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ArribaAbajoEl carro de la fortuna

A mis amigos


RUBÍ, DONCEL y VALLADARES




ArribaAbajo       Llegad, los que os es dado
el carro avasallar de la fortuna,
   y asaltadlo mal grado,
   que pasa acelerado
el cerco amenazando de la luna.  5

      La turba, que hormiguea
sobre él, acogotad, vengando el dolo.
   Lanzada al orco sea
   esa imbécil ralea
de tantos grandes en el nombre solo.  10

      A la eminencia suma
trepad, lanzando en oblación cruenta
   el tropel que la abruma,
   y que viste de pluma,
del topo vil para ocultar la afrenta.  15

      Caigan, pese a su lloro,
del pedestal do sin pudor subieron
   las hembras sin decoro
   que alas calzaron de oro,
y su virtud por escalón pusieron.  20

      Abajo esos tribunos,
torpes ministros del doloso fraude,
    que de su mal ayunos,
   adulan importunos
al populacho vil que aullando aplaude.  25

      A mí despedazada
de tantos héroes la corona baje,
   antes que enmarañada
   como prenda usurpada
del bosque quede entre el gentil ramaje.  30

      Del carro desprendido
encima echad la ponderosa mole
   sobre ese pueblo erguido,
   que imita conmovido
con hondo afán la condenada prole.  35

      -Marquen esos caballos,
fogosos siervos de la suerte impía,
   con sus herrados callos,
   a los que, cual vasallos,
con riendas de oro a su placer los guía.  40
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      Seguidlos arrojando
al seno de las sucias polvaredas;
   y ora el carro ciando,
   ora presto arrancando,
magullen siempre al criminal sus ruedas.  45

      Sienta esa chusma osada
que en él subir a la maldad le plugo,
   que del vicio hostigada,
   tinta en sangre la espada,
ya la virtud se convirtió en verdugo.  50

      Caigan en son horrendo
del desierto las cálidas arenas
   con sangre humedeciendo,
   hastío y pasto siendo
de hambrientos lobos y de ahitadas hienas.  55

      Bajad con vituperio,
viciosos monstruos de infernal ralea;
   ya cayó vuestro imperio,
   que, orlando el hemisferio,
el pabellón de la justicia ondea.  60



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ArribaAbajoLa confesión


    Y yo abismado en tanta maravilla,
con miedo reverente
ceso, y humilde inclino la rodilla,
y la devota frente.


(MELÉNDEZ.)                




ArribaAbajo    Ya el manso indócil, que en su error seguía
      con inútil empeño,
torna a buscar la sal que le ofrecía
      la mano de su dueño.

    De la virtud abandone gozoso  5
      el aterido llano,
porque otro el gusto me enseñó frondoso
      a la siniestra mano.

    En él probó con algazara loca
      ámbares mi sentido,  10
ricos panales mi sedienta boca,
      y sirenas mi oído.

    Piloto audaz, con la inocencia mía
      por exclusivo amparo,
torpe esquivé la soberana guía  15
      del eminente faro.

    Cuantas hollé risueñas a la entrada
      alamedas, y llanos,
trocáronse, al volver de la jornada,
      en inmundos pantanos.  20

    Adonde el soto me forjé más bello,
      me hirieron los abrojos;
las zarzas, arrancándome el cabello,
      me azotaron los ojos.

    Jamás calmé, por aliviar las mías,  25
      las desdichas ajenas:
siempre faltaron a mis ojos días
      para llorar mis penas.

    Al poderoso sorprendí comprando
      la inocencia con oro,  30
mas yo vengué su iniquidad, entrando
      a saco su tesoro.

    Mi triste corazón hirió atrevido
      el brazo del más fuerte,
y el dardo asiendo de mi pecho herido,  35
      di al contrario la muerte.

    Pequé, Señor, porque amagaron fieros,
      la sangre de mis venas;
dadme el perdón, o no apastéis corderos
      adonde nacen hienas.  40

    Hoy para siempre a vuestros pies se agotan
      las furias de mi pecho,
pues ya agolpadas a mis ojos brotan
      como volcán deshecho.

    Feliz, si a mis errores juveniles  45
      vuestra piedad alcanza:
¡bien la merece el que a los veinte abriles
      ya perdió la esperanza!

    A la virtud consagraré holocaustos,
      y desde hoy, Padre mío,  50
esquivaré los mundanales faustos,
      como la cumbre el río.
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    Quedad con Dios, los que vagáis perdidos
del ancho mundo por la incierta vía,
que ahuyentando el sopor de mis sentidos  55
se eleva el sol, y con su luz me guía.

    Quedad con Dios; y perdonad, pastores,
si alguna vez, sediento peregrino,
os agoté, calmando mis ardores,
la pura fuente del erial camino.  60

    Dadme el perdón si en su cristal undoso
templé del sol las estivales llamas;
o si en el puerto, del laurel frondoso,
para abrigarme, desgajé unas ramas.

    Y vos, seres, también, cuya inocencia  65
el pasto fue de mi amoroso intento,
dadme el perdón si, por gozar su esencia,
alguna flor os agostó mi aliento.

