Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

El antiguo Madrid: paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa

Ramón de Mesonero Romanos





Tomo II


portada


ArribaAbajoTercera ampliación (siglo XVI)

Recinto Actual

(1860)

Recorridos ya los tres primeros circuitos de la villa de Madrid, desde su primitivo origen hasta el establecimiento de la Corte en ella, cúmplenos dedicar hoy nuestros paseos a la parte nueva, o sea la que resultó de la tercera y muy superior ampliación, ocasionada de aquel importantísimo acontecimiento a mediados del siglo XVI. -Por resultado de este considerable ensanche, realizado en todas direcciones (a excepción únicamente de la banda   —2→   occidental), quedaron como centrales los arrabales y límites de la antigua villa, desapareciendo las tapias que habían sucedido a la fortísima muralla morisca, y con ellas también los portillos o entradas de Moros, de La Latina, de Antón Martín, del Sol, de San Martín y de Santo Domingo. Las nuevas puertas de Segovia, de Toledo, de Embajadores, de Lavapiés (después de Valencia), de Atocha, de Alcalá, de Recoletos, de Santa Bárbara, de los Pozos de la Nieve, de Maravillas, de Fuencarral, de San Joaquín y de San Vicente reemplazaron a aquéllas al extremo de las anchas y espaciosas calles que se extendieron en forma de estrella, cuyo centro vino a resultar la Puerta del Sol.

Estos nuevos y extendidos barrios (hoy los más importantes de la villa) tardaron, sin embargo, en rellenarse de caserío durante todo el siglo XVI y parte del XVII, hasta que en éste quedó limitado su desarrollo por la malhadada cerca mandada construir por Felipe IV, según expresamos ya en la Introducción; desde entonces hasta estos últimos tiempos el perímetro de Madrid ha permanecido, con ligeras alteraciones, dentro de los límites que entonces de Real orden se le trazaron.

Vamos, pues, a emprender nuestros paseos en este último recinto; y si bien en ellos carecerán estos recuerdos del atractivo que su antigüedad pudo prestar a los anteriores, todavía pensamos que hallarán simpatía en el ánimo del lector, ya por la importancia material de los sucesos que hemos de consignar, ya también por la especial fisonomía y antecedentes de estos barrios, más de acuerdo con nuestras costumbres modernas y más conocidos también.

Para seguir en esta parte de nuestros paseos el mismo orden que establecimos de la circunferencia al centro, dividiremos este ancho circulo del nuevo recinto en tres grandes trozos, en que comprendamos todo lo   —3→   ampliado desde los límites de la antigua villa hasta los actuales, cuyos tres trozos, siguiendo en parte la nomenclatura oficial, llamaremos cuartel bajo, central y alto; y limitados por las grandes líneas de las calles de Atocha, San Jerónimo y Alcalá, Hortaleza y Fuencarral y Ancha de San Bernardo, les subdividiremos en los parciales que convengan después a la mejor inteligencia, apellidándolos, no precisamente con los nombres oficiales de sus distritos, ni contenidos tampoco dentro de los límites municipales, sino con arreglo a la acepción vulgar y a la división marcada que establecen entre ellos las grandes líneas ya dichas que los separan. -De este modo, en el cuartel bajo llamaremos las Vistillas a todo el trozo comprendido entre la calle de Segovia y la de Toledo; el Rastro y la Inclusa, entre esta calle y la de Valencia al barranco de Embajadores; Lavapiés, entre ella y la de Atocha, y Hospital y las huertas, desde aquella calle a la del Prado. Llamaremos del Centro el comprendido entre el Prado y la Puerta del Sol; consagraremos capítulos especiales a ésta, al Prado y Retiro, y dando la vuelta por el cuartel alto, dedicaremos los últimos paseos a Recoletos y el Barquillo, otro a la línea del Norte de la Puerta del Sol al Hospicio; otro al de Desengaño y Maravillas hasta la calle Ancha de San Bernardo, y el último de Afligidos y Leganitos, hasta la subida de San Vicente y el Palacio Real, donde principió y terminó siempre la villa de Madrid.

  —4→  

ArribaAbajo-I-

Las vistillas de San Francisco


Carrera de San Francisco y calle de Don Pedro.

Casa de Villafranca.

Palacio del Infantado.

Palacio de Osuna.

Empezando, pues, por el extremo occidental, en donde suspendimos nuestro paseo anterior, repetiremos que en la segunda ampliación no había sido comprendida la parte exterior de Puerta de Moros, que aunque bastante poblada ya de caserío (especialmente a las inmediaciones del «antiquísimo convento de San Francisco), quedó todavía extramuros, y considerada como un mezquino arrabal, hasta que, creciendo en importancia, con la sucesión de los tiempos, el aumento de la población y de las construcciones, mereció ser incluida en el recinto de la nueva villa cuando, a poco tiempo de establecida en ella la Corte, y reinando todavía Felipe II, se alargó fuera de la antigua muralla la parte baja de la calle de Segovia o Nueva de la Puente, se construyó éste y la Puerta de la Vega o de Segovia (la misma que ha sido demolida en estos últimos tiempos), y se dirigió la moderna cerca hasta la puerta de Toledo, abrazando ya los altos de las Vistillas. -En ellos, aunque elevados tan enormemente sobre la calle de Segovia, que casi les impide toda comunicación con la otra mitad de la villa, se formaron nuevas manzanas de casas y se construyeron por algunos magnates y grandes del reino considerables edificios, formando las dos espaciosas calles de Don Pedro y Carrera de San Francisco y sus traviesas. -La primera, que primitivamente formaba con la de la Redondilla un paseo muy concurrido en los   —5→   tiempos de Enrique IV, desde el cual arrancaba la alcantarilla o foso antiguo que corría por delante de Puerta de Moros, fue convertida en calle, conservando ambos nombres de la Alcantarilla y también de Don Pedro Laso de Castilla, cuyas notabilísimas casas o palacio (de que ya hicimos especial mención) están situadas a la espalda de ella. -A la acera derecha de esta espaciosa calle se ve hoy la hermosa casa-palacio de los Duques de Medina Sidonia, Marqueses de Villafranca, que mide la considerable extensión de 51.715 pies1; y más allá la que ocupa exclusivamente la manzana 127, construida a fines del siglo XVII para su habitación, por los señores Duques del Infantado, y que hoy se halla ocupada por las oficinas de la casa y la preciosísima Biblioteca y Armería del ilustre poseedor de aquel título. -Como tal es dueño también de gran parte de aquel distrito, siendo de su pertenencia, ademas de los extensos palacios ya citados de Laso de Castilla y del Infantado, el otro principal, moderno, que está situado al final de dicha calle de Don Pedro y frente del descampado de las Vistillas; magnífica casa, mandada construir en el siglo último para la señora Duquesa   —6→   viuda, princesa de Salm Salm, y que recuerda por su forma y gusto especial el de los palacios de la nobleza parisiense en el Faubour y Saint-Germain, entre la Cour d'honneur de su entrada y su grande y preciosísimo jardín, límite de Madrid por aquella parte. -Su actual dueño, el Sr. Duque de Osuna y del Infantado, Conde de Benavente, la habita hoy, y es imponderable la riqueza y buen gusto con que están decorados sus bellos salones y dependencias. -Las otras casas, o más bien manzanas de casas contiguas, casi todas propiedad del mismo título, están destinadas, unas a las oficinas y dependencias de los diversos estados que han venido a reunirse en aquella ilustre casa; otras, para habitación de los empleados y dependientes, y otra, finalmente (la señalada con el número 5 antiguo de la calle de los Dos Mancebos), ha sido convertida, por la esplendidez del actual Duque, en un precioso hospital o enfermería para los criados subalternos de la misma. -No sólo los edificios, sino también los huertos, bajadas, y hasta el mismo inmenso descampado de las Vistillas, aumentado con la demolición de la manzana 128, que formaba la calle del Corral de las Naranjas, son propiedad de la casa del Infantado; por cierto que en estos últimos tiempos, y siguiendo los mismos impulsos de grandeza, ha proyectado y emprendido el Sr. Duque actual una obra colosal de mejora, desmontando y rebajando aquella inmensa explanada en más de diez pies, para reducirla a un hermoso plano a que se ha de dar forma de paseo, con un bello jardín o glorieta en el centro.

