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ArribaAbajoEl antiguo Madrid

Paseos histórico-anecdóticos


Por las calles y casas de esta villa



ArribaAbajoPrimer recinto de Madrid

Cuatro son, según queda expresado en la Introducción histórica, los recintos sucesivos de la villa de Madrid, desde su antiquísimo y dudoso origen hasta nuestros días. -El primero (no demostrado, aunque verosímil) pertenece a aquella época remota en que se supone existía ya, con el pretendido nombre de MANTUA, y bajo la dominación de los griegos y romanos. -Este recinto (según la constante tradición y algunos datos positivos que ha recogido la historia) existió, al parecer, con tan breves dimensiones, como que sólo comprendía desde el castillo o Alcázar, hasta la puerta de la Vega; y desde allí, revolviendo rápidamente por la cuesta de Ramón a   —134→   espaldas de donde luego se alzaron las casas de Malpica o de Povar y la de los Consejos, tornaba a la calle o plaza de la Almudena, como frente a la del Factor, por donde corría luego la muralla a cerrar de nuevo por el pretil con el Alcázar. -Dicha muralla primitiva (que debió desaparecer en un tiempo remoto e ignorado), dicen los cronistas que se hallaba flanqueada por varias torres, entre ellas una, llamada Narigués, donde ahora estaban las casas de Malpica, sobre las huertas del Pozacho, y otra independiente y extramuros, aunque contigua, llamada Torre Gaona, hacia el sitio donde estuvieron después los Caños del Peral. -Finalmente, las dos únicas entradas o puertas que interrumpían la continuidad de dicha muralla, y limitaban a tan breves términos el perímetro de la villa, eran las de la Vega, al Poniente, y el Arco de Santa María, mirando a Oriente, en la que después se llamó calle, o más bien plazuela de la Almudena, frente de la embocadura de la calle del Factor.

Tan modesta fue la cuna de la futura capital de dos mundos; y excusado es decir que, embebida después en una población infinitamente mayor, no quedó de ella rastro alguno, ni piedra sobre piedra, de sus primitivas construcciones. -Allí, sin embargo, tuvo Madrid su fundación primera, sus primitivos muros, su primera iglesia, su primera fortaleza y Alcázar Real; y aunque todos estos monumentos materiales hayan desaparecido con el transcurso del tiempo, quédale todavía a aquel modesto recinto la gloriosa ejecutoria de su remoto origen, y sus nobles tradiciones históricas, continuadas después, en la serie de los siglos, como parte principal de más importante conjunto; los recuerdos, en fin, de la primitiva villa del Oso y el Madroño, cuna de su infancia, símbolo y monumento de su antiquísima fundación.

En este sentido es como nos cumple hoy recorrer este   —135→   breve recinto, consagrándole nuestros primeros paseos históricos por el antiguo Madrid; pero excusado es repetir que, como quiera que sus primitivas condiciones quedaron envueltas en la noche de los siglos, habremos necesariamente de contemplarle, no con las que entonces pudo tener, sino con las que adquirió después y nos ha trasmitido la Historia, o el tiempo ha respetado.

Empezaremos, pues, por el ALCÁZAR, que, según las más probables conjeturas, fue la verdadera causa de la fundación de Madrid, a quien la sana crítica no halla fundamento bastante para conceder existencia interior a la dominación de los sarracenos.


ArribaAbajo-I-

El Alcázar


El primer carácter de aquella vetusta fábrica, origen de la importancia histórica y política, cuando no de la fundación de esta villa, fue sin duda el mismo que el de tantas fortalezas con que poblaron los moros las crestas de nuestras montañas, con el objeto de atender a la defensa y dominación de las poblaciones vecinas. Esto indican claramente su situación topográfica, su destino primitivo, y hasta su nombre mismo de Al-cassar, genérico, entre los árabes, de esta clase de construcciones. Muchos de los autores apreciables de la historia de Madrid atribuyen, sin embargo, su fundación a época más cercana, después de la conquista de esta villa por las armas de Alfonso VI; y de todos modos, parece seguro que a mediados del   —136→   siglo XIV, el rey D. Pedro de Castilla verificó en esta fortaleza una completa reedificación y ampliación, dándola mayor importancia, de que muy luego pudo hacer alarde, en defensa suya y contra las huestes de su competidor y hermano, D. Enrique de Trastamara, que cercaron a Madrid en 1369, y le ocuparon sólo por la traición de un paisano que tenía dos torres a su cargo; a pesar de la heroica defensa del Alcázar, hecha por los Vargas y Luzones, caballeros principales de esta villa.

Anteriormente a esta época, la Historia refiere que todos, o casi todos, los monarcas de Castilla y León residieron largas temporadas en Madrid; desde D. Fernando el Magno (que suponen algunos la conquistó primitivamente en 1047, para abandonarla después, y que recibió en ella visita de Almenon, rey moro de Toledo) y Alfonso VI, su verdadero restaurador en 1086, hasta D. Alfonso XI, padre del mismo rey D. Pedro; según más pormenor indicamos en la Reseña histórica que precede a estos paseos. -Pero lo que no dicen los historiadores, ni consta de ninguna manera, es que dichos monarcas hicieran su residencia en el Alcázar, ni se trata de él como mansión Real, sino sólo como defensa formidable en todas ocasiones; ya contra las acometidas que a los pocos años de la reconquista hizo contra Madrid, en 1109, el rey de los Almorávides Tejufin, y que resistieron victoriosamente los habitantes, encerrados en el Alcázar, rechazando el ejército marroquí, que había llegado a sentar sus reales en el sitio que aún se llama el Campo del Moro; ya en las funestas revueltas interiores de los reinados sucesivos, hasta la misma guerra fratricida de D. Pedro y D. Enrique. -Lo más probable es suponer que aquellos monarcas habitarían en el palacio que parece existió sobre el sitio mismo en que más tarde fue fundado el monasterio, de las Descalzas Reales (al que sin duda hacen   —137→   referencia los Fueros de Madrid en principios del siglo XIII, cuando establecen distinción entre el Palacio y el castiello), y que sólo en tiempo de D. Pedro y D. Enrique, y a consecuencia de las notables obras verificadas por ellos, pudo el Alcázar servir de mansión a los reyes de Castilla. De todos modos, la Historia no hace mención de este Alcázar sino como fortaleza, y únicamente cuando en 1389, reinando D. Juan I, expidió privilegio concediendo a don León V, rey de Armenia, el señorío de Madrid y de otros pueblos, se escribe que dicho señor residió en nuestra villa, durante dos años, confirmó sus fueros y privilegios, y reedificó las torres del Alcázar, en que se cree pudo habitar.

Al año siguiente (1390) murió D. Juan I, dejando por heredero a su hijo D. Enrique (tercero de este nombre), niño de poca edad, y a la sazón en esta villa, donde luego fue aclamado por rey de Castilla antes que en ninguna otra ciudad del reino. Durante la minoría de don Enrique tuvieron lugar las largas y complicadas turbulencias que agitaron a Castilla (y a Madrid muy particularmente), hasta que en 1394, y contando ya Enrique catorce años, las Cortes del Reino, reunidas en esta villa, en la iglesia del monasterio de San Martín, le declararon mayor de edad y tomó las riendas del Gobierno. -De este monarca, que residió en Madrid la mayor parte de su breve reinado, se sabe ya con alguna seguridad que se aposentó alguna vez en el Alcázar, celebró en él sus bodas con la infanta D.ª Catalina, y recibió los embajadores del Papa y de los reyes de Francia, de Aragón y de Navarra; por último, dice la Historia que hizo en el mismo Alcázar grandes obras, y nuevas y fuertes torres para depositar sus tesoros, fundando, además, para su recreo la casa fuerte y el Real Sitio del Pardo, a dos leguas de Madrid.

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A la inesperada y temprana muerte de D. Enrique el Doliente, ocurrida en Toledo en 1406, quedó aclamado por su sucesor su hijo D. Juan el Segundo, a la tierna edad de catorce meses, bajo la tutela de la reina viuda D.ª Catalina y de su tío el infante D. Fernando, rey de Aragón, apellidado el de Antequera, quienes en la larga minoría de doce años condujeron con talento y patriotismo la difícil gobernación del reino hasta que, habiendo sido proclamado D. Fernando rey de Aragón, y falleciendo doña Catalina, la reina viuda, en 1418, D. Juan, llegado a la mayor edad, y habiendo contraído matrimonio con su prima D.ª María, hija del difunto D. Fernando, no con su esposa a Madrid, para donde convocó las Cortes del Reino, que se abrieron en el Real Alcázar, el día 10 de Marzo de 1419. La crónica hace larga mención de esta asamblea, describiendo prolijamente la ceremonia y ostentación con que se verificó su solemne apertura en la sala rica del Alcázar, con asistencia del rey D. Juan, de los infantes de Aragón, de los arzobispos de Toledo, Santiago y Sevilla, otros muchos prelados y todas las altas dignidades del reino; estampa el discurso dirigido al Rey por el Arzobispo de Toledo, y la contestación de aquél, y presenta, en fin, en este Real Alcázar el primer cuadro digno de la grandeza y majestad de los monarcas de Castilla.

Otros varios, de no menor importancia, ofreció más adelante la poética y caballeresca corte de D. Juan, y muy especialmente durante la privanza del célebre condestable D. Álvaro de Luna, que habitaba cerca del Alcázar, en las casas de Álvarez de Toledo, señor de Villafranca, que estaban hacia la calle de Santiago, en el terreno donde después se fundó el convento de Santa Clara. Las crónicas describen las famosas justas, saraos y diversiones celebradas en Madrid por aquel tiempo, siendo mantenedores el mismo D. Álvaro y otros magnates, así   —139→   como el suntuoso festín con motivo del nacimiento de un hijo de éste, de que fue padrino el mismo Rey. Pero, como más contraída al Alcázar, no podemos dejar pasar otra solemnidad, que expresa detalladamente la crónica de don Juan, y es la relación de la solemne embajada del Rey de Francia, recibida por él en Madrid.

«Vinieron allí (dice la crónica) embajadores del Rey Charles de Francia, los cuales eran el arzobispo de Tolosa, que se llamaba D. Luis de Molín; i un caballero senescal de Tolosa, llamado Mosén Juan de Moncays: i como el Rey supo de su venida, mandó que el condestable i todos los otros condes i caballeros i perlados que en su corte estaban los salieran a rescebir, i salieron cerca de una legua i vinieron con ellos al palacio que era ya cerca de la noche, i hallaron al Rey en una gran sala del Alcázar de Madrid, acompañado de muy noble gente, donde había colgados seis antorcheros con cada cuatro antorchas, i mandó el Rey que saliesen veinte de sus donceles con sendas antorchas a los rescebir a la puerta. «El Rey estaba en su estrado alto, assentado en su silla guarnida debajo de un rico dosel de brocado carmesí, la casa toldada de rica tapicería y tenía a los pies un muy gran león manso con collar de brocado, que fue cosa muy nueva para los embajadores de que mucho se maravillaron, i el Rey se levantó a ellos y les hizo muy alegre recibimiento y el arzobispo comenzó de dudar con temor del león. El Rey le dijo que llegase i luego llegó i abrazolo i en el senescal quiso besar la mano al Rey i pidióselo; i el Rey no ge la quiso dar i abrazolo con muy graciosa cara i mandó que se acercasen los embajadores i así se asentaron en dos escabeles con sendas almohadas de seda que el Rey les mandó poner, el uno de la una parte i el otro de la otra, apartados del Rey cuanto una braza. El Rey les preguntó las nuevas del Rey de Francia su   —140→   hermano, y de algunos grandes señores del reino, y oídas nuevas que les dijeron el Rey mandó traer colación la cual se dio tal como convenía en sala de tan gran príncipe y de tales embajadores. Suplicaron al Rey que les mandase asignar día para explicar su embajada, el Rey les asignó para el miércoles siguiente, etc.».42

Asistían a esta embajada el condestable D. Álvaro de Luna, D. Enrique de Villena, tío del Rey; los condes de Benavente y de Castañeda, el adelantado Pero Manrique, el arzobispo de Toledo D. Juan de Cerezuela, D. Pedro de Castilla, tío del Rey; obispo de Osma, y todos los altos señores de su Consejo.

Otras varias ceremonias no menos solemnes celebró en el Alcázar de Madrid aquel ilustrado monarca, tales como la reunión de Cortes, la recepción del embajador del   —141→   Pontífice, que le trajo la rosa de oro bendecida por el mismo Papa en 1435, y otras, hasta que las rebeliones de los grandes, de los infantes de Aragón, y de su propio hijo D. Enrique, ennegrecieron los últimos años de su reinado, que terminó, con su vida, en Valladolid, el 21 de Julio de 1454.

A los tiempos poéticos y caballerescos de D. Juan el Segundo sucedieron los míseros y fatales de ese mismo D. Enrique IV, su hijo, que tan larga y completa expiación había de sufrir de los desmanes y rebeldías que él mismo había tramado contra su padre, de los desarreglos de su juventud, de la infidelidad y torpeza de su conducta en toda la vida. Hallábase ya a la edad de veinte y siete años cuando ciñó la corona, y divorciado de su primera mujer, doña Blanca de Navarra, contrajo nuevo matrimonio con la hermosa infanta de Portugal, doña Juana, en 1455 conduciéndola luego al real Alcázar de Madrid, donde se celebraron con este motivo señaladas fiestas, entre otras, por cierto una singular de cierta, cena espléndida ofrecida a los Reyes y a la corte por el Arzobispo de Sevilla (no sabemos en qué casa moraba), cuyo último servicio consistió en dos bandejas de anillos de oro con piedras preciosas para que la Reina y sus damas escogiesen las de su gusto, galante demostración, que así demuestra la corte santa del buen prelado, como la corrupción de aquella corte voluptuosa. Enrique, dotado de un temperamento ardiente, y dado a los placeres sensuales, daba el ejemplo con sus extravíos; y en prueba de ello, refieren las historias que, a pesar de hallarse recién casado con la hermosa doña Juana de Portugal, no puso coto a ellos; antes bien se dejó arrastrar de una vehemente pasión hacia una de las damas que acompañaban a la Reina, llamada doña Guiomar de Castro, a quien suponen, también muy bella; y queriéndola obsequiar cierto día, dispuso una corrida   —142→   de toros en la plaza delante del Alcázar de Madrid. Sabedora la Reina del objeto de aquella fiesta, prohibió a todas sus damas asomarse, a las ventanas del Alcázar; pero esta orden fue escandalosamente infringida por la orgullosa favorita, que la presenció desde una de ellas. Indignada la Reina, la esperó al pasar cierta escalera, y acometiéndola bruscamente, la azotó con un chapín. A los gritos de doña Guiomar acudió presuroso el Rey, e interponiéndose entre ambas, lanzó violentamente a la Reina y protegió a doña Guiomar, con quien luego continuó en criminales relaciones, colocándola en una magnífica quinta o casa de campo que había hecho construir cerca de Valdemorillo, a corta distancia de Madrid, adonde iba a visitarla, con frecuencia.

Ya por entonces andaba, en auge la privanza con el Rey del antiguo paje, de lanza, después mayordomo mayor y duque de Alburquerque, D. Beltrán de la Cueva, y este profundo cortesano y favorito, interesado por más de un motivo en embriagar a la corte y al Monarca en el humo de los festines, preparaba y dirigía incomparables fiestas, entre las cuales sobresale la del famoso Paso honroso, defendido por el mismo D. Beltrán en el camino del Pardo, con el objeto aparente de obsequiar a los embajadores del Duque de Bretaña, aunque hay quien supone que con el verdadero de manifestar su destreza y gallardía a los ojos de la reina doña Juana. La descripción de esta magnífica fiesta, y de los saraos y festines celebrados con este motivo en los alcázares de Madrid y del Pardo, ocupa algunas páginas de los anales madrileños, y asombra todavía por su inmenso coste y magnificencia; pero es tan conocida, que creemos excusado reproducirla aquí.

Hacia fines del año 1461, hallándose en Aranda la reina doña Juana, muy adelantada en su preñez, la hizo   —143→   Enrique conducir a Madrid en silla de manos o andas, como entonces se decía, saliendo a recibirla a larga distancia; y haciéndola subir con cariñosa solicitud a las ancas de su mula, la condujo de este modo al Alcázar, entro las más expresivas aclamaciones de los fieles madrileños.

En él, pues, nació a pocos días la desdichada princesa doña Juana, a quien más adelante los grandes y los pueblos rebelados contra Enrique apellidaron con el fatal epíteto de la Beltraneja, así como a él mismo le designaron con el no menos injurioso de el Impotente. Si ambas calificaciones vulgares, que ha consagrado la Historia; si el desarreglo que supone ésta, en la conducta de doña Juana, fueron o no ciertos, o gratuitas invenciones de los grandes sus enemigos, y partidarios de los infantes don Alonso y doña Isabel, es lo que no ha aclarado aún la Historia.

A nuestro objeto cumple sólo consignar que en este propio Alcázar fue más adelante presa y custodiada la misma doña Juana, en castigo de su supuesta liviandad; que también lo fue en 1465, en una de sus torres, el alcaide Pedro Munzares, y el propio Enrique se vio en él asaltado, perseguido, reducido a esconderse en un retrete, y sufrir una de tantas humillaciones con que empañó el brillo de la corona, de Castilla, y que le condujeron hasta el extremo de reconocer su impotencia y la ilegitimidad de su propia hija.

Este desdichado monarca falleció en este mismo Alcázar, que con su menguada conducta había por tanto tiempo profanado.

A su muerte subió al trono de Castilla su hermana la infanta Isabel, casada ya con el príncipe D. Fernando de Aragón; pero esto no aconteció sin que por parte del vecindario de Madrid y de otros pueblos, que lamentaban la injusta exclusión de la princesa doña   —144→   Juana, y eran fieles al derecho legítimo que ella reclamaba, no opusiese una larga y obstinada resistencia, y especialmente en el Alcázar de Madrid, defendido por cuatrocientos hombres valerosos, y que sólo al cabo de dos meses de sitio vigoroso logró rendir el Duque del Infantado, que mandaba las tropas de Isabel.

Los Reyes Católicos no hicieron su entrada solemne en Madrid hasta 1477; pero consta que por entonces residieron en las casas de D. Pedro Laso de Castilla y en la plazuela de San Andrés, y no en el Alcázar, en donde tampoco pararon más adelante su hija doña Juana y el archiduque, después rey, D. Felipe I.

