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ArribaAbajo Capítulo XXXIV

Fabrican nueva iglesia los padres y administran en ella cuatro sacramentos


No se dieron por contentos los padres con la iglesia que hallaron en Fontibón, y por ejercitar la virtud de la religión que mira al culto de Dios, fueron fabricando una nueva iglesia que se acabó el año de treinta y dos (1632). Tiene aquella capilla mayor costosamente labrada con artesones dorados cuya artificiosa disposición causa hermosura. Tiene el altar mayor un retablo hecho en ascua de oro, y en sus nichos imágenes bien acabadas. De más de este altar hay otros cuatro con imágenes de excelente primor. A un lado de la puerta de la iglesia está en pie una torre ochavada que sustenta cuatro campanas que sirven todos los días para llamar a las misas, para convocar a las doctrinas y para los repiques de las fiestas. Tiene un coro bien artificiado y en él un órgano sonoro y también tiene quien sepa tocar este instrumento como otros muchos de chirimías, bajones, cornetas, arpas y cítaras que sirven para el culto divino.

Aquí han tenido su pila baptismal donde baptizando a los niños los han entrado por las puertas a la iglesia católica, y a muchos de ellos les han abierto las puertas del cielo porque consiguieron la dicha de morir con la gracia baptismal. Otros niños no tuvieron esta dicha porque acontecía en este pueblo que algunas indias a las veces de un solo parto sacaban dos hijos a luz, y al uno le escondían entre las tinieblas y lo dejaban perecer sin baptismo porque el demonio les puso en la cabeza que era cosa afrentosa que se supiese que de un vientre habían nacido dos hijos juntos. Supo este engaño al cabo de algún tiempo el padre Josef Dadei, y predicando un fervoroso sermón desengañó a las indias declarándoles que el parir dos de un vientre no era afrenta sino fecundidad de la naturaleza, y que sucedía muchas veces   —112→   en mujeres españolas muy honradas. Con este sermón se remedió este mal baptizándose en adelante todos los niños mellizos. No sólo se han baptizado los niños, también los padres han baptizado a algunos adultos porque examinando sus baptismos hallaron a la luz de las preguntas que habían sido inválidos. Persona hubo que, o por descuido o por malicia de sus padres no había sido bañada con las aguas saludables del baptismo, y aunque tenía noticia de la falta de este sagrado baño, le sobraba el empacho para manifestarla a su párroco. Casose esta persona y todos los años se llegaba a los Sacramentos de la confesión y comunión como si hubiera entrado a la iglesia por la puerta del sacramento del baptismo. Remordiole la conciencia de suerte que le obligó a romper con la vergüenza nociva y descubrirse a uno de los nuestros que la baptizó e hizo revalidar el matrimonio. El baptismo hizo tal efecto en su alma que desde entonces en adelante no se manchó con pecado mortal.

Como ni los indios ni las indias viven en estado de celibato han procurado los padres que cuando llegan a la pubertad se pongan en el estado del matrimonio para evitar las culpas a que suele incitar la carne, que es enemiga del alma. Tiempos ha habido en que no se ha sabido que haya en todo el pueblo amancebado ninguno, y aun se notaban las caídas que acaso sucedían. Muy grande ha sido el cuidado que han puesto los de la Compañía en que no viva el vicio de la lujuria en su pueblo, y ha sucedido que viendo algunos incorregibles la vigilancia y solicitud con que los padres han procurado quitar este vicio, se han desterrado a sí mismos de este pueblo y se han ido a otros donde no hay quien les estorbe su perversa inclinación.

El Sacramento de la penitencia se ha administrado frecuentemente en esta iglesia a los indios en su lengua natural. Todos los indios se confesaban por lo menos una vez cada año para cumplir con el precepto eclesiástico, en lo cual han tenido gran cuenta y gran celo sus curas eclesiásticos. Más de la mitad de los indios se solían confesar seis y ocho veces al año y un buen número de ellos cada mes y algunos más devotos cada ocho días. Muchos han sido los indios que escudriñando sus conciencias desde la niñez han hecho confesiones generales con verdadero dolor y sentimiento de sus culpas. Indios ha habido tan escrupulosos,   —113→   que causaban admiración, y entre ellos uno que en ocho días se confesó doce veces por purificar más y más su alma.

No sólo han ocupado los nuestros el confesonario frecuentemente en la iglesia, sino que también han salido fuera las veces que han sido necesarias a todas las horas de los días y de las noches sin excusarse jamás por ningún pretexto. Llamaron en una ocasión un padre para que fuese a confesar a una india moribunda. Partió puntual pero cuando llegó, la halló sin habla y sintiolo mucho porque las hablillas que de ella corrían no eran de buena fama y temiendo no se le condenase aquella alma, muriéndosele sin confesión, comenzó a llorar de pura lástima. Viendo que para el remedio no había más medio que el de la oración, puso las rodillas en tierra, levantó al cielo los ojos y derramando por ellos muchas lágrimas le pidió a Dios fervorosamente le diese la habla a la india.

Los indios que estaban presentes hacían admiraciones de ver llorar al padre; pero admiráronse más cuando la misericordia del Señor se inclinó a conceder lo que con lágrimas y suspiros le pedía su siervo que era que se le restituyese a la india la habla la cual le duró todo el tiempo que fue menester para la confesión, y en absolviéndola, volvió luego a perderla y de allí a poco la vida temporal.

El Santísimo Sacramento se ha administrado a todo el pueblo tres veces cada año en días señalados; y era para alabar a Dios el saber las disposiciones con que los indios se prevenían para recebirlo. A este fin oían algunas misas, rezaban algunos rosarios, tomaban algunas disciplinas, ayunaban algunos días. En todo el tiempo en que se estaban previniendo para la comunión no iban a las juntas donde suele haber peligro de embriaguez, y algunos que se vían inclinados a ella, huían de la ocasión yéndose a estar de rodillas delante del Santísimo Sacramento, y otros se ponían a rezar el rosario a la Virgen para que dispusiese sus pechos en orden a recebir en ellos a su Hijo Sacramentado.

Para afervorizar más las comuniones establecieron los párrocos de la Compañía la cofradía del Santísimo Sacramento en la cual recebían a los que se portaban con más virtud, y para ver si la tenían, hacían exámenes y pruebas, y como a la verdad eran virtuosos, se experimentaba que eran como la levadura,   —114→   que sazonaba la masa de todo el pueblo y lo obligaban con su ejemplo a que fuesen tratando de vivir bien para que mereciesen ser recebidos en la cofradía del Santísimo.

Una india del pueblo de Engativá (que está una legua distante de Fontibón) habiendo visto el buen ejemplo que le habían dado los cofrades del Señor, se determinó imitarlos, y para este efecto se resolvió alejar su pueblo, su casa y parientes y venirse a vivir en Fontibón diciendo que quería ser del número de gente tan dichosa que trataba de comulgar a menudo, de oír misa cada día y rezar el rosario. Pidió que la recebiesen en la cofradía. Entraron los hermanos en cabildo para tratar de su recibo y parecioles a todos que no se recebiese, y la razón que dieron fue que aquella era una mujer forastera y que no sabían si tenía buen modo de vivir con que pudiese merecer el ser admitida, y añadieron que si la alistaban en el número de los cofrades se podía temer que se fuese a su pueblo, y viviendo en él a sus anchuras los afrentase a todos y que no habría quien cuidase de ella para avisar al padre que la corrigiese. Por esta razón fue repelida, y con la repulsa quedó tan triste que de noche y de día lloraba amargamente su desgracia; pero para salir de ella compró en Fontibón un solar, hizo en él su chocita, rezó muchos rosarios, hizo decir misas, echó rogadores y sus ojos eran los más eficaces porque cada día la vían llorar a las puertas de la iglesia en demanda de su pretensión, y así fue recebida en la cofradía de común consentimiento y vivió muy a lo cristiano y muy a lo cofrade sin volver más a su pueblo aun cuando había fiestas y regocijos que la llamaban allá.

A los indios les daban los padres licencia para comulgar con mayor o menor frecuencia según sus capacidades y virtudes. Unos comulgaban cada mes, otros cada quince días y algunos más devotos cada semana. A esta frecuencia de comuniones se ha atribuido la transmutación de este pueblo en otro diferentísimo del que antes era.



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ArribaAbajoCapítulo XXXV

De las misas, sermones y procesiones de la iglesia de Fontibón


Todas las semanas establecieron los padres curas que se cantasen tres misas, y para que no faltasen músicos que las oficiasen, han conservado siempre una escuela de indiecitos a quienes enseñan en nuestra misma casa a leer, escrebir, cantar y tocar varios géneros de instrumentos músicos. Todos los domingos se canta solemnemente la misa mayor y se pone mucho cuidado en que ninguno deje de cumplir con el precepto eclesiástico de oír misa. Los lunes se ofrece a Dios Trino y Uno la misa cantada por las ánimas del purgatorio, y para librarlas de penas se hace una procesión por cementerio rogando con piadosas voces por ellas. Los sábados no faltan las misas cantadas en reverencia de la que es madre adoptiva de los pobres indios despreciados del mundo. Para estas misas guarda la sacristía muy buenos frontales y casullas de telas excelentes. Todos los meses se descubre el Santísimo Sacramento mientras se canta la misa mayor, y después de ella se lleva en procesión el cuerpo de Cristo por todo el cuerpo de la iglesia. Mucho ha edificado y causado no poca devoción ver el singular afecto con que los indios acuden a esta y otras semejantes funciones. Cada año solemnizan algunos santos con misa y sermón.

Todos los domingos se les predica a los indios en su lengua al tiempo de la misa mayor, habiendo precedido el rezar las oraciones y enseñar el catecismo a todos los viejos y a los niños. A la tarde se hace una plática a los de la cofradía del Santísimo Sacramento, y después estos juntamente con los niños de la doctrina rezan a coros el rosario de la Santísima Virgen, luego le cantan la Salve con una música sonora.

Las cuaresmas han sido muy devotas en aqueste pueblo. En todo este tiempo por ser consagrado a la penitencia y ayuno han   —116→   acostumbrado (desde los principios en que los tomaron a su cargo los padres de la Compañía) no hacer juntas ni otros regocijos con que en otros tiempos del año se suelen entretener. El entretenimiento ha sido juntarse a campana tañida en la iglesia a tratar del bien de sus almas con su párroco, el cual suele también inquirir si hay algunos pecados que remediar. En este tiempo también han tenido una santa costumbre de oír misa los miércoles, viernes, y sábados, siendo tanto el número de gente que acudía que no parecían días de trabajo sino días muy de fiesta.

Los viernes de la cuaresma hacían unas estaciones devotísimas en la iglesia y en cuatro ermitas, y acabadas les contaba un padre algún provechoso ejemplo, y acabado éste y apagadas las luces se entonaba a canto de órgano el Salmo de Miserere en que castigaban sus cuerpos con la disciplina, no sólo los fontibones sino también los indios de otros pueblos que venían atraídos del buen ejemplo. En la Semana Santa se hacían tres procesiones de sangre muy copiosa, así por la que derramaban como por el número de gente que concurría. Las noches de tinieblas se cantaban los maitines a canto de órgano. En el Jueves Santo hacían un monumento muy lucido y en él se predicaba el sermón del mandato y también había su lavatorio. Del primero que se ejercitó en Fontibón se escribe en las Annuas del año de mil seiscientos y once y se dice que el padre Josef Dadei salió revestido conforme a las ceremonias del misal y lavó los pies a doce pobres y luego les dio vestidos con que cubriesen sus cuerpos. Como éste fue espectáculo muy nuevo en este pueblo le causó mucha admiración y mucho consuelo. Desde entonces comenzaron también a colocar a Cristo Señor Nuestro difunto en su sepulcro, encendiendo delante de Él muchas velas y teniendo en su presencia largo tiempo de oración los indios en compañía del padre Josef Dadei su ejemplar párroco.



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ArribaAbajo Capítulo XXXVI

Hácese mención de un indio ejemplar de Fontibón


Entre muchos buenos indios de la cofradía del Santísimo, sobresalió uno mostrando en sus acciones ser muy buen esclavo suyo como lo antes lo había sido del demonio. Cuando los padres de la Compañía entraron a doctrinar estos indios, hallaron que éste era tan perverso, que en maldades se aventajaba a otros. Era tan dado a la embriaguez, que él mismo hablando de sí solía decir que su vientre era su Dios. Era tan supersticioso que hacía sus consultas con el demonio usando diabólicamente del tabaco y del hayo; pero después que oyó las enseñanzas y doctrinas de los nuestros se trocó en otro hombre de suerte que en cristiandad no había quien le hiciese ventaja y él la hacía a todos. Cada día oía atento la misa, rezaba devoto el rosario, tomaba penitente sus disciplinas, parecía un religioso en lo modesto y era un buen cristiano en la observancia de los mandamientos, así divinos como eclesiásticos. Cuando había alguna de las juntas que suelen hacer los indios en los pueblos se iba a ella y con afectuoso celo del honor de Dios los exhortaba que no le ofendiesen con algún desmán en aquella junta. Cuando llegaba a su noticia que algunos consortes en el matrimonio se habían desunido con algún enojo, los procuraba unir y concordar entre sí con buenas razones. Al contrario, cuando algunos estaban con algún amancebamiento unidos, solicitaba apartarlos. Íbase de noche a sus casas y cogiéndolos en el delito, les predicaba diciéndoles razones para que desañudasen el lazo pecaminoso, y si su exhortación no hacía fruto, los llevaba al padre cura para que los castigase. Así se hacía santamente coadjutor de los nuestros en la salvación de sus coterráneos. Tenía tan feliz memoria, que solía repetir los sermones y las pláticas que oía, y cuando era necesario para el bien de algunos, les refería los ejemplos que había oído contar y les traía a la memoria lo que habían predicado los padres en el púlpito. Al fin era muy amigo de la salud espiritual de su pueblo y de que todas las cosas fuesen muy conformes a la ley santa de Dios. Habiendo sido éste su proceder hasta la muerte, qué podemos esperar de la Divina Misericordia sino que le perdonó los pecados que cometió antes de convertirse y que le está premiando ahora en el cielo las buenas obras en que se ocupó después de convertido.



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ArribaAbajo Capítulo XXXVII

Líbrase un indio de un peligro con la invocación del nombre de Jesús y otro sana milagrosamente con el favor de San Joaquín


Muchos indios de este pueblo preguntándoles en la confesión si habían cometido algunos géneros de pecados que solían ser ordinarios entre ellos, respondían comúnmente que sí los habían cometido antes que tuviesen por curas a los padres santos, pero que después que ellos los doctrinaban, no habían cometido tales pecados. La excepción de estos buenos indios fue otro malo, el cual sin embargo de haber oído lo que su párroco reprendía las supersticiones, se determinó a de usar de una para invocar y consultar al demonio, y apenas había dado principio a la superstición, cuando sintió que le apretaron la garganta de suerte que se ahogaba, y con el tormento vía que se le acercaba el fin de la vida. En este conflicto se le vino a la memoria que había oído predicar, que en el trance de la muerte era muy útil la invocación del Santísimo nombre de Jesús. Invocolo como pudo y al punto que el demonio lo oyó se fue huyendo y el indio supersticioso quedó salvo del peligro de ahogarse y tan escarmentado, que no reiteró más en la culpa de la superstición.

