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ArribaAbajoUn no sé qué



ArribaAbajo    Tu dulce rostro, mi bien,
fuera mi dulce consuelo
si algunas veces también
no lo empañara el desdén,
como las nubes el cielo.  5

    Depón tu ceño piadosa,
y el puerto consolador
sé de mi esperanza, hermosa;
que el aura es poco amorosa
cuando aja un almendro en flor.  10

    Al ver tu frente galana,
dudo si mi pecho adora
la blanca tez soberana,
o dudo si me enamora
de tus mejillas la grana.  15

    Tus cabellos me encadenan;
lumbre tus ojos fulguran;
tus acentos me enajenan,
que como el aura murmuran,
y como el céfiro suenan.  20

    Bien sé que en ornato bello
(¡pese a mi esperanza loca!)
muestra diamantes tu cuello,
flores y aroma el cabello,
perlas y néctar tu boca.  25

    Y de la frente a la planta
sé que encantas, pero a fe
que al mirar delicia tanta,
cuando todo en ti me encanta,
lo que me encanta NO SÉ.  30

    Porque aunque hay ojos lumbrosos,
cual los tuyos halagüeños,
dulces, lánguidos, hermosos,
como la luz amorosos,
y como el alba risueños.  35

    Jamás al verlos deliro,
por más que plácidos giran;
y cuando los tuyos miro,
más tiernamente suspiro,
cuanto más tiernos me miran.  40

    Ese rostro sin igual
tiene para mi tormento
UN NO SÉ QUÉ celestial,
tan extraño como el mal
que al verlo en mi pecho siento.  45

    Es manantial de alegría
con que en vaga incertidumbre
sueña el alma noche y día;
es para el labio ambrosía,
y para los ojos lumbre.  50

    Centro de mis esperanzas,
que al mirarlo, a su despecho,
entre amorosas holganzas,
el labio suelta alabanzas,
y tiernos ayes el pecho.  55

    Es risa que se dilata
por tu faz encantadora
¡tan sutilísima y grata!...
que todas las risas mata,
como a los astros la aurora.  60

    Gira, pasa, vuelve, y leve
tus labios apenas toca:
y en vuelo rápido mueve
ya de tu frente la nieve
ya el rosicler de tu boca.  65

    Y cual el aura bullente
mueve las flores sencillas,
ella así rápidamente
los labios mueve y la frente,
párpados, tez y mejillas.  70



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ArribaAbajoLa rueda del amor

