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ArribaAbajoSegunda ampliación. Los arrabales

Siglo XIII


Dijimos en la Introducción o Reseña histórica que precede a estos paseos, que los historiadores de Madrid que escribieron a principios del siglo XVII afirman terminantemente la existencia de sus arrabales desde el tiempo de la dominación de los moros. Efectivamente, y con motivo de la acometida que hizo a esta villa, en principios del siglo X, el rey D. Ramiro de León, dicen que éstos fortificaron y reedificaron sus murallas y ampliaron sus arrabales para que viviesen los cristianos que quedaron en ella; y tratando en otro sitio de la fundación del monasterio de monjes benitos de San Martín y de la iglesia parroquial de San Ginés, no dudan en asegurar que fueron templos muzárabes, anteriores a la conquista de la villa por los cristianos, y a donde éstos acudían a celebrar su culto y oraciones. De todo esto, lo único que puede asegurarse documentalmente es la existencia en el siglo XIII de un arrabal extramuros de Madrid e inmediato al monasterio de San Martín (Vicus Sancti Martini), fundado, a lo que parece, por el mismo Alfonso VI en los primeros años inmediatos a la conquista.

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Poco importa averiguar si este vicus era o no una población independiente de Madrid y propia sólo del dicho monasterio de San Martín como las aldeas de Valnegral, Villanueva del Jarama y otras (hoy desconocidas), de que se hace mención en el privilegio concedido a aquel monasterio por el rey D. Alfonso el VI, y confirmado por el VII, el año de Cristo de 1126, para poblar el barrio de San Martín, en los términos expresivos que trascribimos ya de dicho privilegio. Pero no puede menos de convenirse en que esta carta de población fue, sin duda alguna, el fundamento u origen material de la extensión de Madrid por aquel lado, como puede comprobarse aún por los títulos originales de las casas de dicha barriada, en que se descubre dicho origen, por la imposición de censos sobre los solares a favor de dicho monasterio de San Martín; cuya parroquia, una de las primitivas de Madrid, llegó por esta razón a extender su distrito jurisdiccional hasta los límites de la nueva villa.

Por otro lado, y simultáneamente con el barrio o arrabal extramuros de San Martín, se había ido formando al otro lado del Arenal de San Ginés, y en dirección a Oriente, el arrabal principal de Madrid, en la considerable extensión que mediaba entre la puerta de Guadalajara, la del Sol y la plazuela de Antón Martín, término entonces de la calle de Atocha. -Este numeroso caserío se prolongaba luego a Mediodía en otro trozo considerable, desde la calle de Atocha y plaza Mayor hasta la esquina de la calle de Toledo y plazuela de la Cebada. Estos dos trozos más importantes del nuevo caserío extramuros fueron los que por espacio de tres o cuatro siglos (hasta mediados del XVI, en que se trasladó la corte a esta villa) vienen designados por antonomasia, en los documentos y en el lenguaje vulgar de la época, con el nombre de El Arrabal, añadiéndose únicamente en algunos de aquellos   —236→   las palabras de a San Ginés, a Santa Cruz o San Millán, según la inmediación respectiva a aquellas iglesias. En cuanto al de San Martín, al Norte, dividido, como lo estaba materialmente por los barrancos y terreno arenoso que mediaba entre las fuentes o los Caños del Peral y la Puerta del Sol, venía a formar una barriada completamente separada de la central; hasta que unos y otros fueron comprendidos dentro de la nueva cerca, verificada, según se cree, en el siglo XIII, y que constituyó la segunda ampliación de Madrid.

Esta cerca (de la que no queda vestigio alguno más que los nombres de las puertas y entradas que la interrumpían) debió ser, sin duda, una sencilla tapia, que no impidió ni contuvo el progreso ulterior del caserío; y a juzgar por las relaciones poco precisas de los historiadores matritenses, y por el planito que publicó Álvarez Baena en su Compendio de las grandezas de Madrid, arrancaba por detrás del Alcázar, subiendo hasta lo alto de la colina donde hoy es plazuela de Santo Domingo; allí abría una entrada o puerta con este nombre, mirando al Norte, y como al frente de la futura calle Ancha de San Bernardo; y continuaba luego por entre las calles hoy de Jacometrezo y los Preciados, hasta frente al monasterio de San Martín, donde abría otro postigo al arranque de la calle que, aún hoy, retiene este nombre; descendía luego recta, por encima de la cava del Carmen, hasta salir al sitio conocido después por la Puerta del Sol, donde efectivamente se abrió ésta, dando frente a los olivares y camino de Alcalá. -Aquí se prolongaba en dirección a Oriente hasta cerca de los Italianos, abarcando el sitio, que después se llamó Carrera de San Jerónimo; y revolviendo allí en escuadra, iba a buscar la recta de la plazuela de Antón Martín, donde se abrió otra puerta, titulada de Vallecas. Por último, torcía luego al Occidente, por   —237→   donde hoy las calles de la Magdalena y Duque de Alba, y salía a la ermita (después parroquia) de San Millán, donde se abrió otro postigo, yendo a terminar e incorporarse con la antigua muralla en Puerta de Moros. -Tal fue, en conjunto, el nuevo recinto de Madrid, producido por la segunda ampliación e incorporación de sus arrabales a la parte principal, antigua y murada. -Para recorrerle por este mismo orden, daremos el primer lugar en nuestros paseos al arrabal de San Martín, comprendido, como queda dicho, entre la cuesta y plazuela de Santo Domingo, el postigo de San Martín y la Puerta del Sol, hasta el Arenal de San Ginés.


ArribaAbajo -VII-

El arrabal de San Martín


El objeto más notable que nos sale al paso y afecta a la imaginación de este antiguo distrito, y uno también de los dos primeros que presidieron, puede decirse, a su formación, es el Real monasterio de monjas de Santo Domingo, situado al pie de la cuesta del mismo nombre, monumento venerable y de la más alta importancia en la historia religiosa, política y artística de Madrid.

Santo Domingo el Real.

Dicen los coronistas matritenses que el Patriarca Santo Domingo de Guzmán, que se hallaba en Francia en 1217 haciendo la guerra a los albigenses envió a Madrid algunos religiosos, bajo la dirección de otro del mismo nombre, para que hiciesen fundaciones; los cuales obtuvieron del concejo de Madrid, con aquel objeto, un sitio extramuros de la villa, cerca de la puerta de Balnadú y,   —238→   considerables limosnas y donaciones de los piadosos vecinos de Madrid, y, en su consecuencia, dieron principio a la fundación del convento; pero habiendo venido a Madrid al año siguiente el mismo Santo Domingo, y pareciéndole poco conveniente que sus frailes tuviesen tanta hacienda y rentas, determinó establecer en la indicada casa un monasterio de monjas, y trasladar a otro sitio a los religiosos, como así lo verificó, recogiendo un número de doncellas, a quienes vistió el mismo Santo el hábito y dio la profesión, y dejando enteramente a beneficio de ellas todos los bienes que ya poseía el monasterio. Continuaron las monjas su construcción, que estuvo concluida en breve tiempo, y aún se guarda en este convento la carta original de Santo Domingo, dirigida a las mismas, en contestación al aviso que le dirigieron de estar concluida la obra. Desde entonces los monarcas, los magnates, el concejo y los vecinos de Madrid manifestaron su devoción y simpatía hacia aquella santa casa, dotándola de privilegios especialísimos y cuantiosas donaciones, entre las cuales es notable la que les hizo el santo rey D. Fernando III, de la extendida huerta, que llegaba hasta las inmediaciones del Alcázar y se llamaba de la Reina, y después de la Priora.

En esta casa vivieron y profesaron algunas personas de sangre Real, y en ella yacían los restos del rey D. Pedro de Castilla, los de su hijo el infante D. Juan, y su nieta doña Constanza, priora que fue del mismo convento; y también estuvieron los del desgraciado príncipe D. Carlos, hijo de Felipe II, antes de ser trasladados al Escorial; eran objetos del mayor interés histórico y artístico dichos sepulcros, hoy destruidos, a excepción del de la priora doña Constanza y la estatua mutilada del rey D. Pedro, que se conservan. También existió hasta pocos años ha el elegante coro, obra del insigne Juan de Herrera, la espaciosa   —239→   iglesia de dos naves, sus buenos cuadros y la antiquísima pila en que fue bautizado Santo Domingo de Guzmán, que se halla metida en otra de plata, y sirve para bautizar a las personas Reales, a cuyo efecto es conducida, en las ocasiones, a la capilla Real. -Antiguamente, la portada de la iglesia formaba rinconada mirando a Palacio, pero hace muchos años fue cubierta esta portada y fachada del convento con unas casas, y la entrada a la iglesia era lateral, formada por un pórtico, que fue reconstruido a fines del siglo pasado. En el portal de dichas casas contiguas y en el de la portería del convento se veían hasta hace pocos años dos lápidas muy antiguas, y que debieron estar en otro sitio anteriormente, en las que se leían las palabras que, según la tradición, pronunció al morir el clérigo asesinado por el rey D. Pedro, y aparecido al mismo en las sombras de la noche, al pasar por delante de este convento. En esta santa casa fueron recogidas por las religiosas las principales señoras de la villa durante los encarnizados disturbios ocasionados por la guerra de las Comunidades, cuyos partidarios pegaron fuego al convento, que estuvo a punto de desaparecen. -En los claustros de este convento fue donde D. Lope Barrientos, obispo de Cuenca y fraile de Santo Domingo, quemó, de orden del rey D. Juan el II, todos los libros o escritos del famoso D. Enrique de Villena, maestre de Calatrava, que falleció en Madrid por entonces; varón eminente en ciencias y en literatura, y a quien la opinión vulgar tenía por mágico y hechicero, aunque es de presumir que fuera en razón de que se adelantó a su siglo en grandes conocimientos científicos. Hay quien cree que no todas las obras de este ilustre varón perecieron en el incendio; pero a nosotros no ha llegado más que una poco importante, titulada El Arte cisoria o del cuchillo. De todos modos, el proceder de D. Lope Barrientos ha merecido la condenación de todos los   —240→   amantes de la ciencia, y, en su tiempo mismo, le lamentó muy amargamente el insigne Juan de Mena, haciendo el elogio más cumplido del ilustre astrónomo, filósofo y poeta92.

Otros muchos recuerdos históricos, religiosos y artísticos, pudiéramos añadir a este notabilísimo monasterio; pero preferimos remitir al lector a la interesante Memoria histórica y descriptiva que de él publicó en 1850, D. J. M. de Eguren93.

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Convento de los Ángeles.

Contiguo a este monasterio, en la misma manzana 404, se hallaba el otro de religiosas franciscas de Santa María de los de los Ángeles; y tanto lo estaba, que con motivo de un grande incendio, ocurrido en 1617, se salvaron en el de Santo Domingo las religiosas de aquél con sólo romper una tapia medianera. Dicho convento y su iglesia, que habían sido fundados en 1564 por D.ª Leonor de Mascareñas, que vino a Castilla con la emperatriz D.ª Isabel y fue aya del rey D. Felipe II y del príncipe D. Carlos, era poco notable en su forma artística. En él se aposentó la Santa Madre Teresa de Jesús en alguna de las ocasiones en que permaneció en esta villa, según expresa ella misma, y en otras en el monasterio de las Descalzas Reales. Este convento de los Ángeles fue demolido hacia 1838, alzándose hoy en su solar y en el de la inmediata huerta de Santo Domingo varias casas particulares.

Enfrente del convento de Santo Domingo el Real, y en la cuesta del mismo título, existían hasta poco ha varias casas principales de alguna importancia histórica; las primeras, con el número 1 antiguo y 7 moderno, fueron propias del mayorazgo que fundó el contador Francisco Garnica a fines del siglo XVI, y posee hoy el Sr. Duque de Granada, vizconde de Zolina. Una parte de dichas casas (donde se alzaba un torreón en que, según tradición, no sabemos hasta qué punto fundada, estuvo también preso algún tiempo el famoso secretario de Felipe II, Antonio Pérez) ha sido derribada y reconstruida de nueva planta en estos últimos años.

Casa de Garnica y de Oropesa.

En la contigua vivió el famoso cardenal Portocarrero94, arzobispo de Toledo, que tanta influencia tuvo en la política del Gabinete español en el último reinado de los monarcas austriacos, y a quien se atribuye el   —242→   famoso testamento de Carlos II, que llamó al trono español a la familia de los Borbones; fue hijo del Conde de Palma, y murió en Roma en 1730. -La otra es la señalada con el número 1 antiguo y 2 moderno, con su entrada por la antigua calle de la Puebla (hoy del Fomento), y que hoy poseen y habitan los Sres. Duques de Frías, como Marqueses de Villena y Condes de Oropesa. En la inmediata ya citada, y que hoy se está derribando, vivía el de este último título, Presidente de Castilla y ministro en tiempos del mismo monarca Carlos II, y fue asaltada y saqueada por el populacho en la famosa asonada de 1699, conocida por el motín del pan, que ocasionó la caída de aquel magnate.

A espaldas de dicho monasterio de Santo Domingo, entre él y el de San Martín, se forman varias callejuelas y plazoletas, algunas suprimidas hoy, otras regularizadas y ensanchadas con las nuevas construcciones; si bien por la mayor parte conservan sus antiguos nombres de Bajada de los Angeles, plazuela de los Trujillos, calle de las Conchas, de la Sartén, de las Veneras, de la Ternera, del Postigo, de la Bodega de San Martín, de la Flora y plazuela de Navalón.

Plazuela de Santa Catalina de los Donados.

Casa de Barrionuevo.

Poco es lo que ofrecen de notable estas escondidas calles; sin embargo, alguna cosa queda todavía del antiguo caserío, por ejemplo, de las tres o cuatro casas que forman la plazoleta de Santa Catalina de los Donados, la señalada con el número 1 nuevo, que tiene su entrada por dicha plazuela y costanilla de los Ángeles, con vuelta también a la calle de la Priora y de los Caños, es la que fundó y en que vivió el famoso licenciado D. García de Barrionuevo y Peralta, del consejo del Emperador y tronco de la familia de los Barrionuevos, tan considerada en esta villa, así como él lo fue por su extrema grandeza, liberalidad y virtudes; llevó el título de primer   —243→   Marqués de Cusano, y aún hoy la poseen sus descendientes en este título; fundó para sus hijos otros mayorazgos, labrando para ellos, no sólo estas casas, sino otras dos de que más adelante haremos mención; instituyó varias memorias y obras pías en la capilla propia de su apellido, en la parroquia de San Ginés, donde yace sepultado.

Los Donados.

Enfrente de esta casa, en la misma plazuela y calle de Santa Catalina, están las otras, que fueron de Pedro Fernández Lorca, secretario y tesorero de los reyes D. Juan el II y D. Enrique IV, y convertidas por él, en 1460, en albergue u hospicio para doce hombres honrados, a quienes la demasiada edad quitó la fuerza para ganar el sustento; vestían unas becas o caperuzas de paño pardo, y llamáronlos los donados; pero en el día creemos que no existan ya en comunidad, ni bajo las reglas que les prescribió el fundador95. Estas casas debieron ser tan notables en su tiempo, que hay quien asegura que en ella se hospedaron varias personas Reales, y aun el mismo emperador Carlos V. -La manzana 401, entre la calle de los Donados y la casa de Barrionuevo, estaba formada hasta hace pocos años, en que ha sido derribada para construirla de nueva planta, la propia del apellido de Olivares, familia de esclarecida nobleza en Madrid, fundada por don Gabriel de Olivares. La del frente de la plazuela (reconstruida también) pertenecía, a principios del siglo XVII, a las familias de Espínola y Pedrosa, y luego al Marqués de Vega. Al principio de la inmediata calle de la Flora, esquina y con vuelta a la de la Bodega de San Martín, había otra casa antigua señalada hoy con el número 1 moderno, que, según los registros de sus títulos, perteneció nada menos que a D. Álvaro de Luna; pero aunque bastante   —244→   vieja, no creemos fuera del siglo XV, contemporánea de aquel célebre privado de D. Juan el Segundo96.

Calle y casa de las Conchas.

En el trozo de calle de la Sartén comprendido entre la bajada de los Ángeles y la calle de las Veneras existió hasta hace muy pocos años, que ha sido reedificada, señalada con los números 10 antiguo y 7 moderno, la casa conocida por de las Conchas, que ha dado nombre a este trozo de calle. Dicha casa fue de Diego de Alfaro, a fines del siglo XVI, y no sabemos si él mismo o alguno de sus sucesores fue el que hizo construir en ella, y con ocasión de haber hecho una peregrinación a Tierra Santa, una capilla u oratorio, y decoró o revistió su fachada con multitud de conchas; de que hoy se ha conservado en la renovación de la casa una sola sobre cada balcón.