San Francisco el Grande.

El Monasterio de San Francisco, causa principal de la prolongación de la villa de Madrid entre Poniente y Mediodía, así como el de Santo Domingo lo había sido hacia el Norte, y los de Atocha y San Jerónimo a la banda oriental, no cede a ninguno de ellos en antigüedad, pues trae su origen nada menos que desde los principios del   —7→   siglo XIII, y debe su fundación al mismo santo patriarca Francisco de Asís. Habiendo venido a Madrid en 1217, y ofrecídole sus moradores un sitio en que fundar fuera de los muros, a la parte del río, lo hizo construyendo con sus propias manos una choza y una pequeña ermita, que luego se conservó en la huerta

del convento al lado de una fuente, con cuyas aguas es tradición que amasaba la tierra el Santo para su modesta construcción. La extraordinaria devoción de los madrileños a esta piadosa casa fue creciendo con el tiempo, y adelantando, y mejorándose en consecuencia, el primitivo edificio de la ermita, se convirtió en un templo y convento bastante espacioso. Contribuyó principalmente a ello la particular devoción de Ruy González Clavijo, embajador que fue del rey Enrique III a Tamerlán, que ya dijimos vivía en sus casas propias de la costanilla de San Andrés. Éste labró a su costa la capilla mayor, y cuando falleció, en 1412, fue sepultado en medio de ella, bajo un suntuoso túmulo de alabastro fino, con su estatua, que por cierto fue quitado de aquel sitio, en 1573, para enterrar a la reina D.ª Juana, esposa de Enrique IV; y últimamente desapareció de todo punto en 1617, cuando se renovó la iglesia, perdiéndose así la memoria dedicada a uno de los más ilustres entre los antiguos hijos de Madrid. -La misma devoción que Ruy Clavijo ostentaron hacia esta santa casa los personajes y familias más distinguidas de la antigua nobleza matritense, los Vargas, Ramírez, Lujanes, Cárdenas y Zapatas, los cuales fundaron en ellas capillas propias, memorias pías y suntuosos túmulos para sus enterramientos. -Pero todo desapareció indebidamente cuando, a consecuencia de lo averiado del templo y estrechez del convento, determinó la comunidad demolerlo para labrar otro nuevo, lo cual tuvo principio en 1761. -La obra del templo actual corrió a cargo de un religioso lego de la misma   —8→   orden, llamado Fray Francisco Cabezas, que la dejó en la cornisa en el año 68. Continuola luego el arquitecto don Antonio Pló, y fue por último terminada, en 1784, por D. Francisco Sabatini, quien dirigió además la obra del convento. La iglesia, de planta circular, con 116 pies de diámetro, coronada por una hermosa media naranja ofrece un aspecto majestuoso por su extensión y regularidad, aunque escasa de ornato. La fachada y pórtico son igualmente de gusto clásico, pero bastante pesado, y a nuestros ojos profanos; impropio de un templo grandioso, por aquellas ventanas, y sobre todo, aquellas dos mezquinas torres laterales. -El convento contiguo, hoy convertido en cuartel, comprende una extensión prodigiosa, y es también de severo estilo, regularidad y fortaleza, bastando decir que tiene diez patios, el principal de los cuales mide más de 19.000 pies, y la huerta que avecina a la del Infantado es correspondiente a tan considerable edificio. -Pero ni el sitio escogido para él, ni el gusto que presidió a su construcción, son proporcionados a las inmensas sumas invertidas en esta obra, ni a la piadosa munificencia del gran Carlos III, en cuyo reinado se levantó. -Pretendiose, al parecer, dotar a Madrid de un templo principal; pero por una fatalidad inconcebible, que presidió todas o casi todas las grandiosas obras propuestas por el célebre arquitecto D. Ventura Rodríguez, no se adoptaron los planes que a este efecto ideó, y ni aun se hizo la nueva construcción en el sitio que él indicaba, más a la izquierda, dando frente a la carrera de San Francisco. -Todas aquellas razones, y muy especialmente la situación excéntrica de esta iglesia, la impiden ocupar el primer lugar, que sin duda la corresponde, entre las de Madrid, si bien por su magnitud y elegancia ha sido varias veces escogida para las grandes celebridades de la Corte, en los desposorios y honras fúnebres de los monarcas.

  —9→  

En algunas ocasiones se ha indicado la idea de erigirla, en Catedral de Madrid; en otras se la ha designado para Panteón Nacional2, y en el efímero reinado de José Napoleón estuvo indicada para Salón de sesiones de las futuras Cortes que habían de convocarse con arreglo a la Constitución de Bayona. -A todos estos proyectos se opone la casi incomunicación de aquel barrio con el resto de la capital; incomunicación que ya desde principios del siglo anterior se trató de remediar con el proyecto de un puente sobre la calle baja de Segovia a las Vistillas, presentado por el arquitecto Saqueti; pensamiento altamente beneficioso a aquel extenso distrito y a Madrid en general, que el autor de estos Paseos exhumó del olvido y promovió en la corporación municipal en 1846, y que, realizado algún día, dará a aquella parte de Madrid la importancia que merece3.

La Virgen de la Paloma.

