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ArribaAbajoCapítulo IX

Institúyese congregación de indios y negros con la advocación del Niño Jesús


Mucho cuidado daba al padre provincial Gonzalo de Lira, el ver que había llegado el año de seiscientos y trece sin haber podido poner en la casa de Tunja un operario de indios que entablase la Congregación del Niño Jesús que la deseaba mucho por el copioso fruto que esperaba de su institución en indios y negros, y con haber falta de sujetos le dio tanta priesa el celo, que aún con incomodidad de otro puesto sacó de él un operario para este ministerio.

Cúpole la dicha de entablar esta congregación al insigne padre Juan Manuel, el cual con su gran capacidad y con su fervoroso celo entabló de suerte que ni había más que pedir ni más que desear en ella. Impúsolos en que acudiesen todos los domingos a aprender la doctrina cristiana y a oír las pláticas que les hacía con mucho espíritu acomodadas a sus capacidades cortas.

Confesaba a los indios y negros a menudo y estableció que por lo menos comulgasen los congregantes por modo de comunidad cinco veces al año en los días que tenía señalados. En estos se les cantaba una misa con mucha solemnidad y luego se les hacía una plática acerca de la comunión sacramental. Después de la misa iban llegando a comulgar de dos en dos con sus velas encendidas en las manos tan modestos y devotos, que causaban devoción a las personas españolas que ponían en ellos los ojos y de ellos les salían lágrimas nacidas de lo que miraban. A estas comuniones generales acudían no sólo los indios y las indias que vivían en la misma ciudad de Tunja sino también los que moraban en los pueblos circunvecinos. Esta introducción fue tanto más digna de loa cuanto era más vituperable el abuso que antes estaba introducido, porque cual y cual era el indio a quien daban   —372→   la comunión en el artículo de muerte y era rarísimo el indio que cumplía con el precepto de comulgar por Pascua Florida porque erróneamente juzgaba que los indios eran por su rudeza incapaces de la comunión, y a la verdad ha mostrado la experiencia que se hacen muy capaces si el celo trabaja en enseñarlos.

Con estas confesiones y comuniones se ha visto una gran reformación de costumbres en los indios y en los negros. Antes en los indios era vicio como natural la embriaguez y en algunos se ha experimentado que después que confiesan y comulgan se han corregido de suerte que ya no se embriagan. Muchas indias se han conocido que siendo de poca edad han tenido valor para resistir a las solicitaciones de personas españolas que combatían su castidad. Ya se recataban de cometer los pecados que antes solían hacer sin recato. Era esto de manera que extrañaban cualquiera culpa que vían en un cofrade del Niño Jesús pareciéndoles que siendo de la cofradía habían de evitar toda culpa, y por eso cuando vían alguna en alguno de los congregantes le decían: «Cómo haces esto siendo hermano de la Cofradía del Niño Jesús». Para conservar a los indios y negros en virtud y para corregirles en los defectos según las reglas que dicta la prudencia, tenía el padre fiscales fidedignos que le avisasen.

También tenía misericordiosa providencia para con los enfermos señalando congregantes que tuviesen por oficio darle noticias de los que enfermaban. En dándoselas iba a visitarlos, procuraba que se les socorriese con lo necesario de medicinas y sustento. En lo que ponía más solicitud era en el bien de las almas procurando que las tuviesen limpias por medio de la confesión y que ninguna se le fuese a la otra vida sin haber primero recebido el sagrado Viático y sin haberse fortalecido con la Extremaunción.

Para que las almas de los indios desvalidos y de los pobres negros no fuesen (como suelen decir) ánimas solas, disponía que entre año se juntase limosna para que los clérigos y los religiosos que la pueden recebir dijesen misas por los difuntos de la Cofradía del Niño Jesús. Y después del día que la iglesia tiene dedicado para todos los finados se ordenó que en nuestro templo se hiciese cada año un solemne funeral con su túmulo, muchas velas, misas y con las demás cosas que se acostumbran en los funerales.

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Quizás porque con estas y con otras obras ayudó el padre Juan Manuel a los miserables indios y negros de Tunja, dispuso Dios que al cabo de muchos años de ausencia se fuese a morir a Tunja. Allí le dio la última enfermedad y en todos los días que le duró le iban a asistir algunos de estos pobres, y por no añadir desconsuelo a su aflicción se les permitía que también de noche le asistiesen. Allí murió, y el padre Julio Ledi, que entonces era actual rector le besó los pies con lágrimas en los ojos y abrió los labios diciendo: «A este santo varón no le han conocido; a sus pies habían de estar las coronas y bocas de muchos». A donde él misericordiosamente enterraba a los pobres está sepultado, y es cierto que fue un montón de escogido trigo porque cuando vivía aún estando ausente de Tunja, sustentaba en espíritu con cartas y otras diligencias a sus congregados, y después de enterrado como trigo o alcanzado de Dios que haya multiplicos espirituales en esta pobre gente.



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ArribaAbajoCapítulo X

Baptismos de algunos indios


Cazadores de Jesús han sido los operarios de la Compañía, pero muy diferentes de los cazadores del mundo, porque estos andan en busca de las fieras para darles la muerte con el fuego de la pólvora; mas aquellos andan buscando los brutos gentiles para darles la vida con el agua del baptismo. El año de veinte y ocho pasaban de tres mil los que se habían baptizado en la comarca de Tunja por mano de nuestros operarios, y es el caso que se encontraban muchas veces con indios ya viejos que por haberlos baptizado no sé quién sin haberlos catequizado ni haber entendido ellos lo que era baptismo, ni para qué lo recebían era preciso el catequizarlos y hacer todas las demás cosas que deben preceder al baptismo de los adultos, y así habiendo hecho esto los baptizaban.

La primera cosa con que se encontraron en el año de once fue con la de cinco infieles de los llanos, en cuyo catecismo era preciso el valerse de intérprete que supiese su lengua y entendiese la nuestra. Andaban ansiosos en busca de él por no perder la presa y a este tiempo proveyó el Señor de un indio que pasaba por esta ciudad a la de Santa Fe, y tan de paso que no estuvo en Tunja más tiempo del que fue necesario para catequizarlos, de suerte que después de baptizados yendo a buscar al intérprete para que los hablase ya se había ido. Dos de ellos murieron felizmente tres días después que fueron bañados con aquellas aguas que les dieron la vida.

Referiré aquí dos casos en particular para que se vean y se alabe a Dios Nuestro Señor por los efectos de su divina predestinación. Pasaba a media legua de esta ciudad en lo riguroso del sol de mediodía una india muy cristiana de la Cofradía del Niño Jesús, el cual la movió a que se apartase del camino a buscar algunos palos de leña para que hallase a uno de sus predestinados. Vio tendido en medio de un cieno a un indio viejo que según el aspecto pasaba de noventa años su edad; estaba desarrapado, ciego, y pisado de los gallinazos, y según eran las pocas   —375→   fuerzas con que el miserable podía defenderse de aquellas aves voraces le hubieran maltratado mas si no hubiera tenido a su lado un perrillo que había criado el cual con ladridos espantaba de cuando en cuando a los gallinazos para que no hiciesen mal al indio que dándole un hueso le había a él hecho mucho bien. Enterneciose la buena india con la vista de aquel espectáculo miserable, y dándole priesa la compasión se fue corriendo a nuestro colegio y dio aviso de lo que había visto al padre cofradía el cual salió al punto en busca de cabalgadura y de gente que trajese al indio, y todo parece lo tenía Dios a punto para remedio y salvación de aquel pobre. Trajéronle y llegó tal que no parecía hombre vivo sino un cuerpo muerto porque la hambre, la vejez y el desabrigo del campo lo habían puesto en tal estado que no oía ni hablaba. Trató el padre de que reviviese y para este efecto le fue dando unos bizcochuelos remojados en vino con que fue volviendo en sí y estuvo para dar cuenta de cómo no estaba solo baptizado mostrando grandes deseos del baptismo. No lo dejó el padre hasta tenerlo muy bien catequizado; baptizole y lleváronle al hospital donde quiso Dios que le durase tres días la vida para que hubiese muchos testigos oculares de la piedad que su divina misericordia había usado con aquella alma tan olvidada de los hombres como preciosa en su divino acatamiento.

Hubo en esta ciudad un negro de Guinea que casi llegó a vivir cien años y lo más de ellos había estado entre cristianos y era tan ladino como cualquier español. Habiéndole examinado los nuestros algunas veces para conocer si había sido válido su baptismo no había querido descubrir la duda que le causaban las preguntas que en el examen le hacían los padres porque temía que harían burla de él si públicamente lo baptizaban. Al fin estimulado de su conciencia y tocado de Dios habiendo estado algunos años antes tan enfermo que no se podía menear en la cama hizo que le subiesen a caballo y se entró un día en nuestra casa en busca del padre de la cofradía el cual, cuando vio al viejo con grandes ansias de baptizarse y con muchas lágrimas de pesar por no haber sido baptizado antes se enterneció con él y habiéndole dispuesto le baptizó y dentro de pocos días murió habiendo recebido todos los sacramentos con grandísimo consuelo suyo dejando a muchos envidiosos de ver el fervor con que dio su alma al que la crió.



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ArribaAbajoCapítulo XI

Llevan dos de la Compartía a un enfermo en sus hombros al hospital


Muchos motivos hay por los cuales deben con especial cariño mirar los de la Compañía al hospital de Tunja. El primero no es particular sino común a todos los hospitales y es porque en ellos se curan unos hombres enfermos que representan a un Dios Hombre dolorido que recibe los obsequios que se hacen a los enfermos como si se hiciesen a su misma persona dolorida. El segundo motivo y especial para los de esta provincia es porque el hospital de esta ciudad caritativamente recebía por huéspedes a los de la Compañía cuando no tenían colegio proprio donde vivir, y así es forzoso que viva en nuestros pechos una amorosa gratitud. El tercer motivo es el saber que desde que se fundó la casa de probación y no viciado en esta ciudad ha sido el hospital un lugar donde así los padres de tercera probación como los hermanos novicios han adquirido muchos méritos de humildad y caridad sirviendo en sus días señalados a los pobres enfermos, aunque ha habido tiempos en que algunos padres priores de la hospitalidad de San Juan de Dios eran tan fervorosos que se la querían hacer todo y no querían admitir a los de la Compañía para que los ayudasen en los ministerios humildes y sólo se holgaban de que fuesen a limpiar las almas de los enfermos con el sacramento de la penitencia.

Ya en el capítulo V toqué algo de lo que algunos novicios hicieron en este hospital, y ahora referiré un caso singular que mereció ser título deste capítulo. Dieron noticia en la Compañía de que estaba enfermo un indio y de que por su pobreza necesitaba de que en el hospital le diesen medicinas para recobrar la salud y el manjar para sustentar la vida. Con esta noticia se movieron fervorosamente un padre de tercera probación y un novicio   —377→   a querer llevar al pobre enfermo al hospital, y así le pidieron la licencia para hacerlo al superior. Diola y ellos le llevaron en medio de suerte que cada uno le iba ayudando a andar por su lado; mas como ya le faltase el vigor para proseguir el viaje acaeció el desfallecer en una de las calles más principales y más frecuentada de los vecinos. El desfallecimiento le causó compasión al padre y su humildad y caridad le movieron los dos brazos para que cogiéndolo en ellos lo llevase cargado en sus hombros a imitación de su Buen Pastor Jesús. Admiráronse de ver este espectáculo los que estaban en la calle, y uno de ellos llamando a un criado suyo le mandó que quitándole al padre la carga la llevase a cuestas, y otras personas hubo también que quisieron cargar al pobre movidas con el buen ejemplo del padre pero él no quiso dar a otro el honroso cargo que para sí había tomado ni dar a nadie su preciosa carga, y así la llevó hasta que le faltaron los bríos con el cansancio, y entonces el hermano novicio imitó al padre llevando el peso a cuestas hasta el hospital. Allí si hubieran podido le hubieran dado la salud, pero esta solamente la puede dar Dios y la da milagrosamente cuando quiere como se verá en el capítulo siguiente.



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ArribaAbajoCapítulo XII

Da Dios la salud a una enferma por medio de las imágenes de santos de la Compañía


Porque no podían mucho a mucho iban poco a poco los padres rectores ejercitando la virtud de la religión con los actos de aderezo y aliño del templo de la Compañía. Para este efecto dispuso uno de los rectores que un escultor labrase en Santa Fe 3 imágenes de bulto, la primera de nuestro primer padre y fundador San Ignacio, la segunda del hijo de su espíritu San Javier y la tercera del beato Luis Gonzaga. Cuando ya los santos bultos estaban acabados y cerca de la ciudad de Tunja se trató de que toda la ciudad saliese a recebirlos con reverencia religiosa y traerlos con procesión solemne a la iglesia de la Compañía. Llegó el rumor desta acción a los oídos de una mujer tan impedida de un brazo, que había siete meses que no era señora para poderlo mandar ni hacerlo que se menease para cosa alguna; y aunque le habían aplicado muchos medicamentos ninguno le había aprovechado. Había oído decir esta afligida mujer que cuando entraban de nuevo algunos santos en las ciudades solían hacer milagros, y así deseosa de recobrar por milagro la salud que no había podido cobrar por la medicina, salió con los demás de la ciudad al recebimiento de las tres imágenes de nuestros santos a quienes pidió con todo afecto la sanidad de su brazo, pero no sintió luego el del poder de Dios ni vio luego la mano que con su Majestad tenían los tres santos como privados suyos y así se volvió a su casa y preguntándole cómo le había ido respondió que estaba muy desconsolada porque se volvía tan mala como había ido; pero de ahí un rato se consoló cuanto se puede pensar, pues pidió un hueso y teniéndolo en la mano se halló con el brazo bueno y se puso a hilar sin dolor alguno y con mucha agilidad. No retardó los agradecimientos para otro día; en el mismo de la bienvenida de los santos se   —379→   partió a darles los agradecimientos por el beneficio y a ofrecerse para servirles devotamente todo el resto de su vida. Este caso se autenticó tomándolo por fe y testimonio y causó gran devoción a los santos en algunas personas de la ciudad.

