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ArribaAbajoCarta del director del Museo de La Plata, avalando la opinión del doctor Díaz-Pérez

Señor Director General de la Biblioteca Nacional, Profesor Doctor don VIRIATO DÍAZ-PÉREZ.
ASUNCIÓN. (República del Paraguay).

La Plata, 9 de junio de 1943.

Tengo el agrado de dirigirme a usted transcribiéndole a continuación, a sus efectos, el informe producido por el señor jefe del Departamento de Arqueología y Etnografía, profesor doctor don Fernando Márquez Miranda, en la consulta a que se refiere la atenta nota de usted de fecha 29 de mayo del año en curso; informe que textualmente dice así:

Señor Director: Respondiendo al pedido de informes relativos al hallazgo y publicación hecho por el catedrático doctor Carlos Teichmann, de unas rocas grabadas, en un lugar denominado Barrero Guaá, cerca de Gamarra Cué, paraje situado en las cabeceras del Arroyo Tagatiyá, departamento de Concepción, Paraguay, expreso lo siguiente: a) Estoy de acuerdo con lo expresado por el doctor Viriato Díaz-Pérez, director del Museo Nacional del Paraguay, en su carta en respuesta al doctor Teichmann (diario EL PAÍS, de Asunción, 27 de abril de 1943) respecto a que el área de repartición de estos elementos es sumamente amplia, excediendo a nuestro Continente. Sin salirnos de él, sin embargo, la literatura antropológica sobre el   —102→   particular es amplísima, y sería de interés etnológico poder fijar en un mapa de repartición su dispersión definitiva. b) Las expresiones «grabados rupestres» y «pinturas rupestres» no responden a las mismas cosas. «Rupestre» es todo lo encontrado en grutas o cavernas, ya sea material trabajado por el hombre, restos o vestigios de su cultura material puramente utilitaria, ya objetos que trascienden esa esfera y presentan muestras de decoración artística. «Grabados» o «pinturas» se refiere a su técnica de realización, de manera que «pinturas rupestres» serán las realizadas dentro de una caverna -como por ejemplo las muy célebres de Altamira (España)-; para las pinturas aborígenes halladas al aire libre, sobre lienzos de pared rocosa o sobre grandes piedras sobre el suelo, suele emplearse el nombre de «pictografías» (que a veces algunos autores extienden a los demás elementos pintados). c) En lo que no estoy de acuerdo es en el carácter netamente prehistórico atribuido a esos restos. Creo que, aunque en Europa el arte rupestre se manifiesta desde los períodos solutrense y magdalenense (para decaer en una estilización geometrizante en el aziliense), es decir en plena Prehistoria, en América, en cambio, gran parte de este arte primitivo (aunque en algunos pocos casos quizá sea prehistórico), debe ser fijado cronológicamente como «protohistórico», esto es de época más reciente. Esta cuestión de la cronología no puede resolverse por reglas generales a priori; debe estudiarse en cada caso particular. Lo contrario lleva de inmediato a postular, exagerando, antigüedades excesivas que un   —103→   desapasionado estudio de los hechos acaba de invalidar. d) Por último, me permito recomendar al autor de la consulta, doctor Viriato Díaz-Pérez, director general de la Biblioteca Nacional y Museo de Bellas Artes e Histórico, la lectura de dos trabajos sobre el particular: 1) ERIC BOMAN, Antiquités de la République Argentine et du désert d’Atacama, París, 2 tomos, 1908; 2) FERNANDO MÁRQUEZ MIRANDA, El sentimiento religioso en el arte prehistórico, La Plata, 1930. En la parte pertinente de la primera obra encontrará la discusión relativa a si estos elementos constituyen o no una escritura y a si pueden ser descifrados. En la otra publicación hallará una síntesis relativa a las manifestaciones del arte paleolítico europeo y su interpretación. Interesando a este Departamento la publicación y la foto acompañada, pido al señor Director me permita conservarlas. En cambio, acompaño un ejemplar de mi trabajo citado, con destino a la Biblioteca Nacional de Asunción, que ruego al señor Director haga llegar a su destino conjuntamente con el informe precedente, si lo cree pertinente. Es cuanto creo deber informar al señor Director, a quien saludo con mi consideración más distinguida.

MUSEO, junio 7 de 1943.

(Firmado): Fernando Márquez Miranda



Acompaño con ésta el ejemplar del trabajo a que se refiere el doctor Fernando Márquez Miranda en su informe, y aprovecho la oportunidad para saludar al señor Director general con las expresiones de mi consideración más distinguida.

(Firmado Director.- Firmado Secretario)



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ArribaAbajoEcos del hallazgo de grabados rupestres prehistóricos en Paraguay

OPINIÓN EMITIDA POR EL MUSEO AMERICANO DE HISTORIA NATURAL DE NUEVA YORK

Asunción, 30 de noviembre de 1943.
Señor Director de EL PAÍS, don Néstor Romero Valdevinos.
Asunción.

Señor Director:

Habiendo usted bondadosamente dado publicidad, en el asunto del hallazgo de grabados rupestres o pictografías en el Paraguay, a las opiniones emitidas por el doctor don Viriato Díaz-Pérez, director del Museo Nacional del Paraguay, y por el Museo de la Universidad de La Plata, me permito transcribirle a usted otro valioso dictamen que, esta vez, emana del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York.

El mencionado informe, traducido al castellano, reza así:

The American Museum of Natural History.
Nueva York, 2 de octubre de 1943.
Señor Doctor Carlos Teichmann, Asunción, Paraguay.

Estimado Doctor Teichmann:

Muchísimas gracias por las fotografías y el informe referentes a pictografías halladas en el Paraguay. En efecto, bien poco es lo que se sabe en cuanto a las pictografías que se encuentran en Sudamérica, de manera que cualquier dato que usted pueda suministrarnos, sería de interés. Mientras   —105→   no se hayan sometido a un estudio general, no será posible establecer el significado y el alcance científico de dichas pictografías. La continuación de su investigación, sobre todo de localizar, fotografiar y describir los diferentes grabados, será un trabajo interesante.

Le recomendamos a usted haga pequeñas excavaciones de prueba alrededor de rocas tales como la que usted ha fotografiado, para ver si se hallan algunos artefactos dejados por los seres humanos que grabaron esas pictografías. Al hacer dichas excavaciones de prueba, hay que dedicar especial cuidado en separar el material según las capas en que se va encontrando.

En caso de no existir definiciones naturales del suelo, le recomendamos fijar horizontes arbitrarios de 20 a 50 centímetros, y las diferencias del material revelarán si hubo o no alteraciones en la cultura del lugar.

Le rogamos a usted no vacile en escribirnos, si desea formularnos cualquier otra pregunta al respecto, o si necesita nuestra ayuda en una u otra forma.

Saludo a usted muy sinceramente.

Junius Bird



Ahora bien, señor Director: el resultado a que llega el preciado dictamen de este célebre instituto científico estadounidense, concuerda con las opiniones que, a raíz del hallazgo de los grabados en Barrero Guaá, departamento de Concepción, han emitido el Museo de La Plata y el Museo de Asunción. El director de este último, doctor don Viriato Díaz-Pérez, en su erudita exposición publicada en EL   —106→   PAÍS, ya se había referido al profundo misterio que aún rodea a esa especie de signos humanos, los que, con enigmática concordancia gráfica, se hallan diseminados por todos los cuadrantes de la Tierra.

Aprovecho esta oportunidad para saludar al señor Director con mi particular estima.

Carlos Teichmann

El País - 4-XII-1943.



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ArribaAbajoBibliografía


ArribaAbajoReseñas publicadas en la Revista del Paraguay

(setiembre a diciembre, 1914)



ArribaAbajoFederico Rück Uriburu: «Ernesto O. Rück». Su vida y sus obras

FEDERICO RÜCK URIBURU.- «Ernesto O. Rück». Su vida y sus obras.- Asunción, 1912 (Foliado en 8.º.- 88 páginas. Talleres de Zamphirópolos y Cía.- Calles Villarrica y Convención. Asunción).

El alemán Ernesto O. Rück, venido a Bolivia a invitación de Avelino Aramayo en 1857, juntamente con los Francke, D’Avis, Brückner, Reck y otros sabios extranjeros, fue uno de los caracteres más dignos de estudio que la vieja Europa enviara a las repúblicas americanas.

De la nobleza alemana, si bien conexionada su familia con personajes como el general Braun, actores en la Guerra de la Independencia americana, nada indicaba que este joven estuviese predestinado a vincularse definitivamente al nuevo mundo, donde había de contraer matrimonio con la argentina Carlota Uriburu, de ilustre estirpe, y crear después en Bolivia un hogar, del que salieran asimismo miembros distinguidos.

Fue Rück, según se patentiza en el estudio biográfico que tenemos a la vista, uno de los hombres que más contribuyeron al progreso de Bolivia, su patria adoptiva.

Él creó, por así decirlo, y organizó el Archivo   —108→   Nacional, inaugurado en 1885 bajo su dirección, durante el gobierno del general Campero. Formó Rück, dicho Archivo con restos del de la Real Audiencia y Cancillería de la Plata y otros elementos dispersos, a los que añadió colecciones de copias de los Archivos de España y de otras instituciones europeas. Emprendió después la catalogación del mismo, correspondiente a los años de 1761 a 1825, por una parte, y de 1490 hasta 1630 en un segundo trabajo. Redactó además la importante Monografía de la Real Audiencia y Cancillería de Charcas para la que compulsó más de dos mil documentos, y dejó numerosos trabajos, publicados, e inéditos, en este orden de investigaciones.

Igualmente brillante fue su acción en los estudios de Estadística y su actuación en la institución del Crédito Público.

Verdadero polígrafo, estudió largos años la mineralogía y minería en el país, dejando entre otras producciones sobre el tema, una Historia de la Minería; una Descripción de los Minerales de Bolivia, etc.

Miembro de numerosas sociedades científicas extranjeras y colaborador de las más importantes revistas científicas de Europa y América prestó importantes servicios a su patria de adopción y a la ciencia en general con su inmenso bloque de publicaciones.

Los trabajos publicados por Rück forman una colección importante, aparte de la cual dejó inéditas numerosas obras entre las que figuran un Índice alfabético de los asientos mineros de Bolivia, un Diccionario minero hispano-americano y otras muchas asimismo novedosas.

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Entre sus mejores trabajos se citan: Datos para la Historia del Potosí; Diccionario biográfico, estadístico e histórico de Bolivia; Efemérides bolivianas desde el 65 al 70; Guía general de Bolivia; Índice de los 16 tomos en folio de Reales Cédulas y Órdenes Superiores de Potosí; Materiales para un Diccionario eclesiástico del Alto Perú; Tratados de Bolivia aprobados; Nombres de lugares de la monarquía española donde se expidieron Reales Cédulas y Ordenanzas; Las plantas medicinales indígenas, redactada en vista de los trabajos de Herauld, Hidalgo, Hyeronimus, Montalvo, Delgado y el autor, etc., etc.

Dejó una gran biblioteca, notable por sus colecciones de autógrafos, manuscritos y documentos, y por estar constituida casi exclusivamente de obras relacionadas con Bolivia. En ella hay publicaciones antiguas, de mérito, desde el año 1555; obras raras sobre las lenguas aborígenes; una colección de unos diez mil folletos; otra de periódicos, compuesta de ochenta colecciones y otra de mapas y planos. Avalora aún más esta Biblioteca, el anexo de la importante Colección mineralógica clasificada que el sabio Rück formara en cuarenta años de estudio en los asientos mineros del país. El Gobierno boliviano tiene el proyecto de adquirir este importante instrumento de cultura.

La muerte de Ernesto O. Rück, acaecida en 5 de mayo de 1909, fue considerada como una verdadera pérdida nacional en Bolivia, y lamentada en Europa. «Una biblioteca culminante -bajo el Renacimiento- una de los primeros bibliógrafos que han proyectado luz en la historia nacional y colonial,   —110→   hombre de ciencia eximio, mineralogo sin rival, autor de obras de mérito extraordinario, de actuación eminente, de Alemana cuna; pero radicado desde los 22 años en nuestro país, al que dedicó su vida, inteligencia y esfuerzo, el ingeniero Don Ernesto O. Rück, ha sucumbido. La patria de su adopción, enorgullecida con el honor que sobre ella reflejara en cincuenta años de laboriosidad asombrosa sabrá honrar su memoria...».

Asimismo desde Europa, donde era conocido por su correspondencia durante 30 años con la prensa alemana, llegaron juicios como los emitidos por la célebre Gaceta de Colonia y Das Ecco de Berlín que dijo: «... de los países sudamericanos, Bolivia, con ser el más desconocido en Europa, viene a ser el que hoy más interesa al mundo científico e industrial de Alemania gracias a la asombrosa propaganda de Rück...».

F. D.




ArribaAbajoEl Centenario de la Batalla de Las Piedras

EL CENTENARIO DE LA BATALLA DE LAS PIEDRAS - 1811-1911. Homenaje popular a la memoria del Precursor.- Montevideo, 1912. (Un volumen en 4 mayor.- 224 páginas.- 17 láminas con fotografías.- Publicación de la Inspección de Instrucción Primaria. Imprenta de «El Siglo Ilustrado» calle San José 105, Montevideo).

Una importante contribución, valiosa para el conocimiento de la historia sudamericana, es la obra que deben los amantes de la investigación, a la culta entidad educacional uruguaya Inspección Nacional de Instrucción Primaria.

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Progreso inmenso representa esta labor que, nuevo homenaje al héroe nacional Artigas, revela la potente orientación moderna de la crítica histórica uruguaya. El alma nacional unánime poseída del más noble conocimiento, de la más santa gratitud, la que nace del generoso culto de los héroes, está patente en esta obra. En ella pensadores, estudiosos y artistas, en íntima comunión del patriotismo, ofrendan al «Precursor» justo tributo de consciente admiración, y a los hechos del pasado glorioso, consagración más firme y definitiva.

