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Capítulo IX

Gamarra, Menéndez, Torrico, Elías y Vivanco

SUMARIO

Caído Santa Cruz, quedó el país a merced de los caudillos de la Restauración, ninguno de los cuales supo aprovechar las lecciones del pasado.- Constitución de Huancayo.- Volviose a repetir la historia del año 1828.- En vez de persas, hubo confederados a quienes perseguir.- Años de intranquilidad.- Movimiento insurreccional a favor de Vivanco, quien toma el título de Regenerador, siendo vencido por Castilla.- La derrota de Vivanco coincide con la invasión del Perú por fuerzas preparadas por Santa Cruz, en el Ecuador.- Gamarra obtiene del Consejo de Estado permiso para invadir Bolivia y con su ejército sale para el Sur.- Velasco, que era santacrucino, renuncia la presidencia de Bolivia, en favor de Ballivián.- Gamarra desconfía de Ballivián y de Velasco y cruza el Desaguadero.- Los bolivianos se preparan para la guerra, pero antes imploran la piedad del invasor.- Causas que determinaron la contienda con las tropas de Ballivián.- El sentimiento de nacionalidad que existía en Bolivia en 1841 era superior al que había —379→ en el Perú.- Párrafos del Deán Valdivia, que ponen en evidencia el patriotismo boliviano.- Los mismos hechos que dieron lugar al desastre de Portete, ocasionaron también la dispersión de Ingavi.- Muerto Gamarra en la batalla librada en territorio boliviano, Menéndez continúa ejerciendo el mando supremo y levanta el espíritu nacional a la altura de su desgracia.- Se forman dos nuevos ejércitos y, después de varios encuentros, Ballivián acepta la paz que propuso Chile.- Terminada la guerra, Menéndez convoca a elecciones para sustituir al fallecido Gamarra.- Faltó a la República en ese año de 1842 un hombre de reconocida popularidad.- Vidal, en el Cuzco, desconoce la autoridad de Menéndez.- Días después, Torrico, en Lima, sustituye a Menéndez, después de proclamarse Jefe de la Nación.- Torrico sale a campaña, con el propósito de combatir a Nieto, que apoyaba a Vidal.- Nieto deja Ayacucho y ocupa Ica.- Torrico contramarcha sobre Lima y sale para Pisco.- Batalla de Agua Santa.- Triunfa en ella Vidal, ocupa Lima y al poco tiempo cede el mando a Figueroa.- Vivanco se proclama en Arequipa Jefe del Estado, y, encontrando franco el paso hacia Lima, ocupa la capital el 7 de abril de 1843, siendo recibido con gran entusiasmo.- Dueño del poder toma el título de Supremo Director y gobierna a la Nación en forma dictatorial.- Esto le creó la oposición de los pueblos del Sur, que se pusieron a órdenes de Castilla y de Nieto.- Ambos se proponen restablecer el orden y el imperio de la Constitución.- Guarda, enviado con fuerzas por Vivanco, es derrotado por Castilla en San Antonio.- El Director Supremo sale para el Sur, dejando la capital confiada al prefecto Elías, quien, desconociendo la autoridad de Vivanco, se declara Jefe de la Nación.- Victoria de Castilla en Carmen Alto.- Echenique, en Jauja, a órdenes de Vivanco, desconoce la autoridad de Elías.- La semana magna.- Elías, en Lima, al saber el triunfo de Castilla y la fuga de Vivanco, entrega el mando a don Manuel Menéndez.- Castilla ocupa la capital y reconoce la autoridad de Menéndez.- El Perú en el año en que Castilla subió al poder no era ni sombra en lo económico y social de lo que había sido en los tiempos del coloniaje.- Chile nos era superior en administración y en política.- El mensaje del presidente chileno, —380→ Joaquín Prieto, pone de manifiesto el contraste.- Elías, en un notable discurso, expone la triste situación del Perú.- El ciudadano estaba a merced de tres o cuatro mandones militares, que disponían de vidas y haciendas sin ley ni respeto a nadie.- Hoy, que la vida económica ha tomado proporciones estupendas, difícil se hace reconstruir lo que fue la sociedad de aquellos tiempos.- Algo muy digno de atención es el hecho de haber florecido en el Perú en sus años de gran desbarajuste nacional hombres que no tuvieron rivales en América.- Un estudio histórico de ellos se hace indispensable.- Profundo desgano en esa época por la publicidad y la estadística.- No solamente faltaron Mensajes presidenciales sino también Memorias de Hacienda.- La historia económica del Perú en los años corridos de 1839 a 1845 tiene en ellos una laguna.- Las guerras civiles absorbieron no solamente las actividades sino también todos los recursos.- Deuda interna y externa.- Análisis hecho de ellas en un periódico de Londres.- Nuestras deudas en 1842 fueron estimadas en $ 380000000.- Esta deuda, teniendo en cuenta los recursos de ayer y los de hoy, equivaldría al presente a 304000000 de pesos de 48 peniques.- La deuda anglo-peruana se cotizaba en Londres en 1844 únicamente al 17 por ciento de su valor.- Exigencia con que Chile cobraba al Perú la deuda contraída en 1823.- La minería y la agricultura no tuvieron progreso.- Deficiencia de azogue y falta de negros esclavos.- El Mensaje del presidente Menéndez y la Memoria de Hacienda, presentada por del Río, corroboran nuestras afirmaciones.- Descubrimiento, en Europa, por químicos y agricultores de las propiedades fertilizantes del guano.- Conceptos del doctor Lissón.

I

Caído Santa Cruz y retiradas de Lima las tropas chilenas, el país quedó a merced de los caudillos de la Restauración. Poseídos del remordimiento de haber reivindicado la patria con el auxilio de las bayonetas extranjeras, —381→ y sin el entusiasmo ni el desinteresado ideal de los que nos hicieron libres en 1824, no supieron aprovechar las amargas lecciones del pasado. Creyendo que las desgracias nacionales provenían de los excesos de libertad concedidos a los pueblos en las Constituciones de 1828 y 1834, proclamaron la Carta de Huancayo, lo que aumentó la situación servil del Congreso, concediendo al Ejecutivo perpetuas facultades extraordinarias. Con tan triste auspicio subió por segunda vez al poder Gamarra, quien, por elección popular, fue elevado a la Presidencia. Durante su período, volviose a repetir la historia contemplada en 1828, y como si la Providencia hubiera preparado sus destinos, se hizo con su gobierno lo mismo que él había preparado contra La Mar. En vez de persas, hubo confederados a quienes perseguir; y en vez de la guerra con Colombia, se llevó la lucha a Bolivia por el único motivo de querer tomar desquite de la invasión. Los detalles fueron también iguales. Así como la revolución contra La Mar se preparó en el territorio enemigo, así también la que se hizo contra Gamarra se inició en Bolivia; sólo que, más feliz que La Mar, tuvo la suerte de morir asido del pabellón peruano, el mismo que ondeará siempre sobre su memoria, haciendo respetables sus cenizas.

Los sucesos ocurridos en los años de 1839 a 1841 ponen de manifiesto lo intranquilo que fue el segundo período de Gamarra. Seis meses después de haberse clausurado la Asamblea de Huancayo, clausura que se verificó el 11 de julio de 1840, ocurrió en el Sur un movimiento insurreccional a favor del coronel Manuel Ignacio Vivanco. Este militar, que anteriormente había formado en las filas del Ejército Restaurador que triunfó en Ancachs, declaró vacante la presidencia de la República, y el 4 de enero de 1841 aceptó la investidura de Jefe Supremo del Perú, que le dieron los amotinados de Arequipa, tomando el título de Regenerador.

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Declaró en su proclama nulas y atentatorias la Constitución y las leyes dictadas por la Asamblea de Huancayo, invocó la Carta de 1834 y culpó a Gamarra de haber sido el causante de la sangre derramada en la batalla de Guía y de haber desconocido la autoridad de Orbegoso, única legal a su juicio que había entonces en el Perú. Le acusó asimismo de haber hecho «escarnio de los principios del sistema popular representativo», y de haberse hecho presidente de la República con el apoyo de las bayonetas extranjeras.

Iniciada nuevamente la guerra civil y otra vez puesta en evidencia la falta de estabilidad nacional, Castilla, que ejercía el Ministerio de Hacienda, salió para el Sur y, con el auxilio de San Román, recuperó el Cuzco. Gamarra se vio obligado a seguirlo, y el 17 de marzo se embarcó en el Callao, a bordo de la goleta Limeña, dejando en el poder, en Lima, al presidente del Consejo de Estado, don Manuel Menéndez.

II

Coincidió la derrota de Vivanco con la invasión del Perú por fuerzas preparadas por Santa Cruz en el Ecuador, las que, en número de 200 hombres, ocuparon el caserío de Talara, cerca de Piura. Como la noticia causó gran alarma en Lima, Gamarra, dejando el Sur al cuidado de Castilla, regresó a la capital el 18 de junio.

Santa Cruz, que después de su retirada de Arequipa habíase asilado en Guayaquil, protegido por el gobierno del Ecuador, con tenacidad ponía los medios de invadir nuevamente el Perú y Bolivia. Gamarra, a quien se daban noticias exageradas acerca de estos procedimientos y que por causa de tales noticias vivía en desasosiego, resolvió dejar nuevamente Lima y salir para el Sur, lo que hizo el 14 de julio de 1841. Dominado por un espíritu guerrero, y teniendo únicamente —383→ fe en la fuerza militar, antes de partir obtuvo permiso del Consejo de Estado para invadir Bolivia y acabar allí con los partidarios de Santa Cruz. Siéndole necesario resguardar la frontera del Norte, envió a ella algunos batallones, a las órdenes del General La Fuente, y él, a la cabeza de un numeroso ejército, avanzó hasta Puno, después de haber pasado por Jauja, Ayacucho y Cuzco.

Sucesos de importancia, entre ellos el despliegue militar de Gamarra, coincidieron con la renuncia que Velasco, amigo de Santa Cruz, hizo de la presidencia de Bolivia en favor de Ballivián, que se había levantado en armas contra él. Triunfante Ballivián y sin enemigos en su patria, negose a recibir el auxilio que había pedido al Perú con el objeto de acabar con el gobierno de Velasco y con los afiliados a Santa Cruz. Gamarra, que se hallaba ya en la frontera y que tenía miedo de que Ballivián se hubiera entendido con Santa Cruz, sin declaratoria de guerra cruzó el Desaguadero el 2 de octubre. En una proclama que repartió a sus tropas les decía:

«El pueblo de Bolivia, oprimido por una soldadesca inmoral y vendido a nuestro común enemigo, reclama imperiosamente nuestro auxilio. Volemos a salvarlo... No vamos a vengar agravios, no vamos a hacer la guerra a una nación vecina... Vamos a mediar entre un pueblo oprimido y un ejército servil y mercenario que lo subyuga».


Contando Ballivián con pocas fuerzas y ansioso de no cruzar las armas con las de Gamarra, que ya había ocupado La Paz, imploró la piedad del invasor, al pedirle que nuevamente cruzara el Desaguadero y con esta acción se dejara en paz a Bolivia. Entre otras cosas, en una carta que escribió a Gamarra, le preguntaba: «¿Pero por qué combatiremos? Yo lo ignoro. Bolivia no quiere la guerra... Usted ha avanzado hasta Achacache sin manifestarme sus intenciones. Mi deber es defender la patria, oponerle un —384→ ejército que no desdeñará combatir, aunque Ud. lo supone pequeño y defectuoso...».

Un periódico peruano adicto a Gamarra, decía: «El Perú no quiere nada de Bolivia, nada quiere quitarle, sólo quiere destruir el germen de discordias en facción que proclaman a Santa Cruz. No basta que no sea Santa Cruz el que mande, es menester impedir que sus satélites dominen».

El Regenerador, de La Paz, órgano de Velasco, en su editorial del 26 de agosto, dijo:

El decreto del Consejo de Estado de Lima que queda inserto, nos hace ver que ya se tiene acordada la guerra con el general Santa Cruz, y que ella se llevará a efecto siempre que el Perú no obtenga seguridades de que no sufrirán detrimento su tranquilidad, independencia, unidad y libertad. Si el Perú no exige más, estamos seguros de que no llegará el caso de que se rompan las hostilidades, porque ni Bolivia podrá negarse a solicitud tan justa, ni el general Santa Cruz podrá adoptar otra política que la anunciada en Guayaquil. Sería de desear que antes de evitar una alarma entre ambos Estados que sólo engendra mutuas animosidades y precisa preparativos dispendiosos de guerra, empezáramos por entendernos mediante negociaciones diplomáticas... alejando de nuestros consejos todo espíritu de vanidad y presunción de prepotencia que jamás debe tener lugar entre naciones precisadas a vivir en contacto.

Sin embargo, si se quiere empezar por pelear, por ceder tal vez a una pueril ostentación... los bolivianos no rehusarán el combate.


Ocupada La Paz por el ejército peruano, Ballivián, con el auxilio del ex presidente Velasco, se preparó a defender su territorio. Es de advertir, que por ese año de 1841 había en Bolivia un espíritu de nacionalidad mucho más caracterizado que el que existía en el Perú.

Los párrafos que a continuación copiamos de la Historia de la Revolución de Arequipa, del Deán Valdivia, en relación con estos sucesos, ponen en evidencia el patriotismo boliviano, patriotismo que provocó la unión del presidente —385→ caído con el presidente triunfante a la hora del peligro nacional. No tenían tropas veteranas pero tenían amor a la patria, sentimiento que faltó en los jefes peruanos. Viéndose Gamarra solo y en territorio enemigo, resolvió batirse con las escasas tropas que le quedaban fieles, aunque tan desigual combate le costara la vida.

Lo acontecido en la campaña de Bolivia en el año 1841 es una repetición de lo que pasó en el Ecuador en 1829. Los mismos hechos que dieron lugar al desastre del Portete ocasionaron también la dispersión de Ingavi, siendo de notar que un mes antes de esta batalla, San Román, en Mecapata, había derrotado a dos de los mejores batallones del ejército boliviano.

Dice el Deán Valdivia en su libro citado:

A principios de 1841 el Coronel Manuel Ignacio Vivanco se invistió en Arequipa con el título de Jefe Supremo de la República, con la base de la guarnición y con la tropa que tenía en el interior el General Miguel San Román; porque contaba con la confianza de éste en virtud de lo que habían acordado antes. El pueblo de Arequipa quedó sorprendido con la revolución de Vivanco. Hizo aprestos de guerra, reclutando e imponiendo pensiones, como era de costumbre en esas épocas; y esa conducta aumentó el desagrado en la población.