El abuelo santísimo de Jesús hizo un tan patente como público milagro en este pueblo con un buen indio. Llamábase Joaquín y habíale cabido este santo de su nombre en la repartición que solían hacer de los santos por patrón de todo el año, en cuyos días se había encomendado muy de veras a su tutela y patrocinio. Llegose la noche de la Natividad de Jesús y en ella se confesó el indio con intención de recebirle sacramentado; pero antes de llegarse a la mesa de comer se puso a oír una plática que hacía a los indios un predicador de los nuestros, y vio que por detrás de las espaldas de la silla salía un grandísimo resplandor, atrájole los ojos y llevole la curiosidad a mirar de quién nacía   —119→   aquel bello resplandor. Vio un varón venerable que le dijo: ¿conócesme? Repondió el indio: no te conozco Señor. Entonces le dijo el Santo Varón: Yo soy Joaquín a quien te has encomendado todo este año y en premio de tus oraciones quiero sanarte ese ojo derecho que lo tienes turbio y ese pie que tienes cojo y lleno de llagas. Con ese ojo verás de aquí adelante bien, y con ese pie andarás derecho, arroja de la mano el bordón que traes en ella que ya no necesitarás de él. Dicho esto desapareció el santo y el buen Joaquín pareció sano repentinamente delante de cuatro padres de la Compañía y de innumerables indios que estaban oyendo la plática. En los tiempos antecedentes un rato antes le habían visto andar de puntillas por el suelo con los dedos del pie llagados con un bordón en la mano, y luego le vieron arrojar el bordón en la tierra, asentar de llano el pie en el suelo y mirar las cosas sin impedimento ninguno en los ojos. Todos quedaron admirados del repentino suceso y Joaquín declaró a su padre espiritual por dónde le había venido el milagro.



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ArribaAbajo Capítulo XXXVIII

Vocación notable y perseverancia maravillosa del hermano Gaspar Navarro


De Zamora su patria vino a las Indias Gaspar Navarro con deseos de adquirir riquezas; adquirió alguna cantidad de oro en Antioquía, y para aumentarlo vino a hacer empleo a la ciudad de Santa Fe. Fuese al colegio de San Bartolomé a visitar dos colegiales de Antioquía, y sabiendo de ellos que pretendían entrarse en la Compañía, procuró disuadirles la entrada porque tenía tanto desafecto a nuestra religión que no quería ni aun pasar por la calle de nuestra vivienda, y si alguna vez le era forzoso el pasaje, iba cerrados los ojos y muy de priesa. Preguntoles el motivo que tenían para dar de mano a la hacienda que habían de heredar de sus padres y encerrarse en religión en lo florido de sus años. Respondieron que los ejercicios que habían tenido por espacio de ocho días según la enseñanza de San Ignacio los habían movido a despreciarlo todo. Burlose Gaspar de la respuesta y les dijo que esos eran embustes de los teatinos para engañar a los muchachos y meterlos en su religión. Ellos le respondieron que los ejercicios eran verdades manifiestas y le aconsejaron que pidiese a los padres que se los diesen y que vería cuán bien le iba en ellos. Hizo donaire del consejo diciendo que a él no le cogerían los teatinos; pero de ahí a algunos días viendo el buen ejemplo que le daban algunos colegiales entrando a tener los ejercicios los pidió y se los concedieron.

Hospedáronle en una celda en que estaba una imagen de pincel de nuestro padre, San Ignacio, y apenas la vio cuando se alteró sobremanera y se salió apresurado del aposento diciendo que le sacasen de allí aquel teatino, y aunque le procuraron quietas diciéndole que era San Ignacio no se sosegaba diciendo que se lo quitasen de allí porque si no se volvería a su casa. Oyendo   —121→   esto uno de la Compañía ejercitó la virtud de la discreción sacando de allí la imagen y esperando por ventura que el caso tendría otro mejor fin. Con esto volvió a entrar Gaspar Navarro en el aposento donde caritativamente un hermano estudiante le sirvió la cena y le aderezó la cama. Apenas se había acostado en ella y apagado la luz cuando claramente vio entrar por el aposento una tropa de demonios con gran ruido y alboroto, pero él sin alborotarse se sentó con valor en la cama pensando que sería algún sueño; mas reconociendo que verdaderamente eran demonios comenzó a temblar y a dar voces pidiendo con instancias que le volviesen al aposento el cuadro de San Ignacio. Acudieron a las voces del vecino; halláronle desfigurado y lleno del sudor que le había ocasionado el miedo el cual se le quitó al punto que le trajeron la imagen de San Ignacio porque apenas la vieron los demonios cuando huyeron más que de paso. Viendo esto Gaspar se hincó de rodillas delante de la imagen de su favorecedor y le ofreció con religioso voto su entrada en la Compañía.

Empezó a hacer los santos ejercicios y sin embargo de que los demonios le daban baterías con tentaciones para que los dejase, perseveró constante y fue cobrando grandes desengaños de lo que es lo temporal y de lo que es lo eterno, y así dando de mano al empleo que ya tenía hecho con el dinero que había adquirido, pidió con grandes instancias que le diesen una pobre sotana de hermano coadjutor de la Compañía porque quería servir a Dios en ella todo lo restante de su vida. Así lo comenzó a hacer preciándose mucho del estado de hermano coadjutor y esmerándose en hacer con pronta obediencia cuantos oficios le mandaban los superiores. Sentía mucho esto el demonio y así le combatía con recias tentaciones para que dejase la religión y se volviese al siglo; pero nuestro hermano Gaspar como valeroso soldado (aunque bisoño) de la Compañía de Jesús se defendía dando puntual cuenta de todo a su padre espiritual y tomando las armas que éste le daba para defenderse y ofender al demonio.

En el día del serafín Francisco habiendo devotamente comulgado le acometió el demonio más fuertemente que otras veces con la ordinaria tentación de que dejase su religioso puesto como mal soldado; pero entonces dándole valor el Pan de los fuertes que había recebido en su pecho, triunfó de él con más   —122→   fervoroso brío. Rompió una vena de su cuerpo y con la sangre que salió de ella escrebió que con voto se obligaba a perseverar en la Compañía hasta la muerte, y que en caso que fuese despedido de ella hacía voto de pedir ser recebido por donado y que cuando aun esta dicha no alcanzase hacía voto de suplicar que le dejasen servir en ella como mozo y criado secular en la cocina hasta morir. Todo esto lo firmó de su nombre y lo escrebió con su sangre.

Cuando se llegó el tiempo de atarse a la religión con los tres votos, no dándose el demonio por vencido le acometió con gran fortaleza; pero venciola el buen novicio fijándose más en la religión con los votos y dándole el víctor a Jesús su capitán. Mas como aun después de estas victorias no se cesase el enemigo con sus baterías, se fue el hermano Gaspar a pedir socorro un día al Santísimo Sacramento, y con fervorosas ansias le rogó que si no había de perseverar en su vocación viviendo, le quitase la vida. Concedióselo el Señor, pues se levantó de su presencia con un furioso tabardillo que al seteno día le quitó la vida que solamente fue de veinte y seis años y los concluyó en el del cincuenta y nueve a los veinte y tres de octubre.



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ArribaAbajo Capítulo XXXIX

Introducen dos misioneros la frecuente comunión en los pueblos de los indios


La divisa con que pintan a nuestra fe católica es un cáliz con una hostia que significa a Cristo Sacramentado. Pero a los pueblos del distrito de Santa Fe les faltaba esta divisa porque aunque veneraban la hostia consagrada tenían los curas una opinión práctica de que a los indios no se les había de dar la sagrada comunión, y así practicaban el negársela aun en el artículo de la muerte. Esta negación sintieron mucho los de la Compañía desde que entraron en este Nuevo Reino y fueron introduciendo la opinión contraria tratándola especulativamente en doctos escritos y enseñándola de palabra en cátedras y en púlpitos, y también practicándola en los colegios en que vivían y en los pueblos de indios que doctrinaban enseñando a los indios y haciéndolos capaces de la sagrada comunión y de hecho se la administraban experimentando grande provecho en sus almas.

Sin embargo de la contradicción que hacía la Compañía, andaba muy válida la contraria opinión y no se les administraba la comunión a los indios, y era una negación de tan maligna naturaleza, que los destruía en lo espiritual. Por esto en una octava de Corpus en que todos los días se predicaba del Santísimo Sacramento, se valió del día que le cupo un gran predicador de la Compañía enderezando la proa de su sermón a la comunión que se debía dar a los indios; y habiéndolo probado con espíritu, y doctitud, se volvió con un apóstrofe al ilustrísimo señor arzobispo don fray Cristóbal de Torres, y haciéndole sabidor de que las ovejuelas pequeñas de los indios de su rebaño no comían el Pan sagrado, le rogó que como pastor espiritual los regalase cada año con el manjar de la Pascua Florida y le pidió que usando de la etimología de su nombre Cristóbal, que quiere decir Christifero,   —124→   llevase el Viático a los indios y moribundos; y que para esto no era necesario que fuese en persona su señoría ilustrísima sino que lo mandase a los curas y doctrineros.

La resulta de este sermón fue resolverse el señor arzobispo a que los padres Juan Baptista Coluchini y Josef Dadei fuesen misioneros por todos los pueblos de su arzobispado, y en ellos con su santo celo entablasen el uso frecuente de la sagrada comunión oponiéndose al abuso de no comulgar. Para esto sacó un auto lleno de doctitud y celo que despachó a todos los curas y doctrineros para que recebiesen en sus pueblos a los dichos padres, y a estos les dio una patente muy honorífica; y para que fuese igualmente provechosa les concedió todas sus veces para cuanto se ofreciese de dispensaciones y también les dio facultad para culminar censuras contra los que pusiesen estorbo al ejercicio de su misión.

Salieron estos dos padres del colegio de Santa Fe y por espacio de algunos años andando por todos los pueblos de su comarca fueron los Christiferos que introdujeron la comunión del Cuerpo de Cristo para las medras espirituales de los pobres indios. No es pequeña gloria de estos dos jesuitas el haber principiado y el haber concluido felizmente esta gloriosísima empresa. En cada uno de los pueblos se detenían todo el tiempo que era necesario para la utilidad de sus vecinos. Hacían que se congregasen cada día en un puesto, enseñábanles la doctrina cristiana en su lengua, instruíanlos en el modo con que se habían de confesar y comulgar, y experimentábase que los indios poniéndose algún trabajo en su cultura eran capaces de recebir la Eucaristía. Los días que se detenían los dos padres en cada pueblo parecían días de Semana Santa por la multitud que había de confesiones y comuniones. Curas hubo no pocos que a tiempo que daban la comunión a sus feligreses tenían los ojos hechos dos fuentes de lágrimas viendo que al presente practicaban lo que antes no habían hecho. En todos los lugares iban obrando apostólicamente ya baptizaban sub conditione cuando era necesaria, ya apartaban a los que estaban torpemente unidos con amistad pecaminosa, ya unían a otros con el santo matrimonio asistiéndoles como párrocos porque tenían esa facultad, ya dando dispensaciones en la petición del débito y en otras cosas.



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ArribaAbajoCapítulo XL

Aprueba un cura la entrada de los padres, otro la reprueba y el demonio contradice la comunión


Muy bien pareció a los hombres de buen juicio y mucho agradó a las personas de buena voluntad la misión que hacían el padre Juan Baptista Coluchini y el padre Josef Dadei. Aunque pudiera hacer la prueba de esto con algunos escritos, solamente haré mención de un papel que les escrebió desde su doctrina de Cáqueza un venerable religioso del orden del glorioso padre San Agustín que se llamaba fray Gaspar de Párraga, y dice así: «Reverendos padres de mi alma: Gozosísimo estoy de que vuesas paternidades se ocupen en una cosa tan esencial y de tanta gloria del común Señor y de tanto útil y consuelo de las almas. El que yo tengo en la mía no lo sé explicar con palabras ningunas; solamente les ofrezco mi casa y mi voluntad en retorno de tan noble ocupación reconociendo la merced que me hacen en llegar a mi pueblo donde todos esperan su santa y loable doctrina. El Señor acompañe a vuesas paternidades y los traiga con bien. De Cáqueza. Fray Gaspar de Párraga». Muy agradecidos los dos padres de la Compañía a los santos renglones de este religiosísimo padre de San Agustín, llegaron a su pueblo donde los recebió y trató su amoroso corazón con muchas demostraciones de ardiente caridad. Allí confesaron a setecientos feligreses suyos y dieron la comunión a quinientos. Esto causó a su cura gran regocijo y creció éste viendo que los indios que en otras partes no habían comulgado se venían deslizando de los montes como venados a beber las aguas de doctrina tan saludable.

No todo había de ser aprobación; también en los dos misioneros como en tan grandes siervos de Dios había de haber su prueba y su mortificación como la hubo en un billete que escrebió un clérigo doctrinero del pueblo de Une, diciendo que aquél   —126→   no era tiempo oportuno para que los padres entrasen en el pueblo porque los indios estaban ocupados en llevar a la ciudad de Santa Fe dos mil caballos de leña. Que los padres no eran necesarios para que los indios cumpliesen con el precepto de comulgar porque él sabía la lengua y sabía ayudarles, y que si los padres iban a espaciarse y regalarse, los recebiría como discípulo suyo. ¡Oh qué agradecido varón! No contento con estas palabras escritas se partió a Santa Fe a hablar con el señor arzobispo y negociar que no entrasen en su pueblo; pero no salió con la suya porque no se le otorgó la petición. Entraron los padres y en los días que allí trabajaron reconoció el doctrinero que había sido engaño del demonio el no haberlos querido admitir, pues no habiendo visto antes más que tres o cuatro indios que comulgaban, vio después que comulgaron todos los indios y las indias todas de su pueblo.

Porque este Divino Pan es de los ángeles predestinados y no es prescitos, no gustaron de él los demonios ni les supieron bien las comuniones en el paladar de los indios y por eso movieron las lenguas de algunos de un pueblo llamado Usme para que diesen matraca y vaya a los que comulgaban llamándolos santones y santonas, haciendo burla y escarnio de ellos. Llegó esto a noticia del apostólico padre Josef Dadei, el cura predicó con tanto espíritu contra los mofadores de los que comulgaban, que se mudaron del todo y trataron de tomar su buen ejemplo y se previnieron para la comunión no sólo con la confesión sacramental sino también con el ayuno del día antecedente y protestaron que en adelante habían de frecuentar la sagrada comunión. Voló la fama de este ejemplo por las chozas circunvecinas, y saliendo de sus casas y de sus camas más de cincuenta enfermos se fueron a confesar y a comulgar a la iglesia.