Todas las calles de este extenso distrito están, en efecto, bastante bien cortadas, son espaciosas y pobladas de buen caserío, distinguiéndose principalmente las dos ya citadas de Don Pedro y Carrera, de San Francisco, y más adelante la de las Tabernillas y del Humilladero. -Estas arrancan también de la plazuela de Puerta de Moros,   —10→   y continuada la primera por la del Ángel y San Bernabé a la derecha, y la del Águila a la izquierda, salen al campillo titulado de Gilimon, y la del Humilladero desemboca en la calle baja de Toledo. -De las muchas traviesas que median entre estas grandes líneas, la más importante es la calle de Calatrava; y aunque todas bastante regulares y espaciosas, carecen de interés por la monotonía y sencillez de sus casas, algunas de las cuales albergan cuarenta, cincuenta y hasta cien vecinos, en habitaciones reducidas, cuyo humilde alquiler, satisfecho con trabajo semanalmente, las vinculó el epíteto de casas domingueras. -La escasez de monumentos o edificios públicos, históricos o religiosos en este distrito es completa. -El único notable, aunque moderno, de fines del siglo XVII, es el precioso Hospital de la V. O. T., con una linda capilla, sito en la calle de San Bernabé, contigua al portillo de Gilimon, y fundada sobre el sitio que ocupaban las casas en que vivió el famoso fiscal y presidente del consejo de Hacienda Gil Imon de la Mota, cuyo nombre quedó al dicho portillo, abierto en su tiempo (hoy derribado). En estas casas estuvo preso y murió el virrey de Nápoles, Duque de Osuna, a fines del siglo XVII, después de sus largas detenciones en el castillo de la Alameda y otras fortalezas. -En la calle del Águila, número 1, está la casa de la Sacramental de San Andrés, con una pequeña capilla, dedicada a San Isidro, en la que se guarda una de las arcas en que primitivamente estuvo el cuerpo del Santo. -Y en la calle de la Paloma, entre las de Calatrava y la Ventosa, se halla, entre los números 21 y 23, otra pequeña, aunque preciosa, capilla, construida en los últimos años del siglo pasado por la diligencia y caridad de una piadosa mujer llamada María Isabel Tintero, y con las limosnas de los fieles vecinos de aquel barrio, para colocar en ella una devota imagen de nuestra Señora de   —11→   la Soledad, muy venerada en el mismo por su milagrosa virtud. Esta es la célebre efigie conocida por la Virgen de la Paloma, cuyo pequeño santuario se ve constantemente asistido del concurso de los vecinos, y sus paredes vestidas de multitud de ex-votos o piadosas ofrendas.

Nuestra Señora de Gracia.

Los Irlandeses.

A la esquina de la Plazuela de la Cebada a Puerta de Moros está la iglesia o Humilladero de Santa María de Gracia, que dio nombre a la calle accesoria. Esta iglesia fue construida a fines del siglo XVII por la hermandad de la Santa Vera Cruz, que existía desde el siglo XIII en el convento de San Francisco. -Más adelante, en la misma calle del Humilladero, número 23 y se encuentra el hospital o iglesia de San Patricio de los Irlandeses, fundado hacia los años 1629 por los clérigos católicos emigrados de aquel reino a consecuencia de la revolución inglesa, y ampliado después como colegio, a semejanza de otros que existían en España, para los naturales de aquellos países.

He aquí los únicos objetos algún tanto notables de aquel apartado distrito, de aquellas rectas calles entre las Vistillas y la de Toledo, denominadas de San Buenaventura, de San Isidro, de las Aguas, del Oriente, del Luciente, del Mediodía, de la Paloma, de Calatrava y otras; en cuyas casas, bajas y mezquinas unas, subdivididas otras en infinidad de viviendas por demás incómodas, hallan albergue millares de familias de artesanos, jornaleros, corredores, chalanes, vagos y hasta malhechores, que abundan, como en todos, en el pueblo bajo de Madrid; bastando decir que, la modesta calle del Águila encierra en sus 42 casas 1.294 habitantes, y la de la Paloma muy cerca de 1.000 en sólo 31 edificios. A pesar de esto, la espaciosidad regular de las calles y la ventilación y altura de los sitios dan a este barrio cierto aspecto halagüeño y condiciones de alegría y salubridad.

Plazuela de la cebada.

La plazuela de la Cebada, formada en los principios   —12→   del siglo XVI en tierras pertenecientes a la encomienda de Moratalaz, del orden de Calatrava, según se ve por escritura otorgada en 1536 por Rodrigo de Coalla, del consejo de Hacienda y del de Castilla (por quien aparece firmado el perdón que el Emperador dio a los comuneros) y por su mujer, que compraron un quiñón de tierras en dicho sitio, es un descampado irregular, más bien que una plaza pública, y desde su principio estuvo dedicada al comercio de granos, de tocino y de legumbres -En el siglo pasado fue también muy famosa por celebrarse en ella las famosas Ferias de Madrid, y el paseo y bullicio consiguiente, de que aún hemos podido ser testigos en algunos años del presente, en que se han continuado en ella; pero a fines del siglo último adquirió esta plazuela más funesta celebridad por haberse trasladado a la misma las ejecuciones de las sentencias de muerte en horca o garrote; a cuyo efecto se levantaba la víspera en el centro de ella el funesto patíbulo, y las campanas de las próximas iglesias de San Millán y Nuestra Señora de Gracia eran las encargadas de transmitir con su lúgubre clamor a toda la población de Madrid el instante supremo de los reos desdichados. Muchos grandes criminales expiaron en aquel sitio una serie de delitos comunes, y cuando, en este siglo, principalmente, se inventó la nueva clasificación de delitos políticos, muchas víctimas del encono de los partidos o de la venganza del poder regaron con su sangre aquel funesto recinto; 1822, 1823 y 1830 son fechas muy marcadas en aquella plazuela. Los nombres de Goifieu, Riego, Iglesias y Miyar dicen bastante en acusación de la intolerancia y animosidad de los políticos partidos4.

Calle baja de Toledo.

Matadero.

Albergue de San Lorenzo.

