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ArribaAbajoLa Compañía


I

Varias veces hemos hablado de las dificultades con las que aún tropezamos para ordenar convenientemente la historia del arte quiteño, historia que, alimentada hasta ahora de tradiciones de dudosa veracidad, trasmitidas verbalmente algunas de ellas o escritas otras por nuestros literatos para sabroso encanto de los amantes y admiradores del arte ecuatoriano, ha venido a ser hasta hoy un conjunto desgajado de nombres sin filiación alguna, un conglomerado de obras sin fecha ni distribución periódica, una amalgama de hechos fantásticos sin concatenación aparente, un enorme lío, en fin, en el cual el documento probatorio luce por su ausencia para desesperación del estudioso.

Para darnos, pues, cuenta cabal de la historia artística de nuestro país, hemos tenido que comenzar con la labor primera de seria investigación, dejando por un momento a un lado cuanto hemos oído o leído acerca de ella, a fin de siquiera concatenar hechos nombres y fechas con cierto orden, sin despreciar la tradición en cuanto viniere a confirmar el documento o a llenar un vacío a tiempo y lógicamente. Por felicidad, la investigación histórica va con viento favorable en nuestro país y, gracias a ella, esperamos que en día no lejano quedará formada la completa historia del arte quiteño, tan rico e interesante desde muchos puntos de vista. Y, precisamente para contribuir a esa obra, creemos un deber la publicación de los resultados que vamos obteniendo en nuestros estudios, a fin de que con esos granos de arena, los historiadores de mañana tengan al menos puntos de referencia para una concienzuda clasificación de las obras y una verdadera colocación de nombres y de fechas en los capítulos de nuestra historia del arte.

A ello obedece la publicación de este libro. En él damos a conocer cuanto hasta hoy hemos llegado a saber acerca de la iglesia de la Compañía de Jesús y las preciosidades que contiene, dando cabida a la tradición en cuanto nada tiene de rechazable; pero aclarando, eso sí, que no respondemos de su veracidad y que la consignamos sólo para llenar una laguna, mientras documentos fidedignos vengan a satisfacer por completo a la verdad histórica. Naturalmente siempre que nos apoyemos en la tradición, lo diremos   —2→   expresamente, para que el lector la distinga de la narración documentada.

Y con esta advertencia, entremos en materia.


La última de las comunidades religiosas que entraron en el Ecuador después de la conquista española y llegaron a Quito a raíz de su fundación, fue la de los jesuitas. Antes ya habían llegado franciscanos (1534), mercedarios (1535), dominicanos (1541) y agustinos (1573)1.

El 3 de mayo de 1566 Felipe II pedía a San Francisco de Borja que le enviara jesuitas con estas palabras: «Por la devoción que tengo a la Compañía deseo que vayan a aquellas tierras algunos de ellos; por ende os ruego y encargo que nombréis y mandéis a las dichas nuestras Indias veinte y cuatro personas de la Compañía, adonde fuese señalado por los de nuestro Consejo, que sean personas doctas, de buena vida y cuales juzgáredes convenir para semejante empresa». El santo accedió a ello. Pero no se puede decir la fecha en que los jesuitas vinieron por primera vez a Quito. Se presume que lo fue en 1572; porque vemos que el 31 de mayo de 1575 en que llegó el padre Juan de la Plaza como visitador a Lima traía algunas instrucciones respecto al futuro Colegio de Quito, que manifestaban tener muy buenas informaciones respecto de la ciudad y sus necesidades, como que algunos religiosos habían escrito a Roma en años anteriores. El General escribía el 15 de diciembre de 1575 al provincial, padre José de Acosta accediendo a la fundación del Colegio de Quito, quedando al arbitrio del padre visitador Juan de la Plaza el momento de hacerla.

El padre Portillo en las Cartas Anuas que envió al Padre General el año de 1575, refiere la misión encomendada al padre Juan Gómez y a un hermano de la provincia de abajo «yendo por el mar a Guayaquil, que son doscientas leguas de aquí (de Lima); y de allá a Cuenca, y a Loja, y a otros pueblos»2.

