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Libro segundo

Amor

[65]

                                                                                                                                                                                     

I

 
   ¡Hombres, amad! El pájaro en su nido,
el silfo en su hoja, en su rincón la araña,
el pez entre las ondas sumergido,
en su cubil salvaje la alimaña
se estremecen de amor... Vívida hoguera 5
de irresistible llama abrasadora,
con que el divino aliento alumbró el caos,
su resplandor eterno reverbera,
antorcha inextinguible
de la creación sobre la ingente esfera 10
y alma de todo ser, germen fecundo
de cuanto el sol colora,
desde el hombre al insecto, anima y dora
cuanto el espacio abarca y puebla el mundo.
 
   ¡Amad, mujeres! Las que en áureo cáliz 15
néctar apuráis de la amargura;
las que faltas de dicha y de ventura
tras íntima congoja
visteis de la ilusión la flor querida,
en yertos desengaños convertida 20
mustia al suelo rodar, hoja por hoja; [66]
oh, amad, sí, que el amor es el rocío
de las flores del alma, es el aliento
restaurador del apagado brío,
voz que imprime al cadáver movimiento, 25
que enciende el sol y músicas da al río...
sentimiento sublime,
ángel de leves luminosas alas,
él al esclavo corazón redime,
y al pecho torna, que desierto gime, 30
perdidas pompas y marchitas galas.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
   Sobre el sepulcro infando
que a don Ramiro muerto recogía
doña Dulce lloró, quizá ignorando
que el llanto que vertía 35
jugo a un amor exótico daría.
Lloró; pero sus lágrimas acerbas
que en nube vaporosa
de arrebol encantado y peregrino,
tibias bañaron la pesada losa 40
del valido traidor, lágrimas fueron
que de don Pedro al beso se templaron
y en un cielo de rosa se perdieron.
 
   Amaba ya. La desgarrada pena
que de la muerte el rayo dejó en su alma, 45
el temor a una vida
por hondas tempestades combatida,
sin esperanza de consuelo y calma,
todo pasó, del ceguezuelo niño
a la sonrisa de atractivos llena; 50
todo pasó, porque brotó serena,
tintas prestando al seductor armiño
del rostro de la virgen, hechicero,
la aurora en su alma del amor primero.
Amaba y era amada 55
y era feliz y venturosa era; [67]
tan feliz como un ave enamorada
serlo tal vez pudiera,
si a su canción divina no se uniera
la queja de dolor desgarradora, 60
que sin querer del pecho se desprende,
cuando sus senos hiende
la flecha de la lucha matadora.
 
   Y es que la pobre niña,
en medio de la fe con que adoraba 65
al hombre que, rendido,
lleno de amor, amores la juraba,
allá en el fondo de su ser sentía,
acaso sin saber de qué emanaba,
un supremo dolor, una agonía, 70
un martirio tan íntimo y tan lento,
que, como un pertinaz presentimiento,
perturbaba sus horas de alegría.
Pero, ¿quién de la orgía,
entre el jovial bullicio, no disfraza 75
la lágrima importuna, que brotando
al calor de una idea pavorosa
de aquel lugar ajena,
nace a ser del contento la amenaza?
¿Quién el impulso entonces no refrena 80
del corazón que sufre, y de la taza
al apurar la libación sabrosa,
embotado el espíritu y beodo,
olvidado de sí, no olvida todo?...
 
   El lenguaje tiernísimo y galano 85
que impregnado de fresca poesía
empleaba el bandido castellano
cuando a su amante leal se dirigía
embriagó de tal modo a doña Dulce
que, la que antes celosa 90
por vagas sombras se sintió turbada, [68]
tranquila ya, reposa
de don Pedro en las frases confiada.
 
   Y en semejante estado,
forjó su mente un porvenir risueño, 95
y hacia él marchó, latiendo acelerado
su corazón en amoroso ensueño.
Que así el corazón late
cuando, principio a nuestras dichas todas,
espera el alma, en matador combate, 100
la luz que ha de alumbrar en nuestras bodas;
y así sueña la mente enardecida
cuando, de la esperanza posesora,
quiere animar con movimiento y vida
el ideal fantasma que atesora. 105
 
   Espléndido, radiante,
un día se alzó el sol: era la hora
en que el pájaro errante
posa en la verde rama y se cimbrea
al compás de su armónica y sonora 110
blanda canción que el ánimo recrea.
La alborada moría
como cándida virgen que abandona
sus juegos en la cuna, y a su frente
espléndida corona 115
la luz del sol magnífico ceñía.
Murmuraba el arroyo allá en la vega
entreabrían las rosas su capullo
al beso de su linfa que las riega,
y al delicioso arrullo 120
de la plácida brisa, contestaba
la paloma que atenta le escuchaba.
Trémulas gotas de vital rocío
esmaltaban de chispas de topacio
las copas de los árboles azules, 125
y en la extensión quietísima del río [69]
reflejaban su púrpura los cielos
sobre él alzando sus rojizos tules...
 
   Pero, lector, si te place
cambiemos de tono; basta 130
lo dicho para advertirte
que en una hermosa mañana
y en un patio, por más señas,
del castillo de Milmanda,
los cofrades de don Pedro 135
juntos así platicaban:
-¡Cuán rápido el tiempo vuela!
-decía uno de ellos-. Ya pasa
de un año, según entiendo,
que por sendas ignoradas, 140
en noche lóbrega y negra,
saltando breñas y zanjas,
a guisa de renegados
llegamos a esta comarca.
¡Noche memorable! ¡En ella 145
para siempre sepultada
quedó toda una existencia
de gloria, poder y hazañas!
¡Ah, si pudiera mi mano
cortar al tiempo las alas, 150
y alcanzar aquellos días
que hoy sólo la mente alcanza!...
 