La calle baja de Toledo (llamada en un principio de la   —13→   Mancebía, por hallarse ésta situada en una de sus casas, con entrada también por la del Humilladero) es sin duda alguna la más poblada y animada de Madrid, como que su caserío llega al número 143 por la acera izquierda y al 174 por la derecha, y su vecindario, según los censos modernos, alcanza, si no excede, la cifra de 4.000 habitantes. Formado aquél principalmente de posadas y casas de vecindad y para oficios humildes, dicha población fija se aumenta extraordinariamente con la accidental de los forasteros y trajineros que en crecido número acuden de continuo a Madrid de todas las provincias del reino, y que con sus diversos trajes, acentos y moda les marcan a esta famosa calle su fisonomía especial, y la hacen ser un compendio abreviado de la España. -De monumentos o grandes objetos artísticos e históricos no se trate, porque ninguno se encuentra en ella, a menos que no queramos calificar de tal (y pudiera serlo fúnebre del buen gusto) la desdichada fuente construida en el reinado anterior a la entrada de la calle de la Arganzuela. -Ninguna iglesia, ningún edificio público ni principal viene a interrumpir la continuada democracia de esta calle, y desde el principio de ella hasta el fin, está seguro el paseante de hallar por ambos lados después de una posada una taberna, luego una barbería, más allá un albardero junto a un herrador, y enfrente de un bodegón o de una espartería. -Se nos olvidaba que a su extremidad la hallamos dignamente terminada a la izquierda por la Casa Matadero, útil aunque muy repugnante establecimiento, hoy muy mejorado con nuevas construcciones; y a la derecha por un principio de gran caserón, empezado a construir por la misma Villa, no sabemos con qué objeto, hace algunos años, y abandonado después. Este edificio, conocido por la Casa Pabellones, fue un tiempo cedido a la Sociedad de Mejora de Cárceles para establecer en ella una casa de   —14→   corrección, pero no llegó a verificarse. -Antes de llegar a la casa del Matadero, y a la esquina de la calle de los Cojos, estuvo también el piadoso albergue de San Lorenzo, en que se recogía por la ronda de pan y huevo a los pobres extraviados en las calles durante la noche, y se les daba aquella frugal colación y un humilde lecho, por la hermandad fundada en 1598 por Pedro Cuenca. Hoy no existe ya ni la casa ni el albergue.

Esta calle, en fin, y sus traviesas, con su numerosa y heterogénea población, su vitalidad y su energía, es a Madrid en tiempos de revueltas lo que el faubourg Sant Antoine a la ciudad de París, y su formidable aspecto de fosos y barricadas en 1854 y 1856 está demasiado presente a la memoria para que haya necesidad de recordarlo.

Puerta de Toledo.

La nueva Puerta de Toledo, que termina esta calle y da salida al camino real de Andalucía, sustituyó hace muchos años a la mezquina y antigua que había un poco más arriba. Tuvo ésta origen en tiempo de la dominación francesa, en que se sentó la primera piedra, teniendo muy buen cuidado de encerrar bajo de ella, con la debida pompa, la correspondiente caja con las monedas de José Napoleón, los Calendarios, Guías y Constituciones a la sazón vigentes; pero salieron los franceses y su intruso gobierno, y en 1813 el Ayuntamiento constitucional de Madrid acordó continuar la obra, dedicándola a la memoria del triunfo obtenido contra aquellos mismos que la empezaron; y como era consiguiente, la operación primera fue la de extraer la intrusa cajita con sus intrusos guías, monedas y calendarios, y colocar en su lugar otra flamante con la novísima Constitución de Cádiz, y las medallas con la efigie de Fernando VII el Deseado. -Regresó éste al año siguiente de su cautiverio, y tuvo a bien anular con una plumada y borrar de la serie del tiempo, como si no hubiesen existido jamás, los seis años   —15→   anteriores; y el ayuntamiento perpetuo, que volvía a abrazar su perpetuidad, creyó de su deber desembarazar los cimientos de aquella obra triunfal de la insegura base de la llamada Constitución, y poner en su lugar el Almanak, el Diario de Madrid, la Guía de Forasteros, y no sabemos si el Sarrabal de Milán. -Todavía sufrieron aquellos subterráneos alguna otra visita municipal con ocasión de la nueva edición de la susodicha Constitución política en 1820, y luego con los decretos anuladores de los tres negros llamados años, en 1823; pero, en fin, en 1827 se vio terminada aquella pesadísima mole, y pudo leerse en su cuerpo ático la inscripción dedicatoria que decía: A Fernando VII, el Deseado, padre de la patria, restituido a sus pueblos, exterminada la usurpación francesa, el Ayuntamiento de Madrid consagró este monumento de fidelidad, de triunfo, de alegría. Pero aun esta inscripción desapareció a resultas de la revolución de 1868.




ArribaAbajo-II-

El rastro y la inclusa


Plazuela del Rastro.

A la izquierda de la calle baja de Toledo, y entre ésta y la de Embajadores, se encierra el famoso distrito conocido por el Rastro, nombre significativo, según el Diccionario de la Academia, del lugar público donde se matan las reses para el pueblo», en cuyo sentido lo usaron también Cervantes, Covarrubias y otros célebres hablistas. En los documentos oficiales de Madrid se dice   —16→   también el Rastro de la Corte para designar el territorio hasta donde alcanzaba la jurisdicción de los alcaldes; pero la primera calificación es, sin duda, la apropiada a este distrito, en que desde tiempos remotos estuvieron situados los mataderos, las tenerías o fábricas de curtidos, como lo indican los nombres mismos de sus calles, Rivera de Curtidores, del Carnero, Cabestreros, de las Velas, etc., y la misma existencia hasta el día de aquellas fábricas y oficios, a que se presta también por otro lado la misma localidad por sus condiciones materiales, mayor surtido de aguas, desniveles, ventilación y amplitud. -Divide en dos trozos este extenso distrito la espaciosa vía que, comenzando con el título de Plazuela del Rastro sigue con el de Rivera de Curtidores hasta las tapias de las casas y huertos que avecinan a la cerca de Madrid. Aquella celebérrima plazuela es el mercado central adonde van a parar todos los utensilios, muebles, ropas y cachivaches averiados por el tiempo, castigados por la fortuna, o sustraídos por el ingenio a sus legítimos dueños. Allí es donde acuden a proveerse de los respectivos menesteres las clases desvalidas, los jornaleros y artesanos; a las miserables covachas de aquellos mauleros, cubiertas literalmente de retales de paño, de telas de todos colores; a los tinglados de los chamarileros, henchidos de herramientas, cerraduras, cazos, sartenes, velones, relojes, cadenas y otras baratijas; a los montones improvisados de libros, estampas y cuadros viejos, que cubren el pequeño espacio del pavimento que dejan los puestos fijos, asisten diariamente en busca de alguna ganga o chiripa los aficionados veteranos, rebuscadores de antiguallas, arqueólogos y numismáticos de deshecho, bibliógrafos y coleccionistas de viejo; a los corredores, en fin, ambulantes, que circulan o se deslizan difícil y misteriosamente entre todos aquellos grupos de marchantes y baratillos, es donde llama con   —17→   más o menos probable éxito todo aquel desdichado que en cualquier concurrencia se vio aliviado del peso de su bolsillo o de su reloj; especie de Corte de los Milagros, de lonja, de contratación de los tomadores del dos, en donde se cotizan los efectos producidos por las operaciones del día anterior; sumisos todos a la voz del Monipodio respectivo, quien, para investigar el paradero de una alhaja hallada antes de perderse, suele preguntar con toda formalidad: -«¿Cuál de vosotros estuvo ayer de cuarenta horas o de teatro? -Aquí», responde el interpelado, con la alhaja en cuestión.

Rivera de Curtidores.