    Eternamente os cantarán mis labios,
cual monumento a vuestras glorias hecho,  70
y amante fiel, para enterrar agravios,
en panteón convertiré mi pecho.

    Quedad con Dios; mi ardiente fantasía
al cielo asciende entre gloriosa nube,
y en alas de su ardor el alma mía  75
purificada por los aires sube.

    Recoge, cazador, el vil reclamo
que esfuerza en vano la falaz garganta,
pues ya esquivando tu engañoso ramo
el ruiseñor por las alturas canta.  80



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ArribaAbajoLas ilusiones

A T...




ArribaAbajo   Salud, claras centellas
que en giros halagüeños
vais guiando mis huellas,
leves como los sueños,
cual los ángeles bellas.  5

    Por sendas sin espinas
arrastráis, dulces magas,
mis plantas peregrinas,
siempre en los aires vagas,
y siempre a mí vecinas.  10

    Y ya que, uno por uno,
tal vencéis los fracasos
del destino importuno,
que en mis inciertos pasos
no tropecé en ninguno.  15

    Por beneficio tanto,
dejad que sin pesares
os rindan en su encanto,
tierna mi voz, cantares;
dulces mis ojos, llanto.  20

    Vos, con gesto risueño,
traéis al alma mía
con amoroso empeño,
quimeras por el día,
y por las noches sueño.  25

    Vos templáis la venganza
de mis tristes memorias,
y en lisonjera holganza
vos renováis las glorias
de mi muerta esperanza.  30

    Así entre ensueños de oro,
horas vivo serenas,
tierno guardando el lloro
para plañir las penas
de los tristes que adoro.  35

    Y soy en mal tan fuerte,
pues que audaz no me espanta
con su rigor la suerte,
el único que canta
dando alcance a su muerte.  40

    Salud, hijas del viento,
que tardas, o ligeras,
llegándoos a mi acento,
sois siempre mensajeras
de perenal contento.  45
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    Dejadle que en su brío
vuestra morada esquiva
cruce en blando extravío,
y, entre vosotras viva
el pensamiento mío.  50

    -No separéis la mano.
en que feliz me aduermo,
cuidad con pecho humano
que más que no el enfermo
siente la herida el sano.  55

    Seguid en banda espesa,
y no apaguéis el fuego
que ardiendo me embelesa;
seguid, por Dios, os ruego,
que cerca está la huesa.  60

    Y en mis alegres días,
veréis que, aunque sin fausto,
presagios de alegrías,
os rindo en holocausto
las cantilenas mías.  65




ArribaAbajoUna lágrima a un recuerdo

A los Sres. D. José Safont y D. Mariano Barrio1




ArribaAbajo   «Era una tarde sombría.
El aquilón rebramando
nuestras cabañas hería».-
Así a sus hijos decía
una matrona llorando.  5

    «Hender un canto la esfera
se oía plácido en tanto.
Mas ¡quién entonces creyera
que sólo de muertes era
vago preludio aquel canto!»  10

      -Templad esa intensa,
   tenaz pesadumbre,
   y en torno a la lumbre,
   mi madre, acudid;
   y aunque algo os aqueje  15
   tan triste memoria,
   la trágica historia
   contando seguid.

    «Iban las olas mugiendo,
mientras las auras esquivas  20
seguían con dulce estruendo
en vago son confundiendo
aplausos, cantos y vivas.

    »Y estaba azotando impío
el aquilón la ribera,  25
cuando entre el polvo sombrío
vi una carroza ligera
ganar las ondas del río.
—99→

    »¡Amaina, zagal! dijeron
su incuria al ver los pastores,  30
y aunque a su auxilio acudieron,
zagal, carroza y señores,
entre las algas se hundieron.

    »¡Ay! con voz desfallecida
clamaron en mal tan fuerte,  35
como el que en rápida huida
mira alejarse la vida
en brazos ya de la muerte.

    »Vierais entonces, fluctuando,
alzar a todos las palmas,  40
hondos gemidos lanzando,
con ansias de muerte dando
un triste adiós a sus almas.

    »Y al ver a una madre en tanto
alzar a una niña al cielo,  45
me ahogo la voz el espanto,
y ciega cal entre el llanto
presa infeliz de tal duelo».

       -Templad esa intensa
    tenaz pesadumbre,  50
    y en torno a la lumbre,
    mi madre, acudid;
    y aunque algo os aqueje
    tan triste memoria,
    la trágica historia  55
    contando seguid.

    «A vueltas de mi extravío,
oí con triste lamento
gritar: ¡Adiós, amor mío!
mientras que ahogaba este acento  60
con sus murmullos el río.

    »Era un esposo, que impía
a puerto ya de bonanza
una infiel mano impelía,
y al ver a la esposa hacía  65
exequias a su esperanza.

    »¡Adiós! el triste llorando
clamaba con voz doliente:
y, ¡para siempre! gritando
seguía, entre el polvo ajando  70
desesperado la frente.

    »¡Y cuál su dolor sería,
cuando él en trance tan fuerte
a su esposa ¡Adiós! decía,
y ella ¡Adiós! le respondía  75
desde el umbral de la muerte!

