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El Madrid urbano en las «Escenas Matritenses» de Mesonero Romanos

M.ª de los Ángeles Ayala


Universidad de Alicante



Desde fecha temprana Mesonero Romanos ofrece copiosas noticias sobre el Madrid urbano de la primera mitad del siglo XIX. Su primer opúsculo está redactado en edad precoz, en una época en la que el género costumbrista figuraba con cierta asiduidad en la prensa extranjera de la época. Su obra Mis ratos perdidos o ligero bosquejo de Madrid1 colocará a Mesonero en el primer eslabón de este género en los anales de la literatura española, adelantándose así en varios años al corpus costumbrista de Larra y Estébanez Calderón2. Esta pieza literaria ha sido considerada como germen del posterior costumbrismo adscrito al Romanticismo español3, pues entre sus páginas se encuentran los primeros bocetos, costumbres y descripciones urbanas del Madrid del primer tercio del siglo XIX.

El plan de la referida obra no es otro que el de ofrecer un bosquejo de Madrid durante los años 1820 y 1821 a través de los distintos meses del año, iniciando su redacción con la descripción de los modelos sociales y principales centros urbanos enraizados con los correspondientes meses del mismo. La Puerta del Sol, tribunales, festividades engarzadas en un determinado núcleo histórico y geográfico, sociedades patrióticas, paseos, academias configuran todo este entramado. En lo que respecta a las costumbres descritas por Mesonero Romanos cabe señalar que el escritor se vale de un recurso harto habitual entre los autores pertenecientes al género: análisis de los comportamientos sociales merced a la implantación de un foco urbano que forma parte de la historia de una determinada ciudad. De esta forma puede analizarse a sus moradores y dar así una visión exacta de esa realidad histórica. Una disección del corpus literario de Mesonero Romanos corroboraría esta apreciación. En su análisis, por ejemplo, de La Puerta del Sol que figura en Mis ratos perdidos, punto neurálgico de la vida madrileña de la época, el lector percibe con claridad cuáles eran los hábitos y costumbres del momento, desde los corrillos que especulaban sobre las causas de la baja del papel moneda o quienes lanzaban al aire supuestos cambios ministeriales, hasta acaloradas conversaciones referidas a los principales acontecimientos históricos de la vieja Europa. Sirva como botón de muestra el siguiente ejemplo en el que la Puerta del Sol sirve de testigo mudo ante tales enardecidas conversaciones: «Defendía uno de ellos apostando ciento contra uno, que los napolitanos no sucumbirían al yugo austriaco (no estaba en Nápoles a aquella hora) y otro por el contrario sostenía que los austríacos vencerían (¡soberbias narices!). Dividida entre estos dos partidos la concurrencia, empezaron a lucirse tan valientes pulmones, que ya iba creciendo el corro tanto que tomé el partido de retirarme, por si acaso la autoridad creyéndola asonada la dispersaba con su natural mansedumbre»4. Tras su manifiesta ironía sobre las costumbres de la sociedad madrileña en asuntos de estado refiere el autor otras menos serias o de menor relevancia, como aquellas referidas a la moda masculina o a los innovadores pliegues de las levitas. Conversaciones estas últimas no menos acalora das que las políticas, como si en ello se pusiera en tela de juicio a los protagonistas o antagonistas de la historia protagonizada por las nuevas modas o por los inconvenientes o desventajas de los pliegues de las levitas. Con humor y socarronería Mesonero Romanos analiza este teatro social en el que la Puerta del Sol actúa como una atalaya privilegiada para el conocimiento de la sociedad. Sus últimas palabras insertas en el presente cuadro perteneciente a Mis ratos perdidos son evidentes: «Púseme en seguida a reflexionar sobre lo que había visto y oído en el discurso de aquella mañana, y desde luego di la razón al cura y al escribano de mi lugar diciendo con ellos que quien no ha visto la Puerta del Sol, no ha visto cosa buena»5.