Es seguro que aunque la carta del padre Portillo no habla de la venida del padre Gómez a Quito, es seguro que vino acá. Así lo refiere el padre Velasco; con más, pues dice que al mismo tiempo que el padre Gómez vinieron al Ecuador dos misioneros: los padres Miguel de Fuentes y Cristóbal Sánchez, que recorrieron las poblaciones del norte del Perú y llegaron a Quito hasta encontrarse en esta ciudad con el padre Gómez y su compañero, donde dieron misiones los cuatro padres3. El padre Gómez regresó solo, pues el hermano Miguel Marco murió en Ambato y fue enterrado en la iglesia, como consta de los antiguos libros de la parroquia.

Bien sabían esos padres que no podían fundar colegio por falta de personal y se allanaron a una fundación más modesta como una residencia o un hospicio. Encontraron pronto una casa   —[Lámina I]→     —3→   en la Loma Grande frente al convento de Santo Domingo. Allí se trasladaron los padres Cristóbal Sánchez y Miguel de Fuentes.

La iglesia de la Compañía. La fachada

La iglesia de la Compañía. La fachada

[Lámina I]

Siguieron viniendo cada año los religiosos a dar misiones y el pueblo ya estaba acostumbrado a ello y reclamaba la presencia de los padres a cada momento. Al fin, en 1586 el padre Juan de Atienza fue nombrado provincial y uno de sus primeros actos fue la fundación de Quito. Nombró, en efecto, de superior al padre Baltasar Piñas y le dio tres religiosos por compañeros, dos padres y un hermano coadjutor: el padre Diego González Holguín y el padre Juan de Hinojosa. El hermano coadjutor era el hermano Juan de Santiago.

Salieron de Lima el 11 de junio de 1586 y el 19 de julio llegaron a Quito. El Virrey dio al padre Piñas una carta de recomendación para la Real Audiencia y los dos Cabildos. Esta carta -dice el padre Jouanen- no carecía de utilidad, pues entre los oidores estaba el que, algunos años antes, había frustrado la fundación, apoderándose de los bienes para ella destinados.

Habiendo llegado el padre Piñas y sus compañeros a unas dos leguas de Quito mandó al hermano Juan de Santiago a que les preparase alojamiento en el Hospital. Cumplió con la orden el hermano, no sin agradecer la oferta que le hacían varios caballeros, de sus propias casas, y el Cabildo la casa de la Loma Grande, que había servido como de residencia para que los padres se alojasen en ella.

El padre Piñas aprovechó de las sombras de la noche para entrar a Quito y alojarse en el Hospital. Los que habían salido al encuentro, al ver que caía la noche, regresaron a la ciudad a la espera del día siguiente en que harían la demostración que no pudieron hacer esa tarde. Pero ya los padres se encontraban en el Hospital. Es allí en donde la Real Audiencia, los dos Cabildos, la nobleza y muchas otras personas, fueron a darles la bienvenida y a demostrarles afecto y cariño. Por Cédula de 5 de julio de 1589 manifestó el Rey su complacencia por el establecimiento de los jesuitas en Quito.

González Suárez dice que al fijar el padre Velasco el año de 1576 se equivocó en la fecha; pero no es verdad. De propósito pone la fundación en la época en que por primera vez se ofrecía a los padres lo suficiente para poder vivir. He aquí sus palabras: «Por el mes de Setiembre de 1586 les entregaron la casa y la iglesia de Santa Bárbara. Por esta razón colocan algunos la primera época de este colegio en el presente año de 1586 y otros con más razón en el precedente de 1585. Mas lo común es dársela diez años antes, en el de 1575 por la casa del Hospicio que tuvo desde entonces, por las misiones y ministerios que entabló y principalmente por la primera fundación que con Cédula Real tuvo, aunque se perdió su fundo».

