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Arriba Capítulo XXX

Que doña Antonia se cuajó como flor de frutos de otras virtudes


Siendo doña Antonia la flor de Tunja y siendo una no se cuajó en uno sino en muchos frutos de virtudes como consta de lo que con verdad se ha escrito en los dos capítulos antecedentes y también constará de lo que con certidumbre se dirá en los renglones siguientes:

En las hojas de sus labios y lengua se formó siempre la verdad, aunque por decirla se hubiese de seguir alguna pesadumbre. Habíale mandado su hermano mayor (a quien tenía en lugar de padre) que hiciera cierta diligencia, y quiso Dios que se le olvidase la ejecución para que se viese en sus labios la verdad sin temor de padecer por decirla. Preguntole su hermano si había hecho lo que le había encargado. No quiso excusarse con su natural olvido, y solamente dijo que no la había hecho. Riñola su hermano con el descuido y después de la riña y el enojo le dijo una persona a doña Antonia que para qué le había dado aquella respuesta a su hermano, y ella respondió que el dársela le fue forzoso para no mentir. Como no tenía labios para decir mal de otros, tampoco quería dar oídos a los que murmuraban de sus prójimos, y así le aconteció que conociendo que un pobre solía ir a su casa a pedir limosna tenía costumbre de dar quejas y hablar mal de los que no le socorrían; por no oírle tenía dispuesto que al punto que llegase a pedir le diesen el socorro de la limosna y lo despidiesen con Dios. Los ausentes tenían en doña Antonia seguras las espaldas porque sabía diestramente volver por ellos. Tenía tal donaire y sal en mudar las pláticas de murmuración, que el ausente quedaba defendido y el que las hablaba edificado.

Como doña Antonia era semejante a la flor cuyas hojas son tiernas y blandas, produjo frutos de una caridad suave y de una   —431→   misericordia tierna y compasiva como se verá por los casos siguientes: Tomó para sí el cuidado de llamar a los niños y niñas de su casa para repartirles el almuerzo y la merienda porque no padeciesen la molestia de la hambre, y para juntar el socorro del cuerpo con el mantenimiento del alma los convocaba a sus tiempos y les enseñaba las oraciones y el catecismo con mucho amor y con grande suavidad. Ella era la que convocaba a sus iguales para rezarle el rosario a la Santísima Virgen. Ella era la que celosamente caritativa avisaba en vísperas de comuniones a las otras para que se previniesen para recebir al Señor.

Parecía la madre de los pobres según trabajaba para tener dinero con qué socorrerlos. Cuando de noche tocaban a la puerta de su casa pidiendo limosna, acontecía que se asomaba a la ventana para darla siendo así que jamás supo qué cosa era ventana de día para asomarse a mirar por ella; pero de noche sí porque en el pobre tocaba su Esposo a la puerta, y mirando por las celosías de la ventana, recebía lo que le daban de limosna. Llegó una mujer vergonzante a pedir limosna y reparando doña Antonia que traía descalzos los pies, se quitó modestamente sus proprias xervillas y se las dio a la mujer diciéndole que se las pusiese porque no le lastimasen las piedras. En una ocasión se entró por las puertas de la casa de sus padres una pobre enferma con muchos asquerosos achaques y doña Antonia como humilde se prefirió a su madre, hermana y tías diciendo que ella era la que como sierva había de cuidar de la enferma. Visitábala muchas veces asistiéndola de día, y de noche componíale la cama, abrazábale para levantarla sacando por despojos las sabandijillas que criaba el cuerpo de la doliente, curábale puesta de rodillas las llagas que tenía muy asquerosas con que vino a vencer el natural que tenía tan asqueroso que cualquiera cosa inmunda la provocaba a penosas arcadas y a crueles bascas. Con agradables palabras alentaba a la enferma a que tuviese paciencia. Ella por sus mismas manos le daba la comida con tanto agrado, que cuando alguna otra de la casa le quería dar a la enferma de comer, no lo admitía, diciendo: «ahora vendrá la caridad y ella lo hará». Caridad llamaba a doña Antonia y todos los que la vieran misericordiosa servir entre muchos ascos a la enferma no errarían dándole en abstracto este epíteto de caridad.