La espaciosa calle, continuación de aquella plazuela, y denominada Rivera de Curtidores, sería aún más importante para ciertos comercios incómodos, aunque indispensables, de consumo que la ocupan, y para la circulación de las carreterías que conducen las reses y sus despojos, las pieles, curtidos, etc., si a su mucha espaciosidad correspondiera su entrada por la calle de los Estudios de San Isidro; hoy, por fin, ya tiene salida directa al paseo de la Ronda desde el sitio llamado Campillo del Mundo Nuevo, circunstancia reclamada mucho tiempo había para la salubridad y facilitar salida a aquella importante, aunque humilde, barriada. Para completar esta mejora es de absoluta necesidad que se facilite igualmente por la parte alta, desapareciendo por completo la manzana 71, que la obstruyó, con lo cual se reformaría este barrio en términos convenientes, y se facilitaría también la comunicación entre las calles de la Arganzuela, Mira el Río, del Rastro, de los Cojos, del Peñón y otras, que bajan desde la de Toledo; y las de Pasión, de Rodas, de la Huerta del Bayo, de Mira el Sol y del Casino, que desembocan en la de Embajadores.

Los expresivos nombres ya citados de todas estas calles, su mezquino caserío, su gran desnivel, el descuido e   —18→   incuria de su pavimento y de su policía, revelan desde luego el más infeliz y abandonado distrito de la villa. Su pobre historia está consignada también en aquellos mismos nombres, en este propio destino, aspecto y condiciones, con que viene hasta hoy atravesando los siglos; pero no por esto deja de tener su importancia en la riqueza de la villa, por el gran número de fábricas de curtidos, de papel, velas, tahonas y otras; y, aunque lentamente, también va reformándose el antiguo caserío y desapareciendo las casas bajas y de reducidísimos espacios, para dar lugar a construcciones más importantes5. No tiene tampoco ningún edificio público, ni más iglesia que la reducida casa y capilla provisional, adonde se retiraron los padres del convento de la Pasión, que fue derribado en tiempo de los franceses, y estaba situado entre la plazuela de San Millán y la calle de las Maldonadas.

Calle de Embajadores.

San Cayetano.

Colegio de la Paz.

Pero la calle de Embajadores, que continúa la de los Estudios y de San Dámaso, hasta el portillo de aquel nombre, cuenta ya bastante caserío y edificios públicos de consideración. -La iglesia y convento de San Cayetano, principal edificio religioso de aquel extenso distrito, y situada en el número 19 de dicha calle, con vuelta a la inmediata del Oso, es lástima ciertamente que se halle escondida en sitio tan extraviado y en una calle estrecha,   —19→   donde no puede lucir su grandeza. Este hermoso templo, construido en principios del siglo pasado bajo la dirección de los célebres arquitectos D. José Churriguera y D. Pedro de Rivera (aunque con diseños venidos de Roma, según D. Antonio Ponz), es suntuoso, despejado en su planta interior y magnífico en su fachada, aunque el abuso de adornos superfluos con que, siguiendo su escuela y gusto particular, quisieron recargarla los arquitectos directores haya dado lugar a las severas censuras de los críticos rigoristas, entre otros del mismo Ponz, que no hallaba otro arbitrio para remediar la suntuosa fachada de piedra que picarla toda y dejarla lisa; hasta este punto llegó el encono de los críticos a fines del siglo pasado. Esto no obstante (y a pesar de tan acerbas censuras y académicos anatemas), la iglesia de San Cayetano continúa figurando entre los más bellos templos de Madrid, y su magnífica fachada constituiría uno de sus más ricos ornamentos, a estar situada en punto conveniente, por ejemplo, en el que ocupaba el Buen Suceso o la casa de Astraerena. -Este templo padeció un horroroso incendio hace algunos años, pero ya se halla restaurado. El convento, fundado en 1644 para casa de seglares de San Cayetano, estuvo ocupado últimamente por la comunidad de San Gil, y ha sido vendido después de su extinción, aunque el templo continúa dedicado al culto6. -Más abajo, en la misma calle de Embajadores, está el colegio de niñas huérfanas, llamado de la Paz, unido al piadoso establecimiento de la Inclusa, situado a la espalda, en la calle de Mesón de Paredes, y de que hablaremos luego. Este colegio está destinado a recibir y educar en él a las niñas expósitas en aquél, desde que cumplen la edad de siete años, y uno y otro   —20→   establecimiento corren a cargo de una Junta de Señoras de la primera nobleza. Es una filantrópica y excelente institución, fundada en 1679 por la señora doña Ana Fernández de Córdoba, duquesa de Feria, y dirigida con notable acierto por la expresada Junta de Señoras.

Fábrica de cigarros.

El Casino.

Al terminar dicha calle de Embajadores, en la acera izquierda, se alza el extenso edificio construido en los últimos años del siglo pasado con destino a fábrica de aguardientes y licores, estancados entonces por la Real Hacienda, barajas, papel sellado y depósito de efectos plomizos, y hoy destinado a la de Tabacos, desde 1809, en que comenzó en él la elaboración de cigarros y rapé, hasta el día, en que cuenta más de cinco mil operarios, principalmente mujeres, con inmensos talleres, en que se labran al año sobre dos millones de libras de cigarros. Este considerable edificio, que ocupa una superficie de 101.406 pies, tiene su fachada principal a dicha calle en 428 pies de línea, 29 balcones y una decoración seria y apropiada al objeto7. Frente de este edificio, y terminando por su derecha la misma calle de Embajadores, está el precioso jardín llamado el Casino de la Reina, que mide nada menos que la considerable extensión de más de 13 fanegas de tierra, y en su centro tiene un lindísimo palacio, decorado con ellas pinturas al fresco y suntuoso adorno de muebles. Este magnífico jardín y mansión Real, una de las más preciadas curiosidades de Madrid, fue conocido en lo antiguo por la Huerta del clérigo Bayo, y adquirido por la villa de Madrid en 1816 para regalarlo a la reina doña María Isabel de Braganza. El principal ingreso a esta Real posesión por la parte de la Ronda consiste en una elegante portada de granito, decorada con dos columnas dóricas a cada lado, con remates y adornos   —21→   correspondientes y separados por una verja de hierro8. -Entre esta posesión y la Fábrica de cigarros, dando frente a la citada calle de Embajadores, se alzaba el portillo del mismo nombre, moderno, de piedra y de regular construcción, derribado también inútilmente.- Sobre el origen, en fin, del encumbrado nombre de esta calle, nada cierto podemos asegurar; únicamente consignaremos la tradición de que en la epidemia que padeció Madrid, como gran parte del reino, en 1597, parece que se refugiaron en aquellos sitios los embajadores o enviados de las potencias extranjeras, y desde entonces le fue aplicado este nombre, dejando el de calle de la Dehesa de la Villa, con que la vemos designada en los títulos antiguos de las casas.