Encabeza la obra el gran retrato ecuestre del general José Artigas, en el Hervidero, copia del de Carlos María Herrera, y un reposado trabajo del distinguido escritor Abel J. Pérez, al cual acompañan brillantes conferencias del gran maestro Zorrilla de San Martín, el insigne vate y creador hispanoamericano, el entusiasta patriota de La Epopeya de Artigas. Siguen importantes discursos, conferencias y producciones poéticas que delatan a simple vista que no por azar el país hermano, alcanzó el singular privilegio de legar a la literatura hispanoamericana esas dos cristalizaciones de mentalidad que se llaman Zorrilla de San Martín y Rodó, el creador de Ariel... Es la obra consagrada al Centenario de la Batalla de Las Piedras una verdadera revelación de intelectualidad, belleza, y personalidad espiritual. A que así sea, contribuyen múltiples cooperadores: Alberto Schinca, Washington Beltrán, Dardo Regules, Páez Formoso, Héctor Miranda, Martínez Vigil, Ismael Cortinas, Arocena, H. O. Maldonado, Buero, Carlos Rossi, de Salterain, J. M. Sosa, Papini, José P. Segundo, el ministro Manini   —112→   Ríos, E. Rodríguez Larreta, J. L. Martínez, Falcó, Echegoyen, Abel Pérez Sánchez, Dufrechou, Torres Ginart, A. L. Dellepiare, con homenajes reveladores de talento, estudio, arte, que hacen del conjunto tal vez la más valiosa colección histórico-literaria existente sobre el tema.




ArribaAbajoJean Casabianca: Horas tropicales

JEAN CASABIANCA.- Horas tropicales - Paraguay.- París, 1914. (Un volumen en 4.- 164 páginas).- (Colección de «Méditerranée». Rue Chateaudun, 39).

En tomo elegantemente impreso, el popular autor de Nandutis bleus, ha reunido algunos de sus trabajos literarios, haciéndoles aparecer en París con el título de Horas tropicales. Aunque poco seleccionados, y no depurados de actualismos que devienen rápidamente inactuales y de notas de salón que no van bien al libro, tienen sin embargo su importancia dichos trabajos como ecos y recuerdos de la vida, toda vez que entre estos recuerdos hay algunos interesantes.

Lo son, en primer término, los artículos cruzados caballerosamente, entre el autor Casabianca, y el malogrado Rafael Barrett, sobre el tema «Napoleón». Natural de Córcega, Casabianca no pudo soportar aquel trabajo paradójico de Barrett. «El altruismo y la energía», en el que con el ingenio que era característico en el autor de Moralidades actuales, sostenía éste que el vencedor de Austerlitz carecía de energía.

Páginas salientes del volumen de Horas tropicales   —113→   son las que originara esta polémica. Y en honor a la verdad, sea porque la razón no le acompañara o por motivos que no hacen al caso, el hecho es que no obstante la talla del contrincante -cuya especialidad por lo demás era la polémica- Casabianca en sus artículos «Napoleón no tenía energía» y «Última altruística» representó esta vez la razón, revelándose defensor de mérito. Sin una palabra desagradable, sin salirse del tema; sin una sola alusión personal entre los contrincantes, esta breve polémica, puede recordarse entre nosotros como uno de los pocos casos en que del llamado «combate de ideas» surgió la luz y no la animosidad y el odio.

Dedica Casabianca en su libro, páginas de recuerdo a la vida y obra de Zola; al dulce Copée, amigo de los humildes; al inimitable Halévy que con Offenbach hiciera las delicias artísticas de varias generaciones con sus deliciosas creaciones Orfeo en los Infiernos o La Gran Duquesa; al interesante Catulle Mendès que en su Sainte Thérèse d’Avila abandona gallardamente la literatura escabrosa; al popular Coquelin Hijo cuyas creaciones en Thermidor de Sardou y Cyrano de Rostand no serán superadas; al malogrado Rafael Barrett, amigo querido del autor, y a otros ilustres desaparecidos por mal de las letras y del arte.

Hay asimismo un recuerdo en las páginas de Horas tropicales, para la breve estadía en el Paraguay de los escritores Jules Huret y Paul Groussac. Y en los trabajos sobre Una comida literaria, se habla de los «orígenes» y «fases» de aquella agrupación malograda que se llamó La Colmena, primer cenáculo exclusivamente «intelectual» que apareciera   —114→   en el país, cuya idea, Casabianca atribuye a Barrett erróneamente2.

Unas páginas sobre aquel filántropo, doctor Andreuzzi, que luengos años trabajara en el Paraguay; un artículo rememorando a la inolvidable educacionista Adela Speratti; otro consagrado al artista Centurión, y algunas notas sociales, integran el volumen con el cual aumenta sus títulos de laboriosidad sobre el Paraguay el profesor del Colegio Nacional señor Casabianca, quien por lo demás ha tenido el capricho de titular Horas tropicales un conjunto de impresiones, que más nos hablan de Europa que del «silencio canicular que la siesta esparce por la ciudad como los efluvios de una hada invisible».




ArribaAbajoL. Méndez Calzada: Desde las aulas

L. MÉNDEZ CALZADA.- Desde las aulas.- Con prólogo del doctor Estanislao S. Zeballos, Buenos Aires, 1911.- (Un volumen en 4.º mayor.- 314 páginas.- Imprenta de Coni hermano. Calle Perú, 684, Buenos Aires).

El libro Desde las aulas, del joven escritor argentino Méndez Calzada obra digna de ser estudiada, vio la luz pública por iniciativa culta de un numeroso grupo universitario que la ofreció impresa, en homenaje al autor, para bien de las letras en general, a las que indudablemente, los distinguidos   —115→   estudiantes hicieron un verdadero presente. Porque no es esta obra una de las muchas que vienen a aumentar nuestro bloque, ya inabordable, de papel impreso inútilmente, sino una contribución valiosa, que no es consultada sin provecho.

Al distinguido pensador que prologa el trabajo, doctor Estanislao S. Zeballos, le sugiere éste, algunos párrafos que corroboran tal opinión, y que por otra parte son en extremo reveladores para quienes siguen con interés el movimiento bibliográfico rioplatense. «La República Argentina -dice con laudable sinceridad el laborioso investigador- paga un tributo excesivo a la impresión. No diré que tal obra sea intelectual; lo es por excepción. El estímulo sabiente de nuestra producción de libros, folletos, revistas -añade- es la vanidad. Por eso no califico de intelectual una producción cuya mayor parte es frívola, irreflexiva e innecesaria. La verdadera producción intelectual es todavía limitada entre nosotros. Los libreros saben esto muy bien. Los autores, desencantados, se indignan contra la falta de cultura y de espíritu lector del país; y el país sonríe ante la plañidera protesta. Él elige lo que lee, y lee mucho extranjero porque es más eficaz que la improvisación nacional. Pero al mismo tiempo lee todo lo bueno que se publica en la República y agota pronto las raras impresiones de mérito. Con estas ideas y prevenciones he puesto los ojos sobre el volumen que el joven Méndez Calzada entrega al público...». Y añade, en conclusión: «He tenido una hora para estas páginas; y, abordadas con toda clase de precauciones, me encuentro, sin embargo, en presencia de un libro».

  —116→  

Y así es en efecto. Un libro no debe ser jamás el conjunto de páginas impresas en que delatamos puerilmente unas veces, o cínicamente otras nuestros tanteos prematuros, cuando no nuestras audaces pretensiones de exploradores, que las más de las veces terminan en el descubrimiento de un Mediterráneo... Menos debe ser aún, instrumento, deficiente por lo general, de arribismos, o ensayo de fuerzas que no se ejercitaron luengos años en la silenciosa pero ineludible disciplina de la meditación y del trabajo. Un libro debe ser un momento de nuestra vida hecho experiencia ofrecido santamente para mejora ajena; una participación en nuestras pequeñas conquistas y «hallazgos» brindada generosa, desinteresadamente, a los que buscan la verdad, aman la investigación, y se inquietan ante la inmensidad de lo no conocido. Y por eso es tan difícil encontrarse en nuestros días de reclamo y personalismo ante un libro! El mérito pues del joven Méndez Calzada es habernos proporcionado uno, en su obra modestamente titulada Desde las aulas. Por ella enviámosle desde estas páginas nuestro aplauso sincero.

¿En qué consiste -digámoslo siquiera en esquema- esta obra? En una brillante serie de estudios relacionados con los problemas llamados universitarios, en primer término; en una colección, de trabajos consagrados a interesantes temas jurídicos, históricos y sociológicos. Entre los primeros se estudia: la Huelga y otras interioridades de la vida universitaria; el Intercambio universitario y la actuación del profesor Altamira; los Congresos internacionales de estudiantes; la Universidad de Oviedo   —117→   y la educación postescolar; el Obrero universitario, etc. En los segundos estudios figuran: la Prevención en materia general; el Método Positivo aplicado a las ciencias sociales y especialmente al derecho; las Fuentes de la Legislación argentina y el código de Las Partidas; la Dictadura y la Historia (interesante crítica de la obra de Carlyle sobre Francia); etc.

No podemos exteriorizar cuanto cada uno de estos trabajos nos sugiere. Cualquiera de ellos merecería una glosa detallada. Notable y generoso es el consagrado al gran maestro universitario español Altamira, a quien Méndez Calzada estudia también como americanista y apóstol de la Extensión Universitaria. Oportunas son las noticias que aporta sobre esta noble cruzada educacional de los tiempos modernos.

Divulga, en efecto (como el pedagogo Hancock Nunn en Inglaterra), los orígenes de la Extensión Universitaria. «Allí -nos dice- apareció la colonia universitaria de Toynbee Hall, maravilla de democracia social, fundada en 1880 por Arnold Toynbee, malogrado paladín de la extensión universitaria... Y se levantó el Palacio del pueblo para dar instrucción a los obreros «por uno de esos movimientos súbitos de generosidad pública que periódicamente agitan a Inglaterra». Allí, en el East End, en la ciudad maldita donde la taberna y el prostíbulo eran los lugares de cita del pobre cuando reinaban la niebla y el frío... Y se creó la Institución Politécnica de Regent Street para dar instrucción nocturna a 18.000 jóvenes... Y surgieron una serie de Colonias universitarias, esos edificios que nos describe   —118→   Buisson (en reciente obra sobre el tema) con sus plantas trepadoras, sus fachadas estilo gótico, su torrecita con reloj, derramando torrentes de luz, durante las largas horas de noche invernal, a través de las vidrieras de sus amplios ventanales, por las cuales se ve a los obreros recogidos en el estudio y satisfechos, en pleno White Chapel, el barrio tenebroso de la capital de Inglaterra, ese barrio pústula asquerosa, donde todos los poderes sociales habían sido impotentes años y años para suprimir el imperio del ebrio, de la prostituta y del asesino.

«Vinieron luego los grandes centros universitarios de Oxford y Cambridge llevando la extensión a los pueblos rurales y a las grandes ciudades fabriles, en Reading, en Manchester, etc.».

«El ejemplo de Inglaterra se extendió a Norte América; a Francia donde los Congresos de Enseñanza, de 1895, del Havre y Burdeos, votaron este deber social como la suprema aspiración del momento presente; a España, cuya Universidad de Oviedo ha realizado una labor asombrosa en el sentido de la extensión universitaria y de las colonias escolares para adultos, bajo los sabios esfuerzos de esos maestros que se llaman Félix de Aramburu, Fermín Canella, Rafael Altamira, Adolfo Posada...».

Y amante de su país (donde positivamente la Extensión Universitaria como todas las instituciones que se relacionan con la educación, ha merecido el apoyo de los espíritus elevados) hace conocer las repercusiones honrosas para la Argentina, que en la nación existen; la Sociedad argentina de extensión universitaria, creada en 1906; el Instituto de   —119→   enseñanza general, núcleo de jóvenes que fundara el estudiante Agustín Matienzo; el Instituto de extensión universitaria; la Universidad obrera de La Plata presidida por De Andréis; y la Universidad popular, con un historial de cinco años de labor.

Todas estas creaciones culturales, con sus cursos regulares y metódicos; sus programas modernos y amenos; sus divulgaciones científicas en todos los ramos de la actual curiosidad científica, honran al país. ¡Íntimamente desearíamos ver al Paraguay -que en tantos otros casos sigue, en la medida de sus fuerzas, el ejemplo argentino- secundar esta noble tendencia que tan débilmente en él se manifestara!

Entre los estudios que componen la obra del joven escritor Méndez Calzada, dos muy especialmente, merecen nuestra atención más especial. Uno es el dedicado a la crítica de la célebre obra de Carlyle sobre el dictador Francia. Las páginas de esta Revista han de consagrar algunos comentarios a este trabajo, en lugar preferente, concediéndole la atención que merece, por lo que nada decimos hoy sobre él. El otro estudio que queremos hacer conocer es el titulado Fuentes de la Legislación Argentina: El Código de Partidas.

Sin ser esta producción la más importante de la obra, tiene, empero, el mérito de ser de indiscutible interés, no ya para quienes estudian las fuentes de la legislación argentina, sino para cuantos investigan los orígenes del derecho hispanoamericano. La nobleza de juicios del señor Méndez Calzada sobre el antiguo derecho hispano, la sencillez de la exposición y la exactitud de las apreciaciones hacen   —120→   este trabajo, por lo demás modesto, una contribución digna de ser conocida.

D. P.




ArribaAbajoR. Monte Domecq: El Paraguay, su presente y su futuro

R. MONTE DOMECQ. El Paraguay, su presente y su futuro.- (Buenos Aires). 1913. Un volumen en folio.- 425 páginas.- 2.000 grabados.- Edición de lujo. (Editor R. Monte Domecq. Asunción).

Monte Domecq, el autor -entre otros trabajos- de la valiosa obra El Paraguay en su Primer Centenario, una de las producciones de propaganda más notables que aparecen sobre el país, presenta aun sobre el mismo tema la importante contribución titulada El Paraguay, su presente y su futuro.