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En esta misma virtud parece que se había transformado doña Antonia usando de misericordia con los pobres indios del pueblo de Soracá donde era cura su hermano y la solía llevar ella por estar bien acompañado. En sabiendo que había enfermos se iba a visitarlos de choza en choza y los socorría con la comida y cena, aplicábalos por sus mismas manos los remedios para que recuperasen la salud corporal y para que mereciesen la eterna les enseñaba el modo con que se habían de disponer para recebir los Santos Sacramentos. Cuando algunos se morían, usaba de misericordia ayudándolos con sus oraciones para que saliesen de las penas del purgatorio. Lo heroico de su caritativa misericordia pasó la raya de su propria vida llegando hasta su muerte como se verá en este caso. Cayó en la cama enfermo su hermano con un achaque arriesgado a morir, y ella empezó a compadecerse de su madre viuda, de sus tías pobres y de sus hermanas que quedarían como huérfanas si se les muriese su hermano que con todas ellas hacía oficio de padre. Con esta compasión se fue a la presencia de Cristo Sacramentado y allí venciendo la misericordia al temor natural que tenía a la muerte, le pidió a su querido Esposo que si ella de gloria suya le quitase a ella la vida y se la alargase a su hermano para el amparo de todos los de su casa. Otorgósele la petición con el afecto deseado, pues ella murió en breve y su hermano sobrevivió muchos años prosiguiendo en mostrarse con las obras padre cuidadoso de su madre propria y de las demás personas de su casa.

Aunque doña Antonia era como una flor delicada por su naturaleza, se cuajó con la divina gracia en los frutos de unas virtudes vigorosas cuales son la fortaleza para vencer al demonio, la constancia para perseverar en lo bien comenzado y la paciencia para tolerar sus males hasta morir en el Señor y Esposo de su alma como lo irá viendo el lector. Bramaba el infierno viendo que esta alma se le iba al cielo y salíale al encuentro con muchos géneros de tentaciones en el camino. Para que dejase el de perfección que había comenzado le oponía que estaba en la flor de su edad y que era malograrla el tratarse con el rigor de la penitencia; decíala que bien se podía salvar sin tanta estrechura; que podía servir a Dios con un modo llano dejando el singular y raro que había emprendido. Con estas y otras semejantes sugestiones le hacía guerra el demonio para que volviese atrás, pero   —433→   ella daba tantos más pasos adelante cuantos eran los actos de fortaleza con que le resistía; y para resistirle desconfiaba de sus fuerzas y para tener a su lado quien la defendiese se metía en la llaga del costado de Cristo que es muy valerosa contra todas las huestes del infierno. Para apartarla de la oración mental la combatía el demonio al tiempo que la tenía poniéndole en el entendimiento innumerables pensamientos, ya contra la fe, ya contra la esperanza con horribles dudas de su salvación, ya con una mortal tristeza y con unos tedios grandes a las cosas espirituales; y viendo el demonio que se afligía con estos pensamientos procuró falsamente entablarle que ponerse a tener oración era ofender a Dios. Pero sabiendo que esta era falsedad, no dejaba la oración perseverando en ella como un fuerte peñasco, rebatiendo como tal los olajes de las tentaciones diabólicas. Varias veces el ángel del infierno se revistió sin vergüenza del traje y con la figura de una señora muy virtuosa y amiga de doña Antonia y la decía muchos oprobios tratándola de embustera, hipócrita y sucia; contradecía a sus palabras y vituperaba sus acciones virtuosas, pero doña Antonia callaba como humilde y sólo hablaba con Dios llamándolo suyo con estas palabras: ¡Oh Dios mío!, y estando cierta que no le ofendía porque no le daba ocasión culpable a aquella señora fingida, y verdaderamente demonio, se consolaba mucho porque todo su deseo era no ofender a Dios. Como el demonio es tan malo, castigó algunas veces con golpes a doña Antonia por sus buenas obras; pero ella en medio de los castigos no hacía propósito de la enmienda, porque todos sus propósitos eran de agradar más y más a su Esposo Jesús.