Recuerdos de un día de campo




ArribaAbajo    Aquellas niñas hermosas
que en suma beldad conformes,
teniendo la tez cual nieve,
tengan los ojos cual soles,
y el alma sintiendo, tiernas,  5
herida de mal de amores,
tanto les falte de esquivas,
cuanto de bellas les sobre,
salgan al campo conmigo
ricas de gracias, adonde  10
favor al Mayo risueño
las brinden, con gracias dobles,
corrientes aguas los valles,
frescos doseles los bosques,
con su verdura los campos  15
y con su esencia las flores.
Oiréis sonar encontrados,
y aunque encontrados, acordes,
los enamorados trinos
de músicos ruiseñores,  20
cuando en sentidos acentos
mustias las tórtolas lloren,
dando en su vuelo a los aires
matices, plumas y sones.
Venid, y hagamos la rueda  25
llamada de los amores
(que al aprenderla de niño,
no la olvide desde entonces),
las ricas flores hollando,
y el aire hendiendo veloces,  30
el aire con los cabellos,
y con las plantas las flores.
Las blancas manos asiendo,
y tan blancas, que las cortes
nunca tan nítidas manos  35
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dan a sus reyes en dote,
en torno agitad festivas
los aires murmuradores;
que yo vendaré mis ojos,
haciendo del día noche.  40
Volad, palomas; que osado
yo espantaré los halcones,
si alguna vez para heriros
muestran sus garras feroces.
Volad, que a la que esta rama,  45
pasando furtiva, toque,
con la venda de mis ojos
habrá de nublar sus soles.
-¡Oh, qué triste es nuestros ojos
cubrir de sombras informes,  50
y no sentir de los vuestros
los penetrantes arpones,
ni ver con ansias mortales
de vuestra faz los colores,
ni sobre el aura, al tenderlos,  55
de vuestros talles los cortes!
Niñas, corred; que aun no escucho
con plácidas emociones
de vuestras ropas flotantes
los sutilísimos roces;  60
y aunque me pesa en el alma,
no siento los corazones
que muellemente se agitan
bajo esos pechos de bronce.
Volad, palomas; que osado  65
yo espantaré los halcones,
si alguna vez para heriros
muestran sus garras feroces.
Volad, que a la que esta rama
pasando furtiva, toque,  70
con la venda de mis ojos
tendrá que nublar sus soles.
    Mas ¿cómo sin dar amante,
a vuestro enojo ocasiones,
huís, dejándome solo,  75
sin advertirme por dónde,
tal que siquiera dejasteis,
pasando como ilusiones,
ni removida la arena,
ni destroncadas las flores?  80
Sin duda en mágico vuelo,
como celestes visiones,
entre la grama y los aires
os deslizasteis veloces,
huyendo mi fe constante,  85
pues vuestros pechos traidores
tienen el aire por guía,
y la inconstancia por norte.
¡Una y mil veces mal haya
quien de vuestras invenciones  90
amante se fía, y de ellas
la falsedad no conoce!
Y más que en tanto a la sombra
de esos altísimos robles
maldiga yo vuestro agrado,  95
y mis desagrados llore;
vosotras entretenidas
mirad las aguas que corren;
que bien esta vuestra fe
con su inconstancia conforme,  100
pues no hay onda que no agiten
a cualquier viento que sople,
ni conchas que no remuevan,
ni árbol ni flor que no mojen,
ni campos que no dibujen,  105
ni imágenes que no borren,
ni risas que no deshagan,
ni círculos que no formen.
    Mas luego que el sol sus rayos
extienda en el horizonte,  110
haciendo en las nubes iris
tocando el mar de colores;
y luego que en regia pompa
parezcan a sus fulgores
mares de sombra los valles,  115
y mares de luz los montes,
vendréis a buscar frescura
cuando el calor os agobie,
y me tendréis que encontrar,
aunque no queráis entonces;  120
y yo a la sombra tendido
de estos altísimos robles,
no os he de dejar el puesto,
por más que tierno os adore,
ni miraré enamorado  125
de vuestra faz los colores,
ni sobre el aura, al tenderlos,
de vuestros talles los cortes;
y no vendaré mis ojos,
mas que en no hacerlo os enoje,  130
y hasta ahogaré mis suspiros,
aunque con ellos me ahogue.

    Haré todo esto que digo,
y mas que veréis entonces,
y a fe de amante lo juro  135
por esas aguas que corren.



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ArribaAbajoLa acción de Belascoáin

Canción dedicada al bizarro General


Don Diego León, conde de Belascoáin




ArribaAbajo       Helos allí ganando
la alta cerviz de la empinada sierra,
   en pos del fiero bando
que de ella huyendo, y proclamando guerra,
   va en las nubes buscando  5
   una segura vía,
   pues ya su cobardía
no encuentra asilo en la espaciosa tierra.
Ved a León, en su furor tremendo,
   gritar desde la altura:  10
«¡Guerra, soldados! del cañón horrendo
al fúnebre tronar, la lumbre pura
del sol mil nubes condensadas cieguen;
   de púrpura humeante
montes y valles sin piedad se aneguen;  15
   el Arga murmurante
   restos humanos cuajen;
   de sangre palpitante
tantos arroyos de las cumbres bajen,
cuantos soldados a las cumbres lleguen».  20

      A su voz respondiendo
   bronco el cañón, majestuoso suena,
   que de un discorde estruendo
hincha los valles y los campos llena;
   y fugaz discurriendo  25
   ya en el vago horizonte,
   ya desde el prado al monte,
todo el contorno en derredor atruena.
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Del ronco son, que libertad pregona,
   la alta montaña herida,  30
estremece su rústica corona,
de pinos, hayas y laurel tejida.
Huye el rebelde, y entre riscos quiere
   guardar la vida odiosa;
que la vida al honor el vil prefiere.  35
   Mas en su cueva umbrosa
   le sorprende espantado
   una muerte afrentosa;
y el último ¡ay! del huracán llevado,
como su orgullo, en el espacio muere.  40

      ¿Tan vilmente se humilla,
y osa a los libres imponer sus leyes
   esa infernal cuadrilla?
¡Dignos vasallos de tan dignos reyes!
   ¿A la alzada cuchilla  45
   se rinden del verdugo?
   ¡No será leve el yugo
que agobie el cuello de tan mansas greyes!
Levantad la cerviz que de un tirano
   huella la inmunda planta,  50
y torpes no llenéis el nombre hispano
de tanto oprobio, de ignominia tanta.
De esos ilusos desechad el ruego;
   que el premio de afán tanto,
entre cadenas os lo guardan luego.  55
   Mas huid con espanto,
   huid, turba obcecada;
   yo os execro en mi canto;
la luz de la razón os es privada;
que torpes sois, y el fanatismo es ciego.  60