En la casa que forma la esquina entre las calles de las Veneras y los Ángeles vivió y murió el famoso poeta Cañizares, a mediados del siglo anterior97. -El callejón de la Ternera, que desde la de la Sartén sale a la de los Preciados sólo tiene un recuerdo histórico moderno,   —245→   la gloriosa muerte del héroe D. Luis Daoiz, ocurrida en Dos de Mayo de 1808 en la casa en que habitaba, y a donde fue trasladado, herido mortalmente en defensa del parque de artillería. En su fachada se ha colocado una lápida conmemorativa.

Casa de Muriel.

A la entrada de la calle del Postigo de San Martín por la plazuela de las Descalzas está, aún perfectamente conservada, la casa que fue del secretario Alonso Muriel y Valdivieso (es la señalada con el número 1 antiguo y 8 moderno de la manzana 395). Dícese que es obra del famoso arquitecto del Escorial Juan de Herrera, y cuando no lo dijera la tradición, lo declararía la severidad y corrección de su estilo y gusto propio, que se revela hasta en las obras menos importantes de aquel insigne arquitecto.

Iglesia y convento de San Martín.

La iglesia parroquial de San Martín, que estaba frente a esta calle, y formaba parte de la manzana 392, ocupada en toda ella por el célebre monasterio de monjes benitos, avanzaba bastante hasta dicha calle del Postigo, cuadrando y regularizando la plazuela de las Descalzas. -Esta iglesia parroquial era obra de los primeros años del siglo XVII, y su capilla mayor fue dotada y labrada a expensas del ya dicho Alonso Muriel, secretario de cámara de Felipe III, en cuyo presbiterio yacía, en un suntuoso panteón, juntamente con su esposa D.ª Catalina Medina. También existían en dicha iglesia otros sepulcros notables del contador y tesorero de Carlos V, Alonso Gutiérrez, dueño que fue de la casa donde luego estuvo el Monte de Piedad; del Patriarca de las Indias y Gobernador del Consejo Sr. Figueroa, del insigne escritor P. maestro Fray Martín Sarmiento, y del célebre general de marina don Jorge Juan98. Era además notable este templo por sus   —246→   suntuosas capillas, sus devotas imágenes y sus ricas alhajas y pinturas; pero fue demolido por los franceses y no ha vuelto a ser reconstruido, quedando todavía descampado el solar que ocupaba. En cuanto al convento contiguo, que después de la exclaustración de los monjes fue sucesivamente destinado a las oficinas del Gobierno político, Diputación provincial, Bolsa y Tribunal de Comercio, Junta de Sanidad y cuartel de la Guardia civil, nada más hay que decir sino que al fin fue derribado hace pocos años, y construidose en él el nuevo edificio destinado a Monte de Piedad y Caja de Ahorros y magnificas casas particulares.

Plazuela de las Descalzas.

La Plazuela de las Descalzas centro del antiguo arrabal de San Martín, era aún en los primeros años de este siglo un reflejo fiel, una página intacta de la corte de la dinastía austriaca, del Madrid del siglo XVII. -Formada por uno de sus costados por la dicha iglesia de San Martín, que tenía su pórtico y entrada principal frente al Postigo, y de la casa, ya citada, del secretario Muriel, ocupaba, como en el día, todo su frente meridional la severa fachada del monasterio de señoras Descalzas Reales, y la linda portada de su iglesia, construida según el estilo clásico del siglo XVI. Un arco y pasadizo de comunicación unía esta fachada con la casa que formó el otro frente de la plazuela y que ocupaba el Monte de Piedad y Caja de Ahorros, severo edificio, que fue del tesorero Alonso Gutiérrez, y que mereció el honor de ser habitado   —247→   por el emperador Carlos V, y en el que dejó a la Emperatriz y a su hijo Felipe II al partir para la jornada de Túnez. Hoy se halla derribado y reducido a solar. -Más allá de este arco se alcanzaba a divisar, y existe todavía, otro notable edificio, obra del arquitecto Monegro, destinado a habitación de los Capellanes y a Casa de Misericordia para doce sacerdotes pobres, y cerraba, por último, la plazuela al lienzo Norte con las casas del Marqués de Mejorada y del Duque de Lerma, sustituidas más tarde por la grande y sólida del Marqués de Villena, que hace esquina y vuelve a la bajada de San Martín. -Todos aquellos edificios, no sólo por su gusto especial y el orden de su construcción y ornato, sino también por su severo aspecto y tostado colorido, revelaban su fecha y trasladaban fielmente la imaginación del espectador a la época gloriosa de su fundación. Pero vinieron los franceses y echaron abajo (sin pretexto alguno) la iglesia parroquial de San Martín, y no sabemos si también el arco de comunicación entre el convento de las Descalzas y la casa del Monte, si bien pudo ser suprimido anteriormente, con motivo de haber recibido esta casa su nuevo destino. Vino después la Revolución y la exclaustración de los monjes de San Martín, y se apoderó el Gobierno de este monasterio; colocó en él sus oficinas y dependencias, y a pretexto de mejorar su aspecto, desmochó sus torrecillas, varió el orden de sus ventanas y envolvió sus lienzos en el obligado colorete beurre fraise, que tan en moda estaba en las modernas casas de Madrid. Las contiguas a las Descalzas, y que formaban parte del mismo monasterio, vendidas después, o destinadas a las oficinas de la Hacienda, fueron también recompuestas y revocadas; hasta el secular Monte de Piedad tuvo precisión de seguir el movimiento regenerador impreso por la opinión pública de los gacetilleros y los apremios y multas de las   —248→   autoridades; así como igualmente la Casa de Misericordia, había dado en manos de particulares y convertídose en compañía mercantil, imprenta, teatro y salones de baile, tuvo que elevarse a la altura del siglo, y vestir de moda y cubrir sus arrugas con el consabido colorete; con lo cual, y la graciosa fuente colocada en el centro de la, plazuela, y a donde vino a refugiarse la estatua de la mitológica deidad que, con el prosaico nombre de la Mariblanca, reinaba sobre los aguadores de la Puerta del Sol y fue lanzada de aquel sitio, quedó completamente civilizada y secularizada aquella levítica plazuela. -Salvose, empero, hasta el día, su clásico y religioso frente meridional, con la fachada de la iglesia y monasterio de las Descalzas Reales, si bien es de temer que no dure mucho tiempo en aquel traje discordante, habiéndose encargado ya las gacetillas de excitar el celo de la Autoridad para que los pase una buena mano

Las Descalzas Reales.

De este celebérrimo monasterio de religiosas franciscas, apellidado de las Descalzas Reales, por ser fundación de la princesa doña Juana, hija del emperador Carlos V y madre del desgraciado rey D. Sebastián de Portugal, nada podemos decir aquí que no sea harto conocido; y sólo nos limitaremos a expresar qué fue construido en 1559, por el arquitecto Antonio Sillero, sobre la misma área que ocupaba un palacio antiguo, y acaso aprovechó, para el murallón que mira al Postigo, una parte de la construcción antigua.

De la de este palacio, que se hace remontar por   —249→   algunos al reinado de D. Juan II, y por otros nada menos que al de Alfonso VI, el Conquistador, diciendo que en él se celebraron las primeras Cortes del Reino en Madrid, en 1339, no tenemos más noticias que la de que dicha Serenísima princesa doña Juana de Austria, siendo viuda del príncipe D. Juan de Portugal, y Gobernadora de estos reinos de España, que había nacido en este mismo palacio, del que era propietaria, le trasformó en convento para las religiosas de Santa Clara, que trajo de Gandía San Francisco de Borja, e ingresaron en este monasterio en 1558. En su preciosa iglesia, renovada, a mediados del siglo pasado, por el arquitecto D. Diego Villanueva, se conservaba aún, hasta hace pocos años, el célebre altar mayor, obra del famoso arquitecto, escultor y pintor Gaspar Becerra. En una preciosa capilla de mármol, al lado de la Epístola, está el sepulcro de la piadosa fundadora, sobre el cual se ve su estatua de rodillas, obra de Pompeyo Leoni. En el coro está también su hermana, la emperatriz de Alemania, doña María, que vivió y murió en esta santa casa, en la que la acompañó, como religiosa profesa, su hija doña Margarita y otras varias personas Reales.

También fue sepultada provisionalmente en esta iglesia, en 4 de Noviembre de 1567 la reina doña Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, celebrándose en la misma, con este motivo, las solemnísimas exequias que describe prolijamente el maestro Juan López de Hoyos en el libro especial, tantas veces citado, que consagró a este objeto; y como este libro sea hoy tan raro, y curiosas las noticias que, a vuelta de la minuciosa descripción del túmulo y solemnidad religiosa, da aquel autor contemporáneo de la fundación y traza de este insigne monasterio99,   —250→   entresacamos de ella los párrafos que aun hoy puedan interesar al lector100.

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La fundación de este monasterio fue hecha con una magnificencia verdaderamente regia, pues no sólo fue   —252→   dotada con el mismo y su huerta contigua101, sino con el resto de la manzana que ocupa y da vuelta a las calles de Capellanes, de Preciados y del Postigo, en un espacio de más de 133.000 pies de terreno, con más la Casa de Misericordia para habitación y hospital de capellanes y dependientes, con 57.000 pies, y las que hoy son del Monte de Piedad, con unos 12.000. Su abadesa era y es considerada como Grande de España; su clerecía se componía de un capellán mayor, quince titulares, seis de altar, un maestro de ceremonias y tres sacristanes presbíteros; tenía su capilla de música y celebraba el culto con suma pompa y ornato. Hoy, con las reformas políticas, ha perdido gran parte de aquellos bienes y ha decaído mucho de su antigua magnificencia.

Monte de Piedad.

La casa del Monte de Piedad, adquirida por la villa de Madrid, a principios del siglo XVII, para hacer de ella servicio a S. M., fue donada por D. Felipe V, en los primeros años del siglo XVIII, al piadoso establecimiento del Monte, fundado en 1700 por el capellán D. Francisco Piquer, con tan asombroso resultado102.

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Plazuela de Calenque.

Calles de Peregrinos, de la Zarza y del Cofre.

Calle de los Preciados.

El resto de las calles de este distrito o arrabal ofrece poco interés. La plazoleta que se forma al fin de dicha calle de Capellanes lleva el titulo de Celenque, y anteriormente de Don Juan de Córdoba, por estar en ella en lo antiguo las casas del mayorazgo que poseyó y habitó, en tiempo del rey D. Enrique IV y de los Reyes Católicos, D. Juan de Córdoba y Zelenque, alcaide de la Casa Real del Pardo. La calle de Peregrinos, hoy de Tetuán, tomó su nombre del hospital de Caballeros de San Ginés, trasladado a ella desde el otro lado del Arenal. Del estrechísimo y tortuoso callejón que comunicaba entre la de la Zarza y la Puerta del Sol, y llevaba el título de callejón del Cofre o de Cofreros (des Bahutiers), ya se hace expresa mención en la novela de Gil Blas de Santillana, por vivir en ella el señor Mateo Meléndez, mercader de paños de Segovia, a quien vino recomendado el mismo Gil Blas. Ambas calles han desaparecido para el ensanche de la Puerta del Sol. -La calle de los Preciados, en fin, que limitaba este arrabal desde las inmediaciones de la puerta de Santo Domingo o la del Sol, no sabemos por qué razón lleva este título, aunque creemos sea el apellido de una familia habitante en ella, y nos parece que con motivo de su completa renovación y ensanche actual, y de la importancia que adquiere, debía cambiar aquel insignificante título por uno más glorioso y digno. Pocos son los recuerdos ni objetos históricos que nos ofrecía su caserío aun antes de derribarlo, pues casi todo él era también moderno. En una de sus casas, señalada con el número 74, se ve una lápida sobre la que, en relieve, está representado el ilustre y desgraciado general D. José María Torrijos, que nació en ella y fue arcabuceado en Málaga, en   —254→   1831, por haber intentado restablecer la Constitución103. Últimamente, la casa que terminaba esta calle con vuelta a la Puerta del Sol y calle del Carmen fue, hasta el siglo pasado, Casa Real de expósitos, hospital e iglesia de la Inclusa, fundada por la cofradía de la Soledad, en 1567, hasta que se trasladó dicho establecimiento a la calle del Mesón de Paredes. Esta casa, renovada en el siglo último, aunque labrada anteriormente por la cofradía en el sitio en que había otras varias, y reducida después a habitaciones particulares y tiendas de comercio, ha sido derribada, así como las manzanas contiguas, en 1854 y siguientes, para el ensanche de la Puerta del Sol.




ArribaAbajo-VIII-

El arrabal de San Ginés


Los rápidos desniveles que mediaban entre la puerta de Guadalajara y el barranco que, costeando la antigua muralla, venía a interceptar el camino de las Fuentes o Caños del Peral, fueron desapareciendo con el tiempo para formar la explanada donde hoy está la plaza llamada de Isabel II; sin embargo, aún han podido nuestros padres saborear una buena parte de aquellos despeñaderos en las calles que por fortuna no existen ya de San Bartolomé,   —255→   plazuela de Garay, de Quebrantapiernas, y otras que, desde la tortuosa del Espejo o la de los Tintes (hoy de la Escalinata), los conducía, o más bien los precipitaba, al puentecillo que daba el paso a los Caños del Peral. A la espalda de este edificio, en la subida a la plazuela del Barranco (frente de la calle de las Fuentes), y con un saliente irregular, la casa de los Marqueses de Legarda cerraba la entrada recta a la calle del Arenal, hasta que con el derribo de dicha casa y otras en tiempo de los franceses la nueva alineación de la manzana 402, se facilitó su acceso y comunicación.

Los Caños del Peral.

Los Caños del Peral, llamados también las Fuentes del arrabal, eran unos lavaderos públicos, propios de la villa, y tenían contiguo un corral cercado, que en 1704 cayó en gracia a una compañía ambulante de comediantes y operistas italianos, para dar sus representaciones al aire libre, mediante algunos cuantos tablones que formaban el escenario y unos toldos que servían para defender del sol a los espectadores. Pocos años después una compañía de trufaldines, bajo la dirección de Francisco Bartolí, construyó ya en este corral un mezquino teatro (que con decir que algún tiempo más adelante fue tasado en treinta mil reales para cargarse con él la villa, está expresado lo que podía ser), hasta que, derribado en 1737, y construido de nueva planta otro edificio más decoroso, comprendiendo también en él el terreno donde estaban los caños y lavaderos, fue inaugurado este coliseo por una buena compañía italiana en 1738. Éste es el que ha durado casi un siglo con el mismo destino, hasta que después de la salida de los franceses y de haber servido, aunque por breves días, en 1814, para la reunión de las Cortes del reino, fue demolido por ruinoso en 1818, y se sentaron sobre su solar los cimientos del magnifico Teatro Real que hemos visto terminar en 1850.

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Calle del Arenal.

Entre aquel corral y caños y el Alcázar había varios huertos, y más principalmente el ya citado de la Priora, que ocupaba la parte que hoy la glorieta central de los jardines y paseos de la plaza de Oriente, y en derredor de cuyas tapias se fueron levantando posteriormente diversas casas de oficios del Real Palacio, conocidas por la Casa del Tesoro (después Real Biblioteca), el Juego de pelota, Picadero, etc. Frontero al otro lado del corral ya dicho fue formándose la calle del Arenal de San Ginés, terraplenándose ésta con los desmontes hechos para formar las calles de Jacometrezo y el Desengaño en la parte, alta del arrabal, y construyéndose a uno y otro lado varios edificios en dirección a la Puerta del Sol.

El primero y más importante de esta calle, y el que da también nombre a todo el arrabal que se extendía a sus espaldas hasta la Plaza Mayor y calle de Atocha, era la antiquísima iglesia parroquial de San Ginés.

Parroquia de San Ginés.