Para refinar la virtud de esta alma le dio Nuestro Señor muchas enfermedades a su cuerpo. Padeció continuos corrimientos al rostro y ella los recebía con un semblante conforme y resignado a la Divina Voluntad. Tuvo agudísimos dolores de costado y quizás por eso tuvo tanta devoción con la llaga del costado de Cristo, en la cual (como dijo a su confesor) tenía todo su consuelo para pasar la aflicción que le causaba el haber de morir. Atormentáronla unas apostemas malignas que tuvo debajo de los brazos y le atormentó no poco el haberlos de descubrir y mostrar al médico para que la curase; y fue tanta su honestidad, que para que lo hiciese fue necesario que se lo mandase su confesor. Jaquecas   —434→   frecuentes de cabeza le aquejaban, y viendo que en ellas sentía alivio peinándose el cabello, dejó el uso del peine los siete años últimos de su vida, pero no dejó el cilicio con que martirizaba su cabeza. En estas y otras enfermedades le combatía el demonio unas veces con tristeza proponiéndole lo doloroso de su vida, otras veces la provocaba a iras contra las criadas por las faltas que cometían en su servicio, pero doña Antonia salía victoriosa haciendo los actos contrarios de alegría en el padecer y de mansedumbre en el sufrir. No dio jamás muestras de sentimiento impaciente ni con palabra, ni con acción ni con ceño del rostro. Todo lo que hacían con ella en sus achaques lo agradecía como si no tuvieran obligación de hacerlo. Dejaba de llamar a sus criadas para su alivio por no hacer incomodidad de noche a su descanso. Pasaba sus males con mucha serenidad por no dar pena a los que supiesen lo que padecía. En los tormentos de sus achaques era su ejercicio ofrecerlos a Cristo dolorido, repetir a menudo los dulcísimos nombres de Jesús, María y José y también el decir estas palabras: «Sea por vuestro amor Dios mío».

El dolor de costado fue últimamente el mal por cuyo medio quiso Dios darle a doña Antonia el bien de la muerte que le había pedido por la vida de su hermano. El mismo día en que se le acometió el dolor se fue (como tengo ya dicho) a comulgar a la iglesia, y habiendo vuelto de ella le acometió el mal y la derribó en la cama, que su mortificación y pobreza voluntaria había escogido, que constaba de un pobre colchoncillo y de una pobre frazada basta, sin sábanas que podía tener para regalo de su cuerpo, y por ocultar su mortificación solía decir que no ponía sábanas en la cama porque se enredaban. Fue apretándole con crecimientos el dolor de costado. Pidió que le diesen el soberano Viático, para hacer el viaje que tenía por cierto. Díjole una hermana suya que permitiese le pusiesen unas sábanas, ¿qué diría la gente que entraba viendo que estaba en la cama sin ellas? Respondiola sonriéndose. ¿Qué importa qué digan? Y consintió que superficialmente pusieran una sábana para el tiempo en que había de recebir el Viático sagrado. Después pidió que le entregasen la imagen de su Niño Jesús, recebiole con júbilos entre sus brazos y con variedad de afectos se despidió de Él diciéndole que por su pasión y muerte esperaba que le había de ir a ver cara a cara en el cielo. Llegose el tiempo de recebir la Extremaunción y como en   —435→   el pie que le descubrieron cuando niña dio demostración de cuán honesta había de ser cuando grande, así también mostró a lo último su honestidad diciendo que no le ungiesen los pies; pero viendo que el sacerdote que la había de ungir no seguía su deseo ni opinión se volvió a su hermana y a otra mujer que le acudía diciéndoles: «Tengan cuenta de no descubrirme todo el pie». Después le rogó a una mujer que amortajase su cuerpo de suerte que no lo mirasen. Mientras se detenía la muerte iba gastando el tiempo doña Antonia en fervorosos actos de fe, esperanza y caridad, conque aconteció hallarla su Esposo como a virgen prudente con lámpara encendida en las manos y la introdujo al regalo de las bodas eternas a los 28 de marzo del año de 1667 teniendo ella 38 no cumplidos. Con mucha honestidad sin mirar parte de su cuerpo y con mucha facilidad lo amortajó la enfermera, porque estaba tan flexible y tratable como si estuviera vivo. Vistiola con el sagrado hábito de San Agustín a devoción de la difunta, y enterrose en su convento en sepultura propria que en él tenían sus padres. Todo lo que aquí he escrito es un resumen o compendio de la vida de esta sierva de Dios que latamente escrebió el padre Diego Solano como testigo que fue de la conciencia y padre espiritual de la difunta.