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ArribaAbajo Capítulo XLI

Fundación del noviciado de Nuestra Señora de Monserrate en el Barrio de las Nieves de Santa Fe


Desde que la Compañía asentó el pie de su habitación en la nobilísima ciudad de Tunja (como lo veremos en su lugar) tuvo en ella esta provincia su casa de probación y su colegio de noviciado, pero a muchos cuerdos les parecía que era mejor que lo hiciesen en Santa Fe como en la ciudad más principal del Reino, siguiendo el ejemplar de las demás provincias de la Compañía que tienen sus noviciados en las más principales ciudades. Para este efecto movió la primera causa el corazón del bachiller Bernardino de Rojas, clérigo presbítero, natural de esta misma cuidad, a que con su hacienda fundase el noviciado. Por lo secular dio gustoso su despacho el señor don Dionisio Pérez Manrique; Marqués de Santiago, caballero del orden del mismo Santo y presidente deste Nuevo Reino de Granada. Por lo eclesiástico dio no menos gustoso su despacho el doctor don Lucas Fernández de Piedrahíta, chantre entonces de la iglesia, catedral de Santa Fe y Provisor general de todo el arzobispado en sede vacante y ahora meritísimo obispo de Panamá.

Para la fundación deste noviciado ofreció liberal su propria casa (justo es agradecidos lo publiquemos) el dicho ilustrísimo señor don Lucas Fernández de Piedrahíta; la misma liberalidad para el mismo efecto ejercitó dando su casa el doctor don Antonio de Verganzo y Gamboa, que después murió religioso de la Compañía; pero como ésta deseaba estar muy a la puerta y muy a la mano para acudir a los ministerios de los prójimos, estimó sus ofertas pero no admitió las unas ni las otras casas por no estar en sitios tan al propósito para acudir a sus apostólicos ministerios. Tomose la posesión del sitio en la calle principal del Barrio de las Nieves que es mayor que muchas ciudades de este   —128→   Reino. El día fue muy devoto, pues fue sábado en que se contaban veinte y seis de mayo de mil y seiscientos y cincuenta y siete. En la posesión que tomó la Compañía se vieron poseídos del gozo todos los vecinos de la parroquia de las Nieves y lo mostraban encendiendo luminarias en la noche y quemando ruedas de pólvora por las calles. Iban desalados a dar las gracias y los parabienes al primer señalado rector del noviciado que fue el padre Josef de Urbina, varón muy religioso en la vida y muy docto en las cátedras de artes y teología, que leyó en la Academia de esta ciudad de Santa Fe. Entre estas funciones sobresalió don Jacinto Solanilla, cura muy ejemplar de la parroquia de las Nieves, saliendo de su iglesia con todos los estandartes de sus cofradías a dar la bienvenida, el parabién y las gracias a los de la Compañía que estaban en el nuevo noviciado.

Derribando algunas paredes que en lo interior de la casa dividían algunos cuartos y piezas que confinaban con la calle, se formó de prestado una pequeña iglesia. En ella se colocó con la mayor brevedad que se pudo el Santísimo Sacramento con la solemnidad de misa cantada y de músicos instrumentos. Empezose desde entonces y se ha continuado hasta ahora la frecuencia de los sacramentos de la confesión y comunión. No es de callar lo que entonces edificó mucho, y fue que saliendo de su palacio el señor Marqués de Santiago se vino a la nueva iglesia y queriendo comulgar (que lo solía hacer con frecuencia) no se puso en el lugar de presidente sino que comulgó entremetiéndose entre los otros del pueblo que comulgaban. Colocose también en esta iglesia una muy grande y bella imagen de escultura de Nuestra Señora de Monserrate que a su costa mandó hacer la devoción del fundador del noviciado el bachiller Bernardino de Rojas. A su devoto afecto se le debe el nombre de Nuestra Señora de Monserrate que se impuso a esta casa de probación, y a mi ver no fue acaso ni sin misterio porque como el templo de Nuestra Señora de Monserrate fue como el noviciado de nuestro padre San Ignacio, quiso Dios que los que habían de entrar aquí para hijos suyos tuviesen su noviciado en casa, que tuviese el nombre esclarecido de Nuestra Señora de Monserrate.

Después de algún tiempo en la esquina de la calle principal donde estaba fundado el noviciado se abrieron cimientos para la nueva iglesia que había de conservarse en los siglos futuros.   —129→   El padre provincial Gaspar de Cugía bendijo con las ceremonias eclesiásticas el sitio y puso la primera piedra del edificio a vista y concurso de todo lo noble y plebeyo de la ciudad que a ejemplo suyo echaron piedras y tierra en los cimientos, y hubo también algunos que en ellos arrojaron devotamente algunos dineros de todas monedas. Poco a poco, porque no se podía mucho a mucho se fue fabricando el edificio de la iglesia. Para convocar a ella la gente se fundió una campana de once arrobas y media de metal, y para que fuese más estimable se puso en él la imagen de Nuestra Señora de Monserrate y la consagró con eclesiásticas ceremonias el ilustrísimo señor don fray Juan de Arguinao, arzobispo de este Nuevo Reino de Granada, religioso de Santo Domingo y padre muy amante de la Compañía de Jesús. Estando ya acabada la iglesia se celebró su dedicación en veinte y tres de agosto de mil seiscientos y setenta y uno. La celebridad fue grandiosa porque dijo la misa de pontifical el ilustrísimo señor don Juan de Arguinao. Asistió a ella el ilustrísimo señor don Melchor de Liñán y Cisneros, entonces presidente desta Real Audiencia de Santa Fe. Asistió también todo lo eclesiástico del clero y religiones y todo lo secular de alcaldes, regidores y la de más nobleza de Santa Fe.

Corriendo velozmente algunos años consiguió la Compañía en este Monserrate lo que no alcanzó San Pedro en el Monte Tabor. Hizo tres tabernáculos; en el mayor además de haber colocado la misma persona de Jesús Sacramentado: tibi vnum, puso la bellísima imagen de Nuestra Señora de Monserrate y también la efigie de nuestro padre San Ignacio, de bulto y de más a más cuatro lienzos de casos que le sucedieron en Monserrate y en Manresa. En el tabernáculo colateral de la mano derecha puso a un nuevo Moisés, caudillo y general de la Compañía de Jesús, cual fue San Francisco de Borja. Su tan devoto como penitente retrato de escultura tiene en una mano la calavera de la emperatriz; en la otra mano tiene un libro en señal de que fue de los escriptores de nuestra sagrada religión. Al pie se lo pudo poner el globo de la tierra en demostración de que la pisó y despreció por Jesús, pero púsosele sobre el libro en la mano con esta inscripción: terra tremuit et quievit, porque es patrón contra los temblores que en esta tierra suelen estremecer   —130→   los corazones, y a los temblores los reprime con la mano que tiene con el Rey del cielo como tan privado suyo. En el tabernáculo colateral de la mano izquierda se coloca un nuevo Elías celador de la salvación, no sólo de uno, sino de muchos mundos cual fue San Francisco Javier, apóstol del Oriente. Está en su trono vestido de peregrino y a la verdad es peregrina la belleza de su imagen y muy ordinaria la devoción que causa en los que la miran. Tiene también esta iglesia de Monserrate en uno de los altares colaterales un pesebre que con puertas de hermosa escultura está cerrado todo el año, y en llegándose en tiempo, regocijado de la Navidad, se abren y se celebra el nacimiento, del Niño Jesús por toda la octava para que favorezca y ampare a los que por nuevos en la religión de su Compañía son niños en la virtud.

Esta casa de noviciado ha sido de utilidad no sólo a los novicios y a los padres de tercera probación cuando los ha tenido, sino que también ha sido de provecho siempre a los que en este barrio de las Nieves nacen, a los que en él viven y a los que enferman y mueren. A los que nacen, porque tiene una carta toda la letra de nuestro padre San Ignacio escrita a San Francisco de Borja y acudiendo con ella las mujeres que están de parto, obra nuestro Santo padre las maravillas que suele. A los que viven, porque los operarios miran por su bien ya predicándoles la palabra divina, ya administrándoles los sacramentos de la confesión y comunión; a los que enferman y mueren, porque a todas las horas del día y de la noche en llamándolos acuden fervorosos y puntuales a confesarlos y a ayudarles a bien morir.



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ArribaAbajo Capítulo XLII

Envía el General de Predicadores una imagen de Santo Domingo a este noviciado de Santa Fe


No permite olvidos nuestro agradecimiento y por eso pretende y para perpetua memoria se estampa en este libro un beneficio que hizo a este noviciado el reverendísimo padre general de predicadores fray Juan Baptista de Marín. El caso fue que estando en Roma el padre Alonso Pantoja ejerciendo el oficio de procurador general desta provincia del Nuevo Reino de Granada le hizo su paternidad reverendísima un inestimable envío con una carta que se guarda original como cosa preciosa en este noviciado, la cual fielmente trasladada es del tenor siguiente:

Muy reverendo padre nuestro: Con ésta remito a vuestra paternidad muy reverenda dos retratos de la santa imagen de nuestro padre Santo Domingo en Soriano, el uno de cuerpo entero y de medio cuerpo el otro, ambos tocados a su original y hechos en el mismo Soriano. Con esto lleva vuestra paternidad muy reverenda la joya de mi mayor estimación y la haré muy grande de que la ponga en la iglesia del noviciado de Santa Fe de la Compañía de Jesús, o en otro cualquiera de los colegios suyos, porque en ninguna parte podrá tener más veneración por la que yo tengo de su santo instituto. Guarde Nuestro Señor a vuestra paternidad muy reverenda y le dé tan próspero viaje como yo deseo. De este convento de la Minerva hoy 5 de septiembre de 1661. Muy reverendo padre nuestro. Beso la mano de vuestra paternidad muy reverenda su muy devoto y obligado siervo. Fray Juan Baptista de Marín, Maestro General de la Orden de Predicadores.



Tuvo acierto no pequeño este gran prelado en juzgar que la imagen del ilustrísimo patriarca Santo Domingo tendría la   —132→   debida veneración en iglesia de la Compañía de Jesús, porque si los santos de la Compañía que hay bienaventurados en el cielo, se van (como lo vio en revelación la viuda virgen doña Marina de Escobar) tras el glorioso patriarca Santo Domingo, claro está que los de la Compañía que viven militando en la tierra se habían de ir con devoto afecto tras el retrato de la imagen que del cielo bajó a Soriano. Así fue que los de la Compañía que vivían en el noviciado recebieron con estima y veneración el retrato de cuerpo entero. Y si el reverendísimo padre general lo envió como joya preciosa, ellos como a tal joya le engastaron en un altar particular de la iglesia y después de algún tiempo le hicieron tabernáculo en cuyos nichos no hay más que imágenes de santas vírgenes con que todo el retablo huele a azucenas de virginidad; si bien a los dos lados de Santo Domingo purísimo virgen hay dos rosas, la una de Lima y de Viterbo la otra.



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ArribaAbajoCapítulo XLIII

El demonio se llevó una cosa que ofrecieron al demonio


Atrevido el demonio se entró en el cuerpo de una mujer de Santa Fe para disformarlo con sus malos tratamientos. De ellos avisaron a un sacerdote de nuestra Compañía, el cual compadecido fue a expelerlo. Antes que el padre llegase a la casa empezó a vocear el demonio diciendo: «Ya sé que viene el padre nuestro nombrándolo por su nombre propio antes que llegase a la casa sin que persona ninguna pudiese saber ni haber dicho quién iba». Llegó el padre, y como soldado de Jesús comenzó a dar batería con los exorcismos a aquel espíritu maligno de la infernal escuadra, el cual se hizo fuerte y no salía. Sucediole lo mismo al segundo día; pero al tercero día se dio por vencido y prometió que saldría en el día siguiente. Condescendió el exorcista y yendo al día siguiente le mandó que cumpliese su palabra saliendo de aquel cuerpo y que le diese señal de haber salido. Respondió el demonio que para buscarla le diese tiempo. Luego se quedó la mujer como amortecida por espacio de un credo, y volviendo en sí sacó del seno un pañuelo de lienzo delgado de la China que nunca allí se había visto y este lo dio por señal. Apremiole el padre al demonio para que dijese de dónde lo había traído. Respondió que había ido a Quito (que dista doscientas leguas de Santa Fe según dicen algunos) y que allí había escondido aquel pañuelo que era de un escribiente de un oficio de un escribano que nombró por su propio nombre. Añadió que el escribiente anduvo buscando su pañuelo y como no lo hallaba dijo impaciente: el diablo te lleve, y que entonces lo tomó por suyo y lo trajo a Santa Fe. Dicho esto se fue el demonio y quedó libre la mujer. El sobredicho pañuelo lo llevó un padre muy grave de los nuestros a la ciudad de Quito, y en ella preguntando por las personas que el demonio había nombrado,   —134→   averiguó el caso y halló que el padre de la mentira había dicho la pura verdad.


Conclusión de este libro primero y exordio a las vidas de algunos sujetos insignes que florecieron en el Colegio de Santa Fe

Comentando nuestro insigne Cornelio a Lápide el capítulo cuarenta y cuatro del Eclesiástico Jesús Sirac, que comienza: «Laudemus viros gloriosos, et parentes nostros in generatione sua», dice que esta es la conclusión del libro: «est conclusio libri». Y yo le replico así: ¿Conclusión del libro no es cuando se pone punto en el último período del capítulo postrero del libro que se escribe? Sí. Luego si el Eclesiástico no acaba su libro en el capítulo cuarenta y cuatro, sino que prosigue a otros muchos capítulos, conclúyese con claridad que su capítulo cuarenta y cuatro no es la conclusión del libro. A esta objeción responde implícita y doctamente el eruditísimo padre Cornelio, diciendo: «Est conclusio libri qua a laude operum Dei transit ad laudem heroum Dei: quia hi inter opera eius iminent et excellunt». Es conclusión del libro y no es conclusión. Es conclusión porque allí acaba de alabar las obras de Dios. No es conclusión del libro el capítulo cuarenta y cuatro porque desde él comienza a ser panegirista de los varones insignes y héroes ilustres de Dios. Esto mismo digo yo de este primer libro: Est conclusio libri. Es el fin del libro y no es el fin del libro. Es el fin del libro, porque en el capítulo antecedente se acabó la historia del Colegio de Santa Fe. No es el fin del libro porque éste va prosiguiendo con las vidas de algunos varones ilustres dignos de muchos elogios que han florecido en el Colegio de Santa Fe. Escribo gustoso sus vidas porque si un hombre insigne de un linaje basta para ennoblecerlo y engrandecerlo, está claro que muchos hombres insignes que ha tenido el Colegio de Santa Fe lo ilustran y lo ennoblecen, no sólo suficiente sino superabundantemente. Esta conclusión y este exordio no solamente es a propósito para este libro del Colegio de Santa Fe, sino también para los libros de los otros colegios de esta provincia, porque en cada uno habiendo rematado con el último capítulo de la historia, prosigo el libro con algunas vidas de religiosos señalados en virtud   —135→   y se quedan muchos en blanco por haber faltado escritores de sus vidas heroicas.

