lúgubre.

Nosotros nos miramos muy regocijados, y proseguimos el interrogatorio...

Pero la huevera no sabía más.

Había, sin embargo, que averiguar el resto, y, efectivamente, aquella tarde supimos por nuestros amigos los anticuarios de Salamanca, que el nombre de Casa de las Muertes le venía a aquel edificio de la circunstancia de haber ostentado, entre los adornos de su portada, hasta hace muy poco tiempo, varias calaveras de piedra, borradas al fin por el terror de la plebe: que, ciertamente, había dado la casualidad, hace veintiséis años, de que una mujer que vivía sola en aquella casa de tan fúnebre nombre, fuese asesinada misteriosamente, cosa que al vulgo le pareció sobrenatural, y que, por resultas de todo esto, nadie ha vuelto a pisar aquellos umbrales, si se exceptúan dos comandantes de Carabineros y un jefe de Estadística, forasteros todos, que vivieron allí breves temporadas... sin que les ocurriese ningún percance...

¡Triste condición humana! ¿Por qué ha de ser siempre más poética la mentira que la verdad?

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De lo demás que vimos (regresando ya hacia el hotel; pues a fuer de mortales, también teníamos precisión de almorzar aquel segundo día), sólo citaré y recomendaré la Iglesia de las Agustinas, correspondiente al convento del mismo nombre.

Es aquél el mejor monumento de estilo greco-romano que encierra Salamanca. Sus elementos griegos pertenecen al orden corintio, y todo el templo, aunque edificado a la mitad del siglo XVII, según lo demuestran algunos detalles poco clásicos, tiene la grandiosa sencillez y armonía de proporciones que constituyen el mayor mérito de este género de arquitectura. La cúpula es copia exacta de la del Escorial, aunque no tan gigantesca.

En el retablo del altar mayor hay un notabilísimo cuadro, de que con razón están orgullosos los salmantinos aficionados a las Bellas Artes. En una Virgen de la Concepción, de tamaño natural, pintada por el Spagnoletto, y, sin embargo, dulce, suave, tierna, ideal; rodeada de ángeles, de rostro inocente, y anegada, por decirlo así, en la placidez de la divina gracia... Más claro: es una Virgen de la Concepción que nadie hubiera creído pudiese pintar el austero y sombrío autor del Jacob, de los martirios de San Bartolomé y San Esteban, del Apostolado y de todas las demás enérgicas y terribles obras que constituyen la gloria especialísima de nuestro inmortal Rivera.

Quien recuerde otras Vírgenes y otros ángeles pintados por él, y se haya asombrado, como nosotros, al considerar hasta qué punto negó la naturaleza a tan soberano artista el don de crear tipos afables; quien se haya asustado al ver aquellas Marías tan duras, ásperas y feroces, y aquellos niños de tan salvaje y desapacible aspecto, comprenderá toda la verdad e importancia de lo que digo. Es, por consiguiente, la Virgen que vimos en Salamanca un dato curiosísimo de la historia del arte y de la historia de Rivera; pues hay que advertir que no cabe duda alguna respecto de su autenticidad, ya porque así resulta de incontestables documentos, ya porque, en medio de su santa alegría y pudorosa mansedumbre, aquel cuadro ostenta, en cuanto lo consiente la índole del asunto, toda la intensidad y brío de color del Spagnoletto; su manera, su estilo, su genio, su carácter.

En mi sentir, y en el de mis compañeros de expedición, el Estado debía hacer que se recompusiera y copiara tan peregrino lienzo; dejar la copia a las Agustinas de Salamanca, y comprarles el original, para colocarlo en el Museo Nacional de Madrid. De lo contrario, las luces del altar mayor, el incienso, el polvo, la incuria y los sacristanes y monaguillos, acabarán con aquella obra maestra, ya muy deteriorada.

Pero se me ocurre otra idea. La iglesia y comunidad de las Agustinas tienen por patrono al Conde de Monterrey, o sea al Duque de Alba. Así lo revela la inscripción que dice, al pie de una sepultura mural, a la izquierda del presbiterio, que D. Manuel Fonseca y Zúñiga, 7.º Conde de Monterrey, fundó y erigió aquel convento... ¡Bien podía, pues, el señor Duque, mi noble amigo, que tan espléndido es y ha sido siempre, hacer este regalo a la nación! -El mundo entero se lo agradecería extraordinariamente11.