   ¡Ser libres como los vientos
que bajan de las montañas
a poner freno al torrente 155
y espanto en las caravanas!
¡Dormir vecino a las nubes
el breve sueño del águila,
y cual ella todo un mundo
dominar bajo las garras! 160
¡Tener un puñal a prueba [70]
de férreas cotas de malla,
temido en villas y aldeas,
en palacios y cabañas!
¡Soñar riquezas y rico 165
despertar por la mañana!...
¡Oh, si en mi mano estuviera
cortar al tiempo las alas!...
-Bien decís -repuso entonces
otro de sus camaradas-; 170
mas no recordemos glorias
de nuestra vida pasada,
que, si son muchas, son más
los crímenes que la empañan;
y pues don Pedro este día 175
con doña Dulce se enlaza,
sepamos si hay de vosotros
quien el enigma deshaga
de esa unión, cuyo misterio
mi torpe razón no alcanza. 180
-En grave riesgo ponéis,
hermano, la noble fama
de nuestro buen capitán
con vuestra justa demanda;
pues para satisfacerla 185
según de suyo reclama,
pienso ha de ser menester,
lejos de hacerle alabanza,
motejarle de traidor
y de condición ingrata. 190
-Duro andáis, ¡por vida mía!
-Sí, a fe, y me pesa en el alma,
que a tal extremo me lleva
justicia, sí, no arrogancia;
y si en boca aventurera 195
no es especie aventurada,
de traidor y de cobarde
cargos le haré que le manchan.
-En buen hora eso digáis [71]
si en testimonios se basa, 200
mas si de ellos carecéis
callaráislo noramala.
-Tantos son y de tal suerte,
que por sí solos bastaran
para colgarle del cuello 205
en la más alta atalaya.-
 
   Y esto al decir el bandido
con voz arrogante y clara,
oyose un fiero murmullo
entre los que le escuchaban, 210
y todos lo rodearon
por no perder sus palabras,
mirándole ferozmente
y en ademán de amenaza.
-No, a la fe, no me intimidan 215
vuestras sañudas miradas;
probaros he con razones
cuanto mi lengua arriesgara;
que yo le tengo a don Pedro
en grande estima, y no embarga 220
cuanto decir me propongo
prendas en él muy preciadas.
Yo no pretendo quitarle
valor, fiereza y pujanza,
que estas son dotes que en él 225
nadie pudiera negarlas.
Mas si don Pedro no fuese
traidor, sin fe ni constancia,
¿a qué abandonar la senda
en que alcanzó gloria tanta? 230
¿por qué, pues en él creímos
burló nuestras esperanzas,
cuando riquezas sin cuento
la suerte nos deparaba?
¿a qué dejar una tierra 235
do tanto nombre lograra, [72]
do tanto espacio tenía
su eterna sed de venganza,
por este rincón breñoso
de la más pobre comarca? 240
¡Qué! ¿No es traición el perjurio?
Y cuando a nuestra compaña
llego, de olvidar ganoso
amores que le amargaban,
¿no juró, puesta la mano 245
sobre la cruz de su daga,
ser fiel a nuestro instituto
y defender nuestra causa?
-¡Lo juró y lo satisfizo!
-No es verdad. ¿Qué en esta casa 250
hacemos, pues?
                         -Lo que cumple
a nuestro jefe, y os basta.
-¡Donosa argucia!... De suerte
que si le antoja, mañana
peregrinando tras él 255
iremos a la Tebaida.
-¡Quizá no es otro el camino
que nuestra estrella nos marca!
Y en este punto debiera
ser vuestra lengua más cauta, 260
pues si en la tierra se purgan
de algún modo nuestras faltas,
muchas habéis y muy grandes
que penitencia os reclaman;
aparte de que no es cuerdo 265
hacer alarde ni gala
de conocer el destino
que el porvenir nos depara.
-Ello podrá ser así,
mas si al destino se achaca 270
cuanto acontece a los hombres
que, al fin, a su impulso marchan,
de más están esas leyes [73]
que a cuenta y juicio nos llaman;
pues si el destino es quien yerra, 275
¿cómo es el hombre quien paga?
¡Bah! No me habléis del destino...
¿Será el destino el que manda
también ligar a don Pedro
con doña Dulce ante el ara? 280
-Tal pienso yo.
                       -Entonces digo
que no hay en la tierra nada
que del orden regular
y de lo justo se salga.
Y pues don Pedro no ha sido 285
traidor, decid, por mi ánima
si es cobarde o no quien huye
a la Justicia la cara;
si es cobarde o no quien llega
perseguido a las montañas 290
de León y allí refugio
una mujer le depara:
mujer que parte con él
su pan, que vierte en su alma
consuelos, que trueca en horas 295
de amor sus horas amargas,
que lo hace olvidar, por último,
sus desventuras pasadas;
y tras de tanto cariño
y tras de mercedes tantas, 300
la abandona, la mancilla,
y como si aún no bastara
tanta ingratitud, la hiere
cuando lleva en sus entrañas
el fruto de sus amores, 305
y cosida a puñaladas
del impetuoso Bernesga
la precipita en las aguas...
¡Por Cristo, que si cobarde
no fuese quien tal infamia [74] 310
consuma en una mujer,
de monstruo se le tachara!
 