Con las que escribo en esta historia pretendo que cada uno de los religiosos de la Compañía hermanos míos y tan amados como hermanos míos, se resuelva a tener la determinación que tuvo el Santo Job. ¿Cuál fue su determinación? Ya la explico en el capítulo veinte y nueve: In nidulo meo moriar, et sicut palma multiplicabo dies. Todos son propósitos que hace para lo futuro: moriar multiplicabo. Acerca de estos propósitos pregunto lo primero. ¿Morir dentro del nido o morir fuera del nido no es todo morir? Sí. Pues ¿por qué hace propósitos de perseverar hasta morir dentro del nido? Dicebamque in nidulo meo moriar. Porque ese nido es símbolo de la religión (dice San Bernardo) y en la religión muere uno con más probabilidad de salvarse. Confirmo esto con otra pregunta y otra respuesta. ¿No había de morir Job en su casa? Sí. Pues ¿por qué la llama nido y no casa? Porque el nido es propria habitación de aves y así proponer que morirá como ave en su nido, es decir, que desde su nido volará como ave ligera al cielo: de celta ad coelum, según dice más melífluo que nunca San Bernardo. Los demás animales con su peso natural se van hacia lo bajo, pero las aves con sus alas vuelan a lo alto; así los religiosos de la Compañía, si mueren como brutos fuera del nido, se van con el peso de sus pecados al infierno; pero si mueren perseverantes como aves en el nido de su religión, vuelan al cielo. Y así es bien hacer propósitos firmísimos de morir en el nido de la religión de la Compañía: in nidulo meo moriar.

También cada uno de nosotros ha de tener propósitos de vivir en la Compañía como unos santos imitando a los varones ilustres de ella; diga cada uno con Job: in nidulo meo moriar et sicut palma multiplicabo dies. Moriré en mi nido y multipticaré mis días. ¿Morir no es acabar los días de la vida? Sí. Luego lo que habría de decir era: moriré y acabaranse mis días. Luego no había de decir, moriré y multiplicaré mis días. Ea, que muy bien dice Job porque vivió tan justo que dejó vida y muy buena aun para después de su muerte, y así después que murió se escribió su vida con letras sagradas. Esto es lo que hicieron los varones santos. Veamos esta historia de esta provincia y leeremos muchas vidas de padres y hermanos. ¿Qué es aquesto, no   —136→   murieron ya todos ellos? Sí. Pues ¿cómo después de sus muertes tienen vidas? Es el caso que vivieron tan justamente que multiplicaron sus días aun para después de muertos, y así dejaron vidas para después de sus muertes mereciendo que se escribiesen. Imitémosles cuidadosos los que vivimos en la Compañía y mereceremos que después de muertos se escriban nuestras vidas, y como lo merezcamos más que nunca se escriban como les ha sucedido a muchos de la Compañía; pero no por eso han dejado de multiplicar los días de vida, pues eternamente vivirán en el cielo.

En este libro tratando de escrebir las vidas de algunos sujetos del Colegio de Santa Fe, me ha cabido la dicha de imitar a San Lucas, porque este Evangelista sagrado comienza el primer capítulo de su historia evangélica con el nacimiento del Precursor de Cristo San Juan Baptista, hombre santísimo que fue enviado de Dios al mundo para que diese testimonio de la divina luz; y yo empiezo a escrebir algunas vidas comenzando por la del padre Juan Baptista Coluchini, que fue uno de los varones que por medio del general de la Compañía de Jesús envió Dios a este nuevo mundo para que alumbrase su luz en las tinieblas de la gentilidad que entonces había en muchos indios en todo este Nuevo Reino de Granada.


Vida del padre Juan Baptista Coluchini

El padre Juan Baptista Coluchini no sólo fue arquitecto que fabricó nuestra iglesia de Santa Fe en el Nuevo Reino de Granada, sino también fue una de las piedras fundamentales del edificio espiritual de su Colegio, como se verá en esta relación de su vida, si bien no será muy dilatada, así porque calló mucho su humildad como porque han fallecido los más que fueron testigos de sus virtuosas acciones.

Fue el padre Juan Baptista Coluchini de nación italiano, nacido en la ciudad de Luca y acabados loablemente sus estudios y ordenado de sacerdote a fuerza de desengaños dejó la licencia secular y entró en la Compañía. Nada podemos decir de sus fervores de novicio porque lo ignoramos todo; pero bien zanjó los cimientos quien tan gloriosamente acabó el edificio. No le permitió su fervoroso espíritu el permanecer en su patria, antes, quien siendo ya hombre renunció el mundo a pocos años de   —137→   religioso, por perder aun las memorias de los suyos pasó el año de 1603 a Indias, enviado de nuestro padre general Claudio Aquaviva como sujeto a propósito para la fundación del Colegio de Santa Fe; que los principios de cualquiera casa quieren fervores primitivos, y para la aceptación de los pueblos son necesarios sujetos de aprobada virtud. Como primitivo padre vivió siempre en 38 años de Indias sin que jamás ni se entibiasen sus fervores ni los años le hiciesen descaecer de sus juveniles trabajos.

Fueron notables las ansias con que aprendió la lengua de los indios de este Reino por aprovechar sus almas, ministerio a que decía haber venido de Europa, y así puso más cuidado en la lengua chibcha (que así se llama la universal de este reino) que la castellana, apreciando más el bien de las almas de los indios, que la comunicación política con los españoles. Logrósele también este trabajo que entre muchos que la aprendieron juntos, fue el padre Juan Baptista el primero que la predicó y confesó en ella, siendo verdad que parecía imposible que juntamente pudiese acudir a cosas tan diferentes como eran la fábrica de la casa, púlpito y confesonario; pero un fervoroso operario en nada se embaraza y para todo halla tiempo.

El celo de las almas que se conoció en el padre movió a los superiores a ponerlo en la doctrina de Caxicá que fue la primera que tuvieron los de la Compañía en este Reino. Allí como superior que fue de ocho de los nuestros (que asistían como en seminario de la lengua índica) sin tener quien le fuese a la mano en su fervor dio aún más indicios de su espíritu. Afervorizaba a los padres el gozo con que trabajaba en utilidad de los naturales; facilitábales el aprender la lengua diciendo que él la había conseguido siendo más insuficiente que todos. Acudía a los padres que tenía por súbditos con tanto cuidado, que muchas veces y aun de ordinario pudiendo llamar indios que asistiesen en la cocina, lo excusaba y se iba a hacer oficio de cocinero; y en muchas ocasiones personalmente amasaba el pan para sus compañeros con tan caritativa humildad, que ponía escuelas a su fervor. ¿Y quién no lo tendría a vista del ejemplo de un tan caritativo, tan humilde y tan fervoroso superior? A los indios les procuraba ganar la voluntad para que se confesasen y oyesen la divina palabra llevándoles a sus casas algunos regalos, y así en   —138→   muchos consiguió el fruto espiritual que deseaba, y en todos por su medio alcanzó la Compañía el nombre de religión apostólica. Dejada esta doctrina de Caxicá tuvo la Compañía la de Fontibón donde asimismo fue el padre Juan Baptista el primero superior, y con la mano de serlo siendo la habitación muy desacomodada, les dio a sus compañeros lo mejor escogiendo lo peor para sí. Aquí fue el primero por quien aquellos indios (que antes que entrase la Compañía a su cultura eran tenidos por los peores deste Reino) parece conocieron a Dios y se sujetaron a su santa ley, porque el padre los enderezó al divino servicio, ya con halagos, ya con rigores paternales según le dictaba la prudencia. En una ocasión le sucedió el exponerse a un motín universal por atender a la honra de Dios y al provecho de los indios. Había un cacique a quien por natural y antiguo señor obedecían los otros y aun imitaban sus costumbres que eran muy contrarias a la religión cristiana. Encerrolo en su aposento donde hablándole como padre le afeó sus acciones, le reprendió sus malos ejemplos, de suerte que siendo un cacique soberbio le movió a penitencia y se humilló a llevar por mano ajena una rigurosa disciplina.

Con la buena aceptación que los nuestros ganaron a sus principios en la ciudad de Santa Fe (de que tuvo gran parte el padre Juan Baptista Coluchini) se juzgó que ya se podía tratar de fábrica de iglesia más capaz para nuestros ministerios. Trajéronle de la doctrina al Colegio para que diese su traza. Diola haciendo en dibujo la planta de la iglesia, y viéndola con atención hubo contrarios pareceres porque algunos juzgaron que siendo tan grande la pobreza del Colegio era imposible fabricar iglesia tan grande, pero nuestro buen arquitecto persistió en su traza fiada en la liberalidad de Dios, y a la verdad acertó, pues al cabo de muchos años le puso la última mano al cuerpo de la iglesia que es absolutamente el mejor que hay en este Reino. Aquí quién dudará que el padre Juan Baptista está recibiendo en el cielo el premio del culto que se da a Dios en este templo. De las confesiones que en él se oyen, de las comuniones que se frecuentan y de los sermones que se predican en él porque a todo esto miraba su religiosa arquitectura.

Después de algunos años que asistió a la fábrica, le ocuparon los superiores en la doctrina de Duitama y después en el   —139→   oficio de procurador en el Colegio de Santa Fe. A la doctrina sirvió con el celo que a las dos primeras. En el oficio de procurador dio a conocer su virtuoso talento, pues ni las ocupaciones exteriores ni las atendencias al dinero y haciendas le divirtieron ni le desahogaron el alma que a no estar tan asida de Dios, fácilmente se distrajera. Para sus hermanos buscaba las comodidades, pero para sí siempre lo peor, así en casa como en los caminos y estancias. Ni esta ocupación le resfrió para que no atendiese al provecho de las almas. Cuando venía del campo, su descanso era el confesonario; cuando iba al campo habiendo tratado con los mayordomos de lo temporal y con los indios, luego trataba del bien de sus almas, exhortándolos al único negocio de su salvación y atrayéndolos a la confesión sacramental.

Conocidos más sus aciertos en lo que emprendía, le pusieron los superiores por superior en Honda con atendencia a las doctrinas de Santa Ana y Purnio, donde en su tiempo se vieron tantos aumentos que la residencia de Honda, se hizo Colegio y el padre Juan Baptista su primero rector, y sus súbditos se hallaban muy obligados a obedecerle y a no excusarse a ninguna observancia, así por el buen modo con que les mandaba, como por lo bien que en lo temporal les acudía. El Colegio de Santa Fe experimentó la piedad del padre, pues sin hacer falta a su casa ni a los pobres de aquel puerto, le hizo muchas limosnas y no por eso blasonó jamás de bienhechor, porque siempre fue muy humilde.

El año de 27 se partió al Colegio de Santa Fe llamado del padre provincial Luis de Santillán y por su orden prosiguió la fábrica de la iglesia que años antes se había comenzado. Tomola el padre a su cargo siendo ya casi de sesenta años, con tanto brío como si no los tuviera. Él cuidaba de las herramientas de la obra, él las recogía, él guardaba las mantas de los indios, él les daba personalmente de almorzar y de comer, y sin reparos de su autoridad y canas llevaba como humilde a haldadas el pan de los obreros y no pocas veces las mantas de los indios. Así edificaba a los que le miraban y también edificaba con sus proprias manos poniéndolas unas veces en la obra de las paredes y otras veces dirigiendo y enseñando lo que habían de hacer.

No faltaba por esta ocupación del confesonario ni de los otros ministerios porque para ellos tenía situados los días de fiesta   —140→   que eran los de su asueto. Con este proceder edificativo y celoso del bien de las almas, llegó a ganar de modo los ánimos de los vecinos, que muchos de ellos continuaron el dar por largos tiempos limosnas para la obra con que el colegio excusó grande gasto y consiguió el gozar la hermosa y capaz iglesia que en aquel Colegio tenemos.

Aun en esta vida quiso Nuestro Señor remunerar en alguna manera la humildad del padre Juan Baptista, pues cuando más fuera esta de su pensamiento, el ofrecérsele que merecía tener alguna dignidad en la Compañía, le levantó a la de rector del Colegio de Santa Fe; pero este oficio no le inmutó cosa alguna; quedose como el que era de antes acudiendo a la obra con el mismo estilo de guardar las herramientas, cargar el pan por sí mismo para los obreros y llevar las mantas de los indios. Tenían los súbditos en él un padre amoroso que jamás los desvió de sí por más ahogado que se hallase con otras ocupaciones, juzgando por su principal ocupación el acudir al consuelo de sus religiosos. Estaba persuadido como tan espiritual y discreto que el ser Superior no es principalmente juez y procurador de temporalidades, sino que principalmente debía ser pastor de sus almas encaminándolas a Dios. A los que le comunicaban sus penas los aliviaba, procurábales las comodidades que sufre el estado religioso, cuidaba de que no se cometiesen faltas, y si acaso se cometía alguna la procuraba remediar con amorosa y paternal corrección.

Al mismo tiempo en que fue rector de Santa Fe la acometió una furiosa peste y en las miserias de ella se experimentó grandemente la misericordia del padre Juan Baptista. Acudía a las cárceles y hospital llevando lo que podía a los enfermos. Repartió por los barrios de la ciudad algunos padres para que fuesen a confesar los enfermos, y les daba alguna cosa de regalo para que la repartiesen entre los pobres que morían de hambre. Hizo diligencias para que la necesidad de los pobres se remediase. Eran entonces las demandas que ocurrían a la portería más frecuentes que nunca, y ordenó que ninguna persona se volviese sin socorro, diciéndoles a los porteros que no negasen cosa ninguna a Dios (que así llamaba a los pobres) conque su Majestad remunerando su misericordia abasteció a nuestro Colegio en tiempo de tanta necesidad y de tantos enfermos, no sólo con lo necesario sino aun con el regalo que en las casas más ricas no se conseguía.

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Es constante fama que un solo padre Juan Baptista en el tiempo de la peste trabajaba por tres sujetos porque uno pedía las ocupaciones del gobierno, otro la atención a la fábrica que ni aun en tan calamitoso tiempo quiso que cesase -por ordenarse al culto divino. Otro pedía los ministerios frecuentes y a todo acudía el padre como si no fuera uno sino tres y muchos más. A las confesiones acudía con más presteza que el más mozo y más ferviente operario. Apartó a muchos del mal estado en que vivían. Llevole Dios a enfermos que luego al punto que los acababa de confesar perdían el juicio. No contenta su caridad con ayudar a las almas socorría también a los cuerpos, y al salir de casa se cargaba a sí mismo y a su compañero de pan, azúcar y otras cosas para repartir a los necesitados.

Quiso Nuestro Señor en este tiempo probar su tolerancia y paciencia haciendo que dos arcos que tenía acabados y una torre sobre ellos se viniesen al suelo. ¡Cosa notable! Que en este fracaso ni aun en el rostro manifestó algún desconsuelo, lo cual fue manifiesto indicio de la unión que tenía con Dios. Y también se vio la paz que tenía con los hombres, pues sabiendo que algunos atribuían a desacierto suyo en la arquitectura la ruina de los arcos y le culpaban por ella, no les mostró nunca mal rostro porque tenía buen corazón. Volvió constante a edificar la ruina, previniendo el inconveniente de donde provino el primer daño, sin que este fuese causa para que desistiese de lo comenzado. En fin, el padre Juan Baptista fue hombre a quien no le alborotaron las pesadumbres ni perturbaron los sucesos contrarios ni las fortunas diversas le mudaron.