Como hemos dicho, contaba Vivanco con la adhesión de San Román y su tropa, y con la de los departamentos de Puno y Cuzco: pero pasados algunos días se supo que San Román, faltando a sus compromisos, se había declarado contra la revolución de Vivanco.

Como Arequipa detestaba a San Román desde la invasión que le hizo en 1834, se alborotó el pueblo en gran manera, y se plegó a la causa de Vivanco. Tales son los incidentes inesperados, que se atribuyen a causas diferentes de las que les han dado origen. A consecuencia de ese cambio pudo arreglarse una división regular, de la que los Jefes principales fueron el Coronel Ugarteche, el Comandante Juan Francisco Balta, y los de igual clase Boza y otros. La tropa estaba disciplinada y dispuesta a esperar la que mandaba el Presidente Gamarra para combatirla.

El General Ramón Castilla era Ministro de Hacienda; y Gamarra lo comisionó con la expedición contra Vivanco. Castilla —386→ llegó al Cuzco, arregló una división fuerte, y con ella apareció, en el mes de marzo, en la posición de Cachamarca, cabecera del pueblo de Chinguata, a cinco leguas de Arequipa.

Vivanco se movió, formando un batallón de paisanos, sobre Paucarpata. El mando del nuevo batallón se le dio al Coronel Gabriel Ríos.

Castilla debió presumir que Vivanco había tomado Paucarpata, para esperarle y aceptar batalla. Vivanco ciertamente hizo en la noche un movimiento atrevido e inesperado, conducido por guías expertos; y se colocó a tiro de cañón en la loma de Ccollarmarca, al flanco izquierdo de Castilla, con una quebrada por medio; y al amanecer rompió sus fuegos de artillería sobre Castilla, cuya tropa estaba descuidada. En medio del desorden de la sorpresa, cuando trataba de formarla, dos batallones enemigos habían ya subido, el de Ríos y el de Salgado, y los acribillaban a balazos. Castilla se retiró en desorden por el alto del Cimbral, ladera del nevado Pichu-pichu; y se salvó marchando hacia el pueblo de Ubinas. Con aquella actividad que lo caracterizaba, recogió Castilla sus dispersos, y los reorganizó en Ubinas.

Después de la retirada de Castilla, Vivanco se fue a Arequipa; y salieron de la Ciudad a recibirlo con gran entusiasmo; pero las indias y los cholos del pueblo de Miraflores, contiguo a la Ciudad, decían a gritos: ¿para qué se viene este Sr. cuando él mismo debía ir en persona, persiguiendo al enemigo?

Vivanco había dado orden para que el coronel Ugarteche con lo selecto de la división, se dirigiese sobre Puno, por el camino de la izquierda de Cachamarca. Ugarteche obedeciendo la orden, salió al día siguiente por el camino de Apo y Patí, y llegó a Cuevillas, sufriendo una fuerte nevada. El tambo de Cuevillas se halla en una ensenada baja, circundada de cerros no muy elevados.

Ugarteche había dado orden para que se limpiase el armamento, y uno de los batallones estaba en esa operación.

El general Castilla se había movido de Ubinas en alcance de Ugarteche; y teniendo noticia de que había acampado en Cuevillas, marchó en la noche, dobló su izquierda, y al amanecer sorprendió y derrotó la división de Ugarteche; y sin perder de vista a los prófugos, se fue detrás de ellos hasta Arequipa, y acampó en el llano, cabecera de Porongoche, poco después de las cuatro de la tarde; sufriendo un aguacero tan fuerte, que hubo entrada en todas las torrenteras de la Ciudad y de los suburbios. Descansó allí; y el batallón que había en San Agustín, al mando del coronel Manrique, se retiró para Socabaya, en dirección a Moquegua; para adonde se adelantó Vivanco con fuerza suficiente para batir a Iguaín, que con Gamarra había —387→ desembarcado en Arica. Castilla mandó una columna que dispersó el batallón de Manrique, tomándole algunos oficiales y soldados.

Vivanco, cuando marchó de Moquegua para Arequipa, había adquirido en Puquina, veinte leguas al Sur de Arequipa, noticia de la derrota y dispersión de Ugarteche en Cuevillas; y sin embargo siguió su marcha.

Moquegua era entusiasta por Vivanco; por lo que fue bien recibido en ella; pero en reserva hizo una junta de guerra, en la cual, casi por unanimidad se acordó: que Vivanco y los Jefes emigrasen a Bolivia; oponiéndose únicamente a ese acuerdo el Dr. Manuel Toribio Ureta. El terror se había ya apoderado de la mayoría, y se verificó la fuga. Sentida ésta por la tropa, principió a desbandarse; y la población se vio amenazada de un saqueo.

El comandante Salgado, que no había tomado parte en el acuerdo, tomó una partida de tropa, y con ella recogió al cuartel a los insubordinados. Declaró por desertor al coronel Manuel Ignacio Vivanco, y condujo la tropa hasta Chacahuayo, que es un estrecho a la entrada de Puquina.

Salgado se colocó en esa posición para pelear con San Román, que salió de Arequipa en busca suya. La tropa de Salgado, a la vista de la de San Román, se insubordinó y dispersó, a pesar de los esfuerzos de Salgado. Éste se salvó quebrada abajo; y por Yarabamba fue hasta Arequipa, y se ocultó.

Castilla en Arequipa formó un consejo de guerra, que sentenció a muerte a Vivanco, Ugarteche, Manrique, Boza, Dr. Ureta y otros.

Castilla hizo fusilar al comandante Boza, a pesar de las súplicas de las comunidades religiosas y de las personas más respetables de Arequipa.

Pasados algunos días llegó a Arequipa el general Gamarra, que fue bien recibido; ya Castilla le había hablado para que contrajese amistad con el doctor Valdivia, y le diese una colocación honrosa, pues había hecho bastantes servicios a la patria durante la guerra de la independencia.

Después de pocos días, salió Gamarra para embarcarse en Islay, y pasó la noche en Tiabaya, dos leguas lejos de Arequipa, donde lo alojó espléndidamente un español muy respetable, que era cura de esa parroquia. Allí recibió Gamarra un expreso, con comunicación de Lima y Popayán, se retiró con Castilla a una pieza reservada, se impusieron del contenido, y tuvieron varios acuerdos.

El General Castilla al día siguiente acompañó a Gamarra poca distancia, y se volvió a la Ciudad. Vio al Dr. Valdivia; y para darle una prueba de que había restablecido su antigua —388→ confianza con él, le refirió todo lo sucedido, y le dijo que las comunicaciones principales habían sido del General Ovando, datadas en Popayán, en las que decía a Gamarra, que había llegado la ocasión oportuna de que el Perú recuperase sus antiguos límites hasta Juanambú; y que él (el General Ovando) tenía elementos suficientes para ayudarle en la empresa: que el General Gamarra había aceptado el ofrecimiento, y variando el plan acordado anteriormente, de ir a Bolivia a recuperar los límites antiguos del Perú hasta el Pilco-mayo; que en su virtud emprenderían primero a verificar el proyecto de Ovando, y que después les era más fácil verificar el de Bolivia.

Que Gamarra lo había autorizado para que, sobre la base de tropa que tenía en Arequipa, reclutase hasta formar una columna de novecientos arequipeños bochincheros, que quedarían en la campaña del Norte, y no volverían a revolucionar Arequipa, molestando a los gobiernos.

Las circunstancias impidieron hacer la campaña para Juanambú; y se hizo necesaria la de Bolivia. Se reunió un ejército en el departamento de Puno; y antes de emprender esa marcha sobre Bolivia, dio orden Gamarra, de acuerdo con Castilla, para que el Prefecto de Arequipa apresase a D. José Rivero, al Dr. Valdivia y a otros. A Rivero le comunicaron de Puno la noticia por un expreso: Rivero la dio a Valdivia y a los otros; y se ocultaron todos inmediatamente.

El General Gamarra tuvo inteligencia con el General boliviano Ballivián, que se hallaba emigrado en el Perú; y éste le había ofrecido ayudarle en la empresa, juntamente con sus amigos; y según se dijo, le mandó de Tacna muchas firmas de varias personas respetables de la Ciudad de La Paz, que deseaban que La Paz se agregase a la República peruana; y que Gamarra había dado a Ballivián doscientos mil pesos, para que por la cordillera de Tacora, penetrase a Bolivia a preparar el plan acordado.

El General Gamarra penetró por el lado izquierdo del Titicaca, y ocupó con su ejército la ciudad de La Paz; pero Ballivián había reunido la poca fuerza que había en La Paz, Oruro y Cochabamba, la aumentó como pudo, y mandó al Coronel Carrasco a Chuquisaca, para que persuadiese al Presidente de Bolivia a formar causa común y oponerse al ejército invasor de Gamarra. El Coronel Carrasco cumplió su comisión; y el Presidente, después de haberle oído en silencio la explicación de todo el plan, le dijo: -Diga Ud. al General Ballivián que yo no seré el Orbegoso del Perú: que toda la fuerza de la República y sus recursos están a su disposición para la defensa del país. El Presidente hizo expedir para Ballivián el despacho —389→ de General en Jefe del ejército, autorizándolo además para tomar todas las medidas convenientes a la defensa; y entregó las tropas a Ballivián; mandándole entonces y después todos los recursos necesarios.

Ballivián investido ya como Jefe, organizó el ejército; y se preparaba para buscar a Gamarra y batirlo. Gamarra dejó La Paz, y salió al punto de Incahue; posición sin duda que juzgó a propósito para esperar a Ballivián.

Ballivián continuó su marcha. En los días inmediatos a la batalla era General en Jefe del ejército peruano el General Castilla; pero los partidos diferentes estaban en el ejército en discordia; bien que todas reunidas contra el mando en Jefe de Castilla; y se proyectaba ya una revolución para deponerlo. Tal intención llegó a noticia de Gamarra, que al recibirla dijo: -¿será posible que los peruanos, a presencia ya del enemigo, hagan revolución en tierra extraña? ¡Yo me dejaré matar!-. Se puso pensativo un rato: mandó llamar a Castilla y le refirió todos los datos que había adquirido del desorden en que se hallaban los Jefes del ejército; y le dijo: -Espero del patriotismo de Ud. que hará el sacrificio, para salvar el honor del Perú, de encargarse de la comandancia general de caballería: que San Román mande la infantería; y yo daré órdenes como General en Jefe. Es el único recurso que nos queda-. Castilla le contestó: -Acepto Excmo. Señor, el lugar que me destina; y habría aceptado aun el puesto de soldado, si eso conviniese para evitar tanta ignominia al Perú-. San Román tomó el mando de la infantería; y a Castilla se le destinó a la derecha, donde había un llano a propósito para que pudiera obrar la caballería oportunamente. Castilla se fue a ocupar el lugar destinado, con orden de aprovechar los momentos que juzgase oportunos para cargar con su caballería.

Ballivián se acercaba a distancia, por la derecha y frente a Castilla, desfilando para tomar posición próxima contra el grueso del ejército de Gamarra. Castilla que advirtió esa falta grave de Ballivián de desfilar a vista del enemigo en terreno accesible, se preparó para cargarle; y dio orden al Coronel Arróspide para que cargara. Arróspide desobedeció la orden. Gamarra, que notó la oportunidad de cargar, mandó un ayudante de campo para que le indicase a Castilla la falta de Ballivián, y la oportunidad de cargarlo con la caballería. Castilla dijo al ayudante: -diga Ud. a S. E. que el Coronel Arróspide ha desobedecido la orden que le di oportunamente para cargar, y que Ballivián ya ha colocado gran parte de su fuerza en posición donde la infantería nuestra tendrá que hacerlo todo.

La batalla principió; y continuó bastante rato con valor por ambas partes. Pero cuando nuestra infantería se hallaba —390→ todavía en buen estado, San Román retiró del campo de batalla dos batallones íntegros y algunas secciones de caballería, y se puso en retirada para el Perú. No se sabe ciertamente si esa retirada se emprendió antes o después de la muerte de Gamarra; que la recibió en su puesto.

San Román pasó al Desaguadero y cortó el puente; impidiendo que los dispersos pasasen al Perú, y ocasionando que todo el resto del ejército fuese prisionero.

Castilla hizo esfuerzos inútiles; y obstinado se quedó en la derecha, y se entregó prisionero. Lo llevaron entre los prisioneros a pie, en tiempo de lluvia hasta La Paz; donde lo puso Ballivián incomunicado en un calabozo. Impidió Ballivián que se le introdujesen al calabozo el menaje y víveres que las personas decentes de la población le mandaron. Castilla recibió el trato más infame; que no podía suponerse en vencedores de regular cultura.

A los pocos días, mandó Ballivián que llevasen al General Castilla bien escoltado, al reducto de Oruro, donde lo colocaron en un calabozo en completa incomunicación, sin permitirle, como en La Paz, la introducción de recurso alguno.

Cuando se dio la batalla en Incahua, Vivanco, el Dr. Ureta y algunos de los Jefes emigrados del Perú se hallaban en la hacienda de Cebolullo, de la propiedad del General Ballivián. Vivanco que deseaba regresar al Perú, especialmente a la ciudad de Arequipa, teatro y sostén de sus revolucionarios, consiguió que Ballivián le diese una pequeña columna de los soldados prisioneros, y con ella descendió a la cordillera de Tacora, cabecera de Tacna. Pasó aviso al Prefecto Manuel Mendiburu; y con la noticia se alarmó la población de Tacna, enemiga de Vivanco; procurando armarse para batirlo. Mendiburu pudo contener el furor de los tacneños. Vivanco entregó la columna a Mendiburu y se fue a Arequipa, donde como siempre fue bien recibido.

Ballivián, después de su victoria, arregló su ejército, preparándose para invadir al Perú. Como en el Perú no había quedado ejército, porque todo lo que hubo de útil se lo llevó Gamarra para Bolivia; el Gobierno peruano reunió por medio de un reclutaje y recogiendo todas las guarniciones de Lima, hasta la de policía, más de tres mil hombres, sin ningún género de disciplina; mal armados, mal vestidos y con miserables recursos pecuniarios. Mandó ésta fuerza por Ayacucho hasta el Cuzco, a las órdenes de los Generales D. Antonio G. de La Fuente, D. Pedro Bermúdez y Vidal.