      Seguid hasta la cumbre,
libres soldados, la canalla impía,
   y en fiera muchedumbre
baje rodando de la selva umbría.
   La negra servidumbre  65
   purgad del patrio suelo;
   que no suban al cielo
votos que afrentan a la patria mía.
Derrocad ese trono que sustenta
   tantos ídolos falsos,  70
en derredor del cual, por más afrenta,
la baja adulación sembró cadalsos.
¡Guerra, soldados! su ominosa vida
   rinda el vil en ofrenda.
¡Guerra! y no el alma a compasión movida  75
   vuestra espada suspenda.
   De esa cobarde gente
   no os prometáis la enmienda:
quien servil una vez doblo la frente,
nunca el camino del oprobio olvida.  80

      Ya el doblar aguerrido
del trémulo atambor se va atenuando,
   y el hórrido estampido
se trueca del cañón en eco blando.
   El humo ennegrecido,  85
   que, como denso velo,
   roba la luz del cielo,
raudo disipa el aquilón soplando.
El Arga turbio en campos de esmeralda
   se arrastra ensangrentado,  90
y afean charcos de carmín y gualda
   el verde esmalte del florido prado.
Cadáveres sin fin del monte frío
   coronan el altura;
cadáveres sin fin del soto umbrío  95
   ocupan la llanura.
   Ya el estruendo se aleja;
   cesó la guerra dura;
sólo en el valle, como en son de queja,
callan los ecos y murmura el río.  100



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ArribaAbajoTu boca



ArribaAbajo   Para formar tan hermosa
esa boca angelical,
hubo competencia igual
entre el clavel y la rosa,
la púrpura y el coral.  5

    Mintiendo sombras de bien,
en ella el mal se divisa,
por lo que juntos se ven
ya la apacible sonrisa,
ya el enojoso desdén.  10

    Y en los senos abrasados
engendra con doble holganza,
o con tormentos doblados,
cada risa una esperanza,
cada desdén mil cuidados.  15

    Cual las conchas orientales
es tu boca, y por vencerlas
muestra en riquezas iguales,
cuando desdeña, corales,
y cuando sonríe, perlas.  20

    Y si con sombras de bien
tal vez el mal se divisa,
es porque en ella se ven
guardar la miel de su risa
las flechas de su desdén.  25

    Si a mí su rigor alcanza,
al ver su hermosura, siente
el corazón doble holganza;
y aunque un desdén me atormente,
déme una risa esperanza.  30

    ¡Bien haya la dulce boca,
que sólo sus frescos labios
el aura pasando toca;
que haciendo al ámbar agravios,
su miel a gustar provoca!  35

    ¡Oh, bien haya cuando ufana
dando enojos a la rosa,
muestra su cerco de grana,
fresca como la mañana,
como el azahar olorosa!  40

    Y si acaso dulcemente
suelta plácidas congojas,
ya es el rumor del ambiente,
ya el susurro de las hojas,
ya el murmurar de la fuente.  45

    Si alegres sones respira,
las aves del prado encanta;
y si a vencerlas aspira,
con las que gimen, suspira;
con las que gorjean, canta.  50

    Tu miel, aroma y colores,
rinde en amante oblación,
flor, ante cuyos primores,
mustias e inútiles flores
las flores del valle son.  55

    El néctar más regalado
deja que de amores loco
beba en tu labio abrasado;
para una abeja es sobrado
lo que para muchas poco.  60

    Mas ¡ay! que vertiendo quejas,
me esquivas tu dulce miel;
en vano de una te alejas
si ves que miles de abejas
poblando van el vergel.  65

    ¡Ay de la rosa encarnada,
que en su seno de carmín
niega a una abeja la entrada!
Tantas la acosan al fin,
que queda sin miel, y ajada.  70

    ¡Ay de las cándidas flores,
si alzan su capullo tierno
del estío a los ardores!
¡Ay del panal, si el invierno
lo hiela con sus rigores!  75

    Dame los gustos sin tasa,
pues ves que el sol estival
las tiernas flores abrasa:
mira que amarga el panal
cuando de sazón se pasa.  80

    Ríndete a mí placentera:
no te rinda con agravios
de abejas la turba fiera:
que herir esos dulces labios
herirme en el alma fuera.  85

    De ese tesoro las llaves
dame, y sus dones ardientes
libaré en besos süaves,
sin que lo canten las aves,
ni lo murmuren las fuentes.  90



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ArribaAbajoLas sirenas



ArribaAbajo   Oyendo un dulce cantar
que el corazón me cautiva,
alegre, abajo y arriba
cruzo las playas del mar.