   Y los que lo oyeran antes
como a guisa de amenaza,
heridos por el recuerdo 315
que aquella escena evocaba,
depusieron poco a poco
la ira de sus miradas,
y pensativos y tristes
la narración les tornaba. 320
-Razón os sobra -repuso,
por fin, el que antes tomara
la defensa de don Pedro,
con tono de pena amarga;-
razón tenéis en verdad, 325
y no pudiera negárosla
quien, como vos, presenció
tan duro y sangriento drama.
Mas debéis tener en cuenta,
si justo ser os agrada, 330
cual conviene a quien se erige
en juez de ajena causa,
qué móvil llevó a don Pedro
a probar la vida airada,
y si era cuerdo o era loco 335
cuando en ella se lanzaba.
No se os oculte, ante todo,
su cuna y su sangre hidalgas;
ni deis tampoco al olvido,
ya que él mismo os la contara, 340
la historia de sus amores,
¡bien triste, a la fe, y bien larga!
Recordad, si es que la mente
no os es al recuerdo ingrata,
qué mano tronchó en mal hora 345
la flor de sus esperanzas;
quién mató las ilusiones [75]
que iban naciendo en su alma,
quién le robó juicio y honra
en doña Elvira, su amada, 350
y así encontrará disculpa
un corazón que se abrasa
en sed de crimen, ansioso
de desagravio y venganza...
Si cobarde fue don Pedro 355
dando muerte a la gitana,
reparad la valentía
que este crimen entrañaba,
y haced cuenta que en el fondo
de su conciencia quedaban 360
cenizas de un amor muerto
que por renacer pugnaba.
Reparad que aquí tenía,
con el señor de Milmanda,
pendientes añejas deudas 365
y era preciso cobrarlas.
Y antes que faltar un punto
a su palabra empeñada,
mató un amor criminal
de otro más puro en las aras. 370
-¿Amor criminal, decís?
-¡Sí, criminal!, pues brotara
en un corazón que, ciego,
por otro amor se abrasaba.
-Pero, si digna de aprecio 375
creía la veneranda
memoria de doña Elvira,
¿cómo don Pedro manchaba
su purísimo recuerdo
con sangre inocente y cándida? 380
-Pedid a un loco razón,
decidle el mal que le aguarda
si por sinuosa vereda
se obstina en guiar su planta,
y os dirá: De esta manera [76] 385
logro mi fin. Y así marcha,
hasta que Dios le da acuerdo
o en su camino le mata.
-¿Loco don Pedro?... En verdad
que su locura es extraña. 390
No sé que más cuerdo fuera
quien en su mente grabada
lleva la imagen ardiente
de la mujer a quien ama,
y no bastando quince años 395
de eterna ausencia a olvidarla,
muerta ya, busca a su hija
y el loco entonces, se enlaza...;
si esto es locura, paréceme
que no es muy digna de lástima.- 400
 
   Aquí los dos rufianes
en su contienda llegaban,
cuando vino otro tercero
a terciar en la demanda.
-No puedo oír ni consiento 405
que tan criminal se le haga
ni que tan loco se crea
al capitán que nos manda.
¡No es loco quien firma un pacto
y para cumplirlo salta 410
por cuantas vallas el mundo
ante su paso levanta!
Y si ha sido criminal
don Pedro con la gitana,
ella lo note, pues vive, 415
mas nunca sus camaradas.-
 
   Dijo el bandido, y calló.
y hubo un instante de pausa
en que todos sus amigos
con asombro le miraban. [77] 420
Y algunos, cual si temieran
que aquellas graves palabras
fuesen el negro conjuro
de un vengativo fantasma,
retrocedieron un paso 425
y echaron mano a la daga
que de sus cintos colgando
bajo la capa llevaban.
Mas vueltos del estupor
que tal nueva les causara, 430
todos a más no poder
echaron a reír la gracia,
mientras el más temerario
de cuantos allí burlaban,
de esta suerte requería 435
al que hasta entonces hablara:
-Por Satanás, compañero,
que esa noticia me causa
cierto asombro, y ya me explico
la razón con que negabais 440
el que tuviese don Pedro
la suya coja y lisiada,
pues toda locura es cuerda
si a la vuestra se compara.
Conque... ¿Magdalena vive? 445
-¡Sí, vive! Todo Milmanda
os lo dirá, que la ha visto,
harapienta y desgreñada,
vagar con un niño en brazos
por sendas no muy lejanas 450
de este castillo.
                         -Visiones,
visiones no más.
                           -Es rancia
costumbre por estas tierras
hablar de brujas y de almas
aparecidas; un cuento 455
más o menos, se oye y pasa... [78]
-¡Cuento!
               -¿Pero vos la visteis?...
De no ser así, no hablara;
mas yo la vi, ¡ira del cielo!,
yo la vi: si esto no os basta, 460
salid, que donde hay aceros
están de más las palabras.-
 
   Ya alguno se disponía
la vida a vender bien cara,
cuando a través de los muros 465
de aquella amplísima estancia,
sintieron allá a lo lejos
el son de una carcajada.
De súbito, consternados,
agólpanse a la muralla 470
del castillo, y ver pudieron,
a no muy grande distancia,
la macilenta figura
de Magdalena que, airada
y cautelosa, cual tigre 475
que acecha su presa, marcha
tras una nube de polvo
que dos caballos levantan.
 

II

 
   No lejos del triste lugar de Milmanda
un valle se extiende de eterno verdor, 480
por donde desliza benéfica y blanda
su linfa un arroyo con grave rumor.
 
   Allí un ermitorio su torre levanta
que tiene una esquila de pobre metal,
y dentro este asilo que inspira y encanta 485
se reza a la Madre de Dios del Cristal. [79]
 
   Es ésta, entre todas las Vírgenes bellas,
la más imposible de humano cincel:
sus labios son nardos, sus ojos estrellas,
su risa una aurora, su frente un clavel. 490
 
   Las chispas que lanza su rica corona
fascinan los ojos con tanto esplendor,
y verla no puede ninguna persona
sin darla de hinojos plegarias de amor.
 
   Cual mora en la concha la límpida perla, 495
feliz en su cárcel que no osa quebrar,
en tanto que el hombre, quizá por cogerla,
recorre los senos profundos del mar;
 
   cual vive entre zarzas la flor campesina,
brindando perfumes al aura sutil, 500
perfumes que envidia la rosa vecina,
misérrima esclava de rico pensil,
 
   tal mora, en el fondo del valle ignorado,
de gloria y de bienes fecundo raudal,
la Virgen más bella que vio lo creado, 505
la angélica Madre de Dios del Cristal.
 

***

   No hay penitente ni peregrino
que de Santiago lleve el camino,
       término y punto
       de su misión, 510
que no visite la pobre ermita
donde la Rosa Mística habita,
       para mostrarla
       su adoración. [80]
 
   ¡No hay en el valle niña o doncella 515
que no se postre delante de ella,
       humedecida
       la roja sien,
para que ampare bajo su egida
la amenazada preciosa vida 520
       de su adorado
       y ausente bien.
 
   El que en encierro negro y sombrío
lloró su muerto libre albedrío,
       y allí a la Virgen 525
       santa invocó,
presto aliviadas miró sus penas,
presto quebradas vio sus cadenas,
       presto su amargo
       llanto enjugó. 530
 
   La esposa tierna que, sin reposo,
veló al insomne doliente esposo,
       junto a su aciago
       lecho mortal,
si dijo: «¡Valme, Virgen del alma!», 535
luego su amado cobró la calma,
       luego tranquilo
       dejole el mal.
 