Vida del padre Josef de Tobalina

En la ciudad de Oñate, términos de Vizcaya, nació el padre Josef de Tobalina, y entre todos sus hermanos fue el más querido y estimado de su madre, la cual puso especial cuidado en su educación; pero él desde niño escogió otra madre que fue la Virgen Santísima inclinándose a servirla y quererla con amor filial. Aprendió los primeros rudimentos de la latinidad en la disciplina de un buen sacerdote siervo de Dios a quien ayudaba a misa y de quien era instruido en las cosas de su salvación. Para que se aprovechase su espíritu con el trato y comunicación del venerable padre Gaspar Sánchez, y para que por su dirección entrase en la Compañía dispuso la paternal providencia de Dios que sus padres sin embargo de haber Universidad en Oñate y poderle allí sustentar con menos gastos y más conveniencias le enviasen a estudiar facultad a la Universidad de Alcalá. Allí estando ocupado en sus estudios, el primero de la Compañía con quien se encontró, fue el venerable padre Gaspar Sánchez y fue su primera felicidad   —436→   y su más principal dicha porque de este maestro aprendía virtud cuando los otros de la Universidad le enseñaban letras. Encendiósele el corazón con deseos de ser religioso de la Compañía de Jesús, y alimentándolos el maestro de su espíritu, entró en nuestra sagrada religión a treinta de marzo del año de mil seiscientos y doce, teniendo diez y nueve de edad. Este día de su entrada por ser para el padre Josef tan feliz y dichoso, lo tuvo anotado, si no con piedra blanca (como hacían los antiguos) con letra de su mano, diciendo que fue sábado cuatro días después de la Anunciación de Nuestra Señora. De ingratos es olvidar el beneficio, y el padre por no olvidar el que había recebido de la mano de Dios en día dedicado a la Santísima Virgen, lo quiso tener siempre en la memoria para agradecerlo a Jesús y a su Madre, que sin duda fue su intercesora, para que tuviese la dicha de no quedarse en el mundo entrando en la religión de su Hijo. Del tiempo del noviciado sólo hay noticia de que se esmeró en la virtud de la obediencia y así le hallaban los superiores siempre pronto y sin repugnancia a las cosas que le mandaban. En esto, aunque parece poco, se dice mucho porque la obediencia es una virtud que ingiere en el alma las otras virtudes, y así ejercitando puntual la obediencia adquirió otras muchas virtudes en que se ocupaba por mandado de los superiores.

Acabó su noviciado consagrándose a Dios con los votos, cuya fórmula firmada de su nombre tuvo por registro siempre en su breviario para que la vista frecuente de lo que había ofrecido refrescase su memoria y le estimulase la voluntad a su observancia. Lo que aprovechó en sus estudios bien se conoció en estas partes, pues en las ocasiones que se ofrecieron, dio muestras de que era excelente escolástico y aventajado moralista, resolviendo casos con eminencia. Pero la ciencia que a otros suele hinchar, no le desvaneció al padre Josef como se leía en unas cartas que a veces solía escrebir llenas de confusión tratándose en ellas de ignorante. Y así por letrado humilde mereció en la Compañía el supremo grado de profeso, que obtuvo por cinco años.

Después que recebió en el alma el carácter del sacerdocio, decía la misa con singular prevención y rezaba el oficio divino de rodillas. Añadía otros oficios de supererogación aun estando engolfado en otras ocupaciones. El domingo rezaba el oficio del Espíritu Santo. El lunes el de los difuntos. El martes el de los   —437→   ángeles o sus letanías. El miércoles el oficio de San José. El jueves la letanía del Santísimo Sacramento y de la preciosa sangre de Nuestro Redentor. El viernes el oficio de la santa cruz y oraciones de la pasión. El sábado la letanía de Nuestra Señora. Y si algún día no le era posible cumplir con alguna de estas devociones, no la dilataba más que hasta el siguiente día. Gastaba muchos ratos de noche en oración y de día en medio de las ocupaciones no perdía a Dios de vista. Sabía de memoria muchas oraciones vocales y actos de amor a Dios que usaron los santos, y él para serlo los imitaba.

Haciendo el padre Josef el oficio de superior en Belmonte a doce de diciembre del año de mil seiscientos y veinte y seis, le dieron cartas de nuestro padre general en que le mandaba que se partiese a las Indias, y aunque nunca había tenido tal deseo; trató de poner luego en ejecución el mandato. Cuando los vecinos de aquel lugar supieron su determinación trataron luego de escrebir a nuestro padre general pidiéndole apretadamente que no les privase de un hombre tan docto y tan santo que era el consuelo de todos los vecinos; pero el padre Josef hizo grande esfuerzo con ellos para que no intentasen estorbar la ejecución de lo que Dios por medio de su superior le ordenaba, y así lo consiguió. El motivo que tuvieron para amar mucho al padre Josef y no querer que los dejase, fue el haber hecho un gran concepto de que era santo, no sólo por el ejemplo de las virtudes que le vían ejercitar, sino también por un caso que en Belmonte le sucedió; y fue que el demonio se entró en el cuerpo de una mujer que había levantado un falso testimonio a ciertas personas. Lleváronla a varias partes para que lo lanzasen hombres que tenían nombre de santos, mas no pudieron desencastillar al demonio. Recurrieron al padre Josef el cual libró a la mujer del demonio que la atormentaba.