ArribaAbajo- XI -

Último paseo. -La Casa de la Salina. -Doña Marta la Brava. -La Torre del Clavero. -Recapitulación


Después de almorzar hicimos algunas indispensables visitas de despedida, entre ellas, la del sabio y virtuoso Obispo de la Diócesis, antiguo canónigo de Granada y actual adorno del Senado español, Sr. Martínez Izquierdo.

Cumplidos tan gratos deberes, fuimos a visitar, acompañados de los eruditos salmantinos que ya conocéis, la renombrada Casa de la Salina, sita en la calle de San Pablo, y llamada así por haber servido modernamente de almacén de sal.

Caminando hacia ella, nos refirieron la tradición que corre muy válida acerca del origen del edificio; y, como es digna de que la conozcáis, y yo no quiero poner ni quitar nada en tan delicado asunto, voy a transcribirla puntualmente, tal como la publicó hace años el Sr. D. Modesto Falcón, individuo correspondiente de la Real Academia de San Fernando, Secretario de la Comisión de Monumentos de Salamanca, etc., etc.

Dice así:

«Parece que en los últimos años del siglo XV llegó a Salamanca la Corte, y con la Corte muchos grandes, prelados, damas y caballeros. Contábase entre éstos el poderoso D. Alfonso de Fonseca, hijo natural de esta ciudad, oriundo de una noble familia, y que más tarde ocupó la Silla arzobispal de Santiago, recibiendo la dignidad de Patriarca de Alejandría, con la que más comúnmente es conocido en la Historia. El Ayuntamiento, según costumbre, proporcionó digno hospedaje a la Corte, puesto que, de acuerdo con la nobleza de la ciudad, hizo que los grandes, los prelados y las damas hallasen acogida entre las familias más distinguidas. Olvidó, sin embargo, dispensar el mismo agasajo a una señora llamada D.ª María de Ulloa, gallega, según dicen, de nacimiento, y amiga, según cuentan, de Fonseca; y resentido por aquella exclusión, casual o intencionada, el caballero, dice la tradición, juró que la dama había de poseer el mejor palacio de Salamanca. El palacio, con efecto, se construyó, y la tradición quedó unida a su fábrica.

»Si la tradición se muestra veraz en todo lo que relata, no seremos nosotros quienes lo afirmen ni lo nieguen rotundamente; pero nuestra imparcialidad nos obliga a decir que se parece mucho a la verdad. El poderoso Patriarca de Alejandría había tenido un hijo en su juventud, como él Alfonso de nombre, y que, como él, llegó a ser con el tiempo Arzobispo; y aunque las historias suelen confundirlos por las circunstancias de ser ambos Arzobispos, ambos Fonsecas de apellido, ambos Alfonsos de nombre, y ambos, en fin, patronos de grandes fundaciones, fácil es distinguirlos cuando en ellos se para bien la atención.


«La Casa de la Salina se fundó en los últimos años del siglo XV, en que tuvo lugar la tradición referida. Los escudos de cinco estrellas que en la fachada, en el interior y por todas partes del edificio se encuentran, no dejan lugar a dudas sobre la familia a que pertenecía el fundador. El escudo es de los Fonsecas...

»Nada se sabe de los artistas que labraron este monumento; pero como por la misma época, y con pocos años de diferencia, se fabricaban también la fachada plateresca de la Universidad, el convento de San Esteban y otra porción de edificios, los mejores precisamente de la ciudad, y cuya decoración es tan semejante, puede resumirse que anduvieron en él las mismas manos que esculpieron los demás. Si no fueron Sardiña, Ceroni o Berruguete, fueron discípulos o compañeros suyos».

Hasta aquí el Sr. Falcón. -Ahora debo yo decir, como obsequio debido a la verdad, que son irrebatibles de todo punto las obvias razones que aduce otro autor (D. J. M. Quadrado) para demostrar que esa tradición ha confundido tiempos, cosas y personas. -Que la casa se labró por los Fonsecas (dice) lo acreditan los blasones de cinco estrellas colocados sobre las ventanas de la izquierda y en los ángulos de la fachada. Mas lo avanzado del Renacimiento aviniéndose con la noticia de que se empezó hacia 1538, desmiente la tradición, que enlaza su origen con la memoria del Patriarca de Alejandría, fallecido en 1512... -A lo cual pudo añadir el Sr. Quadrado, que Berruguete, educado en Italia, no regresó a España hasta 1520, y que Sardiña floreció mucho después.