Sobre la fundación de esta parroquia también han discurrido largamente, y con su consabido entusiasmo, los coronistas de Madrid, suponiéndola muy anterior a la dominación de los moros, y añadiendo que fue parroquia muzárabe, y que en sus principios estuvo dedicada a un San Ginés, mártir de Madrid en tiempo de Juliano el Apóstata, por los años 372; pero todas estas suposiciones corren parejas, por lo gratuitas, con las del dragón de los griegos en Puerta Cerrada y las inscripciones caldeas del Arco de Santa María, y fueron ya contradichas con mucha copia de razones por el erudito Pellicer y otros críticos modernos. Lo único que se sabe de cierto es que ya existía esta parroquia por los años de 1358, y que estaba dedicada, como hoy, a San Ginés de Arles, infiriéndose que pudo ser fundada a poco tiempo de la conquista de Madrid y con motivo del crecimiento de sus arrabales; pero arruinada su capilla mayor a mediados del siglo XVII,   —257→   en 1642, porque su mucha antigüedad no permitía ya más duración, fue menester derribar todo el resto, levantando de nueva planta el templo, lo que se verificó a costa de Diego de San Juan, devoto y rico parroquiano, que gastó en la obra 60.000 ducados, celebrándose la inauguración con una procesión y fiesta solemne a 25 de Julio de 1645. -Esta iglesia es clara y espaciosa, con tres naves y varias capillas laterales, entre las cuales es muy notable la del santísimo Cristo, de crucero y con cúpula, y cuya antigüedad es tanta, que ya fue reparada en el siglo XIV y reedificada a mediados del XVII. Tiene muy buenas esculturas y retablos, y debajo de ella está la Santa Bóveda, en donde las noches de la Cuaresma se celebraban ejercicios espirituales de oración y disciplina. -La torre de esta parroquia remata en una aguja con su cruz, que viene a ser un verdadero pararrayos, pues sirviéndole luego de conductores las aristas del chapitel, representa en algunas ocasiones el fenómeno de aparecer éstas iluminadas, con no poca sorpresa y alarma de los vecinos y transeúntes. Este fenómeno fue observado a principios de este siglo por un monje de San Martín, y sobre el mismo (que tuvo ocasión de observar en Agosto de 1836) escribió una curiosa Memoria el celoso y discreto académico de Ciencias señor Marqués del Socorro, y en 1846 publicó un folleto el señor cura de dicha parroquia. -El 16 de Agosto de 1824 sufrió esta iglesia un horroroso incendio, en el que pereció el gran cuadro del altar mayor, obra de Francisco de Rizzi104.

  —258→  

Calle del Arenal.

De las casas de la nobleza madrileña que fueron cubriendo ambos lados de la nueva calle del Arenal, en el siglo XVI, apenas queda ninguna ya; habiendo desaparecido, para dar lugar a modernas construcciones, la de Legarda a su salida, de la que ya hicimos mención; la de Olivares (que hoy está reedificada de nueva planta con el número 30), la de la Duquesa de Nájera, que daba vuelta a la plazuela de Zelenque; la de D. Juan de Córdoba y Zelenque, que dio nombre a ésta; la del Conde de Fuenteventura, a la otra esquina; la del Duque de Arcos y de Maqueda (sustituida hoy por la elegante y magnífica del. Marqués de Casa-Gaviria); la de Juez Sarmiento, y la del Conde de Fuentes, después del de Clavijo, que formaba la esquina de la Puerta del Sol y calle Mayor; quedaba únicamente en pie (aunque muy renovada) la de los Condes de Torrubia, que fue del Duque de Lerma, número 22 nuevo, frente a San Ginés, y también ha sido derribada y sustituida por una elegante construcción.

Ningún recuerdo ni objeto particular de interés histórico nos ofrecen las calles que median entre la del Arenal y la Mayor, y llevan los nombres que denotan su origen: de las Fuentes, de las Hileras, plazuela de Herradores, calles de Coloreros, Arco de San Ginés y de Bordadores. -El callejón llamado de la Duda, que hoy no existe, y estaba al costado de la casa del Conde de Oñate, pudo tomar su nombre misterioso del objeto primitivo a que estuvo destinado el edificio que soportaba hasta mediados el siglo XVI. -En el archivo del Ayuntamiento se encuentra original una Real cédula de Carlos I y la reina doña Juana, con fecha 28 de Julio de 1541 cometida al Corregidor de Madrid, en la cual se le previene «que las casas de la mancebía pública, que están cerca de la Puerta del Sol (en el mismo sitio que ocupaba dicho callejón y parte del palacio de Oñate), se trasladen a otro   —259→   punto más distante y apartado del camino que va a los monasterios de San Jerónimo y de Atocha, a cuya solicitud se manda dicha traslación, para evitar los escándalos que presenciaban los fieles que concurrían a dichos monasterios». -Después de una recia oposición de los dueños, se llevó a cabo dicha traslación, comprándose para ello por la villa un sitio que tenía Juan de Madrid, mercader, y estaba a la cava de la Puerta del Sol (en el mismo donde después se formó el convento del Carmen Calzado), cuyo sitio fue cedido al Licenciado de la Cadena, María de Peralta y Francisco Jiménez, dueños de la mancebía, por indemnización de la que se les mandaba cerrar en la calle Mayor y para poder construir la otra nueva. Dos de los once sitios que forman la superficie de los 34.303 que ocupa el palacio de los Condes de Oñate, pertenecieron, según los registros originales de sus títulos, a los herederos de dichos Jiménez y Peralta.

Casa de Oñate.

Esta casa-palacio, una de las más espaciosas e importantes de la grandeza, debió ser construida a fines del siglo XVI, si bien la portada y balcón principal son obra del XVII o principios del pasado, al estilo apellidado churrigueresco, tan encomiado y seguido entonces, como acaso injustamente censurado después. A dicho balcón principal solían asistir las personas Reales en ocasiones solemnes, y desde él presenció Carlos II y su madre doña Mariana de Austria la entrada de la primera esposa de aquél, doña María Luisa de Orleans, el día 13 de Enero de 1680, cuya ceremonia describe la Marquesa d'Aulnoi, testigo presencial, en sus tan preciosas como poco conocidas Memorias, en los términos siguientes:

«Luego que S. M. estuvo adornada con los diamantes de ambos mundos, y cuando se hubo puesto un rico sombrerillo, adornado con plumas blancas y realzado con la preciosa perla llamada la Peregrina (la más bella de   —260→   las perlas célebres), montó en un brioso alazán andaluz, que el Marqués de Villamayna, su caballerizo mayor, llevaba de la brida. La riqueza del traje añadía nuevos encantos a la belleza y majestad de la Reina, y toda ponderación es poca para pintar la grandeza y lujo de su comitiva. S. M. hizo un ligero movimiento al pasar por delante de la casa del Conde de Oñate, para saludar al Rey y a su madre, que estaban en sus balcones. En seguida se dirigió a Santa María, donde el cardenal Portocarrero entonó un solemne Te Deum. Al salir de la iglesia, la Reina pasó por bajo de varios arcos triunfales, y entró en la plaza de Palacio en medio de las aclamaciones de un inmenso pueblo. Pomposos arcos y graderías, con muchos personajes alegóricos, fábulas y emblemas, le enviaban las felicitaciones más cordiales. Los magistrados y autoridades, ricamente vestidos, la arengaron en español y en francés; el Ayuntamiento la ofreció las llaves de la villa, y los grandes de España acudieron a cumplimentarla con todo su magnifico séquito. Llegada a Palacio, el Rey y su madre bajaron a recibirla al pie de la escalera, y después de haberla abrazado tiernamente, la condujeron al salón Real, donde toda la corte se postró a sus pies y besó respetuosamente su mano».

A las puertas mismas de esta casa-palacio tuvo lugar también, en la noche del 21 de Agosto de 1622, el horrible asesinato, inferido de un ballestazo y en su propio coche, en la persona del mordaz, aunque ingenioso poeta D. Juan Tassis y Peralta, conde de Villamediana, de la misma casa de Oñate, atribuido (aunque en nuestro sentir ligeramente) a celos de Felipe IV contra aquel arrogante y presuntuoso ingenio; triste suceso, que, por lo misterioso y audaz, dio motivo a tantos comentarios, versos y leyendas contemporáneas, entre los cuales   —261→   se atribuyen a Lope de Vega las siguientes décimas:

Villamediana.



«Mentidero de Madrid105,
Decidme ¿quién mató al Conde?
Ni se dice, ni se esconde;
Sin discurso discurrid.
Unos dicen que fue el Cid,
Por ser el Conde Lozano;
¡Disparate chabacano!
Pues lo cierto de ello ha sido
Que el matador fue Bellido,
Y el impulso, soberano».

«Aquí una mano violenta,
Más segura que atrevida,
Atajó el paso a una vida
Y abrió el camino a una afrenta;
Que el poder que osado intenta
Juzgar, la espada desnuda,
El nombre de humano muda
En inhumano, y advierta
Que pide venganza cierta
Esta salvación en duda».

San Felipe el Real.

Gradas de San Felipe.

A la entrada de dicha calle Mayor, en la acera enfrente de este palacio, se fundó por Felipe II, a mediados del siglo XVI, el convento de padres agustinos calzados de San Felipe el San Felipe el Real, que ha existido hasta nuestros días, en que fue derribado después de la exclaustración, y sustituido por las suntuosas casas del señor Cordero. En dicho convento era notable, y merecía haber sido conservado, el claustro principal, bella obra de Francisco de Mora, bajo la traza de Andrés de Nantes; era también célebre este edificio por la espaciosa lonja alta, que corría delante de su fachada a la calle Mayor, conocida bajo el nombre de las Gradas de San Felipe, y también por las   —262→   Covachuelas, a causa de las treinta y cuatro tiendas de juguetes abiertas debajo de ella. Las Gradas de San Felipe, reunión de noticieros y gente desocupada, como ahora la Puerta del Sol, juegan un papel muy importante en las novelas de Quevedo, Vélez de Guevara, Zabaleta, Francisco Santos, D. Diego de Torres y demás escritores de costumbres de los siglos XVII y XVIII.

El trozo principal de calle Mayor, hasta la puerta de Guadalajara, ofrecía el aspecto de que aún hemos podido juzgar por el resto de caserío, que ha llegado hasta nosotros, y sido sustituido en nuestros tiempos por otro más elegante. Aquel caserío, destinado principalmente a tiendas y comercios, era, en lo general, de extraordinaria elevación, con tres y cuatro pisos (cosa rarísima entonces en Madrid), aunque en tan reducidos espacios, que apenas ninguna casa llegaba a tener mil pies superficiales, y muchas, las más de ellas, no pasaban de cuatrocientos.

Por bajo de sus pisos principales corrían los muy útiles, aunque mezquinos, soportales, apellidados de Manguiteros y de Guadalajara a la derecha, y de San Isidro y Pretineros a la izquierda, que han ido desapareciendo después en su mayor parte con las nuevas construcciones; siendo lástima que no haya podido seguirse, por respeto al interés privado, el sistema de sustituirlos con otros más elevados y espaciosos, como se empezó a hacer algún tiempo y se abandonó después; pues realmente su utilidad en una calle tan espaciosa y casi siempre bañada del sol, por su dirección de Oriente a Poniente, era incontestable. En el portal llamado de San Isidro (que cayó hace pocos años), y en el sitio de la casa de baños que se estableció después, se hallaba el pozo que, según dijimos, se supone abierto por el mismo Santo en una alquería o casa de campo, en que vivía, fuera de la puerta de Guadalajara, una   —263→   señora principal, a quien llamaban Santa Nufla, por su gran recogimiento y virtud.

San Felipe Neri.

A la esquina de la calle de Bordadores frente a la Mayor, existía también, hasta hace pocos años, en que fue derribado, y sustituido por un mercado y galería cubierta, la casa profesa de los padres Jesuitas e iglesia de San Francisco de Borja, ocupada, desde la extinción de aquéllos, por los clérigos menores de San Felipe Neri, que tuvieron antes la suya en la plazuela del Ángel. -En este templo de San Felipe Neri (que era de muy buena forma y no merecía ciertamente ser destruido sin necesidad alguna) se hallaba colocado en su altar mayor el precioso cuerpo de San Francisco de Borja, duque de Gandía y marqués de Lombay, general de la compañía de Jesús, y ascendiente de los duques de Osuna y de Medinaceli, que su nieto, el célebre duque de Lerma, primer ministro del rey Felipe III, y después cardenal, hizo traer de Roma para colocarlo en la iglesia contigua a su casa, sita en la calle del Prado, adonde ha vuelto a ser trasladada aquella venerable reliquia después de la extinción de las comunidades religiosas y derribo de San Felipe Neri.

Calle Mayor.

La calle Mayor, sin la interrupción ya de la puerta de Guadalajara, y formando una sola y ancha vía con la de Platerías y de la Almudena, ha sido, como es de suponer, teatro de las más espléndidas escenas de la corte y de la villa: las entradas, proclamaciones y desposorios de los reyes; las procesiones y actos públicos religiosos e históricos, han dado lugar en ella a las más solemnes demostraciones o suntuosos alardes de magnífico esplendor, que sería prolijo relatar. Arcos de triunfo, recuerdo más o menos pasajero de los marmóreos de Grecia y Roma, doseles y colgaduras, magníficos altares y estrados, ricas y vistosas tapicerías, y hasta galerías de cuadros originales de nuestros grandes artistas, decoraron su ámbito y el   —264→   frente de las fachadas de sus casas, en ocasiones solemnes; desde que, montados en sendas mulas, ricamente ataviadas, la atravesaron el César Carlos V y el Rey de Francia, su prisionero, después de restituida a éste su libertad, hasta el último monarca Fernando VII, en sus diversas entradas triunfales, y la reina doña Isabel II en 1846, con ocasión de su matrimonio y el de la señora infanta doña Luisa. -En el siglo XVII, además, servía de paseo o de rua para las anchas carrozas que encerraban a las altisonantes damas de la esplendorosa corte de los Felipes III y IV, y para los amartelados galanes que, a pie o a caballo, gustaban ostentar ante sus ojos su garbo y bizarría. A esta rua (que comprendía el trozo desde la puerta del Sol a la de Guadalajara) se alude frecuentemente en los ingeniosos y caballerescos dramas de Calderón, de Rojas y Moreto.

Sabida es la venida del Príncipe de Gales (después, Carlos I de Inglaterra, que murió en un cadalso) a la corte de España en 1623, con el objeto de ofrecer su mano a la infanta doña María, hermana de Felipe IV. Habiendo partido misteriosamente de Londres el 2 de Marzo, acompañado sólo del Marqués de Buckingham y de algunos criados, llegó a Madrid el jueves 26 en la noche, apeándose en la casa del Conde de Bristol, embajador de Su Majestad británica (que moraba en la calle de Alcalá), a quien sorprendió inesperadamente su arribo106.   —265→   Difundida la nueva al día siguiente por la capital, y avisados de ella el Rey y su gobierno, pasó a visitar al Príncipe el Conde-duque de Olivares, acordándose que aquella noche se viesen en el Prado S. M. y él, como así se verificó, y apeándose los dos simultáneamente de sus coches y abrazándose con mucha cordialidad y cortesía, entraron en seguida ambos en el coche del Rey, y continuaron su paseo más de dos horas. El domingo siguiente hubo rua o paseo por la calle Mayor, a que asistió gran concurso de príncipes y magnates en sus carrozas, y todas las hermosas de la corte. Encubierto también en una de aquéllas, recorrió el paseo el Príncipe de Gales, acompañado de sus embajadores y séquito, a todos los cuales saludaron desde la suya el Rey, la Reina, los infantes y la princesa María. Otros varios días duraron las entrevistas confidenciales e indirectas en los paseos y en las calles y desde las ventanas de los palacios respectivos, hasta que se señaló para la entrada pública el domingo 29 de Marzo, en que se celebró con la mayor ostentación.

El Príncipe de Gales.

Las calles que se dirigen desde la Mayor a la Plaza, y son conocidas con los nombres de la Amargura (recuerdo acaso de los autos de fe), de Felipe III (antes de Boteros) y el callejón del Triunfo (antes del Infierno), no merecen especial mención. A espaldas de la Mayor, y entre ella y la subida de Santa Cruz a la Plaza, se formaba, y aún existe en gran parte, un laberinto de callejuelas y de apiñadas casas, dedicadas a tiendas y almacenes de comercio, muy semejantes al recinto morisco titulado la Alcaicería en Granada. Los nombres de estas calles son de San Cristóbal, del Vicario, de San Jacinto, de la Sal, Zapatería de Viejo (hoy de Zaragoza), de la Fresa y de Postas.

Calle de Postas.

Esta calle de Postas (a su conclusión por lo menos) debía tener antes soportales con columnas o machones,   —266→   como la Mayor, y en la casa número 31 viejo y 32 nuevo, que debía ser la más grande de ella, estuvo la primera oficina del Correo o las Postas que hubo en Madrid, de que le quedó el nombre a la calle. Esta casa fue vinculada en el siglo XVII por Juan Arias, que la compró a la Corona, y en el día pertenece, según creemos, a D. José Pardo Yuste. En los títulos de fundación se hace mención de la imagen de Nuestra Señora colocada aún en su retablo en el portal de dicha casa, a la cual conservan mucha devoción los vecinos de aquel barrio. Dicho lienzo de Virgen parece que existió antes en la Plaza Mayor; pero adquirida por el fundador del mayorazgo, la expuso al público en el portal de su casa, que aún es conocido por el Portal de la Virgen.

El aprovechamiento extremado del sitio, la estrechez y elevación de las fachadas, y el descuido absoluto del ornato exterior llegan aquí a su colmo, si bien la decoración que forma el alarde de telas de las infinitas tiendas de lencerías y de otros comercios, la sombría luz y la animación mercantil, hacen por manera interesantes a estas calles, especialmente la de Postas, que es la arteria central de aquellas ramificaciones, y en donde apenas hay un solo portal ni un palmo de terreno que no esté destinado a aparador de telas y mercancías, ofrece, bajo más de un concepto, grande analogía y puntos de comparación con el Zacatín de Granada, la calle Llana de Toledo, la Rua de Salamanca, la de Orales de Valladolid, la de Escudellers de Barcelona, la de la Sierpe en Sevilla, y la de Juan de Andas en Cádiz.