Es evidente que para Mesonero Romanos el Madrid moral, el que configura el carácter social de sus moradores se encuentra en determinados núcleos urbanos. Así, años más tarde, en su artículo El Observatorio de la Puerta del Sol, antesala o preliminar de los cuadros que configuran la serie conocida con el nombre de Escenas Matritenses6 pondrá de manifiesto, una vez más, este panorama social analizado en perfecta armonía con un núcleo determinado, pues las palabras de Mesonero serán harto significativas al respecto: «El cuadro que tenemos a la vista es más inmenso y magnífico que todo esto; él nos pone de manifiesto el carácter, las inclinaciones, las costumbres generales de toda una sociedad»7. Frente a esta visión costumbrista de la sociedad española enraizada en el análisis de los hábitos sociales de la misma, aparecen, igualmente, los escritos de Mesonero Romanos destinados al análisis del Madrid urbano desde una perspectiva distinta, ciñéndose en esta ocasión a todo lo que concierne a la parte física o material. Su Manual de Madrid8 será el mejor documento escrito al respecto, pues se trata de una monografía en la que se registra hasta los más mínimos detalles del vivir cotidiano, desde la propia historia de Madrid (armas, blasones, fueros y privilegios), situación, extensión y medios de vivir en la Corte hasta la historia y descripción de plazas, jardines y paseos del Madrid de la época. Incluso su autor confecciona un utilísimo índice en el que figuran todas las calles de Madrid, incluida su ubicación y principales arterias en la que desemboca. Como es lógico no faltan en el Manual de Madrid la explicación detallada de los principales medios de comunicación existentes en la España del primer tercio del siglo XIX, de ahí que conozcamos con precisión todo lo relativo a las sillas de postas, itinerarios, precios por cada legua recorrida, ubicación de las mismas tanto en la capital como en provincias... No menos interesantes son los datos que Mesonero ofrece sobre las Reales diligencias y Diligencias de caleseros, cúmulo de datos realizados con enorme precisión. Los precedentes históricos del Manual de Madrid nos remitirían principalmente a publicaciones como Descripción de la provincia de Madrid9, Madrid en la mano10, Lazarillo o nueva guía para los naturales y forasteros de Madrid11, Noticias varias y curiosas de Madrid12, Guía pequeña o el Lazarillo de Madrid en la mano13 y Paseo de por Madrid o Guía del forastero en la corte14. El mismo Mesonero en las páginas preliminares de su obra cita las fuentes históricas de su obra, dando a entender de esta forma a los lectores que su estudio ha sido fruto de una paciente tarea de investigación. Títulos como Historia de Madrid15, Anales de Madrid16, Sólo Madrid es corte17, Ordenanzas de Madrid18, Compendio de las grandezas de Madrid19... figuran al frente de la edición, al igual que otras monografías destinadas al análisis de los hombres célebres y a monumentos históricos o romerías de Madrid. Por todo ello se puede apreciar que Mesonero Romanos al iniciar su serie de artículos insertos en el Panorama Matritense- conjunto de cuadros englobados bajo el título genérico de Escenas Matritenses años más tarde- será el escritor idóneo para analizar el contexto urbano del Madrid de su época, puesto que en él se conjugaban ya las dos facetas señaladas, es decir: por un lado, la del festivo escritor de costumbres; por otro, la del escritor atento a las nuevas configuraciones urbanísticas, como si de un fiel transcriptor se tratara.

En la serie de artículos publicados en las Cartas Españolas, revista que incluye sus primeros artículos de costumbres de Mesonero, aparecen no sólo numerosas referencias al entorno histórico madrileño, sino también sutiles descripciones sobre el Madrid urbano y costumbres de sus moradores. Incluso en su artículo Las costumbres de Madrid, fechado el 5 de abril de 1832, se propone analizar los hábitos de sus coetáneos a fin de constatar la perniciosa influencia de los escritores extranjeros, especialmente de los galos:

«Viene a España un extranjero (y principalmente uno de nuestros vecinos transpirenaicos) y durante los cuatro días del camino de Bayona a Madrid no cesa de clamar con sus compañeros de diligencia contra los usos y costumbres de la nación que aún no conoce; apéase en una fonda extranjera, donde se reúne con otros compatriotas que se ocupan exclusivamente del alza o baja de los fondos en París o de las discusiones de las cámaras; visita a todos sus paisanos, atiende con ellos a sus especulaciones mercantiles y sigue todos sus patrios usos»20. Esta insistente preocupación por lo genuinamente español provoca una defensa acalorada de nuestros hábitos y costumbres que están, igualmente, en trance de desaparición. En sus colaboraciones es frecuente la añoranza por el tiempo pasado, pues a través del cotejo de diversas épocas se percibe un tono condescendiente con las costumbres de sus antepasados. Así en su artículo El retrato, el joven Mesonero, tras adoptar la figura de un anciano, censura su época, la del año 1831, en claro contraste con la de la generación anterior, pues su concepto de lo urbano se ha degradado hasta límites insospechados: «No pude dejar de convenir que estamos en el siglo de las luces. Pero como yo casi no veo ya, sigo aquella regla de que al ciego el candil le sobra; y así que, abandonando los refinados establecimientos, los grandes almacenes, los famosos paseos, busqué en los rincones ocultos los restos de nuestra antigüedad, y por fortuna acerté a encontrar alguna botillería en que beber a la luz de un candilón; algunos calesines en que ir a los toros; algunas buenas tiendas en la calle de Postas; algunas cómodas escaleras de la Plaza, y, sobre todo, un teatro de la Cruz que no pasa día por él. Finalmente, cuando me hallé en mi centro, fue cuando llegaron las ferias. No las hallé, en verdad, en la famosa plazuela de la Cebada, pero en las demás calles el espectáculo era el mismo. Aquella agradable variedad de sillas desvencijadas, tinajas sin suelo, linternas sin cristal, santos sin cabezas, libros sin portada; aquella perfecta igualdad en que yacen por los suelos las obras de Locke, Bertoldo, Fenelón, Valladares, Metastasio, Cervantes y Belarmino»21. Extensa cita que resume claramente el sentir de Mesonero Romanos, pues la añoranza de un tiempo pasado le lleva irremediablemente al elogio del Madrid de sus progenitores.

El Madrid urbano ocupa, igualmente, un lugar privilegiado en la primera serie de artículos publicados en Cartas Españolas, tal como sucede con el titulado La calle de Toledo en el que tras la introducción de unos interlocutores Mesonero describe no sólo los diversos medios de locomoción utilizados para el transporte de mercancías sino también la concurrida, bulliciosa y animada calle de Toledo. Vendedores de los más diversos puntos geográficos de España con su peculiar vestimenta y forma de hablar configuran este animado cuadro descrito años más tarde con admirable precisión en la novela Fortuna y Jacinta. La diferencia entre ambos escritores estriba en las desiguales perspectivas utilizadas, pues mientras en Galdós el estado anímico de los personajes de su mundo de ficción incide en este contexto urbano, Mesonero, por el contrario, lo describe desde su peculiar y objetiva óptica, como si de un retrato se tratara. Es obvio que en ambos escritores se perciben los múltiples oficios y profesiones, valiéndose en este caso Mesonero de un acompañante que observa atento las descripciones del autor del cuadro: «Divertíamos así nuestro camino, contemplando la multitud de tiendas y comercios que prestan a aquella calle el aspecto de una eterna feria; tantas tonelerías, caldererías, zapaterías y cofrerías, tantos barberos, tantas posadas y, sobre todo, tantas tabernas. Esta última circunstancia hizo observar a mi primo que la afición al vino debe ser común a todas las provincias. Yo sólo le contesté que son ochocientas dieciséis las tabernas que hay en Madrid»22. La importancia de esta arteria urbana viene ya referida desde tiempo inmemorial, y siempre como núcleo de vital importancia para el estudio de la configuración de la urbe madrileña. El propio Mesonero Romanos en su obra El Antiguo Madrid23 repetirá los mismos juicios emitidos con anterioridad, aunque hayan transcurrido tres décadas. Las configuraciones urbanas madrileñas podrán cambiar gracias a las insaciables piquetas dirigidas desde el municipio; sin embargo, la calle de Toledo está inamovible en lo que a sus estructuras sociales y urbanas se refiere. En este sentido las apreciaciones de Mesonero Romanos siempre coincidirán tanto en sus trabajos literarios como en los históricos. De esta forma en la mencionada obra tomará como punto de partida el plano de Texeira24 y múltiples estudios sobre esta materia que dieron justa fama de bibliófilo a Mesonero Romanos25.