Cuanto pudiera decirse sobre esta obra meritoria y útil, fruto de la laboriosidad del distinguido editor señor Monte Domecq, no sería sino glosa de alguno de los numerosos y laudatorios juicios que mereciera de la prensa nacional y extranjera. Los lectores de nuestras notas y bibliografías, recordarán, por lo demás, palabras anteriores sobre obras similares a la que hoy nos presenta el editor paraguayo; obras, cuyos autores -entre ellos el mismo señor Monte Domecq- se propusieron abarcar en conjunto la vida nacional bosquejando las diversas manifestaciones de progreso y cultura del país. Añadiremos en esta ocasión que una vez más, el autor de El Paraguay, su presente y su futuro ha realizado tarea de patrimonio, proporcionando a su país uno de esos instrumentos de propaganda que tan necesarios son, y tan solicitadas por la curiosidad extranjera.

  —121→  

Dijo El Diario refiriéndose a ella:

El Paraguay, su presente y su futuro, es una magistral compilación de datos e informes sobre el país, precedidos de brillantes artículos que suscriben nuestros más reputados intelectuales.

Quien quiera conocer el país, desde todos los puntos de vista de la actividad; quien quiera valorar el grado de su adelanto cultural, el brillo de su vida mundana, el eco de su labor prolífera y fecunda, su fuerza militar, puede acudir a las páginas de la nueva obra, y en ellas hallará robusto acopio de datos e ilustraciones.

El libro, revestido de artística cubierta, impreso admirablemente, es un exponente de primorosa labor gráfica que hace honor a la gran casa editora, la Compañía Sud Americana de Billetes de Banco, de Buenos Aires.

Monte Domecq, algo más que la efímera palabra de aplauso, merece una consideración estimable, proporcionada a la magnitud de su esfuerzo, y un aliento que le haga perseverar en su tarea, que aunque comercial, redunda en sano provecho de los intereses nacionales.

Las firmas del Doctor Domínguez, Bertoni y otros muchos más de conocida notoriedad y valía, prestan singular prestigio al bello libro nacional, que pronto ha de figurar, según se merece, en cada hogar paraguayo, y se ha de difundir en el extranjero llevando el eco de nuestro adelanto presente y las esperanzas inmensas que nos ofrece el futuro.



Añadió El Nacional, varios conceptos semejantes a los antecitados, entre los que afirmaba:

  —122→  

Este libro es el segundo de la serie que su autor se propone publicar sobre el Paraguay.

El presente es una hermosa obra de gran formato, nítidamente impresa con más de dos mil grabados entre retratos y vistas.

Con ella a la vista el extranjero puede adquirir cabal idea sobre el estado de desenvolvimiento progresivo a que ha llegado nuestro país, su historia, sus grandes fuentes de riqueza, su estado de cultura, sus instituciones orgánicas.



Y en realidad nada tan justo como el elogio unánime con que El Liberal, El Tiempo y la prensa nacional, saludó la aparición de esta obra de cuya importancia gráfica, informadora y social tal vez hablemos en ocasión oportuna con más detenimiento, al continuar estudiando la serie de sus similares sobre el Paraguay.

F. D.




ArribaAbajoMaría J. Lujambio: Páginas del corazón

MARÍA J. LUJAMBIO.- Páginas del corazón. Montevideo. 1912. (Un volumen en 4.º.- 144 páginas.- Editor: Julio V. Oria. Talleres Gráficos de «Iris». Villa del Cerro).

En la dedicatoria de este volumen, la autora, joven poetisa uruguaya, dice con encantadora ingenuidad: «Escritas sin pretensiones, estas páginas despojadas de galas literarias, no he tenido otro objeto, al reunirlas, que dejar en ellas las inspiraciones del corazón, para ofrendarlas, con mi cariño, al amor de mis amores...».

Y ha cumplido sus deseos. María J. Lujambio,   —123→   ha dado vida a las inspiraciones de su alma juvenil, y cristalizadas en forma bella, las ha consagrado a un ser querido. El lector un poco sentimental halla en estas páginas, acentos de emoción exteriorizados con arte y ecos de un hondo poetismo, que hacen en extremo atrayentes los cantos de esta artista de la palabra que al rimar sus anhelos íntimos tenía diez y ocho años!

El prologuista de estas canciones, Castiglione Galli, dice acertadamente hablando de ella: «... tiene una facultad de sencillez que casi ignora y que no pide sino perseverancia».

Y en verdad, si María Lujambio persistiese en la lucha, sentimiento no precisaría, ni emoción, para atraer la atención literaria sobre dotes que hoy mismo son visibles. Hay espontaneidad en ella. A las pasiones puramente personales de hoy, sucederían mañana anhelos de resonancia más humana, y la disciplina estética nos podría entregar una nueva creadora. Lo hace suponer la existencia de algunas estrofas actuales:


   Te vi cuando la tarde declinaba
triste como aquel sol en agonía.
Me apenó tu tristeza ¿qué tenías
      aquella tarde, di?



La joven cantora uruguaya no habrá de ser olvidada de nosotros. Los propios méritos que revelan sus versos bastarían para que así fuese. Pero ella tiene otros: alguna vez los dolores del Paraguay impresionaron su alma generosa. Alguna vez las tragedias de los días amargos de un pasado aún no   —124→   lejano, conmovieron su espíritu vinculado por la amistad con amigos nuestros. La muerte del que fuera Adolfo Riquelme, inspirole estas estrofas que figuran entre las Páginas del corazón:




Carolina Escobar



I

   ¡Oh novia infortunada! La noche que tutela
los sueños de la vida, también se hizo en tu Amor!
La racha furibunda, el ábrego que hiela...
¡Las brumas de un invierno besando tu ilusión!

   No más las tibias brisas del suelo paraguayo
halagarán tu oído como en tiempo mejor,
ni de su sol ardiente bajo el divino rayo
te bañará el perfume de los campos en flor!

   ¡Oh novia infortunada! ¿Qué fue de tus ensueños?
Como agostadas flores, como marchitos sueños
para siempre cayeron cuando Adolfo cayó...!

   La noche se hizo eterna sobre tu dicha trunca
y el Duelo a tus oídos te arrulla un ¡Nunca! ¡Nunca!
más frío, más helado que el tétrico dolor...


II

   Yo lloré tu dolor. Yo te he seguido
a lo largo de campos desolados
en busca de aquel hombre idolatrado
¡ay! ya en cadáver yerto convertido...
—125→

   ¡Cómo habrás en tus duelos maldecido
la mano del que hirió tu bien amado!
Y cuánto habrás, noble mujer, llorado
sobre las ruinas de tu amor perdido!

   ¡Carolina Escobar! Pálida y triste
virgen que a solas sus viudeces llora
sin encontrar para sus penas calma.

   Suya «en la vida y en la muerte» fuiste!
Hoy como ayer tu corazón le adora.
¡Grande es tu corazón, inmensa tu alma!






ArribaAbajoPierre París: Essai sur l’Art et l’Industrie de l’Espagne primitive

PIERRE PARÍS.- Essai sur l’Art et l’Industrie de l’Espagne primitive.- París. Leroux. 1903. (Dos volúmenes; 360 y 328 páginas; 323 y 464 grabados; 12 y 11 láminas y un mapa).

Tema, el del arte arcaico hispano, hasta no ha mucho apenas estudiado, ha venido adquiriendo en los últimos tiempos un interés excepcional merced a los notables trabajos a él dedicados por arqueólogos nacionales y extranjeros.

Un apriorismo injustificado había menospreciado las investigaciones ibéricas con una ligereza sólo comparable al entusiasmo que al presente despiertan, del cual es un ejemplo la obra de que hablamos.

Aún se recuerda la desconfianza con que una parte de las academias francesas acogieron los descubrimientos de las célebres pinturas prehistóricas de la cueva de Altamira. De recordar es hoy, el hecho de que, al no haberse encontrado repeticiones   —126→   del arte desconcertante y extraño de la famosa cueva cantábrica, aún serían tenidas por apócrifas sus singulares pinturas. De todos conocida es la insidiosa crítica que mereciera el estupendo hallazgo de las sorprendentes esculturas del Cerro de los Santos, que hoy conserva el Museo Arqueológico de Madrid, y que durante algún tiempo fueron consideradas como una de las más grandes falsificaciones existentes del arte antiguo. Y quién sabe cuánto esta desconfianza acerca de las supervivencias arcaicas hispanas pudo influir en el triste hecho de la venta del famoso busto de la Venus de Elche, que perdido para España, resplandece actualmente en lugar predilecto del Louvre.

A manera de reparación aparecen hoy en día obras como la de que hablamos (que nos fuera remitida parcialmente) y que como otras varias de su tendencia, han venido a dejar anticuadas e incompletas las «Historias del Arte» hasta no ha mucho publicadas. No es ya posible, en efecto, estudiar las manifestaciones artísticas de la antigüedad prescindiendo de las interesantísimas producciones que presenta la arqueología hispana. Así lo han comprendido recientísimos investigadores que como Pijoan consagran al pasado íbero una atención que no hubiera sido concebible antes de ahora.

Los estudios de L. Heuzey, la Memoria de A. Engel, patentizando la autenticidad de las esculturas del Cerro de los Santos, y otros trabajos, han atraído las miradas del mundo sabio sobre los restos del pasado ibérico, que no vacilamos en afirmar, encierra transcendentes sorpresas para la ciencia.

  —127→  

La obra de Pierre París, de Burdeos, Essai sur l’Art et l’Industrie de l’Espagne primitive es ya un indicio. Obtuvo dicha obra, publicada bajo los auspicios de la Academia de Inscripciones y Bellas Letras de París, éxito merecido, recayendo en ella el premio Martorell, de Barcelona, en el Concurso de 1902. Y nada más justo que el favorable recibimiento que a este trabajo dispensó la alta crítica. La intuición de Pierre París se hizo merecedora a ello.

Partiendo el distinguido sabio francés, de la autenticidad de los restos prehistóricos ibéricos, que vino a estudiar a la península, e impresionado por la potente personalidad y originalidad de los mismos, supuso que no podían ser únicos en su clase y emprendió sus exploraciones que dieron entre otros resultados el felicísimo hallazgo del busto de Elche, uno de los restos más interesantes del arte anterromano peninsular.

La obra de Pierre París resucitando, agrupando y analizando los restos inconexos, dispersos y hasta no ha mucho menospreciados de un arte antiquísimo, cuya importancia hoy todos admitimos, es una de esas contribuciones dignas del sabio, que no podrá olvidar la posteridad.

En espera de conocer mejor el trabajo de París, al que nos placería poder algún día estudiar más detenidamente, terminaremos las presentes líneas reproduciendo las generosas palabras con que el autor del Essai finaliza su tarea. Y son éstas:

Si la historia de la plástica de los Íberos es corta, nada en cambio tiene de vulgar; el busto de Elche la ilumina con su esplendor y esa obra maestra basta para su gloria.

  —128→  

[...]

Pláceme que el genio íbero resulte íntimamente unido con el genio griego, y que este libro, que quisiera haber escrito en honor de España, lo esté también en honor de Grecia, la gran iniciadora.






ArribaAbajoC. Rey de Castro: Congreso Científico Americano

C. REY DE CASTRO.- Congreso Científico Americano.- Reunido en Buenos Aires bajo los auspicios de la «Sociedad Científica Argentina». Actuación del delegado del Perú y del «Ateneo de Lima».- Barcelona 1912.- (Foliado en 4.º.- 66 páginas.- Imprenta de Luis Tasso.- Calle Arco del Teatro 21 y 23, Barcelona).

Carlos Rey de Castro, el distinguido diplomático y laborioso escritor peruano, que tan gratos recuerdos dejara entre nosotros, nos hace conocer en este trabajo, algunos pormenores relativos al Congreso Científico Internacional Americano que se celebrara en Buenos Aires del 10 al 25 de julio de 1910 al cual concurrieron, como es sabido, importantes personalidades de la ciencia hispanoamericana, y una de cuyas sesiones (21 de julio) fue presidida por los doctores Adolfo Posada y el mismo Rey de Castro, ambos amigos del Paraguay y autores de trabajos sobre el país. La nota saliente del opúsculo es la Memoria del propio Rey de Castro sobre «Los idiomas primitivos de América como factores psicopedagógicos», estudio ameno y de divulgación cuyas conclusiones son:

1.ª La formación del lenguaje está subordinada al progreso infinitamente lento de los instrumentos   —129→   cerebrales y vocales y de las costumbres sociales.

2.ª El espíritu de un pueblo o de una raza se refleja en su lengua respectiva, sirviendo ésta, a la vez, de fórmula y límite al espíritu.

3.ª El manejo de las voces de idiomas en que se ha llegado al más alto grado de abstracción y generalización, exige una capacidad psíquica correlativa.

4.ª Las lenguas americanas tienen características propias que las distinguen de las indoeuropeas y en las cuales juega papel relevante la onomatopeya.

La prensa argentina dedicó encomiásticos artículos a la actuación y trabajo del señor Rey de Castro, lo que no nos extraña. Entre nosotros Francisco L. Bareiro ya había dicho refiriéndose a él, en el folleto El Paraguay en la República Argentina:

Ha escrito mucho, en libros, folletos, revistas y diarios, y todas sus producciones, además de originales, deleitan e instruyen. Artista de la forma, pensador en cada línea, sujeta su vigorosa imaginación, bullente y siempre nueva, a una rigurosa lógica, resultando su estilo, según frase de un apreciado escritor, rebosante de calor, de verdadera poesía, a la par que de exactitud.






ArribaAbajoMaestrati - Gruyer - Fermín Didot: Las tres islas de la Epopeya napoleónica

MAESTRATI - GRUYER - FERMÍN DIDOT.- Las tres islas de la Epopeya napoleónica.- («El nido del águila.- Napoleón rey de la isla de Elba.-   —130→   El cautivo de Santa Elena»).- Un volumen en folio; 552 páginas. 15 láminas y 96 grabados.- Salvat y Cía. Editores. Barcelona (calle Mallorca 220).

En edición de lujo, artísticamente documentada con profusión de ilustraciones, los distinguidos editores Salvat, han aumentado las publicaciones de habla española, con la obra Las tres islas de la Epopeya napoleónica. Una vez más han demostrado los populares bibliopolas barceloneses la selección con que van aumentando su ya extenso catálogo y los progresos verdaderamente sorprendentes del arte tipográfico y editorial en la capital catalana, que compite hoy con los más importantes emporios de producción librera del mundo.