Celebraron devotamente a los tres santos recién venidos con religioso culto en nuestra iglesia. Colocáronlos en el altar mayor, pero no en nichos porque no hubo retablo en muchos años por no tener la casa caudal con qué hacerlo hasta que el padre Francisco de Ellauri, que fue fervoroso novicio en ella, siendo después su rector, puso todo su conato en solicitar limosnas, y a costa de muchos trabajos y desvelos hizo un muy excelente y muy vistoso retablo con sus nichos, donde con excelente disposición se pusieron los tres santos y otros muchos juntamente con ellos. La capilla mayor donde están se debe a la arquitectura del insigne hermano padre Pedro Pérez que la labró y es una de las mejores que hay en este Reino. No puedo dejar de decir aquí lo que sucedió con el cuerpo difunto de este su arquitecto. Al cabo de más de ocho años después de enterrado trataron de trasladar su cadáver a la capilla mayor que había fabricado, y certifican personas de toda autoridad que estando comidas de la tierra las carnes, los huesos estaban con su trabazón y el vientre sin corrupción ninguna, y que para juntar unos huesos con otros doblaron el cuerpo y entonces vieron que vertió del lado del vientre mucha sangre tan fresca como si estuviera vivo, y que tenía tan buen olor que no se podía mejorar en este mundo.



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ArribaAbajo Capítulo XIII

Festejan la beatificación de San Francisco de Borja y lo eligen por patrón contra los temblores


Llegó desde Roma a Tunja la sagrada Bula de la beatificación del gran general de la Compañía San Francisco de Borja, y habiéndose recebido con mucho aplauso dispuso la devoción hacerle muchos festejos, así en lo secular como en lo eclesiástico, conque la celebridad correspondió a la una y otra vida del santo a lo que tuvo secular y a lo que profesó eclesiástico. En lo eclesiástico hubo en la duración de nueve días solemnes vísperas, misas celebradas con mucha armonía de músicas, sermones predicados con grande ingenio y una procesión de mucho concurso que con velas encendidas en las manos acompañaba la imagen de este grande de entrambas cortes de la de Madrid y de la del cielo. En lo secular le festejó todo lo noble de Tunja que era mucho y no poco ilustre. De noche hicieron fuegos artificiales, encendieron luminarias, pasearon la plaza y calles con vistosas máscaras. De día jugaron toros, corrieron a caballo y mostrando su destreza muchos jinetes que entonces se preciaban de saber picar y correr a caballo y estaba la caballería muy en su punto.

Para que no se arruinasen los altos edificios de la ciudad con los temblores, y para que con sus ruinas no pereciesen algunos de los vecinos, trataron de tomar por su patrón y abogado contra los temblores a este gran santo que de humilde mientras vivió en la tierra daba cada día ósculos a la tierra, y de temeroso temblaba de los juicios de Dios. Hicieron voto de hacerle fiesta y de guardarla todos los años en reconocimiento de que para el dicho efecto lo elegían por su abogado. Desde entonces el milagro continuo de su abogacía y patrocinio ha sido detener la justicia divina para que no castigue con terremotos a los pecadores de esta tierra, pero en verdad que si le faltan al culto que le tienen prometido sabe hacer que haya temblores como se verá por el caso siguiente:

Víspera del día del santo sucedió que a un nuevo cura que había venido a la ciudad le dijeron que había de ir en procesión a la iglesia de la Compañía por ser San Francisco de Borja votado   —381→   por patrón de la ciudad. Rehusó el ir a la procesión y en aquella noche hubo un terrible temblor y el cura cayendo en la cuenta porque no se le cayese la casa (que era muy alta) encima, prorrumpió en voces altas diciendo: «Ah santo mío San Francisco de Borja, perdonadme que no sólo iré a la procesión sino que cantaré la misa y haré cuanto fuéredes servido». Cumpliolo yendo el día siguiente a la Compañía y haciendo las demostraciones que supo y pudo en honor de este gran santo que quiere que le cumplan fielmente la palabra que le tienen ofrecida.

En un pueblo llamado Siachoque, distante de Tunja dos leguas, se conmovió la tierra y hubo un grande temblor y asustados el corregidor y su consorte se arrodillaron ante una imagen de San Francisco de Borja, y pidiéndole favor prometieron mandar decir una misa en su honor el día siguiente. Cesó al punto el terremoto y al amanecer llevaron al altar de la iglesia un cuadro del santo. Cantó la misa el cura y al tiempo de la consagración afirmó que había sentido tan celestial fragancia que juzgó no podía ser de la tierra. Advirtió también el cura que salía un sudor de la mano en que tenía el santo la imagen del Crucifijo y que de las gotas del sudor se formaba una cruz; llamó al corregidor para que la viese, viola él y otros muchos españoles que estaban presentes y el pueblo todo de los indios; duró este milagroso sudor hasta las cuatro de la tarde y con él se movieron a festejar el santo en el domingo siguiente y le hicieron una fiesta muy ostentosa.

Como San Francisco de Borja fue tan grande imitador de su padre San Ignacio en la tierra, ha querido también ser imitador en el cielo de sus milagros, y así en las Annuas del año de seis cientos y quince se escribe que estando tres mujeres apretadas con muy dificultosos partos y con mucho riesgo de perder las vidas les dio un padre de la Compañía una firma de San Francisco de Borja después de haberlas confesado encargándoles que se encomendasen mucho a él y que dentro de poco tiempo parieron con felicidad. Donde más resplandeció el milagroso poder de este humildísimo grande, fue en el parto de una mujer que estuvo cuatro días en el potro de los dolores con el niño ya muerto en el vientre y desesperando todos de su vida llamaron a un padre devoto de San Francisco de Borja el cual muy confiado dio su firma y aplicándola a la paciente, el niño que había veinticuatro horas que tenía un brazo solo afuera, salió del todo afuera dejando a su madre con la vida.



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ArribaAbajo Capítulo XIV

Desde el pueblo de Chitagoto se traslada a la ciudad de Tunja una imagen de San Francisco de Borja


Un caballero de Tunja llamado de Moxica, encomendero de Chitagoto hizo colgar con singular piedad un lienzo de San Francisco de Borja en la iglesia de su encomienda. Allí se fomentó mucho la devoción del santo padre porque obró muchos milagros que están examinados y aprobados con informaciones jurídicas hechas por orden de los señores arzobispos. Lo admirable de aquella imagen era que frecuentemente sudaba, y habiéndose hecho no pocas experiencias siempre se reconoció que era milagroso el sudor y se vía en los efectos, pues los recogían en algodones y aplicándolos a varias enfermedades cobraban los dolientes la salud. En Chitagoto fundaron una cofradía con el título deste grande de la corte del cielo, y como eran labradores los cofrades acudían en tiempo de secas a pedirle el agua y les daba las lluvias en la ocasión oportuna.

Estas cosas iban aconteciendo cuando adoleció de muerte el caballero Moxica, y testando declaró que era su última voluntad que su imagen de San Francisco de Borja se llevase a nuestro Colegio de Tunja. Empezó esta ciudad a arder en deseos de traerla, y así convocándose unos a otros partieron al pueblo donde estaba la imagen juntamente con el padre rector de nuestro colegio. Cantáronse dos misas en reverencia del santo a la solemnidad de su partida. En la que cantó el padre doctrinero de Sátiva empezó a variar colores la imagen destilando gran copia de sudor y por dos veces interrumpió la misa porque asombrado con lo que vía no acertaba a pasar adelante y tomó por medio el cubrir la imagen con su velo para poder acabar el sacrificio.

Acabado éste sacaron la santa imagen con llantos y con júbilos; los llantos eran del pueblo que dejaba que le llevasen su   —383→   querido santo; los júbilos eran de los que lo llevaban. Cuando llegaron cerca de Duitama salió a recebirle el pueblo con sus imágenes, pendones y chirimías y colocándole en su altar mayor le festejaron por espacio de tres días con grandísima solemnidad. De allí sacaron la imagen con acompañamiento copioso de españoles y de indios. Los de Tunja alcanzaron con ruegos que entrase de camino la santa imagen en la iglesia, y en verdad que les entró el bien a su tierra porque estaba muy seca y casi perdidas las sementeras por falta de agua. Supieron pedirle como debían y por eso el santo con su intercesión hizo que las nubes les diesen toda el agua necesaria. Por este beneficio se aficionaron más a San Francisco de Borja y rogaron al padre rector que dejase su imagen en Tunja prometiendo que a su costa le labrarían una capilla y que con el trabajo y sudor de sus rostros comprarían adornos para un santo que tan milagrosamente sudaba. De más a más prometieron en retorno deste beneficio cien pesos de limosna al Colegio de Tunja.

No tuvo efecto su petición porque era preciso cumplir la voluntad del testador llevando la imagen a Tunja. Toda ella salió al recebimiento yendo unos a caballo y otros a pie. A una legua de distancia pusieron los alcaldes y personas de más estimación la imagen sobre sus hombros y caminaban así hasta los umbrales de Tunja. Aquí hallaron unas andas ricamente aderezadas con joyas en que pusieron al santo, y tomándole en hombros los sacerdotes lo llevaron a boca de noche con gran copia de luces que la esclarecían al convento del seráfico padre por cuya devoción le habían puesto el nombre de Francisco. Recebiole el padre provincial que a la sazón estaba allí con todos los religiosos de su comunidad, que colocándole en un rico altar religiosamente le dieron la bienvenida con sonora música. Lo mismo hicieron las religiosas de Santa Clara, a cuyo convento inmediatamente llevaron la imagen porque después de la celebridad que hizo el convento de religiosos del patriarca Francisco era conforme a buen orden que se siguiese el convento de sus religiosas hijas en festejar a este otro Francisco, y lo hicieron pidiendo con instancia que les dejasen por toda la noche el lienzo del santo, en cuya presencia se estuvieron velando con oraciones y con músicas angélicas.

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El día siguiente que fue víspera de la fiesta del mismo San Francisco de Borja se llevó su imagen con solemnísima procesión a la iglesia mayor donde el vicario y el cabildo secular gustaron de que se celebrase la fiesta del santo como de patrón. Cantó las vísperas de este Francisco grande el padre provincial de San Francisco con gran solemnidad, y el siguiente día cantó la misa y predicó a ella un padre de los nuestros los elogios del santo festejado con grande concurso de lo noble y de lo plebeyo.

A la tarde por petición piadosa de las monjas de la Purísima Concepción de la Virgen Santísima se llevó la imagen a su convento donde la pusieron en un altar con grande copia de luces y le cantaron angélicamente muchos motetes, y después de este festejo, caminando con religiosa procesión entró el santo en su propria casa de la Compañía y lo colocaron en un altar de prestado hasta que andando el tiempo le hicieron tabernáculo en que está al presente, teniendo a sus dos lados a los dos angélicos mancebos San Luis Gonzaga y San Estanislao. La imagen de San Francisco de Borja es muy venerable, tiene el rostro señalado con los hilos y listas del sudor, reconcilia devoción en los que lo miran. Muchos han visitado devotamente esta imagen mandando decir misas, encendido luces, hecho novenas y ofrecido votos. El que la ciudad le consagró para que la patrocinase en los temblores, lo cumple inviolablemente en los meses de octubre, y el santo cumple en el cielo eficazmente con su patronato alcanzando de la divina justicia que no castigue esta tierra con la ruina de los temblores.



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ArribaAbajo Capítulo XV

Muéstrase algo del fruto que se ha cogido con los ejercicios espirituales de nuestro padre San Ignacio


Nuestra casa de Tunja por ser de probación y de noviciado ha excedido a los demás colegios en la repetición de los ejercicios de nuestro padre San Ignacio porque en los otros colegios se retiran a hacerlos una vez al año, pero los que están en el de la tercera probación los hacen más veces, y cada uno de los novicios se ocupan en hacerlos dos veces cada año. Los operarios de este colegio, como tan prácticos han dado estos ejercicios a las religiosas de los dos conventos que hay en esta ciudad y han sacado mucho fruto de ellos y quedado algunas con tanta afición que tienen trasladados los ejercicios y devotamente los practican de cuando en cuando. También los han dado nuestros operarios a algunos seglares en nuestra casa, y de algo de los frutos que han cogido hablará este capítulo sin prolijidad.

Fue el doctor don Juan González un eclesiástico de grande capacidad pero empleábala mal en divertimiento. Quiso Dios convertirlo a sí, y para este fin le movió a que tomase el medio de hacer en el noviciado los ejercicios que tantas almas han convertido. Correspondió a la divina inspiración y de tal suerte se ilustró su buen entendimiento con las meditaciones, que se trocó del todo su voluntad y se mudó en otro hombre muy diferente del que había sido, y sin duda hubiera entrado a ser novicio nuestro si las obligaciones de pariente[s] pobres no le hubieran cerrado la puerta. Salió de la de los ejercicios tan otro que los muchos que antes le buscaban para los placeres y entretenimientos ya huían de su comunicación y sólo se le llegaban los que apetecían ir a la senda derecha por donde él caminaba.