Los Reyes Católicos, sin embargo, debieron morar en otras ocasiones en el Alcázar, y durante ellas, ¡qué espectáculo tan diverso ofrecía éste, en contraste con el que presentara en tiempo de su infeliz hermano! ¡Qué cuadro tan sublime de majestad, de grandeza y de virtud, y como supieron purgar aquel augusto recinto de los miasmas pestilentes de que estaba impregnado! Oigamos, para convencernos de ello, al celoso coronista matritense Gonzalo Fernández de Oviedo, que en su ya citada obra de Las Quincuagenas, traza este cuadro majestuoso, como testigo ocular, en estas palabras dignas y reposadas:

«Acuérdome verla en el Alcázar de Madrid, con el Católico rey D. Fernando, Quinto de tal nombre, su marido, sentados públicamente por tribunal todos los viernes, dando audiencia a chicos e grandes cuantos querían pedir justicia, et a los lados en el mismo estrado alto (al cual subían cinco o seis gradas), en aquel espacio fuera del cielo del dosel, estaba un banco de cada parte, en que estaban sentados doce oidores del consejo de la Justicia, e el presidente de dicho consejo Real, e de pie estaba un escribano de los del consejo llamado Castañeda, leía públicamente las peticiones; al pie de dichas gradas   —145→   estaba otro escribano del consejo, que en cada petición anotaba lo que se proveía, e a los costados de aquella mesa donde estas peticiones pasaban, estaban de pie seis ballesteros de maza; a la puerta de la sala de esta audiencia Real estaban los porteros, que libremente dejaban entrar (e así lo habían mandado) a todos los que querían dar peticiones, et los alcaldes de corte estaban allí para lo que convenía o se había de remitir o consultar con ellos43».

A la muerte de doña Isabel ocurrieron grandes turbulencias en el gobierno del reino, y todavía figura en ellas el Alcázar como fortaleza, hasta que quedaron aquéllas terminadas en las Cortes reunidas en San Jerónimo del Prado en 1509, con el juramento del Rey D. Fernando de gobernar como administrador de su hija y como tutor de su nieto D. Carlos.

Este, el Emperador, proclamado en Madrid por los regentes del reino, no halló, sin embargo en un principio grande adhesión entre los madrileños, que abrazaron en su mayoría la causa de las Comunidades y ofrecieron una formidable resistencia a las huestes imperiales en el Alcázar de esta villa, de que se habían apoderado, aunque tenazmente defendido por la esposa de Francisco de Vargas, su alcaide, a la sazón ausente. Vencidos al fin los comuneros, vino a Madrid el Emperador, y habiendo tenido la suerte de curarse en él de unas pertinaces cuartanas que padecía, cobró grande afición a esta villa, residió siempre que pudo en ella, y sin duda con el   —146→   pensamiento de fijar ya decididamente su corte, emprendió la reedificación del Alcázar, quitándole su antiguo carácter de fortaleza y levantando sobre sus ruinas un verdadero palacio Real.

No consta, sin embargo, ni era posible, que Carlos V residiese, siempre que estuvo en Madrid, en el Alcázar, cuya reedificación él mismo emprendió; antes bien se afirma que solía morar en el palacio ya dicho, que ocupaba la misma área que hoy el monasterio de las Descalzas Reales; en él, por lo menos, nació su hija doña Juana, fundadora después de aquel monasterio, madre de don Sebastián de Portugal, y Quintana asegura que antes de partir el Emperador a la toma de Túnez, se aposentó en las casas del secretario Juan de Bozmediano, frente a Santa María, y que luego que marchó, se pasó la Emperatriz con el príncipe D. Felipe a las que fueron de Alonso Gutiérrez (hoy Monte de Piedad), que eran anejas al palacio ya citado.

Hallándose el Emperador en Madrid por los años 1524, recibió la nueva de que el Marqués de Pescara, estando sobre Pavia, había obtenido una señalada victoria contra el ejército francés y hecho prisionero a su rey Francisco. El Emperador manifestó en tan dichosa ocasión la misma, serenidad y grandeza de ánimo que otras veces ostentó, en la desgracia, y sin hablar palabra, se entró en el oratorio de su Real Alcázar a dar gracias al Señor por el triunfo de sus armas. La villa de Madrid solicitó el permiso, de S. M. para entregarse a públicos regocijos; pero Carlos no lo consintió, diciendo que no era victoria ganada a los enemigos de la fe. Luego envió orden para que pasasen a Nápoles al Rey su prisionero; pero como éste solicitase que le trajesen a España, fiando en la visita del César la libertad de su persona, vino en ello el Emperador, y en su consecuencia, desembarcó en Barcelona el   —147→   rey francés, y pasando por Valencia, llegó a esta capital.

Su primera mansión en ella fue en la torre de la casa que llaman de Luján, en la plazuela del Salvador, hoy de la Villa, y a poco tiempo fue trasladado a un aposento del Real Alcázar, dispensándole el tratamiento debido a su alta jerarquía. Allí recibió varios mensajes del Emperador, que estaba en Toledo, haciéndole varias propuestas convenientes para el arreglo de la paz y restituirle a la libertad; pero como en ellas insistiese Carlos en la devolución del ducado de Borgoña, y el Rey de Francia en la negativa, las negociaciones se dilataban, y la paz no llegaba a realizarse. Francisco I, en la dura alternativa de morir en su prisión, o deshonrarse aceptando condiciones que creía humillantes, vivía triste y abatido, aguardando de día en día la visita del Emperador, y esperando que, entendiéndose con él personalmente, conseguiría un rescate menos oneroso; pero en vano esperaba, porque, Carlos, temiendo sin duda ceder a los impulsos de su generosidad, enviole a decir que no le vería hasta tanto que las estipulaciones se hallasen terminadas. Esta noticia produjo en el Rey de Francia una desesperación tal, que cayó peligrosamente enfermo, y Hernando de Alarcón, que tenía la persona del Rey en su guarda, despachó un posta al Emperador, que estaba en el lugar de San Agustín, dándole aviso de la gravedad del accidente del Rey de Francia, que ofrecía poca esperanza de vida y que, para alivio de su mal, no pedía otra cosa que el que Su Majestad Cesárea le viese.

El Emperador partió luego en posta a Madrid, y llegó en aquella misma noche (28 de Setiembre de 1525), y aposentándose en el Alcázar, pasó inmediatamente a la habitación del Rey francés. Cuando éste le vio entrar en ella, se incorporó con viveza en su lecho, y con tono enfático le dijo: «¿Venís a ver si la muerte os   —148→   desembarazará pronto de vuestro prisionero? -No sois mi prisionero (respondió prontamente Carlos), sino mi hermano y mi amigo, y mi único deseo es restituiros a la libertad, y cuantas satisfacciones podáis esperar de mí». En seguida le abrazó y conversó con él largo rato con gran franqueza y cordialidad.

Esta visita produjo tan saludable efecto en el enfermo, que a pocos días se halló fuera de peligro; mas cuando el Emperador le vio restablecido, cambió de lenguaje y tomó de nuevo su inflexible severidad. En vano Francisco le recordó sus benévolas palabras; nada pudo conseguir, hasta que, por fin, se decidió a firmar la capitulación o tratado de Madrid, en 14 de Enero de 1526, por la que restituía el ducado de Borgoña, con otras condiciones onerosas para la Francia, obligándose a casar con Leonor, hermana del Emperador.

Carlos entonces regresó a Madrid a visitar al Rey de Francia ya como amigo y cuñado, y Francisco I salió a recibirle con capa y espada a la española, abrazándose con muestras de mucho amor. Al siguiente día salieron juntos en sendas mulas, y porfiando cortésmente sobre cuál tomaría la derecha (que al cabo llevó el Emperador), pasaron a oír misa al convento de San Francisco.

El Rey de Francia conservó tal recuerdo de su prisión, que al recobro de su libertad y regreso a su corte, hizo construir, inmediato a la misma, en el bosque de Boulogne, un trasunto del mismo Alcázar, que se conservó hasta los tiempos de la Revolución, conocido con el nombre de Chateau de Madrid.

La importancia que había dado Carlos V a la villa de Madrid, y especialmente a este Alcázar, trasformado en palacio regio por disposición suya y de su hijo el príncipe D. Felipe, creció de todo punto cuando éste, inmediatamente después de haber subido al trono por la abdicación   —149→   de su padre el Emperador, se decidió a trasladar a Madrid su corte en 1561.

Con fecha 7 de Mayo de dicho año escribía desde Toledo a su arquitecto Luis de la Vega (encargado de las obras de Palacio) que teniendo determinado ir con su casa y corte a Madrid, deseaba que estuviesen concluidas para de allí a un mes, y que no diese lugar a que ninguno viese sin mandato suyo los aposentos de palacio, ningún atajo, oficina, ni otra cosa, y de mano propia añadía: «Luis de Vega, enviadme otra traza como la baja y alta que me enviaste de los cuartos de Mediodía, que son los aposentos principales, como agora están, y sea luego». Representó Vega que por falta de oficiales no podía concluirse todo con tanta brevedad; y el Rey mandó al corregidor D. Jorge de Beteta proveyese que todos los oficiales de la villa se ocupasen de esto, sin atender a otra ninguna obra. Poco después, y ya en los últimos meses del mismo año 1561, consta que la corte se hallaba en Madrid, y que Felipe II había realizado su pensamiento de fijarla en ella.

En este palacio, obra en su parte principal del Emperador su padre, y de él mismo, residió constantemente, durante su larga permanencia en esta villa, el poderoso y austero monarca, que extendía su dominación y su política hasta las más apartadas regiones del globo. En él recibió las solemnes embajadas de todos los monarcas de Europa, las visitas de muchos de sus príncipes, las armas y banderas granadas a sus enemigos por los grandes vencedores de Lepanto y San Quintín, de Italia, Flandes y el Nuevo Mundo. Este Alcázar, respetado y temido entonces de todos los reyes y de todos los pueblos, sirvió también de teatro al misterioso y terrible drama íntimo de la prisión y muerte del heredero del trono, príncipe D. Carlos, y el fallecimiento a los dos meses de la reina   —150→   doña Isabel de Valois. Drama terrible, aun no bastantemente aclarado, y fatal coincidencia, que ha dado motivo a los novelistas y poetas para tantos brillantes dramas, para tantas ingeniosas fábulas, para tantos comentarios gratuitos, más ingeniosos que fundados44.

En el Alcázar de Madrid, apoyado en el valor incomparable de sus grandes capitanes, su hermano D. Juan de Austria, el Duque de Alba, D. Álvaro de Bazán, etc.; en el tacto político de sus ministros y favoritos Ruy Gómez de Silva, Antonio Pérez y otros, y más que todo, en su extrema sagacidad, severo carácter y profunda intención, se concibieron, desplegaron y pusieron en ejecución tantos planes políticos, tantos provectos guerreros, tantas intrigas cortesanas, que interesaban a la Europa, al mundo entero, hasta que, levantada, a la voz de Felipe, la austera y portentosa fábrica de San Lorenzo del Escorial, trasladó a él el poderoso monarca de dos mundos el misterioso nudo y laboratorio de su elevada política.

Felipe II, viudo por tres veces, primero de la princesa doña María de Portugal; después, de la reina de Inglaterra María Tudor, y por tercera vez, de doña Isabel de Valois o de la Paz, contrajo matrimonio por cuarta vez con doña Ana de Austria, en 1570, y de esta unión nació, en 1578, su hijo y sucesor D. Felipe, primer monarca madrileño de los que ocuparon el trono castellano.

Durante el reinado de Felipe III, que empezó a la muerte de su padre, en 1588, el Real Alcázar, que fue su cuna, le sirvió también de residencia, y en él se   —151→   desplegaron la esplendente magnificencia, las intrigas cortesanas, las aventuras galantes, la desvanecida privanza y ambición de los famosos ministros Duque de Lerma y D. Rodrigo Calderón, tan diestramente trazadas por el autor (sea quien fuere) de la ingeniosísima novela histórica de Gil Blas de Santillana, que nos dispensa de todo punto de hacerlo aquí.

Felipe IV sube al trono en 1621, a la muerte de su padre, y en su largo reinado es cuando la forma material del edificio, obra de los ya dichos arquitectos, Cobarrubias y Vega, recibió nuevo esplendor en manos de los Moras, Crescenti y otros célebres artistas, cuando sus regios salones, pintados por Lucas Jordán, y decorados con los magníficos lienzos de Velázquez y Murillo, de Rubens y del Ticiano, reflejaban la grandeza del Monarca español, a quien tales artistas servían; cuando en sus altas bóvedas resonaba la voz de los Lopes y Calderones, Tirsos y Moretos, Quevedos y Guevaras, en ingeniosos dramas, improvisados muchas veces en presencia y con la cooperación del Monarca; cuando sus regias escaleras y suntuosas estancias sentían la planta del Príncipe de Gales (después el desgraciado Carlos I) y otros potentados, que venían a visitar al Monarca español o a solicitar su alianza.

La importancia histórica de este palacio empezó, sin embargo, a decaer en el mismo reinado, teniendo que luchar con la del nuevo Sitio del Retiro, levantado por el favorito D. Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, para adular al Monarca, y que acabó, en fin, por imprimir al gabinete su nombre, y al de La Corte de Madrid sustituyó el de La Corte del Buen Retiro.

Lo mismo puede decirse durante la larga y turbulenta minoría de Carlos II, y la aciaga gobernación en ella de la Reina Gobernadora doña Mariana de Austria, que, sin   —152→   embargo, habitaba en él con preferencia, y por consiguiente, le hizo teatro de la privanza insensata que dispensó, primero, al padre jesuita Everardo Nithard, su confesor, y después, al famoso D. Fernando Valenzuela, a quien elevó a las más altas dignidades del Reino; hasta que vencidos uno y otro, y hasta la misma Reina, y lanzados violentamente del poder por la fuerza y arrogancia de D. Juan José de Austria, hijo natural de Felipe IV, y emancipado Carlos de la tutela maternal al llegar a su mayor edad en 1677, empuñó el cetro, aunque bajo la dirección, o más bien segunda tutela, de su hermano don Juan. -Veinte y tres años duró el reinado efectivo de este desdichado monarca, en quien había de extinguirse la varonil estirpe de Carlos V, y en ellos, y residiendo alternativamente en este palacio y en el del Retiro, fueron testigos ambos de su azarosa vida, de su miserable condición, de sus supuestos hechizos, de su fanático celo, de su ignorancia y debilidad; hasta que, después de una prolongada agonía, vino a extinguirse en él su miserable vida el 1.º de Noviembre de 1700.

El primer monarca de la dinastía de Borbón pudo residir poco tiempo en el Alcázar de Madrid, pues ausente unas veces en la larga guerra de sucesión, y después más inclinado al del Retiro, daba a éste la preferencia, acaso, por el tedio que le inspiraba la antigua mansión de la dinastía austriaca, su antagonista, y tanto, que a la muerte de su primera esposa doña María Gabriela de Saboya se fue a vivir al palacio de los Duques de Medinaceli, por disposición de la Princesa de los Ursinos, que por entonces dominaba su Real ánimo. -Algunos años después, el horroroso incendio acaecido en el Real Alcázar la noche del 24 de Diciembre de 1734 vino a hacer desaparecer la forma material, los recuerdos históricos y los primores artísticos de aquel Alcázar; y Felipe de   —153→   Borbón, a quien se le venía, como suele decirse, a las manos la ocasión de borrar del todo aquella página de la austriaca dinastía, determinó arrancar hasta los vestigios de su antigua mansión, y levantando sobre ella otra más grande y digna del gusto de la época y del monarca español, mandó elevar sobre el mismo sitio, en 1737, el magnífico Palacio nuevo que hoy existe, y cuya historia, como perteneciente ya al Madrid moderno, no es de este lugar.

Terminada, pues, aquí la vida histórica del famoso Alcázar de los Felipes de Austria, vengamos ya a su descripción material. -Pocos son los datos que los historiadores matritenses (tan pródigos en hiperbólicos elogios, como escasos en descripciones artísticas) nos han trasmitido para juzgar la forma y condiciones materiales de aquella regia morada; contentándose el maestro Hoyos, Quintana y Pinelo, con prorrumpir en las comunes expresiones de su entusiasmo diciendo que era «la más asombrosa fábrica regia del mundo», «el non plus ultra de la magnificencia», y otras lindezas a este tenor. -Más aproximado a la realidad, aunque difuso y desencuadernado por extremo, es el relato que hace el maestro Gil González Dávila, en su Teatro de las grandezas de Madrid, si bien más curioso por lo que toca al adorno y etiqueta del palacio que para conocer su aspecto y forma. -De ésta, sin embargo, en su parte exterior, podemos juzgar por el pequeño modelo en relieve que se conserva en el Retiro, y por las vistas que ofrecen el Plano de Amberes y algunos otros dibujos contemporáneos; en cuanto a la disposición y adorno interior, el mencionado relato del maestro Dávila y otras noticias esparcidas en diversas obras nos darán una idea aproximada de la mansión Real, teatro de la galante y caballeresca corte de Felipe IV.

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El primero, hablando de ella como testigo ocular en 1623, se expresa en los términos siguientes, que transcribimos por las curiosas noticias que encierran del ceremonial de aquella corte, y que tan análogas hallamos a la índole de nuestro recuerdo histórico-anecdótico.

«En la parte occidental de Madrid, en lo que antiguamente era el Alcázar Real, tiene su asiento el palacio de nuestros ínclitos Reyes, que representa, por lo que se ve de fuera, la grandeza y autoridad de su príncipe, adornado de torres, chapiteles, portadas, ventanas, balcones y miradores. Lo interior del palacio se compone de patios, corredores, galerías, salas, capilla, oratorios, aposentos, retretes, parques, jardines y huertas, y camina la vista atravesando valles, ríos, arboledas y prados, y se detiene en las cumbres de las sierras del Guadarrama y Buitrago y en la que confina con el convento Real del Escurial. En los patios principales tienen salas los consejos de Castilla, Aragón, Estado, Guerra, Italia, Flandes y Portugal, y en otro más apartado los consejos de indias, órdenes, Hacienda y Contaduría mayor45.