    Pues no hay recuerdos ni penas  5
que no revista de encanto
ese dulcísimo canto
de esas que llaman sirenas,

    Aunque a sus tiernos cantares
ensayen rudos concentos,  10
bramando roncos los vientos,
sordos mugiendo los mares.

    Mirando al agua, las horas
paso en la fresca ribera,
por ver las sombras siquiera  15
de tan divinas cantoras.

    Mas aun no sé cuándo bellas
hienden las ondas esquivas,
ni si deslizan furtivas
sobre las aguas sus huellas.  20

    Jamás las vi entre la bruma
cruzar los aires sutiles,
ni adormecerse gentiles,
meciendo esquifes de espuma.

    Ignoro si divertidas,  25
cuando las ondas se amansan,
tal vez alegres descansan
sobre las rocas tendidas;

    Y cuando horrísono ensaya
hondas tormentas el mar,  30
tampoco sé si a buscar
vienen asilo a la playa.

    Voy, por mirarlas a solas,
de roca en roca saltando,
y al desbravarse, mirando  35
una por una las olas.

    Mas nunca en la densa bruma
llego a mirar las sirenas,
ni en las revueltas arenas,
ni en rocas, aguas ni espuma.  40

    Y sólo llego a escuchar
cómo responde entretanto
al dulce son de su canto
con broncos tumbos el mar.
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    Mas ¿quién sabe si en rocas ni en arenas,  45
será el buscarlas importuno intento,
por ser esas dulcísimas sirenas
los quiméricos seres de algún cuento?

    Y si quimeras son, ¿cómo o de donde
se elevan esos plácidos cantares,  50
a cuyo ruido celestial responde
el bronco son de los revueltos mares?

    ¿Y por qué entonces incesante giro
de playa en playa, delirando a solas,
y una por una embelesado miro,  55
al desbravarse con furor, las olas?

    ¿Por qué prendado de la mar sonora,
al fresco borde de su margen fría,
las sombras al bajar, me halla la aurora,
y la noche al subir, me deja el día?  60

    Sin duda que en sus huecos inmortales,
en aposentos de esmeraldas finas,
otra raza de seres celestiales
ilustra sus moradas cristalinas.

    Porque un recuerdo, en mi ilusión de gloria,  65
me despierta, bramando, el mar profundo,
y un niño solo tiene en su memoria
angélicos recuerdos de otro mundo.

    -Cantad y refrenad, hondas sirenas,
el furor de los bravos aquilones,  70
aunque no os vea en rocas ni en arenas,
seáis sombras, recuerdos o visiones.

    Cantad y refrenad los vendavales
que el manto arrugan de la mar tendida,
y en alas de esos cantos celestiales  75
llevad hasta su término mi vida.

    De la existencia por el mar horrendo
mi nave conducid a toda vela,
no cual tardo reptil que va gimiendo,
como el ave que canta cuando vuela.  80

    En palmas me llevad, cual los bajeles
que guiáis a las playas mas remotas;
así os formen bellísimos doseles
con sus alas las blancas gaviotas.

    -Cantad, sirenas; de la mar sonora  85
al ronco son alzad vuestra armonía,
como al fulgor de la naciente aurora
murmullos alza la floresta umbría.

    Muévaos el ver como incesante giro
por veros en las vastas soledades;  90
y aunque fantasmas sois con quien deliro,
son los sueños mis dulces realidades.