Poco podemos decir por nuestra parte sobre el tema de la obra mencionada. Cierto es lo que nos recuerdan acerca del particular los señores Salvat. Lo que pudiera denominarse literatura «napoleónica», bloque bibliográfico ingente, exige luengos años de investigación, y, como la literatura «cervantina» en España, viene dando origen a una pléyade de estudiosos especialistas a quienes el porvenir tendrá que agradecer la posesión de una base firme para la edificación de juicios definitivos.

Como el título indica, el lector encuentra estudiados en esta obra tres períodos de la vida napoleónica que poéticamente denominados «el nido del águila», «el reinado de la isla de Elba», y «el cautiverio en Santa Elena», corresponden a momentos que no pueden ser de mayor interés: los orígenes, la declamación y la desaparición del grande hombre. Excepcional éste, hasta en las más insignificantes   —131→   circunstancias de su vida, ofrece a la consideración de aquellos a quienes interese, lo que llamamos coincidencias, la realmente curiosa de que, tres islas, tres insignificantes y aislados puntos de la tierra, estuviesen vinculados misteriosa y fatalmente a existencia tan grande que casi llena ella sola durante un momento toda la tierra, y es ella sola el eje de la historia humana. Córcega, la bella y poética île de beauté, donde escribiera Séneca las páginas más conmovedoras que nos legara Roma; Córcega el pequeño retiro marmediterráneo que impresionara a Rousseau hasta el punto de llevarle a lanzar la profecía -en realidad inexplicable- de que un día aquella isla podría asombrar al mundo, tuvo el singular privilegio de engendrar al ser extraordinario que, bien o mal juzgado, es y será siempre uno de esos tipos de excepción de que se vale la humanidad en el transcurso de los siglos para realizar sus altos designios...

Menos conocida que la bella Córcega, Elba, la segunda isla napoleónica, aparece no obstante revestida de la importancia histórica adquirida por cuanto se relacionara íntimamente con la existencia del emperador.

Es curioso que la isla de Elba haya sido tan poco visitada hasta fecha reciente por los viajeros. Las ilustraciones de no ha mucho popularizaron algunas de las numerosas e interesantes supervivencias históricas que encierra. La obra de Gruyer, editada por Salvat, resucita la historia y la leyenda de la isla, sobre la que recayó de nuevo la curiosidad pública con motivo de la visita que realizara el rey Víctor Manuel.

  —132→  

Aprovechando éste un paréntesis de las maniobras navales, visitó con sus ayudantes y estado mayor, la villa imperial de San Martino que domina el mar a pocos kilómetros de Porto-Ferrajo. Sabido es que los sucesivos propietarios de la villa, han conservado cuidadosamente los recuerdos todos del emperador, y que, en especial, el príncipe Demidoff hizo de San Martino un verdadero museo napoleónico.

Nos hacen conocer las publicaciones de la época, que durante su visita, el rey de Italia se volvía frecuentemente hacia sus edecanes, los generales Brusati y Trombi, y les decía: «¡Qué hermosos recuerdos! ¡Qué piadosamente conservado se halla todo! ¡Se creería uno, verdaderamente, en la atmósfera del grande hombre!». Y felicitaba calurosamente al propietario actual, el ex diputado Pilade del Buono, que les hacía los honores de la casa. Al caer la tarde, el rey se retiró con sentimiento, volviendo aún la cabeza y prometiendo volver. Y luego, durante la comida, no habló sino de las maravillas conservadas en San Martino.

Esta visita regia basta para explicar el movimiento de curiosidad que devolvió esa isla olvidada a la actualidad europea.

Con este motivo, el gran público tuvo noticia de una cosa que sólo sabían algunos eruditos: que la isla de Elba no guarda sólo recuerdo de Napoleón, sino también de Víctor Hugo.

Sí; Víctor Hugo pasó tres años en la isla de Elba. ¡Y qué años! Aquellos en que se despertaran en él el alma, la palabra, la vida. No tenía sino mes y medio de edad cuando fue transportado desde Besanzón   —133→   a la isla de Elba. Su padre que era capitán en Besanzón, fue enviado de guarnición a Porto-Ferrajo y el pequeño Víctor quedó allí hasta los tres años cumplidos, fortificándose en aquel ambiente saludable y sereno. En la alcaldía de Porto-Ferrajo lo recuerda la siguiente lápida conmemorativa:

Aquí en Porto-Ferrajo, estuvo en su primera edad Víctor Hugo. Aquí nació su palabra, que más tarde, lava ardiente y sagrada, debía circular en las venas de los pueblos. Y quizás los tres años vividos en este ambiente, a que el hierro y la mar proveen de átomos, reforzando su cuerpo menudo y enfermizo, reservaban a la Francia el orgullo de haberle dado cuna, al siglo la gloria de su nombre, a la humanidad el apostolado de un genio inmortal.



Para ir a la isla de Elba se puede partir de Bastia o de Liorna, pero lo mejor es embarcarse en Piombino; sólo hay algunas horas de mar y cuando el Mediterráneo está calma, el viaje es encantador.

El aspecto de la isla es de los más seductores; la entrada del puerto agradable, y la villa de Porto-Ferrajo, clara y alegre. La villa de San Martino está a cuatro kilómetros de camino ancho y cómodo.

En cuanto a Santa Elena, la Isla del Ocaso, notable es el trabajo de Fermín Didot y en extremo interesante «Napoleón en el Destierro». De todos modos tienen razón los que creen que tal vez se ha fantaseado mucho sobre el tópico de este destierro; y a esta tendencia pertenece Fermín Didot, quien analiza la conducta de Hudson Lowe, el carcelero de Napoleón, y restablece (según testimonios entresacados   —134→   de la correspondencia oficial del Marqués de Montcheun, comisario de Francia en la isla) la verdad sobre el temor y respeto que, aún encadenado, infundía el Águila, herida en Waterloo «más bien por la mano de la Providencia que por el acierto de sus debeladores».

En suma puede repetirse que en la vida del célebre corso eran hasta no ha mucho mejor conocidos los días de gloria que los momentos de angustia que hoy pueden estudiarse imparcialmente, siendo Las tres islas de la Epopeya napoleónica una de las obras que mejor cumplen este cometido.

El Consulado y el Imperio -seriamente descritos por la pluma del que fuera ministro de Luis Felipe y primer presidente de la República francesa- era «cantera inagotable, de donde con los picos de la pluma, arrancaron compiladores y epitomistas sobrada materia para divulgar en compendios y manuales, las esplendentes proezas de las campañas de Italia, Prusia y Austria»; en tanto que la modesta infancia, la novelesca juventud y los tristes días del «bufonesco» reinado en Elba, o de la siniestra extinción de Santa Elena, no podían ser hasta ahora fácilmente conocidos por falta de obras autorizadas, y puestas al alcance del público, especialmente el de habla castellana, habiendo suprimido esta dificultad el esfuerzo realizado por la Casa Salvat, a la que una vez más felicitamos.



  —135→  

ArribaAbajoG. R. S. Mead: Neuf Upanishads

G. R. S. MEAD.- Neuf Upanishads.- Traduits en anglais par... et Jagadisha Chandra Chattopadhyaya. Traduction française de E. Marcault.- París 1905 (Un volumen en 8.º XVIII.- 187 páginas. Librairie de «L’art indépendant»).

G. R. S. Mead, el distinguido investigador, autor de obras tan novedosas y atrevidas como Fragments of a forgotten Faith, la genial reconstrucción del pensamiento gnóstico, y otros trabajos científicos, tradujo de la literatura sánscrita, para el público de habla inglesa, nueve tratados de los denominados Upanishads.

Esta traducción hecha por el orientalista Mead en colaboración con el escritor indo Jagadisha Chandra Chattopadhyaya, sirvió de base, a su vez a una versión francesa esmeradísima, la del profesor Emilio Marcault, a la que con inmenso retraso, que lamentamos, dedicamos hoy las presentes líneas.

Independiente del valor intrínseco de la versión del profesor Marcault, tiene el volumen titulado Neuf Upanishads, el mérito especial de ser el primer conjunto de dichos tratados que aparece en lengua francesa. Aparte de esto, se trata de una labor concienzuda digna del traductor, espíritu analista y minucioso, y asimismo digna de la materia, de suyo difícil y compleja.

Se ha dicho que si hay alguna literatura profunda y grandiosa es la literatura inda cuyas obras arrancaran verdaderas exclamaciones de asombro, cuando su aparición en Europa, a genios tan opuestos como el de Goethe y Lamartine. Pero, si hay producciones de índole complicada, son asimismo,   —136→   las sánscritas. Se diría que la enrevesada citología del panteón indo y los cincuenta signos del alfabeto devanagari pesaran sobre su arte literario. Su doble carácter grandioso y obscuro es constante. Y si en algún género de obras es inmediatamente manifiesto es en los Upanishads. Decía Schopenhauer refiriéndose a ellos: «No hay en el mundo estudio alguno... tan bienhechor y elevador como el de los Upanishads. Él ha reconfortado mi vida; él será el consuelo en mi muerte». Aún descartando la exageración y paradoja que pudiera haber en las palabras del acre pesimista3, hablando de «consuelo» bien se ve que los citados asertos le impresionaron profundamente. Pero los analistas y comentadores afirman, por otra parte, que estos tratados, vienen a ser, como la kabbalah hebraica, un laberinto filológico. Ni aún en las traducciones están contestes.

Es categórica la afirmación de Max Müller sobre el particular:

No quiero dar a entender que considero mi traducción actual como completamente desprovista de incertidumbre. Nuestros mejores críticos saben hasta qué punto estamos aún lejos de una comprensión perfecta de los Upanishads


(The six systems of Indian philosophy)                


He aquí pues, algo que debe tenerse en cuenta y que avalora el esfuerzo de los traductores Mead y Marcault. El mismo Max Müller desconfía de las versiones e interpretaciones de estas obras. Y acaso   —137→   el investigador inglés Mead, por la misma razón, quiso emprender este trabajo en colaboración con un indo escritor. ¿Lograron ellos y el francés Marcault vencer tales dificultades? Cabe sospechar que se habrán acercado a la meta, en lo posible, en lo hoy permitido, dado el estado de nuestros conocimientos filosóficos y filológicos. Pero ellos mismos saben cuántas dudas han aparecido en su camino, algunas de cuales señalan.

Para nosotros, algunas de dichas dudas, más que a otras causas, debieran achacarse a la estructura de nuestras lenguas occidentales modernas, pobres en cierto modo, comparativamente con el sánscrito, que sabido es llega a lo inverosímil de la sutilidad en las expresiones metafísicas y a lo extraordinario en transmutaciones y atrevimientos sintácticos.

De aquí viene que los traductores ingleses hayan tenido que valerse en sus versiones de unos mismos términos (self y Self, por ejemplo, en inglés; Moi, Soi, etc., etc., en francés) con variantes ortográficas, para designar conceptos que teniendo palabra propia en sánscrito, carecen de equivalente en nuestras lenguas. De aquí viene también el barbarismo adoptado por los traductores hispanoamericanos del «Mismo» con mayúscula y sentido sustantival; barbarismo que está pidiendo revisión por parte de los entendidos, y que hoy por hoy no aceptamos.

Los traductores Mead y Marcault han tenido presente al realizar sus respectivos trabajos las mejores ediciones existentes, así como los comentarios y estudios sobre el particular de los más renombrados orientalistas.   —138→   Los nueve Upanishads que han elegido, (el Isha, Kena, Katha, Prashora, Mundakya, Mândûkya, Taittiriya, Aitareya y Shvetâshvara) son muy interesantes, y dentro del orden de estas producciones, algunos de ellos llegan, hasta para profano, a la belleza literaria misma, que en estas producciones suele esfumarse perdida en la intrincada exposición oriental.

Importante nos parece la tarea realizada, y si concedemos más atención a ella de la que suele dedicársele, en nuestros ambientes, es instados por el deseo de despertar también entre nosotros la afición hacia estudios que hasta el presente han sido privilegio de los grandes centros culturales del mundo.

Por otra parte, aprovecharemos la ocasión para decir que no pueden ignorarse los orígenes, por remotos que puedan parecernos, de nuestra propia cultura. La mitología y filología comparadas han evidenciado que los Arios, Indos y Persas, Retoestavos y Germanos, Celtas y Griegos, o Romanos todos poseyeron una misma lengua y un mismo culto. Son nuestros antepasados primitivos y nos interesan. Fueron por lo demás una de las más excelsas estirpes de la tierra: «arios» los «nobles» los «fieles» los «leales» los «sinceros». Veinte siglos antes de Cristo ya eran viejos entre ellos los Vedas, estupenda e impresionante biblia que cada vez conmueve más hondamente la atención sabia mundial.

Y con estos Vedas están relacionados nuestros Upanishads. Sabido es que la ortodoxia habla de cuatro; el Rig-veda, o libro de los himnos (en el cual hay canto, como el 129 del libro X que no ha   —139→   sido superado en lengua alguna; el Yajur-veda o libro de los ritos; el Sama-veda o libro de los cánticos; y el Atharva-veda o libro complementario de las fórmulas, etc. Sabido es además, que en cada Veda hay los Mantras o verdaderos textos litúrgicos; las Brahmanas o prescripciones ceremoniales; y las Aranyakias, o instrucciones para los que se retiran a la vida contemplativa (de aranya, bosque). Los Upanishads pertenecen a este último género de escritos. No son en su mayoría tratados de tan remota antigüedad como los propios Vedas pero son producciones de suma importancia, en la literatura védica e interesantes para el estudio de la inda en general. Traduciremos, eligiendo al azar, alguno de los fragmentos más asimilables. He aquí uno del Kathopanishad y otro del Kandogya.

KATHOPANISHAD. (Primera sección. Primera parte).

1.- Vajashravara, un día, deseando una recompensa, hizo ofrenda de todo lo que poseía. Tenía, dice la historia, un hijo denominado Nâchiketas.

2.- (El cual) cuando llevaban la ofrenda, aunque todavía joven, entró la fe en él y se dijo:

3.- «Si se les retira el agua que beben y la hierba que comen (estas vacas de la ofrenda) han dado toda su leche y no tienen ya fuerza (para ser ordeñadas...). Aquellos que ofrecen dones como estos (condenados están), retornan (a la vida, al renacimiento)».