»En el primer corredor está la capilla Real y el aposento de la majestad del Rey, Reina y personas Reales, donde se ven pinturas, tapicerías, mármoles y varias cosas. En la primera sala del cuarto de S. M. asisten las guardias española, tudesca y archeros. En la de más   —155→   adelante, los porteros; en la siguiente, S. M. hace el primer día que se junta el Reino de Cortes, la proposición de lo que han de tratar los procuradores de las ciudades de los reinos de Castilla y León, y los viernes de cada semana consulta con S. M. el Consejo de Castilla las cosas de gobierno, oye la primera vez a los embajadores extraordinarios, celebra el Jueves Santo el lavatorio de los pobres y les da de comer. En otra más adelante esperan a S. M., para acompañarle cuando sale a misa y sermón, el nuncio de S. S. y embajadores que tienen asiento en su capilla. Recibe la primera vez, en pie, con el collar del Tusón, arrimado a un bufete, a los embajadores ordinarios, y a los presidentes y consejeros, sentado, cuando le dan las pascuas y besan la mano; da la caballería del Tusón de Oro a príncipe, potentado o grande de sus reinos. Hace nombramientos de treces del Orden de Santiago, y oye a los vasallos que piden justicia o gracia.

»En una sala más adelante come retirado. Comer retirado es cuando le sirven los gentiles hombres de su cámara. En ella recibe a los cardenales, hacen juramento los virreyes, capitanes generales de mar y tierra, y oye a los embajadores. En otra, a los presidentes cuando le consultan negocios, y manda se les dé asiento. Más adelante está una sala de ciento setenta pies de largo y treinta y uno de ancho; en ella come S. M. en público, se representan comedias, máscaras, torneos y fiestas, y en ella dio las gracias al rey Felipe III Mons. de Umena, embajador de Francia, por haberse capitulado los casamientos entre el rey Cristianísimo de Francia Luis XIII, y la Serenísima infanta doña Ana de Austria, y el príncipe D. Felipe de las Españas con la Serenísima madama doña Isabel de Borbón. En esta sala hay muchas cosas que ver, de pinturas, mapas de muchas   —156→   ciudades de España, Italia y Flandes de mano de Jorge de las Viñas, que tuvo primor en esto. Entrando, más adelante por diferentes salas y retretes, está la Torre Dorada, y una hermosa galería compuesta de pinturas, mesas de jaspe, y cosas extraordinarias, y sorprende a los ojos, por la banda de Poniente y Mediodía, una deleitosa vista; cerca de esta galería duerme el Rey, escribe, firma y despacha. Cerca de ella hay un jardín adornado de fuentes y estatuas de emperadores romanos, y la del gran Carlos V. En él hay unas cuadras, acompañadas de pinturas de diferentes fábulas, de mano del gran Ticiano, y esas de jaspe de diferentes colores, una entre otras, obrada con gran primor, taraceada de piedras extraordinarias; presentola al rey Felipe II el cardenal Miguel Bonelo Alejandrino, sobrino del santo papa Pío V, y en memoria de ser así, el Cardenal mandó grabar en dos piedras preciosas, que están en la misma mesa, sus armas y las del Papa su tío. Cerca de estas cuadras hay un pasadizo secreto, compuesto de azulejos y de estatuas; por él se baja al Parque y Casa del Campo. Otra torre donde estuvo preso el rey Francisco de Francia; antes de subir a ella hay una galería que llaman del Cierzo, adornada con retratos de los reyes de Portugal, mapas y pinturas varias. Cerca de esta galería está la sala, donde los reinos de Castilla y León se juntan a conferir en Cortes lo que conviene a los reinos. Más adelante, el cuarto del Príncipe, el de la Reina y de sus hijas, con muchas salas, oratorios y retretes y viviendas de las damas, que corresponde a la plaza de Palacio. Edificole la villa para dar comodidad a la gloriosa memoria de la reina Margarita. En otro patio tienen su cuarto los infantes de Castilla; cerca de él está el guardajoyas y lo raro de la naturaleza del orbe. No hay palabras con que poder explicar lo que ella es».

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Aquí entra el autor en una larga digresión de las joyas de la corona; habla de una flor de lis de oro, de media vara de alto y poco menos de ancho, bordada de piedras preciosas, que fue primero de los Duques de Borgoña; un diamante del tamaño de un real de a dos, valuado en doscientos mil ducados, del que pendía la famosa perla, llamada, por ser sola, la Huérfana (o la Peregrina), del tamaño de una avellana, tasada en treinta mil ducados, y de unos famosos cuernos de unicornio, cuyo valor (dice) importaba más de un millón; con otras muchas riquezas, en escritorios, vasos de cristal y de la China, aderezos y piedras preciosas, plata labrada y otra multitud de joyas, que todo pereció en el incendio de 1734. Habla también de las insignes pinturas de las menores manos de Italia, Alemania y Flandes que adornaban el palacio, y concluye diciendo:

«Lo demás del palacio es la vivienda de las personas Reales y oficinas de la casa, que todos son quinientos aposentos. En los tiempos muy antiguos dio principio a este palacio el rey Enrique II46. Aumentáronle los reyes Enrique III y IV, y el emperador D. Carlos, como se manifiesta en las armas y letras que están encima de muchas puertas, que dicen: Carolus V, Romanorum Imperator et Hispaniarum Rex.

«Acrecentó lo que dejó comenzado el Emperador el rey Felipe II, como se ve en letreros de puertas y otras partes:

Philipus II, Hispaniarum Rex A. MDLXI.

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Prosiguieron con el deseo de ver acabado un edificio tan lindo los reyes Felipe III y IV, hasta llegar a la perfección que hoy vemos. Tiene delante una espaciosa plaza, la Caballeriza y Armería, y al un lado el convento de San Gil, de religiosos descalzos del orden de San Francisco, y la parroquia de San Juan Bautista, y por un pasadizo alcanza al convento Real de la Encarnación, de religiosas descalzas del orden de San Agustín. En este tránsito, que es una distancia grande, hay muchas cosas que ver, pinturas y retratos del tiempo antiguo y moderno».

Hasta aquí el contemporáneo Gil González Dávila añadiremos a su descripción algunas otras indicaciones esparcidas en diversas obras, y en especial en la que escribió en francés D. Juan Álvarez Colmenar. (Anales d'Espagne et du Portugal; Amsterdam, 1741, cuatro tomos en folio).

En la época de Felipe IV no conservaba ya el Alcázar más recuerdo de su primitivo destino y condición que algunos torreones o cubos en las bandas del Norte y Poniente, al Campo del Moro. La principal fachada, situada a Mediodía como la del actual palacio, era obra, como queda dicho, de los reinados de Carlos V y Felipe II, y del gusto de la primera época; terminaba en dos pabellones con sendas torres cuadradas47, y las puertas   —159→   abiertas en el centro de ella daban paso a dos grandes patios, en el fondo de los cuales se veían las escaleras que conducían a las habitaciones superiores. En estos que patios se formaban galerías de arcos, que sostenían lindas terrazas con tiestos y estatuas.

Subíase a los cuartos de las personas Reales por una escalera extremadamente ancha, con los pasamanos de piedra azulada y adornos dorados, la cual daba entrada a una galería bastante ancha, llamada Sala de Guardias, en la cual daban el servicio las tres compañías de archeros o de la cuchilla, compuesta de flamencos y borgoñones, los alabarderos españoles y los tudescos o alemanes.

Las habitaciones Reales eran efectivamente inmensas, suntuosas y ricamente adornadas de primorosos cuadros, estatuas y muebles. Álvarez Colmenar cita entre los primeros una pintura de Miguel Ángel, que dice haber   —160→   costado a Felipe IV cinco mil doblones, y representaba la oración de N. S. en el huerto de las Olivas. Habla también de las ricas y primorosas tapicerías flamencas, y de los frescos que adornaban las paredes de las salas. Sobre todo, el salón de audiencia o de Embajadores era magnífico, cubierto profusamente de ricos adornos dorados.

Los grandes calores del estío obligaron también a los monarcas habitadores de aquel palacio a guarecerse con gruesas paredes y economía en las luces. Por lo demás, la distribución de las ventanas, su elegante adorno de mármol y balaustres dorados, daban a la fachada principal y del Mediodía un aspecto exterior muy agradable, de que puede formarse una idea por el grabado que insertamos, conforme a la vista completa del alzado de dicho palacio en el plano Amberes de 1556.

En el pabellón izquierdo es donde moró el Príncipe de Gales cuando vino a Madrid, en 1623, a solicitar la mano de la infanta D.ª María, y delante de este pabellón existió un pequeño parterre o jardín cercado, que también está señalado en el plano.




ArribaAbajo-II-

Desde el Alcázar a la Cuesta de la Vega


Las cercanías del antiguo Alcázar, y aun las del moderno Palacio hasta nuestros días, presentaban por todas partes un aspecto muy poco digno, ciertamente, de la grandeza y decoro propios de la mansión Real. En vano   —161→   Carlos V y Felipe II, a costa de crecidos sacrificios, habían adquirido considerable extensión de terreno, que se llamó el Campo del Rey, a la parte de Occidente, desde la montaña que hoy se llama del Príncipe Pío hasta el río Manzanares y cuesta de la Vega, y más allá y la inmensa posesión de la Casa de Campo, comprada a los herederos de D. Fadrique de Vargas, en 1558; en vano emprendieron obras considerables, desmontes y plantíos en toda aquella extensión, y muy especialmente en el trozo que media entre Palacio y el río, convertido por ellos en el ameno Parque, que luego fue destruido injustamente, hasta que lo hemos visto reaparecer de nuevo más brillante en el reinado actual. En vano hicieron desaparecer algunos huertos y casuchos, así como también la parroquia de San Miguel de la Sagra, que estaba delante de la puerta principal del Alcázar, y que se derribó y trasladó a otro sitio, con el objeto de dejar desembarazada aquélla y regularizar la explanada que hoy es plaza principal de Palacio.

Todo lo que consiguieron fue hacerle algo más accesible por este lado y formar aquella plaza, cerrándola con un cuartelillo para la tropa y el edificio de las Caballerizas Reales (Armería), quedando abierta por la parte occidental, hasta que en tiempo de José Napoleón se hizo la balaustrada de piedra que la limita y decora.

Por lo que hace a los demás frentes del Alcázar, permanecieron poco menos ahogados que en un principio, con los barrancos, precipicios, huertas, conventos y callejuelas de que nos ocuparemos a su tiempo.

Real Armería.

Siguiendo, por ahora, en nuestro paseo mental, la dirección de la antigua muralla hasta la puerta de la Vega, tropezamos, en primer lugar, con el ya citado edificio (aún existente) de la Armería Real, mandado construir por Felipe II con destino a caballerizas; sobre cuya obra le escribía el mismo Felipe a su arquitecto Gaspar Vega,   —162→   desde Bruselas, en fecha 15 de Febrero de 1559, diciendo, entre otras cosas, lo siguiente: «El tejado de las caballerizas de Madrid queremos sea también de pizarra, y de la facción de los de por acá; haréis se prevenga la materia para ello... porque en el dicho cuarto ha de haber mucha gente y paja y otras cosas peligrosas para el fuego, será bien que el primero y segundo suelo sean todos de bóveda, sin que en dichos suelos haya obra de madera, sino puertas y ventanas, y así lo ordenamos». Y efectivamente, se verificó de este modo y cubrió con un alto caballete apuntado, empizarrado y escalonado en forma de piñón a los costados, al gusto flamenco. De este edificio, que ocupaba además, con sus accesorios por una prolongación y figura bastante irregulares, gran parte de lo que hoy es plazuela de la Armería, sólo se conserva el cuerpo principal frente al Palacio, y que en su piso alto, encierra el inmenso salón de 227 pies de largo por 32 de ancho que ocupa, el magnífico Museo de la Armería Real mandado trasladar a él desde Valladolid por el mismo monarca Felipe II, el año siguiente de su terminación (1565)48.

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En cuanto al grandioso arco unido al mismo edificio, y que sirve de ingreso a la plaza de Palacio, aunque parece formar parte de la primitiva construcción, no fue así; pues consta que dicho arco fue obra del tiempo de la minoría de Carlos II, mientras la privanza de D. Fernando de Valenzuela con la Reina Gobernadora; así es que no está señalado en el plano de 1556, como que aún no existía.

Durante la dominación francesa se derribó muy oportunamente la prolongación lateral de este edificio, destinada a caballerizas y pajares, y que ocupaba, como queda dicho, casi todo el espacio que es hoy plazuela de la Armería, juntamente con las manzanas de casas, números 444 y 46, que se levantaban e interponían entre dicho   —164→   arco y la cuesta de la Vega, formando las callejuelas de Pomar, de Santa Ana la Vieja y del Postigo, que hoy no existen.

Casa de Pajes.

Sólo quedó en pie, enfrente a la Armería, la antigua casa llamada de Pajes de S. M., por haber sido destinada luego a este colegio Real, pero que en lo antiguo perteneció a la familia y mayorazgo de los Guevaras, habiendo sido labrada en el siglo XVI por D. Felipe de Guevara, señor de la casa de este apellido, gentil-hombre del Emperador, muy valiente capitán y erudito anticuario, autor de los Comentarios de la Pintura y de otras obras.

Casa de Bornes y otras.

Casa del Platero.

La manzana frontera a esta plazuela, y señalada, con el número 442, estaba formada por las casas de los mayorazgos de Ramírez, condes de Bornos (derribada hace   —165→   pocos años, así como las de los Mudarras y Herreras), y las de los Duques de Medina de Rioseco, que se incendiaron y demolieron a principios del siglo XVII. En el solar que ocupó después toda la manzana 443 la moderna y llamada del Platero49 existió en lo antiguo el palacio de los Duques de Alburquerque, que acaso fue fundado y habitado por el célebre privado D. Beltrán de la Cueva, primero de aquel título, si bien más adelante, en la calle Mayor, existe aún hoy otra casa que fue de los mismos mayorazgos pero que no creemos, existiera ya en tiempos de Enrique IV.

Casa de Malpica.

Contigua al edificio moderno de la casa, del Platero y al opuesto lado de la mezquina, callejuela llamada de Malpica, se alzó la antiquísima casa (hoy derribada también) de los marqueses de este título y de Povar, que en lo antiguo perteneció a la familia de los Bozmedianos, que desempeñaron los elevados cargos de secretarios o ministros del Emperador y de su hijo Felipe II; siendo tradición que el primero de aquellos monarcas paró más de una vez en Madrid en las casas del secretario Juan de Bozmediano (aunque la principal de esta familia, y a que pueda referirse aquella estancia no era ésta, sino la que se alzaba en el solar que hoy oculta la de los Consejos, frente a Santa María).

  —166→  

En esta de Malpica nació, en 1548, la heroica y desgraciada D.ª Juana Coello y Bozmediano, esposa del secretario de Felipe II, Antonio Pérez, que, no contenta con facilitar la evasión de su marido de la rigorosa prisión en que estaba, y atraerse por esta causa las más inhumanas persecuciones, hizo grandes viajes por mar y tierra en su seguimiento y defensa, fue modelo de amor conyugal, de valor y fortaleza. Esta casa debió ser la última de Madrid por aquel lado y estaba unida a la primitiva muralla, que bajaba por detrás de ella y de la cuesta llamada de Ramón, a volver por el Pretil de los Consejos a la calle Mayor.

Casa de Benavente.

La casa contigua de los Duques de Osuna y Benavente, que se ve después a la bajada, debió construirse sobre las ruinas de la primitiva muralla, y aun sospechamos que la otra casa más abajo, conocida también por la chica de Osuna fuera en gran parte la misma fábrica en que estaba colocado el hospital de San Lázaro, destinado a la cura de leprosos, y que dio nombre al callejón contiguo, que aún conserva.

Puerta de la Vega.

La puerta única de Madrid por aquel lado era la de la Vega, pues no existía todavía la de Segovia, ni el trozo de calle que va al puente, ni éste tampoco, que fueron obras todas del siglo XVI. Dicha puerta de la Vega o Alvega, que interrumpía la fortísima muralla, y era, según se concibe del Plano, de entrada angosta y estaba debajo de una fuerte torre, tenía dos estancias; en el centro de la de adentro había dos escaleras, a cada lado la suya, por donde se subía a lo alto; en la de afuera había, en el punto del alto, un agujero, donde había oculta una gran pesa de hierro, que en tiempo de guerra dejaban caer con violencia sobre el enemigo que intentase penetrar; en medio de las dos estancias aparecían las puertas, guarnecidas por una gran hoja de hierro y muy fuerte clavazón.

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Pero este edificio y trozo de muralla desapareció hace dos siglos por lo menos, y ni siquiera el portillo que lo sustituyó más arriba, y se renovó en el último, existe ya, aunque sí lo hemos alcanzado a ver todavía con su efigie de piedra en lo alto de él, representando la imagen de Nuestra Señora de la Almudena, patrona de Madrid, que fue hallada, según la tradición, en un cubo de esta muralla, cerca del Almudin o Alhóndiga de los moros; habiendo permanecido oculta en él, según se cree, desde que lo fue por los fieles en tiempo de la invasión, durante trescientos setenta y tres años, que al decir de los autores duró en Madrid la dominación sarracena, hasta el 9 de Noviembre de 1083, en que fue hallada por el mismo Rey conquistador, como así lo expresaba la inscripción puesta en el nuevo arco o puerta, construida en 1708 y derribada en nuestros días.

Iglesia de Santa María.

El recuerdo de esta milagrosa imagen, y su inmediación, nos lleva naturalmente a la vecina iglesia parroquial de Santa María, matriz de la villa, donde original se conserva y venera todavía dicha imagen. La fundación de esta iglesia es tan remota, que está envuelta en la mayor oscuridad. Hay quien la supone nada menos que del tiempo de los romanos, asegurando ser en ella donde se predicó por primera vez el Evangelio en Madrid, y añadiendo que después fue colegiata de canónigos reglares; otros la señalan origen en tiempo de los monarcas godos, aunque no fijan precisamente la época; pero unos y otros convienen en que sirvió de mezquita a los moros, y fue purificada y consagrada después de la restauración por el rey D. Alfonso el VI. Posteriormente, en varias ocasiones se trató de sustituir este templo, venerable por su antigüedad e historia, aunque mezquino en su forma y dimensiones, por una catedral o colegiata digna de la capital del reino, y aun obtenidas las bulas al efecto en el reinado de   —168→   Felipe IV, se sentó solemnemente la primera piedra para esta nueva construcción, en la plazoleta que se forma detrás del templo actual50.

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Pero el respeto y veneración que éste inspiraba fue siempre causa de no llevarse a cabo el pensamiento, contentándose sólo con reparar y adornar el antiguo, aunque de una manera bien pobre por cierto. Su interior tampoco ofrece grandes objetos de alabanza (aunque fue restaurado en lo posible a fines del siglo anterior por el célebre arquitecto D. Ventura, Rodríguez), siendo lo más notable la capilla de los Bozmedianos, que da frente a la entrada principal y fue construida por aquella ilustre familia, que ya hemos dicho que tenía casas allí cerca a mediados del siglo XVI51.