Desde 1578, la Real Audiencia de Quito se había manifestado deseosa de la colaboración de la recién fundada Compañía de Jesús y parece que sus solicitudes a este respecto fueron escuchadas por Felipe II; pues sólo así se explica que en ese año hubiere pedido al obispo don fray Pedro de la Peña la cesión de la iglesia   —4→   y casa parroquial de Santa Bárbara y sus solares contiguos, para que se estableciesen allí los padres jesuitas. La venida, sin embargo, tuvo que retardarse mientras el Consejo de Indias resolviere la consulta que se le había hecho acerca de la facultad del Prelado para disponer de uno de esos solares, que su dueño había legado para otro objeto distinto, determinándolo. Once largos años transcurrieron desde entonces, y como el Consejo de Indias retardara su resolución mientras crecían los deseos del pueblo quiteño de tener a los jesuitas cuanto antes en la naciente población, la Real Audiencia pidió al Cabildo eclesiástico en sede vacante, diese la iglesia, la casa y los solares antedichos, para que los ocuparan los jesuitas, y el Cabildo accedió a lo pedido, con la condición de que si algún día los padres abandonaren esos sitios para establecerse en algún otro, volverían al dominio del poder eclesiástico. La cesión del Cabildo a los jesuitas de la parroquia de Santa Bárbara tuvo lugar el 31 de julio de 1586.

El Padre Piñas, dice nuestro historiador González Suárez, fue español de nación y oriundo de un pueblo de Cataluña: entró muy joven en la Compañía de Jesús, y antes de ser sacerdote enseñó Humanidades y Gramática latina en el colegio de Gandía: después fue uno de los primeros Padres que pasaron a Cerdeña, de donde regresó a España para fundar el Colegio de Zaragoza: enviado al Perú ejerció el cargo de Provincial, y fue el fundador de la Compañía primero en el Ecuador y después en Chile. La fundación del Colegio de Quito se verificó durante el provincialato del célebre Padre Juan Sebastián: a los cuatro años de fundada la casa de Quito volvió el Padre Piñas a Lima, donde fue nombrado Procurador de la Provincia del Perú para la congregación general que debía celebrarse en Roma: terminada la congregación del Colegio de Santiago de Chile, tornó otra vez a Lima, y acabó su vida en la misma ciudad, a la avanzada edad de ochenta y cuatro años. Pertenece el Padre Piñas a esa generación gloriosa de varones santos que florecieron en tanto número durante el primer siglo de la Compañía de Jesús; y basta para su más cumplido elogio decir, que San Ignacio hacía grande estimación de sus talentos y virtudes4.



Nació el P. Diego González Holguín, el año de 1552 en Cáceres de Extremadura. Entró en la Compañía en la Provincia de Castilla en 1568. Estaba de Hermano estudiante en Alcalá cuando pasó por aquel Colegio el P. Baltasar Piñas, Procurador de la Provincia del Perú. Lleno de buenos deseos para dedicarse a la conversión de los indios, se ofreció al Padre para acompañarle a las Indias, y, admitida su petición, llegó a Lima en 1581. Fue designado al Colegio del Cuzco, donde recibió las Órdenes sagradas, y se ocupó inmediatamente en la enseñanza de los indios, como estaba mandado que se hiciese con los recién ordenados de sacerdotes. En esta ocupación perseveró cuatro años, teniendo oportunidad para   —[Lámina II]→     —5→   estudiar a fondo la lengua del Inca. Estuvo también algún espacio de tiempo en la Residencia de Culli, de donde le sacó el P. Provincial Juan de Atienza, por mayo de 1586, para que fuese en compañía del P. Piñas a fundar el Colegio de Quito. Fue el primer jesuíta que hizo en Quito la profesión solemne de cuatro votos. Tuvo lugar esta ceremonia en la iglesia de Santa Bárbara, el 20 de Noviembre de 1588, celebrando la misa el P. Alonso Ruiz, y presenciándola como testigos, los PP. Juan de Amaya y Jerónimo de Castro, así como otras personas seglares. En la fórmula de los votos se lee: «In nostra ecclesia Sanctae Barbarae, praesentibus PP. Joanne de Amaya, Hieronymo de Castro et aliis». Trabajó en esta ciudad hasta el año de 1600, en que volvió al Perú nombrado Rector de Chuquisaca después pasó al Paraguay como Socio del P. Provincial Diego de Torres Bollo, que iba a fundar aquella célebre Provincia. Fue el P. Diego González Holguín hombre de mucha virtud y de grande ciencia. Entre otras obras escribió la Gramática de la lengua Quichua y Arte Nuevo de la lengua del Inca, que se imprimió por primera vez en Lima en 1607. Murió en 1618.