    «¡Ay! cuando en tropel se hundieron
y ya con tez amarilla
las yertas palmas tendieron,
¿dónde sus ramas tuvieron  80
los álamos de la orilla?»

      -¿Qué lástima el verlos
   ahondarse sería!
   -¡Cuánto ¡ay! llenarla,
   vagando, el confín!!  85
   -¡Llorem-¡La niña que alzaba
   su madre en las manos!!!...
   os, hermanos,
   su trágico fin!




ArribaAbajoA orillas del Nalón



ArribaAbajo      ¡Cómo, al vagar la mente,
lástima inquieta el corazón llagado!
    ¿El ánima doliente,
    llora por lo presente,
o suspira tal vez por lo pasado?  5

       Ya de añejos dolores
nos señala el arpón, o ya renueva
    recuerdos seductores,
    ya de gustos de amores
la antigua miel entre ilusiones prueba.  10

       Ora, al cielo vecina,
su curso, audaz, a los planetas marca;
    ya al abismo declina;
    ya a par del sol camina,
y el ancho espacio de la luz abarca.  15

       ¿Qué buscará en la hondura
de esas sonantes y apacibles olas,
    que con planta insegura
    llevan su linfa pura
arrastrando entre lirios y amapolas?  20
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       Tal vez cuando sus huellas
multiplican los brillos halagüeños,
    sus imágenes bellas
    se parezcan a aquellas
que audaz forjaba en mis dorados sueños.  25

       Si en óptica ilusoria
las remedan tan frágiles perfiles,
    quiero aumentar mi gloria,
    trayendo a la memoria
los sueños de mis años juveniles.  30

       Corred por las campanas,
fáciles ondas, derramando albores,
    y al pie de las montañas
    seguid entre espadañas
trocando en perlas las brillantes flores.  35

       En plácidos concentos,
por el soto tended las limpias huellas,
    conjuraré los vientos
    porque no borren lentos
esa copia de imágenes tan bellas.  40

       Y si el aire el encanto
borrase de esos cuadros halagüeños,
    consuéleos mi quebranto,
    porque también el llanto
borra el tropel de mis amantes sueños.  45

       ¡Oh, si mi frágil nave
pudiese por lo menos sus entenas
    dar al aire suave,
    para que el peso grave
cruzase un mar de linfas tan serenas!  50

       Llevadme, ondas queridas,
por vuestro raudo y celestial camino;
    si es por sendas floridas,
    no importa que perdidas
a morir caminéis al mar vecino.  55

       Que con queja importuna
jamás, en congojosa pesadumbre,
    maldigo la fortuna,
    sea el sol o la luna
quien el camino de mi muerte alumbre.  60

       Al término toquemos,
antes que hollar en nuestro rumbo abrojo;
    cuanto más caminemos,
    por las prendas que amemos
menos ofrendas verterán los ojos.  65

       Llevadme, ondas serenas,
no quiero, atravesando de corrida,
    que vaya a duras penas
   la sangre de mis venas
enlutando la senda de mi vida.  70



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ArribaAbajoEn la Cartuja de Burgos

A B...



Oda



ArribaAbajo      Paso a la imbécil plebe
que, detestando en su abyección la gloria,
    tiende su brazo aleve,
    y a desplomar se atreve
cuanto en cien siglos hacinó la historia.  5

       ¿Y en nombre de qué culto
ciega esa plebe la orfandad derrama?
    «¡Paso! y quede insepulto
    el que con loco insulto
odie la grey que libertad proclama».  10

       Vengan, pues que perjura
la libertad tan bárbaros caminos
    allana en su locura
    a esa falange impura
de incendiarios, traidores y asesinos.  15

       Derrocad sin concierto,
muchedumbre sangrienta de villanos;
    sólo en este desierto,
    como en oculto puerto,
un templo os queda en que poner las manos.  20
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       Míralos ya, alma mía,
levantar, cual en torpes lupanares,
    alta y soez orgía
    aquí, do ayer se oía
el sublime cantar de los cantares.  25

       Con las suyas mezclemos
nuestras teas, mi bien, pues ya incendiaron
    los ídolos que vemos:
    el pedestal quememos,
ya que sobre él a nuestro Dios quemaron.  30

       Ven, que sin noble valla
aquí sus fuegos saciará brutales
    el corazón que estalla,
    cabe la ruin canalla
que hundió cadalsos para alzar puñales.  35

       Ven, que aunque ayer oramos
ante ese altar que derrumbado humea,
    de él nuestra alfombra hagamos;
   con esto escarnezcamos
la vil generación que nos rodea.  40

       Y si en el trance impío
al ver mis ojos destrucción tan fiera
    vierten de sangre un río,
    no los seques, bien mío,
vierta el dolor lo que el puñal espera.  45

       Alza, don Juan segundo,
deja asolar tus fúnebres aprestos,
    que, en su rencor profundo,
    ese tropel inmundo
si no halla sangre, aventará tus restos.  50

       ¡Fuego, embriagada tropa!
Talad, brindando por el culto íbero,
    tinta en licor la ropa:
    ayer en esa copa
la sangre se libaba del Cordero.  55

      ¡Ah! desde hoy nuestros brazos,
¿en qué altares, con mística porfía,
   formarán tiernos lazos?
   Vedlos aquí en pedazos.
¡Rotos pedazos, ¡ay! del alma mía!  60



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ArribaAbajoEl primer amor

Alegoría. -A P...




