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Centenario del poeta Rafael Alberti (1902-2002). Alberti para los niños

Isabel Tejerina Lobo


Departamento de Filología. Universidad de Cantabria.

Este año se conmemoran los cien años del nacimiento de Rafael Alberti, uno de los poetas españoles más universales, una voz indiscutible por la calidad de su obra y un creador tan querido como vapuleado por su militancia y compromiso. Pintor, poeta, dramaturgo, artista siempre reconocido por la crítica más exigente; incluso en la dictadura franquista, y ello a pesar de ser un comunista declarado. En este Centenario, además de revitalizar su obra, le debemos a Rafael Alberti el homenaje por su fidelidad a la causa de la libertad y por el dolor callado de un penoso exilio de treinta y ocho años, junto a la valerosa M.ª Teresa León. Y con él, nuestro reconocimiento a los que cayeron en el camino: a Miguel Hernández, sepultado en vida en la cárcel de Alicante; a todos los poetas de la España peregrina que nunca pudieron regresar y murieron lejos de España: Antonio Machado, León Felipe, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Juan Larrea... y a todas las gentes sencillas del pueblo, a todos los nadies como les llama Eduardo Galeano, que lucharon por esos mismos ideales. Fracasos, derrota, olvido... aunque gracias a sus luchas, tenemos la actual democracia por imperfecta y limitada que sea.






¿Qué relación existe entre Alberti y la literatura infantil?

Nunca ha sido Rafael Alberti considerado como un poeta para niños. No lo es en la definición del creador que escribe intencionadamente para ellos, ya que sus poemas con esta pretensión no son muy numerosos en el conjunto de su obra, aunque están presentes a lo largo de toda ella. Sí lo es desde la concepción de la Literatura Infantil que ya defendió en uno de los primeros estudios académicos importantes en este campo el profesor Román López Tamés (Universidad de Cantabria, 1985). No sólo las obras de calidad literaria creadas para este destinatario, sino también todas las que, ayer y hoy, son adoptadas por ellos y para ellos, aquéllas que son capaces de disfrutar plenamente como receptores estéticos singulares.

Los profesores, y los padres, somos mediadores y responsables de que los grandes poetas sean escuchados por los niños, escriban o no con esa finalidad. No es una tarea siempre sencilla. Desde la didáctica de la lengua y la literatura, como ámbito docente e investigador, y desde las propuestas innovadoras vividas por los maestros en las aulas, se han hecho ya valiosas aportaciones para establecer aquellos rasgos del lenguaje poético que poseen un especial atractivo y eficacia en los primeros acercamientos poéticos de los niños, tanto a la poesía culta de autor como a la poesía folclórica popular. Entre ellos, merecen destacarse los siguientes: cualidades rítmicas y sonoras muy marcadas; métrica de versos y estrofas cortas; ciertas estructuras preferentes, como la distribución binaria, los estribillos o los diálogos; poemas de estructura narrativa; poemas escénicos; los juegos fónicos y verbales; las jitanjáforas; la riqueza de imágenes plásticas y coloristas; el uso del humor y el absurdo, los disparates y sinsentidos… Todas estas características se encuentran en la poesía de Rafael Alberti.




Alberti para los niños

La presencia de la infancia y la evocación de la misma están muy presentes en la poesía albertiana. Niños y niñas son frecuentes protagonistas de sus poemas para expresar muy diversas emociones: Nana del niño malo, La niña del calamar... O es el propio poeta quien refleja su niñez como un pasado que se incorpora al presente. Tal evocación estética es muy intensa desde sus primeros poemarios y persiste en libros muy posteriores:

Madre, vísteme a la usanza/ de las tierras marineras:/ el pantalón de campana,/ la blusa azul ultramar/ y la cinta milagrera.

(Marinero en tierra, 1925).                


La infancia y sus juegos, sus escenarios favoritos y personajes queridos: el mar, la playa, los barcos, los animales… vuelven una y otra vez a poblar sus versos, porque como ya se ha observado por la crítica especializada la infancia en su poesía se entronca con la nostalgia de su pasado y de su patria y también con otro leit motiv de su obra que es la búsqueda del paraíso perdido.

Pero no es necesario que el protagonista del poema sea infantil. Igual aceptación puede tener una composición en la que el personaje resulte atractivo para los niños. Un adulto un tanto estrafalario y un poco loco, jugando en el espejo del absurdo cómico. Es el caso del poema escénico Buster Keaton se enamora perdidamente de su novia que es una verdadera vaca (Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, 1929).

O aquel inigualable diablo que Rafael Alberti describe en su poema El Bosco (A la pintura, 1945-1976), un prodigio del juego verbal y de la creatividad expresiva del poeta:

El diablo hocicudo,/ ojipelambrudo/ cornicapricudo/ y rabudo/ zorrea,/ pajarea,/ mosquiconejea,/ lumea,/ ventea,/ peditrompetea/ por un embudo ).

