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Aventuras de Juan Luis: historia divertida que puede ser útil (1781) de Diego Ventura Rejón y Lucas

M.ª de los Ángeles Ayala Aracil


Universidad de Alicante



La publicación de Aspectos biográficos y literarios de Diego Antonio Rejón de Silva1, de Concepción de la Peña Velasco, ha despejado la errónea creencia mantenida por un buen número de críticos de que el nombre de Diego Ventura Rejón y Lucas correspondía a un pseudónimo utilizado por Diego Antonio Rejón de Silva2. Concepción de la Peña ha documentado fehacientemente la existencia de dos personajes diferentes, siendo el primero, Diego Ventura Rejón y Lucas, padre del autor de La Pintura, Poema didáctico en Tres Cantos3 y del Diccionario de las Nobles Artes para la instrucción de los Aficionados y uso de los Profesores4. Posiblemente la coincidencia temporal en la publicación de sus respectivas obras -Aventuras de Juan Luis (1781), La Pintura (1786) y el Diccionario de las Nobles Artes (1788)- haya contribuido a consolidar este error de identificación entre ambos autores.

Los datos biográficos que sobre el autor de las Aventuras de Juan Luis5 poseemos no son muy numerosos. Nació en Murcia el 20 de mayo de 1721, hijo único del matrimonio formado por Francisco Rejón de Silva y Micaela Lucas. Tras el fallecimiento de sus padres, su abuela materna, D.ª Mariana de los Cobos y Bernal, ejercerá su tutela, nombrándole su heredero en 1736. Perteneció a la Orden de Calatrava y contrajo matrimonio con Antonia Barciela y Madrid, con quien se instaló en Madrid, lugar en el que falleció entre 1788 y 1792. De esta unión nacieron cinco hijos -Francisco, Antonia, Juana de Dios, Diego Antonio y Francisco de Paula-.

En el citado trabajo de Concepción de la Peña Velasco se nos ofrece el catálogo de las obras impresas y manuscritas de Diego Ventura Rejón de Silva y Lucas6, obras entre las que sobresalen, además de las Aventuras de Juan Luis, su tragedia titulada La Gabriela y la Fábula de Céfalo y Pocris.

El relato Aventuras de Juan Luis podría presentarse como una encrucijada de tendencias, en las que el autor, demostrando unos notables conocimientos literarios y largas horas dedicadas a la lectura, aprovecha los ejemplos ofrecidos por la tradición anterior para configurar una ficción en la que además de apreciarse el influjo del Quijote se recogen elementos propios de la novela picaresca y de la novela bizantina o de aventuras. Elementos que el autor combina a su vez con otros rasgos que apuntan hacia la novela didáctica o moral, el relato utópico, la narrativa costumbrista e, incluso, a la novela sensible7. En este sentido Rejón y Lucas, como ya es evidente en la Vida de Torres Villarroel o en Fray Gerundio de Isla, y como harán años más tarde Montengón, Zavala y Zamora, Martínez Colomer y otros novelistas que publican sus obras a finales de siglo y principio del XIX, no sólo se limita a actuar como ente receptor de modelos existentes, sino que se servirá de elementos y recursos narrativos de procedencia diversa para crear un mundo de ficción novedoso. En este sentido, las Aventuras de Juan Luis (1781) es un ejemplo magnífico de la lucha que entre tradición e innovación se da en la novela dieciochesca a finales de siglo. Rejón y Lucas no es ciertamente un narrador de primer orden, pero indudablemente es consciente de las ventajas que el género novela ofrece para transmitir a sus lectores el análisis de la sociedad contemporánea, objetivo último que persigue el autor con su obra.

Rejón y Lucas utiliza dos recursos novelescos tradicionales -manuscrito hallado y procedimiento epistolar- para crear el marco de ficción adecuado para introducir las andanzas de su protagonista y por ende la crítica social, política y moral a su tiempo. Las Aventuras de Juan Luis se inician con el siguiente párrafo perteneciente al Prólogo:

Amigo lector, un guarda de a caballo, que había sido criado mío, sabiendo mi afición a los libros, me dio pocos meses hace el manuscrito que ahora te presento, diciéndome lo había hallado en uno de los caminos Reales de la Mancha baja dentro de una maletilla vieja con alguna ropa8.