Entregose mucho a la oración y mortificación y con estas dos alas dio tales vuelos de espíritu que los que miraban sus ejemplares   —386→   obras decían que el doctor Juan González era un santo. Escrebió sobre los ejercicios de nuestro padre San Ignacio las ponderaciones que le habían hecho fuerza para su desengaño y para desengañar con ellas a otros las comunicó primero manuscritas a las monjas del convento de Santa Clara de Tunja y después las imprimió con título de Semana Espiritual. Dio en predicar con mucho espíritu no parando en las vivezas de su ingenio sino pasando a mover las voluntades de sus oyentes a toda virtud empleando bien el gran talento de púlpito que su Señor le había entregado. Diéronle bien en qué entender los escrúpulos de su propria conciencia, y siendo tan capaz doctor que era el desahogo de pecadores que con él se confesaban, no acertaba a ser doctor para sí, y por eso acudiendo todos los días a nuestra casa se hacía discípulo de los que allí estaban de la Compañía tomando sus consejos y siguiendo sus pareceres. Sus comunicaciones eran todas de cosas de Dios y su ejercicio era llorar los pecados de la vida pasada. Con este tenor de vida perseveró hasta la muerte que le salteó siendo cura rector de la catedral.

Otro sacerdote hubo en Tunja que por su modo de proceder le llamaban Roberto el diablo, siendo su proprio nombre Vasco de Figueroa, y era de lo noble de Tunja. Resolviose a entrar en unos ejercicios por motivo de curiosidad, no por deseo de su desengaño. Viendo esto el padre que le daba los ejercicios, cogió un Santo Cristo, y llevándolo debajo la sobre ropa entró en su aposento preguntándole cómo le iba, y respondiéndole que le iba mal por el desabrimiento con que estaba, descubrió la imagen diciéndole: «considere quién ha puesto a Jesucristo de esta manera tan sangriento y tan llagado sino sus pecados, y dejándole la santa imagen se salió fuera del aposento. Quedó atónito el eclesiástico con la acción, comenzó a desengañarse y a llorar con tanto arrepentimiento que determinó evitar en adelante los pecados con tanta verdad y firmeza, que en más de diez años que vivió después de los ejercicios en el siglo, no cometió pecado mortal. Resolviose a apartarse del mundo y a dejar las comodidades de las rentas que gozaba; pero no ejecutó tan presto esta resolución porque dispuso la Divina Providencia que viviendo en su casa y en su patria edificase con su buen ejemplo a los mismos que había desedificado con su mal proceder. Retirose del mundo en el mismo mundo, entregose a la oración y acompañábala   —387→   con mortificaciones que hacía. Íbasele el alma en hablar de cosas de Dios cuya honra celaba mucho procurando que ninguno le ofendiese. A los pocos que había en este colegio los ayudaba confesando, diciendo misas y dando comuniones como si fuera uno de la Compañía y entró en ella dejando todas las comodidades que poseía y perseveró hasta la muerte en nuestra religión con edificación grande de los que lo conocían.

Un hombre secular entró a tener los ejercicios y salió de ellos tan aprovechado que se apartó de todas las ocasiones de divertimiento en que antes mortalmente se había entretenido y para más seguridad de su conciencia se enlazó con el santo matrimonio y vivió con su mujer tan lealmente, que no la hizo agravio con otra mujer, para lo cual le ayudó no poco el confesar y comulgar continuamente en nuestro colegio; y como de sus sujetos recebía tanto bien les pagaba y agradecido con sus demostraciones grandes de amor.

En Tunja nació Diego de Páez, que parece que nació para contrario de la Compañía porque era el que murmuraba de nosotros, el que nos tenía por invincioneros, el que solía motejar a los que nos querían bien y seguían nuestros consejos. Sin embargo de esto siguió la inspiración de entrar por ocho días en nuestra casa para practicar los ejercicios de nuestro padre San Ignacio, que lo mudaron del todo en otro hombre. Fuese a su casa y en ella vivía como un religioso, tenía todos los días muchas horas de oración; aunque se vestía de galas muy ajustadas al uso, ajustaba en lo interior el cilicio; fuera del uso común mortificaba su carne con disciplinas, y el regalo que antes había tenido en lo aliñado y compuesto de la cama lo cambió con dormir unas veces en el suelo y otras sobre una caja.

Seguíanle y perseguíanle los amigos y amigas que antes había tenido en el mundo. Poníanse como espías en las esquinas de las calles para atajarle los buenos pasos y volverlo a los divertimientos estragados, pero él tomaba el medio mejor que era huir para escaparse de sus asechanzas, y así muchas veces se encerraba en su casa echando a su puerta la llave por la parte de adentro. Cuando había de salir fuera para ir a la Compañía le acometía el demonio con una gran vergüenza de que le viesen entrar en ella y así andaba por rodeos de distintas calles para entrar en nuestras puertas, y también se valía de la capa de las tinieblas de   —388→   la noche para entrar escondido y desta suerte tenía la oración en el noviciado y tomaba disciplina en la capilla juntamente con los novicios. Al fin se resolvió a entrar en la Compañía para servir a Dios sin rebozos, y ejecutando su resolución vivió en ella con perseverancia en el estado de hermano coadjutor edificando a todos con su buen modo de proceder en la puntual observancia de sus reglas. Cuando siendo portero llegaban algunos seculares a la puerta, les decía muchos desengaños para que no siguiesen engañados a los enemigos del alma sino al que los redimió con su preciosísima sangre. No sabía qué hacerse de amor que tenía a nuestra religión con que les quitaba el desamor que antes había mostrado y al fin en todo mostraba ser buen hijo de San Ignacio.



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ArribaAbajoCapítulo XVI

Sucesos de algunos que dejando el noviciado han salido al siglo


No todas las aves que guareció Noé en el arca fueron palomas, otras muchas aves hubo de otras especies. Lo mismo podemos decir de los que se han acogido a la casa del noviciado de Tunja para no padecer en los diluvios de las culpas del mundo. No todos han sido palomas conforme a la revelación referida en el capítulo V; otros ha habido que se pueden comparar a otras diferentes aves, y cuáles sean estas yo no me atrevo a decirlo porque soy ignorante y así dejo la comparación a Dios Trino y Uno que es infinitamente sabio y sólo pondré aquí los que no me han parecido palomas.

Entró un hombre en el noviciado con designio de servir a Dios en el dichoso estado de hermano coadjutor y estuvo tan lejos de ayudar a la religión y cumplir con el buen designio de servir a Dios, que dio bastantísima causa para el efecto de su expulsión. Salió fuera, y para poder vivir le pareció oficio acomodado el ser alcaide de la cárcel de esta ciudad, y en ella como a delincuente le condenó a cuatrocientos azotes un señor oidor y fue deshonrado por las calles públicas el que en lo secreto y público estuviera muy honrado si hubiera perseverado en la religión. No sé en qué vino últimamente a parar, sólo sé que quien le conoció decía que tenía muy poca seguridad en el vivir y que traía el sobre escrito de expulso de la Compañía.

Un novicio había ya casi dos años que estaba en la casa de probación, y estando tan cercano a profesar en la Compañía se salió a hacer profesión de secular en el mundo y también salió de esta ciudad de Tunja, y tuvo tan mal viaje que dentro de poco tiempo le hallaron ahogado sin entender cómo ni de qué manera le había sucedido esta desgracia; sólo se entendió que   —390→   con ella castigó la divina justicia al que se atrevió a caminar dejando la casa de Dios, que si hubiera perseverado lo tratara en ella como padre de misericordias. Otro novicio estando en la primera probación se arrepintió de haber entrado en ella como si fuera de algún delito, y lo corrigió saliéndose fuera, y dentro de tres días se murió sin confesión. Plegue a Dios que haya sido con arrepentimiento de sus pecados y del desacuerdo de no haber perseverado en lo bueno que comenzó.

Estudiaba en el Colegio de San Bartolomé un convictor de buen ingenio con muestras de que había de ser gran letrado, y para tener la mejor sabiduría que es salvarse, tomó resolución de entrar en la Compañía y lo consiguió partiéndose al noviciado de Tunja. Sintiolo mucho su padre debiendo tener mucho gusto e hizo para que el hijo dejase lo comenzado sus diligencias, pero a todas ellas estuvo constante por más de un año en su vocación, habiendo de ser por toda la vida para bien ser. Después del año trató de volver las espaldas a Dios y de ir a ver la cara de su padre. Recebiole en su casa gustoso, mas sabiendo después su mal proceder tenía mucho disgusto y dejándose llevar de la ira le dio tantos azotes que de ellos o de la enfermedad que le causaron perdió la vida cuando se cumplía un año de su salida del noviciado; así el padre fue dos veces filicida de este miserable privando a su hijo, lo uno de la vida espiritual que tuviera en la Compañía, y lo otro de la vida corporal que pretendió conservase en su casa.

Convirtiose a Dios un sacerdote de Tunja y para que fuese más estable su conversión pidió ser recebido en la Compañía. A los principios estuvo muy estimador de su vocación pero poco a poco se fue entibiando para no conservarla. Llegose al padre rector que era el maestro de su espíritu y díjole que mandase darle su ropa porque estaba determinado a irse a vivir a su casa. Para que no lo hiciese le propuso muchas razones el padre rector y le ordenó que las meditase despacio para que no se perdiese su alma. O no las meditaba o era floja la meditación pues volvió muchas veces con su demanda, y así viendo el padre rector que los golpes de las razones daban en hierro frío le envió a su casa. En ella y en su patria lo pasaba tan pobremente en el comer y vestir como el hijo pródigo en la tierra extraña. Esto le obligó   —391→   a pedir dimisorias para dejar su domicilio como las había procurado para irse del noviciado. Llegó a Santa Marta donde el señor obispo le acomodó en un curato, pero él no se acomodaba al oficio, y por eso dejándole se partió a Cartagena donde se empleó en dar músicas y en darse asimismo a los vicios de la lujuria y embriaguez con que anduvo despreciado rodando por las tierras de esos dos obispados. Llegó a la villa de Mompós donde como otros suelen morir hidrópicos de agua fresca, murió hidrópico de agua ardiente y tan pobre que fue necesario pedir limosna para enterrarlo.



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ArribaAbajoCapítulo XVII

Cómo celebran los indios al Niño Jesús y un prodigio que obró la invocación de este dulcísimo nombre


Desde el principio de la fundación de la Cofradía del Niño Jesús han dado los indios muy buen principio a los años celebrando al Niño Jesús en el día de su Circuncisión. Ha sido para alabar a Dios el ver que los que antes eran gentiles y festejaban falsos dioses, ya convertidos a la católica fe se ocupen en ejercitar la virtud de la religión celebrando, adorando y reverenciando al Niño Dios. Eran y son de ver los aseos con que adornan nuestra iglesia de Tunja para la fiesta del día de Año Nuevo, la curiosidad con que adornan la calle por donde anda la procesión entre arcos vistosos de ramas y flores llenos de varios géneros de frutas y de diversos géneros de aves y de otros animales, el regocijo de danzas con que llevan la imagen del Niño Jesús y el júbilo con que acompañan la misma persona de Cristo escondida debajo del velo de los accidentes blancos del pan. A trechos de la calle levantan ricos altares y en cada uno de ellos hacen pausa poniendo la custodia sobre el ara y allí cantan villancicos en su honor, motetes en su alabanza, y luego después de haber entonado el versículo y responsorio canta el preste la oración del Santísimo Sacramento, y en metiéndolo en su sagrario y echándole la llave se da el fin a la fiesta.

Ya que he dicho con brevedad el modo con que festejan al Niño Jesús no será bien que calle un prodigio de la invocación deste dulcísimo nombre. Había ofrecido un mozo que tenía a su cargo un trapiche una limosna de miel de caña para socorro de nuestro colegio. Para hacernos este beneficio se puso a beneficiar la caña; ató al mayal un caballo que herido de un muchacho con el azote iba dando vueltas a las mazas que oprimiendo las cañas las dejaban molidas sacándoles todo el fuego; íbalas metiendo   —393→   el mozo entre las mazas y descuidado metió la mano entre ellas y sintiendo la opresión y sabiendo que en semejantes casos se han quedado algunos sin manos y sin brazos por habérselos molido como se muele la caña, invocó el nombre dulcísimo de Jesús y luego al punto (¡oh prodigio!) paró el caballo no obstante que lo hería el muchacho para que pasase adelante, conque sacó las manos de entre las mazas con unas heridas muy pequeñas en dos dedos, y cuando había de experimentar la amargura de los dolores y del verse sin mano experimentó que en la boca es maravillosa la pronunciación del nombre de Jesús y que éste en los labios es una sabrosísima miel: «In ora mel mirifitum».



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ArribaAbajo Capítulo XVIII

Castigo de uno que zahería la esclavitud del Santísimo Sacramento


No satisfecho el celo de los padres del Colegio de Tunja con haber persuadido la frecuencia de la sagrada comunión ni con haber entablado el jubileo de cada mes juntamente con otros en algunas festividades del año, se determinó a entablar una esclavitud del Santísimo Sacramento en el cual está realmente la preciosísima sangre con que fuimos redimidos del captiverio eterno de las culpas.