   Y así, no hay nauta ni caminante,
loco mendigo, gitano errante, 540
       perdido en mares,
       campo o ciudad,
que no le deba santos favores,
dulces consuelos a sus dolores
       y a su tristeza 545
       pura amistad.
 
   Como se agolpan hacia la orilla
del mar las aguas, onda tras onda, [81]
       dejando espumas
       en pos de sí, 550
tal, de esta imagen a la capilla,
vienen cien pueblos a la redonda,
       santas ofrendas
       dejando allí.
 
   Por eso cuelgan desde el estrecho 555
y angosto cuadro que forma el techo
       ricos doseles
       de gran valor;
y en la ancha nave vierte sombría,
sobre retablos de argentería, 560
       lámpara de ónice
       suave fulgor.
 
   Y de repisas y barandales
penden ofrendas de oro y corales,
       primores mágicos 565
       que hizo el buril,
sayos de múltiples vivos colores,
manos de cera, ramos de flores,
       trenzas de pelo
       y exvotos mil. 570
 
   Por la vereda que se dilata,
como una extensa cinta de plata,
       desde el castillo
       de Sanchidrián,
hasta las gradas de aquella ermita 575
do se venera la Virgencita,
       dos alazanes
       trotando van.
 
   De vino en el lomo, serena y bella,
cabalga apuesta noble doncella, 580
       su labio en ondas
       vertiendo amor, [82]
en cuya roja tersa mejilla
y en su mirada, que amante brilla,
       luz soñadora 585
       pinta el rubor.
 
   Sus crenchas de oro flotan al aire,
cayendo en bucles con gran donaire
       sobre su espalda
       blanca y gentil, 590
y tras su labio, más encarnado
que la bermeja flor del granado,
       dientes asoman
       como el marfil.
 
   Contiene el brío de otro más fiero 595
raudo y fogoso trotón ligero,
       jinete altivo
       de ella a la par,
cuya rizada larga melena
ciñe alba gorra de rubíes llena, 600
       con blanca pluma
       de ave de mar.
 
   Barba cerrada, color moreno,
negra pupila, mirar sereno,
       la faz animan 605
       de aquel garzón;
pero una triste sonrisa amarga
siempre su labio trémulo embarga,
       disfraz sarcástico
       de honda aflicción. 610
 
   Vana sonrisa, porque tras ella
volcán de duelo cruel descuella,
       que allá en su pecho
       comienza a hervir;
vana sonrisa, como ese canto 615
que al viento exhala lleno de encanto [83]
       el amoroso
       cisne al morir.
 
   Uno del otro poco distantes,
van acortando los caminantes 620
       del valle alegre
       la inmensidad,
tan abismado su pensamiento,
tan silenciosos, que ni un acento
       suyo recoge 625
       la soledad.
 
   ¿Quién son la dama y el caballero
que así caminan por el sendero
       que de Milmanda
       lleva al Cristal? 630
Él es don Pedro Fuentencalada
y ella es su Dulce, su Dulce amada,
       la hija del noble
       de Portugal.
 
   ¿Mas qué tristeza, o qué dolores 635
el cielo empañan de sus amores?
       ¿Por qué sombríos
       marchan los dos?
¿Tan alejadas y silenciosas
esas dos almas que a ser esposas 640
       van a la santa
       casa de Dios?
 
   ¡Ah! Devorando secreta pena
marcha don Pedro, la faz morena
       hasta su amada 645
       no osando alzar,
por que no observo cómo destila
fuente de lloro de su pupila,
       que esto la hiciera
       tal vez penar. [84] 650
 
   ¡Recurso inútil! Que ella camina
también doliente, pues adivina
       tras su funesta
       meditación,
de otros amores la viva huella... 655
y acaso es otra mujer más bella
       la que cautiva
       su corazón.
 
   De estos temores sobrecogida,
por estos celos el alma herida, 660
       por esta herida
       manando hiel,
alzó la niña los garzos ojos,
y así a don Pedro con voz de enojos
       habló, respuesta 665
       queriendo de él:
DOÑA DULCE    ¡Si desdenes son amores,
mucho, don Pedro, me amáis;
si cuidados y temores,
rendimientos y favores, 670
más me debéis que me dais!
DON PEDRO    Si a mal sospechar se llama
certeza, y podéis dudar
de ese sol que luz derrama,
cuerda andáis en sospechar 675
que quien os ama, no os ama...
DOÑA DULCE    Cierto, señor, que las dudas
hincando están en mi pecho [85]
sus fieras garras sañudas,
mas no me hirieran tan rudas 680
faltando lo que sospecho.
   Amor me guardáis, y a fe
que es más turbio su arrebol
que el de esa luz que se ve;
si es vuestro amor como el sol, 685
ciega al no verle estaré.
DON PEDRO    Pues yo, señora, creía
que en mis ojos ardería
la luz que encendisteis vos.
DOÑA DULCE    ¡Si esa luz es la apatía, 690
bien que me abrasa, por Dios!
DON PEDRO    Fuerza es que pruebas tengáis
cuando ese agravio me hacéis;
y si las pruebas tenéis
por las que me condenáis, 695
yo os requiero me las deis.
DOÑA DULCE    Cuando no fuese bastante
ese silencio constante
que estáis guardando conmigo,
vuestro afligido semblante 700
probara bien lo que digo. [86]
DON PEDRO    No sé yo qué puede haber
en mi rostro para ver
en él tan loca quimera,
y aun habiendo, ultraje fuera 705
mis palabras no creer.
DOÑA DULCE    ¿Pues qué pensar, cuando así
camináis hacia el altar,
mas que se alejó de mí
aquel amor que creí 710
por todo tiempo guardar?
   ¡Don Pedro del alma mía!
Si ya esos labios perdieron
la sonrisa que algún día
me enajenó de alegría, 715
cuando en los míos cayeron;
   si esa frente, donde ayer
he visto resplandecer
fuego de amor celestial,
hoy revela, por mi mal, 720
un oculto padecer;
   si de esos ojos, hoguera
de un amor que, en llama viva,
mi inmenso amor encendiera,
hoy se desprende, severa, 725
triste lágrima furtiva...
   ¿Qué he de hacer sino pensar
que vuestro amor, ¡ay de mí!,
como una estela en el mar
nació y murió, sin dejar 730
rastro alguno en pos de sí?
   ¡Oh! ¡No me martiricéis
negando lo que estoy viendo; [87]
no, por Dios, no me matéis,
ni la angustia disfracéis 735
que en el alma estáis sufriendo!
   Sí, don Pedro, yo sé bien
que sufrís...; fantasmas cien
me lo dicen al oído...
Mas ¿quién el alma os ha herido, 740
don Pedro de mi alma, quién?
   ¡Oh! Tiemblo sólo al pensar...
mas no, no puedo creer
que haya en el mundo poder
que me logre arrebatar 745
vuestro amor, que es mi placer.
   ¡No! Y si el cielo lo quería
tan sólo para probarme,
a tal prueba me traería,
que a ese cielo arrojaría 750
blasfemias para vengarme!...
DON PEDRO    Mucho me amáis, en verdad;
pero si es grande ese amor,
tened la seguridad
que, en valor y en calidad, 755
no es mi cariño menor.
   Que yo, señora, os adoro,
y amaros sé de tal suerte,
que estas lágrimas que lloro
diciéndoos están a coro 760
que tanto amor es mi muerte.
 