Para cubrir el Sur, especialmente Arequipa y Moquegua, mandó el Gobierno al General D. Domingo Nieto, que llegó a Arequipa el día de Inocentes, sin más tropa que dos de sus —391→ ayudantes y dos soldados; y se alojó en la casa del Dr. D. José Luis Gómez Sánchez. Vivanco ocupaba la de Berenguel. El General Nieto fue reconocido como Comandante General del departamento. El Prefecto D. Luis Gamio de buena fe lo reconoció como tal, pero la fuerza que guarnecía la plaza estaba en su opinión adicta a la voluntad y planes de Vivanco. Había dos pequeños batallones: el uno como de trescientas plazas a las órdenes del Coronel Ríos; y el más fuerte a las órdenes del Coronel Manrique.

Ballivián ocupó el territorio del Perú, pasando el Desaguadero; y mandó al Coronel Magariños para que ocupase Tacna. El resto de su ejército quedó en los pueblos principales de Puno.

Ballivián tomó una fuerte escolta, y descendió a Moquegua; donde en los años de su emigración había adquirido muchas amistades.

Vivanco mandó cerca de Ballivián, con la mayor reserva, al Dr. Ureta y al Coronel Ríos, para que Ballivián se prestara bajo ciertas condiciones a proteger a Vivanco. El Prefecto D. Luis Gamio tuvo noticia circunstanciada del envío clandestino de esa comisión y de su objeto; y en reserva la comunicó al Comandante General Domingo Nieto.


III

Muerto Gamarra en Ingavi, territorio boliviano, el 20 de noviembre de 1841, continuó ejerciendo el mando supremo de la República el presidente del Consejo de Estado, don Manuel Menéndez, que en Lima tomó a su cargo dicha magistratura el 13 de junio de 1841, en que Gamarra volvió a salir para el Sur. Supo Menéndez levantar el espíritu nacional a la altura que exigía su desgracia, y como el país estaba desguarnecido a causa de que Gamarra invadió Bolivia sin dejar reservas en el Perú, su primer empeño fue armar nuevos batallones que resistieran la invasión de Ballivián, que había llegado hasta Puno y que amenazaba Moquegua, Tacna y Tarapacá. La nación en masa acudió al llamamiento que se le hizo para que tomara las armas, y en breve tiempo fue posible organizar dos ejércitos, uno en el Sur y otro en Lima, este último a órdenes del general Juan Crisóstomo —392→ Torrico. El del Sur fue confiado a La Fuente y militaron en él el general don Francisco Vidal, segundo vicepresidente del Consejo de Estado, y el coronel San Román.

Ballivián fue derrotado en varios encuentros, y como no tuvo prestigio ni fuerzas suficientes para incorporar a su país las poblaciones de Arica, Tacna y Tarapaca, incorporación que fue el propósito que le animó a invadir el Perú, aceptó la paz que propuso Chile, por medio de su ministro en Lima, don Ventura Lavalle. Actuó éste como mediador en la contienda, y acompañado del plenipotenciario don Francisco Javier Mariátegui partió para el Sur, el 16 de mayo de 1842. Reunidos en Puno con el representante de Bolivia don Hilarión Fernández, firmaron el tratado de paz el 7 de junio, tratado que inmediatamente fue ratificado por el Gobierno de Lima, el día 15 de ese mismo mes.

Terminada la guerra, el presidente Menéndez, de acuerdo con la Constitución vigente, convocó a elecciones, a fin de que los pueblos eligieran un mandatario que reemplazara al fallecido Gamarra.

Muerto Salaverry, desopinado Orbegoso, proscripto Santa Cruz, faltó a la República en ese año de 1842 un hombre de prestigio y de reconocida popularidad. Vivanco, el que más sobresalía entre los aspirantes militares, vivía bajo el peso del descrédito que le causó la derrota de Arequipa en 1839. Además, no era guerrero, y aunque no le faltaban condiciones de caudillo, sus cualidades favorables para el gobierno no eran reconocidas por Torrico, por Nieto, por San Román, por La Fuente y por Vidal, jefes a cuyo cargo estaba el ejército, y de los cuales, tres, cada uno por su cuenta, y Vivanco, por la suya, trabajaban por asaltar el poder.

Dieron el primer grito de insurrección contra el gobierno legítimamente constituido, o sea, contra Menéndez, los jefes y oficiales de la división acantonada en el Cuzco. Tomando —393→ como pretexto el hecho de que Menéndez estaba en Lima dominado por Torrico, desconocieron su autoridad, sustituyéndola el 4 de julio con la presidencia conferida a Vidal, quien, como ya hemos dicho, ejercía la segunda vicepresidencia del Consejo de Estado.

Días después Torrico, en Lima, depuso a Menéndez y se proclamó Jefe de la Nación. El presidente depuesto se retiró a Chile y no regresó al Perú hasta 1844, año en que Castilla restableció el régimen constitucional y le colocó nuevamente en el poder.

Fueron peregrinas y hasta dignas de burla las causas que Torrico tuvo para asaltar el poder. En una Carta que dirigió a Menéndez le dijo:

Habiéndose dado por V. E. en estos últimos días tantos pasos retrógrados contra la tranquilidad y el bienestar de la patria, y habiendo abatido la dignidad del puesto que ocupa con la inconstancia de sus principios, con la versatilidad de sus providencias, y más que todo con su vergonzoso sometimiento al poder de una facción desorganizada que sostiene y fomenta la revolución del general La Fuente en el Consejo de Estado, no es posible conservarme adscrito a la causa de un gobierno que por sí mismo se ha destituido del poder y que ha hecho a la patria el despotismo más terrible: el despotismo de muchos.


Recíprocamente, Torrico y Vidal desconociéronse en la autoridad que en forma ilegítima ejercían los dos. El primero, con más bríos que el segundo, declaró bloqueado el puerto de Islay, suprimió el pago de créditos y libramientos y decretó la colocación forzosa de vales de Tesorería, ofreciendo un interés de dos por ciento mensual y una amortización violenta por terceras partes a plazos de 60, 90 y 120 días. Habiendo obtenido fondos por medio de este procedimiento, tan inmoral como ruinoso para el comercio y los capitalistas, cuatro días después de haber asaltado el poder (20 de agosto) delegó su autoridad en el general de brigada —394→ don Juan Bautista Lavalle, y tomando el título de Jefe Superior de los departamentos libres y asistido por don Miguel del Carpio, en calidad de ministro general, salió para Jauja. Realizó esta marcha con el propósito de enfrentarse a Nieto, que hacia Lima avanzaba y que ya había ocupado Ayacucho. Estando en Jauja Torrico, se le unió la fuerte división de San Román. Nieto y La Fuente, que tuvieron noticia de esta unión, bajaron de Ayacucho a Ica, con el propósito de ocupar la capital. Impuesto Torrico de la veracidad de este movimiento, contramarchó sobre Lima, donde recibió, el 3 de septiembre, el auxilio militar que de Tacna le trajo por mar el coronel Mendiburu. Sin tiempo que perder y ocupando la capital sólo pocos días, Torrico salió con todas sus tropas para Pisco, donde le llevó el deseo de contener el avance del titulado ejército constitucional. Este ejército, a órdenes de Nieto, continuó su avance, y habiendo alcanzado al de Torrico, en un lugar llamado Agua Santa, consiguió derrotarlo después de una sangrienta batalla. Torrico salió para el extranjero y no regresó al Perú hasta el año 1847.

El Deán Valdivia describe así la batalla de Agua Santa y los movimientos que precedieron a ella.

Durante el tiempo de la expedición del General La Fuente sobre Tacna, el General Vidal había nombrado en el Cuzco, General en Jefe del ejército al General D. Domingo Nieto. Éste arregló como pudo ese ejército de reclutas y diminuto, y emprendió para el Norte contra el revolucionario General Juan Crisóstomo Torrico, cuyo ejército se aumentó notablemente por la división que le llevó el General Miguel San Román.

El General Nieto sin recursos de dinero y sin los demás que eran necesarios llegó a Huancavelica, descansó un poco en ese punto, formó una columna selecta, y la mandó a las órdenes del General Suviaga. En ella iba de Jefe el Coronel Alejandro Deustua, cuya reputación era tal en el ejército que se juzgaba se debería a él la victoria contra Torrico.

La columna marchó con dirección a Iscuchaca, para obrar cubriendo ese flanco, y que Torrico juzgase que era la vanguardia, del ejército que lo buscaba. El General Nieto con el grueso —395→ del ejército descendió rápidamente sobre Ica. Pero Torrico tuvo aviso oportuno del movimiento de Nieto; y temiendo que éste se apoderara de Lima, emprendió también en retirada rápida sobre la capital, dejando atrás una fuerte columna al mando del Coronel Lopera, quien se situó en la fortaleza antigua de Incahuasi, al saber que Suviaga se le acercaba.

Suviaga y Deustua atacaron a Lopera en su ventajosa posición. El combate fue sostenido por ambas partes con mucho valor. Murió en la refriega el General Suviaga, y Lopera fugó en la noche con su resto de tropa destrozada.

El oficial que reunió, mantuvo y condujo los restos de la columna hasta Ica, fue el mayor Loayza, que casó con la hija de un hermano de Deustua. Leyva llegó a Ica con trescientos soldados, sin zapatos, y que no habían comido varios días. El General Nieto gratificó con dos pesos a cada soldado: y a Leyva lo ascendió, y lo hizo Jefe de esa columna.

Nieto en Ica repuso su tropa, y llegó a reunir dos mil trescientos soldados, de las tres armas: repuso los caballos y los herrajes, vistió parte de la tropa como pudo, y se puso en marcha hasta la hacienda de Caucato en Chincha. En ese punto adquirió noticia cierta de que el ejército de Torrico, de cuatro mil quinientos hombres, venía en busca suya. Nieto recorrió todos los terrenos próximos a Caucato, en compañía únicamente de algunos Jefes y oficiales de su mucha confianza.

Mandó a vanguardia una columna de caballería en dirección a Chincha, para que no permitiese pasar a persona alguna; y en marcha forzada, pero en orden, amaneció en el punto de Agua Santa, al pie de la hacienda de Caucato, cuando Torrico, sabiendo que Nieto se había retirado para Pisco, precipitó la marcha de su ejército por escalones y aun en desorden.

Nieto colocó su fuerza del modo siguiente: en el mogote de su izquierda, que se halla casi al término de la quebrada de Agua Santa, colocó la artillería y el batallón Gamarra, que era el más fuerte, a las órdenes del Coronel Alvarado Ortiz. Del mogote para abajo había oteros intercalados, y entre ellos colocó la infantería. A retaguardia de los oteros, la caballería, que podía pasar por los claros que había de un otero a otro. A la derecha terminaba la línea con restos de una antigua fortaleza de los incas; y en ese sitio se colocó el Presidente General Vidal.

El ejército reconoció como General en Jefe a D. Antonio Gutiérrez de La Fuente, que era el General más antiguo; y como segundo al General Nieto: pero el General La Fuente no daba orden alguna.

Como no había corazas para toda la caballería, las pocas que hubo las había acomodado el General Nieto en Ica, dando —396→ la mitad a cada soldado para cubrir el pecho; y esa operación se ocultaba con unos ponchos pequeños de bayetilla roja, que mandó hacer para toda la caballería.

Al frente de la línea referida había un hermoso llano, que por su parte superior terminaba con el bosque de Caucato, y por el pie con el mar. De frente estaban, lejos, los cerros1 que terminaban el llano.

En alta noche atacó una columna Torrico por el frente; y después de un tiroteo de algunos minutos, se puso en retirada.

Al día siguiente, a primera luz, apareció el ejército de Torrico, formando su línea a retaguardia del ejército de Nieto, al otro lado de la quebrada de Agua Santa; y la izquierda de Torrico se movía para pasar la quebrada, bien arriba de un mogote ocupado por Alvarado Ortiz. El General La Fuente quiso que la línea, con un cuarto de conversión, volviese cara en su puesto hacia el ejército de Torrico, que colocó su artillería fronteriza a la de Alvarado Ortiz; y que todo el ejército constitucional cargase sobre la derecha de Torrico, toda su artillería y parte de su centro. El General Nieto sin alterarse le dijo: -General, respeto su opinión, pero manda Ud. o mando yo-. La Fuente contestó: -Ud. manda-; y Nieto al momento dio orden para que la división Alvarado volviese cara al frente Torrico, y rompiese los fuegos; y al centro y derecha los hizo mover circularmente, sirviendo de centro del movimiento la izquierda del centro. El movimiento se hizo con rapidez, sufriendo los fuegos de los dos batallones enemigos, que en parte estaban formados ya, pasada la quebrada y el resto pasaba con velocidad. La tropa de Nieto llegó, y cargó sin detenerse un punto. Los dos batallones enemigos eran apoyados por los fuegos del otro lado de la quebrada. El choque fue terrible; y notando el General Nieto que la tropa mandada por Deustua fue en parte desecha y retrocedía en desorden, se puso personalmente a la cabeza de un escuadrón, y auxiliado por Pezet, con una columna de infantes, cargó y destrozó la fuerza enemiga, arrojándola en desorden dentro de la quebrada, y en dispersión.

A Pezet le mataron el caballo; y al General Nieto le dieron un balazo en la frente, que desde allí le hizo una curva sobre el cráneo, de cuatro dedos de largo; y le botaron el sombrero de paja, bandeado por la bala que salió por atrás. Viendo el General La Fuente que al regreso de la caballería no regresaba Nieto, que entró con sombrero de paja, calculó que lo habían muerto; y se marchó a la derecha donde peleaba Arrieta con valor, sosteniendo su puesto.

—397→

El centro enemigo existía en pie, sosteniendo un fuego graneado mortífero; y Nieto compuso un batallón, reforzado, y ordenó al Coronel Fermín Castillo que atravesase la quebrada, y que cargase a la bayoneta sobre esa fuerza. Castillo contestó: -Señor General: me manda Ud. al sacrificio, a pelear contra una división-. Nieto indignado le dijo: -si Ud. no obedece, mandaré a un sargento-. Castillo resentido se puso a la cabeza del batallón; pasó la quebrada, destrozó la fuerza enemiga, huyendo los restos a su izquierda. Él marchó sobre la derecha de Torrico y su artillería, tomó ésta; y Torrico se puso en fuga; lo mismo que había hecho ya San Román.

El General Nieto, con la fuerza que reunió, fue a apoyar su izquierda; y no encontrando al Coronel Alvarado Ortiz, lo juzgó muerto. Se decidió por fin la victoria en favor del ejército constitucional.

El General Nieto hizo tocar a reunión de Jefes, e hincados todos rezaron el Bendito y Alabado. En la izquierda de Torrico y derecha de Nieto había ya fuegos lentos. Nieto reunió la infantería. La música tocaba diana.