Palacio de Uceda (los Consejos)

Frente a la iglesia de Santa María, y donde se eleva hoy el hermoso palacio conocido por los Consejos, mandado construir en los primeros años del siglo XVII por D. Cristóbal Gómez de Sandoval y doña María Padilla, duques de Uceda, ministro aquél y mayordomo mayor del rey D. Felipe III, e hijo del famoso Duque de Lerma, favorito del mismo monarca, se alzaban antes dichas casas principales de los Porras, Bozmedianos y otras familias nobles, cuyos edificios debieron ser tan considerables, que en uno de ellos moró D. Juan de Austria, el vencedor de Lepanto, los ministros y secretarios del Emperador, y aun este último, en algunas ocasiones, y fueron derribados para la construcción del ya citado palacio de los Duques de Uceda, a principios del siglo XVII: encomendada su construcción al arquitecto Juan Gómez de Mora, dejó en   —170→   él consignado su severo gusto artístico, así como el dueño su esplendidez y opulencia, bien que a costa de muchas y acerbas sátiras disparadas con este motivo por parte del cáustico Conde de Villamediana y otros poetas de su tiempo. En este palacio vivió después el valido de Felipe IV, D. Luis Méndez de Haro, marqués del Carpio, y más adelante la reina viuda doña Mariana de Austria, al regreso de su destierro de Toledo, y en el mismo falleció en 16 de Mayo de 1676. Adquirido después por el Estado, en el reinado de Felipe V, en 1747, fueron colocados en él los Consejos Supremos de Castilla e Indias, de Órdenes y de Hacienda, la Contaduría mayor y Tesorería general, hasta que, extinguidos aquellos tribunales, se hallan hoy establecidos en él el Consejo de Estado y la Capitanía general.

Arco de Santa María.

Como al frente de la embocadura de la calle del Factor por la Real de la Almudena (hoy plazuela de los Consejos), e interrumpiendo la muralla primitiva que se cree haber existido en Madrid, se alzaba la otra de las dos puertas, únicas que debió contar el primitivo recinto de esta villa, y que fue conocida después con el nombre de Arco de Santa María. Este famoso arco (único testimonio que quedaba ya hace tres siglos de aquel estrechísimo recinto) fue derribado en 1569, en ocasión de la entrada de la reina doña Ana de Austria, esposa de Felipe II, y para ensanchar el paso.

«Era (según el maestro Juan López de Hoyos, docto madrileño, que escribió una obra muy curiosa para describir aquella solemnidad) una torre caballero fortísima, de pedernal, y estaba tan fuerte, que con grandísima dificultad muchos artífices con grandes instrumentos no podían desencajar la cantería, que entendieron que no era pequeño argumento de su antigüedad. Estas son las palabras únicas que estampó el maestro Hoyos,   —171→   referentes a dicha puerta o arco de Santa María; y las reproducimos íntegras (tomándolas del ejemplar rarísimo, acaso único, de dicha obra que existe en Madrid y tenemos a la vista), para denunciar la inexactitud con que el licenciado Quintana atribuyó al maestro López de Hoyos la peregrina especie de que en los cimientos de dicho arco se hallaron unas láminas de metal, en las cuales estaba escrito (no dice en qué lengua) que aquella muralla y puerta se habían hecho en tiempo de Nabucodonosor; de lo cual deduce el mismo Quintana, y dedujeron otros cronistas matritenses, el paso de aquel famoso guerrero por esta villa; aunque, con permiso del licenciado historiador, nos atreveremos a dudar que haya tenido el honor de albergarle en sus muros, a no ser bajo la forma del Bruto de Babilonia, en la antigua comedia de este título, o en estos últimos años en la ópera de Verdi exhibido por la personalidad de Ferri o de Ronconi. -Sobre el derribo de esta torre o puerta se construyó por entonces otro arco más grande, que se llamó de la Almudena y fue también derribado posteriormente.

Casa de los Cuevas.

El elegante edificio que da frente al de los Consejos y que ha renovado su dueño el señor Duque de Abrantes, perteneció antes a la familia de los Cuevas y Pachecos, y forma en el día por uno de sus costados, y formaba ya en el siglo XVI, la estrecha callejuela del camarín de Santa María (hoy de la Almudena); en ella tuvo lugar; el alevoso asesinato del secretario de D. Juan de Austria, Juan de Escobedo, mandado ejecutar por orden de Felipe II y por el intermedio de su ministro Antonio Pérez52.

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Casa de la Princesa de Eboli.

Detrás de esta casa, formando escuadra y parte de la manzana y se mira aún en pie la que fue propiedad de Ruy Gómez de Silva, duque de Pastrana, mayordomo y favorito de Felipe II, y de su mujer, la célebre doña Ana de Mendoza y la Cerda, princesa de Eboli, que tanto influjo ejerció en el ánimo de aquel austero monarca, y cuya infidelidad y relación amorosa con el célebre Antonio Pérez, ya citado, fue sin duda, causa de la trágica muerte de Juan Escobedo y de la horrible persecución suscitada por venganza del Rey contra su infiel privado. Aun se veía también en el costado de la izquierda de Santa María, que la frente a esta casa la pequeña puerta en cuyo quicio es fama que el burlado y vengativo Monarca asistió embozado a ver tomar el coche al objeto de su cariño, la noche misma que partía para ser conducida por orden suya a la torre de Pinto. La casa pertenece hoy al colegio de niñas de Leganés, y es la señalada, con el número 4 nuevo53.

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Casa del Factor.

Casa de Esquilache y Rebeque.

A espaldas de esta casa, y formando con ella la manzana 440, que sube al pretil y por donde corría, muralla del primer recinto que hoy nos ocupa, estuvieron en el siglo XVI las casas del Factor Fernán López de Ocampo (que dio nombre a la calle), a la esquina de la del Viento. La 437, 38 y 439, que formaban las calles y plazuela de Rebeque y de Noblejas, de San Gil y del Tufo, fueron derribadas por los franceses, y reconstruidas modernamente bajo otra forma. En ellas estaban las suntuosas casas o palacio de los Borjas, que habitó el Marqués de Lombay y Duque de Gandía San Francisco de Borja; en la misma nació su primogénito y heredero, y   —174→   posteriormente el famoso poeta príncipe de Esquilache54. Después esta casa, y la plazuela en que estaba situada, se llamó de Rebeque, por corrupción del nombre del embajador de Holanda Mr. Robek,

que la habitó largos años. -Allí estaban también las casas de los condes de Noblejas, de los Espinosas, Guevaras, Zárates, Granados, Barrionuevos y otros ilustres apellidos, y finalmente, formaba la manzana 434 a la izquierda, que subía al pretil de Palacio, el convento e iglesia de San Gil, fundado por Felipe III, adelantando bastante a la plaza principal de Palacio, hacia el nuevo arco, según se ve en el antiguo   —175→   plano, con lo que quedaba esta plaza bastante irregular. Nada de esto existe ya, y todo fue derribado por los franceses, como lo fueron asimismo varias otras manzanas de casas más allá de este recinto, y en lo que hoy es plaza de Oriente, de que nos ocuparemos cuando la serie de nuestros paseos en la primera ampliación de Madrid nos traigan de nuevo a estos sitios.





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ArribaAbajoSegundo recinto murado de Madrid

Supuesto y recorrido ya en nuestro primer paseo el primitivo y reducido recinto de la villa de Madrid, vamos a hacerlo ahora del segundo, y ciertamente averiguado, con que aparece por primera vez en la Historia, en tiempo de la dominación de los moros, y el mismo con que fue reconquistada a fines del siglo XI por las armas victoriosas de Alfonso el VI de Castilla.

De este recinto, bastante mayor que el primero y fuertemente amurallado, no cabe la menor duda; tanto por haber permanecido gran parte de su fortificación hasta el siglo XVI, y hallarse descrita por testigos oculares, cuanto porque la hallamos clara y distintamente señalada en el Plano de Amberes (tantas veces citado en nuestra Introducción), y sobresaliendo por entre los edificios apiñados, construidos a sus pies, varios lienzos y cubos de la citada muralla por casi toda su extensión; aún ahora mismo, en nuestros días, se han hallado en varios de aquellos puntos, y con motivo de derribos recientes, restos de ella, que marcan perfectamente su dirección y forma.

Si esta muralla fue anterior a los moros y aun a los godos, y obra de los romanos del tiempo de Trajano, como quieren los historiadores matritenses, que adjudicaron a los griegos la primitiva de su pretendida Mantua, o si   —177→   fue (como es muy verosímil) obra de los mismos musulmanes en su larga dominación es cuestión que no pretendemos decidir. Bastenos saber que dicha muralla, que, según el testimonio de Marineo Sículo y Gonzalo Fernández de Oviedo, ostentaba ciento veintiocho torres o cubos, era de doce pies de espesor, de sólida cantería y argamasa, y que su dirección demostrada era la siguiente:

Muralla.

Arrancando por detrás del Alcázar, y en la parte baja, del lado que mira al Poniente (no, como repiten todos los historiadores, en el mismo Alcázar, sino así como decimos y está señalado en el plano), continuaba recta a la puerta de la Vega, que venía a estar frente al callejón de San Lázaro, y penetrando luego por el sitio de éste, bajaba a las huertas del Pozacho, que se hallaban en lo que después formó la calle nueva de la Puente (de Segovia), hacia las antiguas casas de la Moneda, dirigiéndose luego a ganar la altura frontera de las Vistillas por la Cuesta de los Ciegos. Ya en dicha altura, revolvía con dirección al Este por detrás del antiguo palacio del Infantado y calle de Don Pedro o de la Alcantarilla, hasta salir detrás de San Andrés al sitio conocido aún hoy por Puerta de Moros, por la que allí se abría, mirando al Sur. Continuaba después sobre los límites de la misma alcantarilla o cava, entre las que hoy se denominan Cava Baja y calle del Almendro, en dirección al sitio donde se abría la puerta llamada en lo antiguo de la Culebra o del Dragón, y después Puerta Cerrada, cuyo nombre retiene. Luego, siguiendo sobre la cava (foso) de San Miguel, se iba elevando por detrás de donde hoy está la Escalerilla de Piedra, hasta la altura de las Platerías, donde, como al frente de la calle de Milaneses, abría su puerta principal (la de Guadalajara). Penetraba luego por entre las calles del Espejo y de los Tintes (hoy de la Escalinata), a los Caños del Peral, y cambiando de dirección al   —178→   frente de la subida de Santo Domingo, abría la última puerta, llamada de Balnadú, cerca del Alcázar, con el que seguía a cerrar después. -Tal era el recinto verdaderamente averiguado del Madrid morisco, a que se pudieran añadir los dudosos arrabales extramuros (que, sin embargo, no aparecen mencionados hasta un siglo después de la conquista), y que fueron incorporados más tarde al resto, de la villa. Seguiremos, pues, por ahora nuestros paseos por el interior de la muralla, y recorreremos luego los arrabales, que, andando el tiempo, habían de convertirse en centro de la población.


ArribaAbajo-III-

Desde la Puerta de la Vega a Puerta de Moros


Estudio de la Villa.

Detrás del pretil de los Consejos, por donde supusimos que cerraba el primer recinto de Madrid, se ofrecen al paso la estrecha callejuela del Estudio de la Villa, la plazuela de la Cruz Verde, y los derrumbaderos, más bien que calles, de la Ventanilla y de Ramón, que desembocan en la calle de Segovia55. En dicha callejuela del Estudio y con el número 2 nuevo de la manzana 189, existía hasta poco ha la casa a que debe su nombre, que fue Estudio público de humanidades, pagado por la villa de Madrid, el   —179→   mismo que regentaba, a mediados del siglo XVI, el maestro Juan López de Hoyos, y a que asistió el inmortal Cervantes56. Esta casa, propiedad entonces de Madrid, pertenece hoy a los Condes de la Vega del Pozo, y tiene su   —180→   entrada por dicha calle, llamada hoy de la Villa, y otra fachada a la calle de Segovia, al número 24 nuevo57.

Casa de D. Ventura Rodríguez.

La que hace esquina y vuelve a la plazuela de la Cruz Verde y calle de Segovia perteneció en el siglo XVII al maestro Bernardo de Clavijo, y posteriormente, a principios del siglo XVIII, fue de Sebastián de Flores, maestro herrero de la Real casa, con cuya hija doña Josefa estuvo casado el célebre arquitecto D. Ventura Rodríguez y que poseyó por mitad esta casa y habitó en ella en el piso tercero, donde falleció58.

Plazuela de la Cruz Verde.

La plazoleta que se forma delante, tomó el nombre de la Cruz Verde, por una grande de madera pintada de este color, que sirvió en el último auto general de fe de la Suprema Inquisición, y se hallaba colocada en el testero de dicha plazuela, en el murallón de la huerta del Sacramento, a donde ha permanecido hasta nuestros días, en que ha caído a pedazos por el trascurso del tiempo. En el mismo sitio se ve hoy una fuente, construida en 1850, cuando se suprimió la general de Puerta Cerrada.

Calle de Segovia.

Casas de la Moneda.

Los Caños Viejos.

Casa del Pastor.

El trozo de calle de Segovia comprendido entre dicha plazoleta de la Cruz Verde hasta la muralla antigua estaba ocupado por las huertas del Pozacho, y se cree también que hubo allí baños públicos en tiempo de los árabes; pero no tomó forma de calle hasta que, destruida la muralla, continuaron en su dirección, y las de la nueva salida al campo, las construcciones de casas a uno y otro   —181→   lado; siendo acaso las primeras las dos, una enfrente de otra, destinadas a la fabricación de la moneda (que entonces, como es sabido, era un privilegio afecto al oficio de tesorero, enajenado de la Corona, y no recuperado por ésta hasta el siglo pasado), y ha continuado en el mismo destino a ambos edificios, por cierto bien impropios e indignos de tan importante fabricación59. -Los demás edificios de este trozo de calle (que por largos años, se tituló Nueva del Puente, por dirigirse a la célebre obra de Juan de Herrera, construida sobre el río Manzanares en el reinado de Felipe II) son más modernos, y carecen de títulos o recuerdos históricos, a excepción del antes indicado número 24, que sirvió de Estudio de la Villa y tiene, como dijimos, su entrada por la callejuela de este nombre. -En la manzana frontera, señalada con el número 136, entre la costanilla de San Andrés y la plazoleta y cuesta llamada de los Caños Viejos, hay varias casas de sólida y moderna construcción. La última, algo más antigua y conocida (acaso por su afortunado dueño) con el nombre de la Casa del Pastor60, tiene la particularidad de que, estando colocada entre la calle baja de Segovia y el final del callejón o plazuela del Alamillo, da salida a ésta como piso bajo por el que es segundo en aquélla. En el costado de dicha casa que mira a la plazoleta estuvo la fuentecilla que se llamó de los Caños Viejos de San   —182→   Pedro, y sobre ella hay un escudo con las armas de Madrid.

Trepando, más bien que subiendo, por aquella escabrosa cuesta, o la contigua de los Ciegos se penetra en el tortuoso laberinto de callejuelas, hoy en gran parte convertidas en ruinas, conocido por la Morería. Este distrito puede dividirse en dos trozos: el primero, comprendido desde la muralla antigua, entre las casas del Duque del Infantado y de la calle llamada hoy de Don Pedro, hasta puerta de Moros y plazuela y costanilla de San Andrés; y el segundo, entre dicho San Andrés y Puerta de Moros, hasta donde estaba la Puerta Cerrada, entro las cavas de San Francisco y San Miguel. Quizás sea ésta la misma división que antes se designaba con los nombres de Morería vieja y nueva. Nos ocuparemos antes del primero de dichos trozos.

Lo estrecho, tortuoso y laberíntico de aquellas callejuelas, Real de la Morería, del Granado, del Yesero, de los Mancebos, del Aguardiente, del Toro, de la Redondilla, etc.; los rápidos desniveles del suelo, la caprichosa y estudiada falta de alineación en las casas, y los restos que aún quedan de algunas de ellas, que han resistido al poder del tiempo hasta nuestros días, están evidentemente demostrando su origen arábigo, como las calles de Toledo, Granada, Sevilla y otras muchas de nuestras ciudades principales; pero la modestia misma de las ruinas que aún puedan sospecharse de aquella época, y la carencia absoluta de algunas construcciones importantes, tales como palacios, mezquitas, fábricas, baños, hospitales, que tan frecuentemente se encuentran en las ciudades muslímicas, da claramente a entender la poca importancia que pudo tener el Madrid morisco, o por lo menos este distrito, a pesar de los poéticos arranques de sus entusiastas coronistas y de las preciosas quintillas y encomiásticos tercetos del poeta madrileño D. Nicolás Fernández de   —183→   Moratín61, que se placen en consignar la tradición de haber estado situado el tribunal o Alamin del alcaide moro en el callejón o plazuela llamada del Alamillo; aunque más probablemente vendrá, aquel nombre de un árbol, plantado al extremo de ella, que todos hemos conocido. La casa, decorada por la tradición en aquellos barrios con el pomposo título de Palacio del Rey moro, y que acabó de ser demolida, por ruinosa, en estos últimos años, no ofrecía, por cierto, restos dignos de semejante presunción, y se diferenciaba poco, en su construcción y ornato, del común del caserío mezquino de aquel barrio primitivo62.

Éste, a nuestro entender, no pudo ser tampoco el principal de la villa en tiempo de la dominación morisca, pues es natural que las principales construcciones estuvieran más cerca del Alcázar, en la parte llana, y hacia la puerta principal, llamada de Guadalajara. Después de la conquista es cuando, relegados los moros y judíos a estos confines de la población, formaron su aljama o barrio, que se apellidó desde entonces la Morería. Mal pudieran, en   —184→   tal estado, emprender en él grandes construcciones, y en efecto, no se han hallado vestigios de ellas.

Muy posteriormente a la reconquista de Madrid por las armas cristianas, y al compás que iba creciendo su importancia y extendiendo sus límites con el derribo de la muralla y el terraplén de la alcantarilla, que servía de foso a aquélla, y dio después su nombre a la calle hoy llamada de Don Pedro, se construyeron sobre las ruinas de las antiguas habitaciones morunas algunas casas principales de más importancia, y que aún se conservan en las calles de los Dos Mancebos, Redondilla y otras.

Calle de Laso de Castilla.