Inventiva, humor, escatología… para el goce de los pequeños receptores, que liberarán su risa sin ataduras celebrando este poema atrevido y burlón en el que se combinan intensivamente la derivación y la invención léxica por composición, plenas de originalidad. La similitud con la técnica seguida en coplas de la poesía popular es evidente e inevitable el recuerdo del trabalenguas tradicional:

Ésta era una cabra/ ética, perlética,/ pelapelambrética,/peluda/ pelapelambruda,/que tenía unos hijitos/ éticos, perléticos,/ pelapelambréticos,/ peludos/ pelapelambrudos.

Están demostradas las múltiples posibilidades en la clase con los poemas escénicos del Alberti más desenfadado y juguetón que se ríe de las convenciones y de sí mismo. Por ejemplo el ya citado sobre Buster Keaton, uno de sus homenajes a figuras geniales del cine mudo, o El aburrimiento, (Roma, peligro para caminantes, 1968) que dibuja una situación tan triste como cómica trenzada mediante hipérboles, reiteraciones, acumulación, exclamaciones enfáticas, preguntas retóricas y disfemismos:

He pisado una caca…/ Acabo de pisar -¡Santo Dios!- una caca…/[...]/ Estoy pegado al suelo./ No puedo caminar./ Ahora sí que ya nunca volveré a caminar./ Me aburro, ay, me aburro./ Más que nunca me aburro./ Muero de aburrimiento./ No hablo más…/ Me morí.

Y no sólo desde la risa. ¿Por qué los niños no van a comprender y valorar estéticamente la tristeza melancólica que se esconde tras la broma irónica de su autorretrato burlesco El tonto de Rafael ?:

Tonto llovido del cielo,/ del limbo, sin un ochavo./ Mal pollito, colipavo,/ sin plumas, digo, sin pelo./ ¡Pío,-pío!, pica, y al vuelo/ todos le pican a él./ ¿Quién aquél?/ ¡El tonto de Rafael!

(El alba del alhelí, 1925-1926)                


Los numerosos estudios críticos sobre Alberti han insistido con particular intensidad en las raíces populares de su poesía, constatando al mismo tiempo una diferencia sustancial. Y es el hecho de que si bien utiliza temas y recursos expresivos paralelos a los de la poesía popular lo hace con objetivos diferentes. Su popularismo es culto, el poeta nunca abandona su meta artística, su construcción estética. Todo está bajo control. Por eso, nunca se llega a la ruptura completa con la lógica, al abandono total al juego de los sonidos y de las rimas, que impregna tantas veces la poesía anónima tradicional.

El recorrido por su obra nos descubre efectivamente su perfecta asimilación de la poesía popular, ya que no sólo acoge personajes, palabras, ritmos y estrofas, sino sobre todo los mecanismos de construcción del vocablo lúdico y expresivo. Entre los muchos procedimientos que utiliza, merecen destacarse: el cambio de lugar de los acentos; los juegos onomatopéyicos; las creaciones léxicas por derivación y composición, la invención de jitanjáforas, etc. Así, la jitanjáfora se hace poema en Bailecito de bodas (Entre el clavel y la espada, 1940), cuya fecha de composición demuestra la resistencia de Alberti a la amargura. Perfecta conjunción de recursos y juegos fónicos, rítmicos y léxicos para expresar un revuelo bullicioso de alegría desbordante en la fiesta nupcial:



Por el Totoral,
bailan las totoras
del ceremonial.

Al tuturuleo
que las totorea,
baila el benteveo
con su bentevea.

¿Quién vio al picofeo
tan pavo real,
entre las totoras,
por el Totoral?


Como otros grandes artistas, Rafael Alberti fue adulto un poco a la fuerza y no se olvidó en toda su vida del Rafael niño del Puerto de Santa María. En el hablarasambla del Pipirigayo de su pieza teatral La pájara Pinta y en tantas composiciones de su larga trayectoria, el poeta se divierte con el lenguaje y se acerca a los niños, por el gozo común en el placer del juego verbal y la alegría del decir. Su escritura profundamente lúdica conforma una manera estética de uso de la lengua que tiene importantes puntos en común con la poesía popular y con la que usan los mismos niños en sus cábalas y en sus lenguajes inventados ininteligibles, con la poesía que ellos escriben y, por supuesto, con la poesía que a ellos les gusta escuchar y cantar desde el regazo y en el patio de recreo, la que disfrutan leyendo y recitando en solitario o de modo colectivo. Los versos musicales de Rafael Alberti, sorprendentes, llenos de ritmo y de humor, sus canciones que invitan a cantar o a pensar, sus personalísimos disparates… son también patrimonio de los niños y les enseñan a disfrutar y a mirar el mundo de manera nueva.





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