El mismo día que el P. Holguín, hicieron también los últimos votos, dos santos Hermanos Coadjutores, que ayudaron grandemente al Colegio con su talento, al mismo tiempo que edificaban a todos con su mucha virtud. Fueron estos los HH. Juan de Santiago y Juan Sánchez Menocal5.



Interior de la iglesia

Interior de la iglesia

[Lámina II]

Don Fernando de Torres y Portugal, conde de Villardompardo, virrey entonces del Perú, había recomendado como dijimos, a la Real Audiencia, al Cabildo civil y al eclesiástico de Quito, recibir a los religiosos del mejor modo posible, acomodándolos y regalándolos como ellos se merecían. Otro tanto hizo Felipe II, al contestar a la Audiencia su comunicación en que le dio cuenta de la venida de los jesuitas: «Pues de tan buena y santa Compañía -dice en su Real Cédula de 5 de julio de 1589- se le ha de seguir (a Quito) tan buen ejemplo y bien espiritual, por cuya causa es muy justo ayudar a esta obra, os mando tengais mucho cuidado de ella y de favorecer a los religiosos, para que en su pobreza se conserven, haciendo el mucho fruto que se espera»6.

Se resolvió dar a los jesuitas Santa Bárbara, unas casas y dos solares de pertenencia de aquella iglesia, y que antes se les había ofrecido, pero por estar destinadas a otro fin por el donante, se había pedido autorización al Rey para que se las pudiera dar a los jesuitas para el Colegio. Arregladas las habitaciones en agosto de 1586 fueron llevados en gran procesión presididos por la Real Audiencia desde el Hospital hasta Santa Bárbara.

Además de la iglesia y casa de Santa Bárbara recibieron los padres cuantiosas limosnas fuera de los 4.047 pesos conforme a la   —6→   enmienda gregoriana7. La Real Audiencia les dio ornamentos, vino y aceite para la lámpara del Santísimo Sacramento por el espacio de un año, una campana y un mil quinientos pesos. Los vecinos recogieron 4.000 pesos. Los ricos hacendados les regalaron trigo, maíz y otros cereales suficientes para todo el año. Otros les enviaban comida preparada. No faltaron donaciones en terrenos. Entre ellas estaba catorce caballerías en Pinllocoto en el valle de los Chillos y los favores que recibieron de toda clase, de don Mateo de Arenas, que dejó a su muerte, al Colegio, una hacienda y otros terrenos.

He aquí lo que a este respecto dice nuestro historiador González Suárez:

Como la tasa del tributo, que anualmente pagaban los indios a la corona, había entrado ya en las cajas reales, dispuso el Rey que se hiciera una cuenta prolija y menuda, distribuyendo lo que cada indio pagaba, en los trescientos sesenta y cinco días que tiene el año ordinario, para ver cuanto correspondía a cada día: hecha esta distribución, debía restarse de la tasa del tributo individual la cantidad correspondiente a los diez días, que se suprimieron del año en que empezó a regir la reforma del calendario. Esta suma era muy exigua; pero del descuento de ella en la tasa del tributo pagado por todos los indios del distrito de la Audiencia de Quito, había venido a resultar la no despreciable cantidad de cuatro mil cuarenta y siete pesos, los cuales fueron dados de limosna a los Jesuítas. No obstante se les exigió no sólo promesa sino fianza, de devolver la expresada cantidad, si el Rey no aprobaba la concesión que les había hecho.

Es bien sabido que la corrección gregoriana se verificó en el calendario el año de 1582, del cual se suprimieron diez días, pasando inmediatamente del cuatro al quince de Octubre: por esto Felipe segundo dispuso que de la tasa del tributo anual, se les descontara a los indios los diez días que se habían suprimido en el año. Pero, cuando se trató de devolver la cantidad cobrada, se tropezó con el peligro de que se la apropiarían y quedarían con ella los caciques de los pueblos por cuya mano había de hacerse la devolución a los indios tributarios: resolvióse pues, emplear esa suma en algo que redundara en bien general para los mismos indígenas8.