La principal, sin duda, de éstas, y el verdadero palacio de aquel distrito es la que, ocupando un espacio de más de sesenta mil pies, y dando frentes a dichas calles y a la plazuela de la Paja, formó independiente, la manzana 130 y perteneció a D. Pedro Laso de Castilla, y después a los duques del Infantado. -Este inmenso edificio, el más notable entre los rarísimos monumentos históricos que aún se conservan en Madrid, anteriores al siglo XV, mereció ya, a fines del mismo, servir de palacio o aposentamiento a los señores Reyes Católicos D. Fernando y doña Isabel; habiéndose construido de su orden el pasadizo que desde dicho palacio comunicaba a la tribuna de la inmediata parroquia de San Andrés, convertida en capilla Real en esta ocasión por aquellos Monarcas. Igualmente recibieron en esta misma casa a su hija la princesa doña Juana y su esposo el Archiduque, después Felipe I; y después de su muerte se aposentaron en ella los regentes del Reino, el cardenal Cisneros y el deán de Lovayna. En ella hubo de celebrarse la célebre Junta de los Grandes de Castilla, en que, interpelando éstos al Cardenal para que manifestase con qué poderes gobernaba, contestó asomándolos a los balcones, que daban al campo, y señalando la artillería y tropas: Con estos poderes gobernaré   —185→   hasta que el Príncipe venga. -Posteriormente, enlazada la casa de los Lasos de Castilla (descendientes que eran del Rey D. Pedro) con la de los Mendozas, duques del Infantado, pasó este palacio a ser propiedad de estos señores, residiendo en él hasta los fines del siglo anterior los poseedores de aquel ilustre título, que tan dignamente han figurado en la Historia nacional. La necesidad de abreviar nos obliga a pasar por alto muchos de los personajes históricos nacidos o fallecidos con este motivo en aquella casa, haciendo únicamente excepción de D. Rodrigo Díaz de Vivar, Hurtado de Mendoza, sétimo duque del Infantado y nieto del célebre D. Francisco Gómez Sandoval, duque de Lerma, ministro favorito de Felipe III, y luego cardenal de la Santa Iglesia Romana.

La solemnidad con que se celebró el bautizo de este infante, verificado, en 3 de Abril de 1614, en la vecina parroquia de San Andrés, siendo su padrino en persona el Rey D. Felipe III, y corriendo la disposición de él por su ministro favorito el Duque de Lerma, fue tal, que mereció quedar consignada en las historias de Guadalajara y de Madrid. Hízose bajada desde la tribuna de la casa a la iglesia, y desde ella al aposento de la parida había veintidós salas seguidas y ricamente colgadas. Fue bautizado en la pila de Santo Domingo, que sirve para los príncipes de Asturias, y asistieron a la ceremonia y fiesta toda la familia Real y Grandeza de la corte. Este duque fue después general de la caballería en el principado de Cataluña; luego, embajador en Roma y virrey y capitán general en el reino de Sicilia, y murió en esta misma casa, en 14 de Enero de 1657, sin sucesión, pasando sus estados a incorporarse a los del príncipe de Mélito y Éboli, duque de Pastrana, D. Rodrigo de Silva y Mendoza.

Desgraciadamente este noble palacio, que ha   —186→   permanecido en pie y regularmente conservado hasta hace pocos años, empezó a desmoronarse, habiéndose, tenido que derribar, por ruinosa, gran parte de él y el pasadizo que comunicaba a la tribuna de los reyes en San Andrés.

Iglesia parroquial de San Andrés.

La manzana número 129, contigua a este palacio, y unida a él, como ya queda dicho, por el pasadizo que comunicaba a la tribuna de San Andrés, es de una figura muy irregular, dando frente a dicha plazuela de la Paja, costanilla de San Andrés, plazuela de Puerta de Moros, costanilla de San Pedro y Calle sin puertas; y encierra en su espacio dilatado notables edificios y monumentos, religiosos e históricos, dignos de la mayor atención. -Es el primero de ellos la antiquísima e inmemorial parroquia de San Andrés, que ya existía por lo menos, en vida del glorioso San Isidro Labrador, patrón de Madrid, a fines del siglo XII, si bien el templo actual, con la ampliación que recibió en tiempo de los Reyes Católicos, y posteriormente, a mediados del siglo XVII, conserva muy poco del antiguo, y es también muy distinto en su forma y distribución. Actualmente la capilla mayor está sobre el mismo sitio en que antes el cementerio, y en ella se halla señalado con una reja el sitio en que primitivamente estuvo sepultado el Santo patrono de Madrid. Y como quiera que esta antiquísima iglesia y sus capillas y casas contiguas respiran, por decirlo así, todas ellas el puro ambiente de aquella santa existencia, que allí exhaló su último aliento, y en donde por espacio de siete siglos permanecieron sus venerables restos, parécenos la ocasión oportuna para recordar aquí algunos hechos referentes a su memoria.

San Isidro Labrador.

La vida de este sencillo y modesto hijo de Madrid, cuyas eminentes virtudes y sólida piedad, aunque ejercidas en la humilde esfera de un pobre labrador, bastaron a elevarle a los altares y a colocarle entre sus paisanos   —187→   en el rango privilegiado de patrono y tutelar de la villa de Madrid, ha sido tantas veces trazada y comentada por los autores sagrados y profanos, y de tal modo está enlazada por los historiadores con los sucesos y tradiciones de la época de la restauración de esta villa por las armas cristianas, que es indispensable conocerla y estudiarla para comprender, en lo posible, aquel período importantísimo y remoto. En nuestra literatura histórica no es éste el único ejemplo de relación inmediata entre las crónicas y descripciones más o menos apasionadas de mártires y de santos, de célebres santuarios, monasterios y de imágenes aparecidas, y las vicisitudes, historia y marcha política de los pueblos y las sociedades en que aquéllos brillaron: por eso el historiador tiene que tomar en cuenta todos los documentos de esta especie (y que por desgracia van desapareciendo), donde, a vueltas de relaciones exageradas, de milagros apócrifos y de estilo afectado y campanudo, suele hallar datos preciosísimos, descripciones animadas y minuciosos detalles, que explican los sucesos, los enigmas y la filosofía de la Historia.

Tal sucede en nuestro Madrid con los muchos coronistas o entusiastas panegíricos de las célebres imágenes de Nuestra Señora de la Almudena y de Atocha, y muy especialmente con las relaciones de la vida de su insigne patrono, colocado por la Iglesia en el rango de los santos, del humilde labrador a quien algunos apellidan Isidro de Merlo y Quintana.

Desde el códice casi contemporáneo del Santo, escrito, a lo que parece, por Juan Diácono, a mediados del siglo XIII, que se conservaba en la iglesia de San Andrés, y hoy en la Colegiata de San Isidro el Real, y que fue primero publicado en Flandes por el padre Daniel Papebroquio, y después traducido del original y ampliamente comentado por el padre fray Jaime Bleda, hasta las   —188→   reñidas y eruditas disertaciones de los señores Rosell, Mondéjar, Pellicer y, otros, en el siglo pasado, los hechos históricos y las relaciones milagrosas del glorioso San Isidro han sido debatidos hasta la saciedad, pero que prueban con evidencia el carácter y virtudes altamente recomendables de aquel siervo de Dios, y la simpatía y devoción que aun en vida logró inspirar a sus compatriotas.

No es de este lugar el entrar ahora en las intrincadas controversias históricas que han suscitado aquellos diligentes escritores, así como los coronistas madrileños, sobre la autenticidad de las apariciones del piadoso labrador al Rey D. Alfonso VIII en la batalla de las Navas sus prodigiosos milagros durante su vida, ni los obrados por su intercesión después de su dichosa muerte.

Tampoco pretendemos enlazar su modesta historia con la de la restauración de Madrid por D. Alfonso VI, en 1083, ni con la nueva acometida que hicieron los moros marroquíes de Texufin y Alí, en 1108. En la primera (ocurrida, a lo que se cree, en los mismos años del nacimiento de San Isidro Labrador) estaría de más el atribuirle intervención alguna; en la segunda, acaecida cuando pudiera tener veintiséis años, le consideramos orando al Señor por la defensa de su pueblo, como le vemos aún pintado en antiguos cuadros de nuestras iglesias. Para nuestro objeto basta consignar aquí las rápidas noticias de su vida, que se deducen de aquellos piadosos comentarios, diciendo que pudo ser su nacimiento hacia 1082, y su muerte en 30 de Noviembre de 1172, sobre los noventa años de su edad; que hijo, según se cree, de labradores, fue labrador él mismo, y sirvió, entre otros, a la ilustre familia de los Vargas, en cuyos caseríos de campo, vivió el Santo largo tiempo; que trabajó también de obrero o albañil, abriendo varios pozos, según la tradición que se conserva en diferentes sitios de esta villa; que toda   —189→   su vida fue una serie no interrumpida de actos de caridad, de oración y de modestia, sobresaliendo entro todos ellos su profunda devoción a Nuestra Señora bajo los títulos o advocaciones de la Almudena y de Atocha; que vivió algún tiempo en Torre-Laguna y allí casó con María de la Cabeza, que se cree natural de la aldea de Carraquiz, y que también, como su esposo, alcanzó por sus virtudes la canonización de la Iglesia; y que honrado, en fin, por un especial favor del cielo, que le hacía aparecer como santo entre sus piadosos contemporáneos, descansó en el Señor en una edad avanzada, con sentimiento general de sus convecinos y adoradores. Desde el mismo instante de su muerte empezaron a tributarle, con espontáneo entusiasmo, el más tierno culto y veneración, y siendo muchos los milagros obrados por su intercesión, movieron a la santidad de Paulo V a acordar su beatificación, en 14 de Febrero de 1619, y posteriormente, a 12 de Marzo de 1622, fue canonizado solemnemente por Gregorio XV, con cuyo motivo se celebraron en Madrid grandes fiestas y regocijos.

Además de los documentos escritos, quedan en Madrid, a pesar del trascurso de siete siglos, otros objetos materiales, consagrados por la tradición, de los sitios en que vivió nuestro Santo y en que obró sus notables milagros, o de los que ocupó su precioso cuerpo después de su muerte; por último, queda este mismo venerando cadáver, entero, incorrupto y resistente a la acción de los siglos y a los argumentos de la incredulidad63.

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Consta de aquellas historias y relaciones contemporáneas, y de las diligencias hechas para la canonización, que, acaecida la muerte del Santo Labrador, como queda dicho, en 1172, fue sepultado en el cementerio contiguo a esta parroquia de San Andrés, en el mismo sitio en que aún se ve una reja y es hoy el suelo del presbiterio o altar mayor de dicha iglesia, por haberse ésta agrandado y dado diversa forma a su planta y distribución. Y esos cuarenta años parece que permaneció el cuerpo del Santo en aquel sitio, hasta que en 1212, creciendo de día en día la devoción de los madrileños a su intervención milagrosa, fue solemnemente exhumado y colocado en un sepulcro digno en la capilla mayor, que entonces estaba donde hoy los pies de la iglesia. -Allí es donde, según varios   —191→   coronistas, y con más o menos probabilidad, le visitó el rey don Alfonso VIII, y declaró, en vista de las facciones conservadas del Santo, ser el mismo milagroso pastor que se le había aparecido y conducido su ejército por las asperezas de Sierra Morena la víspera de la batalla de las Navas de Tolosa.

Atribuyen también a esta visita del mismo monarca el origen del arca de madera, cubierta de cuero, en que se encerró el cuerpo del Santo, y que aún se conserva en el sitio mismo, aunque sumamente deteriorada, sobre unos leones de piedra, y mostrando en sus costados restos de las pinturas con que mandó adornarla Alfonso, representando los milagros del Santo64.

En aquella arca y capilla permaneció el Santo Cuerpo, hasta que el obispo D. Gutierre de Vargas Carvajal construyó, en 1535, la suntuosa que lleva su nombre, contigua a esta parroquia de San Andrés, y le hizo trasladar a ésta con gran solemnidad; pero por discordias ocurridas entre los capellanes de ambas, sólo permaneció en ésta unos veinticuatro años, hasta que se cerró la comunicación y quedó independiente aquella capilla.

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Capilla de San Isidro.

Vuelto el Santo a la parroquia, al sitio en que antes estuvo, permaneció en él más de otro siglo, hasta que se concluyó a costa del Rey y de la villa la magnífica Capilla bajo la advocación del mismo Santo, que hoy admiramos aún al lado del Evangelio de aquella iglesia parroquial; y en ella y en su altar central fue colocado el Santo Cuerpo con una pompa extraordinaria el día 15 de Mayo de 1669. -La descripción de esta suntuosa capilla, o más bien templo primoroso, nos llevaría más lejos de los límites que por sistema nos hemos impuesto en esta obrita. Baste decir que en las dos piezas de que consta, cuadrada la primera y ochavada la segunda, apuraron sus autores, Fray Diego de Madrid, José de Villarreal y Sebastián Herrera, todos los recursos de la más rica arquitectura, mezclados con todos los caprichos del gusto plateresco de la época, y realzado el todo con bellas esculturas, bustos y relieves, magníficas pinturas de Rici y de Carreño, y una riqueza tal, en fin, en la materia y en la forma, que sin disputa puede asegurarse que es el objeto más primoroso de su clase que encierra Madrid. Tardó la construcción de esta elegante obra unos doce años empleándose en ella 11.960.000 reales, suministrados por el Rey, por la Villa y por los virreyes de Méjico y el Perú.

Por último, diremos que en el magnífico altar o retablo de mármoles que, formado de cuatro frentes, se levanta aislado en medio del ochavo o pieza segunda, se conservó cien años el cuerpo de San Isidro, hasta que en 1769, de orden de Carlos III, fue trasladado a la iglesia del colegio imperial de los extinguidos jesuitas, que quiso dedicar al Santo Patrono de Madrid, aunque separándolo inoportunamente para ello de los sitios en que durante seis siglos había permanecido, y que estaban, por decirlo así, impregnados de su memoria.

Anteriormente, en 1620, el gremio de plateros de esta   —193→   villa consagró al Santo, en ocasión de su beatificación, una urna primorosa de oro, plata y bronce, que aunque obra que adolece del mal gusto de la época, es de gran valor, como que sólo la materia, sin hechuras, ascendió a 16.000 ducados, y dentro de esta urna está la interior de filigrana de plata sobre tela de raso de oro riquísimo, que le dio la Reina, D.ª Mariana de Neoburg. En ella reposa el Santo Cuerpo perfectamente conservado, incorrupto, amomiado y completo, pues sólo le faltan tres dedos de los pies; y por lo que puede calcularse de su extensión (que es mayor de dos varas), debió ser en vida de una estatura elevada. Cúbrenle ricos paños, guarnecidos de encaje, y renovados de tiempo en tiempo por la piedad de los reyes, en cuyas tribulaciones de nacimientos, enfermedades y muertes, son conducidas las preciosas reliquias a los Reales aposentos, o expuestas con pompa, a la pública veneración; y a veces también, cuando las personas Reales desean implorar la intercesión del Santo y van a adorar su sepulcro, la urna que contiene los preciosos restos es bajada a mano por ocho regidores de Madrid y colocada sobre una mesa, donde, a presencia del Señor Patriarca de las Indias, del Vicario eclesiástico, clerecía de San Andrés y San Isidro, del Ayuntamiento de Madrid, del Conde de Paredes (que cuenta entre los timbres de su casa el descender del piadoso Iván de Vargas, amo de San Isidro) y de la congregación de los plateros, con hachas verdes encendidas, van entregando todos las llaves que conservan respectivamente de la urna preciosa, y abierta ésta y puesto de manifiesto el cadáver, le adoran los reyes, los prelados, corporaciones y demás circunstantes65.

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Capilla del Obispo.

Terminaremos lo relativo a esta parroquia diciendo que la otra iglesia contigua, aunque independiente de la parroquia de San Andrés, cae al lado de la Espístola, y es la conocida con el nombre de Capilla del Obispo, aunque su verdadero nombre es el de San Juan de Letrán, con salida también por un patio y escalerilla a la plazuela de la Paja. Este precioso templo, de una sola nave al estilo gótico u ojival, del que apenas queda otro ejemplar en Madrid, encierra, entre obras notables del arte, los magníficos sepulcros o enterramientos de sus fundadores don Gutierre de Vargas Carvajal, obispo de Plasencia, y su padre el licenciado D. Francisco Vargas, del Consejo de los Reyes Católicos y del emperador Carlos V, primorosa obra de escultura, la primera de su clase en Madrid, así como también las preciosas hojas de la puerta de ingreso a la capilla, delicadamente esculpidas y bastante bien conservadas.

En el sitio mismo donde está edificada esta suntuosa capilla, y en la parte más alta de la colina conocida hoy por Plazuela de la Paja, existió, a principios del siglo XV, la casa del muy noble madrileño Ruy González Clavijo, llamado el Orador por su facundia, camarero de D. Enrique III, y célebre en el mundo por el viaje que hizo a Samarcanda, en la gran Bukaria, por los años 1403, con   —195→   el objeto de cumplimentar, de parte de su soberano, al memorable conquistador Timur-Bek (Tamorlan), siendo el primer europeo, según se cree, que penetró en aquel país de la Tartaria Mayor. Regresado a Madrid, publicó su curioso itinerario de viaje, que anda impreso66. Las   —196→   casas de Ruy González Clavijo debían de ser tan suntuosas, que sirvieron de aposento al infante D. Enrique de Aragón, primo del rey D. Juan el II, en 1422, y pasando a fines del mismo siglo XV a la ilustre y antiquísima familia madrileña de los Vargas (que tenía también contiguas las solariegas de su apellido), labraron en su recinto la bella capilla ya indicada.

Casas de Vargas.

