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Sartre y el diablo

Ricardo Gullón





Jean-Paul Sartre ha estrenado en París una nueva obra: Le Diable et le Bon Dieu, de la que aún no podemos formar juicio sino a medias, por la potísima razón de que sólo la mitad de ella ha sido publicada (en Les Temps Modernes, junio 1951) en el momento de redactar esta flecha. Pero sí conocemos las reacciones (movimientos diversos) que ha suscitado en público y critica.

Como se sabe, el señor Sartre desearía ser el renovador de la Filosofía, el Drama y la Novela. Su pretensión está de acuerdo con su talento, pero por circunstancias que no es fácil resumir en pocas líneas no ha conseguido cuajar en realizaciones de primer orden. Sus novelas, especialmente, están llegando a ser en los últimos tomos de Los caminos de la libertad un muestrario de las técnicas al uso, un conglomerado de habilidades que, como algún crítico hizo notar, constituyen un «tour de force», pero de ninguna manera una novela de gran calidad.

Robert Kanters ha señalado que la enemiga de Sartre contra Mauriac se debe a que éste se le aparece como la personificación del novelista, ente detestable en cuanto (según él escribe) «singe de Dieu», reminiscencia de un creador cuya mano estorba al combativo filósofo.

En su última obra, J. P. S., que anteriormente nos diera (en «Huis Clos») una imagen del infierno sin el demonio, nos pone en contacto con el diablo personificado en Goetz, el aventurero que quiere el mal por el mal y que, como dice otro personaje, «sólo vive para hacer el mal», y lo hace por la sola razón de que el Bien existe y es la obra de Dios. Goetz se considera el enemigo de Dios y en Él ve el único adversario digno de su orgullo. Se reconoce como un monstruo y quiere llegar a serlo. Pero el pobre diablo se deja engañar e incluso quiere dejarse engañar. Hasta ahí llega la parte de texto que conocemos y, como en las novelas por entregas, hemos de esperar la continuación para saber por qué caminos se revela al fin la plenitud demoníaca del protagonista.

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