En la serie de artículos insertos en las Cartas Españolas, especialmente los titulados Los cómicos en Cuaresma, La romería de San Isidro, Un viaje al sitio, El Prado, Las casas por dentro, Los aíres del lugar, Las tiendas y El campo santo, aparecen numerosas notas descriptivas. En dicha relación se podría incluir en menor medida el cuadro El amante corto de vista, pues la confusa numeración de las calles de Madrid unida a la miopía del protagonista del relato, sirve de marco a las pretensiones amorosas del galán. La consecución al final de sus bienaventuradas intenciones pondrán punto final a una historia en la que se percibe siempre la referida censura a la numeración urbana madrileña. El artículo Los cómicos en Cuaresma no es sino la reproducción exacta de la contratación de actores para la formación de compañías de comedias itinerantes. Una vez más Madrid, con sus plazas y calles, servirá de telón de fondo a Mesonero Romanos, pues gracias a sus escritos conocemos con precisión los lugares concurridos por el mundo de la farándula. El Curioso Parlante y su interlocutor tras atravesar varias arterias madrileñas se detendrán en el lugar apropiado para sus intereses: «[...] Hicimos alto en la embocadura de la calle ancha de Peligros y enfilamos por medio la espaciosa puerta del parador de Zaragoza y Barcelona, que, según mi amigo, es desde tiempo inmemorial el central depósito de toda gente de teatro advenediza»26. Tras estas palabras el autor ofrece un animado cuadro en el que no faltan galanes, graciosos y cómicos en general que ofrecen su porte, gallardía y buen hacer a fin de formar parte de una compañía. Contexto urbano madrileño que se proyecta igualmente a otros núcleos de la capital, pues en la plazuela del Prado el lector percibe con claridad una nueva casta de comediantes que no son tan menesterosos como aquellos que concurren a los modestos paradores de la calle ancha de Peligros: «[...] Entre la acera de la calle del Prado y los árboles de la plazuela, se dejaban ver en numerosos grupos los individuos de las compañías de la corte, manifestando en sus modales y en su vestido el buen tono y la elegancia. Hablaban de sus teatros, de sus empresas, encarecían sus protecciones, despreciaban sus sueldos, se lamentaban de la decadencia del arte, animábanse contra la boga de la ópera, contaban las intrigas de bastidor [...] Por vía de sainete se reían de los pobres advenedizos y con cuestiones malignas o alabanzas exageradas contribuían a mantenerlos en su petulancia y disputas eternas, y en acabando éstas, las hacían volver a empezar»27.

Las colaboraciones de Mesonero de esta primera época suelen atender preferentemente a la escena costumbrista más que al análisis de un determinado tipo con su correspondiente oficio o profesión. Los artículos La romería de San Isidro, Un viaje al sitio o Los aires del lugar nos trasladan a un contexto frecuentado por los madrileños en una época determinada del año, analizándose los hábitos de sus principales personajes del cuadro en función de una determinada festividad o uso. Así en La romería de San Isidro el lector percibe con claridad el riquísimo y variopinto gentío que visita la ermita del Santo Patrón. Animación en la que no falta los diversos medios de locomoción utilizados por los romeros: «multitud de coches de colleras corrían precipitadamente entre los ligeros calesines que volvían vacíos para embarcar nuevos pasajeros; los briosos caballos, las mulas enjaezadas hacían replegarse a la multitud de pedestres, quienes para vengarse, los saludaban a su paso con sendos latigazos, o los espantaban con el ruido de las campanas de barro»28. Es indudable que la ermita de San Isidro es para Mesonero el lugar privilegiado para analizar las costumbres de los madrileños, relegando a un segundo plano otras ermitas no menos conocidas, como Nuestra Señora del Puerto, El Santo Ángel, Santa María de la Cabeza y San Antonio de la Florida29.