Embarcose en Cádiz a tres de mayo, día de la invención de la santa cruz y tomola por patrona de su viaje, que en todos los que hacía era santa costumbre suya anotar el santo del día en que empezaba a caminar y tomarlo por patrón de sus jornadas. No quiso recebir muchas cosas que le daban para el camino por no agraviar a su madre la pobreza voluntaria, antes bien, repartió entre otros hasta los papeles que tenía. Trajo por compañeros suyos un crucifijo pequeño y una imagen de Nuestra Señora. Embarcado   —438→   se mareó como suelen los otros y entre sus bascas y congojas se portaba con sumo silencio y con grande conformidad con la voluntad de Dios sin dar en que entender ni atender al que hacía oficio de enfermero. Habiendo sanado del mareo se empleó celoso en enseñar muchas veces la doctrina cristiana y en confesar a los que en su compañía navegaban. Tomó puerto en Cartagena en el día de San Luis Gonzaga del año de mil seiscientos y veinte y siete, y de allí a algunos días se embarcó para la ciudad de Santa Fe en el río grande de la Magdalena, y en todo el tiempo que duró el viaje, que es penosísimo por el calor y mosquitos que martirizan a los pasajeros no se vio en el padre Josef la más leve señal de inmortificación o poca paciencia. Cuando se desembarcaba en los parajes donde habían de hacer noche, en vez de descansar andaba buscando gente con quien ocuparse en el trabajo de confesarla y enseñar la doctrina cristiana.

Llegó al Colegio de Santa Fe, y a pocos días después de su llegada se puso de rodillas en la quiete pública y pidió al padre provincial le enviase a la misión de los Llanos, y habiéndolo alcanzado se dispuso para ir a ella con grande espíritu y con ardiente fervor de aprovechar las almas de los pobres indios. Cuando llegaba a algún paraje poblado tocaba o hacía tocar una campanilla para convocar la gente, como lo hacía San Francisco Javier, diciendo: «Fieles cristianos, venid a oír la palabra de Dios». Llegó a Támara donde gastó un año haciendo todos sus posibles con grande celo para salvar las almas de los pobres indios. Con la novedad del temple rigoroso por el calor y con la extrañeza de los mantenimientos por no acostumbrados le vinieron al padre muchas menguas de salud y se le recrecieron muchos achaques, y en especial unas llagas en las piernas que le dieron grande materia para la paciencia y conformidad con la voluntad divina.

Para que recobrase la salud le sacaron los superiores del pueblo de Támara, y conociendo su prudencia y demás talentos necesarios para regir a otros, le constituyeron rector del Colegio de Pamplona, pero el padre Josef era tan humilde que llegó a juzgar que se escandalizarían de que siendo él tan malo le hiciesen superior de súbditos tan buenos; pero hubo de aceptar el mando por no faltar a la obediencia de sus prelados, los cuales viendo que había gobernado aquel colegio con grande acierto le dieron   —439→   el rectorado de Tunja donde acabó su vida, siendo actualmente rector, como diré después.

No se contentó su religioso espíritu de haber tratado toda su vida de edificar en su alma un templo para Dios con el adorno de las virtudes en que se ejercitó, sino que también intentó edificar para el culto divino un templo material en el Colegio de Tunja. Con esta intención se puso en camino para ir a los lugares circunvecinos y pedir en ellos limosna para la fábrica. Juntó las que pudo, pero no pudo ponerle la última mano acabándola; mas no por eso le habrá faltado el premio en el cielo, como no le faltó a David el galardón por haber juntado materiales y haber intentado con ellos el edificarle un grandioso templo a Dios porque es un Señor tan magnífico que no sólo paga las ejecuciones sino que también remunera los deseos. Y aun por eso el padre Josef visitándole el albañil el mismo día en que se partió de esta vida a la otra le dijo (como quien sabía bien las pagas que Dios suele hacer) que estimase y apreciase en mucho la merced que Dios le hacía en que pusiese sus manos en la iglesia donde tantos servicios se habían de hacer y tantos cultos se habían de dar a la Divina Majestad.