En cuanto a la distribución interior de las mezquinas moradas de dichas calles, la Mayor, y generalmente las que servían de habitación al vecindario en general, no se concibe ciertamente cómo en aquellos estrechísimos portales, o más bien profundas cavernas y callejones, en   —267→   aquellas escaleras casi perpendiculares y sin átomo de luz, en aquellos aposentos reducidos y mal cortados, acertaban a penetrar y cobijarse los bizarros galanes del siglo XVII, con sus vistosas ropillas, capas, plumeros, greguescos y valonas; y los tacones, guarda-infantes, tontillos y artificiosos tocados de las altivas damas de la época107. Seguros estamos de que ocurrirá esta misma observación a todo el que examine las pocas casas que aún   —268→   se conservan de aquel tiempo, en sitios tan principales como la calle Mayor, Puerta de Guadalajara y Platerías, y la única que ha quedado en pie (aunque ya muy corregida y aumentada) de la antigua Plaza Mayor a cuyos balcones acudían de oficio, a presenciar las fiestas de toros, cañas y torneos, los magnates de la corte, los tribunales, los embajadores, la grandeza y la servidumbre Real. Pero esto de la Plaza Mayor es cosa demasiado importante para tocada por incidencia, y (como decía Cervantes) capítulo por sí merece.




ArribaAbajo-IX-

La Plaza Mayor


Desde los tiempos de Juan II, a principios del siglo XV, viene haciéndose ya mención de la Plaza del Arrabal, extramuros de la puerta de Guadalajara, en el mismo sitio que ocupa hoy la Mayor y más central de la villa, aunque por entonces debió ser de forma irregular y cercada de mezquinas casas, propias de un arrabal; pero a medida que éste fue creciendo en importancia, y dedicándose al comercio la parte inmediata a la antigua entrada principal de la villa, fueron también renovándose aquéllas y dando lugar a otras, generalmente destinadas a tiendas y almacenes, algunas construidas por cuenta de la villa, como lo fue la Carnicería y otras. En una Real provisión que existe en el archivo de Madrid, del rey don Felipe II, fecha en Barcelona, a 17 de Setiembre de 1593, «cometida al licenciado Cristóbal de Toro», para que   —269→   informase «qué costaría hacer unas tiendas en la Plaza del Arrabal, y si seguiría utilidad en hacerlas quedando su fábrica para los propios de la villa», advertimos la circunstancia de que, aun tres siglos después de la ampliación de Madrid con la nueva cerca, y hasta treinta y más años posterior al establecimiento de la corte en ella, se seguía apellidando el arrabal a la parte de la población fuera de la antigua muralla.

El estado de deterioro a que había venido la plaza a, principios del siglo XVII movió al rey D. Felipe III a disponer su completa demolición, y la construcción de una nueva, digna de la corte más poderosa del mundo. A este fin dictó las órdenes más convenientes a su arquitecto Juan Gómez de Mora, uno de los más aventajados discípulos de Juan de Herrera, el cual la dio terminada en el corto espacio de dos años (en el de 1619), ascendiendo su coste total a 900.000 ducados.

Tiene su asiento en medio de la villa actual, formando un espacio de 434 pies de longitud, por 334 de latitud y 1.536 en la circunferencia, y antes de su última renovación ofrecía una gran simetría en su caserío, que constaba de cinco pisos, sin los portales y bóvedas, con 75 pies de alto y 30 de cimientos, y con salidas descubiertas a seis calles, y tres con arcos; en sus cuatro frentes había 136 casas108, con 477 ventanas con balcón, y habitación para   —270→   3.700 vecinos, pudiendo colocarse en ella, con ocasión de fiestas Reales, hasta 50.000 espectadores. Los frontispicios de las casas eran de ladrillo colorado, y estaba coronada por terrados y azoteas cubiertas de plomo y defendidas por una balaustrada de hierro. Ésta y las cuatro hileras de los distintos pisos estaban tocadas de negro y oro, todo lo cual, y su rigorosa uniformidad, le daban un aspecto verdaderamente magnífico. En medio del lienzo que mira al Sur se construyó, al mismo tiempo que la Plaza, el elegante y suntuoso edificio con destino a servir de Panadería en su parte baja, y casa Real, con magníficos salones en la principal, para Juntas y otros actos públicos, y para recibir a los Reyes cuando acudían a las fiestas solemnes que se celebraban en esta plaza.   —271→  

En el lienzo frontero se elevó también otro suntuoso edificio para Carnicería de la villa, la cual era común a vecinos y forasteros, a diferencia de las otras dos carnicerías públicas que existían anteriormente, una en la plazuela del Salvador, para solo los hijosdalgo, en que se pesaba sin sisa, y la otra en la colación de San Ginés, para los pecheros, con sisa, y duraron hasta 1583, en que se quitaron los pechos.

La relación de los sucesos, ya trágicos, ya festivos, de que desde su construcción hasta el día ha sido testigo esta plaza daría materia a un largo volumen; pero limitados hoy a los estrechos términos de este capítulo, indicaremos sólo los más principales, para excitar la curiosidad y el interés de los investigadores de la historia matritense.

El primer suceso histórico a que sirvió de teatro esta plaza tuvo lugar a 15 de Mayo de 1620, pocos meses después de concluida la nueva. Celebrábase aquel día por la villa la beatificación del glorioso Isidro Labrador con una solemne función, para lo cual se juntaron en Madrid los pendones, cruces y cofradías, clerecías, alcaldes, regidores y alguaciles de cuarenta y siete villas y lugares, formando una procesión, en que se contaban 156 estandartes, 78 cruces, 19 danzas y muchos ministriles, trompetas y chirimías. El cuerpo del Santo se colocó en el arca de plata que hicieron y donaron los plateros de Madrid, y habiendo venido el Rey y su familia desde Aranjuez, hubo danzas, máscaras, juegos y encamisadas por espacio de seis días; en la plaza se armó un castillo con muchos artificios y fuegos, que se quemó por descuido, terminándose la función con un certamen poético para nueve temas que propuso la villa, y de que fue secretario el célebre Lope de Vega, que después lo publicó.

Por auto acordado en 30 de Junio el mismo año se puso tasa en los balcones de la misma plaza para las   —272→   fiestas Reales, señalando el precio de doce ducados para los primeros, ocho para los segundos, seis para los terceros, y cuatro para los cuartos, lo cual se entendía sólo por las tardes; pues el disfrute de las mañanas era de los inquilinos de las mismas casas.

Habiendo fallecido Felipe III en 31 de Marzo de 1621 levantó Madrid pendones por su hijo Felipe IV en 2 Mayo siguiente, celebrándose esta ceremonia con grande aparato en la nueva Plaza Mayor.

Más trágica escena se representó en ésta en 21 de Octubre del mismo año, alzándose en medio de ella el público cadalso en que fue decapitado el célebre ministro y valido D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, viendo Madrid con asombro rodar a los pies del verdugo la cabeza del mismo magnate a quien pocos meses antes había visto pasear aquella plaza con gallardía al frente de la guardia tudesca, cuyo capitán era. Catástrofe memorable, que le pronosticó el también desgraciado Conde de Villamediana, con motivo de cierta reyerta que en las fiestas anteriores tuvo D. Rodrigo en la plaza con D. Fernando Verdugo, capitán de la guardia española, en aquellos versos que decían:


¿Pendencia con Verdugo, y en la plaza?
Mala señal, por cierto, te amenaza.

El domingo 19 de Junio de 1622 celebró Madrid la canonización del mismo patrón San Isidro Labrador, al propio tiempo que la de los santos Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Jesús y Felipe Neri, con grande solemnidad de altares en la plaza y calles del tránsito, procesiones, máscaras y luminarias, cuya pomposa relación publicó Lope de Vega, autor de las dos comedias representadas en aquella ocasión a los Consejos y   —273→   Ayuntamiento en la misma Plaza Mayor, y cuyo argumento está tomado de la vida de San Isidro.

Con motivo de la venida del Príncipe de Gales a la corte de España en 1623, con el objeto de ofrecer su mano A la infanta doña María, hermana de Felipe IV, ya hemos dicho que los seis meses que estuvo en Madrid, hasta 9 de Setiembre, en que salió para Inglaterra, fueron una serie no interrumpida de festejos asombrosos, en que desplegó su carácter poético y caballeresco el Rey, y su corte la grandeza y riqueza que encerraba en su seno; pero no siendo nuestro intento, por ahora, detenernos a describir aquella brillante época de Madrid, fijaremos sólo la atención en las solemnes fiestas de toros, celebradas para obsequiar al Príncipe en la Plaza Mayor, el día 1.º de Julio. Para ello se puso otro balcón dorado junto al de SS. MM.; y habiendo venido la Reina en silla, por hallarse preñada, acompañándola a pie el Conde-duque de Olivares y el de Benavente, el Marqués de Almazán y dos alcaldes de corte, ocupó su balcón con los infantes e infanta, doña María; en el otro balcón nuevo, dividido con un cancel o biombo, se colocó el Rey con el Príncipe inglés. En esta fiesta, dicen los historiadores madrileños que fue la primera en que se introdujo sacar de la plaza los toros muertos por medio de mulas, peregrina invención, que atribuyeron al corregidor D. Juan de Castro y Castilla. Últimamente, para celebrar el ajuste del próximo casamiento del Príncipe con la Infanta (que al fin no llegó a verificarse), dispuso el Rey una solemne fiesta Real de cañas para el lunes 21 de Agosto, arreglándose diez cuadrillas, que regían el Corregidor de Madrid, el Duque de Oropesa, el Marqués de Villafranca, el Almirante de Castilla, el Conde de Monterrey, el Marqués de Castel-Rodrigo, el Conde de Cea, el Duque de Sesa, el Marqués del Carpio y el Rey en persona. Merece leerse la suntuosa   —274→   descripción que hacen los historiadores de esta fiesta, una de las más magníficas que ha presenciado la corte de España; pasando de quinientos el número de caballos que entraron en ella, soberbiamente enjaezados, y montados por los más bizarros personajes. La Reina y la Infanta (a quien ya llamaban Princesa) asistieron al balcón de la Panadería, y se permitió a dicha Infanta usar los colores del Príncipe, que era el blanco. Luego entró en el balcón, el Rey con el Príncipe e Infantes, y por orden de S. M. se quitó el cancel que estaba puesto entre ambos balcones, quedando el Príncipe de Gales al lado de la Infanta, su prometida, con sólo la reja de hierro en el medio. Corriéronse primero algunos toros, y luego pasó el Rey a vestirse a casa de la Condesa de Miranda, desde donde vino a la plaza con su cuadrilla, empezando S. M. la primera carrera con el Conde-duque de Olivares; y así que se avistó la Real persona, se levantaron la Reina, el Príncipe, la Infanta, el Infante, los Consejos, Tribunales y la demás concurrencia que llenaba la plaza, y estuvieron descubiertos hasta que S. M. terminó la carrera; siguiendo luego las demás escaramuzas y juego todas las otras cuadrillas, señalándose en todas ellas la del Rey, cuya gallardía y juventud (tenía a la sazón diez y ocho años) dio mucho que admirar al concurso todo.

Espectáculo de muy diverso género presentó la plaza nueva, el día 21 de Enero de 1624, en el auto de fe (el primero de que se hace mención en ella) celebrado por la Inquisición para juzgar al reo Benito Ferrer por fingirse sacerdote. A esta ceremonia asistieron los consejos y autoridades, con todo el séquito de costumbre, los familiares de la Inquisición y las comunidades religiosas, y el reo fue quemado vivo en el brasero que se formó fuera de la puerta de Alcalá. Otro auto de fe se menciona en 14 de Julio del propio año, en que fue condenado Reinaldos de   —275→   Peralta, buhonero francés; éste fue sentenciado a garrote y después quemado su cadáver.

Entre las varias fiestas Reales celebradas en aquella época, merece mencionarse la de toros y cañas que hubieron lugar en esta plaza a 12 de Octubre de 1629, para celebrar el casamiento de la misma infanta D.ª María (antes prometida al Príncipe de Gales) con el Rey de Hungría, a cuya fiesta asistió la misma Infanta, y acabada aquélla, salió de Madrid para reunirse con su esposo en Alemania.

El día 7 de Julio de 1631 fue bien trágico para la Plaza Mayor, pues habiendo prendido fuego en unos sótanos, cerca de la Carnicería, tomó tal incremento, que corrió hasta el arco de Toledo, desapareciendo en breves horas todo aquel lienzo. Duró el fuego tres días; murieron doce o trece personas, y se quemaron más de cincuenta casas, cuya pérdida se valuó en un millón y trescientos mil ducados.

No bastando los socorros humanos, acudieron a los divinos, llevando a la plaza el Santísimo Sacramento de las parroquias de Santa Cruz, San Ginés y San Miguel, y levantando altares en los balcones, donde se celebraban misas. Colocaron también las imágenes de Nuestra Señora de los Remedios, de la Novena, y otras varias, siendo extraordinaria la agitación y pesadumbre que tan extraordinario suceso ocasionó en el vecindario.

Sin embargo, no dejaron de correrse pocos días después los toros de Santa Ana en la misma plaza, a 16 de Agosto siguiente109; los Reyes mudaron de balcón, y asistieron a la fiesta en uno de la acera de los Pañeros, porque en la Casa Panadería había enfermos de garrotillo; y   —276→   sucedió que a lo mejor de la fiesta corrió rápidamente la voz de ¡Fuego en la Plaza!, ocasionada por el humo que veían salir de los terrados, y era a causa de que unos esportilleros se habían colocado a ver la fiesta sobre los cañones de las chimeneas del portal de Manteros y Zapatería. La confusión que esta voz produjo, por el recuerdo de la reciente catástrofe, fue tal entre los cincuenta mil y más espectadores que ocupaban la plaza, que unos se arrojaron por los balcones, otros de los tablados; en las casas de la Zapatería reventaron las escaleras, muriendo, en todo y estropeándose multitud de personas; y gracias a que el Rey conservó la serenidad y permaneció en su balcón, mandando continuar la fiesta para asegurar a los alucinados.

Otro auto de fe celebró en esta plaza la Inquisición de Toledo en 1632, con asistencia de la Suprema y de los Consejos de Castilla, Aragón, Italia, Portugal, Flandes y las Indias. Juzgóse en este auto a treinta y tres reos por diferentes delitos, cuya relación imprimió el arquitecto Juan Gómez de Mora. El Rey y su familia asistieron a esta solemnidad en el balcón sétimo del ángulo de la Cava de San Miguel.

A consecuencia de la causa de conspiración contra el Estado, formada al duque de Híjar D. Rodrigo Silva, al general D. Carlos Padilla y al Marqués de la Vega, fueron degollados en público cadalso los dos últimos, en la Plaza Mayor, el Viernes 5 de Noviembre de 1648110.

Muchos otros acontecimientos y fiestas tuvieron lugar en la plaza durante el largo reinado de Felipe IV; pero   —277→   el más señalado, sin duda, fue ocasionado por la entrada pública de su segunda esposa D.ª Mariana de Austria, el 15 de Noviembre de 1.645. La pomposa descripción de los adornos de la carrera, arcos, templetes, teatros, danzas y máscaras puede verse en el analista Pinelo, que la describe con su acostumbrada prolijidad. Baste decir que en la calle de Platerías se formaron dos grandes gradas o mostradores, donde el gremio de plateros colocó joyas y alhajas riquísimas, por valor de más de dos millones de ducados.

El reinado de Carlos II, el de los hechizos, ni durante su larga minoría, ni después que tomó las riendas del gobierno, prestó ni pudo prestar a la corte de España aquel colorido brillante, poético y caballeresco que el anterior, distando tanto el carácter e inclinaciones del nuevo Monarca de las que su padre había ostentado toda su vida. La austeridad y la tristeza ocasionadas por la enfermiza constitución de Carlos y su espíritu apocado se reflejaron sensiblemente en toda la monarquía y el pueblo madrileño, ocupado unas veces con las intrigas palaciegas del padre Nitard y Valenzuela, otras con los regios disturbios de D.ª Mariana y D. Juan de Austria, y posteriormente con las dolencias y escrúpulos del Rey, sus conjuros y su impotencia, apenas tuvo lugar de presenciar en la Plaza Mayor aquellos magníficos espectáculos de que tan grata memoria conservaba.

Hubo, sin embargo, algunos paréntesis halagüeños en aquella época doliente y monacal, y tal fue, sin duda, el que ocasionó el regio enlace de Carlos con la princesa María Luisa de Orleans.