   No de tan alto cayó
rayo que tan honda huella
en la atmósfera trazó,
como la herida que abrió 765
tal concepto en la doncella.
   Pensó un momento; contuvo [88]
con mano que en fuego ardía
su corazón que latía,
y cuando en calma lo tuvo, 770
dijo así, con voz sombría:
DOÑA DULCE    Parad el corcel, señor,
retenedle de la brida;
que aquí saber a mi honor
conviene si es el amor 775
llanto o gozo, muerte o vida.
 
   Y así diciendo, pararon
él su alazán y ella el potro,
y a aparearlos lograron
de manera que quedaron 780
el uno junto del otro.
   Y así que cerda se vieron
el galán de la doncella,
levemente sonrieron
y entrambos se dispusieron 785
él a escuchar, a hablar ella.
DOÑA DULCE    Decisme que ese quebranto
grande amor revela en vos
y sufrir no puedo tanto;
porque si el amor es llanto, 790
vos solo amáis por los dos.
   Mas si amor es la armonía,
si es la paz y la alegría,
y al rostro sale esa paz,
más revela la faz mía 795
que revela vuestra faz.
   ¡Ah! Creedme, don Pedro: amores
y dolores no se hermanan,
son enemigos traidores; [89]
que nunca de hermosas flores 800
torpes esencias emanan.
   Los unos cesan, perecen
con la muerte que apetecen,
con el olvido y la edad;
los otros aún permanecen 805
vivos en la eternidad.
   Conque así, no os afanéis
en demostrar que ese lloro
es amor que me tenéis,
y nunca a mentir os deis, 810
que en labio noble es desdoro.
   Y pues no tengo en rigor
nada de vos que esperar,
volvamos grupas, señor,
volvamos, que sin amor 815
nadie llegó hasta el altar.
DON PEDRO    Me ponéis en tal extremo,
purísima Dulce mía,
que llego a dudar y temo
que este amor en que me quemo 820
sea una ilusión impía;
   mas si fuese una ilusión,
¿cómo hallar explicación
a este violento latir,
a este angustioso gemir 825
de mi fiero corazón?
   No amaros... ¡Que tal digáis,
señora, y que tal penséis!...
Ciega, doña Dulce, estáis,
cuando en mi pecho habitáis 830
y en mi pasión no creéis.
   Así extrañáis mis dolores...
así encontráis ocasión
de dudar de mis amores... [90]
Mas no, no abriguéis temores 835
que secan el corazón.
   Yo sufrí y lloré, es verdad;
pero si sufrí y lloré,
lloré de felicidad,
sufrí por la intensidad 840
del mismo amor que os tomé...
   Tenedlo entendido así
y no volváis a abrigar
dudas, si me amáis a mí;
y ahora vamos de aquí, 845
que nos espera el altar.
 
   Y entrambos desde sus sillas
uno al otro se inclinaron,
y al hallarse sus mejillas
dos notas de amor sencillas 850
en el aire resonaron.
   Sonoras, vibrantes notas
cual las que arrancan dos gotas
de oro líquido a un cristal,
que allá a regiones ignotas 855
llevó el aura matinal.
   Notas que sin duda fueron
por Satanás escuchadas,
pues cuando ya se perdieron,
por todo el valle se oyeron 860
infernales carcajadas...
   A sus ecos, de rubor
cubriose el rostro sereno
de la dama, y un temor
sordo, inmenso, aterrador, 865
oculto quedó en su seno.
   Temor que se acrecentó
cuando don Pedro, asombrado,
un ronco grito exhaló,
y cuando trocarse vio 870
rojo su rostro atezado. [91]
   Y otra vez, ambos a dos,
ella delante, él detrás,
marchan de la ermita en pos,
ansiando hallar ante Dios 875
amor y olvido no más.
   -¡Aún vive, por mi tormento!...-
Don Pedro en silencio hablaba.
Y cómo oyendo su acento:
-¡Qué negro presentimiento!- 880
doña Dulce murmuraba.
 
   Y así, en congoja mortal,
caminaron ella y él
en silencio sepulcral,
hasta pasar el dintel 885
de la ermita del Cristal.
 