Comenzaron esta dichosa esclavitud a los doce de julio del año de seiscientos y quince. Mistáronse en ella pocas personas al principio, pero poco a poco fue creciendo mucho el número de los esclavos. Entre ellos hubo un sacerdote de los más principales de esta ciudad, hombre de muy buena vida y de igual fama que trató de que esta esclavitud se fundase en la iglesia parroquial y se uniese a la cofradía del Santísimo pero no prevaleció su dictamen, y viendo la devoción afectuosa con que los esclavos estaban orando una tarde en nuestra iglesia rogó con esclarecidas palabras al padre que había tomado a su cargo la esclavitud que le pusiese en el catálogo de los esclavos y él mismo dictó la fórmula con que había de ser escrito diciendo que se constituía por esclavo de los esclavos del Santísimo Sacramento, y con ser persona muy embarazada con muchas ocupaciones las dejaba todas las tardes y acudía con los otros esclavos a oír el punto y tener su oración.

En lo dicho se ha dado a entender que cada tarde se les daban puntos de meditación que tenían su oración mental, y era cosa de mucha edificación ver la gustosa puntualidad con que acudían, pues en oyendo la señal de la campana que se hacía a las cinco y media de la tarde dejaban las conversaciones y corrillos   —395→   los que se hallaban en la plaza y los mercaderes y tratantes que estaban en sus tiendas las cerraban, y los oficiales mecánicos alzaban la obra para ocuparse en oír los puntos y meditarlos. Experimentose gran provecho con esta esclavitud. Algunos que eran jugadores y de vida perdida dejaron esa vida y esos juegos y con su buen ejemplo y exhortaciones ganaron a otros para esclavos del Señor. Algunos mejoraron de suerte sus conciencias que sólo tenían faltas pequeñas que confesar.

Entre los hombres se matricularon también muchas mujeres por esclavas y tenían la oración en sus casas porque no era conveniente que la tuviesen en nuestra iglesia a la hora en que la tenían los hombres. Entre las otras esclavas se matriculó una matrona que era mujer de un hombre noble, el cual poco devoto y menos aficionado a esta santa esclavitud, viendo que la señora se recogía todas las noches en su aposento a tener su rato de oración mental, la maltrataba de palabra, la zahería y reñía mucho y murmuraba de los de la Compañía diciendo que eran invincioneros, y con estos malos tratos y malos dichos se hallaba muy afligida la devota mujer. No quiso Dios que lo fuese a pagar el hombre en la otra vida, y así en la que tenía de muy sana y robusta salud, le dio una tan recia y aguda enfermedad que le puso en gran peligro de morir. Abrió los ojos con el tormento y vio que era castigo que Dios le daba porque zahería y maltrataba a su mujer, y haciéndose cuerdo con la pena se enmendó de suerte que empezó a tener gusto de que su mujer lo hubiese tenido tan bueno que se hubiese hecho esclava de tan buen Señor y trató de imitarla, y así entrándole por las puertas de su casa la buena ocasión en que el padre que cuidaba de la esclavitud le fue a visitar como a enfermo, le rogó por amor de Dios que le recebiese a él y a un hijo suyo por esclavos del Santísimo Sacramento.



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ArribaAbajoCapítulo XIX

Cómo manifestó el Señor que no quiere que maltraten a los ministros de su altar


Llegó a la ciudad de Tunja un sacerdote religioso que desatento a las obligaciones de su hábito andaba apóstata en traje de secular. Descompúsose con un hombre honrado por verse sacerdote siendo así que por serlo debía ser más compuesto y más cortés; hiriole con la espada de su lengua diciéndole muchas palabras afrentosas, y como si esto fuera poco, echó mano a la espada para darle de espaldarazos con ella. El secular procedió tan remirado que poniéndose de rodillas le dijo que no quería pelear con un sacerdote y más siendo religioso, y le rogó que se fuese con Dios. No condescendió al ruego sino que colérico proseguía pertinazmente con el litigio, y entonces no queriendo sufrirle más el secular echó mano de otra espada con determinado intento de matar al sacerdote; pero aunque hizo mucha fuerza para sacarla de la vaina no pudo desenvainarla, siendo así que antes de este lance había tenido mucha facilidad en sacar la misma espada de su vaina las veces que quería. Con esta novedad advirtió que Dios no quería que tocasen a sus sacerdotes; desistió de su mal intento, huyó del sacerdote y arrepentido de su culpa se fue a confesar con un padre de nuestro Colegio de Tunja.



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ArribaAbajo Capítulo XX

No le molestó a un confesor la hediondez de una enferma mientras la confesaba


Los padres deste colegio han mostrado en varias ocasiones que son de una de las religiones mendicantes saliendo a las estancias a pedir limosnas cuando les obligaba la necesidad; pero en esas ocasiones no se han contentado con mendigar, sino que han añadido el ejercitar sus ministerios confesando y predicando, de que pondré aquí alguno o algunos casos.

Llegó un padre de estos mendicantes a un campo lleno de arboleda y entre ella había una casa donde halló alguna gente que le recebió con muestras de caridad. Allí yacía doliente de lamparones una mujer y los dolores la hacían aullar a manera de perro, y el padre entendió que lo era, pero los dueños de la casa le dijeron que era una enferma. Apenas oyó esto el padre cuando caritativo entró a consolarla en sus penas. Como era buen médico en lo espiritual trató de curarle el alma con la sangre de Cristo que se aplica en el sacramento de la penitencia que es el todo lo sana. Malísimo era el olor que exhalaban las llagas de los lamparones que la afligían y por eso entrando el dueño de la casa en el aposento le dijo al padre con voz baja que saliese afuera porque el pestilente olor que salía de aquellas llagas se le entraría en el cuerpo y le quitaría la vida. Respondiole como fervoroso ministro de Jesús: «en esto está mi ganancia. Quiero servir a Nuestro Señor en medio deste mal olor y con peligro de mi vida». Procuró consolar el afligido corazón de la doliente y exhortola también a que examinase su conciencia para echar por la boca con las palabras de la confesión la podre de los pecados que son de más mal olor para los espíritus angélicos que el hedor de las llagas corporales para los hombres. Tomó el consuelo y el consejo la doliente, y avisando que estaba ya examinada   —398→   entró el padre a confesarla y afirmó con la verdad que profesa decir como religioso, que en todo el tiempo que gastó en confesarla (que fue mucho porque había muchos años que no se confesaba) no sintió ningún mal olor y estuvo tan sin pesadumbre como si de ninguna manera exhalaran hedor los lamparones. Lo que no supo el padre decir fue si aquel efecto había sido sobrenatural o si lo había causado la grande atención que había puesto en el negocio de su salvación de aquella alma y de otras quince que en el mismo aposento confesó. Séase lo que se fuere, lo cierto es que es cosa admirable el haber sentido insufrible olor antes de la confesión y el no haber sentido ninguno mientras ésta duró.



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ArribaAbajoCapítulo XXI

Propósito firme de la enmienda de una india penitente


Bien pudiera prolongar el antecedente capítulo con el siguiente suceso: lo uno por ser de la misma materia de la confesión, lo otro por haberle acontecido al mismo confesor, pero juzgando que poco importa que los capítulos sean breves y que importa más que los sucesos se escriban con títulos distintos para que pueda hallarlos con más facilidad el que celoso quisiera referirlos a provecho de las almas, me he resuelto a multiplicar títulos aunque abrevie los capítulos.

Llegose a confesar con el dicho padre una india que se hallaba en el miserable estado de amistada torpemente con un mal hombre, y deseando ponerla en el buen estado de la gracia y amistad con Dios la halló indispuesta, y para ayudar a su disposición la dijo muchas cosas para que tuviese un eficaz propósito de romper el lazo de la lascivia unión y tomó por medio para este fin el dilatarle la absolución. Y en verdad que le aprovechó porque empezó a compungirse y a resolverse con propósitos tan firmes que los cumplió. Fue a buscarla el mal hombre para reiterar en su antigua maldad, pero hallola tan determinada a ser en adelante buena que le desechó de sí como a enemigo que había quitado la vida a su alma. El hombre dándose por ofendido empezó a maltratarla con golpes pretendiendo quizás alcanzar por fuerza lo que no podía de grado. Defendiose ella como mujer con las armas de las mujeres que son las voces, a las cuales acudió la gente de la vecindad, y poniéndose al lado de la pobre injustamente acometida la defendieron y libraron del agresor. Habiendo sucedido esta batalla se fue la penitente india y se postró rendida a los pies del confesor que sabiendo la victoria que había alcanzado y viendo que proponía pelear varonilmente en adelante para conseguir otras semejantes victorias, le concedió en nombre de Dios el beneficio de la absolución sacramental.



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ArribaAbajo Capítulo XXII

Da un buen consejo el ángel custodio a un hombre mal aconsejado del demonio


Con el ángel de la guarda (a lo que claramente se deja entender) y con el demonio de la perdición le sucedió un notable caso a un hombre el cual lo contó a un religioso de nuestro Colegio de Tunja y yo lo referiré aquí con puntual verdad para causarle al lector amor y obediencia al ángel de su guarda; odio y desvío al demonio de su perdición.

Haciendo un hombre viaje a cierto lugar se encontró en el camino con un hombre vestido de negro y a caballo que empezó a trabar pláticas con él preguntándole dónde iba, y luego prosiguió con la conversación ofreciéndole que lo casaría con muy buen dote y que esto le estaría mejor para pasar la vida que cumplir un voto que había hecho. Con esta comunicación de tal compañero se le entristeció y alborotó el corazón al hombre y aun el caballo en que iba se le alborotó, de suerte que no le pudo sosegar en todo el tiempo que duró aquella mala compañía del demonio vestido de negro, el cual se despidió concertándose con el hombre que el día siguiente se verían en un lugar que señalaron para concluir el negocio que habían comenzado a tratar. Empezó a caminar solo y fuese hallando mejor que cuando estaba mal acompañado, y de ahí a un buen trecho encontró por su dicha con otro hombre que vestido de verde iba en un caballo blanco, y aunque nunca le había visto lo saludó como si de antes se hubieran tratado y se hubieran conocido y le preguntó con apacibilidad si había encontrado en el camino con un hombre de tales y tales señas vestido de negro. Respondió que sí y a esta respuesta le replicó diciéndole que no hiciese lo que aquel hombre le había aconsejado porque era cierto que   —401→   le quería engañar y derribarlo en un precipicio, y añadió que tomase su consejo y era que yéndose al colegio de la Compañía refiriese a un padre de ella todo lo que le había pasado y que puntualmente ejecutase lo que él le dijese. Al oír todas estas palabras sintió el hombre tanto regocijo que le parecía estar en la gloria, y así deseoso de pagarle este beneficio con el reconocimiento debido se apeó del caballo para besarle los pies mas él no consintió que se los tocase y poniendo espuelas al caballo blanco se fue por otro camino y se le desapareció de los ojos con pena suya porque quisiera estarle mirando siempre. Quedole en lo íntimo del alma impreso el consejo que su ángel en figura de hombre le había dado; escudriñó todos los rincones de su conciencia y todos los pasos de su vida y yéndose a la Compañía buscó a un padre con quien se confesó generalmente con dolor y contrición de sus culpas. De más a más le contó el caso ya referido, y aconsejándole que cumpliese el voto que a Dios había ofrecido, tomó el consejo y le dio puntual cumplimiento conque tuvo segura esa prenda de la salvación de su alma.



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ArribaAbajo Capítulo XXIII

Socorro ordinario que el Colegio de Tunja da a la cárcel de esta ciudad


Los demás colegios desta provincia socorren de cuando en cuando a los pobres oprimidos en las cárceles llevándoles de limosna el mantenimiento corporal, pero el Colegio de Tunja se ha singularizado entre todos desde que se fundó hasta ahora haciéndoles a los encarcelados el mediodía. Cuando llega esta hora, sin faltarles día alguno les llevan el pan cuotidiano y la olla de carne o de víveres, según que la pide el tiempo. El sustento le ha valido a la cárcel la cercanía y vecindad que tiene con nuestro colegio, pues así los superiores como los inferiores que han vivido en él se han ejercitado en salir en cuerpo a servirles la comida dando ejemplo a la ciudad con su caridad y mortificación.

El extraordinario socorro que tiene en los de la Compañía la cárcel de Tunja es el ayudar a los condenados a muerte para que la tengan buena. Desde que la Compañía se fundó en Tunja hasta ahora no ha salido preso ninguno desde la cárcel para el suplicio que no lo hayan ayudado los de la Compañía esforzando su flaqueza con razones; limpiando sus conciencias con la confesión sacramental; dándoles aliento con la administración del Pan celestial, procurando que tengan buen pasaje desta vida a la otra con dictarles muchos actos de paciencia, de resignación, de fe y de otras virtudes que abren el camino para la vida eterna. El año de cuarenta y ocho sucedió un fracaso y fue que un preso por huir de la cárcel que le afligía y de la sentencia de muerte que le esperaba, mató una noche al alcaide de la cárcel, y quitándole las llaves abrió las puertas para salirse con otros presos. Al ruido dio gritos uno de ellos, y para que callase le rompió todo el vientre con una espada y con ella hirió a otro y se huyó acompañado de otros delincuentes. A más de las doce de la noche   —403→   llegó uno de los heridos con las tripas en la mano pidiendo confesión a voces. Oyolas un padre que estaba muy enfermo en la cama y sin reparar en su mal se cubrió con la sotana a toda priesa y pidiendo las llaves se fue a confesarlo en la portería, y en acabando la confesión se fue a la cárcel con otros de la Compañía a ayudar a los otros dos heridos, al uno lo hallaron ya muerto, al otro lo confesó y le dieron el Viático llevándolo de nuestra casa porque la priesa no dio lugar a que este oficio lo hiciese el cura y la caridad obligó a que lo ejercitasen los de la Compañía. Al amanecer llevaron a los dos heridos al hospital donde los ayudaron caritativamente a bien morir los padres de la Compañía, y al uno de ellos lo pusieron en el estado del matrimonio con una mujer con quien antes había vivido en mal estado.