En su artículo Un viaje al sitio tras las opiniones personales del autor relativas al asunto tratado -los viajes- nos informa acerca de los inconvenientes de los mismos. Mesonero Romanos autor y protagonista del cuadro, refiere sucintamente aquellos aspectos no tratados, por ser tan obvios y conocidos por los lectores, como los sufrimientos para conseguir asiento en la diligencia o los problemas que conlleva la consecución del pasaporte. Para el autor lo realmente importante es captar las conversaciones de los viajeros, pues gracias al intercambio de pareceres u opiniones el lector se adentra en la propia personalidad de los mismos, describiéndose así la peculiar naturaleza de quienes se dirigen a Aranjuez. De esta forma el autor engarza los preparativos de un viaje realizado en junio de 1832 con los consabidos grados de confianza que van in crecendo merced al intercambio de opiniones. Un viaje permite de esta forma romper con los moldes sociales habituales, reinando una atmósfera de confianza que en otro contexto social podría parecer de mal tono.

En todo este corpus literario inserto en las Cartas Españolas se perciben las nuevas costumbres de los españoles en materia de viajes, pues si en un principio eran sólo las clases privilegiadas quienes abandonaban Madrid en época estival, por estas fechas la clase media será la que realmente protagonice dicho hábito, como de hecho sucede en el artículo Los aires del lugar. Cambio de comportamientos que también se aprecia en los nuevos modelos urbanísticos madrileños al advertir Mesonero la estrechez, lobreguez e incomodidad de estas novísimas casas en las que se hacinan todo tipo de personas, tal como se percibe en su artículo Las casas por dentro: «Pues siendo cual era, tenía dos tiendas, y en ellas vivían un sombrerero y un ebanista; el zapatero del portal vivía en un cuchitril de la escalera; un diestro de esgrima en el entresuelo; un empleado y un comerciante, en los principales; un maestro de escuela y un sastre, en los segundos; un ama de huéspedes, una modista y una planchadora, en los terceros; un músico de regimiento, un grabador, un traductor de comedias y dos viudos ocupaban las buhardillas; y hasta un desvancillo que caía sobre éstas había encontrado su asiento un matemático, que llevaba publicadas varias observaciones sobre las principales alturas del globo»30. Es evidente que en dicho artículo se aprecia el sutil perspectivismo de Mesonero, pues conocida su personalidad y forma de enfocar los hábitos de sus coetáneos, es fácil comprobar cómo el autor censura un nuevo modelo de construcción muy distante al por él deseado. Años más tarde y gracias al apoyo del corregidor Joaquín Vizcaíno, marqués de Pontejos, pudo realizar numerosas reformas encaminadas a mejorar la comodidad de los madrileños. Elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid en 1846 presentó al Consistorio su Proyecto de mejoras generales de Madrid31, plan que pese al exiguo presupuesto del Ayuntamiento permitió el ensanche de Madrid, abriéndose nuevas calles y avenidas gracias a la demolición de cercas, puertas y grandes desniveles existentes en numerosísimos lugares. Consiguió la ampliación de Fuencarral y Hortaleza, prolongó el Salón del Prado hasta Recoletos. En el distrito del Congreso diseñó y consiguió la apertura de dos nuevas calles (Floridablanca y Jovellanos). Dio salida al Prado a la entonces cerrada calle del Sordo (Zorrilla) y Greda (Madrazo). En el barrio de las Huertas consiguió que se rompiesen —según palabras del autor— hasta el Prado las calles de Francos y Cantarranas (en la actualidad Cervantes y Lope de Vega) y en el centro de la villa abrió el callejón situado a espaldas de la Casa de Oñate, hoy travesía del Arenal. Sus propuestas no cayeron en el olvido y si bien no se ejecutaron durante su mandato, años más tarde se vieron realizadas. Así serían sus propuestas referidas a la nueva ubicación del Mercado en la calle de Toledo y la construcción de un viaducto sobre la calle de Segovia32. Corolario de innovaciones que le llevaría a adecentar la desvencijada Plaza Mayor, mejorándola y colocando, gracias a la donación de Isabel II, la estatua ecuestre de Felipe III.