La alusión al manuscrito hallado tendría la virtud de traer a la memoria del lector dieciochesco el recuerdo del Quijote, al igual que el empleo del viaje como símbolo de aprendizaje, el entrecruzamiento de historias protagonizadas por distintos personajes, los reencuentros y reconocimientos inesperados9, conducirían la imaginación del lector hacia los relatos de aventuras -bizantina y caballeresca- que tan singular influencia ejercieron sobre Cervantes y a través de él en los autores dieciochescos10. La utilización de estos recursos y sobre todo del primero -manuscrito hallado- para iniciar las Aventuras de Juan Luis no es anecdótica, pues Rejón y Lucas va a tener muy presente la bipolaridad estructural cervantina, como veremos más adelante, al organizar toda su ficción sobre planos diferentes y opuestos: Fortunaria frente a Nogalia, realidad frente a ideal.

El propio subtítulo de la novela Historia divertida que puede ser útil, indica la intencionalidad global de la obra, docere et placere; horaciano. Finalidad corroborada por las dos citas clásicas a Plinio y Pitágoras que encontramos en el Prólogo11 y ratificada en líneas posteriores en el párrafo «Si en efecto esta obrilla agradase, podrán muchos aprovecharse y divertirse»12, que nos trae claramente a la memoria la célebre frase del Lazarillo de Tormes «pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade y a los que no ahondaren tanto los deleite»13.

Las coincidencias entre los textos del Lazarillo y Aventuras de Juan Luis no se reducen ni a las semejanzas de las frases extractadas ni al recurso de acudir ambos autores a la autoridad de Plinio el Menor para subrayar sus propósitos. La influencia del Lazarillo, y del género picaresco en general, es más amplia, pues el autor emplea muchos de los rasgos constitutivos de dicho género para configurar su obra. De esta manera Diego Ventura Rejón y Lucas coincide con el anónimo autor del Lazarillo al ofrecer la narración a sus lectores como una carta-memoria escrita a instancia de los ruegos u órdenes de un personaje de rango superior:

Como me hallaba (después de mis trabajos) restituido a la quietud de mi casa [...] me mandó el señor Prefecto escribiese mis sucesos y aventuras, que deseaba leer nuestro Soberano. Aunque con la duda de si me habría parido mi madre para Escritor, me dediqué a formar esta historia; y a no ser portan superior orden, me hubiera hecho temblar sólo el pensamiento de ejecutarlo14.



Diego Ventura Rejón y Lucas busca, como el autor de la novela renacentista, la perfecta justificación de todo lo narrado y la propia coherencia interna del relato. Una coherencia que se ve reforzada al recurrir a lo autobiográfico, al personaje que en primera persona cuenta su experiencia vital. Ese yo, autor-personaje-narrador, sirve de puente que enlaza y organiza las distintas aventuras, anécdotas, reflexiones, sentencias de que está salpicado el libro, a la vez que refuerza el realismo y verosimilitud de lo narrado.

El inicio de la novela -Juan Luis ofrece al lector datos sobre su lugar de nacimiento y origen familiar- también recuerda la fórmula clásica de la picaresca. No obstante, a medida que continuamos la lectura de la novela dieciochesca se observa que Diego Rejón y Lucas se libera de las reglas del género y comienza a combinar en su narración elementos de otras modalidades novelísticas. Así, la descripción relativa a los padres de Juan Luis no guarda relación alguna con la que protagonizan los progenitores del héroe picaresco. En Aventuras de Juan Luis, éstos pertenecen a la vieja nobleza -Dorotea Salvilla, «hidalga sin controversia»; Pedro Lesmes, «hidalgo de los rancios»- y a lo largo de toda la obra muestran preocupación y afecto por su hijo. Su descripción, por tanto, se aleja del característico vituperio a los padres del protagonista de la novela picaresca.