Tiempo es ya de que el lector salga de esta ciudad partiéndose a recrear (si gusta) al campo o pueblo de Duitama que doctrinaron los religiosos de la Compañía sujetos al padre rector del Colegio de Tunja por estar a ella tan cercano este pueblo que se llega a él desde esta ciudad en día y medio de camino.



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ArribaAbajoCapítulo XXIV

Mal estado en que halló la Compañía a Duitama, y cómo la puso en estado


Tiempos había que los caciques y capitanes de Duitama acompañados de más de treinta indios habían ido a la ciudad de Santa Fe y suplicado al señor presidente don Joan de Borja y al padre provincial Gonzalo de Lira que les diesen padres de la Compañía, que como párrocos los doctrinasen. Mucho desearon entrambos darles gusto porque se les siguiese provecho, pero no pusieron la proa en ponerla en buen estado valiéndose para este tiempo se determinaron a que dejando la doctrina de Caxicá por estar ya bien enseñada se partiesen dos padres a la de Duitama. Llegaron a ella y la hallaron en el mal estado de la idolatría, de los amancebamientos, de la embriaguez y de otros vicios, y así pusieron la proa en ponerla en buen estado valiéndose para este fin de los medios acostumbrados en otras partes cuales eran los catecismos en su lengua, los sermones, las cofradías, las confesiones y comuniones sin dejar piedra espiritual que no moviesen y no asentasen en este paraje para edificar un pueblo que todo fuese de Dios. Referiré en esta materia algunos casos particulares.

Adoraban en su gentilidad estos indios duitamas a dos demonios que visiblemente los gobernaban y capitaneaban en sus batallas y aún después que los conquistaron los españoles no cesaron de reverenciarlos en estampa ya que les había faltado su corporal vista. Noticiados desta idolatría los padres predicaron fuertemente contra ella diciéndoles quiénes eran aquellos dos a quien veneraban en sus ídolos. De aquí nació el convertirse un gran número de idólatras, los cuales trajeron a su párroco dos ídolos que eran estampas representativas de los dos demonios que visibles habían gobernado el pueblo con el ánimo que el párroco les introdujo en los corazones levantaron los pies y los acocearon, abrieron las bocas y los escupieron y valiéndose de las manos los   —405→   hicieron pedazos sin recelo de que los demonios tuviesen manos para vengarse porque se las ataría el verdadero Dios a quien empezaban a adorar y reverenciar de todo su corazón.

Había en este pueblo una casa grande de un indio capitán donde secretamente así él como otros muchos indios idolatraban. Había más de sesenta años que este capitán estaba amancebado con doce indias, madres e hijas y otras parientes muy cercanas. Los otros indios, como soldados, seguían a éste su capitán y en su misma casa hallaban acogida para semejantes incestos, idolatrías y abominaciones. Algo de esto supieron los padres, y porque la noticia no fuese en vano, empezaron a pelear con la espada de la palabra divina en los sermones contra el mal capitán y sus perversos soldados. En una ocasión le hirieron tan fuertemente al capitán en el corazón, que le dieron la vida (que con estas heridas no se da la muerte) pues moviéndose su voluntad se fue bañado en lágrimas a los pies del padre predicador y se confesó muy despacio y luego se casó con una de las mujeres echando de su casa a todas las demás. Al ejemplo del capitán se dieron por vencidos los soldados y en menos de un mes se hicieron más de cien confesiones de a veinte, treinta y cincuenta años, con que totalmente se destruyó la casa ya dicha de la idolatría y la lujuria. Llevado de la Divina Providencia salió de su retiro uno de los dos padres sin saber a dónde ni a qué iba; pero sabíalo bien la divina piedad que lo llevaba a salvar una alma que tenía predestinada para su cielo. Entrose por un bosquecillo que estaba muy lejos del pueblo, a pocos pasos descubrió un rancho pequeño, diole deseo de ver quién vivía en él, y entrando adentro halló un indio tan viejo que al parecer tenía más de noventa años; saludole en su lengua, y al cabo de un rato que estuvo amigablemente hablando con él descubrió que era mohán y guarda de un santuario de ídolos y que nunca había entrado en el pueblo para aprender los artículos de nuestra santa fe. Dio el padre muchas gracias a Dios por haberlo llevado a aquel lugar, y empezó con gran celo a declararle al mohán su engaño. Desengañose y pidiole al padre con gran fervor que lo hiciese llevar a la iglesia porque quería aprender a salvarse. Hízole llevar en una silla porque no podía ir por su pie. Empezó a catequizarle, pero su mucha vejez le tenía tan rudo que percibía poco de la enseñanza,   —406→   pero la gotera continua de un mes entero cavó aquella piedra y estuvo bien catequizado y dispuesto para recebir el santo baptismo. Recebiolo con júbilos de su alma y parece que sólo esto aguardaba la Divina Providencia para sacarle de esta vida en su gracia, pues con la baptismal murió aquel mismo día. Con el desengaño y conversión de este mohán se convirtieron y desengañaron otros muchos indios de dentro y fuera del pueblo que solían consultarle, porque juzgaron que habiendo sido engañoso el maestro, sin duda ellos habían sido discípulos engañados.

Entre estos indios había algunos devotos del demonio que no contentándose con tenerlo en figura de ídolo en sus santuarios le traían consigo al modo que los buenos cristianos suelen santamente traer en el pecho relicarios con medallas entre las cuentas del rosario. Encontró un padre desta provincia yendo de camino de un lugar a otro a una india que iba sola y sin guarda desde Duitama a las minas de Mariquita donde a la sazón trabajan sus parientes. Admirado el padre la preguntó cómo se iba sola y tan sin resguardo en camino tan largo como de sesenta leguas. Ella haciendo donaire de la pregunta respondió que no tenía qué temer. «¿Cómo no? (replicó el padre) ¿No ves que hay gente perversa por estos caminos que roba a los pasajeros? ¿No adviertes que hay ríos y malos pasos donde es necesaria ayuda de compañeros?». «Yo llevo (dijo la india) conmigo quién me librará de todo mal». Preguntole quién era, pero ella no quería responder a la pregunta. Con esta negación se incitó más el apetito del padre entendiendo que había misterio y no divino en la negación, y así le hizo tantas instancias que vino a confesarle que traía en el seno un grande dios con su mujer la diosa de los maíces, la cual en los caminos le deparaba la comida y su marido el dios grande le defendía de todo mal. Estaba tan obstinada en esto que en más de cuatro horas que el apostólico ministro estuvo batallando con ella dándole a entender el engaño con que el demonio la llevaba errada, apenas pudo convencerla; pero al fin perseverando con las razones que le decía se dio por convencida, y sacando del seno los dos idolillos se los entregó al padre para que los quemase. Con esto despidió del padre y prosiguió su viaje llevando los consejos que le había dado y después volvió a su pueblo y en él vivió perseverando en la cristiandad y buenas obras.



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ArribaAbajoCapítulo XXV

Aparece el demonio a algunos indios duitamas en figura de sus antepasados


A tal bajeza ha llegado la altivez del demonio, que a las veces se ha transfigurado y aparecido en forma de varios brutos animales y por eso no me maravillo de que en algunas veces haya tomado la forma de hombres aunque sean tan abjetos y abatidos como los indios. Aquí en Duitama se apareció el demonio a una india con la figura y máscara de su madre, la cual había años que por instigación de Satanás se había ahorcado. Empezola a reñir diciéndola que por qué no se iba adonde ella estaba ahorrada de trabajos, libre de españoles y llena de gustos. Aconsejola que no oyese atenta lo que decían los padres, pues ella que era su madre y por amarla como tal le decía lo que le estaba bien; que tomase su consejo y también su ejemplo ahorcándose como ella lo había hecho y que para ese efecto le traía una faja. Recebiola neciamente la hija engañada, púsosela al cuello, suspendiose de un palo de su casa, y antes que se ahogase dispuso Dios misericordioso que llegase un padre de los nuestros a su puerta acompañado de unos indios. Llamola por su nombre diciéndola que por qué el día antecedente que había sido domingo no había acudido a cumplir con el precepto de oír misa? Vieron que no respondía y por eso entraron dentro de la choza para saber la causa del no responder y hallaron que era el estarse ahogando suspensa con la faja en el aire. Mandola cortar el padre bien compadecido del fracaso y bien ahogado con el recelo de que aquella miserable alma saliese del cuerpo y se fuese al infierno; mas Dios le libró a él del ahogo espiritual y a ella del corporal, pues habiéndola echado de su camilla estando como muerta, al cabo de gran rato volvió en sí, abrió los ojos y la boca contando todo lo referido. El padre obró como tal procurando que aquella   —408→   alma se desengañase y adquiriese la gracia de Dios confesando sus culpas y lo consiguió a pedida de su pretensión.

Convertido un indio llevó a los pies de su párroco unos idolillos que adoraba, y fue tal su enmienda, que mostró haber sido verdadero su arrepentimiento; vivió como cristiano mucho tiempo frecuentando los Santos Sacramentos, acudiendo a oír misa, y a obrar las demás acciones de virtud a que los padres incitaban a los indios. Por ver a este tan en pie se enfureció el demonio y para derribarle en lo espiritual le causó una enfermedad corporal que le postró en la cama, estando doliente en ella se le apareció en figura de un viejo ya difunto que había sido tan idólatra y capitán suyo; hablole con mucho amor diciéndole que no temiese porque venía a darle la salud y que para recobrarla se fuese a su sepulcro y le ofreció alguna plata que con eso quedaría sano. El deseo de la salud le hizo al enfermo que creyese al demonio y le obedeciese apostatando de la verdadera fe. Levantose como pudo y fue a ofrecer su sacrificio y no fue tan en secreto que no lo supiesen algunos; pero callándolos ellos aconteció que predicando uno de los nuestros les dijo que tenían obligación de avisarle si había alguna idolatría para remediarla. El fruto que un indio sacó del sermón fue irse al padre avisándoselo que pasaba y señalando el lugar donde había hecho un santuario nuevo el dicho enfermo al cual dijo el demonio que mudase a otra parte el santuario porque ya el padre tenía noticia de él y había de procurar quitárselo. Mudolo, y así yendo los fiscales por orden del padre al puesto señalado no hallaron más que un rastro de haber estado allí el santuario. El mejor medio era negociar con el mismo delincuente, llamolo el padre y con razones vivas y eficaces le dijo cuán importante era para la salvación de su alma el confesar su delito y enmendarse como lo había hecho antes de su apostasía. Moviósele con razones el corazón de suerte que confesó de plano con toda verdad lo que había sucedido; llevó al padre al sepulcro del indio en cuya figura se le apareció el demonio, desenterraron el cuerpo y lo quemaron como también el santuario que había fabricado nuevo y en adelante el apóstata vivió muy arrepentido de su delito con muestras de muy buen cristiano.

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Otras muchas veces solía el demonio transfigurarse con la apariencia de los antepasados ya difuntos de los indios que habían quedado vivos, y solía aparecérseles unas veces para engañarlos, otras para causarles espanto. Todo lo remediaron los padres yéndose por las casas bendiciéndolas de una en una y dejando en ellas cruces y agua bendita, porque entre esta y aquella no quiere andar el demonio porque las cruces le atormentaban y el agua no le apaga el fuego que padece.

No en figura de los antepasados sino en la forma de un horrible negro se le apareció a un indio el demonio. Estaba éste torpemente amistado con una india, y tan pertinaz en su amistad, que no había medio ni modo con qué apartarlo de ella aunque más lo procuraban los castísimos padres que tenían a su cargo su alma y la de su amiga. Hallábase ésta sirviendo a escondidas en una estancia de un español que estaba distante del pueblo de Duitama como medio cuarto de legua. Quiso ir a visitarla y llevole por presente un cántaro de chicha (que para los indios no hay mejor presente que esta bebida) y estando ya cercano a la estancia donde la gente que había en ella le alcanzaba a conocer, volvió despavorido la cabeza como quien siente algún ruido a sus espaldas y de improviso cayó en el suelo. Llegaron corriendo unos pastores que estaban más cerca y hallándole sin sentido y despidiendo espumarajos por la boca le llevaron en peso a la estancia donde salió al ruido la manceba y la demás gente que allí estaba, y a voces le preguntaron qué era lo que tenía. Respondió que había visto un negro feroz que con el golpe de un palo que traía en las manos lo derribó en el suelo. Dicho esto enmudeció, y echando espumarajos no daba otras muestras de vida que una dificultosa respiración. Fueron a llamar al padre que estaba en la iglesia oyendo una confesión y la dejó por acudir con toda priesa pero sin provecho porque murió sin dar siquiera alguna muestra de arrepentimiento de sus culpas. Deste fracaso sacó la manceba su escarmiento mudando de vida y ajustándola en adelante con los preceptos de la divina ley.