ArribaAbajo      Ay del que, ahogando congojas,
    funda sus gustos y amores
    en el verdor de unas hojas,
    o en el matiz de unas flores!

       Dígalo en tristes endechas,  5
    pese a tan crudas memorias,
    la que entre flores deshechas
    vio por el aire sus glorias.

       Un plácido almendro estaba
    viendo una niña en su anhelo,  10
    que con su pompa afrentaba
    toda la pompa del cielo.

      Seguía al árbol mirando
    con afición importuna,
    hora por hora contando  15
    sus galas una por una.

       Mas ¡ay! que tanto ornamento
    costó a su pecho afligido,
    cada capullo un lamento,
    y cada flor un gemido.  20

      -¿Por qué los lánguidos ojos
    amante en el árbol fijas,
    antes de ver con enojos,
    niña, las sierpes y abrojos
    que con las plantas cobijas?  25

      ¡Ay! pese a tu amor, repara,
    en tus delicias extremas,
    que ya la fortuna avara
    dejo sin ídolo el ara
    adonde tu incienso quemas.  30

      Conjura el cierzo sombrío,
    porque de flores tan bellas
    marchitará el atavío,
    desvaneciendo, amor mío,
    tus ilusiones con ellas.  35

       ¿A qué el abril de tus años
    consagras, niña, a unas flores,
    si no has de evitar los daños
    que causan los desengaños
    de los primeros amores?  40

       ¿Si pensarás por ventura,
    embebecida en la calma
    de tu amorosa locura,
    que las heridas del alma
    cualquier remedio las cura?  45

       ¿Y qué harás, dueño querido,
    cuando de las nubes fieras
    oigas el ronco estampido,
    tú que jamás has oído
    más que balar las corderas?  50

       Nunca sentiste encontrados
    revolotear los ambientes
    por los espacios lanzados;
    pues siempre viste en los prados
   adormecidas las fuentes:  55

       Y ¡ay, si a torrentes bramando!
    el agua va por las cuestas,
    los mármoles desquiciando,
    en su furor trasportando
    los bosques a las florestas!  60

       Pon término a tus locuras,
    que los volcanes revientan,
    en las soberbias alturas,
    donde las flores más puras
    eterno al mayo sustentan.  65

       Cuando apacible rompieres
    en amorosos cantares,
    no has de olvidar si pudieres
    que siempre son los placeres
    la cuna de los pesares.  70

      Y ya en el trance postrero,
    será inútil que cobarde
    dé el labio un ¡ay! lastimero.
    ¡De qué valdrá el mensajero
    si ya el perdón llega tarde!-  75
—104→

       Una a una, hora por hora
    contaba las flores bellas,
    hasta que un día a la aurora
    halló el arbusto sin ellas.

      Entre sus alas llevaron  80
    toda su pompa liviana
    los céfiros que pasaron
    a recibir la mañana.

       Vio entonces entre suspiros
    del primer mal el trasunto,  85
    y cuantas vueltas y giros
    da la fortuna en un punto.

       Mirando el árbol desierto
   da riendas al lloro en tanto.
    ¡Siempre es el último puerto  90
    de nuestras cuitas el llanto!

       ¡Así el hojoso ornamento
    costó a su pecho afligido,
   cada capullo un lamento,
    y cada flor un gemido!  95

    ¡Mas de cuánta ilusión y cuántas flores
se orlaran ¡ay! nuestros primeros años,
si los cierzos calmaran sus furores,
y acotara el amor sus desengaños!

    Llora del viento el desamor injusto;  100
lloremos, sí, nuestro fugaz aliño,
porque también el destrozado arbusto
la imagen es de mi primer cariño.

    Y cuantas almas el dolor devora,
vengan también a lamentar conmigo  105
a viudez de la tórtola que llora
al pie del árbol de su amor testigo.

    Es digna, sí, de fraternal consuelo,
la pobre niña, que mirando sólo
como un almendro engalanaba el cielo,  110
no oyó los austros conmover el polo.

    Una senda de flores sin espinas
soñó la triste en su ilusión primera,
pero ajadas sus plantas peregrinas
ya ensangrentó la desigual carrera.  115

    ¡Blandos favonios del templado estío,
un cisne socorred de blanco seno,
que al avanzar hacia el cristal del río
cayó a la orilla entre el hedor del cieno!

    ¡Descended, serafines, de la altura,  120
y unas alas prestad a esa paloma,
que ya entre el musgo la serpiente impura
a devorarla sin piedad se asoma!

    ¡Vagad, ayes del alma, en son de duelo,
paz demandando al Hacedor divino,  125
para el arcángel, que al tornarse al cielo,
tocó en el mundo porque erró el camino!

    Tal vez en su inocencia no creía,
al amainar su vuelo acelerado,
que el paraíso terrenal cubría  130
la mácula afrentosa del pecado.