IV

El triunfo de Agua Santa, ocurrido el 17 de octubre de 1842, dio a Vidal la posesión de Lima, ciudad que ocupó sin ningún entusiasmo por parte de sus pobladores. Aunque honrado, valiente y con una honrosa hoja de servicios, faltáronle para el desempeño de su puesto tacto político y vínculos sociales y militares. Faltole también algo más, y fue la fuerza moral que da la constitucionalidad, no siendo a él, sino a don Justo Figueroa, primer vicepresidente del Consejo de Estado, a quien correspondía el poder. Con posterioridad, siendo cada día mayor su desprestigio y habiendo estallado el 27 de enero de 1843 una revolución en Arequipa, que proclamó Jefe del Estado al general Vivanco, entregó el mando supremo el 15 de marzo al citado don Justo Figueroa y voluntariamente partió para Chile. La revolución a favor de Vivanco fue secundada en el Cuzco, el 2 de febrero, y sin protestas aceptada por el resto del ejército y por el pueblo. La retirada de Vidal favoreció la insurrección del coronel Aramburu, —398→ que en Lima, el 20 de marzo, depuso a don Justo Figueroa, quien por esta circunstancia sólo gobernó cinco días.

No teniendo Vivanco ejércitos que combatir y encontrando franco el camino hacia Lima, ocupó la capital el 7 de abril, siendo recibido con gran entusiasmo. Estando en ella, desconoció el régimen existente y tomó el título de Supremo Director de la República.

Dueño del poder y casi consolidado en él, olvidó la promesa contraída en Arequipa de convocar a elecciones. Este hecho y los más graves de haber nombrado su propio Consejo de Estado y de haber dado decretos contrarios a la última Constitución vigente, creáronle dificultades administrativas y la oposición de los pueblos del Sur. Pusiéronse al frente de esta oposición los generales Nieto y Castilla. El segundo que sólo a fines de 1842 fue puesto en libertad por Ballivián, que después de Ingavi le tuvo prisionero en Santa Cruz de la Sierra y que le dio libertad en virtud de una de las cláusulas del tratado de Puno, viajando sin recursos llegó a Tacna, donde le alojó en su casa el rico comerciante Larrieu. Solicitado desde su llegada para que defendiese la ciudad contra los ataques de La Fuente, organizó fuerzas, contando para ello con el contingente de españoles que residían en Tacna desde la capitulación de Ayacucho. Castilla logró derrotar a La Fuente y en su persecución ocupó Moquegua. Atacado por el pueblo, recibió tres balazos, uno en la casaca, otro en el puño de la espada y el tercero, que no fue de gravedad, en el hombro. Encontrándose escaso de tropas regresó a Tacna y posteriormente con su fuerza ocupó Tarapacá, su ciudad natal. Estando en ella, recibió la propuesta que le hizo el general Nieto para restablecer el imperio del orden y de la Constitución y juntos combatir para volver a colocar a Menéndez en su legítimo puesto de presidente de la República.

—399→

Vivanco envió contra ellos una división de ejército. Formaban parte de ella los coroneles Ugarteche, Balta, Alvizuri y Castillo, habiendo correspondido el comando de toda la fuerza al general Guarda. El Deán Valdivia da cuenta de sus movimientos y de su derrota en el llano de San Antonio, el 28 de octubre de 1843, en los siguientes términos:

El General Nieto escribió al General Castilla, que se hallaba en Tarapacá, dándole noticia de todo lo acaecido, y diciéndole que reuniese alguna fuerza en Tarapacá, y que con ella se apoderase de Arica; y que él iba a Moquegua a formar la tropa que pudiese; y al final le decía: -parece que sólo yo y Ud. seremos los que tengamos que pelear, y libertar al Perú de tantos traidores. Tengo la más viva fe en la Providencia, que protegerá nuestra buena intención. Felizmente Ud. y yo no volveremos nunca caras a estos miserables que inventan los medios de infamarse.

El General Nieto adquirió noticia, de Puno, del proyecto de Guarda, y aun del itinerario de la columna de Balta, por medio de un amigo que le hizo un expreso, que llegó a Moquegua, habiendo hecho un viaje increíble por su rapidez.

El General Nieto copió el itinerario, y lo pasó en el acto a Cisneros y a Castilla; indicando a éste que puesto que se sabía el día fijo en que Balta debía llegar a Pachia, debía él con su fuerza estar en la noche de ese día precisamente en Pampa-blanca, en la hacienda de don fulano, a tal hora, pero sin faltar un minuto; y que él se movería de Moquegua para estar con Castilla en ese punto a la misma hora, y que allí acordarían lo que se debía hacer.

Los Generales Castilla y Nieto llegaron al mismo punto con diferencia de cuatro minutos; cada cual con su contingente de fuerza respectiva.

El General Nieto cargó con tal ímpetu, que Balta tuvo, como se pensó, que salirle al encuentro, poniéndose a la cabeza de su caballería; pero Nieto principió a retirarse, como para buscar terreno de pelea, tiroteando a Balta, para atraerlo constantemente. Balta, que no vio más que un escuadrón de paisanos, se empeñó en seguir a Nieto. Cuando Balta aflojaba un poco su persecución, Nieto lo atacaba audazmente. Colocado ya Balta a cierta distancia, y llegada la hora convenida con Castilla, atacó éste el cuartel y tomó el batallón de infantería. A los primeros tiros regresó velozmente Balta en auxilio de su cuartel; y Nieto lo cargaba sin dejarlo respirar. Balta no pudo regresar a su cuartel, porque ya Castilla lo esperó —400→ a cierta distancia, y a fuego graneado, Balta con los pocos de caballería que le siguieron, fugó hasta Puno.

Destruida esa tropa, Nieto volvió a Moquegua, llevando armamento y municiones para infantería; y Castilla quedó con los prisioneros para reforzarlos.

Pasado no mucho tiempo recibió Nieto aviso de Puno de que Guarda se movía con su ejército a Ilabaya.

El General Nieto ofició a Castilla para que, con todos los elementos de guerra que pudiese, se viniera a Moquegua inmediatamente. Castilla llegó a Moquega inmediatamente; y las fuerzas de ambos ascendieron a mil doscientos y pico de hombres. La disciplinaron con esmero; y no teniendo recursos pecuniarios, los vecinos contribuían para dar rancho diario a la tropa; y nada más.

Pasados algunos días apareció Guarda con su ejército en Ilabaya, y mandó intimación a Nieto para que se rindiera.

El General Nieto con dos compañías y una mitad de caballería se situó en el punto Sanccara, término del camino corriente de la quebrada de Quinlinquinlín; y a Castilla lo dejó con todo el resto de la fuerza en Samegua, listo para moverse al punto conveniente al primer aviso del General Nieto.

El General Nieto tuvo un segundo aviso de que el Coronel Ugarteche se había ya movido a vanguardia con la columna de cazadores para pasar el río y ocupar el alto de Tumilaca, y que Guarda seguía esa misma dirección con su ejército.

El General Nieto dio orden a Castilla para que ocupase las alturas que desde la cabecera del panteón continúan hasta Tumilaca: y él iba velozmente a tomar el alto de Tumilaca, y sostenerlo a cualquiera costa. Llegó al alto de Tumilaca cuando el Coronel Ugarteche llegaba al otro lado del río. La subida del río al alto de Tumilaca es estrecha y tortuosa. Todavía no había amanecido. Nieto tendió sus dos compañías en el alto situando varios soldados ocultos en lo tortuoso de la subida.

En la madrugada se acercaba Ugarteche por el lado opuesto del río, que es de poca agua para pasarlo. Cuando se acercó a tiro de fusil una compañía le hizo descarga cerrada, continuando la otra a fuego graneado. Ugarteche tuvo que cejar, y correrse por la orilla opuesta, río arriba, dejando muertos y heridos. Apareció Guarda, avisado ya por Ugarteche de lo sucedido: y no se atrevió a tomar la toma del alto de Tumilaca, y siguió el camino de Ugarteche.

El General Nieto se sostuvo en el alto de Tumilaca, y mandó a retaguardia hombres peritos y bien montados para que notasen la dirección que tomaba Guarda. Éste avanzó hasta salir del gran llano que se hallaba al otro lado de la línea de cerros, desde el panteón a Tumilaca. Cuando Nieto tuvo esa noticia, —401→ subió al cerro a cuyo pie corre el río de Tumilaca, dando siempre avisos oportunos a Castilla. El General Nieto con sus dos compañías se movía por las cumbres, a distancia de Guarda, por si acaso mandaba éste alguna fuerza a tomar el alto de Tumilaca.

Castilla, en virtud de los avisos repetidos, andaba por los cerros sin sacar su tropa encima.

El General Guarda, lejos ya de Tumilaca, hizo descansar un rato su ejército; y poco después se movió Ugarteche con su columna de cazadores, para subir a uno de los cerros. Castilla que, con hombres que gateaban, estaba casi paralelo con ellos, subió rápidamente a la cumbre, y a balazos hizo retroceder a Ugarteche, hasta unirse con su ejército; y Guarda, no quedándole esperanza de tomar los altos, continuó su movimiento hasta las canteras, dos leguas abajo a la izquierda de Moquegua, y allí pasó la noche, sin agua y sin ningún recurso, y el ejército sobre las armas.

El General Nieto bajó su fuerza al Portillo de Moquegua, dio rancho a su tropa, agua y forraje a su caballada, e hizo dormir la tropa, para aguardar en ese punto al enemigo.

Al día siguiente, al amanecer, principió a moverse Guarda de las canteras, en dirección a Homo, que está casi al frente. Cuando llegó al llano San Antonio, más abajo del Meadero, colocó a la derecha la artillería, apoyada con parte de la caballería y algunas compañías de infantes. Colocó como centro el batallón Lima; y a la izquierda, pero un poco lejos, el batallón Lanao; y a retaguardia, a distancia, la caballería a las órdenes del Coronel Juan Francisco Balta y del Coronel Fernando Alvizuri.

El General Nieto descendió de frente, y aunque atacado al acercarse por el batallón Lima y la artillería, destrozó al batallón y tomó la artillería.

Cuando Castillo sintió tiros, regresó en desorden con su división en carrera, y se encontró con los fuegos terribles de Castilla, y no pudo poner en formación su tropa.

La tropa de Castillo, sorprendida, se desbandó; y Castilla bajo los fuegos, pasó con una pequeña parte.

Castilla dejó la casa de Homo, persiguiendo a Castilla; y aprovechando Balta del descenso de Castilla a un sitio en que podía obrar la caballería, se puso a la cabeza de un escuadrón, y cargó. Castilla recibió la carga a fuego nutrido. Balta fue herido en la mano: cayeron algunos soldados, y el resto volvió caras, y corrió hasta unirse con la caballería, que había quedado distante, al mando de Alvizuri.

En una de las orillas había doscientos reclutas y en la otra una fuerza de mayor número de hombres disciplinados y —402→ bien armados. Castilla avanzó completamente solo al campo del enemigo y entró a la tienda de Guarda, a quien le ofreció capitular. Todo era fingido. Acordaron los términos de la capitulación y después de un momento, le dice Castilla: «General, su gente debe estar algo cansada y sedienta ¿por qué no hace Ud. que formen pabellones y vayan al río a tomar agua?», y salió muy tranquilo dando la orden personalmente, la que fue ejecutada. A una señal acordada con los suyos avanzaron éstos al trote, rodearon la tienda de Guarda y entrando de nuevo Castilla le dijo, imperiosamente y torciéndose el mostacho «Es usted mi prisionero». A la tropa, como estaba desarmada, se le sometió con facilidad, y la mayor parte de ella se plegó al partido de Castilla.


Alarmado Vivanco por lo ocurrido en San Antonio e impuesto de que Guarda, Castillo y otros jefes suyos hallábanse prisioneros en el campamento del ejército constitucional, salió para Arequipa con todas sus fuerzas el 10 de diciembre, dejando la capital confiada al prefecto don Domingo Elías. Apenas llegó al Sur, después de una serie continua de reveses, Echenique se levantó en Jauja contra él, habiendo hecho lo mismo, el 17 de junio de 1844, el prefecto Elías, quien se declaró investido del mando supremo. Bajo estos tristes auspicios, Vivanco comenzó su campana contra Castilla, que, auxiliado por San Román y Cisneros, tomó el mando de todo el ejército, habiendo muerto Nieto violentamente. Los detalles pertinentes de esta campaña, que terminó el 18 de julio de 1844, con la derrota del ejército del Director Supremo, en el Carmen Alto, cerca del río Chili, en Arequipa, los encontramos en el libro del Deán Valdivia. Dicen así:

El General Nieto quedó en el Cuzco, enfermo como estaba antes, y se agravó por el mucho trabajo en proporcionar todos los elementos para el ejército, y con las muchas visitas, que no le permitieron ponerse en cama y tomar medicamentos. Se puso malo, y murió tan velozmente que corrió la voz de que lo habían envenenado.

El General Castilla continuó su marcha hasta la ciudad de Ayacucho. El General Vivanco, con toda la fuerza que tuvo —403→ en Lima, pasó a Ica, atravesó la cordillera y se colocó en los altos de Chincheros a retaguardia de Castilla, dejando el mando en Lima a D. Domingo Elías, con orden de formar un ejército de reserva.

Castilla retrocedió de Ayacucho en busca de Vivanco. Hubo tiroteos por ambas partes en el puente del Pampas; y después de algunos días se retiró Vivanco para el Sur, dejando una columna en defensa de ese puente.

El objeto de Vivanco era llegar a Arequipa, para defenderse en esa Ciudad, apoyado en la opinión del pueblo y en los brazos aguerridos de esos hijos del Misti. Hizo una marcha penosa hasta llegar a la provincia de Caylloma. De allí mandó al Coronel Lopera sobre Lampa, para que batiese la pequeña fuerza con que el Coronel Cisneros ocupaba ese departamento, Lopera batió a Cisneros, el que fugó hacia el pueblo de Omate, veinticinco leguas al Sudeste de Arequipa.

Castilla persiguió a Vivanco, a pesar de las lluvias y nevadas horribles. Vivanco llegó a Arequipa; y Castilla días después al Valle de Vitor, catorce leguas distantes de Arequipa. Lopera vino a unirse con Vivanco.

El General Castilla avanzó hasta Uchumayo, cuatro leguas abajo de Arequipa. Vivanco se movía a Tiabaya, dos leguas abajo de la Ciudad; y Castilla se le apareció al frente en Congota, con intención de moverse en la noche por su flanco derecho, tomando el camino de la Laja, haciendo un movimiento igual al de Salaverry. Pero los paisanos que salieron de Arequipa le hicieron fuego sostenido al lado de Tiabaya, pasando otros por Tingo abajo, y le cortaron el camino de la Laja en mil partes. Vivanco con su ejército estaba de simple espectador.