La generosidad de los oidores, sin embargo, no recibió la entusiasta aprobación del Rey. Felipe II había dispuesto que esa diferencia se devolviese a los indios y sólo con repugnancia aceptó, más que aprobó, los hechos realizados y cumplidos.

Con el consejo de algunos amigos escogieron un lugar más   —7→   central y para esto, compraron al tesorero de la Iglesia Catedral unas casas en la plaza mayor, precisamente en donde está hoy el palacio arzobispal. Como los padres de San Agustín se opusieron en razón de la proximidad de su convento, fueron y compraron con las limosnas que recogieron otras casas con bastante terreno junto a la Catedral, quebrada de por medio. Con las mismas limosnas arreglaron las aulas para su nuevo destino y es así como en 1588 se pudieron abrir allí las clases en el nuevo local frente a la actual Universidad y a la puerta de la iglesia de la Compañía.

El primer año que los jesuitas estaban en Santa Bárbara tuvieron mucho trabajo. En 1587 vinieron los padres Juan de Anaya, Jerónimo de Castro y Onofre Esteban. En el año de 1589 el provincial del Perú mandó otros misioneros entre ellos el padre Diego Álvarez de Paz. Cuando el padre Piñas, en 1590, dejó la rectoría, el Colegio se hallaba en plena prosperidad. Su personal era de trece personas y se esperaba la venida de otros cinco con lo que el Colegio venía a ser el principal de la provincia del Perú después de Lima.

Hasta 1588 permanecieron en su alojamiento provisional de Santa Bárbara, pasando el primero de enero de 1589 a la casa que habían adquirido. Siempre consideraron como provisional su estancia en Santa Bárbara y ansiaban el día en que la Providencia les deparase mejor sitio para edificar su convento y levantar una iglesia más capaz que aquella pequeña parroquial, en la cual apenas si podían atender a la inmensa cantidad de gente que formaba las diversas congregaciones piadosas por ellos establecidas. Esa fecha llegó al fin. Un buen día la ciudad les regaló diez mil pesos de oro para la realización de tan deseado proyecto y las cajas reales votaron setecientos pesos anuales para la alimentación de los trece religiosos que, abandonando y entregando al Cabildo eclesiástico la casa de Santa Bárbara, se trasladaron definitivamente al nuevo hogar. Era el día 1.º de enero de 1589.

Según el historiador González Suárez, los jesuitas pasaron a habitar «la casa que habían adquirido en el puesto, donde ahora se levantan el templo y colegio de la Compañía». En nuestro sentir no es ésa la verdad. Nuestro sabio historiador no conoció los documentos que tuvimos la fortuna de encontrar en el Archivo de San Francisco de Quito respecto al pleito promovido por los franciscanos contra los jesuitas por la pretensión de edificar su iglesia y convento a una cuadra del que ellos tenían levantado, pleito a que alude también González Suárez en su Historia. «Como la nueva iglesia -dice- estaba muy próxima a la Catedral, a la iglesia parroquial y al monasterio de San Francisco, cuando los jesuítas quisieron tomar posesión de ella, encontraron algunos obstáculos, y mientras se resolvía la cuestión se vieron obligados a permanecer en una casa particular; pero el primero de enero, día en que la Compañía celebra la fiesta del Nombre de Jesú, los Padres tomaron pacíficamente posesión de su nueva casa, en medio del concurso del pueblo, que hacía manifestaciones de regocijo. Poco tiempo tardó en concluirse   —8→   la primera iglesia que edificaron los Padres pues los indios les habían cobrado tanta devoción que, acudían a trabajar en la obra, sin querer recibir ninguna clase de jornal»9.