El resto de la manzana hasta la Costanilla de San Pedro, Calle Sin Puertas y Plazuela de la Paja, fue todo igualmente casas del ya citado Francisco de Vargas, de quien era también la Casa del Campo antes de comprarla Felipe II a sus herederos. Este licenciado Francisco de Vargas, padre del obispo D. Gutierre, y señor de la ilustre y antiquísima casa de los Vargas de Madrid, fue tan privado consejero de los señores Reyes Católicos y del Emperador, que no había asunto de importancia que no le consultasen, respondiendo con la fórmula de Averigüelo Vargas, que quedó después como dicho popular, y aun como título de comedias de Tirso y otros. -La parte conocida hoy más propiamente con el nombre de Casa de San Isidro, que recayó, por alianza con los Vargas, en la familia de los Lujanes, es la que cae a los pies de la iglesia de San Andrés y tiene su entrada por la plazoleta. En ella es donde, como dijimos, vivió Iván de Vargas en el siglo XI, en tiempo en que le servía para la labranza de sus propiedades el piadoso Isidro Labrador, y en el patio   —197→   de la misma casa se ve aún el pozo milagroso de donde sacó el Santo al hijo de Iván, que había caído en él, y la estancia, hoy convertida en capilla, donde, según la tradición, espiró aquel Bienaventurado. Esta casa pertenece en el día al Sr. Conde de Paredes, descendiente de Iván de Vargas por una de sus nietas, D.ª Catalina Luján, condesa de Paredes, a cuyo título debe también el privilegio, que ya hemos indicado, de guardar una de las llaves del arca en que se conserva el cuerpo del Santo Patrono de Madrid. -Las otras casas contiguas a la capilla, del Obispo por la plazuela de la Paja fueron también de los mayorazgos fundados por Francisco de Vargas, que recayeron en su hijo D. Francisco, primer marqués de San Vicente, y hoy pertenecen como tal al señor Duque de Híjar, que conserva el patronato de la capilla. En una de ellas (en la que está el pasadizo de San Pedro) existe aún un espacioso patio cuadrado, circundado de galerías con columnas y escudos de armas, de cuyo gusto puedo inferirse su construcción en los principios del siglo XVI. -Todas estas casas, habitadas por el mismo licenciado Vargas en tiempo de los disturbios de los comuneros, fueron saqueadas y maltratadas por éstos en ocasión de hallarse aquél ausente lado del Emperador, y encomendada la defensa de Madrid, de que era alcaide, a su heroica esposa D.ª María del Lago y Coalla; posteriormente sufrieron un terrible incendio, en 1541, hallándose habitadas por el Cardenal Arzobispo de Sevilla; y en ellas nació, en 1609, el octavo condestable de Castilla, D. Bernardino Fernández de Velasco, siendo notables las fiestas hechas para celebrar su nacimiento, entre las cuales merece mención especial la mascarada que salió de la casa frontera del Duque del Infantado, en la misma plazuela de la Paja, por donde tiene también la casa de San Vicente su entrada principal por dos arcos pareados.

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Plazuela de la Paja.

Esta plazuela, aunque costanera e irregular, era la más espaciosa en el recinto interior de la antigua villa, y podía ser considerada como la principal de ella; pues sabido es que la que hoy tiene esta categoría no existió hasta tiempo de D. Juan el II, y eso extramuros de la puerta de Guadalajara, en el arrabal de San Ginés. -Aquel distrito, recuerdo interesante del Madrid morisco, y siglos después con la sucesiva construcción de los palacios o casas principales de los Vargas y Castillas, Coellos, Aguileras, Sandovales, Lujanes y Mendozas, perdió notablemente su celebridad cuando, establecida la corte en Madrid, a mediados del siglo XVI, fue extendiéndose rápidamente el recinto de la villa, y buscando terreno más llano en las direcciones de Norte, Levante y Mediodía, fueron abandonadas aquellas tortuosas calles, aquellos desniveles y derrumbaderos de la parte occidental, en la cual apenas queda sólo hoy más que el recuerdo de su grandeza primitiva.

Puerta de Moros.

Detrás de la iglesia de San Andrés, y hacia el sitio que hoy lleva el nombre de Plazuela de los Carros, venía a salir, como queda dicho, por detrás de la casa-palacio de Laso de Castilla, el lienzo de muralla en que se abría allí la Puerta de Moros al sitio mismo donde había la fuente con el propio nombre67. Esta puerta, que era también fuerte, estrecha y con torres en su entrada, según la usanza de los musulmanes, y conforme aún se observa en la principal del palacio de la Alhambra de Granada, en las de Serranos y del Cuarto en Valencia, y otras de igual origen, estaba mirando a Mediodía, y servía para la comunicación con Toledo y otras ciudades principales, hasta que, extendiéndose el arrabal de la villa por aquel lado, desaparecieron puerta y muralla.



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ArribaAbajo-IV-

Desde Puerta de Moros a Puerta Cerrada


Después de abrir la entrada meridional de la villa en Puerta de Moros, continuaba luego la muralla en dirección del Norte, por entre lo que después fue, y es todavía, calle de la Cava Baja y la del Almendro, hasta salir por detrás de la embocadura de la del Nuncio, al sitio que hoy conserva el nombre de Puerta Cerrada, en que se ve colocada la cruz de piedra, sin duda en conmemoración de haber sido éste el límite de Madrid por aquel lado y el punto mismo que ocupó la antigua puerta. Esta Cava de San Francisco y la de San Miguel, que la continúa, han conservado, bajo la forma de calles, su nombre morisco, y no eran otra cosa que el barranco y alcantarilla que venía corriendo al pie de la muralla desde las Vistillas, y que dio su nombre primitivo la calle hoy llamada de Don Pedro, y antes de la Alcantarilla. Delante de esta puerta murada que ahora nos ocupa había su puente levadizo para salvar el foso o cava.

Las Cavas.

Puerta Cerrada.

La entrada de Madrid por este lado (según el maestro López de Hoyos, que la conoció, pues fue derribada en el siglo XVI) era angosta y recta al principio, haciendo luego dos revueltas de suerte que ni los que salían podían ver a los que entraban, ni éstos a los de fuera. Llamáronla en lo antiguo la Puerta de la Culebra, por tener esculpida encima de ella aquella célebre culebra o dragón, que a tantos comentarios ha dado lugar   —200→   sobre su origen, atribuyéndole algunos de los analistas madrileños nada menos que a los griegos, fundadores, según ellos, de la villa, a quien dejaron como blasón este emblema, que solían llevar en sus banderas. Así lo afirma con la mayor seriedad el mismo honrado madrileño maestro López de Hoyos, en cuya casa de los Estudios de la villa (de que ya anteriormente hicimos mención) se conservó, al derribo de la puerta, la piedra en que estaba esculpida dicha culebra, que copió después en su obra del Recibimiento de D.ª Ana de Austria, y que reproducida exactamente de dicha obra, hallarán nuestros lectores en el Apéndice68. Después del de la Culebra, el nombre con que fue conocida esta entrada fue el de Puerta Cerrada, por haberlo estado largo tiempo, para evitar las fechorías de la gente facinerosa, que, según Quintana, «escondíanse allí, y robaban y capeaban a los que entraban y salían por ella, sucediendo muchas desgracias con ocasión de un peligroso paso que había a la salida de ella en una puentecilla para pasar la cava, que era muy honda»; pero poblándose después el arrabal hacia lo que es hoy calle de Toledo y de Atocha, hubo necesidad de volver a abrir la puerta para la más fácil comunicación, hasta que, como ya queda dicho, fue demolida en 1569.

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Por último, y antes de emprender nuestro paseo por el interior del trozo comprendido entre ambas puertas de Moros y Cerrada, y en el que estamparemos los datos y noticias que aún se conservan y hayamos podido allegar, relativos a esta antigua parte de la población, habremos de decir que, para fijar el rumbo que llevaba el lienzo de muralla entre las casas de la Cava Baja y calle del Almendro, hemos tenido en estos últimos años dos tan positivos, como es haber visto al descubierto uno de los cubos de dicha muralla, con motivo del derribo y reconstrucción de la casa número 28 de la primera, y posteriormente otro mas allá en el número 31, última casa de la segunda. Además, notoriamente está sostenido en el murallón antiguo el vetusto edificio llamado Posada del Dragón de la Villa, que da a una de las rinconadas de la inconcebible calle del Almendro, cuyas tortuosidades laberínticas debían, por cierto, desaparecer en gran parte, rompiendo fácil salida a la Cava Baja por la parte más estrecha de la irregularísima manzana 150, una de las más extensas de Madrid69.

Todavía continuaban en este distrito las muchas propiedades de la ilustre familia de los Vargas, de quien, y las de Luján, Mendoza, Laso, Sandoval y demás conexionadas con ella, llegó a ser todo aquel caserío, además de las propiedades rurales del término de Madrid. En dicha calle del Almendro, y bajo su número 6 moderno, está la casa propia de los marqueses de Villanueva de la Sagra, que en lo antiguo fue casa de labor perteneciente a Iván   —202→   de Vargas, rico hacendado madrileño del siglo XI, cuyas propiedades labraba San Isidro, y en ella se ve convertida en capilla una estancia baja, donde, según tradición, acostumbraba encerrar el ganado de la labranza.

Nunciatura.

Casa de Santisteban.

La casa que hace esquina y vuelve a la calle del Nuncio, hoy palacio y tribunal de la Nunciatura Apostólica, perteneció también a la familia de Vargas, y por casamiento de una señora de esta familia (D.ª Inés de Vargas Carvajal y Trejo, bisnieta del licenciado Francisco de Vargas) con el célebre ministro D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, llegó por esta razón a ser propiedad de aquel desdichado valido. En la manzana inmediata, entre dichas calles del Almendro y del Nuncio, y la antigua de la Parra (hoy costanilla de San Pedro), dando frente a la puerta de la antiquísima parroquia de esta advocación, se ve otra casa principal, de sólida construcción y regular forma, conocida por la casa de Santisteban, apoyada por uno de sus costados en el pretil a que da su nombre. Este importante edificio, que lleva uno de los títulos del célebre condestable D. Álvaro de Luna y de su hijo D. Juan, nacido en Madrid en 1435, y hoy posee el Sr. Duque de Medinaceli y de Santisteban, debe también tener su historia, que no nos ha sido posible averiguar. Anteriormente tuvo, según Quintana, una torre muy grande, que hoy no existe.

Parroquia de San Pedro.

La parroquia de San Pedro, matriz de aquella feligresía, cuya fundación en este sitio se atribuye al rey don Alfonso XI, a principios del siglo XIV, en acción de gracias por la toma de Algeciras existió, según se cree anteriormente, algo más arriba, en dirección de Puerta Cerrada; y en efecto, en algunos documentos se habla de San Pedro el Viejo, para distinguirle, sin duda, del posterior. El templo es pequeño, pobre y mezquino en su forma y decoración, y ofrece muy pocos objetos de   —203→   curiosidad, si no es su misma sencillez y antigüedad, en que, sin duda alguna, lleva ventaja a los demás existentes en Madrid; pues las otras parroquias primitivas, o desaparecieron ya, o han sido renovadas en su mayor parte. Hay también en él algunos enterramientos notables de varios individuos de la familia madrileña de los Lujanes, en su capilla propia, al lado del Evangelio. Esta iglesia forma independiente la manzana 152. En su cuadrada y sencilla torre existía, y no sabemos si existe aún, la famosa campana de San Pedro, que durante siglos fue para los sacristanes de esta parroquia un verdadero tesoro, pues los labradores de la tierra les contribuían con un seguro tributo para que no se descuidasen en tocar a nublado, para conjurarle.

Casa de Javalquinto.

La manzana contigua 132, entre la calle llamada Sin Puertas y la calle de Segovia, la forma también exclusivamente la casa que hoy pertenece al señor Marqués de Javalquinto, príncipe de Anglona, y anteriormente fue de los condes de Benavente y también de la familia de los Vargas, Sandoval; considerable edificio, notable también por el jardín que tiene contiguo, fundado sobre fuertes murallones entre la plazuela de la Paja y la calle de Segovia, y resultando dicho pensil, por el desnivel del terreno, a la altura del piso principal de la casa.

Al lado opuesto de la calle de Segovia, y enfrente del breve distrito que acabamos de recorrer, hay, entre la plazoleta de la Cruz Verde y la de Puerta Cerrada, otro pequeño laberinto de callejuelas, placetas y costanillas, llamadas del Rollo, del Conde, de San Javier, del Cordón, y de San Justo (antes de Tentetieso, con alusión, sin duda, a su rápido desnivel), las cuales, siguiendo el caprichoso rumbo de las manzanas de casas, y ascendiendo con trabajoso pavimento, convertido tal cual vez en escalones, van a ganar la pequeña altura en que está fundada   —204→   la calle del Sacramento, que corre desde la plazuela de Puerta Cerrada a la casa de los Consejos.

Calle del Sacramento, antes de Puerta Cerrada. Esta calle, la primera y tal vez única del Madrid antiguo, que iba por terreno llano en una regular extensión, debió estar formada, en sus principios, por un caserío insignificante o de escasa importancia, que desapareció, sin dejar rastro alguno de su existencia, para dar lugar a otras construcciones más importantes, hechas en los siglos XVI y XVII, con destino a casas principales de algunas familias de la nobleza, y de ellas quedan aún en pie las de los Coallas, después de los marqueses de San Juan (que hoy posee el señor Marqués de Bélgida), con frente a Puerta Cerrada; la de Alfaro, número 1, manzana 178, al frente de la plazuela del Cordón, con los costados a la calle del mismo nombre y a la costanilla de San Justo, y la del señor Marqués de Revillagijedo, esquina a la misma plazoleta.

Casa del Cardenal Cisneros.

Descuella sobre todas ellas, por su importancia material e histórica, la construida a principios del siglo XVI por el cardenal Fray Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo y regente que fue del reino, que está situada a la acera derecha de dicha calle con accesorias a la plazuela de la Villa, formando independiente la manzana 180. -A la predilección y cariño que siempre tuvo y se plació en demostrar a la villa de Madrid aquel insigne hombre de Estado, debió ésta, no sólo el distinguido honor de servirle de residencia casi todo el tiempo que tuvo a su cargo la gobernación del reino, dándola cierto carácter de corte, que después continuó el Emperador, y de que la revistió, por último, su hijo Felipe II, sino que quiso vincular en ella su casa y familia, fundando aquel suntuoso palacio y amayorazgándolo en cabeza de su sobrino D. Benito Cisneros, hijo de su hermano D. Juan, cuyos sucesores, enlazados después con las familias de los   —205→   Guzmanes y Ladrón de Guevara, pasaron a estos la propiedad de dichos mayorazgos, que hoy representa el señor Marqués de Montealegre, conde de Oñate, aunque en el siglo pasado compró a censo esta casa la Real Hacienda, para colocar en ella el Supremo Consejo de la Guerra, y hoy es de propiedad particular70. La circunstancia detener un largo balcón corrido por toda su fachada a la calle del Sacramento ha dado origen, sin duda, a la creencia vulgar de ser aquel a que el Cardenal Regente hizo asomar a los Grandes para enseñarles la artillería; pero esta aserción no tiene fundamento alguno, pues ni dicho balcón daba ya vista al campo, y sí a la parte más poblada entonces de la villa, ni acaso existía todavía aquel palacio, ni, en fin, aunque existiese, se aposentó en él el Regente del reino, y sí, como dijimos, en el de don Pedro Laso de Castilla, contiguo a la parroquia de San Andrés, adonde es de presumir que tuvo lugar aquella dramática escena. -La casa de Cisneros es también célebre por haber servido de rigorosa prisión, donde sufrió la inhumana tortura en que estuvo próximo a espirar, el famoso secretario de Felipe II, Antonio Pérez, quien, con auxilio de su esposa, la heroica doña Juana Coello y Bozmediano, logró escaparse de ella en la noche del Miércoles Santo, 18 de Marzo de 1590, marchando a sublevar en su favor al reino de Aragón, y ocasionando la famosa guerra que acabó con los fueros de aquel reino.

Este desdichado ministro no sufrió, sin embargo, todavía larga prisión de más de once años en aquella casa, sino que anteriormente estuvo detenido en la de su propia   —206→   habitación, que era la contigua, llamada del Cordón, propiedad de la familia Arias Dávila, condes de Puñonrostro, la misma que ha sido demolida hace pocos años por su estado ruinoso, y que, en su tiempo, era suntuosa y estaba magníficamente decorada por la orgullosa esplendidez de aquel arrogante ministro. De ella también intentó escaparse, descolgándose al efecto por la tribuna que comunicaba a la iglesia inmediata de San Justo, de donde fue extraído en el acto por la justicia y conducido a la fortaleza de Turégano, y luego, según se dice, al castillo de Villaviciosa, hasta que, más adelante, le trajeron a la casa de Cisneros.

Iglesia de San Justo.

La iglesia parroquial de San Justo (a la que se incorporó la de San Miguel, demolida en los principios de este siglo) es de antiquísima fundación; pero el templo actual es moderno y fue construido, en el pasado siglo, sobre el mismo sitio que ocupaba el antiguo, a expensas del infante D. Luis; siendo lástima que la estrechez de la calle en que está situado no permita la vista a su elegante fachada convexa, con dos torres laterales y de una considerable elevación.

El Sacramento.

Palacio Arzobispal.

El otro templo que ennoblece esta calle, a su final, ya en la plazuela de los Consejos, es el del convento de monjas del Sacramento, fundado en los principios del siglo XVII, por la piedad y grandeza del duque de Uceda, D. Cristóbal Gómez de Sandoval, el mismo que construyó el suntuoso palacio de los Consejos; si bien el templo actual es más moderno, de mediados del siglo anterior, y de buena forma y proporciones71. También cedió el mismo fundador al propio convento, y formaron parte de la fundación, las grandes casas contiguas, llamadas del   —207→   Sacramento, hasta la esquina de la calle del Rollo. -Por último, el palacio arzobispal, sito al otro extremo de la misma calle, a su salida a Puerta Cerrada, es un edificio también moderno, construido en el siglo pasado, durante los arzobispados de los señores infante D. Luis y Lorenzana, que no ofrece, por lo tanto, más recuerdos históricos que los de haber espirado en él los últimos arzobispos cardenales de Borbón, Inguanzo, Bonel y Orbe y Alameda (Fr. Cirilo).

Se ve, por lo dicho, que la expresada calle está compuesta exclusivamente de templos, palacios o casas principales de la nobleza madrileña, y que ha llegado hasta nosotros con su aspecto severo y sus pretensiones heráldicas, sin que ni una sola tienda de comercio, símbolo de la animación y movimiento de la moderna villa, haya venido todavía a interrumpir aquel grave continente de sus fachadas austeras y monótonas. Su inmediación a la casa de los Consejos y Tribunales superiores, su apartamiento del bullicio mercantil y cortesano, y la espaciosidad y clásica distribución de aquellos vetustos caserones, les hicieron muy propios para albergar, después de la nobleza del siglo XVII, a la alta magistratura del siguiente y el actual; y muchos nombres, célebres en aquélla, y señalados en los fastos de nuestro foro, figuraron en la calle del Sacramento, tales como los Macanazes, Rodas, Tovares, Campomanes y otros muchos, hasta los últimos gobernadores de Castilla, Martínez de Villela y Puig-Samper, que en ella vivieron y murieron.