La otra parte de este distrito, a la izquierda de la calle de Embajadores, y a que denominamos de la Inclusa, está cruzada por las calles paralelas del Mesón de Paredes y de la Comadre hasta el Barranco de Embajadores, y de Este a Oeste por las tituladas de Juanelo (en que vivió el célebre ingeniero flamenco Juanelo Turriano, en tiempo del emperador Carlos V)9; la de la Encomienda de Moratalaz, de las Dos Hermanas, de los Abades, del Oso, de Cabestreros, del Sombrerete, del Tribulete y otras, todas bastante rectas, desahogadas y con un regular caserío, pero absolutamente desnudas para nosotros de interés artístico e histórico.

La Inclusa.

Únicamente en la principal, o sea la del Mesón de Paredes (en que estaba la casa del Conde del mismo título),   —22→   existe (como ya dijimos anteriormente), a su número 74 el precioso establecimiento de beneficencia titulado de la Inclusa10, casa de Expósitos, cuya dirección corre a cargo de la Junta de Señoras, y es de tan alta importancia, que suelen ingresar en ella anualmente más de 1.600 criaturas, existiendo siempre, un año con otro, más de 4.000.

Esta excelente institución tuvo principio en 1572 por la piadosa cofradía titulada de Nuestra Señora de la Soledad, sita en el convento de la Victoria (de que ya hicimos mención cuando tratamos de los Corrales de comedias); tuvo primero su casa e iglesia en la Puerta del Sol, entre la calle de Preciados y del Carmen, según se dijo también anteriormente; después se trasladó a la del Soldado, en el edificio conocido por el nombre de Galera Vieja, que hoy no existe, y, ya entrado este siglo, vino a ocupar el edificio que hoy ocupa, y que, aunque no todo lo espacioso y bien dispuesto que requiere tan importante establecimiento, es, sin embargo, muy digno de ser visitado por su buena distribución, organización y gobierno.

Escuela Pía.

Algo más abajo, en la misma calle, o más bien en una plazuela que se forma delante de él, está el Colegio de San Fernando, a cargo de los padres Escolapios, fundado en 1729, y colocado bajo la protección de la villa de Madrid en 1734, en el cual reciben la instrucción primaria gratuitamente unos 2.000 niños, y además se admiten alumnos internos, que pagan una pensión diaria, y para los cuales hay cátedras de Gramática, Latinidad, Historia, Geografía, Matemáticas, etc. -El templo propio de esta casa es uno de los más bellos de Madrid, por su planta, que   —23→   consiste en una amplia rotonda precedida de un espacio cuadrangular, que hace veces de nave, y cubierta por una hermosa cúpula, que sobresale notablemente entre todas las de Madrid. Fue construido por el hermano Miguel Escribano, y terminado en 1791, y la bella colección de esculturas que decoran sus altares, obras todas de los artistas modernos, llama justamente la atención de los inteligentes. -Algo más arriba, frente de la fuente y calle de Cabestreros, se ha habilitado la casa número 39 para convento de las monjas de Santa Catalina de Sena, que antes estuvo donde hoy las casas nuevas frente al palacio del Congreso, y fue demolido por los franceses11.

En las demás calles de este distrito, muy poco o nada merece mención; únicamente diremos que la contigua, llamada de la Comadre, y anteriormente de la Comadre de Granada, que corre paralela a la del Mesón de Paredes hasta el barranco de Embajadores, es una de las más pobladas de Madrid, como que cuenta más de 3.000 habitantes, y la numeración de sus casas, la mayor parte bajas y humildes hasta hace pocos años, alcanza al 95. -Todas estas calles y sus travesías, especialmente a la parte baja, están habitadas por jornaleros, artesanos y dependientes de la Fábrica de Tabacos y otras, y la ya indicada de la Comadre se ha distinguido siempre por la animación de su vecindario, del que (si hemos de creer a un viajero inglés contemporáneo, muy inteligente en esta materia)12, forma una buena parte la raza trashumante de los gitanos. -Otras calles más altas de este distrito, y que desembocan en la nueva plaza del Progreso, como la de la   —24→   Espada, de Jesús y María, y las mismas del Mesón de Paredes y de la Comadre, han mejorado mucho su caserío en estos últimos años, en términos que muy pronto perderán por completo el humilde aspecto y mezquinas proporciones que hasta aquí las afrentaban.

Al extremo de la antes conocida por calle de la Hoz Baja, y entre el portillo de Valencia y el de Embajadores, se extiende el erial inmenso conocido por el Barranco de Embajadores, sitio indebidamente abandonado, y que debe regularizarse por la Villa, plantando en él un paseo que sirva de desahogo y salida a las calles del Mesón de Paredes, del Espino, de la Comadre y demás de aquella populosa barriada, quedando todavía espacio, por su forma irregular, para construir un amplio mercado de caballerías, donde pueda celebrarse sin peligro el que se tiene todos los jueves en el mismo sitio13. -Y para ambos objetos fue solicitado este terreno, en 1847, a nombre del Ayuntamiento; pero el Gobierno, a quien corresponde, por amortización, no tuvo a bien acceder a ello, y así permanece sin utilidad de nadie, antes con detrimento de la salubridad, comodidad y ornato de aquella parte de la población.



  —25→  

ArribaAbajo-III-

El Lavapiés


La Manolería.

Entramos en pleno distrito de Lavapiés o del Avapiés, como antiguamente solía escribirse, sin que acertemos a explicar la etimología de este nombre con la candidez del buen D. Nicolás Fernández de Moratín14, porque con ambos títulos viene emblematizando hace tres siglos la población indígena matritense en el último término de la escala social. -No nos meteremos en eruditas y empalagosas investigaciones para buscar en tales o cuales razas el origen de esta parte del pueblo bajo de Madrid, apellidado la Manolería, que tiene su asiento principal en el famoso cuartel de Lavapiés, aunque rebosando también a los inmediatos de la Inclusa, el Rastro y las Vistillas. -Para nosotros es evidente; que el tipo del Manolo se fue formando espontáneamente con la población propia, de nuestra villa y la agregación de los infinitos advenedizos que de todos los puntos del reino acudieron a ella desde el principio a buscar fortuna. Entre los que vinieron guiados de próspera estrella y cambiaron luego sus humildes trajes y groseros modales por los brillantes uniformes y el estudiado idioma de la corte, vinieron   —26→   también, aunque con más modestas pretensiones, los alegres habitadores de Triana, Macarena y el Compás de Sevilla, los de las Huertas de Murcia y de Valencia, de le Mantería de Valladolid, de los Percheles y las islas de Riaran de Málaga, del Azoguejo de Segovia, de la Olivera de Valencia, de las Tendillas de Granada, del Potro de Córdoba, y las Ventillas de Toledo, y demás sitios célebres del mapa picaresco de España, trazado por la pluma del inmortal autor del QUIJOTE; todos los cuales, mezclándose naturalmente con las clases más humildes de nuestra población matritense, adoctrinándola con su ingenio y travesura, despertando su natural sagacidad, su desenfado y arrogancia, fueron parte a formar en los Manolos madrileños un carácter marcado, un tipo original y especialísimo, aunque compuesto de la gracia y de la jactancia andaluzas, de la viveza valenciana y de la seriedad y entonamiento castellanos.