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ArribaAbajo Capítulo XXVI

Favorece el santo patrón del mes a una india en peligro de muerte temporal y la Virgen a un indio en el riesgo de eterna muerte


Los indios duitamas que antes gentilmente traían al pecho idolillos y acostumbraban recebir por suertes los santos que los padres les repartían para que en cada uno de los meses del año se encomendasen a ellos y los tuviesen por patronos en las contingencias de cada mes. Recebíanlos con devoción venerando los nombres que estaban en los papelitos, los ponían en unas bolsitas y los traían colgados al pecho con mucha fe. Creció esta religiosa devoción en los indios con el caso que ahora referiré. Cúpole en suerte a una india San Isidoro, arzobispo de Sevilla, a quien cobró grande afecto y mostrábalo trayendo su nombre al pecho hacia el lado del corazón, y rezándole cada día con certidumbre de que en todos los lances de peligro la había de socorrer como lo había dicho el padre cuando les repartió los santos, cayó enferma y estando un día en su cama hubo una espantosa tempestad de truenos y relámpagos que la atemorizaron, y entonces ella invocó a San Isidoro diciéndole: «Santo mío, guardadme que así lo mande (hablaba a su modo) el padre nuestro cura». Dentro de breve rato cayó un rayo y entrando por entre la cama y la pared que estaban muy juntas no la hizo mal alguno. Los que vieron la casa de la enferma cercada de fuego acudieron con presteza pensando que estaría convertida en ceniza, pero halláronla viva sin que le hubiese tocado la llama y preguntándole cómo le había ido, respondió que había visto junto a sí a su patrón San Isidoro y que la había librado de la muerte que pudo causarle la herida del rayo.

Saliendo de Duitama uno de nuestros operarios para otro pueblo cercano donde estaba gravemente enfermo un indio, el   —411→   cual luego que supo de su llegada le envió a llamar (sin embargo de que de mano de su cura había recebido el Viático y la Extremaunción) diciendo que (quería) tratar con él cosas de su alma. A este recaudo se halló presente el cura y le dijo al padre que no tenía a qué ir, que ya había hecho con el indio todo lo que se había de hacer, y que serían impertinencias las que el enfermo quería. Entonces nuestro operario cortésmente le dijo que le dejase ir porque podría ser que quisiese reconciliarse o recebir algún otro consuelo. Apenas llegó a carearse con el enfermo cuando le dijo: «Baptíceme padre, porque no estoy baptizado». Averiguando el padre el porqué, respondió: «porque cuando nací me ocultó mi madre porque no escrebiesen mi nombre en la descripción de los que pagan requinto y demora. Llamaron a la madre para que contestase con su hijo, pero ella preguntada, temiendo algún castigo (como ella dijo después) respondió que no era verdad lo que su hijo decía porque estaba baptizado. En medio de estos dos dichos encontrados se halló perplejo el padre y entonces el enfermo, inspirándole Dios las razones se las dijo tan eficaces a su madre que al fin confesó la verdad que negaba. Con esto salió el padre de su perplejidad, baptizole y al punto expiro diciendo que se iba al cielo con la Virgen María. El fundamento que tuvo para decir esto fue que poco antes que llegase nuestro religioso al pueblo se le apareció la Virgen al indio y le dijo que no podía ir con ella al cielo por no estar baptizado, y que para ir allá pidiese el baptismo. La causa porque esta gran Señora le hizo este favor a este indio, fue porque le era muy devoto y ejercitaba su devoción cuidando de su altar, barriendo su capilla y haciendo a costa de las ganancias de su trabajo una lámpara de plata para que alumbrase en su presencia y una corona con que adornó la cabeza de la imagen de esta Reina de entrambos orbes, la cual llevó a este indio para que eternamente reinase con ella.



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ArribaAbajo Capítulo XXVII

Permútase la doctrina de Duitama con la de Tópaga y lo que en ella se obró


Habiendo los de la Compañía doctrinado por algunos años apostólicamente el pueblo de Duitama, juzgó el padre visitador Rodrigo de Figueroa que era de gloria divina el permutar con la doctrina de Tópaga. Era encomendero de este pueblo don Pedro Bravo de Becerra, caballero muy ejemplar que pretendió entrar en la Compañía, y ya que por sus justos respetos no llevó a ejecución su deseo, ayudó con crecidas limosnas al Colegio de Tunja y procuró que los padres de la Compañía fuesen párrocos de los indios de su encomienda de Tópaga para que estos estuviesen cultura y también para tenerlos cerca de sí en los tiempos del año en que asistía en sus haciendas de campo.

Entraron los nuestros en Tópaga y la hallaron casi sin iglesia porque una muy capaz que se había comenzado más había de veinte años no se había acabado y así estaba el templo en una casita de paja y toda ella para dar en tierra, y luego la solicitud del que entró por párroco se empleó en hacer casa para Dios, de suerte que en poco tiempo fabricó, ayudado con las limosnas del encomendero y del trabajo de los indios una iglesia de las más curiosas, capaces y alegres que tiene toda esta comarca en pueblos de indios. No es ponderable porque es indecible lo que adelantó el culto divino. Puso un rico sagrario en el altar mayor para que allí estuviese encerrado con decencia el Pan del cielo para repartirlo a sus feligreses y darlo por Viático a los moribundos. Adornó la iglesia con muy buenos cuadros, colocó una bellísima escultura de la Virgen de la Concepción y otra del Niño Jesús que representaba al que nació de sus purísimas entrañas. Abrió dos tribunas, la una que se mandaba por lo exterior de la casa para el recurso de los nuestros a Dios; otra para los cantores en la frecuente   —413→   celebración de las misas. No contentos los padres con los aliños de la iglesia hiciéronlo en partes proporcionadamente distantes cinco ermitas de teja que sirven para hacer estaciones devotas. La sacristía la alhajaron con ornamentos de casullas, albas y otras cosas que sirven para el culto divino. Fuera de lo dicho se dispuso un coro que a mucha costa tenía todo género de instrumentos músicos que tocaban diestramente los indios por haber cuidado el padre de que aprendiesen, y salieron tan diestros y aventajados en la música, que los pueblos vecinos los convidaban para la celebración de sus fiestas.

Por el mes de marzo de cuarenta y dos se hizo la dedicación de la iglesia con ocasión de una imagen de bulto que se llevó al pueblo, y su recebimiento fue muy solemne porque se hallaron en él veinticuatro sacerdotes, más doscientos españoles y todo lo ilustre de la ciudad de Tunja y un vulgo innumerable de indios que concurrieron a la voz de las fiestas. Por espacio de ocho días duraron y en todos ellos se cantaron solemnemente misas que los indios de Tópaga administraron desde el coro con muy sonora música porque estaban ya muy diestros en este arte con el cuidado que los padres tuvieron de que los indiezuelos la aprendiesen. En todos ocho días se predicaron muy escogidos sermones. El altar mayor se estrenó con un cielo de ricos adornos en el cual lucían como estrellas muchas velas de cera blanca.

En un domingo que hubo en el octavario se hizo una devotísima procesión en que salió el Santísimo Sacramento y anduvo por la plaza pasando por debajo de arcos triunfales llenos de flores y de mucha diversidad de pájaros y de otros animales que habían cazado para el efecto. A la noche se encendió un castillo de fuego y hubo muchas ruedas y montantes de pólvora que ocasionaban regocijos a la vista.

En cada uno de los ocho días (porque no se diese vaco en ninguno) se hicieron los festejos que iré refiriendo. Hubo un sarao de diez y seis indiecitos naturales del pueblo que hermosamente vestidos danzaban cantando al sonido de instrumentos que ellos mismos tocaban. Los que estaban presentes hacían admiraciones por ser cosa que en aquella tierra jamás se había visto en indios. Corrieron un cartel de sortija con buenas invenciones y premios costosos para los que acertaban. Representáronse tres coloquios y entre ellos el de San Patricio. También hubo su día de   —414→   conclusiones de gramática de unos niños estudiantes a quienes enseñó el padre Francisco de Ellauri, y entre ellos a un indiezuelo a quien por sus raras habilidades pusieron el nombre de Salomón.

En este pueblo se introdujo el jubileo del mes y acudían a él los indios y los españoles caminando muchas leguas desde los retiros del valle de Sogamoso desde las estancias vecinas y de otras partes de la comarca, y lo que causaba grande edificación era que acudían en tiempo de lluvias vadeando quebradas crecidas y caminando por pantanos por gozar de la comodidad saludable para sus almas aunque fuese con incomodidad de sus cuerpos. La fiesta del jubileo porque no se hiciese cargosa se repartía por meses entre los naturales del pueblo y entre otros estancieros cercanos que aliñaban la iglesia con muchos adornos para que se cantase la misa y se anduviese la procesión del Santísimo que se hacía en lo interior del templo.

En la Semana Santa se celebraban los divinos oficios, con grande piedad cantábanse los maitines de las tinieblas con excelente música; predicábase la pasión y el mandato y se hacían disciplinas de sangre entre devotísimas procesiones. Acudía mucha gente de las estancias y pueblos vecinos, y por no ir y venir a sus casas se estaban más de ocho días con todas sus familias en Tópaga gozando de la palabra divina y de los sacramentos con el sosiego y devoción necesaria. Edificábanse mucho viendo a los indios y las indias que comulgaban para cumplir con el precepto eclesiástico porque antiguamente raro o ninguno comulgaba, no por falta de capacidad sino por abuso introducido en este Reino y en sus pueblos el cual destruyeron los de la Compañía como fuertes soldados de San Ignacio con balas de razones eficaces.

Todos los días a mañana y a tarde se juntaban a toque de campana los niños y niñas, los viejos y las viejas del pueblo y se les enseñaba los misterios de nuestra santa fe en su lengua materna y también en la española para que en una y en otra los aprendiesen y supiesen. Hacían tres fiestas al año con mucho concurso de los pueblos circunvecinos. La primera del Corpus Christi, la segunda de la Purísima Concepción de la Virgen, la tercera de nuestro padre San Ignacio al cual tomaron los indios por patrón y abogado para que alcanzase de Dios las aguas para sus sementeras, y han experimentado con evidencia en varias ocasiones de necesidad de buenos temporales lo eficaz de su intercesión. En estas   —415→   fiestas tomaban los padres el trabajo de velar en que no hubiese juntas para embriagueces, porque como los indios son muy inclinados a ellas es necesarísimo el estorbarles este vicio.

Algunos años vivieron los de la Compañía teniendo en cada uno de ellos muchos agostos de cosechas espirituales en el monte donde está fundado el Colegio de Tópaga y después permutaron esta doctrina con la del pueblo de Pauto que está situada en los llanos. Hicieron esta permuta por estar ya tan cabalmente enseñados los tópagas que no necesitarían tanto de su enseñanza, de la cual tenían más necesidad los pautos. Además de que era conveniente que los padres de la Compañía residiesen en Pauto para que desde allí pudiesen socorrer a los misioneros que iban entrando la tierra adentro de los llanos con los fines católicos de convertir la multitud de infieles que viven en ellos sentados a la sombra de la muerte eterna por carecer del conocimiento del verdadero Dios y de su santísima Ley. Baste lo que de Tópaga hemos visto en este papel y volvámonos a la ciudad de Tunja para ver en ella un ameno jardín de virtudes.



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ArribaAbajo Capítulo XXVIII

Florece en la ciudad de Tunja doña Antonia de Cabañas


Por nacida en Tunja y por criada a riesgos de la Compañía tiene aquí su lugar un florido jardín de virtudes, cual fue doña Antonia de Cabañas. Por el pie comenzó a mostrar cómo había de andar por el campo de la pureza, y fue el caso que siendo niña que hacía peninos y gustaban sus padres después de haber comido de ponerla sobre la mesa y hacer algún sonecillo, y en una destas ocasiones le descubrieron un piececito alzándole la mantilla, y entonces la niña mesuró el rostro sonrosando las mejillas con el empacho y se puso a llorar. Acción fue ésta que admiró a los que la vieron y de ella coligieron cuán honesta había de ser cuando mayor, y la experiencia mostró que no se habían engañado en el pensamiento. Por el pie mostró los buenos pasos de mortificación en que había de andar, pues no teniendo más que cinco años, habiendo de ir con su madre un Jueves Santo en la noche a andar las estaciones, se descalzó secretamente para ir sintiendo el dolor que le habían de causar los empedrados. Por el pie se conoció su mortificación cuando fue de edad mayor, pues solía echar garbanzos en las zapatillas para lastimarse con ellos andando de día y aun a las veces se acostaba de noche sin descalzarse para tener este tormento aun en el tiempo del descanso.

No gastó en las comunes niñerías el tiempo de la niñez. Entreteníala haciendo altaricos y formando cruces, que fue como pronóstico de que en la adulta edad había de abrazarse con las cruces de las mortificaciones y frecuentar los altares con las oraciones que aprendió con facilidad, aunque por la niñez las pronunciaba con lengua balbuciente. Aprendió a labrar y otras curiosidades de manos, que es la teología de las mujeres, y aprendió otra que es de pocas y fue leer con esmero dando con buena pronunciación y buenos acentos el alma del sentido a lo que   —417→   leía. Hacía el oficio de lectora para con las personas de sus casas leyéndoles cosas espirituales mientras estaban ocupadas en las labores y otros oficios manuales. De esta gracia de leer se le originó la gloria del darse del todo a Dios. Llegó a sus enanos el libro de la diferencia entre lo temporal y eterno, que escrebió el padre Juan Eusebio; empezó a leerlo y juntamente empezó a tener temores y tedios con que el demonio la tentaba para que no emplease el tiempo en aquella lectura, pero Dios le daba inspiraciones para que leyese y así venciendo las tentaciones con el divino auxilio leyó atenta y espaciosa el libro de donde se originó llenarse su alma de desengaños y aviciarse de los afectos de lo temporal con grandes resoluciones de servir con perfección a Nuestro Eterno Dios.