Juan Luis no es un héroe picaresco ni por su origen ni por su propia personalidad. Juan Luis es un personaje que no evoluciona psicológicamente, ni como Lázaro hacia la corrupción ni como el Guzmán por el camino del arrepentimiento, a tenor de los acontecimientos vividos. Él es, junto a personajes como Sergio, Vigilancio, Gerardo, Arnesto o sus propios padres, la encarnación del buen sentido desde el principio hasta el final del relato, el que observa y juzga los comportamientos de los demás personajes o los usos y costumbres de su sociedad, haciendo patente su recto criterio. Es verdad que la narración se presenta al lector como el relato autobiográfico de las aventuras vividas por él mismo, pero en un buen número de páginas el personaje queda relegado a un papel de mero testigo, de oyente que cede la palabra y el protagonismo a otros personajes que narran sus respectivas aventuras y éstas no tienen repercusión alguna en la trayectoria vital de Juan Luis. Esta rigidez o uniformidad del carácter de Juan Luis es uno de los defectos que desde el punto de vista de ficción novelesca se puede apreciar en la obra de Rejón y Lucas, sólo justificable por el interés que el autor muestra por el género costumbrista.

Rejón y Lucas al trazar al personaje de Juan Luis tiene el acierto de apartarse de los protagonistas acuñados por la tradición áurea, al no elegir ni a un desheredado de la fortuna ni a un príncipe desconocedor de su cuna y fortuna, personajes que de forma opuesta luchan por abrirse camino en su sociedad. Juan Luis es un hombre común, sin una problemática existencial conflictiva15, que a diferencia de los anteriores no se ve obligado ni a utilizar su ingenio o realizar grandes acciones heroicas para asegurar su existencia. Juan Luis es la encarnación de un hombre particular, un hombre coetáneo al propio autor del relato, un hombre instruido que desde su privilegiada posición analiza y estudia las costumbres de su época, sirviéndose del humor, de la ironía y de la sátira para denunciar aquellos aspectos que preocupan al hombre ilustrado.

Portada

La posición del personaje se puede relacionar claramente con la actitud adoptada por los escritores costumbristas del XVIII, autores que mediante la sátira se proponen reformar las costumbres, como se puede apreciar, entre otros, en obras como las Recetas morales, políticas y precisas para vivir en la Corte (1734) de Baptista Remiro de Navarra, Los engaños de Madrid y hampas de sus moradores (1742) de Francisco Mariano Nipho, Los fantasmas de Madrid y estafermos de la Corte (1761) de Ignacio de la Erbada o el anónimo libro titulado Madrid por adentro y el forastero instruido y desengañado (1784) o las numerosas publicaciones periódicas que incluyen entre sus páginas cuadros de costumbres, como las fundadas por José Clavijo y Fajardo -El Pensador (1762-1767)-, Beatriz Cienfuegos -La Pensadora gaditana (1763-1764)-, Juan Antonio Mercadal -El Duende especulativo sobre la vida civil (1771)- o El Censor (1781 -1787), revista dirigida por los abogados Luis Cañuelo y Luis Pereira. Ejemplos representativos de publicaciones anteriores o coetáneas a la edición de las Aventuras de Juan Luis. Rejón y Lucas otorga al personaje de Juan Luis el tono característico del autor-narrador-testigo del protagonista de una obra costumbrista, personaje que manteniendo una postura inalterable se apresura a mostrar los tipos, oficios, usos, costumbres, errores de la sociedad presente. En este sentido hay que subrayar que el protagonista de la novela de Rejón y Lucas apela en numerosas ocasiones a la verosimilitud y realidad de lo narrado mediante la introducción de fórmulas como las siguientes:

Sin que lo jure (pues no hay necesidad para ello) creerán mis lectores que los casos imprevistos, las cosas raras y los encuentros en que menos podía yo pensar, me los presentaba la fortuna16.



o también

Pero ahora me ocurre prevenir a mis lectores, que no imaginen invento (con el fin de divertirlos) los sucesos prósperos que experimentamos desde nuestra salida de Fortunaria, porque algunas veces ceden al campo las desgracias a las dichas17.



Esas llamadas de atención a la verdad, a la no fabulación, constituyen un rasgo propio del género costumbrista.