    Hay almas como la mía,
que no aquejan pesadumbres,
y pronto, si las aquejan,  95
su grave peso sacuden.
Almas felices en todo,
que sólo sus gustos cumplen
siguiendo tantos placeres
cuantos pesares rehuyen.  100
Almas, en fin, que no hay pena
que felizmente no endulcen,
próximo mal que no espanten,
lejano bien que no busquen;
que siempre los serafines  105
ven en los aires azules;
junto a las verdades, sueños;
entre las tinieblas, luces;
flores sin fin en los llanos,
fuentes y luz en las cumbres,  110
en los estanques sirenas,
y sílfides en las nubes.
Dichosas almas que tienen
el delirar por costumbre,
y siempre hermosas visiones  115
con tierno afán las circuyen;
que penetrando en el cielo,
roban osadas su lumbre,
y luego pintan el mundo
con un color que seduce.  120
-¡Y a la verdad, es muy triste
mirar con ojos comunes
las ásperas realidades,
sin los mágicos vislumbres
con que las visten las almas,  125
del cielo robando el lustre,
porque esmaltadas, los rayos
de nuestros ojos no ofusquen!
¡Es triste dejar la senda
que césped y flores cubren,  130
para seguir un camino
que abrojos su paso obstruyen;
y no que aunque al fin se acerquen,
y la existencia aventuren,
las almas como la mía  135
en alas de los querubes
caminan al ¡ay! postrero
por esas sendas ilustres
que noblemente trazaron
entre la tierra y las nubes!  140
Por eso junto a los mares,
aunque fatídicos mugen,
oigo un son como el del aire
que entre los árboles fluye,
y miro chocar las ondas  145
que en su furor se destruyen,
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y las espumas que cuajan,
y las riberas que cubren,
todo por ver las sirenas;
y ni en las aguas volubles,  150
ni en los diamantes que arrojan,
ni en la arena que sacuden,
ni en las altísimas rocas
donde su rabia destruyen,
las llego a ver en mi anhelo,  155
cantando con sus laúdes;
pero las creo, aunque acaso
de su existencia se dude,
porque en creerlas el alma
con todos sus gustos cumple,  160
y porque también he visto
que las verdades sucumben
ante el aspecto risueño
de unas mentiras tan dulces.
Por eso en los hondos valles  165
no hay muelle son que no escuche,
delirio que no me halague,
verdad que no me repugne;
ni oigo un ave que pintada
quejas de amor no divulgue,  170
cuando dulcísimas pueblan,
cantando, los abedules.
Alegres nuevas me traen
los pájaros transeúntes;
me es plácida cualquier brisa,  175
y cualquier aire perfume.
Y aunque estos y otros placeres
loco tal vez me figure,
las almas como la mía
con sólo soñarlos cumplen.  180




ArribaAbajoLa beata de máscara



ArribaAbajo    La del enlutado manto,
la de la toca de encaje,
la de mil hombres encanto,
¿cuánto va a que no es tan santo
tu pecho como el ropaje?  5

    En vano ocultarnos trata
de tus ojos los destellos
el lienzo que te recata;
y por Dios que son, beata,
para ser santos, muy bellos.  10

    Sobre tu nevado seno
pesa la cruz de un rosario,
y aunque humilde nazareno,
muriera de gozo lleno
en tan hermoso calvario.  15

    Y, pese a tu religión,
en vano ¡ay triste! sofoca
deseos mi corazón;
que oculta una tentación
cada pliegue de tu toca.  20

    Eres bella cual ninguna,
y juro, aunque temerario,
no creo en ti fe alguna,
si pasas una por una
las cuentas de tu rosario.  25



  —72→  

ArribaAbajoAl río Navia



ArribaAbajo    Déjame ver ¡oh fugitivo espejo!
pintada en tu cristal la patria mía;
déjame ver a tu falaz reflejo
el sitio de mi cuna se mecía.

    Tú el primer canto de mi amor oíste;  5
al nacer, tu saludo fue el primero;
tu mi primer vagido recogiste;
recogerás también el ¡ay! postrero.

      Tu margen florida
    pisé siendo niño,  10
    y al ver tanto aliño
    en torno de ti,
    ensueños hermosos
    forjaba la mente,
    creyendo inocente  15
    que el mundo era así.

       Vi alegre en tus aguas
    la vega pintada;
    de flores cercada
    la vida soñé;  20
    mas eran ilusos
    tus varios colores,
    y abrojos sin flores
    tan sólo encontré.

       Bullendo sonoro  25
    meció tu murmullo
    con plácido arrullo
    mi edad infantil,
    y yo, pobre niño,
    pensé, Navia, que era  30
    pensil tu ribera,
    tus aguas pensil.

       Mas ¡ay! que las flores
    que tú retratabas,
    y al prado encelabas,  35
    florido rival,
    ansioso mi anhelo
    quería gozarlas;
    pero iba a tocarlas,
    y hallaba cristal.  40

       Si fueron tus flores
    mentidas visiones,
    y mis ilusiones
—73→
    se fueron en pos,
    ¡ay Navia! lloremos  45
    engaños que vimos,
    pues locos mentimos,
    mentimos los dos.