Algún tiempo se entregó solamente a la lección espiritual sin acompañarla con la oración mental que es hija de la lección. Viendo esto el padre Diego Solano, maestro que guiaba su espíritu a la perfección la enseñó el modo con que ejercitando las tres potencias del alma había de tener oración mental y la industrió en los ejercicios espirituales de nuestro padre San Ignacio de los cuales (habiéndolos tenido por algunos días) sacó no veleidades en sus propósitos sino unas resoluciones tan verdaderas que siempre las puso en ejecución. Quedó tan aficionada a estos ejercicios que cada año se retiraba a tenerlos como lo hacen los de la Compañía. También hizo de la oración un ejercicio cuotidiano, pues todos los días se levantaba antes de amanecer y meditaba los puntos que había prevenido y salía de su meditación a las seis de la mañana. Por las tardes puesta en cruz oraba otra hora, y luego al anochecer principiando su oración la continuaba hasta las nueve de la noche. Esta con su oscuridad suele causar temores y así el ángel de las tinieblas los avivó para sacar a esta devota virgen de la oración. Salió de ella erizado el cabello, trasudado de congoja el cuerpo, y encontrando con gente de su casa que le hizo compañía se recobró y reconociendo que se había dejado vencer de la pasión natural del miedo por astucia del demonio, se determinó tener en adelante valor para no huir del puesto donde estaba tratando con Dios, y lo cumplió de suerte que perseveraba inmoble aunque el enemigo de su alma, por estorbarle la oración procuraba asombrarla con estruendos, ya abriéndole la puerta con ímpetus,   —418→   ya dando en ella desmedidos golpes, ya haciendo ruido con pasos descompasados, ya entrando en su oratorio en figura de gato prorrumpiendo en importunos aullidos. Nada de esto la atemorizaba y era de maravillar porque antes había sido de natural tan medroso que en empezando a anochecer no tenía ánimo para salir sin compañía ni aún a la puerta de la sala.

Al estado de religiosa inclinó desde niña su buen natural y dio bien a entender esta su inclinación cuando al despedirse con ternura de una hermana suya melliza a quien su marido llevaba al campo, la dijo: «Andad con Dios hermana, que si yo puedo he de tener un esposo que no me lleve al campo sino al cielo». No consiguió el ser religiosa porque a sus padres les faltó la hacienda con qué dotarla, y quiso Dios que les faltase para que se viese que esta doncella hacía de su casa un voluntario monasterio observando recogida las tres virtudes que esencialmente constituyen religión como después veremos. No faltó un caballero que aficionado a las prendas de su virtud pretendió casarse con ella. Propusiéronselo al padre Diego Solano, su confesor, el cual respondió que según el conocimiento que tenía de doña Antonia era imposible el casamiento; mas sin embargo un día que se llegó a confesar le preguntó con prudente cautela si se casaría de buena gana. Respondió: «si me hiciera reina porque me casara, lo despreciaría como a un muladar; y yo venía ahora con resolución de pedir a vuestra paternidad licencia para escoger por mi Esposo a Cristo, haciendo desde hoy voto de castidad». Diole su confesor la licencia, y habiendo comulgado festejó al Cordero que tenía en su pecho ofreciéndole con voto el armiño de su castidad. Llenola el Señor de una gran dulzura y desde este día le concedió que ni aún por el pensamiento se le pasase cosa que pudiese amancillar el candor de la virginidad ni movimiento menos puro que la inquietase.

Porque no se afease la cándida tez de su castidad con el más mínimo tizne de la lujuria usaba mucho el mirarse en el espejo del conocimiento de la fragilidad de la carne, y por eso se tenía a sí misma desconfianza de sí y ponía toda su confianza en los auxilios divinos. Mirándose en este espejo no miraba fijamente a los rostros de los hombres y practicaba esto con tal estrechez que aun a los deudos muy cercanos y aun a sus mismos hermanos no los vio con fijeza en los rostros porque al mirarlos trastocaba las   —419→   líneas rectas visuales para no percebir los sujetos que se miraban. No podía haber en los domésticos sirvientes cosa que pudiese tener viso de lascivia y siendo una paloma sin hiel en las otras cosas en tocando en esta materia se había de huir de doña Antonia como de paloma con ira: Afacie irg columg. Salió de su casa una criada a ejecutar un mandado necesario y volviendo después de haber anochecido pagó la criada de contado la vuelta tardía con la que le mandó dar de azotes su señora, y siendo así que en otros defectos de la criada solía ser doña Antonia la paloma medianera para que no se castigasen, mostró su ira en esta ocasión y agradeció a una hermana suya el haber hecho castigar la criada.

Su virginidad castidad se crió con el alimento áspero de sus mortificaciones como se cría la rosa entre las puntas de las espinas. Con las de los cilicios, ya de cerdas, ya de hierro y ya de rayos punzaba los miembros de su cuerpo y ni a su cabeza perdonaba. Todos los días sobre tarde se retiraba a tener oración en su oratorio. La materia en que meditaba su entendimiento era la pasión de Cristo, y por parecerse a Él se ponía en la cabeza un cilicio de puntas de hierro agudas hecho en forma de corona; tendía los brazos en forma de cruz sufriendo los dolores de la postura y así se estaba de rodillas pensando en su Esposo y cuidando de hacerse un retrato suyo. Las disciplinas con que maceraba su cuerpo eran tan fuertes que le sacaban la sangre; y aunque para macerarse se retiraba a lo más oculto de la casa y de la noche, descubrían su penitencia los ruidos que resultaban de los azotes. A las veces eran dos los tiempos que tenía diputados para la disciplina y ésta la tomaba con tres instrumentos diferentes parecidos a aquellos con que fue azotado su querido Esposo y Redentor de su alma a quien procuraba parecerse en esto como en lo demás.

En la mortificación de los sentidos corporales andaba tan cuidadosa, que se puede decir que estaba ocupada en ella con todos sus cinco sentidos. Los ojos los mortificaba no viendo y haciendo de la que vía. Asistiendo en algunas festividades de la iglesia, le decía una hermana suya que mirase los adornos del altar y ella entonces levantaba el rostro y trastocaba las líneas visuales para quedarse sin mirar. Al ir y volver de la iglesia sólo miraba hacia el suelo por donde había de caminar; el manto lo llevaba sobre el rostro, de suerte que por él ninguno la podía conocer, solamente la conocería cualquiera por su rara modestia   —420→   y compostura. A su olfato no le faltaba su mortificación, y así cuando por estar enferma le daban para oler alguna cosa o algún clavel, no lo aplicaba la respiración para percebir la fragancia sino que haciendo de la que olía pasaba por la boca la flor. Con muro y ante muro guardaba su lengua; primero que pronunciaba alguna palabra examinaba si convenía decirla o no. Palabras que pudieran picar no se le oyeron, y esto no era poco porque era en ocasiones que le decían palabras picantes y ella reprimía lo agudo de su ingenio por no herir con otras tales. A veces oía muchas palabras que le sacaban lágrimas por los ojos, pero ninguna palabra por los labios.

El silencio que guardó esta virgen fue raro porque sólo hablaba cuando le preguntaban y cuando era necesario el decir algo. En las ocasiones que algunas personas iban a visitar a su madre y la llamaban para que asistiese a la visita, saludaba cortés y agradable a las personas y luego callaba en lo exterior para hablar interiormente con Dios. El modo con que lo hacía era pasando al disimulo las cuentas de una camándula, y haciendo en ellas actos interiores con tal intención que no escuchaba la conversación de las otras ni sabía lo que se había hablado.

En la mortificación del sentido del gusto fue insigne. Antes de resolverse a andar por el camino de la perfección solía tener tanto horror a cosas de botica que en los días antecedentes a la purga que le habían de dar por sus achaques le desvelaba la congoja que había de tener al tiempo de beberla, pero después que trató de ser perfecta venció varonilmente este horror natural de que muchas veces fue vencida. Valiole para esta victoria la consideración de la hiel y vinagre que bebió Cristo Nuestro Señor por nuestro amor, y así por corresponderle bebía las purgas a sorbos saboreándose en sus amarguras. Entre año algunas veces, y más continuamente en el tiempo de la cuaresma solía traer en la boca una yerba amarguísima.

Los banquetes con que celebraba las fiestas de Cristo su Esposo, de la Virgen su madre y de sus santos devotos, eran unos ayunos de pan y agua. En los otros días del año mortificaba muy bien el sentido del gusto, y porque no lo reparasen su madre, tías y hermanos que estaban con ella en la mesa, se estaba revolviendo lo que le ponían en el plato haciendo de la que comía, siendo así que se quedaba casi, casi sin comer; y cuando más   —421→   comía no pasaba de dos onzas de comida. Cuidaba una hermana suya de que le diesen la bebida del chocolate por las mañanas, pero ella metiendo muchas veces la cuchara en jícara, la sacaba vacía y la metía en la boca para que se entendiese que lo bebía. Con esta traza mortificaba el gusto que podía tener en beber el chocolate, hasta que la cogieron con el hurto de la mortificación en las manos, y por sus enfermedades a que lo bebiese; mas bebiéndolo mortificaba su apetito, pues en sintiendo que se iba saboreando el gusto luego lo mortificaba dejando de beberlo. Una vez reparó su hermana que había bebido más que otras veces y la dijo: «Parece Antonia, que está bueno el chocolate, dadme un poco de él». Dioselo y en probándolo le supo a una amarga purga porque la criada no le había echado azúcar y así se edificó de su hermana viendo que había bebido más de lo ordinario, era porque estaba amarga la bebida.

Para que se oiga lo que se mortificaba en el sentido del oír, diré lo que ha llegado a mi noticia. Aunque estuviese congojada y triste huía de las conversaciones por no oír palabras que le pudiesen causar alivio. Excusaba el oír donaires que solía hablar un deudo suyo delante de madre y de las demás parientas, y la causa de excusarlos era por mortificar el oído en lo que podía alegrarle el corazón. Éste, como tan espiritual, se regocijaba con la armonía de la música eclesiástica y se privaba de ella no quedándose a oír las misas solemnes que se cantaban en días festivos en que iba a confesar y comulgar para adquirir el tesoro de los jubileos. Quien así se ensordecía a lo lícito claro está que no había de dar oídos a lo ilícito. En una ocasión contó una persona delante de doña Antonia y de otras un chiste con algunas palabras sino indecentes menos recatadas de lo que pedía la castidad y pureza de las oyentes; pero doña Antonia con la modestia de los ojos y ceño del rostro dio muestras de lo que le había ofendido el chiste.

Con las mortificaciones dichas perseveró hasta la muerte en el estado de virgen y ya que no pudo alcanzar el de religiosa hizo religión su casa guardando en ella demás de la castidad la obediencia y la pobreza voluntaria. Desposeyose de las galas y joyas de que antes había usado y también de algunos juguetes engastados en oro y esmeraldas. Sólo reservó para salir de casa un vestido pobre y un manto   —422→   honesto, una arquilla pequeña para ocultar los registros de los de su casa los cilicios y disciplinas y también para guardar los lienzos que curiosamente labraba para adornar los altares. Las demás alhajas que tuvo las repartió entre los pobres para hacerse pobre por Cristo. Desde que se resolvió a servir con voluntaria pobreza a su Esposo desnudo en la cruz, hizo punta contra la costumbre mujeril no poniendo puntas ni labores en su ropa interior. Porque de lo exterior del cuello se había quitado tiempos había una gargantilla de cuentas de oro le dijo una señora que por lo menos se pusiese gargantilla de cuentas de azabache, y entonces como azarada respondió: «Señora, para qué he de volver a esas cosas».

Viendo el maestro Esteban de Cabañas, clérigo virtuoso, que su hermana doña Antonia tenía roto el vestido le dio uno de seda negro decente a su estado y calidad. Recebiolo como de limosna por haberse hecho pobre. No quiso ponérselo pareciéndole que era más rico de lo que deseaba el efecto de su pobreza; mandole su hermano que se lo vistiese, hízolo con gran repugnancia por obedecerlo y luego se fue al padre Diego Solano, su confesor, y le preguntó cuál sería mayor perfección, obedecer a su hermano poniéndose el vestido o dejarle de hacer por afecto de la pobreza, porque ella quería obrar lo más perfecto, y juntamente le rogó que le pidiese a su hermano que no le mandase poner otra vez aquel vestido. El padre se olvidó de hacer esta petición porque otras ocupaciones se la quitaron de la memoria, mas ella con su oración lo alcanzó de su Esposo y así no se volvió a poner otra vez el vestido. El manto que entre sus alhajas había reservado para salir a misa, se le envejeció y entonces se lo ponía con más gusto porque se vía en traje de pobre aunque le costaba el oír reprensiones que por el manto le daban su hermana y tías, pero ella no abría la boca para responder, y entrándosele por ella un día Cristo sacramentado le recompensó la amargura de las reprensiones comunicándole tales dulzuras cuales no había probado en otras comuniones y este regalo sabroso le duró por muchos días. Después del manto es memorable el caso de una mantellina que le mandó hacer su hermano y ella no consintió que la adornasen con guarnición ni con vueltas de tafetán y sintiendo sobre sí gran peso con la mantellina porque su pobreza no quería ponerse cosa nueva, deseó dársela a una señora que   —423→   habiendo sido antes muy rica estaba muy pobre. Cumpliole Dios su deseo, pues dentro de breves días murió doña Antonia y a aquella señora le dio el maestro Esteban de Cabañas la mantellina de su hermana sin haber tenido noticia de los deseos que ella había tenido de dársela.