Sea de todo ello lo que quiera, y ciñéndome yo a mi papel de cronista y de fotógrafo, diré que la Casa de la Salina, en medio de lo mucho que la han deteriorado el abandono en que estuvo largo tiempo y el bajo empleo a que se la destinó después, y no obstante las recientes profanaciones de que ha sido objeto al tratar de convertirla en casa moderna, cerrando nobilísimos arcos y poniendo en su lugar puertas, balcones, ventanas y todo un entresuelo, conserva aún por dentro y por fuera, columnas, medallones, arcos, bustos, estatuas, mensulones, cornisamentos, escudos y centenares de figuras de animales fantásticos y caprichosos, que son otras tantas maravillas.

Yo espero que con el tiempo, y quiera Dios que no demasiado tarde, el Ayuntamiento de la culta Salamanca dedique su atención y algunos fondos a este notabilísimo edificio, comprándolo, si ya no es suyo, derribando todo lo moderno y postizo que hay en él, reforzando lo viejo y monumental, y poniendo allí un conserje que custodie y muestre a los viajeros aquellos prodigios del arte, dignos de veneración y estudio12.

*  *  *

En la misma calle de San Pablo, número 84, hay otra casa célebre, no ya por su estructura artística, sino por la rara e interesantísima historia que recuerda. -Llámase, por singular antífrasis, Casa de las Batallas, cuando debía llamarse Casa de las Paces, dado que en ella las pactaron y juraron dos bandos ferocísimos que, durante mucho tiempo, cubrieron a Salamanca de sangre y luto. «Ira odium generat, concordia nutri amorem», -dice una inscripción sobre el arco de la puerta de aquella casa desde el día que se firmaron allí las mencionadas paces.

Todo esto se refiere a la terrible historia de Doña María la Brava, de que ya hicimos conmemoración en el Corrillo de la Hierba, y de la cual voy a daros dos versiones, a cual más interesantes.

Dice el ya referido D. Modesto Falcón:

«El drama comenzó en un juego de pelota. Dos jóvenes, hijos de la noble familia de los Manzanos, mataron en una contienda suscitada sobre el juego a otros dos jóvenes, muy amigos suyos, e hijos de la familia de los Monroy. La madre de éstos, D.ª María Rodríguez, buscando a los agresores y hallándoles en tierra de Portugal, adonde se habían refugiado huyendo de la justicia, tomó sangrienta venganza en ellos, cortándoles las cabezas y entrando con ellas triunfante en Salamanca. A su vez, los deudos de los Manzanos, indignados de aquella bárbara acción, quisieron ejercer represalias semejantes, y agrupados los Monroy en torno a D.ª María, defendieron a la vengativa madre, arrastrando unos y otros a muchos parciales. Los bandos en que se dividieron, y que tomaron por nombre a las parroquias de Santo Tomé y San Benito, donde las irritadas familias enemigas tenían sus casas solariegas, duraron cuarenta años, sembrando la desolación y el espanto en la ciudad y enrojeciendo muchas veces de sangre sus calles. Impotentes fueron el Obispo, el Cabildo, las autoridades y el mismo Conde de Benavente, que intervinieron en la contienda, para poner fin a aquella terrible lucha, que fomentaban las discordias civiles. San Juan de Sahagún, más feliz que las autoridades, se interpuso entre los combatientes y logró atraerlos a una concordia».

La segunda versión, más trágica y animada que ésta, es la que figura en Recuerdos y Bellezas de España, y dice del siguiente modo:

«Sobre un lance del juego de pelota trabaron contienda dos hermanos de la familia de Enríquez de Sevilla con otros dos de la de Manzano13; aquéllos sucumbieron en la atroz refriega, y fueron llevados exánimes a la casa de su madre. -Doña María Rodríguez de Monroy no lloró sobre los cadáveres de sus hijos: nada dispuso acerca de su sepultura: silenciosa, sombría, fingiendo temer por sí, salió acompañada de criados y escuderos para su lugar de Villalba; pero, a la mitad del camino, les anunció resueltamente que no era fuga, sino venganza, lo que meditaba; y asociándolos con terrible juramento a su plan, los condujo a Portugal, donde se habían amparado los homicidas. Dónde y cómo los sorprendió, si fue en Viseo, de noche, derribando las puertas de su posada, no queda bien averiguado; lo cierto es que a los pocos días volvió a entrar en Salamanca, animosa y terrible, al frente de su comitiva, enarbolando en las puntas de las picas las cabezas de los dos Manzanos; y a guisa de ofrenda expiatoria, más digna del altar de las Euménides que de una tumba cristiana, las hizo rodar sobre las recientes losas que en la iglesia de San Francisco, o en la de Santo Tomé, cubrían los restos de sus hijos. -Poco sobrevivió a esta feroz proeza, que le valió el epíteto de Doña María la Brava; pero sí más de un siglo los bandos que de ella nacieron entre los caballeros salmantinos ligados con una u otra familia, a los cuales se dice servía de línea divisoria, rara vez hollada, el Corrillo de la Hierba, explicando este título, allá como en Zamora, por lo solitario y medroso del sitio. No hay, sin embargo, más fundamento para derivar de la expresada ocasión el origen de estas luchas, tan habituales en todo el país durante la Edad Media, que para fijar su término (de 1460 a 1478) en los días de San Juan de Sahagún, cuyas fervorosas predicaciones, calmando y no extinguiendo la furia de los ánimos, le acarrearon más de una vez odios y violencias, y, por último, la muerte, propinada con veneno. -Bajo los nombres de Santo Tomé y San Benito, parroquias que encabezaban los dos grandes distritos de la ciudad, perpetuáronse largo tiempo dichos bandos, recordando aún sus distintos colores y opuestas cuadrillas, en las justas Reales de la dinastía austriaca, los antiguos enconos y reyertas».

Y basta ya de anécdotas y de historias, que se hace tarde, y tenemos que salir para Madrid antes del obscurecer...

*  *  *

Así dijimos nosotros aquel día, tratando de volver a la Fonda del Comercio; pero todavía fuimos a contemplar, por consejo de nuestros amigos (y de ello nos alegramos extraordinariamente), la Torre denominada del Clavero, que hasta entonces sólo habíamos divisado a cierta distancia.

Dicha Torre pertenecía antes a un extenso edificio; pero hoy se ha quedado aislada y sola, como padrón conmemorativo de la Edad Media. -Su figura es de lo más elegante y gallardo que nos han legado aquellos tiempos. Cuadrada por la parte inferior, conviértese luego en octógona, y resaltan de ella ocho garitas preciosísimas, que la hacen más voluminosa por arriba que por abajo. Los capacetes que cubren estas garitas descuellan sobre el cuerpo de la torre, dibujando en el cielo una especie de corona feudal que ennoblece aquel esbeltísimo monumento.

Toda la fábrica es de granito, y mide 28 metros de elevación por seis y medio de anchura. -Edificose en 1484, a expensas de D. Francisco de Sotomayor, Clavero de la orden de Alcántara, y hoy pertenece al señor Marqués de Santa Marta. -Recientemente han construido en lo alto de ella una especie de templete u observatorio de pésimo gusto; y, pues me honro con la amistad de dicho señor Marqués, atrévome a suplicarle que mande derribar aquel detestable apéndice, por muy asombrosas que sean las vistas que desde él se disfruten. -Los fueros del arte, mi querido don Enrique, son superiores a los derechos del individuo14.

A todo esto eran las tres de la tarde, y el tren para Madrid salía a las cinco. -¡Demasiado sabíamos lo mucho que nos quedaba que ver!... Salamanca encerraba todavía iglesias, palacios, colegios, casas históricas y otros monumentos, para cuyo examen se requería por lo menos una semana de continuo andar... Pero no podíamos disponer de más tiempo, y, además, estábamos tan rendidos, que teníamos que sentarnos a descansar en los trancos de las puertas, con gran asombro de los transeúntes... -¡Habíamos andado tantísimo en dos días escasos!...

Emprendimos, pues, la retirada; y ya, desde aquel momento hasta la mañana siguiente, que llegamos a esta Villa y Corte, no hicimos más que recapitular nuestras impresiones de Salamanca...

He aquí un sucinto resumen de las mías.

. . . . .