Cuando, a mediados del siglo XVI, se verificó, casi simultáneamente con la venida de la corte, la tercera ampliación de Madrid, ya existía numeroso caserío más allá de la cerca que, según dijimos, corría desde la puerta de Antón Martín hasta la calle de Toledo y aquellos sitios costaneros y despejados por donde ahora corren las calles de Jesús y María, de Lavapiés, del Olivar, del Ave María y sus traviesas, eran ya célebres por sus afamados ventorrillos, tabernas y bodegones, entre los cuales sobresalía el nombrado de Manuela, sito en el Campillo (hoy calle) que conserva su nombre, y los altillos y rellanos de Buena Vista, de las Damas y Primavera, que eran los puntos adonde acudían a solazarse los menestrales madrileños, como ahora al nuevo arrabal de Chamberí. -Con el trascurso del tiempo y el aumento de la población fue agrupándose el caserío y formando dichas calles y sus traviesas, tales como las de la Cabeza15,   —27→   del Calvario, del Olmo, de los Ministriles, de los Tres Peces, de la Esperanza, de Zurita, del Salitre y de la Fe.

Calle Real de Lavapiés y otras.

Arteria principal de todas ellas, y centro de este bullicioso distrito, la calle de Lavapiés (que, como la del Barquillo, tuvo el privilegio de apellidarse Real) arranca de la extremidad de la de la Magdalena, y estrecha al principio, aunque siempre desigual y costanera, va ensanchando después y adquiriendo grande importancia, como río creciente y majestuoso, con la incorporación de la de Jesús y María primero, a la plazoleta del Campillo de Manuela, y luego con las del Olivar y del Ave María en la famosa plazuela de Lavapiés, que es la Puerta del Sol de aquel distrito, ingreso y corazón de todas aquellas y otras calles, hasta que, cambiando su nombre por el de Valencia, llega al portillo mencionado del mismo título, y antes de Lavapiés. -Los expresivos nombres de todas éstas, que quedan ya apuntados, revelan bien a las claras su humilde historia o sus condiciones materiales. -La del Ave María recibió este nombre del Beato Simón de Rojas, que parece hizo expulsar de ella a las prostitutas que la ocupaban, y por eso se llamó también de San Simón una de las contiguas. La del Calvario debió apellidarse así porque existía un Via Crucis en aquel sitio, en dirección a Atocha, y merece justamente este nombre por el horrible desnivel de su suelo; la de la Escuadra, por su forma en esta figura; las del Olmo, del Olivar, de la Rosa y otras, por los plantíos y huertas en que fueron trazadas; la del Salitre, por su inmediación a las tierras y fábrica   —28→   del mismo (adonde se ha trasladado la Aduana), y las demás, sin que en ninguna de ellas exista edificio, monumento ni recuerdo histórico de importancia que decore o enaltezca aquella humilde barriada.

Hospital de San Pedro de presbíteros naturales de Madrid.

Parroquia de San Lorenzo.

En la calle llamada de la Torrecilla del Leal existe únicamente la casa e iglesia de la venerable Congregación de San Pedro de Presbíteros naturales de Madrid, fundada por el venerable licenciado Jerónimo Quintana, autor de la Historia de esta villa, y muy célebre por su filantrópica piedad y por haber pertenecido a ella insignes escritores como Lope de Vega, Calderón de la Barca (que la nombró su heredera)16, Solís, Montalbán y otros. Al extremo de la calle de la Fe, que va, desde la plazuela de Lavapiés hasta la calle del Salitre, se alza la parroquia de San Lorenzo, que fue anejo de San Sebastián desde 1662, en que se construyó, y hoy es parroquia independiente, y acaso la más poblada de Madrid, pues comprende 6.624 vecinos y 24.998 feligreses. Este templo sufrió un horroroso incendio el día 16 de Junio de 1851, habiendo sido reparado luego con las limosnas de los feligreses. En las calles de Zurita, los Tres Peces, la Esperanza y demás contiguas nada tenemos que recordar.

Los barrios bajos.

A estas nuevas barriadas, apartadas y humildes, debieron naturalmente refluir las clases más desvalidas de la población cuando, creciendo ésta en número e importancia, rebasó las antiguas cercas y cubrió de edificios costosos las calles y términos de la villa. Formose, pues, la natural división de barrios altos y bajos17, y   —29→   ocupando los primeros los empleados de la corte y las clases acomodadas, tocaron naturalmente los segundos a los jornaleros menestrales; aquéllos, renovándose continuamente con los favores del poder y de la fortuna, con la inmigración constante de forasteros, y con el trasiego de los propios en viajes y comisiones, modificaron infinitamente su carácter y tipo primitivo, perdieron el colorido local, y de la reunión de aquellos matices, adaptados de tan diferentes orígenes y fundidos en el crisol de la corte, vino a formarse otro especial, y por cierto bien interesante, que es el del habitante de Madrid; pero los signos característicos del madrileño (especialmente en la parte menos culta de la población) que pudieron escapar al roce continuo de los otros pueblos y a las tendencias, intrigas y favores cortesanos, han llegado hasta nosotros transmitidos de generación en generación en los habitadores de los barrios bajos. -El transcurso del tiempo, los sucesos históricos y políticos, y la alteración consiguiente de las costumbres, han podido ciertamente modificar las condiciones de aquel carácter primitivo; pero aplicando a su análisis un estudio concienzudo, y haciendo abstracción de los accesorios, es fácil descubrir, al través de ellos, el tipo original del madrileño arrogante y leal, temerario e indolente, sarcástico y hasta agresivo contra el poder, desdeñoso de la fortuna y de la desgracia, mezcla del fatalismo árabe, del orgullo, del valor y de la inercia castellanas.

Este pueblo bajo madrileño, que tanta parte tomó en las revueltas políticas de los pasados siglos; que defendió   —30→   tenazmente la causa de su legítimo rey D. Pedro de Castilla contra el dichoso D. Enrique, y más tarde la legitimidad dudosa de la desdichada doña Juana la Beltraneja contra la misma princesa doña Isabel; que negó los tributos y alzó barricadas, en unión con los comuneros de Castilla, contra las huestes del poderoso Emperador, quedó como amortiguado, y aun pudiera decirse, que había cambiado del todo, cuando, halagado por la fortuna, vio fijarse en medio de él la opulenta corte castellana, y se convirtió durante siglo y medio en sumiso y obediente súbdito de los monarcas de la austriaca dinastía; pero durante la minoría del desdichado Carlos II y el gobierno impopular de la Reina madre, aparece ya el pueblo madrileño tomando una parte activa en las turbulencias políticas ocasionadas por la privanza del jesuita Nithard, y más adelante, del osado Valenzuela; persigue a ambos con su reprobación, con su censura, con sus sátiras y con su fuerza material, hasta que los obliga a abandonar el puesto y huir del encono popular. Luego, en los últimos días del reinado miserable del mismo Carlos, se presenta de nuevo, terrible y osado, a las puertas de su Real Alcázar, en 1699, con pretexto de la carestía del pan, a pedir, o más bien ordenar, al Monarca que despierte de su prolongado letargo, y no depone las armas hasta que recibe sus seguridades y obliga a la fuga al Ministro, Conde de Oropesa.