Acabado el oficio de su rectorado y puesto en el de súbdito, se conservó en la misma humildad que siempre había profesado. Jamás se le oyó alegar trabajos por méritos ni canas para excepciones ni autoridad para librarse de las más abatidas ocupaciones, ni años, ni canas, ni cansancio para jubilarse de las cosas más trabajosas. ¡Oh! Con qué afecto acudía a cualquiera parte que le llamasen, así para dar su parecer en la arquitectura como para el consuelo del más pobre. ¡Oh! Con qué constancia asistía a las confesiones, siendo siempre el primero que salía a confesar y el último que se desviaba del confesonario. ¡Oh! ¡Con qué deseo de aliviar a otros como si él no fuera el más necesitado de alivio! ¡Solía decir la última misa y se la señalaba a sí mismo!

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Siendo de casi setenta años emprendió una misión a los pueblos de los indios deste reino. Emprendiola llevado de su espíritu que el estar en casa (aunque siempre bien atareado tenía por ocio). Satisfechos los superiores de su santo celo le dieron patente para la misión, y demás desta le dio otra el ilustrísimo señor don fray Cristóbal de Torres, arzobispo de Santa Fe, cometiéndole la misma autoridad para todos los casos ocurrentes; sucediéronle en estas misiones cosas prodigiosas y dignas de admiración, especialmente raras conversiones de malas vidas en buenas. Hiciéronse por su mano y persuasión muchos casamientos de personas que vivían en mal estado y moralmente se continuaran en él si Dios no les hubiera enviado a sus remotas tierras un tan celoso misionero. Iba de unos pueblos a otros llevando siempre a mano muchos panes y cuartillos (menor moneda deste Reino) que repartía piadoso entre los indios por ganarles la voluntad para Dios y darles a entender que discurría por sus pueblos, no para pedirles (como nuestros contrarios calumnian) sino para darles el pasto de cuerpo y alma. Llegaba la voz de sus obras de unos a otros pueblos y unos le esperaban en ellos y otros anticipándose a buscarle le salían a los caminos.

Milagro parece que por medio del padre Juan Baptista en estas misiones se confesaron generalmente más de catorce mil personas: pero más milagroso es que no habiendo el padre estudiado más que una lengua de los indios, confesase a los que hablaban diferentes lenguas. Admiraron mucho algunos que saben el lenguaje de los indios, cómo podía el padre confesar en tan distantes partes y tan diversos pueblos donde por atender el más general idioma a solas ocho o nueve leguas, no saben los unos hablar en la lengua de los otros. Llegó a tanto la admiración de algunos que pasando a escrúpulo furioso le preguntaron al padre cómo podía confesar en lengua no común y entender a tan distantes bárbaros. A que con llaneza y simplicidad respondió que los entendía claramente porque le parecía que le hablaban en la lengua toscana, que era la suya natural. Ni era maravilla que Dios diese algún atributo gracioso de apóstol al que en las misiones procuró imitarlos. Dispuso con su enseñanza, industria y celo que los indios comulgasen, oponiéndose al abuso que algunos habían introducido de que los indios no eran capaces de comulgar. No contento con solicitar en esta materia el   —143→   parecer de hombres doctos, trabajó acertadamente el caso con muchas razones que convenciesen a los curas que era no lícito sino obligatorio el comulgar los indios capaces, no sólo para cumplir el precepto divino en el artículo de la muerte, sino también el eclesiástico de comulgar cada año.

Después de haber trabajado en sus misiones como un apóstol, volvió al Colegio de Santa Fe; y aunque los trabajos de otros tiempos parece que no hacían mella en el padre, se vio que le hicieron impresión los de las misiones porque volvió marchito, descolorido y flaco, de suerte que conocieron lo mucho que había trabajado y padecido por el bien de las almas. Ni por recién venido, ni por cansado, ni por anciano se eximió de los ministerios, antes bien parecía haberse reforzado en la ausencia según atendía a las confesiones. No satisfecho con las asistencias ordinarias en la iglesia, afervorizó todos los conventos de monjas haciéndoles pláticas y confesándolas de que sacaron muy grande fruto. Fue también en este mismo tiempo padre espiritual como lo había sido en otras ocasiones de todo el Colegio con tanta aceptación, que era el consuelo de todos, librando de escrúpulos no sólo a los hermanos sino también a padres doctos. Tomaba cuenta de conciencia con tal suavidad, que ninguno pudiese excusarse de declararle su alma. Dábales cada semana tres veces los puntos que en la oración habían de meditar. Hacía plática a los hermanos cada ocho días. Cada semana como prefecto de la sacristía escrebía la tabla de las misas y demás desto hacía tablas diarias del oficio divino para la comunidad, noviciado, estancias y doctrinas. Él mismo hacía ramilletes de su mano para la celebridad de las fiestas.

Un año entero estuvo sufriendo cuatro achaques graves (como él mismo declaró a su confesor) con tal disimulo que no se supieron, porque trabajaba como si estuviera sano; ni dejó de levantarse por las mañanas ni quiso particularidad por enfermo, y en todo siguió la comunidad como el más fervoroso. Llegó el día de Santa María Magdalena (a cuya fiesta este y otros años había atendido, no sólo con el aliño de su capilla, sino también, con procurar semejantes conversiones a la suya) y ya no pudieron sus esforzados bríos pasar adelante, y así se fue a la cama como herido o con un ramo de cólica o con dolor de hígado con que se le cerraron todas las vías, y a instancias suyas y a temor   —144→   de los nuestros se le dio el Santísimo Sacramento por Viático. Sentía grandemente que la fuerza del dolor le privase de las atenciones de Dios, y por esto su Divina Piedad dispuso que las medicinas le aliviasen, y agradeciendo el alivio, se entregó a la oración, y juzgando que tenía suficiente mejoría se levantó de la cama y la primera visita fue a Nuestro Señor en la iglesia. Trocósele el primer achaque en grande amargura de boca y en mal de orina tan riguroso que a ningún remedio quiso rendirse. Enviáronlo a tierra caliente donde se juzgó que sanaría, pero el fervoroso padre le pidió a Dios que con cuchillo de palo (como dicen) le quitase la vida y se lo concedió dándole ciento y tres días de enfermedad sin faltarle un instante la amargura de la boca que fue la que más sintió, aseverando varias veces que hieles o acíbares derramados en la lengua no le amargaran tanto. Las cosas dulces no le daban sabor y las desabridas le aumentaban la amargura. Raro caso que a quien tan buena lengua tuvo y a quien también habló de todos (siendo como estribillo suyo, todo es bueno, todo es bueno) diese Nuestro Señor tan singular purgatorio. Así lo conoció el mismo padre que con llaneza y firme confianza le dijo al padre Baltasar Mas que no había de pasar por el purgatorio, y se puede piadosamente presumir, conocida su inocente vida, en que ninguno le vio quebrantar regla alguna sino ser una regla viva de religiosos, un ejemplar de modestia, un dechado de pobreza y una estampa de castidad y una prudencia tan acertada, que los más provinciales desta provincia (cuando no venía señalado de Roma) le eligieron por consultor della.

Cosa es admirable que estando enfermo de muerte en la cama no desistía de mortificar su cuerpo tomando disciplinas y poniéndose cilicios. Con esta disposición recebió muchas veces a Cristo Sacramentado en la cama, ya que no podía recebirle en el altar ni visitarle en la iglesia. Avergonzábase su humildad viendo que le visitaban las personas más principales de la república, que lo hacían por el amor entrañable que merecía la caridad paternal con que miraba por el bien de todos. La enfermedad dio lugar a que le pasasen a otro aposento, y no pudiendo ir por su pie le llevaron cargado y entonces se celebró muerto y tuvo razón, porque siempre lo estuvo al mundo y a sus cosas. El modo de celebrarse como difunto fue decir sobre sí el responso   —145→   entero que se suele decir por los difuntos. Acercándose ya el tiempo de morir pidió el mismo padre que le diesen los Sacramentos que recebió con extraordinaria devoción suya y le reconvino a Dios diciéndole con grande confianza: «Fei Domine quod in siti fac tu quod promisisti». Perdió después destas palabras la habla en el día de todos los Santos, y juzgando que se acercaba su muerte se juntó varias veces con mucha ternura la comunidad a recomendarle a Dios su alma que para desasirse del cuerpo esperó a la conjunción, y al mismo tiempo en que el padre como insigne astrólogo, la había señalado en su repertorio expiró con suma serenidad en demostración de la seguridad que llevaba para dar cuenta al Supremo Juez de su vida, que fue de setenta y dos años, los cuarenta y dos de religión y veinte y siete de profeso de cuatro votos, tiempo en que ejercitó la mansedumbre y humildad en sumo grado a juicio de muchos, la tolerancia y las demás virtudes que quedan referidas, callándose muchos actos que se ignoran.

Todos dieron en las lágrimas muchos testigos de su dolo. Los de la Compañía por haber perdido un padre en quien tenían librado su consuelo y en quien tan seguro estaba el crédito y buen nombre de la religión. Los de fuera por haberles faltado el mérito de sus almas y el limosnero de sus necesidades. Fue su muerte a los tres de noviembre del año de 1611 y sirviole para su entierro la misma iglesia que había fabricado para el culto Divino. Acudieron al funeral todas las religiones sin haber convidado a ninguna, y como el padre había dado a todos tan buenos ejemplos en su vida, le daban unos el epíteto de Ángel, otros el nombre de Santo.




Vida del padre Baltasar Mas Burgués

La patria del padre Baltasar Mas fue la villa de Alcira del Reino de Valencia. Sus padres fueron honrados y principales. Su nacimiento en el año de 1578. Su crianza fue entre documento de virtudes y letras. La Virgen Madre de Jesús fue la que le trajo a su Compañía, como se supo del mismo padre en los últimos términos de su vida, porque estando entre los gozos que ya le intimaban la esperanza de su salvación, decía que la Virgen que le trajo a la religión le llevaría al puerto deseado de la eterna salud.   —146→   Ignoramos el modo de su vocación, pero lo que sabemos es que al tiempo de recebirle reparó el padre provincial de Aragón que el pretendiente era niño de natural delicado y de complexión muy flaca expuesta al parecer a muchas enfermedades entre los rigores del estado religioso. Esto ocasionó que se retardase su recibo, y aun casi que se cerrase la puerta a su entrada; pero como la Madre de Dios fue la que le llamó, venció la dificultad y le concedieron la entrada a nuestro noviciado a los quince años de su edad, recebiéndole en el Colegio de San Pablo de Valencia.

Fue el padre Baltasar Mas un sujeto a quien hicieron de marca mayor sus grandes prendas, y así apenas se ordenó de sacerdote cuando en Aragón le encomendaron los superiores algunos negocios graves para que fuese a concluirlos a la Corte de Madrid. Pasó después a estas Indias y en ellas lo fue todo, pues fue varias veces rector, procurador a Roma y a Madrid, provincial del Nuevo Reino; y lo que es más una idea de perfección y un ejemplar de santidad. Todo esto se irá viendo en lo que resta por escrebir.

Desde los principios de su niñez comenzó a ejercitar las virtudes que fueron creciendo a grandes y llevaron a ser heroicas. Grande fue y singular la observancia de las reglas de nuestra sagrada religión. No es pequeña maravilla que en tantos años de vida en la dependencia de tan graves negocios, viajes y sucesos no hubiese persona que le viese quebrantar la más mínima regla. No admitió alguna dispensación en el rigor y austeridad de su tratamiento. No bebió en su vida sin licencia ni comió jamás fuera de los tiempos determinados. No se le oyó queja de los defectos de la mesa ni del vestido ni supo qué cosa era regalo en su aposento, y darle alguna cosa particular era ofender su indispensable rigor y afecto al séquito constante de la comunidad que conservó inviolablemente hasta morir. En los caminos varios, jornadas y navegaciones en que peregrinó tanto, no usaba jamás tomar un desayuno a la mañana sino que en medio de los fríos del invierno y los calores ardientes del verano cuando pasaba por Andalucía, por Sevilla, de Madrid a Barcelona y Valencia los términos de la Italia y de la Francia solía decir misa después de la mitad del día habiendo hecho jornadas y caminado toda la mañana, y esto aun cuando se hallaba ya cansado y anciano.

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Fue exactísimo en la guarda del silencio. Nadie le oyó hablar alguna vez fuera de tiempo ni contar algún chiste ni decir alguna palabra ociosa, desentonada o iracunda o menos que religiosa y seria; y pues el acierto y peso en el hablar indica la rectitud y equidad del alma, aquí sólo nos pudiera decir su silencio el tesoro de virtudes que encerraba su alto corazón, pero sabemos poco de lo que por él internamente pasaba por haberlo callado su humildad; sólo podemos rastrear que tan gran silencio en vida tan inculpable ocultaba gran suma de sólidas virtudes.

No le hizo Dios fecundo ni copioso en el decir, porque su decir fue hacer y sus palabras obras; pero con todo esto no le faltaron las circunstancias que se desean y son necesarias para la negociación prudente y eficaz, pues casi no emprendió negocio conque no saliese ni habló a persona de quien no alcanzase lo que deseaba. Su decir era llano, sin artificios ni segundas intenciones que no tuvieron jamás dos rostros sus palabras; sabíase que su sí era sí y su no era no; y podía pasar por juramento lo simple de su verdad. Tanto la amó, que hubo personas que afirmaron que en su vida no había mentido. De aquí nacía en los súbditos la satisfacción, en los seglares el crédito porque si prometía satisfacer alguna cosa había de trabucarse primero el mundo que faltase a la puntualidad de su palabra. En las consultas preguntado de su parecer, no se acobardaba en decirlo aunque fuese contra el dictamen de otros; que no es vicio el sentir en cosas opinables diferente que lo demás; pero fuera vicio el simular o fingir, entonces lo que juzgaba por conveniente en su corazón. Díjole uno en cierta ocasión que mirase parecía afecto de apasionado el oponerse a lo que los otros sentían. Respondió que jamás miraba otro norte en su decir y obrar sino la mayor gloria de Dios; ni tenía otras intenciones colaterales, y así el no decir por respetos humanos lo que sentía lisa y sinceramente fuera violar la virtud y falsear la imagen de tan acertado concepto.

Con esta veracidad acompañaba las buenas cortesías y urbanidad que en nada regateaba lo que nada cuesta. Levantábase para hablar a cualquiera de la silla, y aunque fuese el más mínimo le hablaba con notable estima y veneración, y parece se esmeraba más en esto cuando con afectos de agradecido significaba con palabras amigables lo que estimaba los empleos de cada uno. Para con los seglares fue fidelísimo y puntual correspondiente,   —148→   procurando con cartas reconocidas y afectuosas recompensar en algo las buenas amistades y beneficios que hacían a la Compañía. Tres días antes que muriese dictó una carta para un benefactor nuestro, en que le agradecía sumamente el amor y buenas obras hechas a nuestra religión, a que prometía corresponder con eternas súplicas ante el Dios de los Santos.