Quien así cuidó de edificar templo para Dios procuró siempre no desedificar a sus prójimos por amor del mismo Dios. Colgáronle en su aposento un relicario de bronce para que excitase su devoción y le sirviese de consuelo estando enfermo en la cama. Reparó que estaba pendiente de un cordón de seda muy maltratado por haber servido, y entonces hizo grande instancia para que quitasen aquel cordón y pusiesen una cinta de hilo porque no se desedificasen los que entraban viendo el cordón de seda. Oh, válgame Dios, qué delicados que son los que tratan de ser santos; en un hilo, en una hebra y en otra cualquier menudencia reparan cuando los otros no se les da nada de escandalizar con muy malos ejemplos. Tan lejos estaba el padre Josef de desedificar con su modo de proceder que antes edificaba a todos los que miraban, no sólo sus acciones, sino también su persona. La compostura modesta y apacible de su rostro hermanada con virtuosa severidad obligaba a que le reverenciasen como a santo y le amasen como a padre. Sus acciones eran tan conformes a las reglas de la Compañía que hubo algunos que no pocas veces y de propósito procuraban ver si cometía algún defecto contra alguna regla y   —440→   no pudieron notarle alguna imperfección que pudiese desedificarlos, antes bien muchos ejemplos de religiosa observancia con que quedaban edificados.

El celoso cuidado del padre Josef era derribar y destruir la perversa fábrica que hacían con sus pecados los hombres y las mujeres. El instrumento de que usaba para la destrucción desta fábrica perversa era la administración del Santo Sacramento de la penitencia. Siendo rector de Tunja y hallándose notablemente ocupado en el avío de las haciendas, en la resolución de casos que venían a consultarle y otros embarazos no se excusaba de acudir a confesiones. Cuando llegaban de noche a pedir confesores no señalaba a otros sino él mismo salía a confesar. Si le llamaban para que confesase, se acordaba del grande amor que tuvo Jesús a aquella alma, y consideraba que el llamarle a él para tal o tal persona no era acaso sino por especial providencia de Dios, el cual le había de tomar cuenta de aquella alma que se la enviaba para que la juzgase con rectitud, sanase con diligencia y remediase con caridad. Acudía con mucha puntualidad cuando le llamaban a ejercitar este ministerio. No mostraba dificultad ni repugnancia al acudir a la voz del que le llamaba, porque la repugnancia si la mostrase podía obligar a que no le llamasen. Puesto en el confesonario no atendía a otra cosa que al remedio del penitente sin hacer reflexión ni reparo en si era hombre o mujer, hermoso o feo. Mostraba mucho agrado a los penitentes, porque juzgaba y bien, que con el cebo del agrado se pescan las almas para Dios, pues ellas de ordinario se vienen adonde ven apacibilidad y por ella vencen el empacho, dejan sus negocios y acuden al confesor. Para avivar y atizar el celo de la salvación de las almas, tenía en su breviario por registro un papel lleno de razones y autoridades de santos que incitaban a este santo celo así no es maravilla que con haberle sido tan penosa, como arriba dijimos, la vida que tuvo en la misión de Támara, la tenía por buena vida y decía que la vida de las misiones era apetecible y apostólica; y por eso cada vez que se trataba de ellas, era el padre Tobalina el primero que se ofrecía para la empresa deseando que le encontrase la muerte en una de las misiones.

Ya he dicho el modo con que el padre Josef se portaba con los penitentes que confesaba, será bien que escriba las penitencias; que él mismo hacía. Andaba casi siempre armado de cilicios contra   —441→   los asaltos del común enemigo; castigaba su cuerpo como a enemigo del espíritu con frecuentes disciplinas. El sueño que tomaba era poquísimo, trasnochando mucho por estar desembarazado en el día para oír las confesiones. Nunca dormía en sábanas; el poco reposo que tomaba era entre unas mantas que podían servir de cilicio. Tan parco como era en el sueño lo fue en la comida, muy templado y ayunaba los sábados y las vigilias de Nuestra Señora; no admitía cuando predicaba un trago de vino ni cuando hacía pláticas permitía que se le diese alguna cosa extraordinaria. Pasaba los caminos con un avío muy moderado y en todo esto que pertenece a comodidades no ponía su cuidado ni gastaba, su solicitud.

El padre Tobalina desde niño fue muy devoto de la esposa del santo de su nombre proprio; pero creció su devoción con la familiaridad que tuvo con el padre Lucas Esquex, gran amante de esta Señora, que es cosa bien importante una brasa llegarse a una ascua muy encendida para encenderse más, y experimentó esta importancia el padre Josef con la comunicación del padre Lucas, el cual le dio en España una imagen de la Virgen, y la estimó en tanto, que la trajo consigo a las Indias, y en todos sus caminos y en todas sus misiones la tuvo por su consorte y la veneró por su compañera. Preparábase con singular cuidado para celebrar sus fiestas, y aunque le acometiese un gran tropel de ocupaciones las vencía no dejando las devociones que tenía señaladas para hablar con su Madre y negociar con su Señora, porque esta era la más importante de las ocupaciones. Tenía para esto varias oraciones compuestas por sí mismo en que se divisa el abrasado afecto con que amaba a esta Señora y las grandes esperanzas que tenía fundadas en su maternal clemencia. No dejaré de escrebir aquí la fórmula con que daba gracias a Dios por los beneficios que hizo a la Virgen, para que el lector se ejercite en esta devoción.