En las Aventuras de Juan Luis encontramos multitud de escenas y tipos que recrean artísticamente la realidad de la época. Así, entre otras muestras, se nos describe el ambiente que reina en las clásicas tertulias de la época, en las frecuentadas ventas donde los viajeros descansan de las fatigas del viaje o en las casas de huéspedes que recogen a los estudiantes de cualquier universidad del momento. De igual forma la galería de personajes secundarios y de tipos que Rejón y Lucas introduce en la novela es amplia, teniendo todos ellos como función primordial la de encarnar un determinado valor o vicio18. Así, por ejemplo, en los dos primeros capítulos de la novela encontramos personajes que, como Cosme Rasgos, Gerigonza, Cervatana y Vigilancio, encarnan variedades distintas dentro de un mismo tipo: el de preceptor de la época. Frente al modelo negativo de los dos primeros se alza la figura sensata y competente de Vigilancio19. Rejón y Lucas recurre con suma frecuencia a la contraposición de un modelo positivo frente a otro negativo. De esta forma personajes como Charnela y Liboria se oponen a otros que, como el propio Juan Luis, Gerardo, Arnesto, defienden la sensatez y la comodidad frente a las veleidades de las modas. Este juego de perspectivas que permite el cotejo de comportamientos diferentes propios de un momento histórico concreto aparece no sólo en algunas obras dieciochescas -Fray Gerundio, Cartas Marruecas-, sino que es un recurso ampliamente utilizado por los costumbristas del siglo XIX. Baste recordar en este sentido el uso que del mismo hace Mesonero Romanos en Los paletos de Madrid, Larra en Vuelva usted mañana y El castellano viejo, Francisco de la Cortina en El catalán o Ramos Carrión en su artículo El fotógrafo, entre otros muchos ejemplos. Asimismo Rejón y Lucas otorga a muchos de los tipos que introduce en su novela un patronímico connotativo que describe, matiza o caricaturiza su personalidad o forma de ejercer su profesión. De esta forma denomina doctor Navaja al médico que todo lo sana mediante sangrías y aplicaciones de sanguijuelas; Pico de Oro al orador; Centella al criado diligente; Escolástica a la doncella que al hablar mezcla el latín y el castellano, etc. La utilización de nombres alusivos y caricaturescos es también un procedimiento habitual entre los maestros del costumbrismo romántico20.

En la obra de Rejón y Lucas, el influjo de Cervantes es evidente en la disposición de los materiales novelescos en planos opuestos y que afecta tanto a la estructura como a la presentación del propio autor y personajes. Rejón y Lucas comienza por jugar con el lector acerca del autor del libro, pues frente a Rejón y Lucas, autor real y editor ficticio del manuscrito se alza la figura de Juan Luis que aparece como autor de la relación epistolar, narrador y protagonista-testigo de todo lo relatado. Igualmente, tal como hemos señalado en líneas anteriores, el entrecruzamiento de planos es continuo en lo referente a la presentación de sus tipos o personajes, ya que cualquier personaje que encarna un valor negativo aparece acompañado de otro contrapuesto y que, por ende, señala el modelo a seguir. Bipolaridad que no sólo se aprecia en estos motivos, sino que aparece reflejada de modo singular en la propia estructura de la novela.

Las Aventuras de Juan Luis aparece estructurada externamente en dieciséis capítulos, precedidos todos ellos de un largo título que resume el contenido de los mismos, mientras que ese mismo material se organiza internamente en torno a las diversas salidas del hogar paterno del protagonista, un itinerario que, sin mencionar los puntos geográficos intermedios, se resume en la siguiente secuencia: Río Turbio-Nogalia-Tormes Sabia-Nogalia-Puerto Fuerte-isla Fortunaria-Puerto Fuerte-Nogalia. Estos sucesivos desplazamientos se realizan por dos espacios literarios distintos; Nogalia, país de donde es oriundo Juan Luis, y la desconocida y sorprendente isla Fortunaria, lugar en el que unos piratas abandonan al protagonista después de robarle. De esta manera, Rejón y Lucas, recurriendo a un nuevo juego de contrastes, nos ofrece las dos caras de una misma moneda; Nogalia reflejaría la imagen real del Madrid de Carlos III, mientras que Fortunaria representaría la idea utópica de esa misma corte, es decir, la imagen de una sociedad exenta de cualquier despropósito21.