       Inquieto en tus aguas
    el viento remueve  50
    montañas de nieve
    en playas de azul,
    brillando en sus cumbres
    zafir y esmeralda,
    su líquida falda  55
    bordada de tul.

       Entre algas y arenas
    serpeas errante,
    cual mole ondeante
    de inmenso reptil,  60
    sirviéndote fácil
    de aliento la bruma,
    de escamas la espuma
    que flota gentil.

       Cien veces mi patria  65
    miré a tu reflejo,
    magnífico espejo
    de limpio cristal;
    y al verla en tus aguas
    mecerse bullente,  70
    ilusa la mente
    juzgábala igual.

       Robusto en el valle
    tendiéndote manso,
    con blando descanso  75
    te huelgas en él;
    trocando tus perlas
    por sus esmeraldas,
    ciñendo guirnaldas
    de rosa y clavel.  80

       Si ansiosa mi vista
    de sombras y tules,
    tus ondas azules
    tal vez consultó,
    bullir en el fondo  85
    veía tu hielo,
    la vega y el cielo,
    las flores y yo.

       Si fueron mentidas
    tan bellas visiones,  90
    y mis ilusiones
    se fueron en pos:
    ¡ay Navia! lloremos
    engaños que vimos,
    pues locos mentimos,  95
    mentimos los dos.

    Río, que invades copioso
del hondo valle la anchura,
refrena e curso abundoso;
que tras de este valle umbroso,  100
te aguarda la sepultura.

    Cese tu vana jactancia,
cesa de ir tan vano, cesa;
porque en tu loca arrogancia
vas midiendo la distancia  105
que hay de la cuna a la huesa.
—74→

    En esa orilla inmediata,
ante ese mar inmortal,
tu mole allí se desata,
y hundes la frente de plata  110
en su seno de cristal.

    Y entonces, adiós mis sueños,
adiós tus flores mentidas;
pues tú entre giros risueños,
y yo entre gratos ensueños  115
acabamos nuestras vidas.

    Y si ambos fuimos en pos
de sueños, teniendo en poco
el mundo real, vive Dios,
que ignoro cuál de los dos  120
ha sido, Navia, más loco.

    Que a la luz de la pasión
los sentidos se embelesan;
pero al llegar la razón,
plomo los párpados son,  125
que sobre los ojos pesan.

    Adiós, Navia; en tu jactancia
cesa de ir tan vano, cesa;
no olvides que en tu arrogancia
vas midiendo la distancia  130
que hay de la cuna a la huesa.



  —74→  

ArribaAbajoEl amor de la sierra



ArribaAbajo   A tiempo que sube ufana,
matizando el horizonte,
de púrpura la mañana,
cantando, de un fresco monte
baja una linda serrana.  5

    Con voz que a la alondra afrenta,
el campo alegrando viene,
y aunque triste se lamenta,
mucho el oírla contenta
por lo que de dulce tiene.  10

    No hay céfiro, ave ni fuente,
que con su voz no avasalle;
por eso a su son doliente
responden tan dulcemente
los ruiseñores del valle.  15

    En su purísimo acento
hallan los tristes dulzura,
los tibios grato ardimiento,
los afligidos contento,
y los amantes ternura.  20

    Baja el rebaño olvidado,
y es, a mi entender, locura
pensar que cuide el ganado
la que tan sólo se cura
de un amoroso cuidado.  25

    No halaga ya cual solía
a la cordera leal,
que cuando sal la ofrecía,
antes de comer la sal,
su blanca mano lamía.  30

    Y si de la sierra al prado
baja, al nacer la alba hermosa,
no es por mirar si templado
se eleva el sol coronado
de grana, jazmín y rosa:  35

    Es por oír un pastor
que acaso a sus resplandores
cántigas alza de amor;
y ella se muere de amores,
oyendo al dulce cantor.  40

    Mirando va con presteza
los fresnos uno por uno,
y es por ver si en su corteza
al nombre de su belleza
añadió su nombre alguno.  45

    En vano a la fuente, ansiosa,
su sed va a apagar cruel,
porque a aquel labio de rosa
el agua le es enojosa,
y desabrida la miel.  50

    En vano con dulce riego
su sed un momento halaga,
pues ignora en su error ciego
que sólo el amante fuego
con llama de amor se apaga.  55