Pero antes debemos hacer mención de otro episodio desgraciado en esta plaza, y fue un segundo incendio, ocurrido en la noche de 20 de Agosto de 1672, que devoró muchas casas y la Real de la Panadería, la cual fue   —278→   levantada de nuevo en el espacio de diez y siete meses, merced al empeño del privado Valenzuela, y bajo los planes y dirección del arquitecto D. José Donoso, uno de los corruptores del buen gusto en aquella época desdichada; si bien en este edificio, conservándose la planta baja (que era de Gómez de Mora), trató el Donoso de imitar en las demás la construcción antigua, con los mismos tres órdenes de balcones y uno corrido en el principal, y las dos torrecillas en los extremos del edificio. La escalera es ancha y majestuosa, y los salones tienen magníficos, artesones pintados a competencia por el mismo Donoso y Claudio Coello. Pero volvamos a María Luisa de Orleans.

La solemne entrada de esta desgraciada Reina en 13 de Enero de 1680 sirvió de ocasión al pueblo madrileño para desplegar su natural alegría, y a la corte de España para ostentar aún las últimas llamaradas de su antigua grandeza. Entre la multitud de festejos celebrados con este motivo, las fiestas Reales de toros que tuvieron lugar en la Plaza Mayor fueron acaso las más señaladas. Una autora francesa contemporánea describe aquella regia fiesta con brillantes pinceladas.

«La Plaza Mayor, circundada por un extenso tablado y decorada magníficamente con elegantes colgaduras, ofrecía un golpe de vista mágico; al ruido de las músicas, y entre la animada agitación de la multitud, fueron ocupando los balcones que les estaban señalados las Autoridades de la villa, los Consejos de Castilla, de Aragón, de la Inquisición, de Hacienda, de las órdenes, de Flandes y de Italia, las embajadas de todas las cortes, los jefes y servidumbre de la casa Real, los grandes y títulos del Reino. Ricos tabaques henchidos de dulces, de guantes, de cintas, abanicos, medias, ligas, bolsillos de ámbar llenos de monedas de oro, eran ofrecidos a las   —279→   damas convidadas por S. M., y por todas partes reinaba un movimiento, una alegría imposible de pintar. Al aspecto de aquella plaza, que traía a la memoria los antiguos usos del pueblo-rey, de aquellas ricas tapicerías, de aquellos balcones llenos de hermosuras, de aquellos caballeros gallardeando sobre caballos andaluces y luciendo a la vez su magnificencia y su destreza, María Luisa pudo gloriarse de ser la soberana de un pueblo tan noble y tan galán.

»Luego que el Rey y la Reina hubieron tomado asiento en su balcón, la guardia de Archeros y de la Lancilla hizo el despejo de la plaza; entraron en seguida cincuenta toneles de agua, que la regaron, y la guardia se retiró bajo el balcón del Rey, conservando aquel peligroso puesto durante toda la corrida, sin más acción de defensa que la de presentar al toro en espesa fila la punta de sus alabardas, y si el animal moría al impulso de éstas, los despojos eran para los soldados. Seis alguaciles ricamente vestidos y sobre ligeros caballos atravesaron luego la plaza para traer a los caballeros que debían lidiar. Otros recibieron de las manos del Rey las llaves del toril y fueron a desempeñar su comisión, no sin visibles señales de pavura a la vista del toro que, abierta la compuerta, se lanzaba a la plaza con toda la ferocidad de su instinto.

Entre los caballeros en plaza se hallaba el Duque de Medinasidonia, el Marqués de Camarasa, el Conde de Rivadavia y otros grandes, y un joven sueco (el Conde de Konismarck), hermoso, valiente, y que atraía las miradas de todos por la magnificencia de su comitiva. Componíase de doce caballos soberbios, conducidos por palafraneros, y seis mulas cubiertas de terciopelo bordado de oro, que llevaban las lanzas y rejoncillos. Cada combatiente tenía igualmente su comitiva, y todos estaban   —280→   ricamente vestidos con variados colores y plumajes, bandas y divisas. Cada caballero llevaba cuarenta lacayos vestidos de indios o de turcos, o de húngaros, o de moros. Esta comitiva paseó la plaza y se retiró después a la barrera.

»No bien el primer toro se presentó en la plaza, cuando una lluvia de dardos arrojadizos, llamados banderillas cayeron sobre él, excitando el furor de la fiera con sus vivas picaduras. Corría entonces a buscar al caballero, el cual le esperaba con una pequeña lanza en la mano, hincaba su punta en el toro y, quebrando el mango, daba una airosa vuelta, y burlaba esquivando la furia del animal; un lacayo presentaba entonces al caballero otro rejoncillo, y volvía a repetir la misma suerte. El toro entonces, fuera de sí, ciego de cólera, se adelantó una vez rápidamente al Conde de Konismarck; un grito general se oyó en toda la plaza; la Reina no pudiendo resistir este espectáculo tan nuevo para ella, se cubrió la vista con las manos; el joven resistió el primer ímpetu del toro, pero insistiendo éste con el caballo, cae revuelto con él, en tanto que un diestro vestido a la morisca llama la atención del animal, y le pasa la espada tan felizmente que la fiera cayó redonda a sus pies. Las músicas resonaron de nuevo; las aclamaciones frenéticas de la multitud poblaron los aires, y el Rey arrojó una bolsa de oro al intrépido matador. Seis mulas adornadas de cintas y campanillas arrancaron enseguida al toro muerto fuera del arenal; los lacayos retiraron al conde de Konismarck herido, y el drama volvió a empezar con un segundo toro».

Contraste formidable con esta fiesta presentó en el mismo año aquella plaza con el memorable auto de fe de 30 de Junio. La relación de esta trágica escena, publicada por José del Olmo, maestro mayor de obras Reales y   —281→   familiar del Santo Oficio, es demasiado conocida y anda en manos de todos, para que nos detengamos en renovarla111. Diremos sólo que en ella, como en los últimos alardes solemnes de su poderío, ostentó la Suprema Inquisición todo aquel aparato terrible, a par que magnífico, con que solía revestir las decisiones de su tribunal. Desde las siete de la mañana hasta muy cerrada la noche duró la suntuosa ceremonia del juramento, la misa, sermón, la lectura de las causas y sentencias. El Rey y la Reina (aunque esta última debe suponerse que a despecho de su voluntad tierna y apasionada) permanecieron en los balcones que se les prepararon hacia el ángulo de la escalerilla de Piedra, las doce horas que duró aquel terrible espectáculo, y lo mismo hicieron los consejos, tribunales, grandes, títulos y embajadores.

La descripción minuciosa de las ceremonias y el aspecto imponente que presentaba la plaza henchida de espectadores; la noticia de los nombres, cualidades, causas y, sentencias de los reos, que ascendieron a más de ochenta, de los cuales veinte y uno fueron condenados a ser quemados vivos, todo ello puede verse en la ya citada relación de José del Olmo, testigo de vista y funcionario en la citada ceremonia. Concluida ésta, los veinte y un reos condenados al último suplicio fueron conducidos al Quemadero, fuera de la puerta de Fuencarral, durando la ejecución de las sentencias hasta pasada la media noche.

El siglo XVIII comenzó para la monarquía española con un cambio de dinastía, de política y hasta de usos y costumbres; pues con la muerte de Carlos II sin sucesión directa, acaecida en 1700, entró a ocupar el trono español,   —282→   la augusta casa de Borbón, representada por el Duque de Anjou, solemnemente proclamado bajo el nombre de Felipe V.

La famosa guerra que tuvo que sostener catorce años con varias potencias de Europa para hacer valer sus derechos se hizo sentir hasta en el pueblo de Madrid, que, en medio de sus desgracias, le manifestó una fidelidad a toda prueba. La Plaza Mayor vio alzarse en 1701 tablados para la solemne proclamación de Felipe, y luego, por los reveses sufridos por sus armas, tuvo que presenciar los que alzaron los austriacos para proclamar a su archiduque; y hasta miró atravesar al mismo, más como fugitivo que como triunfador, cuando, habiendo entrado en Madrid el día 29 de Setiembre de 1710, se volvió al campo desde la Plaza, quejándose de que no había gente que saliera a recibirle.

Terminada, en fin, la contienda en favor de Felipe, y asegurado éste en el trono español, dedicó sus cuidados a embellecer la capital, y promovió también regocijos propios de un pueblo ilustrado; pero como sus costumbres e inclinaciones estaban más en analogía con las francesas, que había seguido en la niñez, en la espléndida corte de su abuelo Luis XIV, no fueron tan comunes en su reinado las fiestas de toros, cañas y autos sacramentales, y hasta llegó a prohibir las primeras y mandar aplicar a las necesidades de la guerra los gastos que se hacían en la representación de estos últimos en la Plaza durante la octava del Corpus.

Huyendo instintivamente de todo lo que le recordaba a la casa de Austria, su antagonista, edificó nuevo Palacio Real, desdeñó profundamente el Buen Retiro y Aranjuez, creó un nuevo Versalles en San Ildefonso, y hasta mandó labrar su sepulcro en él, por no ir a reposar con sus anteriores en el regio panteón del Escorial.

  —283→  

La Plaza Mayor, ya destituida de la importancia de aquellos actos de ostentación, se convirtió en mercado público, y cubriéndose de cajones y tinglados para la venta de toda clase de comestibles, sólo en algunas ocasiones solemnes de entradas de reyes, coronación o desposorios, solía despojarse y volver a servir de teatro a las fiestas Reales. Tal sucedió en el pasado siglo a la coronación de Fernando VI, a la proclamación de Carlos III, el 13 de Julio de 1760; últimamente a la jura del Príncipe de Asturias, después D. Carlos IV, su proclamación, y en alguna otra ocasión análoga.

Pero a fines del mismo siglo otra tercer catástrofe vino a destruir parte de dicha plaza antigua; tal fue el violentísimo incendio que empezó en la noche del 16 de Agosto de 1790, y de que aún hemos alcanzado a escuchar de algunos ancianos la dolorosa narración. Todo el lienzo que unía a Oriente y parte del arco de Toledo desaparecieron completamente, y las desgracias y pérdidas fueron imposibles de calcular.

Pero de estas mismas desgracias nació la necesidad de reedificar bajo una forma más elegante y sólida los dos lienzos ya dichos, bajo los planes del arquitecto D. Juan de Villanueva, que levantó el portal llamado de Bringas a principios de este siglo, y han seguido después los arquitectos municipales en las construcciones posteriores; variando, sin embargo, muy acertadamente, el plan de Villanueva en cuanto a la forma de arcos rebajados que ideó para la entrada de las calles, construyendo éstos de medio punto y suficiente elevación, en cuyos términos quedó cerrada la nueva plaza el año de 1853.

El siglo actual no carece tampoco de episodios brillantes para la Plaza, y tal puede llamarse el de las funciones Reales celebradas en ella el 19 de Julio de 1803 con motivo del casamiento del príncipe de Asturias D. Fernando (después VII) con la infanta doña Antonia de Nápoles.   —284→  

Durante la invasión francesa, y algunos años después, continuó sirviendo esta plaza de mercado general, hasta que se trasladó a la plazuela de San Miguel, y también de teatro de los suplicios de los patriotas españoles condenados por el Gobierno de José. En 1812 vio levantarse arcos triunfales para recibir las tropas anglo-hispano-portuguesas, al mando de lord Wellington. A los tres días de su entrada, el 15 del mismo Agosto, se publicó en ella solemnemente la Constitución política de la monarquía española, promulgada en Cádiz, a 19 de Marzo del mismo año, y se descubrió sobre el balcón de la Panadería la lápida con la inscripción en letras de oro «PLAZA DE LA CONSTITUCIÓN». Esta lápida fue arrancada y hecha pedazos el día 11 de Mayo de 1814 con gran algazara, y en aquel mismo día alzaban los vendedores de la Plaza tres arcos de verdura para recibir a Fernando VII de regreso de su cautiverio. En Marzo de 1820 fue de nuevo establecida la Constitución, y colocada una nueva lápida con toda solemnidad y una alegría frenética, y en 23 de Mayo, de 1823 fue vuelta a arrancar con estrépito, a la entrada del Duque de Angulema y del ejército francés, sustituyendo en su lugar otra que decía: «PLAZA REAL».

Pero antes de esta última escena había sido teatro la Plaza de otra memorable en la mañana del 7 de Julio de 1822, en que se trabó una reñida acción entre la Milicia Nacional y la Guardia Real, sosteniendo aquélla la Constitución, y ésta el Rey absoluto; de que resultó vencedora aquélla en las calles de la Amargura, de Boteros y callejón del Infierno, que llevaron después por algún tiempo los nombres del Siete de Julio, del Triunfo y de la Milicia Nacional.

Por último, habiendo muerto, en 29 de Setiembre de   —285→   1833, el rey Fernando VII, fue proclamada solemnemente en esta plaza su augusta hija doña Isabel II por reina de España, y publicada luego la Constitución de la monarquía, volvió a colocarse otra lápida, aplicando por tercera vez a la Plaza este nombre, a costa de tanta sangre disputado.

Todavía los hijos de este siglo hemos llegado a tiempo de presenciar en esta plaza en distintas ocasiones aquellas magníficas fiestas Reales de toros en que ostentaba su grandeza la antigua corte española. La primera, en 21 de Junio de 1833, con motivo de la jura de la Princesa de Asturias (después reina doña Isabel II), y las últimas, en los días 16, 17 y 18 de Octubre de 1846, en celebración de las bodas de esta misma augusta señora y de la infanta doña Luisa Fernanda con los Duques de Cádiz y de Montpensier. Presentes están en la memoria de todos los habitantes de Madrid el deslumbrador aparato, la animación y la alegría que ostentó esta hermosa plaza en aquellos días. Suntuosamente decorada con ricas colgaduras de grana y oro, henchidos sus balcones, gradas y tablados de una inmensa concurrencia, al frente de la cual brillaban en primera línea los augustos novios, la Reina madre y señores Infantes, los Duques de Montpensier y de Amalaya, las regias comitivas y todo lo que la corte encierra de más brillante, además del inmenso número de forasteros, entre los que se contaban muchas notabilidades políticas y literarias de los países extranjeros, que consignaron luego pomposas descripciones de la fiesta, reflejaba dignamente el espléndido poderío y grandeza de la antigua corte de dos mundos.

También la bizarría y denuedo de los lidiadores y caballeros en plaza, y en especial del héroe de la fiesta, el capitán D. Antonio Romero, que quebrando el rejoncillo, dejó varios toros muertos a sus pies, colocaron en   —286→   muy alto punto la proverbial fama del valor español, dieron a los propios y extraños un espectáculo completamente caballeresco y nacional.

Concluidas aquellas Reales funciones, y habiéndose de reponer el empedrado de la Plaza, el Ayuntamiento de 1846 determinó arreglar su pavimento en más elegante forma, dejando en el centro una explanada elíptica, circundada de bancos y faroles, y de una calle adoquinada para el paso de coches entre ella y las anchas y cómodas aceras al lado de los portales, y nivelar el piso de éstos a las entradas de los arcos y bocacalles, para proporcionar de este modo un cómodo paseo cubierto112.

Colocose, en fin, en el centro de aquella explanada, sobre un elevado pedestal, la estatua ecuestre en bronce de Felipe III, que se hallaba en la Casa de Campo, y que fue cedida para este objeto por la munificencia de S. M. En dicho pedestal se puso esta inscripción: LA REINA DOÑA ISABEL II, a solicitud del Ayuntamiento de Madrid, mandó colocar en este sitio la estatua del señor rey don Felipe III, hijo de esta villa, que restituyó a ella la corte en 1606, y en 1619 hizo construir esta Plaza Mayor. Año de 1848113.



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ArribaAbajo-X-

El arrabal de Santa Cruz


El trozo de arrabal denominado así por su inmediación a dicha parroquia comprendía hasta la puerta de Vallecas, situada donde hoy la plazuela de Antón Martín en la calle de Atocha, y desde allí, por su costado izquierdo, a la plazuela del Matute y calle del Lobo, hasta salir a la Carrera de San Jerónimo y Puerta del Sol, volviendo al punto de partida por la subida de Santa Cruz. -El otro trozo de arrabal a la derecha de la calle de Atocha, desde la puerta de Vallecas hasta la de la Latina (aunque comprendido en el mismo arrabal), le consideraremos independientemente en el siguiente paseo, con el título del Arrabal de San Millán.

Parroquia de Santa Cruz.

La iglesia parroquial de Santa Cruz quieren los historiadores que fuese primero ermita y luego beneficio rural con derecho parroquial desde el tiempo de los árabes, en la hipótesis (poco probable, a nuestro entender) de estar entonces poblados de caserío aquellos sitios extramuros.   —288→   Mas lo que se sabe de cierto es que después de la conquista por las armas cristianas, y a medida que la población se iba extendiendo en dirección al antiquísimo y venerando santuario de Atocha, la parroquialidad de Santa Cruz vino a ser la más extensa de la nueva villa, como que llegaba, según queda dicho, a las puertas del Sol, de Antón Martín y de la Latina, hasta mediados del siglo XVI, en que se fundó la de San Sebastián, que dividió con aquélla su extensa feligresía.