La distribución de planos es casi simétrica, ya que el final del capítulo XVIII marca el límite entre esos distintos espacios geográficos que simbolizan dos modelos de sociedad opuestos. Rejón y Lucas para reforzar este contraste entre realidad e ideal utilizará modelos literarios diferentes en ambos bloques narrativos. En el primero de ellos, los ocho capítulos iniciales, además de ofrecerse la historia familiar de Juan Luis, asistimos al primer traslado del protagonista, de Río Turbio a la Corte, al ser llamado su padre para dirigir los negocios del Marqués de la Langosta. Después de una breve estancia, Juan Luis se dirigirá a la Universidad de Tormes Sabia para cursar estudios superiores. Concluido el periodo educativo, regresa de nuevo a la Corte. Allí se convierte en compañero de diversión de Canuto, hijo del Marqués y personaje que será el causante de su destierro a casa de sus tíos en Puerto Fuerte. Con la observación y análisis de la importante ciudad de Puerto Fuerte se cierra este primer bloque.

En estos primeros capítulos sobresale la introducción de dos procedimientos narrativos -el viaje como aprendizaje de vida y la pareja formada por protagonista y preceptor- presentes en novelas como el Eusebio (1786-1788) o la Eudoxia (1793) de Pedro de Montengón y que acercarían a Rejón y Lucas a la novela didáctica o pedagógica propia del siglo XVIII. Sin negar la posible influencia de este tipo de relato creemos, sin embargo, que no debemos olvidar el carácter marcadamente costumbrista que presenta está primera parte de la novela, tanto en la propia actitud de su protagonista como por la variedad y riqueza de la pintura de la sociedad dieciochesca ofrecida. Juan Luis, aunque en sus viajes se vea sorprendido por situaciones nuevas, entre en contacto con los más variopintos personajes y esté acompañado en todo momento por un preceptor, permanece fiel a unas pautas de comportamiento desde el principio hasta el final. Las experiencias y los numerosos consejos que de sus preceptores recibe sólo ratifican su peculiar modo de entender el mundo que le rodea22. En realidad este primer bloque narrativo es un rico mosaico donde se pasa revista a una vasta galería de tipos, oficios y actitudes contemporáneas: eruditos superficiales, maestros incompetentes, religiosos poco atentos al mensaje cristiano, nobles irascibles, criados inútiles, castigos injustos, la necedad de ciertas modas extranjeras, bodas desiguales, personajes ociosos, proyectos reformistas irrealizables, etc. Tipos, actitudes y comportamientos que aparecen como contrapunto de la correcta moral y con claras connotaciones de índole educativa. De esta forma Rejón y Lucas entronca con los cuadros costumbristas del siglo XVII -Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, Juan de Zabaleta o Francisco Santos- y coincide en su sátira con otros autores dieciochescos -Gómez Arias, Juan Antonio Mercadal, José Clavijo y Fajardo, Ignacio de la Erbada, Cristóbal Romea y Tapia, Juan Antonio Zamácola, Cadalso o Torres Villarroel-.

Rejón y Lucas acierta en el segundo bloque estructural al desplazar a Juan Luis a la bella isla de Fortunaria, antigua colonia de Nogalia, que ha alcanzado su independencia por la fuerza de las armas y que aparece regida por un sistema político que al protagonista le parece ecuánime y eficaz -«A mí cada ley o establecimiento de Fortunaria me parecía justísimo y racional»23, pues el nuevo marco le permite enfocar desde otra perspectiva sus críticas a la sociedad contemporánea. Gracias a las posibilidades que le ofrece la inclusión del relato utópico Juan Luis conocerá un país y una corte regidos por unas leyes que, a medida que las va descubriendo, no sólo le parecen admirables en su concepción, sino también en la forma de cumplimiento, tal como le pondera su amigo y protector Arnesto a su llegada a la isla:

Por lo que pertenece (prosiguió Arnesto) a las leyes promulgadas por el Capitán Abdón, bastará decir, que el blanco de todas es la quietud del Pueblo, el exterminio del lujo, conservación de fábricas, y otras cosas; pero no es lo admirable en nuestra Isla la letra de estas leyes, sino el modo de hacerlas observar por la destreza de los Moderadores principales (así llamamos a nuestros Jueces), y esto es casi inexplicable24.



En este sentido, las Aventuras de Juan Luis entronca con obras como la anónima Descripción de la Sinapia o los Viajes de Enrique Wanton (1769-1778) de Gutierre Joaquín Vaca de Guzmán y señala un camino que recorrerán años más tarde autores como Pedro de Montengón -El Antenor (1788)- o Antonio Marqués y Espejo -Viaje de un Filósofo a Senenópolis (1804)-, entre otros.