Gracias os doy Beatísima Trinidad, lo primero porque le disteis la dignidad de Madre de Dios a la Virgen, que es la cosa más sublime entre las cosas criadas.

Lo segundo porque le disteis la pureza de Virgen juntamente con la fecundidad de madre, de suerte que ni la virginidad quitase la fecundidad ni la fecundidad introdujese la concepción.

Lo tercero porque la librasteis de todo pecado, así del original como del actual.

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Lo cuarto porque le concedisteis mayor gracia, más virtudes, más crecidos dones y prerrogativas que a todos los ángeles y a todos los santos.

Lo quinto porque le disteis la continuación de los méritos de suerte que ni velando ni durmiendo dejase de merecer.

Lo sexto porque le concedisteis que viviese en compañía del Hijo de Dios, ya albergándolo en su vientre, ya teniéndolo en sus brazos, ya sustentándolo con la leche de sus milagrosos pechos.

Lo séptimo porque le pusisteis en la cabeza las aureolas de Virgen, mártir y doctora. De Virgen porque dispusisteis que fuese la primera que hizo voto de virginidad, de mártir porque le traspasó el alma el cuchillo de dolor por la pasión de su Hijo, de doctora porque enseñó muchas cosas a los apóstoles.

Lo octavo porque la exaltasteis a gloria mayor de alma y cuerpo que a todos los coros de ángeles y órdenes de los hombres bienaventurados.

No satisfecho este Josef con la dulzura de su devoción procuraba regalar con ella a los otros y la persuadía a sus prójimos. Encendiose este Nuevo Reino de Granada con una furiosísima peste que echó muchas almas al otro mundo. Para su remedio llevaron a la ciudad de Tunja una milagrosa imagen de Nuestra Señora que es venerada con frecuencia de peregrinos en un pueblo llamado Chiquinquirá. Colocáronla en la iglesia mayor para invocar su patrocinio con un novenario. Fue a visitarla el padre Josef una tarde y estuvo la mayor parte de ella de rodillas ante sus ojos, y fue tan espacioso el tiempo que el hermano que le acompañaba no pudo llenarlo en la oración porque se desmayó y le fue necesario el sentarse mientras el padre proseguía con la petición que estaba haciendo a su querida Madre. Los otros le pedían que los librase con su poderosa intercesión de lo rigoroso de la peste y los escapase de lo horrible de la muerte. Pero el padre Josef le rogaba ansiosamente que le alcanzase de su amado Hijo una buena muerte y que fuese luego para que no viviese en un mundo en que no hay otra cosa sino pecados. Otorgole la Virgen su petición con un modo (como de su mano) muy glorioso, y haciéndole mártir de caridad y víctima de amor del prójimo como se verá en lo que en adelante diré.

Solía decir el padre Josef que si supiese de cierto que por confesar a un pobre indio se había de morir, no dudaba de irlo   —443→   a confesar con mucho gusto. No fueron estas palabras que contravinieron a las obras. Llamáronle para que confesase a un pobre apestado, fue con el amor y celo con que acostumbraba acudir a semejantes llamados y estando en el ejercicio de la confesión librando al enfermo del mal de sus pecados, se sintió herido del mal de la peste; volviose a casa con la fatiga que se puede colegir y rindiose en la cama.

Cuarenta y nueve días le duró el martirio de la enfermedad y en ellos dio muchos ejemplos de virtud su santidad, y todos eran como unas llamaradas que suele dar una vela cuando se va apagando. Irelos apuntando brevemente para la imitación de los que desean morir bien. Lo primero, después de haberse reconciliado, recebió, para hacer un feliz viaje, el soberano Viático; luego pidió que le diesen la Extremaunción, y reparando los otros que no había para qué dársela tan presto, el padre hizo instancia en que se la diesen, aseverando que era cierto que se había de morir como quien tenía por cierto que su Madre, la Santísima Virgen le había alcanzado el favor de la muerte que le había pedido.