El templo antiguo de Santa Cruz puede decirse que no existía ya, pues a consecuencia de dos incendios, padecidos en 1620 y en 1763, fue necesario reedificarle en 1767, por cierto con poco gusto y ostentación. La torre, sin embargo, era anterior, aunque no la primitiva que hubo en esta parroquia, y era llamada la atalaya de la corte, así como la de San Salvador la atalaya de la villa. Aquélla fue derribada por ruinosa en 1632, y se emprendió la obra de la nueva a costa del Ayuntamiento y de los vecinos de la parroquia, la cual no llegó, sin embargo, a verse terminada hasta 1680, según más por menor se expresa en el excelente artículo Madrid del Diccionario del señor Biadoz114. -La altura de esta torre era de 144 pies, y hallándose en sitio bastante elevado, descollaba sobre todas las demás de la población, aunque por su forma cuadrada, sencilla y sin ornato alguno, era por otro lado un objeto poco digno de fijar la atención del viajero que se acercaba a la capital. En esta parroquia existían las piadosas y antiguas congregaciones de la Caridad y de la Paz, que   —289→   asisten a los reos de muerte desde el momento que entran en la capilla de la cárcel, les acompañan al suplicio y cuidan de su enterramiento, el cual se verificaba antiguamente en esta parroquia el de los degollados, en San Miguel el de los dados garrote, y en San Ginés el de los ahorcados; celebrábanse misas en la capilla de dichas congregaciones por el alma de aquellos desgraciados en el momento en que se les notificaba la sentencia, desde cuyo día se levantaba en la esquina de la plazuela un altar con el crucifijo que había de acompañarles al suplicio, fijándose a la puerta de la iglesia la tablilla de indulgencias concedidas a los fieles asistentes a aquellos sufragios.

También antes (y todavía lo hemos alcanzado a ver) se recogían el sábado de Ramos por las mismas cofradías las cabezas y miembros de dichos ajusticiados, que solían exponerse en los caminos públicos, y eran colocados, antes de darles sepultura, en el mismo cajón o altar portátil de la plazuela; espectáculo, por cierto, bien repugnante, que, por fortuna, ha desaparecido de nuestras costumbres.

Bajada de Santa Cruz.

Recogimiento de San Esteban.

En la bajada de Santa Cruz, o sea calle denominada de los Esparteros, en una rinconada que formaban las accesorias del convento de San Felipe el Real, hubo antiguamente un recogimiento de donadas con el nombre de San Esteban, que le quedó luego al solar o plazoleta, que más adelante se apellidó también de los Pájaros, y hoy forma el ingreso de la nueva calle rota hasta la de la Paz, que lleva el nombre del inolvidable corregidor Marqués de Pontejos, así como la plazoleta formada a su término, donde se ha trasladado la fuente de la Puerta del Sol y colocádose en ella el busto de aquel benemérito funcionario.

Calle de la Paz.

La calle de la Paz tomó el nombre de un hospital que fundó en ella doña Isabel de Valois o de la Paz, tercera   —290→   esposa de Felipe II, en que se veneraba la imagen de Nuestra Señora bajo la misma advocación que hoy hemos dicho que se halla en la parroquia de Santa Cruz. Dicho hospital estuvo en el terreno de la casa que después sirvió de aduana, y en que hoy está la Bolsa de Comercio.

Plazuela de la Leña.

Aduana Vieja.

La irregular calle (malamente llamada plazuela) de la Leña, así como la inmediata y principal de las Carretas, quieren decir que tomaron estos nombres, a su formación o regularización en principios del siglo XVI, por el recuerdo reciente de las barricadas de leña y carreterías formadas en aquellos sitios para su defensa por los comuneros venidos de Segovia, que en unión con los de Madrid, ofrecieron tan porfiada resistencia a las huestes del Emperador. -En la rinconada de dicha plazuela de la Leña se labró, a mediados del siglo XVII, dicha casa Aduana, que sirvió para este objeto hasta que en 1769 hizo construir Carlos III el nuevo y magnífico edificio de la calle de Alcalá, recibiendo aquél desde entonces diversos destinos, ya para archivos públicos, ya de cuartel de voluntarios realistas, ya de Escuela de Caminos y Canales, hasta que en 1850 le ocupó la Junta, Tribunal y Bolsa de Comercio, que ha construido en este solar su edificio propio.

Calle de Carretas.

La calle de Carretas, hoy una de las principales de la villa, ofrece pocos recuerdos y carece de monumentos históricos. Los edificios públicos que la decoran, tales como la casa de la extinguida Compañía de Filipinas, la de la Imprenta Nacional y la de Correos (hoy Ministerio de la Gobernación) son modernos, y en los solares que ocupan existieron anteriormente multitud de mezquinos casuchos, propios de un arrabal. Baste decir que la parte de manzana que se segregó de las 205 y 206 para formar aislada la que constituye el edificio de Correos, construido en el reinado de Carlos III, comprendía treinta y cuatro   —291→   casas particulares, que fueron compradas para derribarlas y dar lugar a la nueva construcción.

Calle de Majaderitos.

El caserío general de esta calle es igualmente moderno y muy renovado, y sus apreciadísimas tiendas estuvieron exclusivamente dedicadas hasta hace pocos años al comercio de librería, y antes al gremio de broqueleros, con cuyos nombres de comercio fue también sucesivamente conocida esta calle; así como las contiguas callejuelas, estrecha y ancha de los Majaderitos, tomaron aquel ridículo título del mazo que usaban los bati-hojas o tiradores de oro que ocupaban dicha calle, y solían apellidar el majadero o majaderito. -Posteriormente fueron habitadas por los famosos guitarreros de Madrid, y otros oficios no menos alegres y divertidos, hasta que, renovado en nuestros días su caserío, y continuada una de ellas con el derribo del convento de la Victoria, han recibido los nombres de Cádiz, de Barcelona, y de Espoz y Mina, y más elegantes comercios y habitadores115.

La Victoria.

Nuestra Señora de la Soledad.

Aquel famoso convento, que con su iglesia, huerta y tahona ocupaba gran parte de la manzana 207, y ha dado lugar con su derribo, en 1836, a la formación de dicha hermosa calle de Espoz y Mina, al ensanche de la de la Victoria y a la construcción entre ambas de las manzanas de casas de los señores Mariátegui y Mateu, pasaje o galería cubierta y otros varios edificios, había sido fundado en aquel sitio (confín entonces de la población) por el padre fray Juan de la Victoria, provincial de los mínimos de San Francisco de Paula, con la protección del rey D. Felipe II, y en el mismo año de 1561, en que trasladó a Madrid la corte. -Era muy poco notable bajo el aspecto artístico, y sólo bajo el religioso, por la   —292→   gran devoción de los madrileños a la venerable imagen de Nuestra Señora de la Soledad, obra famosa ejecutada en madera con ciertas misteriosas condiciones por el célebre escultor Gaspar Becerra, y que fue copiada de un cuadro que facilitó para ello la reina doña Isabel de la Paz: esta sagrada imagen tenía su capilla propia contigua a la iglesia, y hoy se halla en San Isidro el Real, y es la misma que sale en la solemne procesión del Viernes Santo.

Entre el modesto camino que, flanqueado a la derecha por el ya citado convento de la Victoria y algún pobre caserío, y por su izquierda por las tapias del hospital del Buen Suceso y algunos huertos o posesiones rurales, contiguas a los olivares y caños de Alcalá, y la espléndida calle que, con el nombre de Carrera de San Jerónimo conduce hoy desde el sitio central y más animado de la corte a su primero y magnífico paseo, y al Sitio Real del Buen Retiro, median siglos de distancia animados por muchas generaciones, sucesos y peripecias históricas, de que nos haremos cargo cuando, después de haberle considerado hoy como límite de la antigua villa, regresemos al centro de la nueva en la tercera y última ampliación.

Límites del Arrabal.

Dijimos antes que los historiadores que nos dejaron ligeramente indicados los términos del arrabal, apuntando la dirección que llevaba la tapia o cerca que suponen (y que por cierto no creemos existiese en este sitio), no indican con precisión su marcha desde la Puerta del Sol en dirección a San Jerónimo, diciendo sólo que a cierta altura de este camino torcía en escuadra a buscar la línea recta de la plazuela de Antón Martín, lo cual, caso de ser cierto, podría ser entre las calles del Lobo y del Baño en dirección a la plazuela del Matute. Pero tenemos motivos para sospechar que no existió semejante cerca sin solución de continuidad, entre la Puerta del Sol y la de   —293→   Antón Martín, o que acaso sería sólo en los primeros tiempos de la ampliación, y muy provisional y pasajera; pues no se hace mención de ella en los títulos y documentos del siglo XVI, sino que consta ya la existencia de todas aquellas calles y de muchos de sus edificios; y que la verdadera entrada de Madrid era abierta hacia donde ahora está la iglesia de los Italianos, sin puerta que limitase la extensión del arrabal. -Esta se fue verificando constante aunque lentamente y prescindiendo de cualquier obstáculo que lo saliese al paso y que evidentemente no existía ya a mediados del siglo XVI cuando se estableció en Madrid la corte. Por lo tanto, y porque así conviene a la claridad material de la narración, seguiremos en nuestro paseo esa línea recta, suponiendo límite de ella dicha Carrera (entonces poco poblada), y comprendiendo sólo las calles a la derecha, entre la misma y la de Atocha, hasta Antón Martín.

Calles del Lobo, del Príncipe y de la Cruz.

Las primeras que se ofrecen al paso son las tituladas del Lobo, del Príncipe y de la Cruz, las cuales nos traen simultáneamente a la imaginación el recuerdo de las primeras representaciones escénicas en nuestra villa de Madrid, que con tanta copia de erudición y de crítica reseñó don Casiano Pellicer en su conocida obra titulada Tratado histórico de la comedia y del histrionismo de España116.

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Corrales de comedias.

El origen indudable de la representación de comedias en Madrid fue el privilegio concedido a las cofradías de la Sagrada Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y la de la Soledad, que había fundado la Casa de expósitos, para que pudiesen dar a su beneficio dichas representaciones en las casas o sitios que señalasen. En su consecuencia, la primera, o de la Pasión, señaló para este objeto un corral que tenía en la calle del Sol (¿Puerta?), otro en la del Príncipe, propio de Isabel Pacheco, y otro en la misma calle, perteneciente a N. Burguillos, cuyo último corral se aplicó después a si la cofradía de la Soledad; y consta que el miércoles 5 de Mayo de 1568 entró a representar en el de la Pacheca el comediante Alonso Velázquez, y posteriormente en ambos por convenio de dichas   —295→   cofradías. -En 1574, un comediante italiano, llamado Alberto Ganasa, autor o cabeza de una Compañía que representaba farsas y hacía juegos de manos y volatines, contrató con las cofradías para que se le cubriese con tejados dicho corral (excepto el patio, que quedó siempre al descubierto), y aquéllos alquilaron y adornaron para las otras compañías un nuevo corral en la calle del Lobo, en la casa que pertenecía a Cristóbal de la Puente, hasta que más adelante las mismas cofradías fabricaron ya sus coliseos propios, el uno en la calle de la Cruz, en 1579, y el otro en la del Príncipe, en 1582, cesando entonces y deshaciendo el de la calle del Lobo.

Según las escrituras de compra de dichos solares, consta que el primero (el de la Cruz) «alindaba con el horno   —296→   de Antonio Ventero y con el solar de Antonio González Labrador, y por delante la calle pública que dicen de la Cruz, donde es la cárcel que dicen de la Corona, en la parroquia de Santa Cruz, y que fue comprado en 550 ducados; y el segundo, o del Príncipe, propio del doctor Álava de Ibarra, médico de Felipe II, eran dos casas y corrales contiguos al mencionado de la Pacheca, y tenían por linderos casas de Catalina Villanueva, de Lope de Vergara y del contador Pedro Calderón, y por delante la dicha calle principal del Príncipe, y fueron vendidas en 800 ducados. En éste se principiaron las representaciones en 21 de Setiembre de 1583, y en el de la Cruz habían empezado anteriormente en 29 de Noviembre de 1578.

La afición de los madrileños a las representaciones escénicas, y los productos de los corrales (que este nombre conservaron), utilizados por las cofradías para los santos objetos de su instituto fueron tales, que lo que en los primeros años representaba un beneficio líquido de 140 a 200 rs. por representación, luego de construidos los nuevos coliseos (cuyo sitio vemos que compraron las cofradías por sólo 1.350 ducados), llegó al punto de arrendarse por cuatro años (desde 1629 a 1633) en la enorme suma de 114.400 ducados, que distribuían entre sí los diversos hospitales y hospicios, hasta que en 1638 se encargó de los teatros la villa de Madrid, consignando a aquellos establecimientos varios censos y subvenciones, que han venido disfrutando hasta el día.

Poco podemos añadir a las infinitas y curiosas investigaciones que sobre este asunto consignaron los eruditos Sres. Armona y Pellicer en sus ya citadas obras, y únicamente diremos que, por el registro de los títulos antiguos, vemos que el corral arrendado en la calle del Lobo y casa propia de Cristóbal de la Puente estaba en la   —297→   señalada con el número 23 viejo y 9 nuevo de dicha, calle, y manzana 218, poseída por el dicho la Puente, y que hoy pertenece al Sr. D. Vicente Pereda. La casa de Isabel de Pacheco, en la calle del Príncipe, donde estaba el famoso corral apellidado de la Pacheca, ya hemos dicho que era contigua a la comprada por las cofradías al doctor Álava de Ibarra para la construcción del nuevo coliseo, y quedó incluida en éste, así como también lo fue después otra, propia de D. Rodrigo de Herrera, que tenía una ventana que daba al corral, cuando la villa de Madrid reedificó y agrandó el teatro en 1745, hasta darle el espacio de 11.594 pies que hoy tiene, y sobre el cual se volvió a reedificar en 1806 bajo los planes y dirección del arquitecto Villanueva, por haberse quemado el anterior117.

El otro de la calle de la Cruz (llamado así por un cerrillo que hubo antiguamente en aquel sitio, sobre que estaba colocada una cruz) fue también reedificado bajo las trazas, dirección y mal gusto del arquitecto D. Pedro de Ribera, en 1737 (no según el plan ya indicado de Jubara y Rodríguez), y es el mismo que acaba de derribarse para continuar la nueva calle de Espoz y Mina.

Poetas y comediantes. Los recuerdos histórico-literarios de aquellos antiguos corrales o coliseos nos llevarían muy lejos, y son, por lo demás, bastante conocidos; sólo diremos que en ambos indistintamente brillaron en su tiempo (al paso que en los suntuosos de Buen Retiro, de Palacio y de los sitios del Pardo y de la Zarzuela) las populares musas de Lope de Vega, Tirso, Moreto y Calderón; que el primero solía dar preferencia al de la Cruz, y también el monarca   —298→   Felipe IV, tan aficionado a este espectáculo, que solía asistir de incógnito a él, entrando por la plazuela del Ángel y casa contigua (y que fue luego incorporada al mismo teatro), en la cual, según nuestras noticias, vivió el célebre Poeta D. Jerónimo Villaizán118. Don Rodrigo Calderón, el Duque de, Lerma y otros magnates preferían, por el contrario, asistir al del Príncipe, donde tenían aposento con celosía. En el primer coliseo representaba la famosa María Calderón (madre de D. Juan José de Austria) y las no menos célebres Amarilis (María de Córdova) y Antandra (Antonia Granados); las posteriores celebridades escénicas María Ladvenant y María del Rosario Fernández (la Tirana) representaron casi siempre en el Príncipe. -En cuanto al recuerdo moderno de los bandos de Chorizos y Polacos, con cuyos nombres se designó a ambos teatros del Príncipe y de la Cruz a fines del siglo pasado, es demasiado conocido para que haya necesidad de reproducirle. Las preciosas comedias modernas de Moratín, tituladas El Viejo y la Niña y El Café, se representaron en el Príncipe, y las de El Barón, La Mojigata y El Sí de las Niñas, en el de la Cruz. Los eminentes actores Rita Luna e Isidoro Maiquez trabajaron en un principio en ambos (aunque nunca llegaron a reunirse en la escena), pero   —299→   últimamente aquélla se fijó en la Cruz y éste lo hizo exclusivamente en el Príncipe, que supo convertir desde principio del siglo actual en el favorito del público madrileño.

Calle del Príncipe.

Plazuela del Matute.