Castilla, que sin duda no contó con lo que era el pueblo arequipeño puesto en acción, perdida la esperanza de tomar el camino de la Laja, regresó en la noche a Uchumayo, destrozando su tropa por lo difícil de la travesía; y Vivanco, luego que sintió ese movimiento, bajó a ocupar el pueblo y el alto de Uchumayo, situándose donde antes lo hizo Santa Cruz contra Salaverry.

Dieciséis días ocupaban ambos ejércitos sus posiciones respectivas, con algunos tiroteos, más o menos repetidos. Ambos ejércitos sentían escasez, aunque mucho más el de Castilla; y sufrían tanto el Sol terrible del día, como el frío y sereno de la noche. Castilla esperaba una columna de paisanos que le debía traer de Tacna el Coronel Iguaín.

El General Vivanco se aburrió, y se retiró a las chacras de las pampas nuevas de Tiabaya: y el intrépido Iguaín, a pesar de la resistencia de Castilla, pasó a ocupar el pueblo de —404→ Uchumayo, diciendo a Castilla: -no crea Ud., General, que el cobarde de Vivanco se atreva a acometerme.

El General Castilla no quiso pasar el puente, sino que mucho más abajo atravesó el río, y tomó el otro lado de la quebrada de Añashuaico; y en toda la noche marchó, llevando esa quebrada a la derecha, hasta el despoblado atrás del pueblo de Caima: dobló después sobre su derecha, y se colocó en la chacra de Tocrahuasi, que domina todo el pueblo de Caima.

Castilla para cubrir su movimiento dejó una pequeña columna cerca de la Cruz del Intendente, en el mismo camino corriente entre Uchumayo y el ejército de Vivanco, la que en la parte fue tomada cuando Castilla había ya avanzado mucho su movimiento. Vivanco amaneció sobre los oteros de Challapampa.

Todos opinaban que habiendo quedado Vivanco dominado por el ejército de Castilla, se viniese a la ciudad para defenderse con ventaja; pero contra toda probabilidad marchó a ocupar la plaza de Caima, y subió a la torre con sus ayudantes, a ver el año y el autor que había fundido la campana mayor de esa torre.

Lopera y Pezet, que estaban a vanguardia, recibieron orden de impedir a Castilla que su caballería forrajease; y que ocupasen la casa y era de Tocrahuasi. Lopera tenía que superar una andanería, y hallarse después con artillería colocada en la era, y parte de la infantería detrás del parapeto de la pared de la misma era. Lopera y Pezet tenían que cumplir la orden: acometieron con ardor, pero fueron rechazados y desechos, saliendo Pezet gravemente herido.

Castilla había arreglado su ejército para todo caso; y por parte de Vivanco se comprometió la pelea, sin plan alguno y en desorden; y fue arrollado en todos los puntos.

Como a las cinco y cuarto de la tarde llegaron a San Lázaro dos de los paisanos derrotados: y la noticia se esparció en un momento por toda la Ciudad. Las Señoras ocurrieron a ocultarse en los monasterios. Los que tuvieron caballos prontos se fueron para el valle de Tambo, y otros para Omate. A las cinco y tres cuartos de la tarde llegó Vivanco a la plaza mayor, con la caballería mandada por el General Vigil, y algunos restos de batallones. El batallón más numeroso era el de López La Valle.

Fue malamente herido el Comandante Solar. Quedaron muchos heridos y prisioneros, y dispersos que iban llegando en la noche. Vivanco dejó parte de las fuerzas en la plaza, el resto se lo llevó a Miraflores, cubriendo el paso del puente y el de San Lázaro. Castilla ocupó las dos grandes plazas del pueblo de Yanahuara.

—405→

Al día siguiente Vivanco colocó su tropa sobre el camino que por la acequia de la Compañía se dirige al panteón, y con una escolta se situó en la casa de la Palma, donde estuvo hasta cerca de las doce del día.

El Comandante Anselmo Abril le dio aviso que Castilla bajaba de Yanahuara para el puente, y Vivanco emprendió su retirada para el panteón de la Apacheta.

Castilla atravesó la Ciudad por la plaza y calle de Mercaderes, tomó la calle de la Ranchería, y marchó a ocupar el alto de la Retama, quedando Vivanco dominado al pie en las inmediaciones del panteón. Castilla mandó al Dr. D. Juan Manuel Polar para que tratara con Vivanco, con el fin de ahorrar sangre, concediéndole algunas garantías. Vivanco se negó a todo; y entrada la noche se puso en fuga, abandonando la tropa sin haber conseguido para ella garantía de ninguna especie. Vivanco se embarcó por el puerto de Islay. La infantería se dispersó en parte y la caballería se fue por la costa al Norte.


V

Ya hemos dicho que, por ausencia de Vivanco, que salió para el Sur, el 10 de diciembre de 1843, el prefecto de Lima, Domingo Elías, recibió el encargo de gobernar los departamentos del Norte y de asumir la presidencia de la República para el caso de que el Director Supremo no pudiera ejercerla. En la seguridad de que Vivanco no volvería más a Lima, y tal vez de acuerdo con Castilla, el sustituto Elías desconoció la autoridad del director, y el 17 de junio de 1844 se declaró jefe político y militar del Perú. Su primer acto, al verse al frente del gobierno, fue comisionar a su cuñado, don Pedro de la Quintana, que se trasladó a Jauja, para que obtuviera del coronel don Rufino Echenique, comandante en jefe de la Reserva acantonada en esa ciudad, la adhesión al movimiento efectuado en Lima. Junto con esta adhesión, pidió también a Echenique el apoyo que necesitaba para solicitar, junto con él, un avenimiento entre Vivanco y Castilla, que permitiera a los dos reunir un Congreso y poner término a la guerra civil. Negose —406→ Echenique a colaborar en tales propósitos, y con el pretexto de buscar recursos en la capital para sostener su división, dejó la sierra y emprendió viaje hacia Lima. Elías, que había conseguido reunir un diminuto ejército, en su mayor parte compuesto de guardias nacionales de Lima, Callao e Ica, dispúsose a rechazar a su enemigo, lo que habría conseguido, si Echenique al llegar a Chaclacayo no hubiese contramarchado sobre Jauja. Una semana duró la ansiedad que esta amenaza causó a los habitantes de Lima, y como en ella no hubo un momento de quietud, las gentes de la capital bautizaron a los ocho días en que tales episodios ocurrieron con el nombre de la semana magna.

El 27 de ese mismo mes se supo en Lima la derrota de Vivanco, en el Carmen Alto. Elías, que por esos días encontrábase sin fuerzas ni prestigio para resistir a Castilla, se sometió a la voluntad del vencedor, que no era otra que la de restablecer la constitucionalidad desconocida por Torrico, por Vidal, por Vivanco y por el mismo Elías. En virtud de acuerdos que su secretario, don Juan Manuel Tirado, tuvo con Castilla, Elías reunió en Lima, el 10 de agosto, una junta de notables, y a insinuación de ella entregó el mando a don Manuel Menéndez.

Castilla entró triunfante a la capital, el 11 de diciembre, después de haber reconocido el día 10, en su campamento de San Borja, a las puertas de la ciudad, la autoridad presidencial de don Manuel Menéndez. Durante el nuevo gobierno de este digno ciudadano se realizaron las elecciones generales convocadas, obteniendo en ellas, casi por unanimidad de votos, la presidencia de la República el general Castilla, quien juró el cargo y asumió el poder supremo el 20 de abril de 1845.

—407→

VI

Con toda intención, y no por el deseo de recordar la historia y referir acciones guerreras, hemos relatado con alguna prolijidad una buena parte de los sucesos relativos a nuestras guerras civiles en los años de vida independiente que terminaron en 1845. Animados del propósito de poner en evidencia las causas que determinaron la situación de inferioridad, con respecto a Chile, Argentina y Brasil, en que nos encontró el primer centenario republicano, imprescindible nos ha sido patentizar la situación de anarquía en que vivió la República en los primeros veinte años que siguieron al término de la campaña emancipadora. En esos veinte años, no solamente en nada progresamos, sino que retrocedimos, y mucho, en todo orden de cosas. El Perú el año en que Castilla subió al poder, no era ni sombra, en lo social y económico, de lo que había sido en los tiempos del coloniaje. Chile, exceptuando su riqueza fiscal y su población, estaba en mejores condiciones. Tenía el Perú más entradas en su presupuesto, pero siendo tan grande el desbarajuste político, las rentas eran escasas para cubrir los servicios públicos. Lo mismo pasaba con la población. Eran ellos menos y nosotros más; pero las levas, los cupos, los fusilamientos, la mortalidad en los combates, no hacían infeliz a la población chilena, que, aunque envilecida por el látigo y subyugada por la férrea mano de los pelucones, trabajaba con garantías y vivía en orden.

Domingo Elías, siendo presidente del Perú, dijo entre otras cosas, en una alocución que pronunció en un acto público, el 28 de julio de 1844, lo siguiente:

La tranquilidad pública y el régimen de las leyes sólo han aparecido como períodos excepcionales de nuestra vida política; y en medio de las turbaciones, de las revueltas y la —408→ tiranía, las industrias, el comercio y la prosperidad material han padecido. El alma se comprime al ver la miserable condición a que los pueblos, especialmente los del interior, están todavía reducidos...

Los hijos del Perú se han visto de continuo arrastrados a centenares para servir a los ejércitos de partidos sin principios, o que si los tenían no eran conocidos por los que ponían sus vidas a merced de este juego sangriento.

Entretanto, las antiguas industrias abandonadas, los campos yermos, los medios de comunicación destruidos, la moral pública destruida, las leyes relajadas o desatendidas y el egoísmo fruto de la desesperación entronizado.


Cuando se piensa en lo que era la seguridad personal en aquellos tiempos en que el ciudadano estaba a merced, no de un caudillo gobernante, sino de tres o cuatro mandones militares que disponían de vidas y haciendas sin ley ni respeto a nadie, como sucedió en los tiempos de Salaverry, de Gamarra y de Vivanco, y se medita en los infinitos tropiezos con que se trabajaba una escasa minería y se hacía un pobre comercio, la imaginación se ofusca y la inteligencia se abisma. Hoy, que la vida económica ha tomado proporciones estupendas, difícil se hace reconstruir la que fue aquella pretérita sociedad, sociedad en la cual únicamente tenían dinero los contrabandistas, los pocos comerciantes ingleses radicados en el territorio, los que vivían del agio prestando dinero al Estado o a los particulares con intereses leoninos los que se apropiaban de los fondos recaudados por el fisco y los que ocultaban su fortuna enterrándola en el suelo para no ser robada por el Gobierno.

Mientras esto ocurría en el Perú, qué diferente era la vida en Chile. Las palabras del presidente Joaquín Prieto, en su exposición a la nación chilena, el 18 de septiembre de 1841, último año de su gobierno, ponen de manifiesto el contraste. Entre otras cosas decía:

El incremento progresivo de las rentas públicas y el espectáculo de prosperidad que se desenvuelve a nuestra vista, han —409→ correspondido a la actividad y celo con que se plantearon tantas medidas orgánicas. Valparaíso ha llegado a ser el primer emporio del Pacífico...


Algo muy digno de atención en el estudio del desbarajuste nacional que alguno quiera hacer de aquellos años, es el hecho de haber florecido en ellos en el Perú, en el gobierno y en la administración, hombres de extraordinaria superioridad, muchos de los cuales por su virtud, valor e inteligencia no tuvieron rivales en América. ¿Cómo es posible que con celebridades, como fueron La Mar, Salaverry y Santa Cruz, todo nos hubiera sido adverso? Son éstos, problemas de historia, y como nosotros no la estamos haciendo sino en la parte que se roza con la labor sociológica que hemos emprendido, es a quien penetre a fondo en las regiones de Clío, a quien corresponden los estudios de esta importancia. Quien los haga, quien saque a luz la gran personalidad de La Mar, superior en virtud aun a Sucre, quedará absorto al saber que este gran ciudadano no pudo mantenerse en el poder dos años. Su asombro será mayor al evidenciar que Salaverry no encontró colaboradores en su obra nacionalista, y que fueron peruanos quienes contrataron en Chile fuerzas mercenarias para derrocar al político de más grandiosas concepciones que ha tenido la América.

Por falta de orden y sana orientación, no solamente Chile nos llevaba ventaja, sino que siendo el Perú un país tan rico y con tantos recursos fiscales, imposible le fue imponerse al Ecuador y a Bolivia, naciones que si ahora no le igualan, en esos años, en recursos, estaban respecto al Perú en un nivel de gran inferioridad.

VII

La forma violenta como fue interrumpida la constitucionalidad en 1842, por causa, primero de la muerte de —410→ Gamarra y después por la deposición de Menéndez, y la serie de gobiernos dictatoriales que terminaron en 1845, con Elías, todos los cuales gobernaron sin Congreso, produjeron en la administración el más profundo desgano por la publicidad y por la estadística. No solamente faltaron mensajes presidenciales, sino también memorias de Hacienda. Por estas causas, la historia económica del Perú en los años corridos de 1839 a 1843 tiene en ellos una laguna. Si las guerras absorbían los recursos y las actividades de todo género, ¿qué pudo hacerse en materia de Hacienda? Hasta los decretos y las resoluciones pertinentes al Ramo fueron escasos en esa época, y, por tal motivo, difícil se hace precisar con guarismos exactos lo que fue en ese tiempo el verdadero estado de las finanzas.

Al tratar de ellas, en el tercero de sus volúmenes, Dancuart, sin el menor análisis, afirma que la deuda externa y la interna del Perú en 1845 llegaban únicamente a 26000000 de pesos, correspondiendo a la primera veinte millones y a la segunda seis. Los datos consignados en su libro, y que son pertinentes a las dos deudas, son los siguientes:

La deuda inglesa cuyo capital era de 8887500 pesos, procedente de los empréstitos de 1822 y 1825, subía hasta fines de 1830, según documentos oficiales que tenemos publicados, a 11553750 y aumentaba cada año en 533250 por intereses.

Hasta fines de 1838, esta parte de la deuda del Perú se elevaba pues a 15819759 y hasta fines de 1845 a 19552500 pesos.