4.- (Entonces) dijo a su padre por dos veces:   —140→   «¡Oh querido (padre)! ¿A quién me donarás tú?». Su padre le respondió: «A la muerte te doy»4.

5.- Nâchiketas reflexionó:

«Parto de un gran número (de seres) y voy al seno de un gran número (de seres). ¿Qué es lo que Yama (la Muerte) hará ahora de mí?».

6.- «Mira hacia atrás y ve lo que fue de ellos antes... como el trigo, un mortal se destaca; como el trigo, renace».

7.- (Esto pensando) Nâchiketas se dirigió a la morada de la Muerte y en ella permaneció tres días, porque la Muerte estaba ausente. Cuando regresó, sus cortesanos le dijeron:

«Es como el fuego, cuando un huésped Brahman penetra en las casas. Para calmarle, los hombres le hacen una ofrenda. Trae agua ¡oh Vaisvasvat! (Muerte)».

8.- «Esperanzas, anhelos, comunión con los santos, palabras amables, sacrificios, caridades públicas, hijos, hacienda, todo esto, es arrebatado al insensato en cuya casa, permaneciera en ayuno un Brahman».

9.- Entonces la Muerte dijo5:

  —141→  

«Por estas tres noches que has pasado en ayuno en mi morada, ¡oh Brahman, huésped respetable!, todos mis respetos para ti; que el bien sea conmigo; demándame por ello tres dones en cambio».

10.- Nâchiketas respondió:

«Que Gotama (mi señor, padre) no esté ya inquieto, que se calme su espíritu y quede sin cólera contra mí, ¡oh Muerte!

Que me reconozca y acoja cuando tú me dejes partir. Éste es el primero de los tres dones que te pido».

11.- La Muerte añadió:

«Con mi asentimiento, tu padre Auddâlaki, el hijo de Aruna reconocerá (a su hijo) y será como antes. Dormirá sus noches en la paz y su cólera se desvanecerá, viéndote libertado de la boca de la Muerte».

12.- (Nâchiketas continuó):

«En el mundo celeste, no existe el menor temor, porque tú, (¡oh Muerte!), tú no te encuentras en él... El hombre no teme (en ese mundo) la vejez. Habiendo dejado tras de él el hambre y la sed, habiendo extinguido todo sufrimiento, él se regocija en el mundo celeste...».

13.- «Tu alma reverenciada, ¡oh Muerte!, conoce bien el Fuego que conduce al cielo; ¡muéstramele! porque yo estoy lleno de fe. En el mundo celeste se vive libertado de la muerte. Éste es el segundo don que te ruego».

14.- (La Muerte respondió):

«Ahora te lo declararé; presta oído; porque yo conozco, ¡oh Nâchiketas!, el fuego que conduce al   —142→   cielo. Sabe que este (fuego) encerrado en lugar secreto6 es, a la vez, el medio de llegar a los mundos sin fin y (también) a su base».

15.- (La Muerte) le describe entonces este Fuego, origen (fuente) de los mundos; y qué piedras (constituyen un altar); y cuántas y cómo (están dispuestas). Y (Nâchiketas) le repite, a su vez, lo que ella le había explicado (de tal suerte que) la Muerte transportada le repite aún7:

19.- «He ahí tu Fuego, Nâchiketas, el que conduce al cielo, el que tu pidieras como segundo don. A ti, en verdad, los pueblos referirán este Fuego. Pídeme tu tercer don, ¡oh Nâchiketas!».

20.- (Nâchiketas dijo):

«(Existe) esa duda famosa sobre el estado post-morten (sic) del hombre... Es -dicen los unos-. No es -dicen los otros-. ¡Esto es lo que yo quisiera saber de ti!8 Éste es mi tercer don».

21.- (La Muerte respondió):

«Los dioses mismos, en otro tiempo, dudaron sobre este punto.

En verdad, no es punto éste fácil de conocer. Sutil es esta ley. Pídeme, ¡oh Nâchiketas!, otro don; no me obligues; relévame de éste...».

22.- (Nâchiketas replicó):

  —143→  

«En verdad, los dioses dudaron sobre este punto; y tú, ¡oh Muerte!, afirmas que es difícil conocerle. ¡Nadie como tú para hablar de él (sin embargo)! ¡Y no hay otro don que pueda igualarse a éste!».

23.- (La Muerte continuó):

«Pídeme hijos centenarios y nietos también; abundantes rebaños, caballos y elefantes; oro, pídeme, y extenso territorio; y vive tú mismo tantos años como sea tu voluntad...».

24.- «Pídeme un don como éste, si le juzgas bueno; la riqueza y el medio de vivir mucho tiempo... Sobre la tierra inmensa; ¡oh Nâchiketas!, sé rey. Yo calmaré todos tus deseos...».

25.- «Deseos difíciles de realizar sobre la tierra; de todo esto demándame cuanto te plazca... Ninfas con sus carros y sus laudes; jamás los mortales tuvieron sirvientas semejantes: yo te las entrego. Pero no me interrogues, ¡oh Nâchiketas!, acerca de la Muerte...».

26.- (Nâchiketas respondió):

«¡Cosas de un día!... Toda vida es corta... Para ti los carros, para ti las danzas y los cantos».

27.- «Ningún hombre puede estar satisfecho con la riqueza. ¿Tendremos nosotros bienes (¡oh Muerte!) en tanto te percibimos?

¿Poseeremos la vida en tanto tú reines?

El don que he pedido (ése) es el que me conviene».

28.- «¿Qué hombre mortal, sujeto aún a la decrepitud, entre los dioses inmortales e imperecederos, conociendo y comprendiendo sobre la tierra los goces de la belleza y sus favores, qué hombre se regocija de la vida, por larga que ella sea?».

  —144→  

29.- «Aquello por lo cual los hombres tienen esa duda: ¡oh Muerte!, lo que acerca de ella hay sobre el gran más allá, enséñame. ¡Nâchiketas no pide otro don que éste que va hasta el secreto (de todas las cosas)!».


Así dice en su primera parte este Upanishad que nos hacen conocer el inglés Mead y el francés Marcault. Si hubiésemos de detenernos no ya a comentar sino a enumerar los diversos fragmentos llenos de belleza y sugestión que aparecen entre los nueve tratados elegidos por los citados traductores, nos saldríamos de los límites que debe tener una noticia como la presente. Nos resistimos, empero, a la tentación de dejar asimismo traducido aquí unos párrafos de un Upanishad (no incluido en la obra que motiva estas líneas) que tomamos de otra colección, y que puede asimismo dar idea, por lo menos desde el punto de vista literario de este género de producciones. Nos referimos al Khandogya Upanishad (prapathaca VII; khanda I) que dice así:

1.- Narada acercose a Sanatkumâra (un día) y le dijo: «¡Enséñame, Señor!». Sanatkumâra le contestó: «Sírvete decirme lo que tú sabes; yo te diré después lo que hay todavía más allá».

2.- Narada dijo: «Yo conozco el Rig-veda, Señor, el Yajur-veda, el Sama y el Atharva... Y también el Itihasa-purana. Y el Veda de los Vedas (la gramática); el Pitrya (ritual para el sacrificio por los antepasados); el Rasi (ciencia de los números); el Daiva (ciencia de los prodigios); el Nidhi (ciencia del tiempo); la Vâkovakya (lógica); la Ekâgana (ética); la Devavidya (etimología); Brahmavidya (pronunciación); Siksha (ceremonial); Kalpa (prosodia);   —145→   la Bhûta-vidya (ciencia de los demonios; la Kshatra-vidya (ciencia de las armas); Nakshatre-vidya (astronomía); la Sarpa y Devagana-vidya (ciencia de las serpientes y venenos, y de los genios perfumes, danza y juego). Todo esto es lo que yo sé».

3.- «Mas, con todo esto, Señor, yo conozco únicamente los Mantras (fórmula de vibración especial); conozco los libros sagrados pero yo no Me conozco. Y he oído decir a hombres como tú, que el que se conoce vence a la tristeza. Y yo estoy triste, Señor. ¡Ayúdame a vencer esta mi tristeza!».

Sanatkumâra respondió: «Todo cuanto has leído se reduce finalmente a un solo nombre».

4.- «Un nombre es el Rig-Veda, "Todo no es más que un nombre solo". ¡Medita en ese nombre!».


¿Podríamos juzgar la literatura inda por pequeños fragmentos, inconexos, que pasaran por varias lenguas antes de llegar a la nuestra, y tomados al azar entre centenares de producciones de su inmensa y proteica literatura? Ni por estos fragmentos, ni por otros cien, sin un estudio profundo y disciplinado de la lengua, mentalidad e ideas filosóficas y religiosas que la informaron. Si no entendemos a Hesiodo, por ejemplo, en su Erga kai hemerai, con sólo traducir del griego, menos podremos penetrar el sentido de creaciones tan separadas de nosotros por los siglos y el ambiente como los Puranas o los mismos Upanishads. Pretender juzgar de estas obras dado el usual bagaje de conocimiento que sobre ellas poseemos, es una herejía mental comparable a la de querer juzgar el Talmud o la kabbalah hebraicas con el hebreo que se estudia en los seminarios   —146→   y los datos que nos aportan los manuales. No ya estas producciones, que aparte de algún fragmento literario (como los que hemos traducido) son místicas, filosóficas o religiosas; sino las exclusivamente literarias de los pueblos de habla sánscrita, son inabordables para nosotros sin pacientes y penosas preparaciones y sin esa previa depuración mental que sigue a las severas disciplinas.

Un célebre pensador, feliz en ocasiones en sus juicios, Pompeya Gener, tiene, en apoyo de cuanto decimos; párrafos brillantes. En su Historia de la Literatura dice:

La parte fabulosa de tal literatura es inabordable por el estudio. Es tan difícil penetrar en ella como lo es al explorador europeo entrar en los bosques milenarios del Himalaya. La atención más robusta se pierde en medio de las ficciones, como un elefante en la espesura de los bambúes y de las lianas. Entre la inteligencia europea y el alma inda se levantan cien millones de dioses monstruosos, cambiantes, multiformes, que se desvanecen para reaparecer transformados por una continua metamorfosis... En la India el análisis es tan difícil como el apostolado y la conquista...

[...]

El drama, como el poema hindo, reúne todos los extremos y todos los contrastes. Lo mismo tiene catorce actos o veinte cantos, que se reducen a una escena o a un solo ditirambo. Hay en ellos metros de cuatro sílabas, y versos colosales, desmesurados, como los reptiles de las primitivas épocas geológicas, que tenían colas de ciento cincuenta pies. Tan pronto es todo un pueblo de personajes el que se nos presenta, hablando cada uno de por sí, como es   —147→   uno solo, un ventrílocuo que recita un monólogo con réplicas de voces lejanas.

[...]

De esta literatura podríamos decir que el desarreglo es su regla. En un abrir y cerrar de ojos sus escenas pasan de la Tierra al Cielo. Y los monstruos lo mismo que los animales y los seres humanos, intervienen en ella de la manera más imprevista... El genio hindo ha designado a cada pasión, a cada sentimiento, un color determinado bajo la protección de una divinidad especial... En cada acto del drama, o en cada pieza dramática un color predomina y lo invade todo. Así la escena se empavesa del color que en ella domina. Y hay dramas Blancos, Oro, Encarnados, Azules, Morados, etc.

[...]

El Teatro, en especial, no sólo es polícromo, sino también políglota. Los personajes principales hablan de sanscrito, la lengua sabia y sagrada ininteligible al vulgo profano. La heroína se sirve del pracrito, lengua dulce y arrulladora, que es a sanscrito lo que el italiano al latín. Sus sirvientas y amigas hablan un dialecto menos puro. Los mercaderes, los soldados, y demás gente subalterna no pueden emplear más que un caló grosero según los oficios u ocupaciones de los que lo hablan...


Y en síntesis añade:

¿Qué le queda, pues; a esa literatura, se nos preguntará, a esos poemas y a ese Teatro desbordante de mitología desenfrenada, pero desprovisto de heroísmo, de vis cómica y de interés trágico?

[...]

Dos cosas que compensan estas lagunas: el sentimiento de la Naturaleza y la sublimidad del amor. El paisaje y la mujer, profundamente sentidos, he aquí sus dos grandes atractivos, más superiormente   —148→   sentidos que en nuestras literaturas modernas; esto es lo que da a la literatura postbrahmánica un encanto de que carecen nuestras letras europeas.


Algo más podría Gener haber encontrado de característico en la literatura de que habla y algo menos en sus deficiencias. Bien que el ilustre crítico especifique hablando de un período postbrahmánico, para nosotros hay heroísmo e interés trágico en el arte indo. Lo hay en las grandes epopeyas Ramayana y Mahabharata y no se comprende por qué habría de interrumpirse la existencia de estos sentimientos en épocas determinadas. Y la misma vis cómica, que Gener niega, será palmaria, evidente, para quienes hayan leído entre otras cosas el Hitopadeça y otros libros de su género tan abundantes en la antigua literatura inda. Pero no hemos de extendernos más.

Lleguen, al maestro Mead, nuestras palabras, en lo que tengan de alentadoras para el amigo que siempre recordamos desde su brevísima estadía en el Palacio Jifré de Madrid; e igualmente al antiguo compañero y amigo profesor Marcault a quien adeudábamos luengo tiempo ha un juicio sobre sus Neuf Upanishads, lamentando que éste haya consistido en las desautorizadas líneas presentes.