La Universidad ha sido, moral y materialmente, el alma y la vida de Salamanca, la fuente de su grandeza y de su renombre, la ocasión y origen de casi todos sus mejores monumentos. -Si hubo allí los famosos Colegios mayores, llamados del Arzobispo, de San Bartolomé (el viejo), de Oviedo y de Cuenca (de los cuales sólo existen ya los dos primeros); si fundaron otros cuatro Colegios las Órdenes militares, y contáronse además infinidad de Colegios menores, de Seminarios, de Escuelas, etcétera; si todas las órdenes monásticas erigieron suntuosos Conventos; si los Jesuitas levantaron allí su mejor Casa, y si fue la Ciudad del Tormes mansión predilecta de Reyes y Magnates, que la embellecieron con multitud de palacios y de iglesias, todo se debió a aquel foco permanente de sabiduría, a aquel centro que atraía las miradas de Europa, a aquel emporio de la enseñanza, adonde iban a estudiar por millares (y muchas veces acompañados de sus familias) los jóvenes más ricos y nobles de toda España. -Cuando Toledo, y Segovia, y Burgos, y Valladolid, y todas las ciudades castellanas decaían; esto es, cuando se hubo entronizado en nuestro suelo la calamitosa dinastía austriaca, Salamanca se libró, por excepción y privilegio, de aquella postración general, que muy luego rayó en indescriptible miseria; y este privilegio y esta excepción fueron también debidos a la perdurable boga de su Universidad, al respeto que infundía, al constante atractivo que ejerció sobre Reyes, Prelados, Grandes, Sabios y hasta Santos, obligándolos a ir a rendirle pleito-homenaje y a enriquecerla más y más con nuevas fundaciones.

De aquí tantos soberbios edificios de los siglos XVI y XVII, y de aquí también el haberse conservado cuidadosamente los de épocas anteriores. Es decir, que la segunda barbarie demoledora de monumentos; la barbarie que en otras regiones de España destruyó, blanqueó, reformó y afeó tantas y tan preciosas obras artísticas en los tiempos que median entre los Reyes Católicos y Carlos III, no llegó a las orillas del Tormes. -En cambio, llegaron después otros bárbaros, émulos de los Atilas y Alaricos, y destruyeron dos terceras partes de los edificios monumentales de Salamanca... Refiérome a los franceses y a los ingleses (durante la Guerra de la Independencia), y también a los iconoclastas modernos, que tanto y tanto han derribado al grito de progreso y libertad, en sus varios períodos de dominación o de anarquía.

Otra de las razones que más han influido para que Salamanca pueda calificarse de Museo arquitectónico (donde se hallan, perfectamente conservados, exquisitos modelos de las obras más perecederas y hoy más destruidas, por lo nimio y menudo de sus primorosos detalles), es la excelente, inmejorable calidad de la piedra de todos sus monumentos.

Esta piedra, llamada franca, se encuentra a una legua de la ciudad, cerca de Villa Mayor. Blanda al principio como la cera, el tiempo la pone tan dura como el bronce y le da un hermosísimo color de oro. Admite, pues, y conserva perfectamente las más finas y delicadas labores, y de aquí la riqueza de obras platerescas que acabamos de enumerar y las muchas que no hemos citado, todas las cuales parecen recién, hechas en sus menores tallas, sin embargo de estar a la intemperie: de aquí también aquellas afiladas aristas de las esquinas de la Casa de las Conchas, aquella tersura de sus muros, que parecen bruñidos; aquellos atletas, de tan admirable musculatura, de la Casa de la Salina; aquella férrea solidez de la Catedral Fuerte, o sea de la Catedral vieja; aquellos primores del patio del Colegio del Arzobispo, y tantos y tantos otros prodigios de escultura y arquitectura como ve el viajero en todas partes.

Conque hagamos punto final.

He concluido mi penosa tarea, incompleta (o sea diminuta, como se dice en el foro) para lo mucho que requería la gran Ciudad de los Fonsecas y Maldonados, pero harto larga para ser obra de un mero aficionado a las Bellas Artes, incompetente en todas ellas, y poco dado a escudriñar y explotar libros ajenos.

Réstame añadir que dedico estas pobres páginas, como recuerdo cariñoso, a mis amigos los Excmos. Sres. D. Servando Ruiz Gómez y D. José España, y a mi camarada Dióscoro Puebla.

1878