No puede ser exacta la observación de que la calle del Príncipe recibiese este nombre con motivo del nacimiento en Madrid del príncipe D. Felipe (después Felipe III), ocurrido el 14 de Abril de 1578, ni aun los de sus dos hermanos anteriores, que murieron sin llegar a reinar, D. Fernando y D. Diego, que también habían nacido en Madrid en 1571 y 1575; porque ya vimos que anteriormente, en 1568, se apellidaba ya calle del Príncipe la del corral de Pacheca; creemos, por lo tanto, que dicho nombre pudo dársele con alusión al príncipe D. Felipe II, jurado en San Jerónimo en 1528, en cuya época pudo abrirse dicha calle. Con esto queda también contestada la opinión de algunos, que han supuesto referirse el nombre de la misma al príncipe de Fez y de Marruecos, Muley Xeque, que no vino a España ni recibió el bautismo hasta 1593, tomando el nombre de D. Felipe de África o de Austria, y es más conocido con el de El Príncipe Negro. Este personaje vivió efectivamente en dicha calle, en la casa que fue de Ruy López de Vega (que es la que da vuelta a la calle de las Huertas y hoy está reedificada por su dueño el Duque de Santoña, y lleva el número 40 nuevo). El sobrescrito de la carta de que habla el inmortal autor del Quijote en la Adjunta al Parnaso dice: «Al Sr. Miguel de Cervantes Saavedra, en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solía vivir el Príncipe de Marruecos», es decir, que pudo habitar aquel ingenio en las señaladas ahora con los números 6 al 10 nuevo de dicha calle. -Algo más abajo, y conduciendo desde la calle del Príncipe a la plazuela de Antón Martín, está la plazoleta llamada del Matute, cuyo nombre hay motivo para creer que le quedó por la razón de que en ella   —300→   y las huertas inmediatas a la puerta de Vallecas se preparaban los contrabandos o matutes.

Plazuela de Santa Ana.

Hasta el tiempo de la dominación francesa, en los primeros años de este siglo, existió, formando la mayor parte de la manzana 215 y prolongando las calles del Prado, de la Gorguera y de la Lechuga, el convento e iglesia de religiosas carmelitas descalzas de Santa Ana, fundado por San Juan de la Cruz en 1586, en cuyo solar se formó en 1810, la Plazuela de Santa Ana, con árboles y una fuente en medio, en que fue colocada la estatua en bronce de Carlos V, que existe en la galería de escultura del Museo119.

Casa de Montijo.

Plazuela del Ángel.

Por este mismo tiempo creemos que se construyó, bajo la dirección del arquitecto D. Silvestre Pérez, la bella casa-palacio propia de los Condes del Montijo y de Teba, esquina a dicha plazuela y a la del Ángel, sobre casas que fueron anteriormente de los condes de Baños y de D. Pedro Velasco de Bracamonte. -La plazuela del Ángel, al frente de dicha casa, estuvo antes ocupada por una manzana aislada con el oratorio y casa de padres de San Felipe Neri, hasta que a la extinción de los Jesuitas, en 1769, pasaron, como ya dijimos, a la casa profesa de aquéllos, en la calle de Bordadores, y se demolió la suya, que daba lugar, entre la calle del Prado y la de las Huertas, a otra callejuela llamada del Beso.

Casa de Tepa.

La otra elegante casa de los Condes de Tepa, frontera a la de Montijo, con entradas también por las calles de San Sebastián y de Atocha, es uno de los mejores edificios particulares de principios de este siglo, y creemos fue, como el palacio de Villa-hermosa, obra del arquitecto don Antonio López Aguado.

  —301→  

Parroquia de San Sebastián.

Sepultura de Lope de Vega.

La iglesia parroquial de San Sebastián, tan poco notable bajo el aspecto artístico, como importante por su extendida y rica feligresía y ya dijimos que compartió ésta con la de Santa Cruz, cuando se construyó en 1550, tomando la advocación de aquel santo mártir, por una ermita dedicada al mismo que hubo más abajo, hacia la plazuela de Antón Martín. El cementerio contiguo a esta parroquia, que da a la calle de las Huertas y a la ya mencionada de San Sebastián (antes llamada del Viento) era uno de los padrones más ignominiosos de la policía del antiguo Madrid; y así permaneció hasta la construcción de los cementerios extramuros, en tiempo de los franceses. Recordamos haber escuchado a nuestros padres la nauseabunda relación de las famosas mondas o extracción de cadáveres que se verificaban periódicamente en una de las cuales fueron extraídos de la bóveda, confundidos y arrumbados, los preciosos restos del gran Lope de Vega, que yacían sepultados en ella en el segundo nicho del tercer orden, no de la Orden Tercera, como dice algún documento donde buscándole nosotros hace pocos años con el difunto cura de aquella parroquia, Sr. Quijana, hallamos la lápida que dice estar enterrada en aquel nicho la señora doña N. Ramiro y Arcayo, hermana del vicario que fue de Madrid.

Este lamentable descuido, esta criminal profanación (que nos priva ahora, de mostrar a los extranjeros el sepulcro del Fénix de los ingenios) se cometía ya en el siglo XIX o a fines del anterior, a la faz de una corte ilustrada y culta, y delante cabalmente de los distinguidos literatos y famosos poetas restauradores de las letras españolas, de los Moratines e Iriartes, Ayalas y Cadalsos, Cerdas, Ríos, Ortegas, Llagunos, Meléndez y otros varios, y de los extranjeros Signorelli, Conti, Pizzi, Bernascone, etc., los cuales en el último cuarto del siglo anterior habían   —302→   establecido una especie de liceo o academia privada en sala de la Fonda de San Sebastián, en la casa contigua a dicho cementerio (porque entonces no existía todavía la del Conde de Tepa); apreciable reunión, que duró en todo su esplendor hasta que, desapareciendo poco a poco sus insignes fundadores, degeneró en manos de la medianía o del pedantismo. Y es evidente que el insigne Moratín, hijo, se refirió a ella y a sus principales concurrentes, Comella, Cladera, Guerrero, Salanueva, Nifo y otros pseudo-poetas de la época, en la deliciosa sátira dramática titulada La Comedia nueva, en que los retrató, como pudiera decirse, con pelos y señales, bajo los nombre de don Eleuterio, D. Hermógenes y D. Serapio, y hasta fijó la escena en el mismo café del entresuelo, haciendo figurar en ella al mozo llamado Agapito y emblematizando en él la buena fe del vulgo sandio e ignorante, bajo el gráfico nombre de Pipi.

Calle de Atocha.

La arteria principal de este trozo de la población comprendido entre Santa Cruz y Antón Martín fue desde los principios la calle de Atocha, una de las más importantes de la nueva villa, encerrando, además de su notable caserío, varios edificios religiosos y civiles muy señalados de los siglos XVI y XVII.

La Trinidad.

Entre los primeros descuella el extenso convento o e iglesia que fue de los padres trinitarios calzados, cuya traza dio de su propia mano Felipe II, señalando él mismo el sitio que ocupa, que con sus accesorios comprende nada menos que 108.646 pies. Su construcción, que principió hacia los años de 1547, corrió a cargo del arquitecto Gaspar Ordóñez. De la iglesia (que era muy espaciosa y decorada) no puede juzgarse ya, por las notables alteraciones y cortes que se la han dado en estos últimos años, y conforme a los nuevos destinos que recibió este edificio después de la exclaustración en 1836. Convertida primero   —303→   en teatro y salones de la sociedad llamada del Instituto español, luego para las Exposiciones de pinturas y para el Conservatorio de Artes, hoy está en gran parte ocupada por éste, y otra parte sirve de ingreso al claustro y escalera principal. Éstos permanecen todavía en su estado primitivo, y por su buena forma y gusto recuerdan, especialmente la escalera, al monasterio del Escorial. El espacioso convento, que ya en tiempo de la dominación francesa y algunos años después sirvió de Biblioteca Real, fue destinado después a reunir en él la gran colección de cuadros recogidos de las iglesias y conventos de la provincia y otros, bajo el título de Museo Nacional, y hoy, sin suprimirse del todo aquél, lo ocupan simultáneamente, y por cierto con extraña amalgama, las oficinas del Ministerio de Fomento; habiéndose hecho necesarias para ello costosas obras de reparación y distribución, así en el interior como en la fachada del edificio, que, por efecto de ellas, ofrece hoy un aspecto bastante anómalo entre su antiguo y nuevo destino. También se ha suprimido la verja, que cerraba la espaciosa lonja delantera, quedando, empero, en posesión de sus muros el comercio de librería, que desde tiempo inmemorial la ocupaba, así como las inolvidables Gradas de San Felipe.

Sería largo enumerar los varones distinguidos en virtud y en ciencia que albergó desde su fundación esta religiosa casa, sobresaliendo entre los primeros el Beato Simón de Rojas (cuyo cuerpo se veneraba en ella y hoy se halla en la iglesia de Santa Cruz), y entre los segundos, el célebre predicador y literato del siglo pasado Padre Hortensio Paravicino120. De ella salieron también, en el mes de   —304→   Mayo de 1580, los padres redentores Fray Juan Gil y Fray Antonio de la Bella, que rescataron al inmortal CERVANTES, cautivo en Argel, cuya partida de rescate se conservaba en su archivo.

Santo Tomás.

El otro notabilísimo edificio religioso, a mi extremo de este trozo de calle, es la iglesia y convento de Santo Tomás, que fue de los religiosos dominicos, establecido en aquel sitio a instancia de Fray Diego de Chaves, confesor de Felipe II, por los años de 1583, erigiendo esta casa en priorato, y desmembrándola entonces de la de Atocha. La iglesia antigua pereció en un incendio en 1652, y en 1656 se concluyó la nueva, aunque la capilla, mayor y media naranja eran posteriores, obra del célebre y extravagante D. José Churriguera y sus hijos. D. Jerónimo y D. Nicolás, quienes la ejecutaron con tan escaso acierto, que a poco de haber sido terminada la cúpula, en 1726, se desplomó con estrépito, cabalmente en un día en que, con motivo del jubileo del año Santo, estaba llena de gente, por lo que quedaron sepultadas en sus ruinas más de ochenta personas121 A pesar de estos contratiempos, que fueron remediados con nuevas reparaciones, y no obstante el mal gusto de dichos arquitectos, que quedó consignado en los adornos interiores, y singularmente en la   —305→   portada de la iglesia, este templo, por su espaciosidad y grandeza, era de las más notables de Madrid, y muy particularmente por las solemnes funciones religiosas que en él se celebraban, entre las cuales ocupa el primer lugar la magnífica de la octava de Pascua de Resurrección, en que despliega un aparato incomparable la congregación de la Guardia y oración del Santísimo Sacramento. De esta iglesia salía también el Viernes Santo la procesión del Santo Entierro. -El convento era muy espacioso, y en él tuvieron establecidas los frailes dominicos las cátedras públicas de filosofía y teología escolástica y moral, que permanecieron abiertas hasta la extinción de los regulares. -De esta famosa casa de padres predicadores solía salir, en los pasados tiempos, la ostentosa comitiva de los Autos de fe, con los pendones y cruces del Santo Oficio; y por una anomalía bien extraña, en aquellos mismos religiosos claustros, donde en los siglos pasados se entonaba el terrible Exurge, Domine, et judica causam tuam, resonaron en el presente, por los años 22 y 23, los furibundos ecos de la célebre sociedad demagógica titulada la Landaburiana; y más adelante fueron teñidos con la sangre inocente de sus inofensivos moradores, en la trágica Jornada de 17 de Julio de 1834. Convertido después dicho convento en cuartel de la Milicia Nacional, sirvió también de prisión, en Octubre de 1841, al desventurado general D. Diego León, Conde de Belascoain, y otros compañeros de infortunio, que salieron de él para perecer en el patíbulo. Este convento, ocupado por el Tribunal Supremo de la Guerra y Capitanía general, después de haberlo sido por el Consejo del mismo ramo, ha sido demolido últimamente.

La Magdalena.

El monasterio de religiosas agustinas de la Magdalena, fundado por el mismo tiempo, estaba en el otro trozo de la calle de Atocha, al número 30 nuevo y sitio   —306→   que hoy ocupan las casas nuevas del Sr. Ceriola; era poco notable bajo el aspecto artístico, y fue demolido hacia 1837.

Loreto

Al extremo de este trozo de calle, a su salida a la plazuela de Antón Martín, con vuelta a la de Matute, fundó también Felipe II, en 1581, el colegio Real de Nuestra Señora de Loreto, para niñas pobres, cuya iglesia no se concluyó hasta 1654, venerándose en su altar mayor la imagen de Nuestra Señora de Loreto, traída de Roma por un religioso en 1587; Felipe IV convirtió este colegio en casa de educación de señoritas huérfanas.

Entre los edificios civiles de la calle de Atocha merece la preferencia el que fue conocido con el nombre de la Cárcel de Corte, y que más recientemente se llamó Palacio de la Audiencia, y antes Sala de alcaldes de Casa y Corte; pues la carcelería, que al principio estuvo, sin duda, destinada para los nobles y sujetos distinguidos, se relegó después para toda clase de presos al edificio contiguo, que daba a la calle de la Concepción Jerónima, y que fue antes Oratorio y casa de padres del Salvador; a pesar de ello, quedó en la portada del palacio la inscripción: Reinando la majestad de Felipe IV, año de 1634, con acuerdo del Consejo, se fabricó esta cárcel de Corte para comodidad y seguridad de los presos.

La Cárcel de Corte.

Este edificio, obra del Marqués Crescenci, es uno los pocos buenos de aquella época que quedan en Madrid. La escalera principal, colocada entre ambos patios, es elegante y aun magnífica, y éstos ofrecen hoy, despojados de los tabiques y vidrieras que antes las afeaban, una bella perspectiva, ostentando en sus centros respectivamente las estatuas de Cristóbal Colón y Sebastián Elcano. La fachada que da a la plazuela de Provincia es severa y majestuosa, y en el año último se ha repuesto al   —307→   fin la torrecilla y chapitel que se quemó en el siglo pasado. -Delante de este palacio, y enfrente de la calle de Atocha, estaba la fuente llamada también de Provincia (acaso la única que quedaba ya de construcción del siglo XVII, hasta que ha sido demolida), con alusión a la cual, y a la de la suprimida plazuela de la Villa decía Tirso de Molina, en un romance al río Manzanares:


«Fuentes tenéis que imitar,
»Que han ganado con sus cuerpos,
»Como damas cortesanas,
»Sitios en Madrid soberbios;
»Adornadas de oro y perlas
»Visitan plazas y templos;
»Y ya son dos escribanas,
»Que aquí hasta el agua anda en pleitos.
»No sé yo por qué se entonan,
»Que no ha mucho que se vieron
»Por las calles de Madrid
»A la vergüenza en jumentos».

El caserío particular de dicha calle es generalmente moderno, y destinado a habitación de la clase media y acomodada, que ya en el siglo anterior empezó a abrirse camino y a figurar dignamente al lado de la nobleza de origen; y aunque muchas de dichas casas, por su esplendidez y grandeza, no temerían la comparación con los antiguos caserones llamados palacios de la aristocracia nobiliaria, y aun les aventajan notablemente en comodidad y buen gusto, no lucen, sin embargo, sobre su puerta

«Grabado en berroqueña un ancho escudo»,

ni por la condición de sus moradores, ni por la fecha de   —308→   su construcción, representan recuerdos históricos dignos de ser aquí consignados.

El único entre estos suntuosos edificios modernos, que emblematiza, puede decirse, al Madrid de la clase media, industrial y mercantil, es la elegante casa construida en 1791 por la opulenta Compañía de los cinco Gremios Mayores, para sus oficinas y hoy posee y ocupa El Banco de España, por compra que hizo de ella, en 1845, en la respetable suma de 3.350.000 rs. Este edificio, por su solidez y buen gusto, es uno de los primeros de Madrid moderno, y honra sobremanera a su arquitecto y director D. José Ballina; era lástima que por hallarse incorporado a la parte occidental con las demás casas de la manzana, no la formaba independiente, careciendo por aquel lado de fachada; pero pocos años ha se ha realizado esta mejora por el Banco de España, rompiendo una nueva calle frente a la de la Paz, y dando a todo el edificio la suntuosidad e independencia que requería. Esta calle, acotada con verjas, se convirtió en un lindo jardín.




Arriba-XI-

El arrabal de San Millán


Ya hemos dicho que el arrabal, y por consiguiente, la segunda ampliación, se extendían por la banda meridional desde la calle de Atocha y plazuela de Antón Martín hasta la esquina de la plazuela de la Cebada, donde se   —309→   abrió otro portillo, y que se incorporaba luego en la puerta de Moros con el caserío antiguo.

Calle y oratorio de Cañizares.

Entre dichas calles principales de Atocha y de la Magdalena se rompieron las traviesas apellidadas de Cañizares, de las Urosas y de Relatores. En la primera (que también se llamó del Olivar, como hoy su continuación) sólo hay que hacer mención del Oratorio de la Congregación del Santísimo Sacramento, fundada en la Trinidad en 1608, y que luego estuvo en la iglesia de la Magdalena, hasta que en 1647 labró esta iglesia y casa para sus juntas y ejercicios. Antes de construirse esta iglesia perteneció el solar a un N. Cañizares, que no sabemos si seria acaso Felipe de Cañizares, padre de D. Luis, hijo de Madrid, que tomó el hábito en el convento de la Victoria y después fue obispo de Filipinas. El edificio es bien pobre y modesto; pero la congregación es notable, no sólo por sus ejercicios piadosos, sino por haber pertenecido a ella insignes varones en la política y en las letras; viéndose en sus registros (que por esta razón han sido muy consultados) los nombres y firmas de Cervantes, Lope, Calderón, Montalbán, Solís y otros grandes escritores del siglo XVII.