    Vuestra mano, Señor, sea la gula
de esa inocente, que angustiada llora,
que al despedir al sol dichosa un día,
se halló infeliz al asomar la aurora.  135

    Y si basta de lágrimas un río
para que oigáis su angelical querella,
puedan lograr su redención, Dios mío,
las muchas ¡ay! que derramé por ella.



  —105→  

ArribaAbajoEl juicio final

Fantasía



ArribaAbajo- I -

Anuncio del juicio final a los espíritus malignos. -Lamentos del ángel malo. -Postrer ardid del infierno





ArribaAbajo   Así Luzbel exclamaba,
mientras le oía confuso
aglomerado el infierno
en espantoso tumulto:

    «Mañana, cuando las llamas  5
bajen del cielo a diluvios,
y, vomitando tormentas,
sombras aborte el profundo,
tumba fatídica siendo
en encontrados disturbios  10
las llamas, de las tinieblas,
y éstas, de aquéllas sepulcro;
y desquiciados los orbes,
por los espacios cerúleos,
ya con la llama abrasados,  15
ya entre las sombras ocultos,
amenazando caldas
perdidos vaguen sin rumbo,
al ruido de la trompeta
que anuncie el final del mundo;  20
el orbe donde nacimos
asediaremos sañudos,
para vestir los despojos
de los que en el fueron justos,
y en alas de su pureza,  25
los nuestros dejando impuros,
a juicio pareceremos
de Dios ante el trono augusto».
    Al nombre de Dios heridos,
como al poder de un conjuro,  30
se dispersaron inquietos
los condenados en grupos,
hondos gemidos lanzando
de eternos ecos preludios;
y de la atroz gritería  35
al descompuesto murmurio,
despiden rayos sus ojos,
fatal emblema de orgullo,
restos de glorias pasadas,
y de alto origen trasunto.  40

    «Tremendos sobre nosotros,
siguió Luzbel, uno a uno,
entre martirios sin cuento
—106→
pasaron lustros y lustros,
sin que el dintel de los cielos  45
jamás tocásemos puro,
aunque a sus puertas llamamos,
ya humildes, o ya sañudos,
ora con fieros enojos,
ora con llanto importuno;  50
pues siempre de sus albores
ciegos nos dejó el impulso,
sin que a atenuarlo bastase
de nuestros antros el humo;
siendo al medir las esferas  55
en desesperados tumbos,
de su clemencia el escarnio,
y de su gracia el insulto.
¡Oh! si nuestra alma rebelde
jamás adoro al Dios sumo,  60
al cieno vil aferrada
por el imán de los gustos;
y si en prisión afrentosa
nuestro divino atributo
la infame cárcel del cuerpo  65
ató con lazos robustos,
¿por qué Dios, fuente de gracia,
de su emanación verdugo,
condenó a eterno martirio,
en su justicia sañudo,  70
al alma que encadenada
alzarse al cielo no pudo?
Ganad, hijos del infierno,
pese a los buenos el hurto,
y antes que el orbe aniquile  75
del juicio el terrible anuncio,
los restos con que piadosos
rindieron al cielo cultos,
tal vez porque sus sentidos
nunca en su afán iracundos  80
contra el imperio del alma
se amotinaron impuros.
¡Sus!»
    Y enderezando al orbe
los condenados su rumbo,  85
aun no colgaban los aires
las negras sombras de luto
cuando en tropel se apostaron
en los confines del mundo.




ArribaAbajo- II -

Llamamiento. -Descripción del juicio final





   ¿Cuál fúnebre estampido  90
conturba los revueltos horizontes,
que a su fragor el orbe estremecido
lanza de sí cual átomos los montes?

    ¿A dónde en ronco estruendo
       los mares desbordados,  95
rugientes van la inmensidad midiendo
de planeta en planeta despeñados?
    Por el espacio errantes,
perdido el rumbo de su giro eterno,
       los astros rutilantes,  100
las sombras inflamando del infierno,
cayendo van desde la empírea cumbre
       en ciego parasismo,
       mientras nubes espesas
se alzan sin fin del tenebroso abismo;  105
      y en remolinos fieros
       ruedan despedazados
en amalgama universal mezclados
llamas, cometas, sombras y luceros.

    Hirió la trompa al resonar la esfera,  110
y en sus impuras fauces dejo ahogado
       el ¡ay! desesperado
que ronca alzó la humanidad entera.

    Id a juicio, mortales,
sin contener el indolente paso;  115
caminad a sufrir eternos males,
o eternos bienes a gozar acaso.

   ¡Ay si al tornar con ánimo doliente
       los ojos desolados
hacia los gustos del amor pasados  120
rojo el pudor os encendió la frente!

    Seguid llorando con dolor profundo
      vuestro eternal quebranto,
ya que alegres tuvisteis en el mundo
       tan en desuso el llanto.  125

    Ajenos de esperanza,
       en vaga lontananza
—107→
el arcángel oíd, que en presta huida
grita, al cruzar la inmensidad inerte:
«¡Ay del que a Dios no consagró su vida!  130
¡Ay del mortal que lo olvido en su muerte!»