Lo narrado entre los capítulos VIII y XIV se adapta en sus rasgos generales al género literario que denominamos utopía no sólo porque en él se describa un mundo imaginario -imaginaria es también Nogalia aunque enmascare la España de finales del siglo XVIII-, sino porque en la narración se hallan algunos de los elementos característicos de esta modalidad novelesca25. Rejón y Lucas establece la contemporaneidad entre el mundo real y el mundo utópico y Juan Luis pasa de un mundo a otro sin romper en ningún momento la línea continua del tiempo. Ello facilita que las comparaciones entre estas dos sociedades alcancen mayor carga significativa, pues el mundo perfecto -Fortunaria- no se presenta al lector como un modelo posible, sino como un ideal alcanzado, de ahí que el mensaje esbozado tenga más fuerza y mayor carácter ejemplarizante. Fortunaria es una ciudad muy semejante a la corte de Nogalia, aunque se distingue de ésta por haber solucionado los problemas que en ese momento histórico tienen planteados los nogalinos26. En las Aventuras de Juan Luis, la isla Fortunaria no aparece claramente localizada, pues tanto en la travesía marítima de ¡da como de vuelta de Juan Luis los elementos atmosféricos -calma y tempestad- hacen que los navíos que trasladan a Juan Luis a Fortunaria y Nogalia, respectivamente, pasen días navegando sin rumbo fijo a merced de esas variaciones climáticas, realzando Rejón y Lucas de esta forma el carácter fantástico y misterioso de la nueva tierra. El lector sólo sabe que son dos puntos geográficos distantes y poco comunicados entre sí. De igual forma para cumplir otro de los requisitos del relato utópico -la difusión de las novedades que ofrece el mundo utópico en el que se finge real-, Rejón y Lucas centra su relato en los dos últimos capítulos de la obra en el reencuentro de Juan Luis con sus familiares en Nogalia, páginas donde el protagonista da cumplida noticia de su experiencia por la isla de Fortunaria. Igualmente Rejón y Lucas tendrá presente otra condición que impone el relato utópico, aquella que obliga a que la sociedad que se describe sea una realidad distinta de aquella a la que pertenecen los destinatarios del relato utópico, ya que el contraste resultante sirve para subrayar las estructuras o usos sociales a la vista de otra sociedad. Lógicamente estas críticas tomarán el matiz ideológico del autor del relato que expone a través de la descripción de ese mundo utópico cómo le gustaría que fuese su propia sociedad. J. Soubeyroux27 ha estudiado de manera minuciosa los principales puntos en que centra su atención Rejón y Lucas -eliminación del lujo, administración de la justicia, gobierno de la ciudad y asistencia social-, por lo que creemos que no es necesario insistir en estos aspectos. Tan sólo hacer notar que el autor ofrece en estos capítulos la cara positiva de lo denunciado en la primera parte de la novela y el lector tiene ahora la oportunidad de contemplar cómo deben ser las tertulias racionales, las representaciones teatrales, las librerías, las tabernas, la arquitectura de los edificios públicos, la forma de vestir, los muebles, los carruajes... Igualmente se proponen al lector modelos de comportamiento opuestos a los practicados por los nogalinos: médicos responsables, administradores públicos prudentes, religiosos con auténtico amor al prójimo, ministros de justicia eficaces, maestros diligentes y preparados, etc. Juan Luis contempla una realidad que aplaude en todo momento, oponiéndose a la valoración que de algunos aspectos de ella realizan el Vizconde de la Charnela y Gil, personajes que con su defensa de la sociedad de Nogalia permiten al autor, por medio de su personaje principal, reforzar su posición.

En las Aventuras de Juan Luis lo de menos es la imagen ideal, las propuestas reformistas concretas que propone Rejón y Lucas, pues éstas están trazadas desde la perspectiva de cualquier reformador ilustrado y conservador de la época que aspira a un modelo de sociedad donde brille la justicia y la racionalidad. Lo verdaderamente significativo es la observación, el análisis, la reflexión que Rejón y Lucas realiza sobre su entorno. El autor se vale de una galería de procedimientos y recursos narrativos de procedencia dispar para ofrecernos una imagen muy real de la corte de Carlos III, convirtiendo la novela en un género útil y entretenido, tal como el autor prometió al principio de su obra.





 
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