Calle de las Urosas.

La calle de las Urosas tomó su nombre del apellido de una ilustre familia, a quien pertenecían en los principios del siglo XVI varias casas en ella, y era la principal la que hace esquina y vuelve a la calle de Atocha, por donde tiene su entrada, con el número 2 antiguo y 18 moderno de la manzana 157, y las que estaban contiguas, donde después se construyó el teatro del Instituto, la frontera número 26 viejo y 3 nuevo de la manzana 156, y alguna otra. En una de ellas (no podemos decir en cuál, sino que era calle y casa de las Urosas) vivió, y murió en 1639, el ilustre y desdichado poeta dramático D. Juan Ruiz de Alarcón (el de las jorobas), relator que fue del Consejo de   —310→   las Indias, que fue sepultado, como Lope de Vega, en la parroquia de San Sebastián.

Calle de Relatores y de la Magdalena.

Del título de calle de los Relatores, conque es conocida la inmediata, ignoramos el origen, a no ser su proximidad al tribunal de la sala de Alcaldes. -La de la Magdalena tomó el nombre de las accesorias del convento de monjas de aquella advocación, de que ya hemos hecho referencia, y es una hermosa calle, que ostenta muy buenos edificios del siglo pasado y del presente, distinguiéndose entre los primeros el señalado con el número 127 nuevo de la manzana 9, que es la elegante casa de los Marqueses de Perales, y fue labrada a principios del siglo pasado con cierta grandiosidad, aunque con el gusto caprichoso en su ornato (especialmente en la portada) que distinguía al arquitecto D. Pedro Ribera y los de su escuela. -En la misma manzana 9, a la esquina de la calle de Lavapiés, hay otra gran casa (probablemente de la misma época), que sirvió para la Dirección general de Pósitos y otras oficinas; y en la acera de enfrente, con vuelta a la calle de las Urosas, están las sólidas y espaciosas conocidas por de las Memorias de Aitona, que son, sin disputa, de las mejores construcciones particulares de Madrid en el siglo anterior.

La Merced.

La irregular manzana 142, que ocupaba por entero el convento de la Merced y sus dependencias, en el sitio que después de la demolición de dicho convento es conocido con el nombre de Plaza del Progreso, comprendía un espacio de 65.000 pies, y formaba a sus costados las estrechas calles de los Remedios, de la Merced y de Cosme de Médicis, que han desaparecido también con aquel extenso edificio, fundado por la Orden de Mercenarios calzados en 1564122.

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Su iglesia era notable por su espaciosidad y el mérito de los frescos de sus bóvedas, por lo suntuoso del culto y la gran devoción de los madrileños a la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, que se veneraba en una e sus capillas, y a la del mercenario San Ramón Nonnato, que después pasaron, la primera a Santo Tomás, y la segunda a San Cayetano.

En ella era también notable el elegante sepulcro del tercer Marqués del Valle, D. Fernando Cortés, y su esposa doña María de la Cerda, nietos de Hernán Cortés y patronos de esta iglesia, que se alzaban en el crucero al lado de la Epístola con sus bustos de piedra. El convento era famoso, más que por su material construcción, por las personas ilustres en santidad y en ciencia que en él vistieron el hábito de la milicia redentora de cautivos, cuyas obras impresas y manuscritas se conservaban en su copiosa biblioteca; entre otras, la Crónica de la orden, escrita por el reverendo padre maestro fray Gabriel Téllez, bien conocido en la república literaria bajo el nombre de Tirso de Molina, hijo de Madrid y religioso de esta casa. En ella visitamos en 1830 la modesta celda de aquel gran poeta dramático, y tratando de inquirir algunas noticias de su vida y escritos, supimos que habían sido anteriormente reunidas por el Excmo. E Ilmo. general que fue de la orden, fray Manuel Martínez, que murió de obispo de Málaga hacia 1832, y entre cuyos papeles deben obrar123.

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Este convento fue de los que más tuvieron que sufrir en la sacrílega asonada de 17 de Julio de 1834, pereciendo en ella algunos de los indefensos religiosos.

Calles de Barrionuevo y de la Concepción.

La calle de Barrionuevo o del Barrio Nuevo (como se la apellida en documentos antiguos de la casa del mayorazgo de Vera Ordóñez, que era en la calle de Atocha, que hace esquina a la del Barrionuevo, en la isla del colegio de Santo Tomás) comprendía también el trozo primero de la que hoy es conocida con el de la Concepción Jerónimo, hasta su salida a la calle de Atocha. -La casa más notable de dicho trozo por su importancia y extensión que ocupa nada menos que 28.362 pies superficiales, es la señalada con el número 31 antiguo y 7 nuevo de la manzana 158, y es conocida por la casa de Tineo, y también de Marquina, por haberla habitado en 1808 el célebre corregidor de Madrid D. José Marquina, que fue uno de los blancos de la ira popular en el levantamiento del pueblo contra el privado Godoy y sus parciales en 19 de Marzo de aquel año. Hoy pertenece al Marqués de Montesacro. En la calle propia de Barrionuevo, la única antigua está señalada con el número 24 antiguo y 12 nuevo, y perteneció al vínculo de los marqueses de Lara.

La Concepción Jerónima.

El otro trozo de calle propia de la Concepción Jerónima tomó su nombre del antiguo monasterio de monjas jerónimas de la Concepción de Nuestra Señora, fundado en 1504 por la célebre doña Beatriz Galindo, llamada la Latina, camarera mayor y maestra de la reina doña Isabel la Católica, quien le colocó primero contiguo al   —313→   hospital que ella y su marido Francisco Ramírez general de artillería de los Reyes Católicos, habían fundado esquina de la plaza de la Cebada; hasta que, a consecuencia de un reñido pleito con el guardián de San Francisco, se vio precisada a trasladar las monjas a las casas propias del mayorazgo de su marido, construyéndolas el nuevo convento en el sitio en que hoy está, en 1509. -En la iglesia del mismo, y a los lados del altar mayor, se ven los sepulcros de mármol con las estatuas de ambos ilustres fundadores, que yacen en esta casa124. Contigua a ella, y con frente al otro lienzo de la plazoleta, se alza todavía (aunque elegantemente reformada en estos últimos años) la casa principal de los Ramírez y Saavedras, que perteneció en el siglo XVII a la Condesa del Castellar, y por sucesión a los Duques de Rivas, cuyo titular, el ilustre poeta Sr. D. Ángel Saavedra Ramírez y Baquedano, la poseyó y habitó después hasta su muerte en 1861.

La cárcel.

En la acera frontera de esta calle se alzaba, hasta los últimos años, el funesto edificio que, construido a principios del siglo pasado para Casa y oratorio de clérigos misioneros titulados del Salvador, vino después a servir de cárcel pública, apellidada de Corte, como ampliación del edificio contiguo de que ya tratamos, y que lleva aquel título, pasando después los padres a ocupar la casa del   —314→   Noviciado de los jesuitas, en la calle Ancha de San Bernardo, a la extinción de dicha compañía en 1767. -Un tomo entero no bastaría a consignar los recuerdos lúgubres u ominosos de esta funesta mansión durante la última mitad del siglo anterior y primera del presente, en que ha servido de encierro a tantos célebres bandidos o malhechores, y en que también vio penetrar por sus ignominiosas puertas, a consecuencia de los disturbios y conmociones políticas de 1814 y 1823, a tantos ilustres proscriptos, injusta e indecorosamente confundidos con aquellos grandes criminales. Cuando eran conducidos a expiar en el patíbulo su delito o su desdicha, el fúnebre acompañamiento los esperaba a la mezquina puertecilla que salia a la callejuela del costado, que llevaba el nombre nefando del Verdugo (hoy de Santo Tomás), formando antítesis con el del Salvador, que apellidaron a la otra paralela. -Hoy, por fortuna, ha dejado de existir aquel edificio, y dado lugar en su solar a la construcción de una nueva manzana de casas y una calle entre ella y la de la Audiencia, trasladándose la carcelería a la casa llamada del Saladero. Con este motivo también se ha trasladado el sitio de las ejecuciones, que antes era en la plazuela de la Cebada y puerta de Toledo, a otro más cercano a la misma cárcel.

Calle de la Colegiata.

Calle del Duque de Alba.

La otra calle, a espaldas de esta de la Concepción, que desemboca, como ella, en la de Toledo, se llamó en su principio de la Compañía, por el colegio imperial de los jesuitas, cuyas accesorias dan a ella; a la extinción de éstos tomó el nombre de San Isidro, como el grandioso templo de aquéllos; posteriormente, y aunque no de oficio, ha sido conocida vulgarmente por la calle del Barro, cuyo título cambió bruscamente por el del héroe de Villalar, Padilla, hacia el año 40, y después, volviendo a sus primeros amores, ha sido confirmada con   —315→   el nombre de la Colegiata125. Su paralela, la del Duque de Alba, toma igualmente su título de la casa antigua de dicho personaje, que existe todavía, aunque completamente reedificada, señalada con el número 1 antiguo y 15 moderno de la manzana 14, y que tiene 52.000 pies de sitio, y vuelve a la enorme extensión de calle de los Estudios y de Juanelo. En esta casa, además de sus ilustres e históricos dueños en los siglos XVI y XVII, habitó, según la tradición, a la parte que da a la calle de Juanelo, la insigne, doctora Santa Teresa de Jesús, en una de las ocasiones en que vino a Madrid para entablar sus fundaciones. En nuestros tiempos también es memorable por haber vivido en ella el famoso ministro D. Francisco Tadeo Calomarde durante la década de 1823 al 33, que por antonomasia lleva su nombre.

Colegio Imperial.

San Isidro el Real.

La calle de Toledo, en su primer trozo, como continuación del centro mercantil de la Plaza Mayor, compuesta, en lo general de un caserío reducido y aprovechado por las habitaciones y tiendas de los mercaderes, ofrece ya poco interés histórico y menos objetos artísticos. -Comprende, sin embargo, dos de la más alta importancia bajo aquel aspecto y el religioso, cuales son el Colegio imperial de la Compañía de Jesús, y su magnífico templo, hoy colegiata de San Isidro el Real, y el monasterio de religiosas y hospital de la Latina. -El primero de aquéllos ocupa una buena parte de la manzana 143, con su fachada principal a las calles de Toledo y de los Estudios. Trae su origen de la fundación hecha en el reinado de   —316→   Felipe II, por cuya religiosidad y munificencia, se construyó en 1567, y en el mismo sitio que ocupa el actual, un templo bajo la advocación de San Pedro y San Pablo, que fue demolido en 1603, cuando la emperatriz doña María, hija del César Carlos V, aceptó el patronato de esta casa, que por esta razón llevó el título de Imperial, para dar principio a la erección del suntuoso templo actual, bajo los planes y dirección de un padre jesuita llamado Francisco Bautista, que comenzó en 1626 y quedó terminado en 1651. -Por su grandiosidad y elegancia artística esta hermosa iglesia es sin disputa la primera, y más digna de la capital; y así que, a la extinción de los padres jesuitas, el rey Carlos III dispuso dedicarla al Santo Patrono de Madrid, trasladando a ella sus venerables reliquias, dotándola de una espléndida capilla Real, y disponiendo obras de consideración y elegante ornato en el referido templo, que desde entonces ha sido considerado como colegiata, a falta de la catedral de que carece la corte.

No es de este lugar, ni propio de nuestras escasas pretensiones, el emprender la descripción artística (que, por otra parte, está ya bien hecha en distintas obras) de este magnífico templo y de la multitud de objetos apreciabilísimos de bellas artes que le engrandecen. Limitados al recuerdo histórico, sólo consignaremos el hecho de que esta santa iglesia, por su capacidad e importancia y por su dedicación al Patrono de Madrid, ha sido escogida con preferencia para las grandes solemnidades religiosas de la corte y de la villa, para las exequias de los monarcas, los aniversarios nacionales y las rogativas públicas, mereciendo una cita especial los honores fúnebres tributados anualmente en ella, con grande ostentación, a las víctimas del 2 de Mayo de 1808, cuyos restos gloriosos se guardaron en sus bóvedas desde 1814 hasta 1841, en   —317→   que fueron trasladados al monumento nacional del Prado.

En dichas religiosas bóvedas yacen también las cenizas de multitud de varones célebres por su santidad, dignidad o ciencia, tales como el Padre Diego Laynez, general que fue de los jesuitas, compañero de San Ignacio de Loyola, y uno de los que asistieron al santo Concilio de Trento, el cual renunció las mitras de Florencia y de Pisa, el capelo y hasta la misma tiara, que tuvo probabilidad de obtener. El otro santo y sapientísimo padre jesuita, Juan Eusebio Nieremberg, autor de infinitas obras126, y otros muchos hijos de esta insigne casa, que figuraron dignamente en la república literaria, en los siglos XVI y XVII, y no les acompañan en ella las de los celebérrimos padres Isla, Andrés y otras lumbreras de este último siglo, por haber muerto en tierra extraña, a consecuencia de la expulsión general de los padres de la Compañía. Pero brillan al lado de aquéllos los monumentos fúnebres que guardan los restos de otras muchas personas de grande importancia política y literaria, como los del célebre diplomático y autor D. Diego de   —318→   Saavedra Fajardo, que estuvieron anteriormente en la de Recoletos, los del príncipe de Esquilache D. Francisco de Borja y Aragón, insigne poeta del siglo XVII y nieto de San Francisco de Borja, y los del príncipe Muley Xeque, hijo del Rey de Marruecos, que se convirtió a la fe cristiana y fue bautizado con el nombre de D. Felipe de África, más conocido por el del Príncipe Negro127.

En el espacioso convento contiguo se establecieron, en el reinado de Felipe IV, los Estudios Reales con diferentes cátedras, encomendadas a los padres de la Compañía, cesando entonces los que la villa de Madrid sostenía en la calle del Estudio, de que ya hablamos anteriormente. Estas cátedras fueron ampliadas, a la extinción de la Compañía, por el rey D. Carlos III, y hoy forman uno de los dos institutos de la Universidad Central. También merece especial mención la rica biblioteca pública, que sigue inmediatamente en importancia a la Nacional.

Concepción francisca y hospital de la Latina.

El otro edificio religioso que antes citamos, el monasterio de la Concepción Francisca, fundado por doña Beatriz Galindo, y destinado a estas religiosas, en 1512, y su templo propio, son objetos poco dignos de atención bajo el aspecto artístico. No así el Hospital contiguo, llamado de la Latina, como fundación de la misma señora y su marido, el general D. Francisco Ramírez, cuya   —319→   fábrica, obra de Hazan, moro, merece especial atención, notablemente en la portada y escalera, únicos objetos acaso quedan ya en Madrid de aquel gusto que predominó muchos años después de la expulsión de los árabes y precedió al Renacimiento.

Licenciado Jerónimo Quintana.

De este hospital fue rector el licenciado Jerónimo Quintana, natural de esta villa, uno de aquellos varones que emplean toda su vida en beneficio de la patria, y Madrid le debe la fundación de la venerable Congregación de sacerdotes naturales de esta villa y la Historia de su antigüedad y grandeza, que es la más completa, hasta ahora, de este pueblo. Falleció en la misma casa del hospital, en 1644.

San Millán.

Frente a este hospital estaba, por aquellos tiempos, la antigua ermita de San Millán, hasta que, en 1591, haciéndose sentir la necesidad de una nueva parroquia aneja a la de San Justo, por la considerable extensión que había tomado el caserío hacia aquella parte, lo dispuso así el cura de dicha parroquia; para lo cual, saliendo una tarde con el Santísimo para un enfermo, se entró a su vuelta en ella y le colocó en el sagrario. Posteriormente se labró una nueva iglesia en lugar de la ermita; pero quedó reducida a cenizas en 1720, y levantada de nuevo a los dos años, fue erigida al fin en parroquia independiente, en 1806128.

Por entre esta iglesia y la de la Latina abría la tapia a la calle de Toledo su último portillo, y luego, por la derecha del sitio que es hoy plazuela de la Cebada, y entonces dehesa de la Encomienda, corría a incorporarse, con la antigua muralla en Puerta de Moros.

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Así terminaba la segunda ampliación de Madrid; por que el caserío exterior y inmediato al antiguo convento de San Francisco, y que existía ya, no fue comprendido en ella y quedó todavía considerado como arrabal.

Y aquí hacemos un alto en nuestros paseos por los circuitos anteriores, para continuarlos por el recinto actual (1860) en la última ampliación.