En oficio de 15 de enero de 1842 nuestra Cancillería ofreció al Encargado de Negocios de S. M. B. aplicar la cuarta parte de los productos netos del guano al servicio de la deuda inglesa, y en consecuencia con este ofrecimiento se dispuso, por Resolución Suprema de la misma fecha, que el Cónsul del Perú en Londres hiciera depositar en el Banco de Inglaterra los mencionados fondos, avisando a los tenedores de créditos anglo-peruanos el destino de dicho dinero y previniéndoles que el Gobierno mandaría en breve un comisionado para arreglar con ellos el modo y forma del pago de toda la deuda.

Desgraciadamente ni el compromiso ni el depósito mencionado llegaron a tener efecto; primero por no haber alcanzado —411→ los productos del guano ni para hacer la devolución previa del dinero adelantado por los contratistas, y segundo por los trastornos políticos que sobrevinieron en julio del mismo año 42 y envolvieron al país en sus efectos hasta octubre de 1844.

La deuda interna, sin embargo de que se pagó en parte por el medio de admitir los títulos que la constituían en pago de derechos fiscales, lejos de disminuir había ido en aumento.

Pasaba en el Perú, en este orden, una circunstancia verdaderamente excepcional a primera vista: cada ramo de ingreso fiscal que se establecía o descubría, y que por consiguiente era una esperanza de bienestar y de reducción de su deuda, resultaba a poco figurando y aumentando ésta, tanto como si lo establecido o descubierto hubiera sido en contra y no en favor del Erario.

Al finalizar el año 1845 la Aduana del Callao, oficina recaudadora de derechos fiscales, era, no acreedora sino deudora a particulares por la crecida suma de 412505 pesos 5 1/2 reales; la Casa de Moneda, que recaudaba los derechos fiscales de su institución, era deudora también por 293141. Establecido el impuesto o recargo sobre los derechos de Aduana, que se llamó arbitrios, resultó que al finalizar el año 1845 este ramo debía 31716 pesos, según lo dijo al Congreso el Presidente de la República, Sr. Menéndez, en su Mensaje de 16 de abril de 1845.

Por último, descubierto el guano como fuente de recursos fiscales, y apenas trascurridos cuatro años y medio de su explotación, ya el Fisco era deudor por su causa de 756348 pesos.

Este fenómeno económico era sin embargo fácilmente explicable: cada renta fiscal ofrecía al Gobierno, no sólo a suma de dinero que consumir, sino un recurso más para pedir adelantos a los que debían pagarla en lo futuro; y sin meditar que tales avances pocas veces se daban a título generoso ni equitativo, y que constituían también la vida del porvenir, se descontaban siempre precipitando al país por un peligroso camino en que más tarde no pudo detenerse y que ha recorrido hasta el término de su completa ruina.


Dancuart no menciona en su relación de deudas las que cobraban Chile y Colombia, deudas que tuvieron origen en convenios hechos en los años de 1821 a 1824 y de los que ya nos hemos ocupado. Tampoco dice nada de lo que dejó de pagar el gobierno español a numerosos peruanos y a instituciones nacionales, créditos que en su mayor parte fueron reconocidos por el nuevo Estado. Omisiones de esta naturaleza —412→ nos han obligado a buscar mejor fuente de información, habiéndola encontrado en el diario El Comercio. En él hemos leído un Estudio sobre las deudas de los estados hispanoamericanos, al parecer escrito en Londres y después traducido al español. Dicho estudio, publicado en diciembre de 1842, hace subir las deudas peruanas a 38000000 de pesos. La parte relativa al Perú dice:

El importe de los dos empréstitos levantados en Inglaterra para el Perú es de 1816000 libras esterlinas, y el de los intereses simples no corridos y no pagados desde el 15 de octubre de 1825 hasta la fecha, asciende a algo más que el principal mismo, o sea a 1852320 libras esterlinas. En 1836 se calculó que la deuda interna del Estado contraída después de la independencia, ascendía a 5369000 pesos, después de las ingentes amortizaciones que en distintas épocas se hicieron. Es de mencionarse además, que en 1821 se computó que los créditos pasivos del Perú, procedentes de varias imposiciones y suplementos al Erario en tiempos del gobierno español, montaban a 18161636 pesos; y deduciendo de esta suma 11711971 correspondientes a las mesadas eclesiásticas, azogues, tabacos naipes y otros ramos remisibles a España que las Cajas del Perú no están obligadas a satisfacer, quedan 6449665 pesos, debidos a particulares que sí debe reconocer aquella nación como deuda suya. Como desgraciadamente ella ha permanecido tantos años en el estado más lamentable en materia de tranquilidad, lo que lejos de reducir la deuda debe haberla acrecentado, como Chile reclama 3500000 pesos contra el Perú y los estados que formaron a Colombia una cantidad que no bajará de 4000000 pesos, puede calcularse que el monto de la deuda pública del Perú ascenderá hoy día a 38500000 pesos, y aunque en 1836 se averiguó que el Erario tenía créditos activos por 6690526 pesos, es lo cierto que esta suma debe tenerse por incobrable en el día en su mayor parte.


Si se tiene en cuenta que los ingresos fiscales del Perú en 1845 llegaban poco más o menos a un millón de libras esterlinas, y los que hoy día se reciben en Tesorería ascienden a poco más de ocho (1825), hay que reconocer que la proporción en que están un millón de libras de ayer con ocho millones de hoy, correspondiendo 38 millones de pesos a un —413→ millar de libras, es naturalmente ocho veces mayor, o sean 304000000 de pesos de 48 peniques. Esto equivale a decir que las dificultades que tuvimos en 1842 para pagar los intereses y las amortizaciones de esos treinta y ocho millones, equivaldrían a las mismas dificultades que ahora se tendrían para atender con un presupuesto de ocho millones de ingresos una deuda de 304000000 de pesos de 48 peniques.

Es únicamente haciendo estas comparaciones, como es posible medir el estado de bancarrota en que el Perú estaba en la época que merece nuestro estudio.

Algo que también revela la triste situación económica del Perú, como también la de la Argentina y otras repúblicas del mismo continente, en esos pasados tiempos, es la cotización que en Londres tenían las deudas hispanoamericanas. Como es natural, la noticia de una nueva revolución traía abajo el precio de aquellos valores. En cambio, un arreglo favorable, o la esperanza de un aumento en las rentas, los hacía subir. El papel peruano fue siempre el más bajo de todos. En 1843, se vendía con 84% de descuento. Con posterioridad, en mayo de 1844, por causa de nuevos arreglos alcanzó mejor precio. The Times, de Londres, respectivamente, en 4 de julio de 1843 y 1.º de mayo de 1844, trajo las siguientes cotizaciones:

Brasileños71 a 73
Buenos Aires24 a 26
Colombianos23 a 231/2
Chilenos93 a 95
Chilenos y diferidos36
Mejicanos26 a 28
Peruanos16 a 17
Venezolanos32 y 1/2
—414→
Brasileños79 a 80
Buenos Aires35 a 37
Colombianos13 a 14
Chilenos103 a 105
Mejicanos34 a 35
Peruanos30 a 31

Otro documento que también pone de manifiesto la negligencia del Perú en lo relativo al pago de sus deudas, es la memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, del año 1841. En ella hay un párrafo dedicado al reconocimiento por el Perú de los gastos que hizo Chile para derrocar a Santa Cruz. La parte relativa al caso dice:

El arreglo de la deuda del Perú, a virtud de la convención del 12 de octubre, se encomendó a un agente especial que ha terminado satisfactoriamente su encargo. La liquidación ha dado por saldo a favor de Chile la cantidad de setecientos veinticuatro mil noventa y cuatro pesos, que ha sido reconocida formalmente por el Presidente del Perú en 27 de enero.

Restaurada la autoridad nacional en el Perú no pudimos menos de invitarla al arreglo de la deuda procedente del empréstito que Chile le hizo al Perú con la parte de los fondos de que esta República es deudora a los prestamistas de Londres; arreglo urgentísimo, por cuanto Chile es responsable a los acreedores extranjeros de toda la suma y de los intereses devengados y que sucesivamente devenguen, sin que hasta ahora haya contribuido el Perú con cantidad alguna para satisfacer sus intereses de su deuda, ni para asegurar a Chile el pago del capital recibido y aliviar su responsabilidad.


Una de las ventajas de esta general bancarrota, y tal vez la única que favoreció al Perú, fue la falta de prestamistas en el extranjero. En el interior, los empréstitos, siendo forzosos, siguieron aumentando, siendo cosa bien peregrina, que no solamente a la fuerza se les quitaba el dinero a los ciudadanos, sino que todavía el nuevo gobierno que subía por la derrota del anterior, negábase al pago de las —415→ sumas recaudadas por aquél, tomando el pretexto de que el dinero se había prestado a tropas que eran revolucionarias.

Los bienes nacionales fueron tratados como si hubieran sido propiedades del Sultán de Turquía. Se vendió por uno lo que costaba tres, recibiéndose casi siempre la mitad en efectivo y la otra mitad en créditos. Sobre una y otra cosa Dancuart dice:

Uno de los beneficios que reportó el Perú en la época de que nos ocupamos, aunque surgido de uno de sus mayores males, la falta de crédito, fue el de no recargar su responsabilidad con nuevos empréstitos.

Sin embargo, como este inconveniente, si en realidad lo era para verdaderos empréstitos, no alcanzaba a impedir las exacciones forzosas que tomaban este nombre y que eran inevitables en las revoluciones, la que terminó a principios del año de 1839 causó algunos de estos créditos, que el nuevo Gobierno se propuso desde luego reconocer, y para cuyo efecto se dirigió a los Prefectos por circular fechada en Huancayo el 22 de agosto del referido año.

Tomó también el nombre de empréstito, aunque en realidad sólo era un anticipo sobre los derechos de Aduana, pedidos al comercio de Lima, bajo condiciones muy favorables para éste, el que levantó el General en Jefe del Ejército del Norte, de 160000 pesos, y que el Gobierno aprobó en 18 de septiembre de 1839. Los prestamistas dieron 100000 pesos en dinero y 60000 en créditos, billetes y cédulas de reforma, que se vendían en plaza con notable descuento, y se reembolsaron desde luego las cuotas prestadas, pagando con ellas dos terceras partes de lo que por sus respectivos despachos tuvieran que satisfacer a la Aduana.

Con fecha 11 de enero de 1841, el Gobierno expidió un supremo decreto declarando que no serían reconocidos por el Gobierno los empréstitos, suministros, abonos o anticipos que peruanos o extranjeros hicieren a los trastornadores del orden.

Con el mismo objeto, aunque limitado a los extranjeros, se expidió la ley de 22 de octubre de 1845, declarando la nulidad e irresponsabilidad del Estado, por los préstamos que éstos hicieran bajo cualquier título a los revolucionarios.

El Gobierno de la Restauración, inaugurado en 1839, encontró que bajo el régimen anterior se habían vendido muchas propiedades inmuebles del Estado, y, aunque más tarde tuvo que transigir con el derecho creado por los compradores, y —416→ con la imposibilidad de restituirles el dinero erogado, expidió por de pronto el supremo decreto de 13 de julio de dicho año, declarando nulas las ventas de dichos bienes, realizada por el Protector Santa Cruz desde 15 de junio de 1835.

Encontró también el Gobierno que en las oficinas de su dependencia no existían documentos ni antecedentes completos para dar a conocer las capellanías de patronato del Estado, y mandó, por decreto de 23 de octubre de 1839, que los que estuvieran en posesión de ellas presentasen su respectivo título al Ministerio del Ramo en los términos de cuatro meses, bajo pena de la pérdida de sus derechos.

Los terrenos de la población del Callao, comprendidos entre la playa de dicho puerto y el distrito de Bellavista, fueron objeto del supremo decreto de 10 de enero de 1840, por el cual se mandó dividirlos en tres fajas paralelas al mar en dirección del Sur al Norte, y venderlos al respecto de tres pesos por vara cuadrada los de la primera, dos pesos los de la segunda y uno los de la tercera, pagaderos la mitad en dinero y la mitad en billetes o documentos de crédito.

Se mandaron también vender en remate, al mejor postor, los castillos del Sol y de Santa Rosa, sobre la base de 3910 pesos el primero y 11245 pesos el segundo, según la resolución Suprema de 21 de julio de 1841.

Por último, se resolvió por regla general, por decreto Supremo de 19 de mayo de 1845, que todos los bienes del Estado se vendieran precisamente en remate público, sobre la base del precio de tasación, y pagaderos en documentos de la Deuda Pública, externa o interna.


El desbarajuste de la época en que no se pagaba lo que se debía en el interior y en el exterior, tuvo su exponente en el proyecto presentado en el Congreso de Huancayo para recompensar los esfuerzos hechos en la Campaña Restauradora, ofreciendo entregar a los vencedores (mitad a los peruanos y mitad a los chilenos) la importante suma de un millón de pesos.

VIII

La minería y la agricultura no progresaron. No solamente sufrieron las consecuencias de la anarquía y el desquiciamiento social, sino que a la primera faltó el elemento —417→ más valioso de su prosperidad que por aquel entonces era la abundancia de azogue, y a la segunda braceros esclavos para el cultivo del suelo. Prohibida por Inglaterra la introducción de negros en América, y declarados por San Martín libres los hijos de los esclavos nacidos desde 1821, la costa comenzó a sentir las consecuencias de una y de otra disposición. Se modificó la última, mediante la declaración hecha en 1839, en virtud de la cual los hijos de los esclavos quedaron sometidos a los amos de sus padres. Este acuerdo anuló los efectos del decreto sanmartiniano, y mediante él la esclavitud volvió a quedar en la forma absoluta en que la reconoció el Rey.

Más vida que la agricultura y la minería se vio en el comercio. Él estuvo en su mayor parte, a lo menos la importación y la exportación al por mayor, en manos de capitalistas ingleses que supieron explotarlas en forma que excluyó a los competidores nacionales. Dancuart dice:

Minería

Tres graves inconvenientes detenían el progreso de la industria minera en la época en que nos ocupamos: las restricciones opuestas a la libertad de tránsito, de comercio y de exportación de las pastas; la escasez de brazos para el trabajo de las minas, y la falta de azogue para el beneficio de los metales.

Los mineros no podían trasladar sus pastas sin guías de tránsito, fianzas y otros requisitos cuya falta o irregularidad se castigaba con el comiso de dichas pastas y no podían venderlas sino a las casas de Moneda, las cuales, además, eran morosas para el pago.

Para remediar en parte estos graves males, se dispuso por decreto de 12 de marzo de 1840 que todos los derechos y aprovechamientos de las casas de Moneda, con sola deducción del sueldo de sus empleados y del pago de las pastas, se aplicasen a satisfacer las introducciones devengadas y el interés de 21/2% mensual por la demora y que en lo sucesivo se pagasen los certificados de introducción de pastas en el término de quince días.