¿Pues qué diremos del padre Baltasar si llegamos a la paz, sosiego y mansedumbre de sus palabras? El campo de esta virtud es suspenderse y refrenarse en las acciones de cólera, venganzas, iras y disgustos; y en esto parecía una roca inmoble que se burla del olaje y espumas del mar. Algunas veces padeció notables desaires; no pocas veces se le atrevieron con palabras injuriosas, muchas con ofensiones y desprecios en cartas que le escrebieron. Nada desto inmutaba la paz y sosiego de su manso corazón. Siendo provincial le dijo una persona que decía más verdad su zapato que no él. La respuesta fue callar; que ya en aquella ocasión hablar menos templado fuera encender más el fuego y dar motivo a mayores atrevimientos.

No le turbaban esta paz y tranquilidad de su alma las nuevas de las desgracias y averías, que en las cosas de su cargo sucedían. En el viaje que hizo a Roma, como procurador desta provincia esperaba en Cádiz que llegasen de Barcelona cosas grandes y preciosas que había de traer, y le vino nueva de que se quemaron en cierta refriega con el turco, y lo que hizo fue alabar a Dios y proseguir en lo que estaba haciendo. En Cádiz, en Sevilla, en el puerto de Cartagena, en el río grande de la Magdalena padeció otras averías en lo que traía para esta provincia; y en Río Seco, el año de 1631, nadaron los cajones de la ropa y de los libros en una desacostumbrada avenida que inundando los campos sobrevino a la media noche. En todos estos sucesos tan infelices se halló superior a las mudanzas de la fortuna pareciendo hombre que vivía sobre las nubes y sobre la esfera de los mortales. De aquí era que no desmayaba en los negocios ni le acobardaban las dificultades, sino que con un ánimo intrépido y eficaz acometía cosas grandes sujeto siempre a la voluntad de Dios en el fin y paradero de ellas preparando tranquilamente su corazón a conformarse con su agrado sin querer en el morir ni en el vivir otra cosa que cumplir el orden del beneplácito divino como se vio y experimentó hasta en los últimos días de su vida   —149→   en que estuvo sosegado, alegre, quieto y apacible esperando el fin de su jornada.

Toda esta paz nacía de una candidísima e inculpable vida de un trato familiarísimo con Dios y de la gran piedad y devoción a los Santos. Dejó lo que toca al oficio divino que rezaba siempre a sus horas en su aposento con sosiego y devoción por más ocupaciones y negocios que se atravesasen. En Cartagena y en Panamá; en medio de los calores ardientes de aquellas tierras, rezaba siempre el divino oficio de rodillas y no se acordaba en todo el tiempo de su sacerdocio haberlo dejado por ningún suceso ni enfermedad, hasta que al morir le mandaron que no rezase. Dejó otras particulares devociones que no se sabe cuáles fuesen, pero sábense que eran muchas y que consumía en ellas mucho tiempo de la mañana y de la noche. Mezclaba siempre las oraciones jaculatorias, con los negocios y traía continua presencia del Señor. Cosa grande es la que voy a decir que casi en sesenta años de religión no dejó jamás los ejercicios espirituales de la Compañía. Era el primero que se levantaba a orar y el último que se acostaba después de haber tenido oración. En los caminos no dejaba estas santas ocupaciones. Al principio de las jornadas, después de haber dicho el itinerario y las letanías de Nuestra Señora y otras oraciones particulares a los Santos devotos suyos y encomendado el viaje a las almas benditas del purgatorio, hacía luego que los seglares fuesen delante y ponía un reloj de arena para que se tuviese enteramente la hora de oración. Lo mismo hacía en los exámenes de conciencia al mediodía y a la noche sin que caminos ni viajes ni navegaciones ni negocio alguno pudiese alguna vez recabar dispensación en esto. Lo restante del camino gastaba en oración. Cuando rancheaba en las playas, cuando daba fin a su jornada en los tambos y ventas, luego se retiraba del bullicio de los demás a encomendarse a Dios.

Para celebrar el sacrificio santo de la misa se preparaba con notable cuidado y devoción. Esta divina ofrenda era el regalo de su alma, la luz de su corazón, el aliento de sus empresas; alivio de sus trabajos, acierto en sus negocios, consejo en sus dudas y consumador único de todos sus intentos y negociaciones. Celebraba con quietud y ternura notable y daba las gracias con devota asistencia, y era tanto el afecto, a recebir a este Soberano Señor, que ni aun en los caminos se podía pasar sin el sabroso alimento   —150→   deste manjar divino. Tenía santificados todos los parajes desta provincia por donde andaba; las playas del río de la Magdalena, los valles de Neiva, Ibagué y entrambos a dos mares disponiendo las cosas de manera que siempre hubiese de celebrar en tierra y en mar aunque amenazasen grandes temporales o se disgustasen los pilotos. En el espacio de su enfermedad, cuando apenas se podía tener en pie, se levantaba arrastrando por no dejar de decir la misa, y cuando ya no pudo más recebía casi todos los días hasta morir el Divino Sacramento del Altar.

La devoción que tenía con los Santos fue admirable. Tuvo gran recurso al ángel santo de su guarda. Fue muy devoto del venerable hermano Alonso Rodríguez y de nuestro santo padre Ignacio, que era la guía y gobernalle de sus negocios y el ejemplar que dirigía sus acciones. Para con las ánimas del purgatorio tuvo devoto y compasivo corazón. Amó tierna y entrañablemente a la gran Señora y Reina de los cielos la Santísima Virgen María, a quien enviaba de día y de noche suspiros tiernos, a quien acudía en sus dudas, con quien consultaba sus dificultades, compañera individual de sus caminos, bajel de sus navegaciones, seguro y única esperanza suya en la vida y en la muerte. ¿Quién podrá decir lo que pasaba por su corazón en sus festividades y en particular cuando los fieles festejaban su santo nombre? ¿Quién significará los favores que recebía en sus sagrados templos? Grandes fueron los que esta Señora le hizo en su santa casa de Loreto donde deshecho en un mar de lágrimas y de gozos no sabía desasirse de tan venerable santuario. En Roma todo era visitar los magníficos templos de la Madre de Dios. En Madrid cuando más lleno de negocios, cuando cansado y molido, cuando mal despachado, cuando con el lodo hasta la cinta pedía de ordinario al compañero que atravesasen grande espacio para llegar a visitar a Nuestra Señora de Atocha, donde desplegaba las telas de su devoción y alcanzaba los felices despachos de sus negocios que con este amparo de 1a Soberana Virgen y con paciencia y devoción solía decir se vencen las dificultades, se allanan los montes y se halla salida a negocios desesperados. Esta gran Señora sin duda como Madre del candor y pureza de la vida le infundió tan casto proceder desde sus tiernos años, que se cree se conservó siempre virgen y sin mancilla y aún se presume que murió en la gracia que recebió en el baptismo.

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Fue extraordinario el recato, compostura, gravedad y modestia del padre Baltasar Mas. Nadie le vio desnudar, ninguno le miró vestir; aun cuando por su enfermedad no se podía mover no permitía que el enfermero le quitase las medias. Si estando en la cama había de sacar sólo el brazo para comer, lo vestía con la manga de la sotana. En Madrid le quisieron lavar los pies como a huésped que llegaba de las Indias, conforme a la costumbre loable de la hospitalidad no rehusada santamente de tantos, no consintió en ello sino que él a solas se los hubo de lavar. En su última enfermedad, si era necesario darle alguna untura en el estómago para fortalecer su flaqueza, no consentía que otro llegase sino que él había de ungirse con su propria mano. Fue cosa al parecer de risa lo que le pasó con el médico, pero grande argumento de su mucha honestidad. Faltábale ya el color en las plantas de los pies, ya se helaba, ya no podía dormir. Quiso el médico que se le ocurriese con un perrillo a las plantas para que las abrigase con el fomento de su calor. Al oír lo del perrillo se azoró y demudó, y aun se encandeció de tal suerte como si fuese alguna sombra que obscureciese lo más lustroso de su limpieza, atropellando con el medicamento y con la salud por no tocar a un perrillo con los pies. Hombre celestial, hijo de Ignacio, hermano de Xavier, ángel en las palabras y en las obras, después de muerto repararon algunas personas así de casa como de otras religiones que tenía las manos más tratables y flexibles que aun cuando estaba vivo.

Resguardaba su honestidad con rígida aspereza. Podemos llamarle el riguroso consigo, el austero, el enemigo de sí propio, el templado, el sobrio, el abstinente, el que se sacrificaba. Tres o cuatro disciplinas se hallaron todas gastadas y bañadas todas con la sangre de sus venas que así se conserva esta flor de las virtudes entre las espinas de la mortificación y el cercado de la austeridad. Y porque el común enemigo no se le entrase por las puertas de la ociosidad, las cercaba con una continua tarea de ocupaciones. No se sabe que le hallasen alguna vez ocioso porque nunca malbarató un instante de tiempo, ya atendiendo a las haciendas, ya leyendo y escrebiendo, ya orando; ya haciendo despachos, ya con otras inteligencias y providencias de ello. Si los días fuesen años no le permitieran un rato de descanso. Quejas hubo de que nunca le hallaban con tiempo para tratar con él; y uno o   —152→   más sentido o muy ganoso de negociar con él le dio la queja, a que respondió que si le buscaban ocioso podían entender que nunca le habían de hallar desocupado. De aquí se podrá colegir cuánto vivió este venerable padre en una vida tan dilatada, pues las noches le eran días y los días le eran doblados porque no se mensuran los días de la vida por los días sino por las obras en que se emplean los días; y quien tan abundante y cumplido fue, en los empleos de sus días, en cada día duplicó y aún multiplicó los días.

Todos estos sus empleos, todos sus cuidados, todos sus caminos y sus agencias todas eran en orden al bien, honor y aumentos de su querida madre la Compañía de Jesús, porque por su comodidad propia jamás dio un solo paso ni quiso como verdadero pobre de espíritu poner su cuidado en cosa alguna de adorno para su aposento siéndole tan fácil como a procurador que anduvo tantas tierras y se halló en tantas ocasiones; lo mismo observaba en el vestuario de su persona. En su aposento no tenía más que una imagen de Cristo, con quien se acompañaba una carta de nuestro padre San Ignacio y unas reliquias que solía traer envueltas en un tafetancillo en el jubón. El sombrero que se ponía está descolorido de usado, los calzones llenos de remiendos, las medias maltratadas; unos zapatos tenía que le duraban desde la salida de Quito hasta la vuelta al Reino, habiendo caminado tres años en los términos de Europa. Díjole en una ocasión el señor presidente deste Nuevo Reino que viese lo que se le ofrecía o si había menester alguna cosa. Respondiole con agradecimiento que para sí ninguna; que lo que le suplicaba era que amparase a la Compañía que era el bien único de su amor y el norte adonde se enderezaban las ansias de sus solicitudes y acrecentamientos. ¡Oh!, quién pudiera decir aquí lo que trabajó por la Compañía, lo que la amó, lo que la deseó aumentar para que los nuestros con libertad y observancia pudiesen acudir al tenor de su reputación y al útil de sus ministerios que celosa ejercita con los prójimos. En orden a esto, ¿qué trazas no pensó?, ¿qué cosas no intentó?, ¿qué medios no puso?, ¿qué tierras no anduvo?, ¿qué mares no surcó?, ¿qué fríos, qué calores, qué peligros, qué tormentas no padeció? Los viajes que hizo son testigos verdaderos de lo que por la Compañía trabajó. Dos veces corrió la provincia de Aragón como compañero que fue de provincial. Vino   —153→   la primera vez a las Indias; volvió dos veces a las Españas, una por procurador a Roma; otra por procurador a Madrid electo por todas las religiones sobre negocios graves y de mucha importancia que tocaban a la inmunidad y privilegios de todas.

En estos viajes a cada paso hay un encuentro, a cada viaje mil peligros en los cuales mostraba Dios a lo descubierto la Providencia que tenía del padre. Milagrosa fue la que tuvo Dios de él y de los suyos el año de 1631, cuando habiendo navegado felizmente en el piélago del océano, a vista ya de Cartagena la víspera de la entrada en la noche se levantó un recio viento que azorando el mar se llevó los corredores de la Almirante de un golpe, y bregando el bajel en que venía el padre toda la noche con el timón, siendo ya al amanecer vino una grande ola por la proa, y metiendo el bauprés la cabeza, salió destrozado nadando bauprés y covadera por el mar, taló luego del trinquete, y cayendo de lo alto siete marinos a las olas los demás temerosos pedían confesión. Ya cada cual buscaba una tabla en qué salvarse, ya las velas andaban nadando y las antenas rotas y las jarcias desbaratadas. Cimbrando luego el árbol mayor sobre la popa con un estallido grande se vino abajo y dio aquella gran máquina sobre el cabrestante y le abrió por medio. Todos se tuvieron por perdidos y llenaron de voces el aire pidiendo misericordia a los cielos. Sólo el padre Baltasar Mas no se turbó sino que celoso del bien de tantas almas se ocupó en confesar a la gente; y sumergido en la Providencia paternal de Dios esperó el feliz suceso de su viaje. No le salió vana la esperanza, pues habiéndose abierto el navío con el golpe del árbol, el mismo golpe que le abrió desquició un fardo de su lugar y le clavó tan ajustadamente en la rotura, que no dio lugar ni dejó resquicio por donde entrase el agua, calafeteando la Divina Providencia el vaso para que llegase a salvamento el padre.

Otro suceso casi semejante sobrevino al entrar el padre en La Habana, y fue que sacudiéndose el navío en una peña desarbolándose se hizo pedazos que no parece sino que dos peligros andaban buscando al padre Baltasar Mas para acabarle, y Dios usaba de los peligros para mostrar la voluntad que tenía de defenderle y conservarle.

Mayor fue el riesgo después de desembotados encrudeciéndose las olas de tal suerte que no se puede con palabras algunas   —154→   declarar la tormenta. Aquí es donde los vientos andaban encontrados trayendo en remolinas al bajel. Unas veces lo subían por esos cielos y otras parece que lo sepultaban en los abismos. Aquí la noche tempestuosa, las tinieblas palpables, los truenos, rayos y relámpagos continuos sin consejo ya los marineros, los pilotos ya desalentados, roto el pinzote del timón. Aquí es donde sucedió aquella maravilla que viniendo un golpe de mar se llevó los corredores de popa y entró por ella con tan grande inundación que rompió tres atajadizos de tablas y sacó de allá adentro la ola a un señor inquisidor y le llevó a alta mar, y la misma ola que le llevó esa le volvió a embozar y poner en salvamento en el navío. Todo el tiempo que duró lo terrible de la tempestad, que fueron veintiocho horas, estuvo el padre Baltasar de rodillas sin moverse, sin hablar, sin comer bocado suplicando a Dios instantemente que amainase su enojo hasta que sus oraciones y súplicas serenaron los cielos, se segaron las olas, amansaron el mar convirtiendo en bonanza la tormenta y en suma tranquilidad el manifiesto peligro.