      Seguid, prole maldita,
    sin mundanos deseos,
    con ánima contrita,
    a rendir el espíritu en ofrenda  135
    de impuros devaneos,
    caminad sin rodeos:
no hay sagrado a que huir; ésta es la senda.

   Id y arrojad, monarcas de la tierra,
       en oblación amarga,  140
       esa humilde corona
que de alta prez en vuestra sien blasona,
y no a los hombros, en mundano exceso,
       con tan inútil carga
no pudiendo marchar dobléis el peso.  145

   ¿Por qué ocultáis entre las manos bellas
       las frentes de jazmines,
vos que brillasteis sin pudor en ellas
radiantes de hermosura en los festines?

    Id, con los ojos falsamente enjutos,  150
torpes matronas de insondable pecho,
donde os esperan los bastardos frutos
       del profanado lecho.

    En hombros de los ángeles alzado
       ved de Dios el asiento,  155
       y como ya a su acento
deja veloz las no acotadas puertas
de par en par la eternidad abiertas.

    Maldecid, turba vil, en mal tan fuerte,
vuestra existencia entre el placer perdida.  160
¡Ay del que a Dios no consagró su vida!
¡Ay del mortal que lo olvidó en su muerte!




ArribaAbajo- III -

Transformación y ascendimiento de los pecadores. -Ayes de los justos. -Preponderancia del cuerpo sobre el imperio del alma





    Y alzándose de las tumbas
al universal crujir,
van en sus cuerpos las almas  165
cruzando el aire sutil.
    Y cuando algunas, ya altivas,
tocan del cielo el confín,
otras, rastreras, el polvo
miden con hondo gemir,  170
pues de sus restos antiguos
con ansia inquiriendo el fin,
en vano, hozando sepulcros,
discurren aquí y allí
hasta que al murmullo ronco  175
de un satánico reír,
escuchan sobre los aires
clamar a Luzbel así:
    «Con nuestros restos a juicio,
almas dichosas, venid,  180
ya que en los vuestros nosotros
vamos con vuelo gentil.
Y a fe que prendas tan leves
son fáciles de subir,
mientras que torpes las nuestras  185
pegadas al cieno vil,
tal vez a ascender se nieguen
por círculos de zafir;
y si en tal caso os agobian,
lo que sufrimos, sufrid».  190

    Dijo; y conformes los buenos
con tan infernal ardid,
visten sus formas humildes
ayes lanzando sin fin.

    ¡Ay que ignoráis resignadas,  195
almas de origen feliz,
que los sentidos rebeldes
en espantoso motín,
también las almas aferran
como esas que veis subir;  200
y espíritu y carne entonces
luchando en abierta lid,
suele a la impura materia
rendirse el alma servil!
—108→

    ¡Vos que cruzasteis el mundo  205
con formas de serafín,
sin que sintieseis el fuego
de las pasiones hervir,
aun no sabéis cuál marchita
de nuestra edad el abril,  210
el ansia de las potencias,
cuando guerreando entre sí,
ansioso busca el oído
profanos sones que oír,
ebrios de placer los labios  215
otros labios de rubí,
fantasmas de amor la mente
de misterioso perfil,
lumbre que admirar los ojos,
sendas el pie que seguir;  220
y en tan inciertos deseos,
y en tan encontrada lid,
aquí anhelando placeres,
llorando gustos allí,
llevan al alma aferrada  225
tras de la materia ruin,
para concederla sólo
la libertad al morir;
¡y entonces Dios la destierra
donde por siglos sin fin  230
padezca, porque no pudo
en su dolor resistir!

    Mas vos, con fervor divino
mil veces mas fuerte y mil,
con esos viles despojos,  235
almas dichosas, subid.

    Y suben, mientras aun se oye
por el desierto confín:
«Y si en tal caso os agobian,
lo que sufrimos, sufrid».  240




ArribaAbajo- IV -

Vencimiento del espíritu por abyección de la materia





   Y apenas en sus leyes sacrosantas
Dios decretó la universal discordia,
a la turba infernal miro a sus plantas,
gritando en hondo afán: ¡Misericordia!

    «Silencio, vil tropel, de Dios maldito;  245
tarde la gracia del Señor granjeas».
Y la turba infernal alzando el grito,
repite sin cesar: ¡Bendito seas!

    «¿Por qué los ojos a mi luz no esconden
deslumbrados los hijos del profundo?»  250
Y a las palabras del Señor responden:
¡Paz y salud al Redentor del mundo!

    «¿Son éstos los que en ciego desvarío
jamás tornaron a su Dios los ojos?»
«Los mismos son; pero piedad, Dios mío»,  255
clamó Luzbel, y se postró de hinojos.

    «Si olvidados de vos ayer seguimos
tras el cebo carnal de nuestros gustos,
hoy redención a demandar venimos
con las prestadas formas de los justos.  260

    ¿A qué al infierno desterrar sañudo
el alma de estos míseros nacidos,
si siempre débil contrastar no pudo
el impuro motín de los sentidos?

    ¿Ni cómo ante su Dios se postraría,  265
en cárcel mundanal el alma presa
quien recibió de la fortuna impía
torpe la lengua y la rodilla aviesa?