    Y mira tan envidiosa
al olmo la vid amena
entrelazarse frondosa,
como su tez la azucena,
como sus labios la rosa.  60

    Y vagando con la mente
embebida en sus amores,
tal vez se lava en la fuente,
o tal vez indiferente
coge, sin notarlo, flores.  65
—75→

    Ya con ansias más süaves,
sobre la florida alfombra,
templa fatigas más graves,
y acaso a la fresca sombra
duerme al rumor de las aves.  70

    -¡Qué hermosa está entre claveles
cuando gentil se recuesta,
templando penas crüeles,
bajo los verdes doseles
de la encantada floresta!  75

    ¡Qué bello entre esencia pura
adormecer los sentidos,
ver el agua que murmura,
y respirar la frescura
de pabellones floridos!  80

    ¡Cómo el pecho se serena
entre ilusiones sin fin,
adonde el alma enajena
ya el color de la azucena,
ya la esencia del jazmín!  85

    ¡Qué vista tan placentera
nos forman cruzando a veces
en perspectiva hechicera,
los ríos por la pradera,
y por los ríos los peces!  90

    Son las delicias mayores
ver poblado el firmamento
de fúlgidos resplandores,
de gratos sones el viento,
y el campo de ricas flores.  95

    Entonces es cuando mansa
quejas el aura suspira,
su furia el torrente amansa,
y sobre el prado que gira
bañando rosas, descansa.  100

    Entonces van trasparentes
los aires meciendo olores;
forman ruido las corrientes,
los prados alzan colores,
despiden brillos las fuentes.  105

    Los frescos vientas orean,
la flor su bálsamo exprime,
los verdes sauces ondean,
y si una tórtola gime,
mil ruiseñores gorjean.  110

    Tendida en la verde alfombra
la serrana, ni galán
templa el céfiro su afán,
ni la humedad de la sombra,
ni el fresco del arrayán.  115

    -En vano con loco intento
buscas, serrana, la calma,
pues llevas de tu tormento
la causa en el pensamiento,
y la inquietud en el alma.  120

    ¿Con qué nombre te embelesas,
que en la arena lo describes,
y de copiarlo no cesas,
que tantas veces lo besas
por cada vez que lo escribes?  125

    ¿Por qué a escuchar los pastores
vas, cuando a la aurora cantan,
si ves que brotan amores
los delicados vapores
que las praderas levantan?  130

    Escucha el murmullo blando
de aquella fuente serena
que cerca va murmurando,
el bello tren arrastrando
de algas, espumas y arena.  135

    Y en ella ve tus perfiles,
si es que acaso los divisas,
sin que sus ondas sutiles
aquesas formas gentiles
desvanezcan con sus risas.  140

    Y tu mejilla rosada
mírala ya sin color;
advierte, en hora menguada,
la boca más colorada
descolorida de amor.  145

    No escuches ¡ay! los pastores,
si quieres cobrar la calma,
pues del alba a los fulgores
abre su sagrario el alma,
como su cáliz las flores.  150

    Mírate en la fuente igual;
y mira que solicitas,
serrana hermosa, tu mal,
si en la inconstancia no imitas
su trasparente cristal.  155



  —76→  

ArribaAbajoEl baile

A Clementina




ArribaAbajo    Bailan, ardiendo en amorosas llamas,
confundidos galanes y hermosuras,
y cual suelen las vides en las ramas,
se apoyan en los brazos las cinturas.

    Suben y bajan, en revueltos giros  5
los pies cruzando con lascivo juego,
y brotan en miradas y en suspiros
lumbre los ojos, y los labios fuego.

    Con blando impulso y arrobado intento
se sacuden, columpian y suspenden,  10
y revolando a la merced del viento
leves las gasas, lo que encubren, venden.

    Torpes brazos las formas peregrinas
profanan de las púdicas doncellas,
que al mecerse las rosas entre espinas,  15
rasgan su manto de color en ellas.

    «¿Mas adónde está el alma que no enferma
de impuras fiestas el vapor liviano?
No hay castos pensamientos que no aduerma
dulce vaivén de cariñosa mano.  20

    De riquísimas hebras los cabellos
vierten copia gentil por las espaldas,
y ondean con primor, asidas de ellos,
fragantes y hermosísimas guirnaldas.

    Nieve las frentes, las mejillas rosa,  25
doquier ostentan con falaz decoro;
y en rica pompa y apariencia hermosa,
néctar los labios, y las sienes oro.