Tanto era el amor que tenía a la pobreza santa, que no quería tener propriedad en nada. Si le daban algunas cosas de regalo las daba luego a su hermana sin reservar nada para sí. Cuando quería dar algo de limosna a algún pobre, se lo pedía a su hermana y lo daba solamente con su licencia. Como pobre voluntaria amaba a los que eran necesariamente pobres, y como en ellos se le representaba Cristo desnudo los socorría dándoles lo que granjeaba con las obras de labores curiosas que hacía con sus manos a tiempos que para esto tenía señalados.

A la obediencia como a virtud esencial de religión la introdujo para sí misma en su casa haciendo de ella monasterio. Su más cuotidiano obedecer era a su madre. Llamábala señora, llamábala madre y su respeto no era sólo de vocablos sino también de obras, pues la obedecía como a madre y señora haciendo, no solamente lo que le mandaba sino también lo que adivinaba que le querría mandar. En una ocasión determinó la madre que sus dos hijas fuesen a una visita, sentía el dejar su retiro doña Antonia, y viendo su hermana esto la dijo que no se afligiese porque ella iría a negociar que se dejase la visita. Respondiola doña Antonia: «hermana, no hagáis tal que eso es contra el gusto de señora». Por acudir a obedecer a su madre acudía a su llamada aun cuando estaba en su retiro entregada a la oración porque sabía que eso era dejar a Dios por Dios.

A su confesor y padre espiritual obedecía con gran prontitud negando su proprio parecer y rindiéndole su propria voluntad. No le pasaba cosa ninguna en su alma que no le diese clara noticia para que en todo la gobernase y la encaminase al cielo. Unas veces le daba cuenta de su conciencia por su propria persona, otras veces por escrito y a su respuesta hacía eco obedeciendo puntualmente a lo que le mandaba. Como súbdita suya le pedía las licencias para las mortificaciones y para los demás ejercicios y prontamente dejaba de hacer lo que quería cuando le negaba la licencia, y con igual prontitud hacía las cosas cuando le daba   —424→   facultad para ellas, de suerte que parecía que no tenía más voluntad que la de su padre espiritual.

A su hermano mayor el maestro Esteban de Cabañas y aun a sus hermanas menores miraba como a preladas y las obedecía como súbdita, de lo cual sólo referiré un caso particular. En una ocasión estaba doña Antonia sacando miel de una canoa y se le cayó en ella la escudilla con que la sacaba. Entonces una hermana suya le dijo por entretenimiento: «en verdad Antonia, que la habéis de sacar con la mano». Al punto que esto oyó metió todo el brazo sin el reparo de ensuciarse en la canoa de miel y sacó la escudilla caída. Díjole su hermana: «¿para qué habéis hecho esto?». Entonces respondió sonriéndose: «No habéis oído decir que se ha de obedecer a ciegas».

A más subió la obediencia de doña Antonia. Era señora de las criadas de su casa, y ella las obedecía como si fuera criada haciendo lo que ellas querían ya que no se lo podían mandar. Desde que se determinó a ser esposa de Cristo no quiso tener criada propria sino servirse a sí misma y obedecer a todos como sierva. Cuando había menester que alguna criada hiciera alguna cosa en su servicio la pedía con ruegos como si fuera su igual y no la mandaba como señora.



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ArribaAbajoCapítulo XXIX

De las devociones que tuvo doña Antonia habiendo hecho de su casa monasterio


Habiéndose hecho doña Antonia casi monja en su casa ejercitando las virtudes religiosas, tuvo sus devociones muy útiles. En su retiro tenía su locutorio y en él hablaba todos los días con las Tres Divinas Personas diciendo el oficio de la Santísima Trinidad. También rezaba un rosario que había compuesto en esta forma: en lugar del Pater Noster decía: «Alabada sea la Santísima Trinidad». En lugar del Avemaría decía: «Alabado sea el Padre, alabado sea el Hijo, alabado sea el Espíritu Santo». Con estos afectos fervorosamente repetidos se le abrasaba el corazón de suerte que necesitaba desembarazarlo de la ropa. Con este ejercicio se le solía poner el rostro encendido como unas ascuas de fuego. Esto era lo de cada día; lo de cada semana era distribuirla de este modo: El domingo lo ofrecía a la Santísima Trinidad haciendo actos de deseos de verla en el cielo. El lunes al Padre Eterno con actos de contrición. El martes al Hijo con actos de agradecimiento. El miércoles al Espíritu Santo con actos de amor. El jueves al Santísimo Sacramento con actos de imitación de Cristo Señor Nuestro. El viernes a la pasión de Cristo Señor Nuestro, con afectos de derramar por su amor su propria sangre. El sábado a la Virgen Santísima imitándola con actos de resignación en la divina voluntad.

Amaba a Dios Trino y Uno con todo su corazón, y como su forma es triangulada repartía los ángulos entre las Tres Divinas Personas. A estas como a sus queridas hacía dos presentes de valor y precio grande. El uno era de omisiones procurando no sólo no cometer pecado mortal ni venial con plena advertencia, sino también procurando evitar cualquiera imperfección. De sólo oír el nombre de pecado mortal temblaba y daría mil vidas   —426→   antes de cometerlo por no dar disgusto a sus Tres queridas Personas. Para evitar las culpas leves y las imperfecciones examinaba cada día dos veces su conciencia. El otro presente que hacía a la Santísima Trinidad era de buenas obras, en las cuales su intención era tirar a su agrado y a su mayor honra y gloria.

A las Tres Divinas Personas presentaba también las tres potencias de su alma y en estos tres presentes se mostraba muy finamente. Su memoria estaba tan lejos de olvidarse de Dios que no le perdía de vista ni aún en las acciones exteriores en que se ocupaba. Su entendimiento se empleaba en pensar los atributos de Dios Trino y Uno y esto hacía con especialidad desde el día festivo de la Santísima Trinidad hasta su octava. Su voluntad se empleaba toda en andar haciendo actos de temor de Dios y de conformidad con el querer santísimo de las Tres Divinas Personas. Como los ayunos del cuerpo son regalos para Dios, se los presentaba en muchas ocasiones y con especialidad en la víspera de la fiesta de la Trinidad Santísima, en cuyo honor usaba de tres diferentes géneros de cilicios y de tres instrumentos de azotes.

Trabó una muy constante sobre muy estrecha devoción con un hombre que es juntamente Dios y está encubierto con el velo de los accidentes de pan y vino. No se daba por satisfecha mirándole presente por las celosías ni se contentaba solamente con hablarle por aquellos enrejados y por eso le recebía frecuentemente dentro de sí para comunicar con él más íntimamente teniéndolo dentro de su pecho. En los últimos años de su vida alcanzó licencia de su padre espiritual para tener esta comunicación cada día por medio de la comunión sacramental, y se disponía para ella con una hora de meditación del divino sacramento, y en habiendo recebido a su Señor en el pecho echaba sobre el rostro el manto para tener más recogidos los sentidos de los ojos, oídos y lengua y se ponía a mirar, oír y hablar con el Señor que había venido a visitarla, y aunque con el manto quería encubrir las lágrimas de dulzura que derramaba, el mismo manto, estando mojado, las descubría, y era tanto el gusto que tenía en esta comunicación, que gastando en ella cada día más de dos horas le parecía muy poco el tiempo cuando le avisaban que ya era hora de volverse a casa. Tan embebida solía estar en las pláticas con aquel Señor que le visitaba, que no le servía de estorbo el ruido que había en la iglesia, en festividades de mucho concurso. Y hubo   —427→   ocasiones en que estando ella sola en la iglesia ocupada en esta celestial conversación, le hurtaron de su lado el sombrero sin sentir al ladrón que llegó a hurtárselo.

Cuando acontecía el estar enferma en la cama sentía más que la enfermedad el no poder salir para recebir la visita que deseaba le hiciese su Esposo entrándosele por las puertas de la boca a lo íntimo del corazón. El mismo día en que la hirió cruelmente el mal que le quitó la vida, sin embargo de hallarse con fiebre ardiente y con otros dolores, le dijo fervorosa a su hermana que la acompañase porque quería ir a oír misa y a comulgar, y su hermana no se atrevió a hacer resistencia viendo el fervoroso espíritu con que se lo pedía. A las misas (en que se consagra la hostia y se pone presente en ella Cristo) asistía con devoción interior y con exterior reverencia. En lo interior meditaba los puntos que tenía prevenidos de la vida y muerte de Cristo para cada parte de este santo sacrificio. En lo exterior estaba siempre de rodillas y con mucha modestia y solía asistir no a una sola sino a cuantas misas podía.

La inclinación natural que suelen tener las mujeres a criar niños la convirtió en una espiritual profesión de tener un Niño Jesús dormidito en una cuna dorada. Para darle cada año las buenas pascuas en el día de su Navidad ayunaba rigorosamente en el adviento, sustentándose sólo con pan y agua en tres días de cada semana a que añadía ásperos cilicios y rigorosas disciplinas. En los nueve días antecedentes al del nacimiento del Niño Dios, hacía que le dijesen las misas que llaman de aguinaldo para las cuales daba la limosna de dinero que había adquirido con la labor de sus manos. En todo este tiempo procuraba encender más el fuego de amor que para con el Niño Jesús ardía en su pecho avivando con largas meditaciones del misterio de su nacimiento, daba soplos a las llamas con tiernas jaculatorias de sus labios.

El encendido amor que tenía al Niño se le vio en las manos y también se le conocía en los labios. En las manos porque con ellas le labraba camisitas de oro y seda para su cuerpecito para colocarlo en la cuna le hacía sabanitas y almohadas con primor y curiosidad. Adornaba su amor la cuna con variedad de dijes preciosos en la materia aunque pequeños en el tamaño. En un dedito del Niño tenía puesta una sortija de oro con el engaste de una esmeralda en señal de su desposorio y en significación de   —428→   la esperanza con que vivía de ir a celebrar las bodas en el cielo. En su cabeza le tenía puesta una cabellerita que hizo de sus proprios cabellos en muestra de que no había de tener pensamiento que no fuese dirigido a Jesús. En las labios también se le conocía el amor que redundaba del corazón. Retirábase a su oratorio huyendo de los registros de los ojos humanos para entretenerse en vestir y adornar amorosamente a su Niño; pero acechándola algunas veces su hermana oía las palabras amorosas y veía los ósculos de amor que le daba al Niño cuando lo vestía. Pondré aquí algunos requiebros suyos para el que quisiere imitarla. Es posible (le decía derramando lágrimas de sus ojos y teniéndolo en sus brazos) ¿que hay quien os ofenda? ¿Quién habrá que no se muera por Vos? Oh, si yo, vida mía, muriera porque ninguno os ofendiese. ¿Es posible que haya quién se olvide de Vos? Oh, Esposo de mi alma, no me hubieras hecho reina y señora del mundo para que yo con afecto hubiera dejado por vuestro amor lo que con todo mi corazón y potencias tengo despreciado otra vez y mil veces me vuelvo, querido mío a ofrecer a Vos. Toda soy vuestra pues Vos sois todo mío. Muchas veces requebraba al Niño Jesús diciéndole tierna y amorosamente: Oh, vida mía; y tenía razón en decirlo porque todo su vivir era Jesús y así con frecuencia repetía este dulcísimo nombre todos los días en la camándula que en sus cuentas contiene el número de los años que vivió Nuestro Salvador en este mundo. En la última enfermedad que para morir, padeció esta virgen, advirtieron que nombraba a Jesús cuantas veces respiraba. Jesús era su vida y así no es mucho que su respiración fuera Jesús.

La devoción con este Señor considerándole Niño era devoción tierna; pero meditándole ya Hombre en los dolores de su pasión era devoción fuerte porque de la flaqueza mujeril sacaba fuerzas su amor para martirizarse y padecer por su amado. Dejó los ayunos a pan y agua con que los viernes de cuaresma mortificaba su cuerpo procurando parecerse a Cristo en el ayuno del desierto. Dejó las disciplinas con que se le asemejaba derramando la sangre de sus venas. Dejó el cilicio que se ponía en la cabeza para imitar a su Esposo coronado y el ponerse en cruz para ser un retrato suyo, y solamente refiero lo que le aconteció en un día viernes. Estaba meditando devota a Cristo Señor Nuestro dolorido en la cruz, y entonces este Señor la inspiró que procurase   —429→   parecérsele en tener cinco llagas en su proprio cuerpo. Obedeció al soberano impulso y cogiendo unas tijeras de su costura cortó por cinco partes la delicada piel que le cubría su amoroso corazón. Con esto quedó su alma anegada en dulzuras, su cuerpo doliente con las heridas y su corazón con cinco respiraderos para desahogar las llamas del volcán de amor en que se estaba abrasando.

A esta devota virgen, siendo del número de las prudentes no le había de faltar la devoción con la Reina de las Vírgenes y así tuvo para con ella desde niña una muy cordial devoción. Visitábala cada día de rodillas poniéndose en la presencia de su imagen; saludábala por las cuentas de su rosario. En sus festividades le hacía presentes de buenas obras y le ofrecía regalos de ayunos y de otras mortificaciones. Los sábados daba por amor de la Virgen a unos pobres vergonzantes lo que con el trabajo de sus manos había adquirido en los otros días de la semana. Imitando las virtudes de la Virgen procuraba como hija asemejarse a tan excelente Madre. También tenía singular devoción por San José, esposo de María y padre putativo de Jesús. Cada día le hablaba con las oraciones y letanías que de este glorioso patriarca corren impresas. La víspera de su día festivo le ofrecía un regalo de ayuno de pan y agua, de cilicio y disciplina. En su día festivo presentaba a Dios el santo sacrificio de la misa que se decía del Santo Patriarca, para la cual daba su limosna y juntamente recebía en su pecho al que muchas veces había tenido en sus brazos San José.



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