III

 
   Casi promediaba el día
cuando al castillo tornaron
los dos amantes, ya unidos,
del regreso del santuario. 890
A recibirles salieron
con paso precipitado
doncellas y servidores
por escaleras y patios.
Plácemes y enhorabuenas 895
sin cuento les tributaron,
unas a la bella novia,
y otros al novio envidiando.
De tan cariñosas frases
daba doña Dulce en cambio, 900
melancólicas sonrisas,
fugaces como relámpagos.
Sonrisas que iban diciendo [92]
con sordo lenguaje amargo
que salían de su pecho 905
como quien sale al cadalso.
Sonrisas que semejaban
hondas heridas sangrando,
cada vez que aparecían
al dilatarse sus labios. 910
¡Oh! Si fuese permitido
pagar albricias con llanto,
¡cuánto no hubieran vertido
aquella noche sus párpados!
Mas era preciso entonces 915
aparentar lo contrario,
que nadie vertiendo lloro
pasó del altar al tálamo.
Que esta es la vida: un disfraz
con que al nacer ocultarnos 920
lo asqueroso por lo bello,
la verdad por el engaño:
disfraz que se hace preciso
hasta la tumba llevarlo,
pues la miseria no puede 925
ver su imagen sin escándalo.
Mentir..., hacer que parezca
a la luz lo negro blanco,
porque lo blanco cautiva
porque en lo blanco encontramos 930
ángeles de alas de nieve
espacios nunca soñados,
cielo, infinito, grandeza,
pompa, majestad y encanto...
Mentir..., hacer una gloria 935
de este infierno de aquí abajo,
como si nadie a negruras
estuviese condenado...
Esto es horrible, sí; ¡pero
tiene tal brillo lo falso!... [93] 940
 
   ¡Tú también, oh, doña Dulce,
mientes porque es necesario
mentir; también finges dichas
donde hay tan sólo quebrantos;
quieres demostrar al mundo, 945
al mundo torpe y malvado,
que es tu pecho un paraíso
cuando es tu pecho un calvario!
Quieres alejar de ti
su compasión, ocultando 950
bajo máscara de risa
duelos que afligen tu ánimo.
¡Así se esconden al día,
allá en el fondo del lago,
sierpes que enturbian de noche 955
su linfa de cristal claro!
Bien haces, sí, doña Dulce,
bien haces en no dar paso
a ese torrente de pena
en que te estás ahogando. 960
Pues si al mundo transcendieran
esos tus duelos amagos,
si el mundo viera en tu alma
de esos tus celos el dardo,
¡ay, infeliz de la esposa! 965
¡ay, infeliz del amado!
¡ay, de los recién unidos!
¡ay, de los recién velados!
Que en vez de encontrar consuelo
ni treguas en tu quebranto, 970
más y más en tus entrañas
vieras ese arpón clavado;
más y más se acrecentaran
esos fantasmas nublados
que pasan ante tus ojos, 975
tu dulce calma robando.
¡Que el mundo, triste doncella,
nunca secó nuestro llanto [94]
más que imprimiendo en nosotros
el beso del desengaño! 980
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ya llegaron al castillo
los amantes desposados;
¡ojalá que en su recinto
hallen la paz que buscaron!
¡ojalá que no penetre 985
con ellos, furtivo y vago,
ese espíritu sombrío
que va siguiendo sus pasos!
¡ojalá que nunca empañen
el cielo de sus encantos 990
nubes amenazadoras
de tempestad y de rayos!
¡ojalá que no interrumpan
sus pláticas y sus diálogos
los silbos del huracán, 995
allá en el foso espirando!...
Sí, porque de otra manera
eterno será su daño;
y entonces ¡ay, de la esposa!
y entonces ¡ay, del amado! 1000
 

IV

 
   Doquier reina la noche, clarísima y serena;
colúmpiase la luna sobre el etéreo tul;
la brisa entre las hojas suavísima resuena;
ejércitos de estrellas invaden el azul.
   Exhalan sus perfumes las flores campesinas; 1005
deslízanse las fuentes con blando susurrar;
errando va el silencio por valles y colinas,
del llano a la montaña, del páramo al pinar.
   El rayo nacarado de la argentada luna [95]
resbala entre las copas del álamo gentil, 1010
refléjase en el terso cristal de la laguna
o quiébrase en las rocas de túrbido perfil.
   Allá corre, a lo lejos, el Miño solitario;
las vegas orensanas se extienden más allá,
y aquí la parda cúpula del viejo santuario 1015
se eleva hasta los cielos, donde a perderse va.
   Galicia duerme..., virgen druídica, embriagada
por los aromas ricos que exhala su vergel,
de rosas y claveles la frente rodeada,
en lecho de peñascos, de mirtos y laurel. 1020
   Y porque nadie turbe su paz celeste y blanda,
perenne centinela de aspecto aterrador,
el lúgubre y sombrío castillo de Milmanda
petríficas miradas extiende en derredor...
 
   Mas en su vasto recinto 1025
todo en silencio reposa
y no resuena en su centro
el más ligero rumor;
que bajo el siniestro influjo
de la noche misteriosa, 1030
todo de puertas adentro
es soledad y pavor.
 
   Mudo e imponente, el castillo
domina la inhiesta cumbre;
quien tan torvo le mirara 1035
de la luna al reflejar,
muertos sus dueños creyendo
y muerta su servidumbre,
orando al Señor hubiera
sus almas de encomendar. 1040
 
   Que no a otra cosa dispone
más que al augurio y misterio
aquel ambiente hosco y serio
de doña Dulce en la unión, [96]
y aquel gemir persistente 1045
de ave dolida y nocturna,
revolando taciturna
sobre el viejo torreón...
 
   Pero si bajo sus torres,
y tras sus muros grietados 1050
y los canceles ferrados
y la acequia circular
el silencio tiene un templo
que nadie a profanar viene,
la vida otro templo tiene, 1055
tiene el amor un altar.
 
   Allí, en lujoso aposento
que ricos tapices ornan,
cuyas paredes adornan
panoplias con armas cien, 1060
sobre riquísimo tálamo
de pulimentado cedro,
sosiega y duerme don Pedro,
duerme y sosiega su bien.
 
   Percíbese allí el aroma 1065
que al aire dan esparcidas
flores las más escogidas,
alfombra de esta mansión;
y casto como el suspiro
de un ángel y de una diosa, 1070
del esposo y de la esposa
se oye la respiración.
 