Aplicábanle los médicos con estudiosa solicitud los medicamentos que juzgaban le habían de restituir la salud, pero el doliente los recebía sólo por no faltar a la obediencia, porque tenía por cierto que no la había de recuperar. Para que tomase cualquier cosa, por desabrida que fuese, no era menester más que decirle que aquello era para gloria y honra de Dios y de su Madre Santísima, porque en oyendo esto luego al punto la recebía y se la echaba a pechos.

Postráronsele totalmente las ganas del comer y para que venciese la repugnancia le decían los que le llevaban la comida que el padre ministro decía que comiese y el padre Josef como si no fuera su rector sino súbdito suyo le obedecía respondiendo: basta que lo diga, y comía lo que le traían. Otras veces cuando le persuadían que comiese, respondía caritativo: «por el consuelo y gusto de los presentes comeré, pero bien sé que no me ha de aprovechar la comida».

Ocho días antes de su muerte se le agravaron muchos los dolores de la cabeza, las angustias del corazón sin darle treguas de día ni de noche un vehementísimo dolor en la vía de la orina,   —444→   y en medio de estas congojas no cesaba de alabar a Dios y de invocar los dulcísimos nombres de Jesús y de María.

Ningún tiempo es para perdido y mucho más aquel en que uno está cercano a partirse para la eternidad, y como el padre estaba cierto de su partida no quería que las visitas le hiciesen perder el tiempo y lo gastaba en oír leer la pasión de Cristo Señor Nuestro, que era muy buena traza para padecer sus dolores y sufrir sus proprios tormentos con paciencia, resignación y conformidad con la voluntad divina a imitación de este pacientísimo Señor. No contento con tener al oído su santísima pasión hizo que le pusiesen a los ojos un Cristo crucificado y una imagen de la Santísima Virgen, y de noche y de día en medio de sus dolores invocaba a Cristo Jesús y a su amantísima Madre; y como no los apartaba de los labios tampoco del corazón que se abrasaba en sus amores.

En la noche del veinte y uno de su enfermedad, cuando pensaron que era la última de su vida, le acometió una tropa de congojas de espíritu. Apenas se sintió combatido cuando pidió al hermano enfermero que le pusiese más cerca de sí la imagen de la piadosísima Virgen; hízolo así el hermano y luego el padre se estuvo hablando con ella un buen rato, y en él se ahuyentaron las congojas que le habían acometido, y está claro que no habían de durar siendo su protectora la que es terrible como un ejército de escuadrones bien ordenados.

Un sacerdote nuestro que le asistía a la cabecera le pidió que antes de morir echase su bendición a los de la casa, pero no pudo recabarlo porque reconociendo el humilde enfermo que el bendecir es acción de superior a inferiores, no quiso hacerlo juzgando que aunque le habían hecho superior por el oficio era inferior a todos sus súbditos por el defecto de las virtudes y de la perfección.

En medio de los mayores combates de su enfermedad, cuando apenas podía formar las palabras, hizo como de milagro un excelente razonamiento a los de su comunidad exhortándolos a la observancia perfecta de nuestras reglas y a la grande estimación que habían de tener de la religión santísima a que Dios les había llamado, y esto con tal energía de palabras y con tal fuerza de razones, que parecía que no hablaba enfermo sino robusto y sano.

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En aquel artículo de amarguras experimentó el gusto que causa a los de la Compañía el haberle cumplido la palabra que cada uno de ellos le da de perseverar en ella hasta la muerte: «Vt in ea perpetuo degam». Y no cabiéndole el gozo en el corazón rebosó por los labios a los circunstantes que moría sumamente consolado y gozoso porque moría en la Compañía de Jesús.

Amaneció el alegre día de Todos los Santos primero de noviembre del año de mil seiscientos y treinta y tres en que se cumplieron cuarenta y nueve días de su enfermedad, la cual por haberse minorado daba esperanzas de vida; pero el padre Josef estaba certísimo de su muerte. Aquel día por la tarde le visitaron algunos de casa y él les respondió con grande entereza de juicio dándoles consejos saludables. Después que las campanas tocaron a saludar a la Virgen con las Avemarías (esa fue la hora señalada para este Josef tan devoto de María) sin ruido, sin acciones ni movimientos se fue su alma con todos los santos (como esperamos) al cielo habiendo vivido sólo cuarenta años en el suelo. Al cuerpo, se le hizo un solemne entierro a que concurrió lo mejor de la ciudad con universal sentimiento de la muerte de un padre que lo era de chicos y de grandes, porque su gran caridad los trataba a todos como a hijos.



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