Todo esto está muy bien, sólo que debemos colocar los hechos en el año de 1595 y no en 1589. En efecto fue el 28 de junio de 1595 cuando fray Juan de Alcocer, procurador de San Francisco hizo notificar, por medio del escribano Alonso López Merino un requerimiento al padre Juan Vázquez, oponiéndose a la edificación que pretendían los jesuitas y fundando su oposición en las Bulas y los Motu proprio de Sixto IV, Clemente V y otros Pontífices que prohibían a las otras órdenes religiosas edificar monasterios, iglesias y colegios dentro de las ciento cuarenta varas de distancia del monasterio franciscano. El escribano requirió al padre Vázquez delante de sus compañeros, haciendo así constar en el proceso. Mas fuera porque los jesuitas tal vez hicieron poco caso de la demanda de los franciscanos, o porque quisieron éstos asegurar más sus pretensiones, volvió el padre Alcocer a presentar ante la Real Audiencia, el 6 de junio de 1595 nueva petición para que a los jesuitas se prohibiera la edificación de «una casa que dizen de seminario y Congregación destudiantes En las casas que heran de doña maría de Losirios» porque de ella les venía notable perjuicio «asi por lo dho. como permitiéndose que aya y este alla la dha congregacion y con esta ocasion con la sucesión del tiempo e lugar aberse de hazer alli yglesia y decirse missa se sigue El hirse perdiendo de La debocion de nro convento y casa y el concurso de jente que acude aella ques a lo que Los summos pontifizes tuvieron consideracion y y asi este final Respecto lo prohibieron y para que cese este agravio y fuerza quese Hace Por gente tanpoderossa, etc». Y a este tenor continúa la petición, que concluye con la súplica de su pronto despacho a que no se dé lugar que «suceda entre nosotros algun escandalo y enquietudes o pesadumbres»10.

Con la exaltación del señor obispo don fray Luis López de Solís a regir la diócesis de Quito, vino el gran empuje al Colegio Seminario fundado por el obispo fray Pedro de la Peña. El obispo Solís había tratado con el virrey don García Hurtado de Mendoza y el padre provincial del Perú, Juan Sebastián de la Parra sobre el negocio de dar a los jesuitas el Seminario y habían acordado en ello, aunque el padre De la Parra había repugnado un poco. Fue tal el empeño del obispo Solís que, apenas llegado a Quito el 15 de junio de 1594, los jesuitas se hicieron cargo del Seminario, del 15 al 25 de agosto y se dio por patrono a San Luis rey de Francia. El Seminario funcionaba en el local frente a la actual iglesia del Sagrario, en el arca que ocupa la Universidad, contigua al antiguo palacio episcopal.

Al principio del curso de 1594 formaban el local destinado para el Colegio Seminario unas casas contiguas al palacio episcopal situado frente a la entrada de la actual iglesia del Sagrario en   —9→   el área que ocupa la Universidad actual. Pronto se vio que era insuficiente el local, por lo que se compraron las casas de doña Ana de Vargas, que recibió en dote de su padre don Lorenzo de Vargas, y que su marido el doctor Pineda de Zurita, las vendió al reverendísimo señor obispo don fray Luis López de Solís para el Colegio Seminario de San Luis en la cantidad de 2.560 pesos 6 reales de contado y 4.699 pesos 2 reales de censo, a favor del Hospital de la Caridad de Quito, por escritura celebrada el 6 de mayo de 1595. En seguida compraron al deán Francisco de Galavís las casas en 3.700 pesos, los 3.000 de contado y los 700 a censo en favor de la fábrica de la Catedral, por escritura celebrada en 11 de agosto de 1597.

Estas casas que constituyeron el local del seminario fueron canjeadas por los jesuitas con las que el Colegio de San Gerónimo tenía al lado de la Catedral, el 13 de agosto de 1597 mediante la escritura de trueque y cambio que celebraron ante el notario Juan de Briñas Marrón con aprobación del Cabildo eclesiástico e información de utilidad. «El Colegio da -dice el documento- al Seminario todas sus casas y sitios que tenía en la quadra del lado de la Cathl. en frente del Seminario con las maderas y demás materiales que tenía para la continuación del edificio a excepción de los canzeles, relox, campanas y otras cosas que no pertenecen al edificio, y el Seminario de Sn. Luis da al Colegio de Sn. Gerónimo las casas que ocupaba en la quadra de en frente del Colegio, y las casas que havía comprado al Dean Galavis a espaldas de las otras, con los materiales que havía para proseguir el edificio». La escritura firmaron el Prelado y el rector, el padre Diego Álvarez de Paz.

Razones de evidente utilidad que hubo para comprar las casas episcopales, que lindan pared en medio, más la quebrada en que suelen vivir los señores Obispos, como que son de la Iglesia Mayor.