   Sueñan los dos; por sus labios,
fuentes de dicha y dulzura,
vaga, encantadora y pura, 1075
una sonrisa de amor;
sueñan los dos, y parece
que sus almas, confundidas [97]
como sus labios, unidas
vuelan a un mundo mejor. 1080
 
   ¿Qué soñarán los amantes?
¿Qué soñarán los esposos?
¡Ah! Si en lazos amorosos
juntos por siempre ya están;
si unos son ya sus destinos, 1085
sus esperanzas y empeños,
¿no serán unos sus sueños?
¿distintos sueños serán?
 
   Mas ¿dónde irá la paloma
que celosa y placentera 1090
duerme en su nido de pluma,
de su consorte a la par?
¿adónde irá que no vaya
en pos de su compañera,
cruzando cielos de bruma 1095
o los desiertos del mar?
 
   ¿Y adónde irá el pensamiento
del que en apartada playa
proscripto, escuchó en su lengua
su favorita canción? 1100
¿adónde irá, devorando
mar y tierra y firmamento:
adónde irá, que no vaya
a su querida nación?
 
   Cuando dos almas errantes 1105
se encuentran y se confunden,
en una sola se funden
sus esencias y su ser,
y como dos gotas de agua
de una en la forma perdidas, 1110
un espacio siempre unidas
y un destino han de correr. [98]
 
   Y ora rujan tempestades,
o apacible y bella aurora,
luz derramando y colores 1115
surja de la noche en pos;
si una canta, la otra canta,
si una llora, la otra llora;
que en placeres o en dolores
una misma son las dos... 1120
 
   ¿Qué soñarán los esposos?
¿Qué soñarán los amantes
La breve noche primera
del primer beso nupcial?
¿Qué soñarán, que no sueñen, 1125
fascinados y anhelantes,
una eterna primavera
y un porvenir celestial?
 
   ¿Qué soñará doña Dulce
cuando don Pedro a su lado 1130
duerme feliz, embriagado
por su respiro de amor?
¿y qué soñará don Pedro
cuando en su brazo tendida
duerme su prenda querida 1135
sin afanes ni temor?
 
   ¿Qué soñarán?... ¡Oh! ¡Quién sabe!
Acaso no es ya su sueño
tan hermoso y halagüeño
como prometiera ser... 1140
Acaso, cruel adversaria
de su paz y su armonía,
vino una mano sombría
hiel en su sueño a verter.
 
   Quizá, cuando sus espíritus 1145
entrelazados corrían [99]
por un mundo donde vían
ángeles de luz no más,
súbito en sombras envueltos
atónitos se abismaron, 1150
cuando un acento escucharon
que así les gritaba: «¡Atrás!»
 
   ¡Tristes amantes! Soñaban
un existir de ventura
tras su pasada amargura 1155
y su ya extinto dolor,
donde las horas pasaban
entre deleites y encanto,
sin que un recuerdo de llanto
viniese a amargar su amor. 1160
 
   Soñaban que en otro mundo
de peregrina belleza,
cerrado a toda tristeza,
abierto a todo placer,
en goces inenarrables 1165
se deslizaba su vida,
desde el cielo bendecida
por una mártir mujer.
 
   Y allá, entre las nubes róseas
de su horizonte apacible, 1170
cual un astro bonancible
de fascinadora luz,
contemplaban delirantes,
con purísima delicia,
la naciente fiel primicia 1175
de su amor y juventud.
 
   Y escuchar les parecía
de su hijito el primer lloro,
cual la estrofa en arpa de oro
de grandioso himno triunfal, [100] 1180
creyendo aspirar sus labios
las dulzuras de su beso,
como el más santo embeleso
de la vida conyugal...
 
   Pero ¡ay, tristes!, porque han sido 1185
para el martirio creados,
y están por Dios condenados
al martirio nada más;
y es inútil que una gloria
sueñen de paz y contento, 1190
que siempre oirán ese acento
sonar en su torno: «¡Atrás!»
 
   Ya no duermen los amantes
el sueño de los amores:
mil presagios y temores 1195
le vienen a interrumpir;
recuerdos no bien sepultos
de nuevo turban su mente,
nuncio trágico e imponente
de un funesto porvenir. 1200
 
   Ya no brilla en sus semblantes
la embriagadora alegría
que en ellos tierna imprimía
sugestiva la ilusión.
Hora pálida su frente 1205
revela angustia infinita,
y allá en su pecho palpita
violento su corazón.
 
   Pero ya la alondra canta,
y entre nubes de oro y rosa 1210
muestra su faz ruborosa
la alborada al renacer.
Plegó la noche su manto
de tinieblas y dolores... [101]
matices sólo y colores 1215
la luz extiende doquier.
DON PEDRO    ¡Por Dios, que hay sueños tan raros
-dijo don Pedro a su amada
al despertarse los dos-,
que creyera, a no miraros 1220
tan hermosa y animada,
que estabais muriendo vos.
 
   Y a no recordar ahora
que antes de tal pesadilla
sueños de gloria fingí, 1225
dudara hallar en la aurora
de nuestras bodas, que hoy brilla,
las venturas que creí.
DOÑA DULCE    ¿Tal soñasteis?...
DON PEDRO                                  Mas de modo,
doña Dulce, que aún no paso 1230
a creer que me engañé.
DOÑA DULCE Pues ved que fue sueño todo;
que si vamos a hacer caso
de sueños, también soñé...
DON PEDRO    ¿También vos? [102]
DOÑA DULCE                   Sueños tan raros, 1235
don Pedro, y en tal manera
maléficos, que, por Dios,
de no veros y tocaros
feliz y amante, creyera
que estabais ya muerto vos. 1240
 
   Y a no recordar muy vaga
una ficción seductora,
a este vértigo anterior,
dudara, cual vos ahora,
si alguna tormenta amaga 1245
el cielo de nuestro amor.
DON PEDRO    Pues tiene su punto serio,
aunque penséis lo contrario,
tan vano desvariar...
DOÑA DULCE Si el soñar es un misterio, 1250
más vano y más temerario
fuera quererlo explicar.
DON PEDRO    Cuanto con el hombre toca,
tanto debe estar sujeto
a su criterio y razón, 1255
y no será empresa loca
afrontar de este secreto
la velada solución.
 