—418→

Con el mismo objeto se dictaron las supremas resoluciones de 31 de julio del expresado año, y 15 y 29 de enero de 1842, agregándose en la última que cuando fuese preciso a las Casas de Moneda pagar las pastas en onzas de oro, abonaran un aumento del 20% en compensación del descuento que sufrían éstas en el cambio con pesos fuertes.

Al lado de estas disposiciones favorables, aparecieron otras dañosas al interés de los mineros, contenidas en el supremo decreto de 1.º de diciembre de 1841, sobre guías para el tránsito de pastas.

Para proveer de azogue a los asientos mineros de la República se hallaba dispuesto exigir a los buques importadores de mercaderías españolas, que trajesen una cantidad de este artículo por cada tonelada de su cargamento, pero esta disposición no produjo el efecto deseado y además no pudo subsistir desde que por ley de 20 de octubre de 1839, quedaron abiertos los puertos de la República a la marina mercante española.

Pretendió el Gobierno restablecer la explotación de las minas de azogue de Huancavelica que había estado a cargo de una sociedad formada en 1836 y disuelta en abril de 1839, y creó al efecto, por decreto de 7 de mayo de 1839, una compañía industrial compuesta de 16 socios con el capital de 500 pesos cada uno que se encargase de esta empresa, y mientras ella se constituía entregó la dirección de la mina a los señores Prefecto Coronel D. Manuel Lopera, D. Demetrio Olavegoya y D. Luis Flores. Adjudicó a dicha compañía, gratuitamente, las minas del Estado, sus oficinas y enseres, excepcionó a sus operarios y acémilas de todo servicio público y declaró inviolables a cuantos elementos personales o materiales se empleasen en el trabajo de las minas.

Convencido de que el capital social era insignificante para las labores, mandó, por decreto de 13 de junio del mismo año, que se prestasen a la compañía todos los fondos sobrantes en las tesorerías de Ayacucho y Huancavelica y que se encargase de la venta de los azogues.

No obstante estas generosas concesiones la Empresa no pudo subsistir mucho tiempo y aunque de ello no dan suficiente noticia las publicaciones oficiales que hemos consultado, encontramos en la obra publicada ahora dos años por el Sr. Dr. D. Pedro Pablo Arana, las siguientes palabras al respecto:

«Desgraciadamente la nueva Empresa, que no contaba con personas técnicas ni laboreros experimentados, y que estaba sujeta a las condiciones políticas, tuvo que abandonar el trabajo de la mina.

—419→

»Con este motivo el gobierno arrendó (año 1846) la mina por diez años, a D. Luis Flores con la merced conductiva de mil pesos al año».


La minería del Perú necesitaba por lo menos 4000 frascos de azogue por año y la carestía y escasez de este artículo se hacía cada día más sensible. Su importación en los cuatro años corridos de 1842 a 1845 fue la siguiente:

18424711frascos
18432401frascos
1844900frascos
1845501frascos

En julio de este último año, valiéndonos de la exposición del Ministro de Hacienda D. Manuel del Río no había un solo quintal de este artículo en toda la costa.

El azogue además había subido de precio en Europa a punto de que al finalizar el año 1844 la libra se vendía en Londres a 4 chelines 6 peniques o sea a $ 112. 4 reales quintal al respecto de 48 peniques por peso. En el Cerro de Paseo y a ventas por menor llegó a valer 2 pesos la libra.

Agricultura

Este ramo de la riqueza nacional, aunque circunscrito por entonces a satisfacer las necesidades del limitado consumo interior, ofrecía considerables provechos a los propietarios de tierras y de esclavos.

Desde el año 1821 en que se declaró libres a los hijos de los esclavos, comenzose a sentir la falta de brazos para los trabajos del campo. Una ley injusta, contraria a los principios de la civilización e inspirada tan sólo por la influencia y el interés de las clases superiores, vino a dar aliento a la agricultura. Ésta fue la de 24 de diciembre de 1830, que sometió a los hijos de los esclavos a una condición que sólo se diferenciaba de la de éstos en el nombre.

No se conocía ni se admitía entonces la idea de dividir la propiedad y fomentar el trabajo libre que más tarde prevaleció con el nombre de yanacones, y la agricultura en manos de los antiguos hacendados marcaba sus progresos o su decadencia en razón inversa de los progresos o decadencia de la civilización, refractaria a la esclavitud del hombre.

En la época a que nos referimos existían Aduanas interiores y se cobraban derechos a los artículos del país transportados por mar o tierra para el consumo de las poblaciones. A este género pertenecía, pues, la azúcar y aprovechando —420→ de la oscuridad del Reglamento de Comercio se le cobraba un impuesto de dos reales por arroba.

Para evitar este abuso expidió el Gobierno la suprema resolución de 30 de enero de 1841, ordenando que sólo se pagasen 2 reales por arroba por la azúcar refinada o de primera clase; un real por la de clase inferior y medio real por la moscabada.

En 1842 en que era ya un tanto activa la extracción y exportación del guano, se comenzó a sentir la falta de este abono para la agricultura del país que consumía no menos de 7000 toneladas al año y el Gobierno acudiendo al remedio de este mal expidió el decreto supremo de 21 de marzo reglamentando la provisión de este abono.

Comercio

Los trastornos políticos de 17 años que tanto contribuyeron a la postración y casi a la total paralización de la minería y la agricultura, no pudieron causar el mismo efecto en el comercio, ni fueron bastantes para detener su influencia civilizadora.

El comercio sufrió mucho sin duda durante ese largo tiempo de trastorno e inseguridad: tuvo que cubrir empréstitos forzosos; dar adelantos sobre los derechos de Aduana y de arbitrios, y vivir sujeto a muchas y onerosas gabelas, pero a pesar de todo esto, no sólo subsistió tan fuerte como antes, sino que ensanchó su acción y sus recursos, afianzó sus garantías, sus respetos y aun su privilegiado fuero y aumentó el padrón de su gremio con los nombres de acaudaladas casas ventajosamente conocidas en el mundo mercantil.

El comercio fue el primer vínculo de amistad que el Perú contrajo con las poderosas naciones europeas, con las que no tenía aún tratado alguno; fue el intermediario más útil para el reconocimiento de nuestra nueva nacionalidad y el agente más activo para atraer a nuestro suelo los conocimientos más avanzados de las ciencias y las artes y los sorprendentes adelantos de la industria.

Más de veinte casas extranjeras de crecido capital se establecieron en Lima, Callao, Arequipa, Tacna y Trujillo, y esparcieron los beneficios del comercio a las poblaciones del interior, atrayéndolas a una vida más activa.

Este relativo ensanche del comercio importador puso de manifiesto la falta de productos nacionales para la exportación, casi limitados por entonces a las pastas de plata, lanas y guano.

—421→

El cambio, o sea, la relación del valor entre la moneda inglesa y la peruana no ofrecía por entonces variación alguna, pues se mantenía en la exacta proporción de 48 peniques por peso, o sean, 5 pesos por libra esterlina.


Dos documentos, ambos muy interesantes, aunque los únicos oficiales de la época, confirman nuestros juicios. Es uno el Mensaje del presidente Menéndez, al Congreso de 1845, y el otro la Memoria de Hacienda, escrita en ese mismo año por don Manuel del Río. Con franqueza característica de hombres que viven por encima de las conveniencias políticas, uno y otro tuvieron la entereza de exponer con claridad los hechos que en materia de Hacienda tenían al Perú en la ruina. El primero refiere lo que fue el agio en esos tiempos y da cuenta de la manera como se dilapidaba el dinero y se hipotecaban las rentas. Después de apuntar las deudas que pesaban sobre la recaudación que se hacía en la Casa de Moneda, en las aduanas y en el Ramo de Arbitrios, se queja de lo abrumador que es para el Estado el pago de pensiones y montepíos, y de la carga, aún más abrumadora, que sufre el Estado por sueldos que se pagaban a jefes y oficiales que no estaban en servicio. Repara también en la forma onerosa como la burocracia grava al Fisco, y la imposibilidad de eliminar del servicio a centenares de servidores que habían conseguido empleos en propiedad.

Don Manuel del Río pone de manifiesto la forma imperfecta como se recaudaban las rentas públicas por causa de la miseria de los pueblos, las dificultades de la movilidad y los abusos de los recaudadores. Evidencia el adeudo que había en 1845 de 2645884, y lo exagerado que es calcular los ingresos públicos en 6696760. Habla del descuento de guerra sufrido por los empleados civiles y militares y de la necesidad de revisar las cuentas presentadas por Chile y la Nueva Granada para el cobro, de lo que se les adeudaba.

—422→

Van a continuación los párrafos de ambos documentos, correspondiendo el primero a la Memoria de Hacienda y el segundo al Mensaje presidencial.

En el estado general de valores advertirá el Congreso, que los ingresos en el año anterior se calculan en 6696760 pesos; pero si se considera que para la formación de ese documento han servido de base varias cuentas sin enlace entre sí, por no estar centralizadas, y en las cuales necesariamente deben haberse cargado y datado unas mismas partidas y algunos estados correspondientes a épocas de tranquilidad en unos departamentos y de discordia en otros, y que la paz había aumentado en unos las rentas, facilitando los medios de adquirir y de pagar, y en otros la violencia de los disturbios domésticos recaudó sin miramiento muchos créditos atrasados o cuestionables, exigió contribuciones adelantadas a los pueblos, empréstitos a los particulares y estableció el ruinoso sistema de abonos que forzó el despacho de las aduanas, no se extrañará que las rentas, incluyendo una gran masa de billetes y liquidaciones, se computen en 6696760 pesos, con sólo la deducción de 448149 que pertenecen a ramos ajenos. Mas si ellas han de recaudarse sin desvío de la ley si se centraliza la cuenta, sin la cual es imposible saber su monto y distribución, entonces se verá con evidencia que no bastan para cubrir los 5913391 pesos que importa el Presupuesto.

Por el estado que manifiesta lo que ha producido la aduana del Callao en el quinquenio correspondiente a los años 1840 a 1844, y que se ha publicado en el último número de El Peruano, aparece que ese establecimiento dejó al Tesoro 6823566 ó 1365313 en un año común, de los que deben rebajarse cien mil, cuando menos por los descuentos del 1170 y premios concedidos por los artículos 83 al 88 inclusive del Reglamento de Comercio. Y por otro estado publicado juntamente con aquél, deducido de las matriculas que también rigen por un quinquenio, resulta que el importe anual de las contribuciones directas, comprendiendo la de patentes, es de 1811288. Mas, debe tenerse presente, que si se promulga la ley sobre el impuesto que se ha querido titular de jornaleros, habrá que rebajar de las contribuciones 365000 pesos, a que asciende el monto de aquél en todas las provincias de la República, y que darán reducidas a 1416280 pesos.

Los ingresos de las aduanas de Iquique, Arica, Islay, Huanchaco, Lambayeque y Paita, computados por sus manifiestos, no pasan de 600000 pesos anuales.

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Los productos de los demás ramos, con excepción de la Casa de Moneda de esta capital, cuyos ingresos por el último quinquenio en un año económico llegaron a 364659 pesos, y el papel sellado, cuyo expendio no excede en el mismo tiempo de 50000 pesos según los asientos de la Tesorería General, son de escaso rendimiento, y no dan lo suficiente para completar la cantidad de 4000000, pues sin embargo de que en el estado general de valores, figuran algunas otras partidas notables, como son las de censos, obras pías, alcabalas y la de molinos, debe advertirse que las primeras proceden casi en su totalidad de billetes o liquidaciones amortizadas con ellas y la última de un gravamen municipal, que aunque entra al Tesoro, la ley ha declarado que no es nacional, y sus aplicaciones son puramente locales.

Hay siempre gran diferencia entre lo debido cobrar y lo cobrado, porque ordinariamente las quiebras son grandes y con especialidad en las contribuciones directas.

La miseria de los pueblos, las calamidades de la naturaleza, los abusos de los recaudadores y varias otras causas, influyen de tal manera sobre las rentas, que las reducen con frecuencia a un tercio o cuarto, cuando menos, de lo que debían producir. Así es que en el día hay un adeudo de 2645884 pesos por dicho ramo.

Aunque la deuda que Chile y Colombia reclaman no se halla todavía en el estado de claridad que sería de desear, sin embargo, debe tenerse en consideración para la calificación de los créditos y egresos de la Nación. Se ha mandado que los comisionados continúen sus trabajos para esclarecerla y su resultado proporcionará nuevos datos y un nuevo punto de examen y de partida para decretar los gastos públicos o arreglar sus entradas con leyes análogas.

Durante las convulsiones políticas desde 1841 han sufrido los empleados civiles y militares el descuento de guerra; y por esta medida que aún no ha sido posible derogar ha crecido enormemente la deuda interna. El pago de ésta y de la externa es uno de los negocios en que más debe pensarse, pues su liquidación, reconocimiento y consolidación serán un apoyo del crédito de la Nación y de su tranquilidad futura. Sería ofensivo a la ilustración de las Cámaras hacer las deducciones que ofrecen éstos y otros arreglos íntimamente ligados con la riqueza pública. Los acreedores instan, claman y apremian al gobierno por el pago de sus deudas: por poco que se pague debe considerarse en los egresos lo que por ello se decretare, pues no es posible resistir a demandas de tal naturaleza, ni el Gobierno tiene medios no habiendo ninguna regla ni ley sobre el caso.

La hacienda se hallaba en un estado ruinoso, consecuencia de las dilapidaciones que ha sufrido, de los gastos que han comprendido —424→ los revolucionarios y de los empeños en que se han visto precisados a entrar los mandatarios legítimos para restablecer el orden, llenar en parte sus compromisos y atender a las necesidades públicas. De aquí ha provenido el aumento de los créditos pasivos, el crecimiento de sus intereses, los abonos librados contra las Aduanas, la paralización del pago de sueldos y la consiguiente emisión de billetes, que en el pago de los derechos fiscales, va jugando de continuo en el agio, en que representan como dinero junto con el que efectivamente han prestado los agiotistas. La Aduana del Callao tenía un empeño de 370795 pesos en 7 de octubre de 1844 en que reasumí el mando supremo. Desde entonces se ha disminuido esta deuda algo, sin que haya podido avanzarse más en su desempeño, por atender con algo de sus sueldos a los empleados, a quienes se tenía olvidados, y por la precisión de cubrir los gastos del crecido ejército, que casi todo grava sobre la capital, sin haberme sido posible conseguir su reducción. El Ramo de Arbitrios adeuda por libramientos que no están cubiertos y que no son relativos a los objetos de su creación 31716 pesos.