    Si los que alzasteis compasivo al cielo,
con nuestras formas vuestro ser adoran,  270
¡ay de los tristes que en su amargo duelo
a vuestros pies arrepentidos lloran!»

    «Venid, -dijo el Señor-, mis escogidos».
Y un ¡ay! se oyó que conmovió el profundo;
mientras suena en los aires esparcidos:  275
¡Paz y salud al Redentor del mundo!



  —109→  

ArribaAbajo- V -

Imperfección humana. -Rebeldía de los sentidos. -Lucha del espíritu y la carne





   Presentes los escogidos
ante el Señor que los nombra,
con hondo afán arrastrando
de los demonios las formas,  280
sacrílegos a sus ojos
alzan la frente orgullosa,
y ni le acatan altivos,
ni irreverentes se postran;
antes blasfemando ateos  285
gritan del cielo con mofa,
en el aspecto divino
la faz encarando torva:

    -¡No hay Dios! -Y la atroz blasfemia
rodando de boca en boca,  290
siguen impíos gritando
en confusión espantosa:

    -¿Qué niebla ver, importuna,
la luz del cielo me estorba,
que así a vivir me condena  295
entre el horror de la sombra?
-¿Cuál torpe sueño las alas
de mi pensamiento agobia,
que noble a inquirir su origen
jamás el vuelo remonta?  300
-¿A dónde está la morada
de esa Deidad misteriosa,
que todos su ser conocen,
y todos su esencia ignoran?

    Y Satanás imprecando  305
al Dios que rendido implora:
¡Hasta los ángeles, grita,
con nuestras mundanas formas
dudan de vos, y os maldicen,
cuando brilláis con más gloria!»  310

    Y a su voz siguen los malos
gritando: ¡Misericordia!
Y a sus impuras blasfemias
ciegos los angeles tornan.

    -¿Por qué, si sucio, tan sólo  315
impresos en mi memoria
los sueños profanos quedan,
y los divinos se borran?
-Nada los hondos misterios,
de la religión me importan,  320
si ofuscan mi entendimiento,
y si mi razón sofocan.
-Venid en tropel, deleites
de las ya apuradas órgias,
a ser el pasto continuo  325
de mis esperanzas locas.
-Blancos compases midiendo
sobre las ricas alfombras,
leves mis plantas se ensayan
en danzas voluptüosas.  330
-Liviano mi pensamiento
sujeta a pruebas gustosas
imágenes de deleite
que mi entendimiento aborta.
-¿Cómo las furias del cielo,  335
cuando de airado blasona,
son para mi pecho dardos
que, antes de herirlo, se embotan?
    Y en su ignorancia ofuscados,
más las blasfemias redoblan,  340
mientras que Dios entre un velo
sepulta la faz gloriosa:
—110→
    -Ebria de goces ansía
ricos panales mi boca.
-¡Qué músicas mis oídos  345
vienen a herir sonorosas!
-Profano lechos, a impulso
de estímulos que me acosan.
-Dejan marchito y sin vida
a cuanto mis manos tocan.  350

-Arden de amor mis sentidos.
-Es la virtud una sombra.
-Iguales son Dios y el caos.
-No hay más placer que la gloria.
-Falta la luz a mis ojos.  355
-Sueños impuros me acosan.
-¡Oh, qué tormento es la duda!
-¿Quién es Dios? -¡Misericordia!




ArribaAbajo- VI -

Hastío de Dios en su mejor obra. -Aniquilación de las criaturas





   «Silencio, -exclamó Dios-, vil criatura,
grosero aborto de miseria y llanto  360
en quien es siempre la materia impura
cárcel y afrenta de tu origen santo.

    Maldigo en ti mi predilecta hechura».
Y descorriendo el vaporoso manto,
al vivo resplandor de una mirada  365
ángeles y demonios fueron nada.




ArribaAbajo- VII -

Sentencia. -Nueva creación del hombre. -Atributos de la especie humana. -Vaguedad de la existencia





    «Vuelva a su ser lo creado;
y de hoy por siempre estará
entre su Dios y los hombres,
mediando la eternidad.  370

    »Será un informe trasunto
de la aniquilada ya,
la raza humana que el orbe
vuelva entre llanto a poblar.

    »Con honra de imagen mía,  375
de barro el cuerpo tendrá;
y el alma perecedera,
con alientos de inmortal.

    »Toda su ciencia y su gloria
dudas y sueños serán,  380
y el galardón de sus penas
la cruda muerte, y no más».

    Dijo el Señor, y a su acento
llenó sus cauces la mar,
y las alturas ganando  385
en armonioso compás,
por sus azules esferas
se vio a los astros girar.
Y como a vueltas de un sueño,
levísimo por su faz  390
sintió resbalar un beso
entre ilusiones Adán,
creyendo ver en los aires,
en éxtasis celestial,
una visión milagrosa,  395
que cada vez más y más
se fue alejando entre nubes
del bajo edén terrenal,
hasta que al fin quedo entre ambos
mediando la eternidad.  400
Agradecido al don triste
de la existencia falaz,
al cielo humilde las palmas
alzo postrándose Adán,
mas no hallando en su desvelo  405
ídolo ante quien orar,
y creyendo del acaso
fruto su vida quizá,
vino la hiel de la duda
su corazón a amargar,  410
y el don funesto maldijo
de su existencia fatal,
hasta que viendo a Eva al lado
que con sonrisa fugaz
sus dudas y desvaríos  415
troco en amoroso afán,
el bien del alma olvidando
por el placer corporal,
se prosterno desde entonces
—111→
ante la humana deidad;  420
y sin que de su alto origen
quisiese el fin deslindar,
ni ver del hondo sepulcro
un término más allá,
dudas, miserias y llanto,  425
ahogo entre el placer carnal,
llanto, miserias y dudas
legando a la humanidad.