   Soñar es fácil; sepamos,
señora, por qué soñamos, [103] 1260
cuando nos sonríe el placer,
delirios que, si lo fueran,
no alteraran ni aturdieran
nuestra paz y nuestro ser.
 
   Probemos si esas ficciones 1265
son verdades o ilusiones;
que siempre tuve ansiedad
de saber si el que delira
va de verdad a mentira
o de mentira a verdad. 1270
DOÑA DULCE    Dura empresa acometéis,
don Pedro, pues no podréis
a fuerza de discurrir,
estéril vuestro desvelo,
romper el nublado velo 1275
que oculta lo porvenir.
 
Soñar... ¡quién sabe! Presiento
que es ése el solo momento
de nuestra vida mortal,
en que Dios desciende al hombre 1280
para revelarle el nombre
de su destino fatal.
 
   Y acaso esas cien legiones
de fantásticas visiones
son la fiel reproducción 1285
de cosas que ya pasaron,
o de otras que no llegaron
profética anunciación.
DON PEDRO    ¡Oh! ¡No, jamás, Dulce mía!
¿Mi sueño una profecía? [104] 1290
¿Perderos por siempre yo?
Loca estáis, o estáis soñando.
DOÑA DULCE ¡Quizá estoy profetizando,
don Pedro!
DON PEDRO                 Os digo que no.
DOÑA DULCE    ¡Bah!... Si cuando me veía 1295
vuestra ardiente fantasía
morir en sueños a mí,
buscase, por si la hallaba,
la mano que me mataba...
No lo dudarais así.- 1300
 
   Era tan triste el acento
y tal la melancolía
de doña Dulce al hablar,
que hubo un ligero momento
en que don Pedro creía 1305
a su conciencia escuchar.
 
   A estas frases, su semblante
perdió el color sonrosado
que sus mejillas pintó,
y así con voz vacilante 1310
y duelo mal disfrazado
el pobre esposo exclamó:
DON PEDRO    ¡Oh, doña Dulce querida!
¿Y quién, quién a vuestra vida [105]
puede, cobarde, atentar? 1315
Hermosa luz de mis ojos,
¿a quién perfidias y enojos
pudisteis vos inspirar?
 
   ¿Qué daño hacéis, mi paloma,
para temer a mi lado 1320
del gavilán el furor?
Único clavel de aroma
que en mi desierto he encontrado,
¿quién os robará a mi amor?
 
   ¡Ah, que el mundo fuera poco 1325
a mi venganza insaciable,
a mi sanguinario afán,
y sobre la tierra, loco,
pasara ciego e implacable,
como pasa un huracán! 1330
 
   ¿Perderos yo, que os adoro
con aquel amor primero
que vuestra madre olvidó?
¿Yo, que con vos atesoro
cuanto el universo entero 1335
mirara envidioso?... ¡No!
 
   ¡Nunca, jamás será cierto
ese sueño malhadado!
¡No, mi amada celestial!...
¡Antes, como habéis soñado, 1340
me halléis en el lecho muerto
que miren mis ojos tal!
DOÑA DULCE    Si eso creéis, no a fe mía
os cansará mi porfía;
pues lo decís, lo sabréis; [106] 1345
mas ved que la mente humana
no responde del mañana...
Y vos no le conocéis.
 
   Y pues el tiempo y la edad
han de decir con verdad 1350
quién se engaña de los dos,
dejad que el tiempo decida;
yo quedaré prevenida,
quedad descuidado vos.-
 
   Y la esposa y el esposo 1355
dieron treguas a sus duelos
para sin penas gozar,
mientras el astro glorioso
se remontaba a los cielos
sus dichas por alumbrar. 1360
 

V

 
   Tiene el amor, entre ciento,
una condición muy buena
cuando en el pecho halla asiento,
y es aquel dulce contento
con que el ánimo enajena. 1365
 
   Él podrá hacernos llorar
cuando comienza a nacer;
mas siempre suele acabar
las lágrimas por secar
que nos hiciera verter. 1370
 
   Todo en el puro egoísmo,
todo cándido optimismo,
nunca rindió vasallaje [107]
ni prestó pleito homenaje
a otro señor que a sí mismo. 1375
 
   Enemigo declarado
de recuerdos y memorias,
olvida el tiempo pasado
como quien vive entregado
en el presente a sus glorias. 1380
 
   Yo, que ya le conocí,
puedo decir, sin temor,
pues a él mismo se lo oí,
que donde penetre, allí
no ha de reinar el dolor. 1385
 
   Y quien a don Pedro viera
y a doña Dulce mirara,
pronto así lo comprendiera
con que un instante siquiera
sus semblantes reparara. 1390
 
   Pues el color de su frente,
la alegría de sus ojos
y su labio sonriente,
son una muestra elocuente
de que han muerto sus enojos. 1395
 
   Ya algunos meses pasaron
desde que al pie del Señor
sus destinos se ligaron,
y aun perdida no lloraron
una ilusión en su amor. 1400
 
   Ni un vago temor les hiere;
y porque desde su enlace
todo paz y encanto fuere, [108]
es cada día que muere
una esperanza que nace. 1405
 
   Tan puro como el armiño,
como esa risa que Dios
puso en el labio del niño,
se ve crecer el cariño
en el alma de los dos. 1410
 
   Cuanta ventura y placer
pudieron apetecer
en la más alta demanda,
tanto les viene a ofrecer
la soledad de Milmanda. 1415
 
   ¡Cuántas noches se les ve,
al borde de la laguna
que hay de su castillo al pie,
hacer protestas de fe
bajo el dosel de la luna! 1420
 
   No hay chopo allí ni rosal,
azucena ni clavel
que en sus hojas cada cual
no guarde cifra o señal
de alguna promesa fiel. 1425
 
   Si bajo un árbol buscaron
sombra o espacio a su pasión,
tal gratitud le cobraron
que en él sus nombres grabaron
de su silencio en blasón. 1430
 
   Y así pasaban sus días
disfrutando los esposos
las más dulces alegrías,
sin dolores ni agonías,
felices y venturosos. [109] 1435
 
   Mas como todo amorío
no vive lo que una flor,
y la flor tiene su estío,
un rayo de sol impío
vino a matar este amor. 1440

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