D. P.







  —149→  

ArribaAbajoRevistas

(La Revista histórica de Montevideo)


En extremo interesante, como siempre, la REVISTA HISTÓRICA, de Montevideo (n.º 18, tomo IV), publicada por el Archivo y Museo Histórico Nacional, y dirigida por el prestigioso intelectual don Luis Carve. Su sumario es el siguiente: Palomeque: Movimientos políticos de 1853; Dirección: Apuntes históricos sobre el descubrimiento y población de la banda oriental; M. Berro: Autobiografía de Francisco Martínez; Barbagelata: Anotaciones en la «Memoria de los sucesos de armas que tuvieron lugar en la guerra de la Independencia de los Orientales con los Españoles y Portugueses, y en la guerra civil de la Provincia de Montevideo con las tropas de Buenos Aires, desde 1811 hasta 1819»; Blanco Acevedo: «Historia de Alvear con la acción de Artigas en el período evolutivo de la Revolución Argentina de 1812 a 1816» por G. F. Rodríguez; Fernández Saldaña: Pintores y escultores uruguayos; La Dirección: Los Mensajes; Diario de la guerra del Brasil del ayudante J. Brito del Pino, desde 1825 a 1828; Historia del Congreso de la Capilla Maciel; José Salgado: Diario de la expedición del brigadier general Craufurd; H. D. Fajardo: Alejandro Magariños Cervantes; Castro López: Pampillo en Montevideo; Sierra y Sierra: Prehistoria; Fernández Medina: Síntesis de Historia literaria; F. Varela: don Santiago Vázquez; etc.

Nos ocuparemos de algunos trabajos de esta publicación en nuestro número próximo.

  —150→  

De importante trabajo puede calificarse el aparecido en la Argentina como «Número único» de una publicación consagrada a manera de homenaje a la memoria del padre Bolaños. Consiste en una colección de estudios de interés especial para el Paraguay y tiene el título siguiente:

A FR. LUIS DE BOLAÑOS / Apóstol de la Fe / Fundador de Pueblos / Hervio en virtudes / y en obras prodigioso / LA PROVINCIA FRANCISCANA DE LA PLATA / interpretando / la veneración y el cariño / de las / generaciones de trescientos años / que le / reconocen «Precursor» / de su civilización / este homenaje dedica y consagra 1629, 11 de Octubre 1913 / Buenos Aires / Convento Franciscano.



No sólo importante para el estudio de la historia religiosa rioplatense es el trabajo que han realizado los venerables padres franciscanos que forman la «Provincia» del Río de la Plata. Para el conocimiento de los obscuros días de la Conquista; para la investigación de las antiguas misiones civilizadoras, para el restablecimiento de la verdad histórica sobre tiempos aún no suficientemente conocidos, es una labor en extremo valiosa. Consagración histórica de un Héroe singular y simbólico, prototipo legendario y venerable del misionero hispano, lleno de fe y unión, iluminado, abnegado; el padre Bolaños, es el Homenaje realizado, una obra loabilísima, que debemos agradecer con los amantes de la piedad religiosa, los interesados en el estudio de la historia.

Colaboran en este homenaje las mejores plumas religiosas y profanas del Río de la Plata, ofreciendo ya el resultado de sus investigaciones, ya palabras   —151→   de amor y de aliento. Encabezan la colección los distinguidos padres fray Julián B. Lagos, superior de Orden en la Provincia; el ilustre arzobispo de Buenos Aires y el excelentísimo señor Internuncio, con oportunas palabras de recuerdo. Siguen después colaboraciones del general Mitre; de Guido Spano; de los ilustrísimos señores obispos Abel Bazán y Zenón; de Ricardo Rojas; de Monner Sans; de los padres Villalba, de la Cruz Saldaña; Melián Lafinur; y entre otras no menos importantes aparecen tres contribuciones debidas a plumas paraguayas, una debida a don Juansilvano Godoi, otra al padre Maíz, y la tercera al distinguido y personalísimo poeta, que labora en la Argentina, pero que es considerado en el Paraguay como una esperanza de las letras patrias: Eloy Fariña Núñez.

Treinta y siete ilustraciones y numerosos autógrafos, avaloran y documentan científicamente los trabajos, figurando entre ellas, reproducciones de cuadros antiguos; retratos; facsímiles de obras antiguas en guaraní; paisajes, localidades y escenas de lugares relacionados con la vida de Bolaños, etc.

HOJAS SELECTAS, de Madrid, publicación de la Casa Salvat, de Barcelona, (número 6, año XII) nos presenta un trabajo descriptivo, bellamente ilustrado, sobre una nueva colección francesa: el Museo Jacquemart-André, ya del dominio público. Y es alentador observar como en medio del medioevalismo batallador de que aún no ha salido nuestra civilización, surgen empero por doquier las más delicadas, las más exquisitas demostraciones de una cultura, una generosidad y una elevación de alma   —152→   que pocas veces en la historia habrán sido tan frecuentes como en estos últimos tiempos. El caso de espíritus superiores y abnegados que consagran una existencia entera a aglomerar tesoros y maravillas que luego legan a su muerte, desinteresadamente, aumenta cada día, tendiendo a dotar a los Estados de masas enormes de arte, de riqueza, de saber ante las cuales, en breve, serán insignificantes las más célebres colecciones del pasado.

Con varios grandiosos legados se han enriquecido últimamente Francia, España y otras naciones. La primera nación, con el Museo de que hablamos y la dotación de la Biblioteca Thiers. La segunda nación entre otras donaciones, con las de 40.000 volúmenes de la admirable Colección Menéndez Pelayo, etc. Y para dar una idea de lo que estas grandiosas herencias nacionales significan: Hablemos de las dos primeras.

Cumpliendo la última voluntad de la señora Jacquemart-André cuyo nombre llevará el nuevo museo francés, los cuadros y tapices de la soberbia colección quedarán colocados en las estancias del magnífico palacio del bulevar Haussmann, tal como los dispuso en armonía de conjunto la experta mano de la legataria sin que se parezca en nada la admirable composición a esas monótonas galerías y salas de cuyas paredes cuelgan los cuadros y en cuyos ángulos se alzan las esculturas en repulsiva confusión de lo bueno, en el Museo Jacquemart-André, muebles, tapices, cuadros y estatuas adornan los salones con todo el esplendor de las mansiones suntuosamente alhajadas para la vida artística. Consta el edificio -tal como se nos describe en   —153→   la revista citada- de un cuerpo central flanqueado por dos alas y la entrada se abre bajo una vasta marquesina de vidrieras que da paso a un patio decorado con sobria elegancia desde el que se entra a los diversos departamentos de la magnífica morada convertida en museo.

«Por la valía de las obras y el renombre de sus autores bien puede afirmarse que ninguna otra colección particular aventaja, ni siquiera iguala a la que hoy es propiedad nacional de Francia con el título de Museo Jacquemart-André. El origen de esta colección se debe a M. Eduardo André, que nació en 1833 de familia acomodada, pues su padre era banquero y pudo proporcionarle la esmerada educación que en aquellos tiempos recibían en colegios de nota los hijos de la aristocracia de la sangre y del dinero. Dio el niño André evidentes pruebas de su amor al arte, y cuando ya hombre, dueño por natural herencia de la pingüe fortuna de sus padres, resolvió emplear gran parte de ella en la adquisición de obras raras de arte. El gusto por las armas llevole a la milicia e ingresó como oficial en el batallón de guías de la emperatriz Eugenia con el que tomó parte en las campañas de Italia, y en la expedición a Méjico, ascendiendo hasta mariscal de campo. Como los ocios de la paz enervaran algún tanto su temperamento cuya índole hondamente artística no podía hallar satisfacción en la vida de fiestas y placeres mundanos, que al elemento militar ofrecía con tanta frecuencia el segundo imperio, se retiró de la milicia en 1863 para dedicarse con entera libertad a sus aficiones artísticas, reuniendo poco a poco las más hermosas obras de su   —154→   colección. En aquella época no se había despertado todavía entre anticuarios, aficionados y coleccionistas la áspera y muchas veces desleal porfía por la adquisición de obras artísticas, que posteriormente llegó a extremos inverosímiles sin retroceder ante la falsificación y el engaño. Se relacionó Eduardo André con los principales anticuarios de Europa especialmente de Italia y Francia y gracias a su congénita intuición artística a su innata facultad de discernir entre lo auténtico y lo apócrifo, entre el mérito aparente y el real, descubrió magníficos cuadros cuya valía ignoraban sus poseedores y pudo adquirirlos a precios que hoy nos parecen inverosímiles por lo módico. Un retrato de Rembrandt le costó 25.000 francos, otra obra del mismo autor "Los discípulos de Emaús", la adquirió por 15.000 sin tener en cuenta el que la vendía su imponderable mérito artístico, pues Rembrandt logró en ella por procedimientos de extrema sobriedad un efecto de vigor insuperable. Uno y otro cuadro del famoso maestro flamenco se estiman hoy en 500.000 francos cada uno. El delicioso cuadro de Fragonard: "La primera sesión de la modelo" de asombrosa virtuosidad, costó entonces 20.000 francos y está actualmente tasado en un millón. Adquirió un Donatello por 3.000 francos, un Goya por 400, y una guache de Guardi por 310.

Sucedía esto hacia el año 1872, cuando quiso la suerte que en una tertulia de sociedad le presentaran a una joven pintora la señorita Nelie Jacquemart, discípula aprovechadísima de Léon Cogniet, y muy renombrada a la sazón en París por su talento artístico pues había pintado los retratos al natural   —155→   de personajes tan conspicuos en aquella época como Víctor Duvuy, el general Paladines, el mariscal Cawobert, el cardenal Perraud y el presidente Thiers. Entablada la conversación preguntole André a la señorita Jacquemart si tendría inconveniente en pintar su retrato, y como ella aceptase gustosa el encargo hubo de ir André a su taller para servirle de modelo, y en el curso de las sesiones pudo apreciar perfectamente el gusto artístico, la inteligencia y la energía de la que al cabo de nueve años, en 1881, había de ser su esposa.

Cuando la señorita Jacquemart ascendió a la categoría social de señora de André, dio de mano a los pinceles para acompañar a su esposo en la infatigable pesquisición de obras artísticas. Todos los años, por primavera, marchaba el matrimonio a Italia, y como entonces no regían leyes prohibitivas de la exportación de obras de arte, trabaron íntimas relaciones mercantiles con los anticuarios de la península, con los aficionados y más particularmente con los descendientes arruinados de familias de vieja estirpe de cuyos palacios proceden la mayor parte de los tesoros artísticos que en sus anuales excursiones adquirían los cónyuges, tomando la delantera a otros pesquisidores y sobre todo, al sagacísimo Bode director del Museo de Berlín, quien muchas veces se encontró con que el matrimonio André había descubierto y adquirido pocos días antes el codiciado tesoro.

De esta suerte se llevaron a Francia el famoso fresco de Tiépolo que adorna la elegante escalera del palacio del bulevar Haussmann y representa la "Visita de Enrique III a la quinta de Mira". El pintor   —156→   Florentino conmemoró este episodio dos siglos después de acaecido, en la pared del salón principal de la quinta tan galantemente visitada por el monarca. En 1593 la quinta era propiedad de un griego llamado Demetrio Homero a quien Eduardo André ofreció 22.000 francos por el fresco de Tiépolo. No se hubiera mostrado el coleccionista tan espléndido con la oferta y de seguro que Homero consintiera en ceder una pintura cuyo mérito estaba muy lejos de estimar, ni mucho menos de que con el tiempo llegaría a valer más de un millón de francos. Así fue que cegado por la que le parecía suma exorbitante, no sólo cedió el fresco sino además un amplio entrepaño con dos otras figuras del Tiépolo y dos hermosos leones de piedra que, sentados hoy sobre la marquesina vidriada del Museo, reciben con serena inmovilidad al visitante.

Más todavía que la habilidad mercantil demostrada por Eduardo André en la compra a tan bajo precio de tan hermosa obra de arte, es de alabar el tino con que procedió a su arranque y transporte sin que sufriera el más leve deterioro. Al efecto se aplicó contra la pintura una tela muy recia y fuertemente encolada, dejándola así algunos días hasta que, adherida por completo, se arrancó la tela, quedando en ella fijada la tenue capa de estuco sobre que estaba pintando el fresco. Arrollada la tela se embaló cuidadosamente despachándola para la capital de Francia, en donde se aplicó sobre el revés de la pintura otra tela más fuertemente encolada todavía que la primera. Al cabo de algunos días, cuando ya estuvieron secas se arrancaron ambas telas una tras otra y el fresco apareció intacto sobre el   —157→   envés de la segunda tela. Esta operación se llevó a cabo con sumo cuidado y no dejó de causar serias inquietudes por tratarse de una obra cuyo deterioro involucraba, aparte de la pérdida material, la mucho más deplorable que suponía su valor artístico. En cuantos la presenciaron, según se asegura, produjo análoga impresión a la de esas operaciones quirúrgicas de cuyo acierto depende la vida del enfermo y su casi milagrosa curación.

Los más escrupulosos peritos evalúan en cincuenta millones de francos las obras de arte coleccionadas por los esposos André; pero el ya mencionado señor Bode, director del Museo de Berlín, que conocía el verdadero valor de tantas preciosidades y deploraba amargamente no haberlas podido adquirir, las tasaba en cien millones.

La apertura al público del Museo Jacquemart-André fue una sorprendente revelación, pues la generosa viuda que tan espléndido legado ha hecho a su patria no consintió en vida que visitaran su colección gentes desconocidas, reservando la entrada en sus salones a los huéspedes ilustres, príncipes extranjeros, reyes destronados y personajes de nota, que admiraban en el palacio del bulevar Haussmann tesoros artísticos que ni hubieran podido imaginar.

Muerto su esposo, madame Jacquemart-André llevó más lejos aún sus pesquisas y trajo algunas obras notables de la India; pero aunque fue tan asidua en su labor como su difunto esposo, sobresale más que por nuevas adquisiciones de obras maestras, por la colocación que supo darles en elegante conjunto. Es preciso ver el Museo para advertir hasta dónde alcanzaba el exquisito gusto de aquella mujer adorablemente   —158→   artista, pues lo que presta a la colección su carácter único e incomparable es el decorado. El palacio del bulevar Haussmann no contiene más que muebles de estilo y época, en estancias decoradas según el mismo estilo de los muebles, con tapices y entrepaños de la época, espléndidamente alhajadas con cuadros o esculturas pertenecientes también a la misma época de los muebles, pues no puede calificarse aquel edificio de Museo por el estilo de los que vemos con mucha frecuencia en los capitales populares con sus alas vastísimas que parecen corredores de cuartel o claustros de conventos, sino que es un suntuoso palacio particular alhajado con infinidad de obras de arte.