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ArribaAbajo-V-

Desde Puerta Cerrada a Puerta de Guadalajara


El trozo comprendido entre dicha calle del Sacramento y la antigua de la Almudena, o sea Mayor, hasta las Platerías y Puerta de Guadalajara, aunque limitado su espacio, es sumamente interesante bajo el aspecto histórico. Verdadero centro del Madrid primitivo, siempre en la inclinación a Oriente, como las posteriores ampliaciones ya efectuadas, y probablemente como las que tendrán lugar después, la calle Real de la Almudena que partía desde la iglesia, o más bien desde el arco del mismo nombre, de que antes hicimos mención, era desde un principio, por su situación central, su piso ligeramente inclinado y su dirección oriental, la principal arteria de comunicación entre los barrios más opuestos de la antigua villa y sus arrabales; creciendo aún más en importancia a medida que, extendiéndose considerablemente el caserío por ambos lados, Norte y Sur, fue preciso prolongar aquélla, primero hasta la Puerta del Sol, y después hasta la de Alcalá.

Contrayéndonos por ahora a dicho trozo primero, o sea calle principal en la época a que nos referimos, en que estaba limitada la población, al medio de ella, por la antigua muralla, nos detendremos en el sitio en que, interrumpiendo ésta la continuidad de su fortísimo lienzo, daba al pueblo su entrada oriental por la suntuosa Puerta   —209→   de Guadalajara, en aquel punto mismo que hoy retiene su nombre; esto es, entre la embocadura de la Cava de San Miguel y la calle de Milaneses.

Puerta de Guadalajara.

El origen de esta puerta (la principal, sin duda, de la antigua villa) se atribuye, como de costumbre, por los unos, a los romanos; por los otros, a los godos; pero lo probable, sin duda, es que fuera, como las demás, obra morisca, y así parecen indicarlo su nombre y su misma forma, que, según la minuciosa descripción que de ella hace el maestro Juan López de Hoyos, que la alcanzó a ver (por no haber sido destruida hasta 1570), «tenía dos torres colaterales, fortísimas, de pedernal, aunque antiguamente tenía dos caballeros a los lados, inexpugnables. La puerta, pequeña, la cual hacía tres vueltas, como tan gran fortaleza. Estas se derribaron para ensanchar la puerta y desenfadar el paso, porque es de gran frecuencia y concurso. Estas torres o cubos hacen una agradable y vistosa puerta de veinte pies de hueco con su dupla proporción de alto, y en la vuelta que el arco de la bóveda hace, todo de sillería berroqueña fortísima, hace un tránsito de la una torre a la otra, con unas barandas y balaustres de la misma piedra, todas doradas. Sobre este arco se levanta otro arco de bóveda, que hace una hermosa y rica capilla, toda la cual estaba canteada de oro, y en ella un altar con una imagen de Nuestra Señora, con Jesucristo Nuestro Señor en los brazos, de todo relieve, o como el vulgo dice, de bulto, todo maravillosamente dorado y adornado con muchos brutescos. -Todavía continúa el maestro Hoyos su minuciosa descripción, expresando con toda escrupulosidad los remates y adornos de aquella suntuosa fábrica, que consistían en una multitud de chapiteles, barandas, pirámides y torrecillas, incomprensibles ciertamente a una mera descripción, y amenizado el todo con otras   —210→   imágenes, una del Santo Ángel de la Guarda (que es la misma que hoy se venera, a costa de los maceros de la Villa, en la ermita del paseo de Atocha), «cuatro colosos o gigantes de relieve, varias cruces, escudos de armas, y un reloj, que era una hermosa campana, que se oía a tres leguas en contorno». -Así la describe en sus últimos tiempos el referido maestro contemporáneo, y no hay motivo razonable para dudar de su veracidad72. Pero D. Diego de Colmenares, en su famosa Historia de Segovia, con motivo de encarecer la parte más o menos fabulosa atribuida a los segovianos en la conquista de Madrid, dice terminantemente que en memoria de haber entrado a Madrid por aquel lado, se mandaron colocar sobre dicha puerta las armas de Segovia, sostenidas por las estatuas de los dos caballeros D. Fernán García y don Díaz Sanz», todo en los términos que se ve en el grabado de dicha puerta que acompaña el mismo Colmenares y que ofrece una absoluta contradicción, en forma y accesorios, con la descrita por Hoyos; verdad es que, según Colmenares, existió ésta en dichos términos hasta 1542, en que se arruinó una parte de ella; aunque Quintana contradice abiertamente la existencia nunca de dichas armas y estatuas segovianas. Pero de todos modos, y bajo una u otra forma, es lo cierto que aquella ponderada fábrica desapareció en una noche del año 1580, en que, haciendo festejos la Villa por haber terminado el rey Felipe II la conquista de Portugal, fueron tantas las luminarias que en ella mandó poner el corregidor don Luis Gaytán, que se incendió del todo; lo cual, ciertamente, no depone en gran manera en pro de su pretendida fortaleza. Verdad es que dicha destrucción acaso no   —211→   fuese toda obra del incendio, sino que, habiéndose extendido ya tan considerablemente Madrid por aquel

Plazuela y parroquia de San Miguel.

Bajando a la izquierda de dicha puerta por la Cava de San Miguel, que ocupó luego el sitio del antiguo foso extramuros, y que, por su gran desnivel respecto a la inmediata altura, donde estaba la Plaza del Arrabal (hoy la Mayor), da lugar a que las accesorias de las casas nuevas de la misma hacia donde hoy está el arco y escalerilla de piedra, presenten una altura formidable y sean las únicas en Madrid que tienen ocho pisos, lo primero que se presenta es el solar irregular denominado Plazuela de San Miguel, convertido hoy en mercado de comestibles. Parte de este solar o plazuela estaba ocupado, desde principios del siglo XIV al menos, por la antigua iglesia parroquial de San Miguel de los Octoes, apellidada así por el nombre de una rica familia feligresa y bienhechora, de esta parroquia, y para diferenciarla de la otra, aun más antigua, de San Miguel de Sagra, que ya dijimos estuvo situada cerca del Alcázar.

El templo de la parroquia que ahora nos ocupa era moderno, del reinado de Felipe III, capaz y hermoso, contenía sepulcros notables73 y otros objetos   —212→   primorosos de arte, entre ellos, el precioso tabernáculo de piedras finas y bronces, trabajado en Roma, en precio de 6.000 ducados, a costa del cardenal D. Antonio Zapata de Cisneros, hijo del Conde de Barajas, madrileño insigne, que hizo presente de él a esta iglesia74.

Es el único objeto que pudo salvarse de ella en el horroroso fuego de la Plaza Mayor y calles contiguas, ocurrido en 16 de Agosto de 1790, y hoy se halla colocado en la iglesia de San Justo, a cuya parroquia se unió igualmente la feligresía y el título de la arruinada de San Miguel. Después del incendio, acabó ésta de ser demolida en tiempo de la dominación francesa, así como también la manzana de casas número 172, que desde dicha plazuela daba frente a las Platerías y formaba los dos callejones laterales de la Chamberga y de San Miguel; hoy sirve aquel solar de ingreso y parte del mercado, con una portada de ladrillo, construida hace pocos años para cubrir algún tanto el mal aspecto de los cajones a la parte de la calle Mayor, que ciertamente debieran suprimirse en   —213→   aquel sitio. -En esta manzana de edificios debió estar en el siglo XVI, la cárcel de Villa, pues el maestro Hoyos, en su obra del Recibimiento de la reina doña Ana, hace mención de que al llegar a este sitio, antes de las Platerías y de la plazuela del Salvador, «se oyeron los lamentos de los presos, que pedían gracia a los Reyes».

Casa del Conde de Barajas.

Detrás de esta plazuela, hacia Puerta Cerrada, se halla escondida otra en una rinconada que forma la irregularísima manzana 109, a cuyo frente está la casa principal de los Condes de Barajas, de la familia de los Zapatas, enlazada después con los Cárdenas y Mendozas, de quienes eran la mayor parte de las casas principales de aquel distrito. Ésta, que después estuvo ocupada por la Comisaría general de la Santa Cruzada, y luego por la Dirección de Ultramar, es hoy la principal de aquel mayorazgo, y en ella nacieron o habitaron muchos ilustres personajes de dichos apellidos. En ella también, según nuestras noticias, vivió, a principios del pasado siglo, el famoso Duque de Riperdá, ministro de Felipe V, cuya historia aventurera es tan conocida.

Convento de la Carbonera.

A espaldas de dicha casa, en la misma manzana, y dando frente a la otra retirada plazoleta denominada del Conde de Miranda, están las casas conocidas por las de los Salvajes, sin duda por alusión a dos figuras de piedra que hay a los lados del balcón principal; estas casas fueron también del mayorazgo fundado a mediados del siglo XV por D. Juan Zapata y Cárdenas, primer Conde de Barajas de Madrid. Forman escuadra y comunican por medio de un arco con la otra de la manzana 174, del dicho mayorazgo de Cárdenas, y de ambas es hoy poseedora la señora Condesa de Miranda y del Montijo75. Otro de los   —214→   frentes de dicha plazuela le forma la iglesia y convento de la de las monjas Jerónimas de Corpus Cristi, apellidado de la Carbonera, por una imagen de la Concepción que se venera en él, y fue extraída de una carbonera. Este convento fue fundado por la señora doña Beatriz Ramírez de Mendoza, condesa del Castellar, a principios del siglo XVII, en las casas propias del mayorazgo de los Ramírez de Madrid.

Las demás callejuelas que desde Puerta Cerrada y calle del Sacramento conducen a la calle de la Almudena y plazuela de la Villa, y llevan hoy los títulos de la Pasa, del Codo, de Puñonrostro, del Cordón (antes de los Azotados), del Rollo, del Duque de Nájera y Traviesa, no nos ofrecen cosa digna de llamar la atención, como tampoco el mezquino callejón que con el pomposo nombre de calle de Madrid corre a espaldas de las Casas Consistoriales.

Plazuela de la Villa.

Pero saliendo luego a la plazuela llamada de la Villa, y antes de San Salvador, nos encontramos ya en un sitio altamente interesante por su importancia y recuerdos históricos. Formada esta plazuela por los considerables   —215→   edificios del Ayuntamiento o Casas Consistoriales a Oriente, las de los Lujanes al opuesto lado, las accesorias de la del cardenal Cisneros en el fondo, y al frente la antiquísima parroquia del Salvador, que la daba nombre, fue largo tiempo considerada como la principal plaza de la villa, puesto que la Mayor actual caía del otro lado de la muralla, en el arrabal.

Casas Consistoriales.

El humilde origen de la villa de Madrid, y su limitada importancia hasta los siglos XV y XVI, es la causa de que no se encuentren en ella edificios públicos de consideración anteriores a dicha época, careciendo, bajo este punto de vista, del atractivo que, para el arqueólogo y para el poeta tienen otras muchas de nuestras ciudades, hoy de segundo orden, como Toledo, Valladolid, Burgos, Segovia, etc.

Aunque quedó establecida la corte en esta villa en 1561, el Ayuntamiento de Madrid, respetuoso observador de su sencilla costumbre, siguió celebrando sus reuniones en la pequeña Sala Capitular, situada encima del pórtico de la parroquia de San Salvador, según consta de muchos documentos, y entre otros, de unos acuerdos que hizo la villa para trocar ciertos terrenos, cuyo documento empieza así: «En la villa de Madrid, seis días del mes de Octubre, año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil y quinientos y tres años, estando ayuntado el Concejo de la dicha villa en la sala que es encima del portal de la iglesia de San Salvador de la dicha villa, según que lo han de uso y costumbre», etc.76.

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De otros documentos que hemos reconocido en el archivo de esta villa, consta que el lunes 19 de Agosto de 1619 celebró Madrid el primer Ayuntamiento en las casas que fueron de D. Juan de Acuña, presidente de Castilla, en la plazuela de San Salvador (hoy de la Villa); y aunque nada sabemos de la obra que en ellas se hizo con este motivo, si fue completa o parcial, ni el arquitecto que la dirigió, debemos suponer que fue en lo principal, según hoy se ve, consistiendo su edificio en un cuadro de bastante extensión, con dos pisos, bajo y principal, torres en los cuatro ángulos y dos puertas iguales por la parte de la plazuela, construidas, a lo quo parece, a fines del siglo XVI, con hojarascas, que acaso se lo añadirían después, como lo fue más adelante en el siglo pasado, bajo la dirección del arquitecto Villanueva, el espacioso balcón de columnas que da a la calle de la Almudena. -El interior de este edificio tampoco ofrece nada notable, ni por forma, ni por su decorado, y está muy lejos de responder a la importancia que debiera tener la casa comunal, el Hotel de Ville de la capital del reino. En sus salones, modestamente decorados, no hay que buscar primores de arte, ni objetos de interés histórico; el antiguo Concejo de Madrid y su Ayuntamiento durante tres siglos cuidaron poco de enriquecer su mansión con tales ornamentos, que creerían superfluos y pegadizos; ni siquiera una mala colección de retratos o de bustos de los monarcas de Castilla, desde los Católicos Isabel y Fernando, que enaltecieron y dispensaron tantas mercedes a   —217→   la villa de Madrid; ni siquiera una inscripción, ni una lápida, ni una imagen de ninguno de sus hijos célebres; ni un libro raro, ni una Memoria, curiosa de su historia antigua; ni nada, en fin, de lo que en otros pueblos de menos importancia ostentan con religiosa veneración sus casas comunales. ¡Y esto, en el pueblo que vio nacer a Carlos III y Fernando el VI, al gran Duque de Osuna y a Castaños, a Lope de Vega y a Tirso, a Quevedo y a Mondéjar, a Calderón y a Moreto, a Moratín y a Quintana! ¡En la patria adoptiva de Jiménez de Cisneros y de Jovellanos, de Hernán Cortés y de D. Juan de Austria, de Mariana y de Cervantes!...77

Casas de Luján.

Al lienzo frontero de las Casas Consistoriales están las antiguas, llamadas de los Lujanes, que pertenecieron a esta antigua familia madrileña en la rama que se llamaba del Arrabal, y continuó después en los Condes de Castroponce, para diferenciarla del tronco principal, que eran los de la Morería, que habitaban en las casas antes referidas de los Vargas, contiguas a la parroquia de San Andrés.

Fuente de la Villa.

Estas de la plazuela de San Salvador fueron anteriormente de Gonzalo de Ocaña, señor de la casa de los Ocañas, y regidor y guía de esta villa, y de su esposa doña Teresa de Alarcón, parienta muy cercana del capitán Hernando de Alarcón, el cual trajo a esta villa, y colocó en dicha casa, al rey Francisco I de Francia prisionero en la batalla de Pavía por el soldado Juan de Urbieta.- Aún se conserva, aunque muy deteriorado, el torreón en que fue guardado dicho Monarca durante poco tiempo, hasta ser trasladado al Alcázar, y la pequeña puerta lateral en forma de arco apuntado, que daba entrada a dicho torreón, fue tapiada, según se dice, desde entonces,   —218→   con este motivo78. -En medio de la plazuela se alzaba hasta hace pocos años una fuente pública, de la extravagante construcción que estaba en moda a principios del siglo pasado, y ha sido demolida en estos últimos años; debiendo, sin embargo, a nuestro entender, ser sustituida por un monumento público, y ninguno más oportuno que la estatua del triunfador de Pavía, que estuvo colocada anteriormente en el Retiro y en la plazuela de Santa Ana y en la actualidad (aunque de bronce y revestida con pesadas armaduras) se halla a cubierto de la intemperie en la galería de Escultura del Real Museo.

Parroquia de San Salvador.

Dando frente y hasta nombre a esta plazuela, se alzaba también en la calle Mayor, hasta 1842, en que fue derribada por ruinosa, la antiquísima iglesia parroquial de San Salvador, una de las primitivas de Madrid, y notable en su historia por más de un concepto, pues ya queda dicho que el Concejo de Madrid, por antigua costumbre, celebraba sus reuniones en la pequeña sala capitular, situada encima del pórtico de la iglesia, y hasta se afirma que en éste y la lonja formada delante de la iglesia se reunieron alguna vez dicho Concejo y aun las antiguas Cortes del Reino. La torre de la misma iglesia, apellidada la atalaya de la Villa, era bastante elevada, y así ella como las campanas y el reloj pertenecían a Madrid. En la pila   —219→   bautismal de esta parroquia se leía una inscripción moderna expresando haber sido bautizado en ella el papa San Dámaso, natural de Madrid79.

En las bóvedas de esta parroquia estuvieron enterrados el gran poeta D. Pedro Calderón de la Barca; trasladado, antes del derribo de aquella iglesia, al cementerio de, San Nicolás, extramuros de la puerta de Atocha80; el célebre magistrado Conde de Campomanes, el Duque de Arcos, D. Antonio Ponce de León y otras personas notables; hoy la ha sustituido una casa particular, así como a las solares de la ilustre familia madrileña del apellido de Gato (que estaban contiguas a dicha torre de San Salvador), familia rica en sujetos notables por su travesura y su valor, con alusión a los cuales quieren derivar el origen del proverbio de llamar a los madrileños despiertos Gatos de Madrid. (Véase el Apéndice).

Calle Mayor.

Casa del Parque.

Monjas de Constantinopla.

En el trozo bajo de calle desde San Salvador apenas se encuentra edificio alguno que merezca parar la atención por su antigüedad o importancia, a excepción del ya   —220→   citado de las Casas Consistoriales, cuya fachada Septentrional da a dicho trozo de calle. La inmediata, que forma independiente la manzana 184, perteneció antes a los Marqueses de Cañeto y luego a los de Camarasa, hasta que la adquirió últimamente el Estado para colocar en ella el Gobierno civil de la provincia, aunque, según nuestra opinión, esta autoridad estaría más dignamente colocada en el edificio de la Plaza Mayor conocido por la Real Panadería, y en varias ocasiones he propuesto al Ayuntamiento que solicitase este cambio entre ambos edificios. -Por último, la casa que da frente al balcón grande de la del Ayuntamiento y hace esquina a la del Luzón (antes de San Salvador) era, acaso, la más antigua de toda la calle Mayor, y perteneció también a la familia de Acuña, y después a los Duques de Alburquerque y del Parque. En ella vivió, a mediados del siglo XVII, el virrey de Sicilia que llevó el primero de aquellos títulos, y en la misma falleció su ayudante o capitán de armas, el distinguido poeta cómico D. Agustín de Salazar y Torres81. -Contiguo a esta casa, y formando parte de la misma manzana, se alzaba hasta 1840, en que fue derribado, el convento e iglesia de monjas franciscas, apellidado vulgarmente de Constantinopla por una imagen de la Virgen traída de aquella ciudad, que se veneraba en su altar mayor. Hoy, en vez de aquel edificio, se ha roto una calle, denominada, a propuesta mía de CALDERÓN DE LA BARCA; se han construido varias casas particulares, así como sobre el sitio   —221→   que ocuparon más abajo las antiguas del mayorazgo de Ramírez de Vargas, que llevan los Condes de Bornos y tenían su entrada por San Nicolás, se ven hoy las nuevas de Pulgar.