No fue menor el que le aconteció en Cartagena en el último viaje de España, cuando levantándose otra tormenta de las más terribles que las memorias de los más ancianos se acuerdan haber sucedido, andaban las olas tan inquietas que parecía que el mar se levantaba a las estrellas y luego se descolgaba de las nubes. Ya todos se daban por perdidos porque lo menos fue llegar desarbolados. Aquí fue donde con la mucha mar que entraba se extinguió la candela del fogón y se apagó la luz de la bitácora dando al traste con el último consuelo, y cuando todos desesperados de remedio se vieron expuestos al vaivén último de la vida por faltar la luz para regir el timón, vieron repentinamente sin diligencia de alguno que se encendió de nuevo la luz de la bitácora atribuyendo todos a las santas oraciones del padre la consecución de tan grande misericordia.

En medio del golfo de tantas navegaciones, de tantos cuidados y tantos trabajos y de negocios tantos, no perdía de vista como verdadero jesuita el bien y aprovechamiento de las almas de sus prójimos, y así no se le ofrecía ocasión que no lograse. En la navegación que hizo el año de 1631 pasó de su nave a la Capitana y publicó el día de San Felipe y Santiago el jubileo de la misión. Allí confesó en las noches y en los días aquella grande escuadra   —155→   de señores capitanes y soldados, mandando el señor general que a ninguno se le diese ración hasta llevar cédula de que había confesado. Publicó también otro jubileo en la nave donde vino la última vez haciendo celebrar la fiesta del Santísimo Sacramento, donde a lo solemne del día se empavesó la nave, se tendieron al viento las banderas flámulas y gallardetes se disparó la artillería y salió el Señor bajo de palio, haciéndose la procesión por el combés del navío con particular consuelo de los navegantes.

Ya dije arriba la tela de peligrosos sucesos conque iban vestidos los caminos del padre Baltasar por el mar; toquemos ahora algo de los muchos trabajos que padeció en los viajes que hizo por la tierra; toleró grandes fríos, rigurosos hielos, caminaba a veces con la nieve sobre los hombros; abrasábanle ardientes soles; sufría las aflicciones de ordinarios desavíos. Encontrábase a cada paso con formidables peligros, y el alivio que topaba muchas veces a su cansancio eran las incomodidades de malas y desproveídas posadas. Todos estos trabajos le parecían flores por el amor que tenía a su sagrada y querida religión; pero no faltemos a aquella infatigable eficacia con que trataba los negocios que eran a su cuidado. Llamábanle en Sevilla el hombre de acero; en Madrid le decían que era de hierro y de bronce, porque no es posible declarar el esfuerzo y exacción con que solicitaba las cosas que traía entre manos; hablaba al escribano, al amigo, al agente, al procurador, al letrado, al consejero, al presidente un día y otro día y todos los días la tarde, la mañana, sin sestear ni descansar informando a unos, suplicando a otros sin desmayar en las dificultades ni acobardarse con dilaciones. Desenterraba cédulas y papeles y ofrecía pruebas extraordinarias moviendo con increíble energía y perseverancia hasta las piedras. Aquí venció aquel famoso pleito tan reñido contra el auto de la Real Audiencia de Quito en disfavor de las religiones, sobre la adquisición de bienes raíces en que por ser la materia gravísima y de tanto perjuicio recusó a cinco oidores del Real Consejo de Indias y trajo otro de varios consejos para la asistencia de él. Salió finalmente con triunfo, con aplauso y con el vencimiento deseado. Con esta misma solicitud y cuidado acudía a cualquiera encomienda fuese grande o pequeña.

Fue grande el amor con que abrazaba toda la provincia, y a cada colegio en particular, porque su caridad era de la especie   —156→   de los rayos del sol que a todos alumbran igualmente, y así procuraba los aumentos de cada uno de los colegios con solícito cuidado. El sitio de las carnecerías en Cartagena lo alcanzó a puros ruegos y súplicas que hizo a los señores del Cabildo, y mientras tenía un brazo en Cartagena tenía otro en la Corte para conseguirlo, de tal manera que el mismo día que en Cartagena le concedieron el sitio, ese mismo día llegó cédula de Su Majestad para que lo diesen si no se lo habían dado y que le confirmaba si se lo hubiesen concedido.

Estimáronle mucho los que fueron sus súbditos en los colegios donde fue rector, que lo fue varias veces en Quito, Santa Fe, Cartagena y Panamá. La razón de ser estimado era porque en su gobierno tenía por norte la prudencia y por blanco la mayor gloria de Dios y no cumplieran con menos que con amor y estimación porque era para con ellos caritativo, singular con ninguno, cortés con todos, apasionado con nadie. Hacía la debida confianza de los súbditos, amábalos como a hijos y venerábalos como a unos ángeles. Fue su secreto inviolable, templado en el decir, comedido en el mandar y en el honor de sus súbditos recatadísimo. En el celo de la observancia era viva su eficacia e indecible su fortaleza, y todo el padre era una estampa de veneración y santidad.

También hicieron mucha estimación del padre Baltasar Mas los de fuera de casa en todas las partes deste Nuevo Reino y en las de Europa; en su provincia de Aragón, en Cádiz, en Sevilla, en Madrid, en Barcelona, en Castilla; los hombres más grandes y prudentes, los señores y prelados, los capitanes y generales de las Floras. Los oidores de los consejos de las Españas le veneraban y hacían mucha estima de su persona; y uno de los oidores con ser recusado en el pleito de las Indias, se venía a confesar con él y tratar los negocios de su alma. El Santo Tribunal de la Inquisición de Cartagena estimó sobremanera su persona y le encomendó negocios de importancia. Los señores inquisidores de la Suprema le hicieron su calificador, y para la comunicación de negocios muy graves se valían de sus letras y prudencia.

Nuestro Padre General hizo siempre grande aprecio del padre y de su equidad y talento. En un pleito muy intrincado que había entre los provinciales de Andalucía y Toledo sobre unas legítimas donde cada cual alegaba su justicia con gran copia de   —157→   razones y de leyes, fue cometida su sentencia al padre Baltasar por nuestro Padre General. Era el negocio arduo y enmarañado y que había muchos años que iba y volvía de Roma sin hallarse salida a semejante laberinto hasta que el padre la halló arbitrando en su definición, fiándose ambas provincias y poniendo en sus manos la judicatura de semejante causa, pasando todos puntualmente por su parecer y juicio. Este mismo concepto tuvo el señor presidente del Nuevo Reino, que dijo no haber topado hombre de más sublime y sólida perfección, encomendole al morir a sus hijos, a su alma, a su casa y familia y mucho más que rogase a Dios por las causas de la monarquía española.

Ya que he de concluir la relación desta admirable vida dando noticia de la enfermedad última y dichosa muerte del padre Baltasar Mas, es para advertir que el reparo que tuvieron en su recibo y entrada en la Compañía fue juzgar que era sujeto endeble y expuesto a enfermedades, pero como la Madre de Dios le escogió para la religión de su amado Hijo Jesús, le dio siempre muy entera salud y fue de tal manera que parece cosa de maravilla. Porque en una vida tan dilatada, llena de empleos, de cuidados, cercada de ocupaciones, oprimida en la noche y en el día de graves negocios, hecha una yunque de las fatigas, del cansancio, de las inclemencias y rigores del tiempo; en tan seguida carrera de climas contrarios, de caminos y navegaciones tempestuosas nunca perdió la salud ni el brío ni el rigor ni las fuerzas, ni supo de calenturas ni de achaques ni el dolor de cabeza le fatigó ni le afligió el pecho, ni le dieron sangrías ni admitió purgas. Conócese aquí cómo cuando Dios elige aun de lo más flaco y deleznable hace instrumento de la robustez para confundir lo sano y atropellar lo fuerte.

Sólo siete meses antes de morir se le descompuso el estómago de tal manera, que no pudo reducirse a su calor nativo. La ocasión fue que retirado de la ciudad de Santa Fe donde estaba, a la doctrina de Fontibón, a tener con todo recogimiento y soledad los ejercicios de nuestro santo padre Ignacio, o ya con la asistencia de la oración, o ya con las penitencias acrecentadas sobre tantos años, o ya con la destemplanza del tiempo que fue rígido, vino a enflaquecérsele el calor natural y faltarle las fuerzas todas. No podía el estómago cocer la comida, todos eran vómitos y ansias tanto más congojosas cuanto menos experimentadas. No era   —158→   razón que en tan trabajada vida suya le faltase esta corona de los achaques, y a nosotros el ejemplar vivo de su paciencia. Curábase con la dieta y acrecentábase el mal; ayudábanle con medicamentos y aumentábase la enfermedad. Volviéronle al Colegio de Santa Fe donde no quería dejar la comunidad, que como en vida fue tan grande amador suyo, se había ya connaturalizado en seguirla de tal manera, que sacarle de ella era como desencasarle del centro. Arrastrando iba los pies por la casa, el color difunto y a cada paso para caerse, y no desistía de su ejemplar y admirable constancia; y siéndole martirio el andar mayor martirio le era el acostarse porque en lo uno se le molestaba el cuerpo y en lo otro se le molestaba el ánimo.

Ni hay que espantarse desto, porque nunca en su vida se quedó a la mañana en la cama ni era posible el recabarlo con él sino que era siempre el último que se acostaba y el primero que se levantaba, y se puede decir de él esta tan grande loa, que siguió la comunidad hasta morir. Creció el achaque de tal suerte que se temió no se quedase muerto en los tránsitos, en la silla o en el refectorio; y así le ordenó el Padre Provincial que se acostase; hízolo así y fue para darnos ejemplo de la paz de su corazón, de sus santos y loables ejercicios, de la mansedumbre y apacibilidad de su trato y de otras heroicas virtudes. Obedecía a los enfermeros y médicos en todas sus disposiciones; solamente no podía abrazar el estómago entre día alguna sustancia o regalo alguno con pedirlo precisamente la enfermedad porque toda su vida no comió ni bebió fuera de tiempo, así el hábito y costumbre que tenía en esto tan entrañada, no daba lugar a semejante regalo.

Aquí fue donde dio muestras de su paciencia y sufrimiento. No le oyeron quejarse ni desabrirse, ni desgraciarse. Vivió con agrado y mansedumbre y con mansedumbre y agrado concluyó sus días. Aquí se vio la madureza de su juicio conservado sin descaecer hasta los últimos alientos queriendo Dios no se perdiese en la muerte juicio que tan lindos logros tuvo en la vida. Tan entero le tuvo, que estando ya con los Sacramentos recebidos y bien próximo a la partida deste mundo gastó casi tres días en resolver y declarar papeles, cartas, negocios, dependencias y cuentas con tan grande inteligencia y luz que parecía la claridad del sol. Aquí corrieron los ríos de la paz que ni a la nueva de la muerte se alteró ni demudó algún tanto como quien ya había visto en navegaciones   —159→   y caminos tantas veces el semblante a la muerte y prevenídose para ella.

Cada cual de los nuestros encomendaba en sus oraciones, unos tristes por la falta de su persona, otros alegres por el fin de sus trabajos y corona que le esperaba por sus muchos merecimientos, y unos y otros envidiosos, no sé si diga de su dichosa muerte o de su santa y venerable vida. Finalmente murió a tres de agosto del año de 1642. Asistieron a su entierro el señor presidente y sacerdotes de varias religiones, los ministros de la Santa Inquisición con sus insignias; la Academia en forma de Universidad y otra mucha gente.




Vida del padre Pedro Pinto

Al padre Pedro Pinto llamó Dios a la Compañía de tierna edad, con tan extraordinarias ansias de huir de los riesgos del siglo y de buscar su salvación, que antes de cumplir los 15 años alcanzó lograr sus deseos en la insigne ciudad de Valladolid donde fue recebido. Parece sintió el demonio, constante enemigo de las almas su entrada y recibo recelando sin duda, lo uno los ricos empleos que de virtudes había de hacer su fervoroso espíritu; y lo otro, que con estos le había de desposeer de muchas almas que había de tener cautivas su tiranía. Temeroso el demonio destos sucesos que recelaba, excitó el principio de su noviciado a los deudos de nuestro Pedro para que por medio de la justicia le sacasen de la casa de Dios y le pusiesen a su libertad en Medina de Rioseco en un hospital de San Juan de Dios donde estuvo casi tres meses depositado. Allí le dieron fuertes asaltos y baterías sus parientes a quienes la sangre parece hizo enemigos sangrientos para que retrocediese de la vocación celestial a que había respondido con dulzura de su corazón. En estas porfiadas luchas se vio lo que vale el pecho traspasado del conocimiento de las joyas preciosas de las virtudes y de las ofertas sólo fantásticas del mundo aun cuando la falta de los años podía ahogar su capacidad para no dar justo aprecio a las cosas. Rebatió varonilmente las ofertas que le hacían y con ánimo constante menospreció los halagos y regalos por la estimación que se le había asentado en el alma de los rigores no tan terribles cuanto amables de la disciplina religiosa, teniendo estos rigores por regalos, y aquellos regalos por rigores, a que se añadió un aprecio singular que tenía   —160→   de la Compañía de donde se originaba el mostrarse tan constante, que un arcipreste que era juez ejecutor y deudo suyo se vio obligado a volverle a la religión.

Fue creciendo con la edad el fervor de su espíritu tanto; que teniendo por cortos términos los de Europa para ganar almas, quiso emprender las más dilatadas provincias de las Indias y con tan santos designios pasó a estas partes el año de 1618 en compañía del padre Juan Antonio de Santander. Dedicose celoso a ganar para Dios las almas de los indios, y para hacer esta ganancia con más destreza, estudió la lengua de los moscas, de los duitamas y sogamosos con tan diligente cuidado que las entendió y supo perfectamente y las leyó siendo catedrático de ellas en el Colegio de Santa Fe haciendo papeles muy provechosos en la materia con que se hizo muy perfecto obrero del Evangelio, no satisfaciéndose con ayudar sólo a los españoles, sino con aventajado celo a las almas destos pobres y despreciados indios. No por cuidar tanto de la salvación de otros descuidaba un punto de la suya que no es bien permitir desmedros proprios por solicitar medras ajenas. Y así en un libro pequeño que de su mano escribió cuando estuvo en las doctrinas que tuvo la Compañía en esta provincia del Nuevo Reino, dice estas palabras: «Oh buen Dios que me enseñaste que importa muy poco que gane a estos indios si me pierdo». Y en orden a esto tenía apuntados sus propósitos entre los cuales dice: «Tengo de tener oración antes del día, y en amaneciendo rezar las horas, y no tengo de salir de mi celda hasta haber tenido oración, rezado, hecho acto de humildad verdaderos. Esto tengo de cumplir o morir. Luego enseñar a los niños y a los viejos meditando a Cristo. Aquí entre estos indios son mis minas espirituales. Cuando bajo a platicar contemplo a Santiago apóstol y que me arrojan del púlpito y arrastran; y si lo hiciesen contra mi honra, me holgare. Tengo de rezar cada día del glorioso Santo Tomás porque cuidó de los niños, y lo mismo a San Bartolomé, a San Francisco Xavier y a San Francisco de Borja que fue el que envió acá los padres para que estos santos me ayuden». A estas ocupaciones guardó el padre gran tesón en su aprovechamiento espiritual, porque entre otros coloquios a Dios le dice esta firme resolución: «¿Cómo mi Dios te dejaré? Eso no; morir antes que faltar».