Al morir la señora de André, en mayo de 1912, no sólo cumplió los deseos que le había manifestado su esposo, sino que, aparte de ello dio pruebas de su modestia, ya que hasta después de muerta y abierto el testamento, nadie supo el destino que confería a su palacio y a las obras de arte contenidas en él.

Entre los tapices de Beauvais que penden de las paredes del Museo Jacquemart-André hay algunos que el difunto coleccionista pudo encontrar el año 1870 en una vieja mansión cerrada desde 1789 en que sus moradores emigraron a Suiza. El primer piso del Museo tiene tres espaciosos salones, uno de ellos dedicado al Renacimiento italiano, otro a los pintores flamencos y el tercero al siglo XVIII.

Ocupan sitios de honor los lienzos de Rembrandt, Van-Dyck, Hals, Ruydae, Rubens, Fragonard, Watteau, Chardin, Natier, Greuze y Boucher, aparte de magníficos tapices de los Gobelinos y de   —159→   Beauvais y de mármoles y tierras cocidas de Pigalle, Pajon Lemoine y Falconet. Entre los mármoles antiguos hay una "Victoria" notabilísima por su noble al par que ingenua actitud.

De los retratos son dignos de mención el del fundador del Museo, Eduardo André, debido al pincel de Winterhalter, que representa al retratado en uniforme de mariscal de campo. Se ven también otros dos hermosos retratos: el de "Un franciscano" pintado por Murillo, y el del doctor Arnaldo Tholinx, de Rembrandt.

El Museo, es como hemos dicho propiedad de la nación; pero el legado quedó protocolizado a nombre del Instituto de Francia, que tomó posesión del edificio con todas sus pertenencias en el mes de mayo de 1913, resolviendo que el Museo quedase abierto a todos los ciudadanos los domingos, de 1 a 4 de la tarde, reservándose la mañana de los mismos días para que los aficionados, obreros, artistas y estudiantes pudieran dedicarse a trabajos de observación, crítica y copia. Los jueves son días de pago, desde las once de la mañana a las cuatro de la tarde.

El Instituto de Francia ha nombrado conservador del Museo a monsieur Emilio Bertaux, catedrático de Historia del Arte en la Sorbona y famoso entre profesionales eruditos y aficionados por sus notables estudios sobre la España meridional y especialmente sobre la Italia meridional.

La víspera de la inauguración quedó terminado el Catálogo, que fue de labor en verdad espinosa, pero llevado a cabo con insuperable escrupulosidad y tino. Ejemplo de ello tenemos en el curiosísimo   —160→   entrepaño pintado al óleo por Carpaccio, cuyo asunto ponía en confusión a los inteligentes. ¿Qué representaba aquella placentera cabalgata de nobles damas que se presentan ante un venerable varón acompañada de un clérigo de rizada cabellera? El señor Jorge Lafenestre miembro del Instituto logró hallar tras pacientes indagaciones el significado del asunto en un pasaje del Canto primero de La Tebaida, de Boccaccio. El cuadro representa la embajada que Hipólita, reina de las Amazonas, envió a Eneo, rey de Atenas. La perplejidad tenía por causa que todos los personajes visten a manera del Renacimiento.

Seguramente que los extranjeros que vayan a París no dejarán de visitar los nuevos tesoros artísticos con que el patriotismo de los legatarios ha enriquecido a la nación francesa, para ejemplo de los coleccionistas y aficionados de otros países, que también podrían enriquecer al suyo en legados, si no de tanto valor y cuantía, al menos bastante estimables para constituir el núcleo de futuros museos».

Hasta aquí el Museo Jacquemart-André. ¿Y el legado de la colección Thiers? Desde 25 de noviembre del año anterior la gran biblioteca del autor de la Historia del Consulado y el Imperio, es pública, pudiendo visitarse los martes y jueves de una a cinco de la tarde. Para entrar en ella es necesaria una autorización del Instituto.

La Biblioteca ocupa el antiguo hotel de la plaza Saint-Georges, legada al efecto por la señorita Dosne a las cinco academias.

Según el deseo de la donante, el edificio íntegro   —161→   debe ser consagrado a la Historia, la ciencia preferida del célebre político.

Thiers, contra lo que pudiera creerse, no dejó una enorme biblioteca, sin duda por haberse especializado mucho en la elección. La totalidad es simplemente de 20.000 volúmenes, pero hay que tener presente lo que representa esta cifra si se advierte que sólo se refiere a obras referentes a historia moderna desde 1789. El mérito de la biblioteca, en lo que ésta es un verdadero tesoro, es en la cantidad de obras sobre la Revolución, sobre los acontecimientos de 1848 y sobre la Comuna de 1871, los tres períodos más relacionados con la vida de Thiers ya como historiador, ya como hombre de Estado. Una de las más preciosas adquisiciones de esta biblioteca, fue la hecha en 1911, de la colección imperial y militar formada por Henri Houssaye.

La Biblioteca Thiers, actualmente, no ocupa más que el piso segundo del edificio con que ha sido legada. La sala de lectura es el antiguo gabinete de trabajo de Thiers. En ella están expuestos en una vitrina, encima de la chimenea, diversos objetos ofrecidos al libertador del territorio: las llaves de Belfort, un reloj de Besançon regalado por los patriotas del Franco-Condado; y los retratos de los cuatro últimos soldados alemanes que volvieron a pasar la frontera rumbo a su país.

El primer piso ha quedado intacto; la alcoba del hombre de Estado. Situada en el centro de la casa, de la parte del jardín, está precedida de una vasta antecámara adornada con pinturas sacadas de Velázquez. Era Thiers muy aficionado a las buenas copias de las obras maestras.

  —162→  

En la alcoba, bajo un dosel de seda verde, se ha colocado el pequeño catre de campaña de que se servía en todas partes Thiers y en el cual murió en Saint Germain. El resto del mobiliario, burgués y modesto, son algunos sillones forrados, sillas negras, y mesitas monogramadas. A los dos lados de la puerta, unos estantes con libros de consulta, y una selección de clásicos. Y encima de las vitrinas, dos copias más: «El festín de la casa de Leví» del Veronés, y la «Presentación de la Virgen» del Tiziano.



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ArribaAbajoEscrituras indescifrables

Signos y letreros que nadie ha podido leer


Parece imposible que nuestra época, que interpretó los jeroglíficos egipcios, que sorprendió el mecanismo de las escrituras cuneiformes y que se apoderó del sánscrito, haya sido impotente para descubrir el secreto de tantas otras escrituras cuyo conocimiento sospéchase aclararía para siempre no pocas dudas irresolubles... No hablaré del problema de las letras celtibéricas, aún hoy dudosísimo, ni de otros que están en vías de aclaración. Citaré solamente casos concluyentes.

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Inscripción del Monte Horquera.

Sin salir de España, encontraremos las diversas inscripciones de que habla Góngora (Antigüedades prehistóricas de Andalucía), todas completamente indescifrables. Podría decirse de alguna de ellas   —164→   que más bien pudiera ser simple dibujo que verdadera inscripción, pero otras son indiscutibles restos de una escritura tan enigmática como la raza que la empleara.

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Una hoja del Códice Troano.

En las cuevas de Carchena, en Fuencaliente, Batanera, Zuheros, Nacimiento y otros lugares de la Andalucía desconocida abundan inscripciones de este género, una de las cuales, encontrada no lejos de Torre del Puerto, en el monte Horquera, cortijo de las Cumbres, es la representada en uno de nuestros grabados. Doy también muestra de los   —165→   signos encontrados en la Cueva de los Letreros, a kilómetro y medio de Vélez-Blanco (Almería). De la importancia de estos signos nada he de decir, sino que tienen no poco parecido con otros que he observado en ciertos restos prehistóricos americanos y con las casi desconocidas escrituras en forma de copa, de que no conozco sino una sola mención.

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Un párrafo escrito en kippos.

No creo a los que me aseguran que los signos de Vélez-Blanco sean «toscos dibujos sin importancia». Éste es el cómodo procedimiento que empleó Heide cuando tropezó con los caracteres cuneiformes, «simples adornos caprichosos -según él-, de cualquier escultor». Aunque no creo que estos caracteres de Vélez-Blanco sean la clave de otras tablillas babilónicas, afirmo tienen suficiente interés para ser estudiados. Fuera ya de España, otra de las escrituras indescifrables que conozco es la encontrada   —166→   en la extraña isla de Pascua, la misteriosa isla perdida en el Pacífico, a 412 kilómetros de la costa más cercana... En esta isla, poblada de cientos de estatuas colosales, eternamente erguidas ante un horizonte solitario, perduran restos de una civilización desconocida, en la cual la escritura era jeroglífica. Han dado idea de ella algunos viajeros, especialmente D’Axieri y Pierre Loti (L’île de Pâques, página 332), mas, aunque se conoce el significado de algunos signos y aun la dirección de su lectura (en zigzags), nada se sabe de su verdadera clave, perdida Dios sabe hasta cuándo, con sus primitivos poseedores9. ¡Quién sabe las revelaciones que encerrará tal escritura para la historia de América, con cuyos jeroglíficos guarda tanta semejanza!

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Inscripciones de la Cueva de los Letreros, en Almería.

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En el Nuevo Mundo, lo característico en las escrituras es lo indescifrable. La clave de la escritura AZTECA no ha sido encontrada. De la escritura MAYA del Yucatán se conocen 71 signos, por el español Landa, y otras particularidades por el admirable estudio de Cyrus Thomas (A Study of the manuscript Troano. Washington, 1882), pero son más de setecientos los signos hasta hoy registrados. Landa y el gran Brasseur, por una parte, y sus críticos Bollaert, Charencey, Bancrof y el pomposo Rosny, por otra, han trabajado sin lograr traducir realmente una sola línea. Y es de advertir que en códices escritos en estos caracteres se encuentra (aunque no quiera Rosny) la solución de no pocos problemas históricos y, sin género alguno de duda, toda la sabiduría de las primitivas razas de América.

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Escritura de la isla de Pascua.

En nuestro Museo Arqueológico Nacional se conserva el original del célebre Códice Troano, que, como los restantes de la América precolombina, no   —168→   ha sido descifrado, pues no creo en las versiones del español Castrobeza.

En la misma América, en el Perú, la clave de los kippos, o escritura por medio de nudos, nos es asimismo completamente desconocida. En un principio se quiso negar a los kippos, como a los caracteres cuneiformes, su índole de escritura; mas hoy se afirma que es todo un perfecto sistema, en el que están escritos los Anales del arcaico Imperio de los Incas. Dícese que era rápidamente leído por los indios del tiempo de la Conquista y que sus descendientes poseen hoy mismo la clave, si bien la ocultan a los europeos. De este originalísimo procedimiento lo único que se sabe es: que el número, la disposición, el color y otras particularidades de los nudos y de las cuerdas determinan la diversidad de signos... Que éstos tenían para su interpretación varias claves... Que aun hoy, los emplean ciertos indios para sus cuentas (como los chinos)... Que los libros eran... grandes montones de cuerda, pero ¡ni una sola letra!

Además de las citadas indicaré de paso tres escrituras más, también indescifrables. De las dos primeras (véase el último grabado, a y b) se sirvieron para ocultar sus observaciones los filósofos hermetistas y alquimistas de la Edad Media. Fueron verdaderos sistemas de escritura, de los que suelen encontrarse restos en los talismanes y en algunas obras astrológicas. No han sido descifrados, si bien se están estudiando en la actualidad. La tercera (c en el dibujo) recuerda a primera vista los signos lapidarios de los obreros medioevales, pero no tienen de común con ellos más que la forma. Es   —169→   una escritura de la que no sé que hable nadie más que C. W. King (The gnostics and their remains). Están grabados sobre roca en los subterráneos de Sílsilis (Alto Egipto), y según King son alfabéticos, aunque no puede decirse ni a qué lengua ni a qué pueblo pertenecen.

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a y b.- Signos de los filósofos de la Edad Media.

c.- Signos hallados en Sílsilis.

Y para terminar, citaré entre estas escrituras indescifradas: los mismos signos lapidarios medioevales de que he tratado antes de ahora; la escritura mística de los filósofos musulmanes, no estudiada más que por Kircher; los signos encontrados en Andalucía en el Cerro del Sol (si no son apócrifos); los que se citan de la cueva de Santo Tomás, en el Paraguay; los que se dicen encontrados en las Canarias (si no son apócrifos); y por último, la más extraña, misteriosa y enigmática de todas cuantas escrituras pudieran imaginarse, la que pudiera denominarse escritura prehistórica y sagrada de puntos, de la que no puede hablarse sino más extensa y detalladamente.

Viriato DÍAZ-PÉREZ



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ArribaLa primera moneda acuñada en el Paraguay

(1845-1945)


por el doctor Viriato DÍAZ-PÉREZ10

(Conferencia pronunciada en el Archivo Nacional, en representación del Instituto de Numismática y Antigüedades del Paraguay, el 3 de agosto de 1945, en ocasión de conmemorarse el centenario de la acuñación de la primera moneda).

No sería tan paradójico como parece el afirmar que la moneda, o su equivalente, es tan antigua como el hombre y que le ha seguido en su evolución adaptándose a las innúmeras etapas de la cultura humana, reflejando ya los aciertos ya las desviaciones y aún las fallas y anormalidades de esta cultura.

Así ocurre pensar cuando recorremos las enormes colecciones numismáticas de los grandes Museos (recordemos el de Madrid o el Louvre) con sus asombrosos monetarios. Allí están sus millares de monedas, restos de los siglos y las civilizaciones, estructurando en todas las formas, lenguas y materias conocidas. Cuadradas, ovoides, redondas, en plancha, en lingote, taladradas como las chinas; en vidrio   —171→   y porcelana, en madera, barro y cuero; o bien en oro, plata, cobre y hierro; bimetálicas el electrum del Asia Menor, o cuadrimetrílicas como el arofar galo; toscas o artísticas; avaras de inscripción o repletas de leyendas: con efigies o símbolos; con fechas bélicas o pacifistas; con emblemas étnicos, políticos, geográficos, religiosos, estéticos... A los ingleses, que inventaron la frase, según ellos indiscutible, de que THE TIME IS MONEY podría sugerírseles que THE MONEY, la moneda, es también historia.