Las Platerías.

El otro trozo de calle Mayor, conocido por las Platerías, estuvo desde un principio formado de casas de comercio en reducidos solares y con tres o cuatro pisos de elevación. Las tiendas (que estuvieron hasta poco ha en gran parte ocupadas por las escribanías de número) lo eran en los siglos XVI y XVII por los ricos artífices y mercaderes plateros de Madrid, que ostentaban su floreciente comercio y aventajada industria en ocasiones tales como en las entradas de las reinas D.ª Margarita, esposa de Felipe III, en 1599, y D.ª Mariana de Austria, esposa de Felipe IV, en 1649; haciendo alarde, en sendos aparadores colocados al frente de sus comercios, de una cantidad prodigiosa de alhajas de oro y plata, hasta en valor de dos, tres y más millones de ducados, según se lee en las prolijas relaciones de aquellos festejos.

Casa en que nació Lope de Vega.

En una de las casas más contiguas a la puerta misma de Guadalajara (la señalada con los números 7 y 8 antiguos y 82 moderno de la manzana 415) nació, en 25 de Noviembre de 1562, hijo de Félix de Vega y Francisca Fernández, personas de conocida nobleza en esta villa, el Fénix de los ingenios, Lope de Vega Carpio. La casa actual es moderna y está reunida con otros sitios que pertenecieron a Gaspar Rodríguez Cortés y Francisco López, y a los herederos de Jerónimo de Soto, con accesorias al callejón sin salida de la costanilla de Santiago, formando una superficie de 3.340 pies; fue después de las memorias que fundó D. Pedro de Uribe y Salazar, y hoy es propiedad particular. Designamos esta casa como la que ocupa el lugar del nacimiento de Lope, porque todos los biógrafos dicen que nació en la Puerta de Guadalajara y casas   —222→   de Jerónimo Soto; y habiendo reconocido 108 registros de todas las de aquellas inmediaciones, sólo hallamos en ésta la circunstancia de haber pertenecido a herederos de dicho Jerónimo Soto. Contra esta deducción nuestra pudiera oponerse un párrafo de una carta autógrafa de Lope que posee el Sr. D. Agustín Durán y que dice: «Yo nací pared por medio del sitio en que Carlos V puso a la Francia a sus pies». Lo cual indicaría que fue en la manzana de enfrente y a la esquina de la plazuela donde están las casas de Luján; pero ninguna de las de estas manzanas perteneció a Jerónimo de Soto; y sospechamos que la expresión pared por medio, que usa Lope, es una locución poética para expresar su proximidad a la torre de los Lujanes82.

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Casa de Calderón.

Por una coincidencia singular (que no ha sido hasta ahora notada por nadie), en otra casa casi enfrente de aquélla, en la acera opuesta (la señalada con el número 4 antiguo y 95 moderno de la manzana 173), murió, en 25 de Mayo de 1681, el otro no menos célebre poeta madrileño D. Pedro Calderón de la Barca. Dicha casa, que poseyó en vida el mismo Calderón, como perteneciente al patronato real de legos que en la capilla de San José de la parroquia de San Salvador fundó D.ª Inés Riaño y fue de Andrés de Henao, sus ascendientes maternos, existe todavía, probablemente con la misma distribución interior que en tiempo en que la habitó el gran poeta en su piso principal (único entonces), ofreciendo no escaso motivo de admiración en su misma modesta exigüidad, reducida toda ella a una superficie de 849 pies con 17 y medio de fachada, y un solo balcón en cada piso a la calle Mayor; y al contemplar al grande ingenio de la corte de Felipe IV, al octogenario capellán de honor, al noble caballero del hábito de Santiago, ídolo de la corte y de la villa, subir los elevados peldaños de aquella estrecha escalera, y cobijarse en el reducido espacio de aquella mezquina habitación, donde exhaló el último suspiro, no puede prescindirse de un sentimiento profundo de admiración y de respeto hacia tanta modestia en aquel genio inmortal, que desde tan humilde morada lanzaba los rayos de su inteligencia sobre el mundo civilizado.

MANTUAE URBE NATUS, MUNDI ORBE NOTUS83.



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ArribaAbajo-VI-

Desde la Puerta de Guadalajara a la Puerta de Balnadú y al Alcázar


El último trozo de los en que hemos subdividido nuestro paseo mental por el morisco Madrid estaba comprendido dentro del lienzo de muralla que, partiendo de la puerta de Guadalajara en dirección al Norte, penetraba cerca   —225→   de la actual calle de Milaneses, y más adelante por el sitio que ocupan las casas entre las calles del Espejo y la del Mesón de Paños y los Tintes (hoy de la Escalinata)84, a salir sobre las fuentes o Caños del Peral o de Peraylo, y revolviendo después al Occidente, abría la última entrada por la puerta llamada de Balnadú, cerca de donde después estuvo la calle y casa del Tesoro, que ya no existen, hasta cerrar, en fin, con el ángulo meridional del Alcázar.

De todo el caserío contenido en este recinto, no sólo en tiempos remotos, sino aun de las construcciones posteriores de los siglos XVI y XVII, apenas queda ya uno u otro edificio, habiéndose renovado completamente en nuestros días, y desaparecido hasta las memorias que formaban las páginas de su historia. Procuraremos, sin embargo, traer a nuestro recuerdo aquellas que aún hayamos podido reunir.

Casa de la beata Mariana.

Sobre las ruinas, sin duda, de la muralla, y como a la embocadura de la calle del Espejo, dando frente a la calle de Milaneses, existe aún, aunque renovada, la casa número 4 antiguo y 2 nuevo, en que nació, en 8 de Diciembre de 1664, la beata Mariana de Jesús, célebre por su santidad y virtudes, hija de Luis Navarro, pellejero   —226→   andante en corte, que vivía en dicha casa85. Esta humilde sierva de Dios murió en 17 de Abril de 1624, en una casilla aislada que ha existido hasta hace pocos años convertida en capilla, y fue construida para ella inmediata al convento de Santa Bárbara; mereciendo ser beatificada por la santidad de Pío VI en 1783, y hoy se conserva su cuerpo incorrupto en la iglesia de monjas de D. Juan de Alarcón, calle de Valverde.

Calle de Santiago.

Parroquia de Santiago.

La calle de Santiago, que va a Palacio, compuesta, hasta bien entrado el siglo actual, de un antiquísimo, elevado y apiñado caserío, se ha renovado por completo, quedando sólo del antiguo, a la entrada de dicha calle por la de Milaneses, una casa grande, que creemos fue de los Victorias, familia muy estimada de Madrid; y hasta la primitiva iglesia parroquial de Santiago Apóstol (cuyo origen pretenden los historiadores remontar a los tiempos de la monarquía goda), y que por lo menos existía ya desde el siglo XII, inmediato a la conquista de la villa, arruinada a impulsos de los tiempos, en el actual siglo fue reedificada de nueva planta en 1811, bajo los planos del arquitecto don Juan Antonio Cuervo.

Convento de Santa Clara.

Casas de Álvarez de Toledo y otras.

Por la misma época desapareció también el inmediato convento de monjas franciscanas de Santa Clara, fundado en 1460 por doña Catalina Núñez, viuda de Alonso Álvarez de Toledo, tesorero del rey D. Enrique IV, que tenía sus casas contiguas y con tribuna a ambas iglesias de Santa Clara y Santiago, y formaba con la misma parroquia la manzana 429, en el sitio en que hoy está la casa de baños de la Estrella86. Hoy no existen tampoco   —227→   dichas casas de Álvarez de Toledo, señor de Villafranca, que debieron ser tan extensas, como que en ocasiones sirvieron de alojamiento a los reyes D. Juan II y D. Enrique IV. En 1435 vivió en ellas el famoso condestable y maestre de la orden de Santiago D. Álvaro de Luna, y en las mismas nació su hijo D. Juan, conde de Santisteban y de Alburquerque y señor del Infantado, siendo sus padrinos el Rey y la Reina, que regalaron a la parida, doña Juana de Pimentel, mujer del Condestable, un rubí de valor de mil doblas, e hicieron celebrar grandes festejos con este motivo. Estas casas pertenecieron después a los Condes de Lemus, hasta que fueron derribadas por los franceses, como otras varias contiguas de la antigua nobleza castellana, tales como la del Marqués de Auñón, de los Herreras, las de los Riberas, Pimenteles, Noblejas, y otras, que formaban de distinta manera las manzanas 420 y contiguas, entre dicha calle de Santiago, la del Espejo, los Caños del Peral y pretil de Palacio, según expresamos anteriormente.

En este terreno, y por donde ahora van las nuevas manzanas de casas que han sustituido a aquéllas, y se forman las calles alineadas y regulares de la Amnistía, la Unión, la Independencia, Santa Clara, Vergara, Velázquez87, Ramales, el Lazo y Lemus, corrían otras, informes, estrechas y costaneras, tituladas plazuela de   —228→   Garay, Quebrantapiernas, del Gallo, del Recodo, de Santa Catalina, del Carnero, del Buey, de la Parra, plazuela y calles de Santa Clara, de Rebeque, de Noblejas y de Juan, en donde estaban todas aquellas casas principales de las familias ya citadas, construcción las más de ellas de los siglos XV y XVI; y que, si no gran mérito artístico, tenían, por lo menos, el recuerdo histórico de los personajes que las habitaron.

Todas ellas, repetimos, hasta el número de cincuenta o sesenta edificios, desaparecieron por consecuencia de los planes de reforma que para las avenidas del Real Palacio ideó el intruso rey José Bonaparte en los primeros años del siglo actual.

Parroquia de San Juan.

Con ellas cayó, además de las ya dichas iglesias de Santiago y Santa Clara, lo que es más sensible, la inmemorial parroquia de San Juan, que formaba la manzana 430, al desembocar de las calles de Santiago y de la Cruzada, y era tan antigua, que los autores matritenses la suponen fabricada en tiempo de los emperadores romanos, y fue consagrada a mediados del siglo XIII. A esta parroquia estaba agregada desde 1606 la de San Gil el Real y San Miguel de Sagra, contiguas a Palacio, que estaban en el convento de franciscos descalzos de San Gil, que también sucumbió en la demolición general. En la bóveda de dicha parroquia de San Juan fue sepultado el insigne pintor de cámara D. Diego Velázquez de Silva y en nuestros tiempos se han hecho, aunque sin fruto, a costa de los apasionados de aquel gran artista, algunas excavaciones, para tropezar con dicha bóveda, que encierra sus restos. La feligresía de esta parroquia se incorporó a la de Santiago, que hoy se titula de Santiago y San Juan.

Calle y casas de Luzón.

Algo más conservado, aunque con notables y recientes modificaciones, existe el otro trozo de caserío, entre las   —229→   calles de Santiago y Mayor, formando las tituladas de Luzón (antes de San Salvador), de la Cruzada, del Biombo, de San Nicolás, del Viento y de los Autores, hasta salir a donde estuvo el antiguo pretil de Palacio. En la primera de ellas existe, señalada con el número 4 nuevo, la antigua Casa solar de los Luzones de Madrid, de cuyo ilustre apellido ya se hace mención en tiempos de Juan II, de quien fue tesorero y maestresala Pedro Luzón, alcaide de los alcázares de esta villa, y su alguacil mayor, y cuyos sucesores vienen figurando siglos después en la historia de esta villa, siendo todos sepultados en la capilla propia que tenían en el antiguo convento de San Francisco. Después, creemos que a principios del siglo XVII, pasó esta casa y apellido a incorporarse a la del Conde del Montijo, y posteriormente a la de Aranda, donde su ilustre poseedor, el famoso ministro de Carlos III y IV, hizo colocar una fábrica de loza.

Casas de los Lodeñas y otras.

Formando la esquina de dicha calle, frente a la iglesia de Santiago, existe otra casa notable, que fue de la ilustre familia de los Lodeñas88, y labró de nuevo, a principios del siglo XVII, D. Sancho de la Cerda, marqués de la Laguna, cuyos escudos de armas se ven en la fachada, y a la esquina de ella se alza una torrecilla como las que solían tener todas estas casas principales de la nobleza madrileña, y un ancho zaguán de dos puertas. La inmediata, que forma con ella la manzana 428 y tiene su entrada por la calle de la Cruzada con vuelta a la de Santiago, perteneció a la familia de los Guzmanes.

Casas de Herrera y de la Cruzada.

La familia de los Herreras, fundada en Madrid por Alonso Gómez de Herrera, a principios del siglo XV, y en que su nieto D. Melchor tuvo el título de primer   —230→   marqués de Auñón, regidor y alférez de Madrid en 1583, poseía varias otras casas en esta demarcación y capilla propia en esta parroquia; las principales de aquéllas eran las que estaban a la esquina, frente a la iglesia de San Juan, por la puerta que miraba a Palacio, y otras en la plazuela de Santiago y detrás de Santa Clara; ninguna de ellas existe, y sí sólo las de enfrente, que fueron de Pedro de Herrera el Viejo, del Marqués de Auñón y Conde de Olivares, que reedificó después el consejo de la Santa Cruzada, para establecerse en ella, y hoy poseen los Condes de Campo Alange, por el mayorazgo de Negrete. Dichas casas son suntuosas y de buena fábrica, con frentes a la calle de la Cruzada y de San Nicolás.

Casas de La Canal y de Cabrera.

En la misma calle de Luzón, y frente a la casa del propio apellido, existe todavía otra casa que, según Quintana, fue del regidor Velázquez de La Canal, en que solía vivir el canciller de Aragón, y recayó después en los marqueses de Villatoya. También fue de la misma familia de La Canal y de la de Cabrera y Bobadilla, de los Condes de Chinchón, y luego del Marqués de Tolosa, el desmantelado e inmenso caserón de la manzana 436, que da a las calles de San Nicolás y del Factor, y sirvió en nuestros días de cuartel de veteranos89.

El Biombo.

Parroquia de San Nicolás.

Entre dichas calles de San Nicolás y la de Luzón, y a las accesorias del demolido convento de Constantinopla, se formaban unos recodos y callejuelas estrambóticas, propiamente apellidadas el Biombo, que se han regularizado en parte con el derribo de dicho convento, en cuyo solar, además de las casas construidas recientemente, se han abierto las calles tituladas, también a propuesta   —231→   nuestra, de Calderón de la Barca y de Juan de Herrera. -La manzana 426 la ocupa la antiquísima y mezquina parroquia de San Nicolás, a que en el día está incorporada también la feligresía de la demolida de San Salvador. En esta iglesia fue bautizado el famoso poeta y guerrero don Alonso de Ercilla90, y en su bóveda estuvo sepultado el célebre arquitecto del Escorial Juan de Herrera.

Calle y casa del Tesoro.

Por la parte baja del pretil de Palacio y convento de San Gil, y próximamente al sitio por donde ahora corre la calle de Requena, lo hacía anteriormente la calle del Tesoro, donde estaba la casa del Tesoro, después Biblioteca Real, siguiendo la dirección de la antigua muralla hasta el ángulo del Alcázar. Cerca de esta casa se abría la puerta de Balnadú, quedando a la parte de fuera la huerta o Jardín de la Priora (que ocupaba casi todo el espacio que hoy los paseos y jardines de la plaza de Oriente), los Caños y lavaderos del Peral y la cava o foso del Alcázar.

Puerta de Balnadú.

Esta puerta de Balnadú, como hemos dicho, interrumpía por última vez los lienzos de la muralla, y era igualmente del tiempo de los árabes, fuerte, estrecha y con revueltas; miraba al Norte, dando frente lejano a la   —232→   cuesta de Santo Domingo, y debió desaparecer cuando la muralla y ampliación de Madrid por aquel lado, hacia los siglos XIV o XV, pues aunque en la obra del señor Ceán se lee que fue derribada en 1787, es evidente que hay una errata de tres siglos lo menos. Sobre la etimología del nombre de dicha puerta también han entablado las obligadas controversias los analistas madrileños, suponiéndole los más impertérritos defensores del origen romano, derivado de las dos palabras latinas balnea-duo, «que indica claramente que por allí se salía a los baños», y los del origen árabe, de las palabras de este idioma bal-al-nadur, que traducen puerta de las atalayas, o del Diablo, o de la frontera del enemigo.

Queda recorrido el recinto interior de Madrid, que debemos llamar primitivo, y dentro del cual hemos visto que no queda ya una sola piedra sobre piedra, no diremos de la época fabulosa de la pretendida Mantua griega, Ursaria y Majoritum de los romanos y los godos, pero ni aún del histórico Magerit de los musulmanes. Alcázares, castillos, mezquitas, baños, palacios, casas y calles, hasta la misma fortísima muralla que encerraba y defendía todos aquellos objetos, y fue conquistada a fuerza de armas a fines del siglo XI por las huestes vencedoras del monarca castellano D. Alfonso el VI; todo, absolutamente todo, desapareció en el trascurso de casi ocho centurias, sin dejar más que los nombres de algunos sitios, edificios y puertas, que recuerdan la larga dominación de los sectarios de la media luna.

Aun las construcciones que sucedieron a aquellas ruinas, en los siglos inmediatos a la conquista cedieron también a la segur del tiempo o de las dominaciones modernas, y ya hemos señalado los rarísimos edificios que todavía se conservan anteriores al siglo XVI. Baste decir que de las diez iglesias parroquiales intramuros que cita   —233→   Gonzalo Fernández de Oviedo, a principios del dicho91, y de que se hace ya referencia en el fuero de Madrid en el XIII sólo existen ya, como hemos visto, con edificio antiguo, aunque considerablemente renovado, las tres, San Pedro, San Andrés y San Nicolás. Las de Santiago y San Justo tienen templos modernos, y las de San Miguel, de San Juan, San Gil y San Salvador perdieron sus templos y hasta su parroquialidad. En cuanto a las tres de San Martín, San Ginés y Santa Cruz, fundadas en el arrabal extramuros, y de este mismo arrabal, que fue formándose después de la conquista, hasta constituir una nueva y más importante población que la primitiva, nos ocuparemos en los paseos siguientes.