    Muestran perlas las nítidas gargantas,
y los ojos suavísimos destellos;  30
leves contornos las ligeras plantas,
donaire y gracia los torneados cuellos.

    Turba los ojos y la mente inquieta,
ya la alba tez de una amorosa espalda,
ya el vuelo de una gasa mal sujeta,  35
ya el roce voluptuoso de una falda.

    En los brazos, los talles más gentiles
sosegados se aduermen, y las sombras
van en revuelta confusión sutiles
cruzando sobrepuestas las alfombras.  40

    Al pasar por los límpidos espejos,
como los sueños en tropel vistoso,
—77→
las imágenes doblan los reflejos,
arrebolando el aire vigoroso.

    Y delirando amores, y dementes,  45
entre gasas, y músicas y aromas,
se rozan, con pensados accidentes,
confundidos halcones y palomas.

¿Cómo al ver de tantas bellas
el lindo y airoso talle,  50
no hay uno entre todas ellas
que como el tuyo avasalle?
    Porque ondea con pausado
       movimiento
como el lirio columpiado  55
       por el viento.
No hay una vez que se mueva,
       que no afrente
a ese vapor que se eleva
       de la fuente.  60
    Mas no abandonaras tanto
tu cuerpo en grata delicia,
si nos descubriera el manto
la mano que con encanto
tu ceñidor acaricia.  65

    No hay pecho que no lastimes,
y pierda, al verte, la calma;
que donde la huella imprimes,
todos rendimos el alma.
    Tienen tus plantas divinas  70
       tal presteza,
y tan dulcemente inclinas
       la cabeza,
que parece que besando
       vas la sombra  75
que leve estás proyectando
       por la alfombra.
    Con ojos y pies encantas,
y causa, por Dios, enojos,
el que entre delicias tantas,  80
tormento nos den tus plantas,
cuanto nos matan tus ojos.

    ¿Por qué derribas el manto,
haciendo de él rica falda,
si ves que el calor no es tanto  85
que pueda ofender tu espalda?
    Porque viendo los extremos
       que descubres,
las gracias adivinemos
       que aun encubres.  90
¡Ay! ¿por qué el manto derramas,
       si tu nieve,
mucho más que hielos, llamas
       vibra aleve?
    Coge el manto descuidado,  95
cubriendo el rico tesoro;
que más que placer da enfado
mirar, Clementina, el oro
para otro dueño guardado.

    ¡Oh, con qué aire tan gentil  100
vienen y van las hermosas!
Tal se mira en el pensil,
cuando se mecen las rosas.
    ¡Oh, que sones tan süaves
       se levantan!  105
No son más dulces las aves
       cuando cantan.
¡Cual flota el leve atavío
       de las plumas!
Perdonen del claro río  110
       las espumas.
    Y si los ojos se tienden,
ven por doquiera que pasan,
cabellos que el alma prenden,
serenos ojos que encienden,  115
húmedos labios que abrasan.

    Las mal, prendidas melenas
cubren las blancas espaldas,
éstas mostrando azucenas,
cuando las otras guirnaldas.  120
    Mil confundidos acentos
       amorosos
llevan y traen los vientos
       sonorosos.
Lucen las mejillas puras  125
       sin afeite,
y brota de las cinturas
       ¡tal deleite!
que entre aromados vapores
se confunden ellas y ellos,  130
y todo respira amores,
ojos, espaldas, cabellos,
cinturas, labios y flores.

    En torno a tu talle erguido
se agitan mil amadores;  135
siempre al árbol más florido
acuden los ruiseñores.
    Y sin duda que adivinas
       tu belleza,
pues tan dulcemente inclinas  140
       la cabeza,
que parece que besando
       vas la sombra,
que leve estás proyectando
       por la alfombra.  145
—78→

    Y entre tan rica labor,
tu planta ligera avanza,
dando a su esmalte esplendor;
por eso muere la flor,
cuando a besarla no alcanza,  150

    Deja que toque süave
aquesa cintura leve,
como, cuando vuela, el ave
los blandos copos de nieve.
    Y agítate con pausado  155
       movimiento,
como el lirio columpiado
       por el viento.
Que tus cabellos en calma
       me coronen,  160
y que el cuello como el alma
       me aprisionen.

    Y deja que los fulgores
beba de tus ojos bellos,
pues todo respira amores,  165
ojos, espalda, cabellos,
cinturas, labios y flores.