    Así el hombre, de la vida
la senda cruzando erial,  430
siembra al pasar ilusiones,
y engaños cogiendo va;
y en curso errado, siguiendo
de su apetito el imán,
le asedian aquí pesares,  435
remordimientos allá;
y en guerra consigo mismo,
y consigo mismo en paz,
goza siguiendo la dicha,
sin alcanzarla jamás;  440
y así en encontrados rumbos,
atormentándole van
delante las ilusiones,
y los recuerdos detrás.
Y muerto de la esperanza  445
el consolador fanal,
siguen los hombres su ruta
con solícito ademán,
esperando aquí una dicha,
allí esquivando un azar,  450
viendo siempre el bien lejano,
y cerca sintiendo el mal;
y prosiguiendo el camino
que hollaron a su pesar,
de dónde vienen no saben,  455
e ignoran a dónde van.
Entre el error y la duda,
sin norte que brujulear,
ciegos caminan a veces,
en parasismo mortal,  460
llamando gloria a la pena,
padecimiento al solaz,
a la verdad la mentira,
y a la mentira verdad.
Y a veces por la fe herido  465
sucumbe el genio del mal,
y otras rueda el fanatismo
luchando con la impiedad;
y así en abismo espantoso,
entre creer y dudar,  470
incierta a su fin camina
la abyecta prole de Adán.

    ¡Ay de vosotros los tristes
que en tan proceloso mar,
luchando con las tormentas  475
sin esperanza bogáis,
sabiendo por vuestro daño
que de la ruta al final
sólo será vuestro premio
la cruda muerte, y no más!  480
Y vos, los que en sueños vagos
de eterna felicidad
creéis de vuelo, en muriendo,
sobre los aires pasar,
¿qué galardón, miserables,  485
por fe tan ciega esperáis,
si está entre Dios y los hombres
mediando la eternidad?...




ArribaAbajo- VIII -

Desaparición del Criador. -Último adiós a la esperanza





   Así acabaron las glorias
DE UN MUNDO QUE YA PASÓ;  490
y al ver a las criaturas
aniquiladas su Dios,
el cieno tocó, y del centro
se alzó Adán entre su hedor,
y un beso sobre su frente  495
para animarle estampó.
Y viendo tan vil hechura,
trasunto de otra mejor,
la faz al último cielo
por no mirarla tornó;  500
y una lágrima derrama,
glorioso emblema de amor,
que al descender ardorosa
sobre la cima del sol,
evaporada a sus rayos  505
en nube se convirtió.
Y alejándose escondido
entre el augusto vapor,
—112→
avergonzado su hechura
por última vez miró,  510
hasta que entre ambos, doliente,
en faz de eterno dolor,
con su poder invisible
la eternidad arrastró.

    ¿Y para siempre apartado  515
de vuestro seno, gran Dios,
no probare las delicias
de tan inefable amor?

    ¡Loco de mí, que corriendo
tras una y otra ilusión,  520
iba ganando el sepulcro
con infatigable ardor,
el término de mis penas,
y de mi fe el galardón,
creyendo en mis desvaríos  525
ver al través de su horror!
Mas ya por la misma senda
tan sin esperanza voy,
que falta en torpe letargo,
en mi juventud precoz,  530
el vuelo a mi pensamiento,
y el ansia a mi corazón;
y sin admirar cantando
vuestra grandeza, Señor,
falta entusiasmo a mi pecho,  535
y falta canto a mi voz.
Y pues que en vano me canso,
id, esperanza, con Dios,
y apagad de vuestra antorcha
el peregrino fulgor,  540
que aquí me quedo llorando
de mis cantares al son,
una jornada perdida,
huyendo de otra peor.
Y aunque impía me engañaste,  545
sepultando mi ilusión,
al llevarme fascinado
con tu destello traidor,
recibe el último vale
del que te da su perdón  550
desde este páramo yerto
donde no nace una flor.

    ¿Y a dónde vos, engañados,
en tan ciega confusión,
camináis, hermanos míos,  555
treguas prestando al dolor?
Si vais como yo marchando,
lleno de fe el corazón,
creyendo tras el sepulcro
pasar a vida mejor,  560
doblad como yo la frente
tened el paso veloz,
que por sentencia de Él mismo
para nosotros no hay Dios.
Mas no, seguid vuestra senda  565
el mágico resplandor
con que la dulce esperanza
vuestra niñez alumbró,
¡y oh, si afanado corriendo
de vuestras huellas en pos,  570
por su destello alentado
pudiera seguiros yo!...