1. Por la grande estrechura en que vivimos, no hay donde poner la carpintería, a no ser que se saquen al tejar la panadería y lavandería. No hay un pedazo de huerta donde los Padres o Estudiantes puedan recrearse. Esto se remedia con la compra.

2. Porque estas casas lindan inmediatamente en lo interior de la nuestra hay esos inconvenientes: de ver y ser vistos. Por tener nosotros más ventanas y registros mas no las pueden hacer tapiar según la ley y quedamos sin luz. Y esto se puede temer con mayor razón si el Obispo es poco afecto o si otro dueño las compra.

3. Por ir la quebrada en medio del lindero de las dos casas hay poca seguridad con la clausura, compradas las casas y dueños de la quebrada se podrán hacer arcos y cubrirla toda. El Hermano Marcos Guerra que al presente construye la casa es muy entendido y pondrá fácilmente y con seguridad los cimientos de estos arcos, porque el dicho huaico respecto de traer en invierno grandes avenidas de agua suele robar las paredes y poner en gran peligro las casas obligando a gastar muchos ducados como se ha visto en las casas del Sr. Villasís que cae también encima del dicho huaico en calle más abajo. Si nos falta el H. Marcos, no habrá después quien   —10→   fundamente estas cosas. Con ellos tenemos lo que nos falta de cuadra.

4. Necesitamos espacio, hay que mirar por lo futuro en que necesitaremos más.

5. Si dejamos pasar la ocasión de Sede vacante, no hay esperanzas. Los canónigos son absolutos dueños y les está bien el venderlas por cuanto sus rentas y censos de que tienen provecho, se les aumentan.

6. Que las casas están en el puesto que por hacer punta y esquina a la plaza en toda la vivienda baja se puede hacer tiendas las cuales rentarán algo no poco considerable, con qué pagar los réditos de los censos.

7. En nuestras mismas casas se podían sacar afuera algunas tiendas para lo mismo.

8. En las Casas episcopales entre maderas y otros materiales hay unos 4.000 pesos a juicio del Hermano Marcos.

Padres Gaspar Vivas, Juan Pedro Severicn, Francisco Rugi, Alejo Ortiz, Alonso Rojas, Gabriel de Alzola, Luis Vázquez, Inigo Pérez, Diego Medina, Joaquín de Amestoy y los Hermanos Marcos de Guerra y Miguel Gil del Madrigal»11.



Cinco días después Elvira Rodríguez de Aguilar vendía al Colegio de San Gerónimo unas casas inmediatas a las que compraron al Seminario en 1.000 pesos de contado.

Con estas adquisiciones y algunas otras quedó el seminario de San Luis al lado de la Catedral, quebrada de por medio y el Colegio de San Gerónimo o Máximo, que era exclusivo de los jesuitas frente a la puerta del perdón de la Catedral. La esquina que da a la plaza ocupaba las casas episcopales compradas por el señor obispo Santillán a Luis de Cabrera, después de haber estado vendida su casa a los jesuitas, por lo cual le siguieron pleito, que fue fallado en contra de ellos.

No quedaba otra cosa que hacer sino cambiar las casas que poseían los jesuitas en la esquina de la plaza y que las adquirieron por compra para el Colegio Máximo con las que el Cabildo poseía frente a la Catedral.

Dichas casas las compró el señor Ugarte y Saravia obispo de Quito al gobernador don Fernando de Vera y Flores, en 20.000 pesos de contado, en 13 de setiembre de 1649, y los albaceas del señor Saravia las vendieron al Colegio Máximo en 20.300. La escritura de trueque y cambio se celebró el 14 de agosto de 1653 entre el Cabildo en sede vacante de la Iglesia Catedral y el Colegio Máximo. El Cabildo dio «al Colegio la casa que compró a Luis de Cabrera, a excepción de una parte de ella que había vendido al Licenciado Don Cristóbal Bernardo de Quiroz, Chantre de la Catedral, con la condición de no edificar en ella Iglesia, Capilla, ni Oratorio, ni levantar torre, ni las paredes más de lo que estaban, ni poner aulas para estudios».