La preocupación de Mesonero Romanos por el Madrid urbano de la época se manifiesta igualmente en sus artículos insertos en la Revista Española33, Diario de Madrid34 y Semanario Pintoresco Español35. Por ejemplo, en la primera publicación que figura al frente de la presente relación cabría destacar los artículos titulados La capa vieja y el baile del candil, La compra de la casa, Policía urbana, La casa a la antigua y La casa de Cervantes. Conjunto de cuadros que reflejan con no poco detenimiento el espacio urbano madrileño y su contexto histórico. A través del artículo La capa vieja y el baile del candil el lector recorre el vetusto conjunto de calles de los barrios del Barquillo y Lavapiés, testigo mudo de las andanzas, aventuras y desventuras del protagonista del cuadro, don Pascual Bailón Corredera. En el resto de los artículos se aprecia igualmente esa preocupación innata de Mesonero Romanos por los cambios urbanísticos y las consiguientes cargas económicas que acarrea la compra de una casa. Frente a la holgada y amplia construcción de los edificios de antaño se apreciará también la peculiar construcción de nuevos edificios que lejos de producir nuevas comodidades provocan toda una serie de inconvenientes de difícil solución. La desidia de los españoles en materia urbanística se observa en la demolición de edificios que en su día albergaron insignes escritores. La incuria y la falta de sensibilidad hacia nuestro entramado histórico y literario serán facetas de la codicia humana, preocupada más por los pingües beneficios que por la conservación del patrimonio histórico. No faltan en este mosaico costumbrista la sátira festiva y zumbona de los peligros de Madrid, el abandono y descuido de una ciudad inmersa en un lodazal por el que difícilmente se puede transitar, tal como se denuncia en su artículo Policía urbana. Los juicios de Mesonero Romanos serán harto elocuentes: «Lo primero que desconcertó mi intención fue el inmundo lodazal de las calles, que no sabía como evitar, pues si buscaba las estrechas y remendadas losas iba haciendo pasos vascos, impelido por la suavidad del lodo reposado sobre ellas; y si me salía al empedrado, siempre encontraba el medio de poner el pie en las frecuentes hondonadas y charcos. Leía los bandos fijos en las esquinas, y alababa las disposiciones que previenen a los vecinos barrer los frentes de sus casas; pero al mismo tiempo observaba la indolencia general en este punto»36.

De todo este conjunto de artículos publicados en el Diario de Madrid y el Semanario Pintoresco Español destacan por su singularidad aquellos que desde principio a fin analizan el contexto urbano madrileño desde múltiples ópticas, como Paseo por las calles, pues el lector aprecia con total detenimiento los itinerarios de los madrileños y forasteros recién llegados a la Corte. A través el citado callejero el autor da vida a un fragmento de la historia de España, sus monumentos, peculiaridades de sus plazuelas, sus iglesias..., puntos de obligada referencia en donde los habitantes de una ciudad se sumergen en una cotidianidad nada tediosa y sí, por el contrario, rica en lances y de animado colorido: «Aventurado por cierto sería aquel juicio aplicable a nuestro Madrid, pues variaría absolutamente según el lado de donde viniese el forastero y por donde pudiera observar su primera vista. El gallego y el castellano mirando la población por su parte más antigua y escabrosa, atravesando su escaso río sobre el magnífico puente al que Juan Herrera imprimió la severidad de su escuela y entrando por una mezquina puerta, solitaria y empinada calle, cuyos tejados forman una dilatada escalera [...] Muy diferente idea formará el andaluz que viene de la parte del Mediodía, abrazando con su vista toda la población por su parte más vital y variada. Los suntuosos edificios del seminario, cuartel de guardias y palacio a la izquierda; la fábrica de tabacos, el hospital general y el observatorio a la derecha [...] Los catalanes, aragoneses y valencianos, arribando a la capital por la soberbia puerta de Alcalá y la de Atocha, formarán una idea aún más risueña y magnífica por los elegantes paseos de las Delicias y el Prado, los pintorescos sitios del Retiro y Botánico, y las suntuosas calles de Atocha y Alcalá; y finalmente, los procedentes de las provincias del Norte juzgarán a nuestra villa árida y solitaria al entrar por las puertas de San Fernando o de Santo Domingo»37. Sus Escenas Matritenses serán, pues, elemento imprescindible para el análisis de una sociedad en un momento preciso y concreto que no es otro que el de la España de la primera mitad del siglo XIX. Conjunto de cuadros en el que se evidencia la peculiar personalidad de Mesonero Romanos, la del agudo observador de la realidad coetánea basada en la investigación de fuentes históricas y la del escritor costumbrista puro, introduciéndose en la textura propia del cuadro como personaje-testigo de la realidad descrita.





 
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