La Casa de Moneda está igualmente cargada de créditos. Debe 293141 pesos resultado de todos los contratos, negociaciones de empréstitos, libramientos y demás gravámenes de su responsabilidad. Sus fondos no han podido rendir para satisfacerlos, ni aun para llenar sus gastos naturales, por haberse paralizado el tráfico de pastas, y haberse también empeñado sus productos para el pago de las anticipaciones que se habían recibido por cuenta de sus derechos. Las contribuciones se hallan absorbidas casi todas hasta el semestre de San Juan próximo. Son muy sabidas las escandalosas negociaciones de la época de Vivanco hechas con estos ramos, que se han subastado con una pérdida considerable. Tal es la de haber convenido en recibir de los subastadores una parte en dinero y otra no pequeña en créditos. En el mismo estado de empeño deben hallarse las otras Aduanas del Sur y los ramos de contribuciones, sabido como es que se ha tenido que sostener un ejército y hacer todos los gastos de guerra.

A este grave mal no puede oponerse otro remedio que una rígida economía, disminuyendo los gastos hasta reducirlos a los muy necesarios. Ésta debe ser la obra de un Ejecutivo como el que se nos espera, que tenga por jefe una persona de conocida honradez, de una probada contracción al servicio, que en medio del orden y tranquilidad disponga los arreglos que no ha sido posible decretar en el bullicio de las revueltas y con el estrépito de las armas; y que tenga además algunas autorizaciones extraordinarias. El ramo sólo de pensiones y montepíos es una carga abrumante para el Estado; y bien que sea justo —425→ este pago cuando la hija y la viuda perdieron un padre y un marido que habrían conservado si no hubiera reclamado la Patria el sacrificio de su vida; no lo es fuera de este caso, y cuando se prestaron los servicios en una guerra fratricida, a que no lo condujo el patriotismo quizás. Indáguese pues con prolijidad el origen de estas asignaciones y gócenlas únicamente las personas que deben gozarlas conforme a la ley.

Sufre el Estado otra carga no menos abrumante que la anterior en el número prodigioso de jefes y oficiales sueltos que perciben sueldos porque sirvieron en una revolución; y porque traicionaron quizá alguna vez a la Patria. Desde que se dicen jefes y oficiales sueltos, se publica que no hay necesidad de sus servicios; porque al haberla estarían colocados en el ejército.

¿Por qué se ha de gastar en los que no se necesitan? Hágase pues una clasificación de estos jefes y oficiales por épocas y tiempo de servicio, como se practicó al dar la ley de reforma; goce de ésta el que la obtuvo entonces, y vuelva a su clase ahora que no se le necesita, sin gravar más al Erario; considérese a los otros en sus empleos y retíreseles en ellos con los goces que les correspondan por el tiempo que han servido legítimamente. Si nada les toca a nada tienen derecho, porque lo que se da fuera de este caso equivale a un premio pecuniario, que ni el Congreso puede decretar mientras no esté cubierta la deuda pública. El medio más adecuado para lograr este fin es autorizar al Ejecutivo para que haga estos arreglos.

Hay otro abuso que perjudica mucho a los fondos públicos, y demanda una medida en obsequio a las rentas fiscales. Consiste en la facilidad con que se quitan o mudan los empleados, sin más objeto a las veces que favorecer a otro más querido. El despojado así queda de cesante, y cuando en obsequio a la economía se le coloca en otro empleo de sueldo menor, se le declara el mayor haber que disfrutó antes. Por manera que se paga por el servicio de un destino un sueldo mayor que el designado por la ley. No se exagera, si se afirma que hay empleos por los que se abonan dos y más sueldos según las distintas personas que se han nombrado y separado. Este reparo no es de poca importancia y debe llamar la atención del Congreso para dictar una regla tanto más urgente, cuanto que éstas son disposiciones de los supremos mandatarios, para cuya denegación se desconoce a veces la autoridad del que le ha sucedido. ¿Puede reputarse justo que porque se sirvió un destino algún tiempo y se alcanzó después otro, que aunque de menor dotación, acomoda más al empleado, le deja libertad para otros provechos y le abre una carrera que dé más ventajas, se le haya de acudir con el sueldo mayor que tuvo, y que no responde al empleo que sirve últimamente? Cuando dispone la ley —426→ que se acuda con el sueldo mayor al que se separó de un destino para servir otro que lo goza menor, es en el concepto de que así lo exija el servicio público, que va a alcanzar ventajas del empleado, y no es regular que lo perjudique. Empero no es el mismo caso cuando el empleado quiere el puesto menos dotado, y se propone compensar de otra manera la pérdida que sufro. Será muy oportuno que se haga una declaración por el Congreso que sirva de regla en las concesiones hechas, y que se hagan sucesivamente.

La dificultad de las manos que intervienen en la administración y cuidado de las rentas, es también una de las causas del menoscabo que padecen. La experiencia ha hecho ver lo poco que puede prometerse el Ejecutivo del Poder Judicial en los juicios que se provocan a este respecto, porque los jueces tienen que sujetarse a formas tardías por su naturaleza, y a pruebas que no son de un éxito muy seguro. La compasión y otros motivos hacen a los testigos muchas veces ocultar la verdad. Esto, sin duda, influyó en que se dictara la atribución 28.ª del artículo 87 de la Constitución, y en su virtud puede ser removido un empleado con acuerdo del Consejo de Estado. Pero esta atribución ha quedado evadida en las ocasiones en que se recuerda haber ocurrido al Consejo. O duermen allí los expedientes, o se ha respondido al Ejecutivo que someta el negocio a los jueces. Mientras tanto el empleado sigue en actitud de malversar, y el servicio se hace mal. Este asunto demanda una resolución.

La negociación del guano ha llamado la atención de los peruanos, y ha sido materia de curiosidad y aun de murmuraciones. En un mensaje no es posible hablar de este asunto con la detención que requiere. Por esto se ha formado separadamente una relación que se os pasará con oportunidad. Debo manifestaros que en mi época no se ha gastado un maravedí en espionaje ni gastos secretos.


IX

Ésta era la situación pavorosa de la Hacienda Pública en el Perú en aquellos años que terminaron en 1845, cuando casi en forma casual y por medios ninguno de los cuales correspondió a la previsión del Gobierno, se evidenciaron, en Europa, por químicos y agricultores las grandes propiedades fertilizantes del guano y la absoluta necesidad de comprarlo al Perú.

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Cuanto ocurrió en materia de Hacienda y en los asuntos políticos por causa de las grandes exportaciones que se hicieron del mencionado abono, corresponde al gobierno de Castilla y a los presidentes que le sucedieron. Larga es la historia, y ella muy llena de vicisitudes adversas a nuestra prosperidad. Siéndonos preciso cerrar este capítulo para abrir uno nuevo que corresponda a la administración de 1845 a 1851, dejaremos para el siguiente y los posteriores la relación de cuanto tenemos que decir sobre los males que causó la riqueza del guano en el Perú. Por ahora nos limitaremos a reproducir los conceptos que la tal riqueza mereció del sociólogo doctor Lissón, debiendo advertir que su libro fue escrito en 1865. Leyéndole en la parte relativa a nuestras finanzas, se observa la visión clara del hombre que previó la caída nacional.

«¿Qué le quedará al Perú del guano? -Preguntaba el doctor Lissón, catorce años antes de la guerra con Chile-. La memoria de lo que gastó y el remordimiento de haberlo empleado tan improductivamente cuando llegue la hora del crujir de dientes. ¡Que esa hora no llegue, peruanos!... El castigo tiene que ser tremendo, ¡que no os maldigan vuestros hijos en los días sin noche que les estáis preparando!». Ese castigo, esos días sin noche pronosticados en 1865, llegaron en 1879. Dice el doctor Lissón:

En los momentos más críticos, cuando las banderías estaban en todo su fervor, cuando la miseria del erario, explotada por ellas, iba a prestarles numerosos auxiliares; y el Gobierno sin créditos ni recursos, viviendo de los eventuales contingentes de las provincias, apenas podía llenar sus más vitales exigencias, tomó repentinamente el guano un valor desconocido en Europa, llenando abundantemente las arcas del Estado. Si en todas partes el dinero es una condición precisa de la vida, en el Perú, país de empleados sin hábitos de trabajo y sin capitales que lo fomenten, lo era en superior grado. Con la abundancia huyó la anarquía. Las listas civil y militar fueron pagadas religiosamente, como no lo habían sido en muchos años; —428→ y ya pudo el Gobierno contar con la fidelidad de los soldados y empleados. La industria y el comercio se levantaron convirtiéndose en poderosos defensores de la paz. Se resucitó el crédito, que se convirtió también en auxiliar del Gobierno; y por fin, lo que fue más decisivo, se trastornó completamente la situación político-económica de la República. Hasta entonces el Gobierno había subsistido de las Aduanas y el tributo de los indios; y estado a merced de lo que mandaran las provincias. La sublevación del Cuzco, a este respecto, decidía de su suerte; y la de cualquier otro departamento lo ponía en los mayores apuros. Con el guano ya no tuvo que temer las sublevaciones: la vitalidad fluyó a donde estaba el dinero; y Lima se hizo por la primera vez la cabeza social de la nación. Estos fueron sus inmediatos beneficios: la paz, la tranquilidad y el renacimiento a la vida. Pero esto no era más del anverso de la medalla: ¡cuán diferente ha sido el reverso!

Sin duda que si tan pingüe riqueza hubiera caído en manos laboriosas, el hecho providencial del guano habría sido verdaderamente divino. La imaginación no alcanza a columbrar lo que con ella ha podido hacerse. Apenas se detiene oyendo el silbido de la locomotora en las cumbres de los Andes, y viendo al telégrafo dar a Lima noticias diarias del Cuzco y de La Paz. Esto no es más que un sueño: la realidad tomó otro rumbo más natural. Sucedió al Perú con el guano, lo que a cada rato se ve con una de las antiguas familias de su nobleza: que crecidas en medio de la opulencia, sin apreciar el valor del oro, caen en la miseria; y luego cuando heredan repentinamente a un pariente lejano, que les deja una fortuna, la disipan en el acto, sin medirla, ni pulsarla para el porvenir, ni poderse explicar después en qué, cuándo, ni cómo la han gastado, ni dejar siquiera un recuerdo satisfactorio de ella. La comparación es exacta. El Perú nacido en medio de los portentos de Potosí y Pasco, que se sucedieron simultáneamente, y educado por la Metrópoli en el despilfarro, vino a la indigencia una vez agotados esos filones de plata nativa; y cuando apareció el guano se apresuró a derrocharlo con el más completo desenfado cual si nunca hubiera de acabarse. Súmese cuanto éste ha producido; y el total será millones de millones: pregúntese, ahora que ha vuelto a su antigua penuria, qué es de ellos; y nadie podrá rendir la cuenta. Así viven los jugadores felices, abandonados al acaso, esperando un tumbo favorable de los dados que los saque de las angustias del momento. Pero aún es más exacta la comparación. La lotería no cupo al Perú entero; que algo habría aprovechado de ella. Apropiósela sin razón, la que puede llamarse su nobleza moderna, enteramente igual en hábitos a la antigua, compuesta de las personas que por su educación escolar, —429→ pertenecer al ejército u holgada posición, son llamados a desempeñar los primeros destinos. Calcúlese el número de éstas; elévese cuanto se quiera, incluyendo curas, jueces, jefes del ejército, etc., y no ascenderá a 4000. ¿Cuánto ha producido el guano? ¡Más de 200000000! y sin embargo no ha bastado, ni basta a sus necesidades; no pueden vivir sin adelantos. Entretanto el indio agricultor y el mestizo, sastre o zapatero, mueren de miseria e ignorancia. ¡Ellos! a quienes no llega del guano más que el ruido del lujo; que no tendrán un recuerdo de él, y que sin embargo serán los que sobrelleven con el tiempo la pesada carga que les dejen los gastadores del presente. ¿Es esto justo? En esto no se piensa. El Perú es riquísimo, dicen, ya vendrá después otro descubrimiento que lo libre de los apuros que puedan venir en lo sucesivo. ¡Egoístas! ¡Imbéciles!

Háblase mucho de la riqueza del Perú que es hasta proverbial. No se repita tan necia charla. La riqueza de un país no es deducción fatal de la de su suelo: éste puede ser muy pobre y sus habitantes muy ricos; y viceversa; lo cual depende de la buena educación y el trabajo inteligente que es su inmediata consecuencia. Esto ha sucedido precisamente en el Perú. ¿Qué es de su decantada riqueza? ¿Qué le ha quedado de Potosí y de Pasco? ¿Qué le quedará con el tiempo del guano? La memoria de lo que gastó y el remordimiento de haberlo empleado tan improductivamente, cuando llegue la hora del crujir de dientes. ¡Qué esa hora no llegue, peruanos! La misericordia de Dios no alcanza a los que viven sin previsión y desconocen sus beneficios. El castigo tiene que ser tremendo; ¡que no os maldigan vuestros hijos en los días sin noche que les estáis preparando! No se hable pues ni se decante la riqueza del Perú: ésta es una mentira. El Perú es un país pobre, pobrísimo: pobre de brazos, pobre de capitales productivos, pobre de comercio: éste no existe; en él no hay comerciantes sino negociantes con el Gobierno; pobre, por fin, de ahorros; el día que el Tesoro no paga sueldos no hay qué comer. Los lingotes de oro que vienen de Inglaterra apenas tocan su suelo, huyen de él en demanda de trabajo; pasan por las manos de sus hijos sin dejar rastro. ¿Adónde está su riqueza? ¡Más rico es Chile con sus harinas que el Perú con sus guaneras...!

Por tan extraño modo el guano que debió ser para la República una poderosa palanca de mejoramiento, adelantando sus destinos, ha venido a ser la más eficiente causa de su perdición, conmoviendo las bases del mundo moral, hasta llegar a trastornar completamente las salvadoras ideas de fin y medios. De la idéntica manera que obra el virus en el cuerpo humano, afectando toda su economía, así ha obrado el guano en el Perú: —430→ Gobierno, sociedad, administración, instituciones, palabra, pensamiento, honor; todo es guano. Se aspira a la Presidencia de la República porque hay guano, la sociedad se alimenta del guano, se administra por el guano, se crean obispados y cortes de justicia porque hay guano, se habla del guano, se piensa en el guano, se compra la paz porque hay guano; y todo es guano. Y los hombres de bien reniegan y blasfeman de él, por los males que está causando al país este funesto regalo.