  —161→  

Lo mismo observó las veces que por orden de la obediencia hizo misiones. Acabada una, lo dice por escrito al Señor estas palabras: «Mucho os debo Dios mío que me ayudasteis a que cumpliese el propósito que hice al principio cuando fui a la misión, de no faltar a mis ejercicios espirituales, pues en los ocho meses ningún día dejé la oración, ni rosario, ni examen, ni la lición espiritual, ni las otras devociones entre las incomodidades y mucho cansancio. Ahora propongo en casa lo mismo con vuestra divina gracia».

Ya que hemos visto el religioso proceder del padre Pedro Pinto viviendo fuera de casa, bien será que veamos sus procedimientos dentro de casa. No tenía en su aposento más que una estampa de papel para incentivo de su propia devoción. Y preguntándole una persona, que por ¿qué no tenía algún cuadro en la celda? Respondió: «a un religioso una estampa de papel le basta y no ha menester otra cosa». De la cama se solía levantar una hora antes que la campanilla llamase a la comunidad, y a las veces hora y media antes para darse más a la oración cumpliendo el propósito que tenía escrito por estas palabras: el levantar será siempre a las tres y media de la mañana, luego tener oración de la muerte, y luego de la comunidad. Y no dándose por satisfecho con tanto hablar con Dios tenía señalado en todas las semanas un día (como de su asueto espiritual) que era el miércoles, para gustar en él del sabroso manjar de la oración y recrearse más tiempo en la conversación con Dios. La importancia deste asueto o de esta espiritual vacación la había penetrado bien según lo da a entender las palabras que tenía escritas por el tenor siguiente: La tierra no se contenta ni satisface con el rocío de cada noche; ha menester de cuando en cuando un aguacero; mi alma tierra seca es, y así no basta el rocío de la oración de cada día; ha menester algunas veces alguna lluvia copiosa. Bebiendo pues el padre tan abundantemente de la fuente cristalina de la oración, no es maravilla estuviese su espíritu bañado con el desengaño que muestra en otra parte diciendo las palabras siguientes acerca de los ejercicios que tuvo el año de 39: «Ah Dios mío, qué obligado os estoy, pues me habéis dado a entender la dulzura del retiro de las criaturas y así os doy mi palabra de retirarme de todo y unirme con vos».

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En el retiro de su celda a puerta cerrada, según el consejo de Cristo, oraba a Dios Padre rezando de rodillas el oficio divino y tres rosarios todos los días. Destos rezos, ¿quién duda que tendría su retribución? A estas oraciones añadía el castigar en secreto su cuerpo con rigurosas disciplinas que tomaba cada semana. Salía de su aposento cuando le llamaba la voz de la campanilla de la comunidad, y a toda ella dio grandes ejemplos de lo que importa seguir en la exterior la vida común, teniendo en la interior una vida singular. Aun cuando los achaques le molestaban y suficientemente le excusaban de lo común. Una mortificación hacía en lo público por no ser singularidad, y era que casi todos los días ayunaba no tomando a la noche en el refitorio el ante ni el postre cualquiera que fuese, como lo tenía escrito en su libro por firme propósito, y lo vieron cumplido como testigos de vista todos los que se sentaron con él a la mesa, aunque de presente no sabían si había hecho tal propósito, pero después de muerto lo supieron. En lo que fue singular el padre Pedro fue en el estudio del examen particular, pues dice, hablando de él estas palabras: «también os doy muchas gracias porque todo este año he traído el examen particular de este pensamiento de Jesús en todas las ocupaciones, y ya no me olvido en ninguna».

Dentro del templo, que es la casa de Dios Sacramentado donde vive la misma persona de Jesús eran muy para reparadas las acciones del padre Pedro Pinto. Cada día gastaba media hora en ofrecer a la Santísima Trinidad el sacrificio agradable de la misa, y otra media en darle las debidas gracias con tan valiente firmeza, que dice en su libro, morir antes que faltar en esto. Cada día celosamente se ocupaba en poner las almas en gracia de Dios con la absolución sacramental en el confesonario. Cada semana hacía los domingos por las tardes pláticas fervorosas a los congregantes de la Virgen que tenía a su cuidado, yéndolos a prevenir y citar el sábado antecedente para que ninguno faltase a la plática. Cada año celebraba solamente la fiesta de la Asunción a los Cielos de la Reina de los Ángeles María Santísima con tanta piedad, aseo y aparato que todos así de fuera como de casa se maravillaban de ver tan grandes y majestuosas fiestas.

En nuestra casa de Santa Fe ejercitó (entre otras ocupaciones) el oficio de ministro por tiempo de nueve años, y en él se portó como verdadero hijo de la Compañía. Tuvo grande celo   —163→   de que se observasen exactamente las reglas, para que su observancia hiciese religiosos a sus súbditos. Sentía vivamente que se faltase en algo del modo de nuestros padres antiguos que con su ejemplo nos dejaron trillado el camino real para caminar por él seguros sin declinar al un lado ni al otro; y si en esto acaso se cometía alguna falta, la remediaba con el modo mejor que podía. Para proceder con mejores aciertos en este oficio de superior tenía en su libro algunas advertencias muy necesarias ya (dice) con el ejemplo delante de los súbditos. Rehusar todo regalo y comodidad. Ser afable pero no burlón que con eso aman y temen los sujetos al superior. No guardar rencores. Estimar a todos. Hablar bien de todos. Castigar al que lo merece. Atender si se guardan las reglas y órdenes de los provinciales. Cuidar de la provisión necesaria y darles a los sujetos lo que han menester. No admitir el superior que los súbditos le sustenten conversación. Todos estos son dictámenes muy prudentes, religiosos y santos.

Manifiesta fue a todos la devoción sustancial que tuvo con la Santísima Virgen como con madre suya. Con ella de ordinario se regalaba dulcemente su amoroso espíritu. Con ella tenía familiarísimo trato, pero con las mujeres de acá recato mucho. Rara vez visitó a mujer, y esta rara vez era en enfermedad del cuerpo o necesidad del alma para socorrer misericordioso a la una y a la otra. De su castísimo recato quiero mencionar aquí un ejemplo. Yendo por un camino el padre Pedro Pinto con un hermano, y llegando a una choza sin gente cerca de la noche, acertó a llegar a ella una mujer de pocos años sola; entonces el padre que ya estaba tratando de disponer la cama, al punto la cogió y sin reparar en lo áspero del camino y que no había en mucho trecho donde recogerse, siendo ya de noche se puso a caballo sin temor a los malos pasos, lodos y laderas mojadas y volvió atrás a una estancia distante más de una legua, lloviendo antes y después las nubes con grandísimo tesón. ¡Oh, cuánto le estimaría la Purísima Virgen esta acción heroica a su casto devoto!

Por el amor que el padre Pedro Pinto tuvo a esta Señora, cuidó por espacio de 16 años de una congregación dedicada a su gloriosísima Asunción. Y aunque los congregantes de ella son la gente humilde de la República, los llamaba el padre los príncipes, o por no ponerles el nombre con que otros los abaten, o por dar a entender que sirviendo como hijos a tal Reina, eran príncipes   —164→   en esta vida y llegarían a ser reyes en la otra. Para que consiguiesen esta corona cuidaba grandemente de sus conciencias haciéndoles que confesasen y comulgasen a menudo. Trataba las paces entre ellos cuando el demonio enemigo sembraba entre ellos semillas de las discordias y enemistades. Aconsejábales y ayudábales a tomar estado en que sirviesen a Nuestro Señor y no tuviesen ocasión ni excusa de vivir en pecado mortal. Tenía trazas para socorrerles en las necesidades de su pobreza. Y siendo el padre de tanto interés para los otros, fue en sí tan desinteresado que jamás admitió de sus congregantes regalo alguno que le ofreciesen; y con tener en su congregación muchos y muy buenos oficiales que le querían como a padre, jamás les pidió hiciesen por él obra alguna ni aún que le dorasen siquiera una medalla para el rosario. Nunca les pidió ni agravó con derramas para las cosas de la congregación y para las que hizo en su lustre y adorno; juntó cantidades considerables por otros caminos valiéndose de otras personas ricas y hacendadas.

Como la santidad no sólo consiste en hacer sino también en padecer, quiso Dios labrar para santo al padre Pedro Pinto dándole graves enfermedades y entre ellas la última fue una relajación de estómago que le duró por espacio de año y diez meses, y con su porfiada y continua evacuación le fue poco a poco consumiendo la vida. Rendido en la cama con los dolores no dejaba de hacer obras heroicas. Viendo que no podía ayunar en la última cuaresma de su vida por impedirlo su terrible enfermedad, se resolvió a no beber gota de agua en toda ella y cumplió su resolución en medio de la grandísima sed que le causaba la mucha evacuación. Ni aun en la cama fatigado con dolores omitió sus ejercicios espirituales y viendo que ya no podía leer lición espiritual, pidió afectuosamente que cada día se le leyese por espacio de media hora y algunas veces de hora entera un hermano estudiante, a cuyos ecos respondía con oraciones jaculatorias tan encendidas, que quedaba admirado y juntamente edificado el que leía. Tampoco dejó su celo el ministerio de aprovechar a sus congregantes, pues aun en la misma mañana del día en que murió los estuvo confesando hasta que pasando por el tránsito el padre Juan Manuel que entonces era rector, y sabiendo que no se había desayunado el enfermo por no faltar al consuelo de los penitentes, les dijo caritativo: «dejen vuestras mercedes al enfermo   —165→   que está muy al extremo, y vénganse conmigo que yo los confesaré».

Llegó el día 25 de mayo del año de 1645, en que nuestra madre la iglesia celebró la Ascensión de Nuestro Redentor a los cielos, y en este tan festivo día se desayunó el devoto padre con la sagrada comunión sin saber si era aquel su último día cerca de las seis de la noche reconociendo en sí más que ordinaria flaqueza pidió le ungiesen con el Óleo Santo. Fue a verle el padre rector Juan Manuel, con quien el moribundo tuvo una conversación digna de escrebirse aquí. Mostró el deseo que tenía de morir diciendo: «ojalá fuese Dios servido, que en día de su gloriosa Ascensión, cuando colocó en el cielo su santísima Humanidad como prenda de los que han de entrar en la gloria, fuese yo a verle y gozar de la fiesta deste día; pero un pecador como yo, ¿cómo tiene esta confianza? Fío, mi padre rector, de la merced que me ha hecho este Señor, de que haya vivido en su santa compañía y de que muera en ella que le tengo de gozar. Fío que Su Majestad habrá recebido en descuento de mis pecados este año y diez meses de enfermedad». Díjole entonces el padre rector, que era certísima la promesa en que se fundaba su esperanza, pues era la palabra de Dios. Añadió que lo que tocaba al morir en el día presente de la Ascensión, lo dejase en las manos del Señor que podía ser le quisiese dar vida para trabajar con tantos pobres. Aquí es de advertir que reparando el padre rector que en otras ocasiones que el padre Pinto había estado conocidamente en riesgo de morir, había cobrado salud y vida por medio de la Virgen Santísima, y le dijo que hablando con esta Piadosísima Señora le dijese: «In manus tuas Domina commendo spiritum meum». Oyendo el enfermo estas palabras mostró gran ternura y se resignó muchas veces con actos de conformidad con la voluntad de Dios acerca del día y hora de partir desta vida. Preguntole el padre rector en quién había puesto los ojos para que le sucediese en el cargo de prefecto de la congregación, y con grande humildad le respondió: «¿Padre mío, eso me pregunta vuestra reverencia a mí? Haga la santa obediencia lo que le pareciere». Después de haber dicho el moribundo estas cosas, le dio en la conciencia un remordimiento muy semejante al escrúpulo que tuvo el gloriosísimo patriarca Santo Domingo en la hora dichosa de su muerte. Declaró este santo a sus hijos que moría virgen por la   —166→   misericordia de Dios, y habiéndolo dicho con muy buena intención le vino escrúpulo de si había tenido alguna vanidad y se reconcilió con el padre prior. Casi lo mismo le sucedió al padre Pedro Pinto, pues habiendo significado con su palabra el deseo que tenía de morir el día de la Ascensión y la confianza que tenía de salvarse, le dijo al padre rector: absuélvame vuestra reverencia destas cosas que he dicho si acaso se ha mezclado alguna vanidad. Respondiole el padre rector que no había sido malo sino bueno su intento, y que no tenía por qué escrupulizar en haberle hablado con claridad de lo que sentía en su conciencia. Por último le rogó al padre rector le diese licencia para que lo echasen en el suelo a morir. Respondió el padre rector que hacía bien en querer imitar a Cristo, no sólo en la suma pobreza y desnudez en aquella hora, sino también en la dureza de la cama cual fue la cruz. Que bien sabía que Dios recebía los buenos deseos y premiaría el suyo, y que se contentase con esto. Pero parece que Dios quiso condescender con él, pues muy poco antes que expirase, fue necesario levantarle y ponerle en el suelo y de allí a poco que le volvieron a la cama, expiró a los 26 de mayo del año de 1645, contándosele cincuenta y tres de edad, treinta y siete de compañía y diez y ocho de profesión solemne.

Llegose el tiempo de amortajar al difunto padre que en su vida quiso ser tan pobre como lo es un muerto, y así su ordinaria pretensión con los hermanos roperos, que le diesen vestido tan desechado, que con él le pudiesen enterrar. Al tiempo de desnudar el cuerpo para amortajarlo, hallaron al padre Pinto imitador de San Pedro ad vincula. Y no lo digo sin fundamento, pues tenía ceñida al cuerpo una cadena de hierro pesado y tosca para que los eslabones más cruelmente le martirizasen. Raro penitente, pues no contento con los dolores involuntarios de la enfermedad que le atormentaban, añadió las penalidades voluntarias de los eslabones que le afligían. El padre rector Juan Manuel mostró la cadena a los sujetos de su comunidad religiosa, los cuales grandemente se edificaron sabiendo que el padre Pinto siendo así que tenía tan consumido el cuerpo con mal tan prolijo, tuvo espíritu de mortificación tan fervorosa.

El día siguiente se le hizo un solemne entierro y acudieron a él los príncipes de su congregación con lágrimas en los ojos, con sentimiento en el corazón y muchas hachas y cirios en las manos.   —167→   Hiciéronle un novenario de misas cantadas juntamente con doce rezadas cada día, y al nono le hicieron solemnes honras mostrándose buenos hijos con el padre amoroso de su espíritu, pero mayores honras le haría el Hijo de María Santísima al alma del padre Pedro Pinto en el cielo a que nos da motivo, lo uno el ajustado proceder de su religiosa vida; lo otro la devoción tan ardiente con que cada año celebraba la gloriosísima Asunción de su Madre, y así parece que en retorno le quiso llevar a los cielos en el primer día de la infraoctava de su triunfante Ascensión o subida a la gloria.



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