No es pues de extrañar que la numismática venga a ser una de las más importantes ciencias auxiliares de la historia, hasta el punto de que seguir el devenir de la moneda a través de los siglos, podría resultar algo así como ir evocando la sucesión en ellos del actuar humano. Como la lengua, el arte o la literatura, la moneda, puede revelarnos el pasado de un pueblo. La contemplación -por ejemplo- de los rostros y de los signos tan admirablemente conservados de las monedas celtibéricas -para hablar de algo que conocemos- nos comprueba hoy gráficamente las veraces palabras de Estrabón referentes a la civilización peninsular anterior a Roma. Y así, pensando en este orden de ideas, nos atrevemos a creer, en nuestro restringido campo del pasado nacional, que la historia del Paraguay no estará completada en lo que no hayamos podido trazar sin prejuicios, y con las exigencias que la ciencia reclama -la historia de su moneda, vale decir, los orígenes, vicisitudes, anomalías, y alteraciones por las cuales fue atravesando el medio circulante desde el pasado hasta nuestros días-.   —172→   Ya existe -y es grato recordarlo- bibliografía meritísima nacional y extranjera sobre la materia; entusiastas y cultísimos cultivadores de la numismática patria -tal entre otros el investigador F. G. Carrón- trabajan silenciosamente iniciando y analizando colecciones que algún día formarán el monetario nacional; selecto grupo de entendidos colaboran noblemente con el INSTITUTO cuyas actividades van siendo conocidas y utilizadas en el mundo intelectual. Y en la ocasión presente este Instituto de Numismática, honrándome en extremo y bien inmerecidamente, me ha designado para que traiga su palabra ante vosotros en este acto en el que conmemoramos el CENTENARIO DE APARICIÓN DE LA PRIMERA MONEDA NACIONAL DEL PARAGUAY.

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Desde un punto de vista rigurosamente científico, en lo que a la numismática atañe, no ha sido aún estudiado cómo, en lo monetario, se desenvolvía en el Paraguay en los días antañones del virreinato. Algún culto componente del Instituto, examinará, analizará, desapasionadamente algún día, la bibliografía pertinente y nos documentará sobre cuál era el mecanismo utilizado en la época de los ochavos, cuartos, maravedíes y de las famosas onzas peluconas, popularizadoras de la peluca borbónica, que alcanza, sabido es, hasta los días de la Emancipación y que llegaron a conocer nuestros abuelos. Suponemos que, careciéndose en el país de medio circulante propio, la moneda tendría el mismo valor que la peninsular, y estaría sujeta a las mismas anomalías.

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Nosotros apenas hemos tenido ocasión de reunir algunos datos referentes a los tiempos de Francia. Vamos a evocarlos lamentando tener que repetirnos. Se relacionan estrechamente con nuestro tema advirtiendo que, no siendo fácil determinar equivalencias con lo actual tendremos que hablar más que de monedas, de su relación con el valor adquisitivo de la época.

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En los días de Francia las cosas debían estar organizadas tan excepcionalmente que hoy nos parecerían muchas de ellas inconcebibles. La vida material, por ejemplo, debía ser enormemente barata; baste consignar de pasada los datos: la arroba de yerba costaba en 1821, cuatro REALES; y los habitantes de la ciudad compraban seis grandes velas por un REAL... ¿Cómo era retribuido el trabajo en la época? El manual, dada la abundancia de condenados utilizados en todas partes, muy pobremente. Veamos el trabajo oficial que en cierto modo era el único «intelectual» entonces.

El Dictador ganaba 8.000 PESOS FUERTES anuales; según recibos que constan en el Archivo Nacional. Estos 8.000 pesos, alguna vez se cobraban EN METÁLICO y EN EFECTOS. En otros recibos se habla de MEDIO REALES CORRIENTES, de pesos EN DINERO EFECTIVO, de REALES FUERTES y de EFECTOS.

Toda la nómina o presupuesto del Ministerio de Hacienda estaba dotada con 495 PESOS trimestrales. No estaba el Ejército mejor remunerado. En 1821, toda una COMPAÑÍA DE INFANTERÍA DE   —174→   PLAZA, estaba retribuida con 316 PESOS, lo que hoy no puede menos de hacernos pensar que, o aquellos pesos y aquellos tiempos eran muy distintos de los actuales, o que Francia obligaba a realizar milagros superiores al de la multiplicación de los panes y los peces. De otro recibo referente a sueldos de maestros podemos deducir, aunque bien vagamente, alguna relación entre el valor de la moneda y las subsistencias. Existe un recibo de «556 PESOS Y SEIS MEDIO REALES CORRIENTES» a repartir por asignación mensual, entre un maestro de primeras letras, un capataz y el encargado de la manutención de los aprendices de música militar, siendo lo grave que de esta asignación TENÍA QUE MANTENERSE A LOS EDUCANDOS. La documentación es abundante pero no hemos de insistir en ella en honor a la brevedad.

Tendríamos, pues, que en el sistema de medio circulante del Paraguay de Francia, se producen las denominaciones de «PESOS FUERTES», «PESOS EN METÁLICO», «REALES», «REALES CORRIENTES», «MEDIO REALES», «EFECTIVO», «EN PRODUCTOS». A esto habría que añadir que se aceptaba alguna circulación de moneda portuguesa y brasileña; alguna de plata argentina y aun boliviana; sin contar la moneda CORTADA en fragmentos de medio y un cuarto de pieza, llegándose a una verdadera anarquía designativa monetaria que se agudiza en tiempos de don Carlos Antonio López.

Contra este sistema es contra el que se propuso reaccionar don Carlos Antonio, gobernante de espíritu administrativo renovador y organizador.

Seguramente en el pensar de López había venido   —175→   gestándose la idea de dotar a la patria de una moneda nacional. De realizarse el hecho la nación, que había llegado a poseer todos los atributos de su soberanía conquistaría asimismo el símbolo de su emancipación monetaria...

Madurada la idea, llegamos a los días del año 42. Es en este año, el 24 de noviembre, cuando don Carlos Antonio envía un Mensaje a las Cámaras, en el que señala las deficiencias del medio circulante existente, aconsejando como solución la acuñación de monedas de plata o cobre, nacionales, patrias, especificando la existencia de metal en Tesorería. Sugiere a la vez que la operación podría hacerse en el país o en el extranjero según el mejor parecer de la Cámara.

Reunida ésta a los dos días, sanciona con fuerza de ley, la autorización para que el Gobierno proceda a la acuñación. El Acta es suscrita por los 400 asistentes a la Asamblea General Extraordinaria. El Gobierno queda autorizado para acuñar donde crea más conveniente la cantidad de 25 ó 30 mil pesos fuertes, en moneda de cobre. Se resolvió que la acuñación se realizara en el extranjero. Y no dejan de ser interesantes los incidentes que acompañaron a la operación.

Con motivo de las gestiones que habían de realizarse, el Gobierno entró en negociaciones con un ciudadano norteamericano residente en Buenos Aires, el señor Henry Gilbert. Con él ajustó convenio. Para ello don Carlos Antonio envió una carta de autorización al ciudadano paraguayo don Esteban Cordal -residente asimismo en Buenos Aires- para firmar el contrato. Representante y contratista   —176→   cumplieron su cometido y 30.000 monedas fueron acuñadas de acuerdo al dibujo facilitado por el Gobierno. Mas sucedió que no fueron puestas en circulación sino mucho más tarde. Con gran sorpresa del Gobierno, resultó que los agentes de don Carlos en Montevideo comunicaron que allí habían encontrado monedas con el Escudo de Armas del Paraguay. La noticia sobresaltó al Gobierno que exigió complicadas explicaciones con las dilaciones consiguientes. La documentación detallada de estos hechos, sus antecedentes y consecuencias, obran en el Archivo del digno señor presidente del Instituto de Numismática don Ramón Lara Castro.

Los términos del convenio-contrato son significativos y de una simplicidad que sorprendería en nuestros días. Dice así:

CONVENIO ENTRE EL EXCMO. GOBIERNO DE LA REPÚBLICA DEL PARAGUAY Y EL CIUDADANO NORTE AMERICANO D. HENRIQUE GILBERT

Deseando el Gobierno emitir a circulación una moneda de cobre, para facilitar las transacciones por menor, ha fijado con el Empresario nombrado las siguientes bases para su Amonedación: a saber: ARTÍCULO 1.º D. Henrique Gilbert, ciudadano Norte Americano, residente en la ciudad de Buenos Aires, se obliga a hacer acuñar, conforme al dueño que obra en poder del Excmo. Gobierno, o a otro que se sirviese remitirlo, la cantidad de treinta mil pesos, moneda de cobre. ARTÍCULO 2.º El valor de cada peso de plata será dividido   —177→   en «NOVENTA Y SEIS PARTES IGUALES», a razón de setenta y dos piezas de dicha moneda de cobre: Y así los treinta mil pesos se dividirán en 2 millones, ochocientos ochenta mil piezas cuyo peso total será de cuarenta mil libras. ARTÍCULO 3.º (Modificado por el Presidente). El peso total del cobre que deba emplearse en dichos treinta mil pesos, será de cuarenta mil libras inglesas; que se acuñará en monedas de a treinta y seis en libra, en monedas de a setenta y dos en libra, y en monedas de a ciento cuarenta y cuatro en libra (dividiéndose cada clase proporcionalmente de modo que las cuarenta mil libras sean repartidas en dos millones, ochocientos y ochenta mil partes). ARTÍCULO 3.º Será de obligación cuenta y riesgo de dicho señor Gilbert entregar en tierra dicha moneda, bien acondicionada en cuñetes o cajones, libre de flete u otro gasto, en la Villa del Pilar, del Paraguay, a la persona o personas que fuesen comisionadas por el Excmo. Señor Presidente para el efecto. ARTÍCULO 4.º En pago de dicha cantidad en moneda de cobre, el Excmo. Gobierno de la República del Paraguay, mandará entregar al Sr. Gilbert o a la persona que él autorice al efecto, la cantidad de treinta mil arrobas de Yerba Mate puesto a bordo, libre de derechos u otro gravamen, en la misma Villa del Pilar. ARTÍCULO 5.º Es de la obligación de dicho Gilbert cuidar que el cobre de que se fabrique la moneda sea puro y sin mezcla, y del mismo modo el Excmo. Gobierno, cuidará que la yerba mate sea de primera clase. ARTÍCULO 6.º Es de la elección del Sr. Gilbert, hacer la entrega de dicha moneda, toda de   —178→   una vez o en varias entregas; pero ninguna entrega bajará del valor de mil pesos. ARTÍCULO 7.º En la misma razón que se vaya entregando la moneda se irá entregando la Yerba Mate. ARTÍCULO 8.º Será de la perentoria obligación del Sr. Gilbert poner en poder del Excmo. Gobierno con la última entrega toda cuña estampa o diseño, de que se hubiese hecho uso para dicha amonedación. HENRIQUE GILBERT. «31 de Agosto de 1844. Vol. 3. N. 32 del A. N.». «Nada más».



Difícilmente podríamos encontrar documento similar, en el que, operación tan importante y transcendente fuese enunciada en términos más breves, sencillos e ingenuos.

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Don Carlos Antonio López realiza finalmente su deseo de dotar al Paraguay de su primera moneda nacional. Lleva ésta la fecha de 1845. En su anverso ostenta una leyenda que dice «REPÚBLICA DEL PARAGUAY». En el centro, en campo rayado horizontalmente, lleva los números «1/12» dentro de un círculo. En el exergo, la fecha «1845». En el reverso, aparece el ASTA CON EL GORRO FRIGIO y a su pie el LEÓN SENTADO, vuelto a la derecha y mirando de frente. Él todo, en CORONA DE LAUREL.

Según el meritísimo numismático Enrique Peña, en su notable «CATÁLOGO DE MONEDAS Y MEDALLAS PARAGUAYAS» (Revista del Instituto Paraguayo, febrero 1900. Asunción) esta moneda es la que se acuñó por ley de 27 de noviembre de 1842. Era un doceavo, vale decir que doce de ellas equivalían   —179→   a un real de plata. La nación sabría en lo sucesivo a qué atenerse en punto a equivalencias, en su medio circulante.

El valor mencionado se alteró más tarde. Por decreto del 1.º de mayo de 1847 se dispuso que las 12 piezas sólo representasen medio real de plata.

La acuñación se hizo, parte en Inglaterra y parte, nada menos que en la CASA DE LA MONEDA DE LA ASUNCIÓN. Esta Casa yace hoy soterrada bajo el edificio de Correos, en las calles denominadas otrora, Florida y Atajo, hoy Benjamín Constant y Alberdi. Para el funcionamiento de esta CASA DE LA MONEDA se contrató -por intermedio del benemérito Gelly- al técnico señor Coronil, que trajo maquinarias y operarios. Todo esto está esperando un Mesonero Romanos que lo eleve a la Historia.

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La primera moneda del Paraguay es bella; vais a comprobarlo en las proyecciones que el culto y distinguido miembro del Instituto Numismático señor don José Guillermo Carrón en un notabilísimo trabajo, concienzudo, definitivo, de técnica irreprochable, va a hacernos conocer. Es de cuño resaltante y, en general, nítido; de claro metal batido en Inglaterra. Ha sido estudiado profunda y minuciosamente por el señor Carrón, según veréis. Su símbolo es sencillo y sugerente. Se denominaba popularmente a esta moneda «EL COBRECITO DEL LEÓN».

Al evocarla en este año de 1945 consagramos nuestro más respetuoso homenaje de recordación al   —180→   gobernante laborioso, de sano y cristiano espíritu nacionalista, en cuyas manos se afirma en tantos sentidos la soberanía nacional.

Y, asimismo, al terminar estas palabras, debemos reconocer que una vez más el Instituto de Numismática ha cumplido con su cometido nobilísimo. Esta vez, gracias a él, el «COBRECITO DEL LEÓN» se ha visto arrancado del olvido de los tiempos, y siquiera unos instantes ha revivido entre nosotros, los hombres del níquel y del aluminio, y con todas nuestras simpatías.