En principios del siglo pasado, y durante la famosa guerra de sucesión, notoria es la parte tan activa que tomó el pueblo propio madrileño, y las muestras tan ostentosas que dio de su simpatía hacia la persona de Felipe de Borbón y contra las huestes del Archiduque en los breves días que éstas le ocuparon; en que no hubo género de asechanzas, de desmanes y alevosías que no pusiera en juego contra los desgraciados tudescos, los cuales   —31→   (según el Marqués de San Felipe, historiador de aquella guerra) pagaron bien caros los funestos favores de las mujeres de la plebe madrileña.

Adelantada ya la segunda mitad del siglo, todavía el fiero madrileño ostentó un día toda la arrogancia de sus antecesores defendiendo sus capas y chambergos, fusilando las ventanas del ministro Esquilache, persiguiendo a las tropas extranjeras y marchando osado y en numerosa turba a las órdenes del calesero Bernardo, hasta el mismo palacio y Real cámara de Aranjuez, a imponer condiciones de potencia a potencia al mismo monarca, el gran Carlos III. -Durante casi medio siglo durmió, al parecer, tranquilo el impertérrito pueblo de Madrid; pero el 19 de Marzo de 1808, rugiendo de nuevo terrible y vengador contra el poder y la osadía de un nuevo y más arrogante favorito, se presentó en los mismos sitios y con el mismo imponente aparato que en 176618, y comenzó a repetir como el drama, que fue a terminar, como aquél, a las orillas del Tajo.

En aquel famoso año, clásico para toda la nación española, y especialmente para el pueblo madrileño, hay tres fechas eternas, que jamás podrán borrarse de sus anales: 19 DE MARZO; 2 DE MAYO, Y 2, 3 Y 4 DE DICIEMBRE.

En la primera consiguió derrocar el ídolo del poderoso valido, que arrastró en su caída al Monarca débil y apocado; en la segunda desafió y abatió, aunque a costa de un cruento sacrificio, el orgullo y arrogancia de las huestes del dominador de Europa; en la tercera, en fin, se atrevió a resistir a éste en persona y al frente de sus   —32→   ejércitos, oponiéndole sus débiles tapias y la fortaleza y temeridad de sus pechos. -El pueblo de Madrid, que, subyugado y encadenado al carro del usurpador, sufrió durante cinco años los efectos de su ira, los rigores del hambre y de la miseria, no perdió por eso su carácter desdeñoso y arrogante, y valiéndose de las armas del sarcasmo y la ironía, se mofaba del intruso rey y de su gobierno, le escarnecía públicamente en las ocasiones más solemnes19, y moría a manos del hambre espantosa de 1812, sin querer recibir el menor auxilio de sus enemigos, ni perder un momento su dignidad, su agresivo carácter y audacia.

El Manolo.

Pero volviendo al tipo especial del Manolo de Madrid, según nos le dejó pintado Goya en sus caprichos, y en sus deliciosos sainetes el picaresco D. Ramón de la Cruz, debemos consignar que ha venido sufriendo constantes y sucesivas modificaciones en sus costumbres, modales y trajes; sus oficios más favoritos continúan siendo, como en el siglo pasado, los de zapatero, tabernero, carnicero, calesero y tratantes en hierro, trapo, papel, sebo y pieles, que constituían, hasta hace pocos años, los gremios de traperos, chisperos, corredores de la cuatropea, y otros; ha abandonado la coleta y redecilla, el calzón y el chupetín, el capote de mangas y el sombrero apuntado, con que   —33→   nos le pintan a principios de este siglo; su traje actual, modificado con la imitación de los de Andalucía y de las clases más elevadas, consiste generalmente en chaquetita estrecha y corta, con multitud de botoncitos; chaleco abierto y con igual botonadura, pero sin echar más que el primero; camisa bordada, doblado el cuello y recogido con un pañolito de color saliente, asido con una sortija al pecho; faja encarnada o amarilla; pantalón ancho por abajo; media blanca y zapato corto y ajustado. El sombrero redondo y alto, terso y reluciente, ha sido trocado por el sombrerito calañes; pero la varita en la mano y la terrible navaja a la cintura son prendas de que no se ha desprendido todavía ningún manolo.

Este nombre, a nuestro entender, no tiene otra antigüedad ni origen que el propio con que quiso ataviar al famoso personaje de su burlesca tragedia para reír y sainete para llorar el ya dicho D. Ramón de la Cruz; pues en ninguna obra anterior de los escritores de costumbres y novelas, tales como Castillo, Zabaleta, Torres y otros, hallamos designadas con este nombre a los habitantes de aquellos barrios de Madrid.

La Manola.

En cuanto a la Manola, precioso y clásico tipo que va desapareciendo a nuestra vista, y cuyo donaire, gracia y desenfado son proverbiales en toda España, ¿quién no conoce el campanudo y guarnecido guardapiés, la nacarada media, el breve zapato, la desprendida mantilla de tira y la artificiosa trenza de Paca la Salada, Geroma la Castañera, Manola la Ribeteadora, Pepa la Naranjera, y Maruja y Damiana y Ruperta, floreras, rabaneras u oficialas de la fábrica de cigarros? ¿Quién no sabe de memoria sus dichos gráficos, sus epigramas naturales, su proverbial fiereza y arrogancia? ¿Quién no ve con sentimiento confundirse este gracioso tipo en el otro repugnante de la mujer mundana, que, en su deseo de parecer bien, ha   —34→   querido parodiar la gracia, traje y modales peculiares de la Manola?

El carácter altivo e independiente de estas clases, en ambos sexos, su animosidad contra todo lo extranjero o sus recuerdos, su indómita arrogancia y su escasa instrucción, unido todo a los vicios y disipación propios de las grandes poblaciones, han hecho que hasta hace pocos años esta parte del vecindario de nuestra villa, estos barrios del Lavapiés, del Salitre, Tres Peces, Inclusa, el Rastro y Embajadores fuesen como una población aparte, aislada, hostil y terrible para el resto de ella; pero las vicisitudes políticas por que hemos pasado en lo que va de siglo, y en que tanta y tan apasionada parte ha tomado en todas ocasiones el pueblo bajo de Madrid, le fueron adversas en general, y castigando duramente sus pasiones, sus excesos, sus demasías y exageraciones de 1814, 1820, 1823, 1834, 1843, 1854 y 1856, le han debido dar a conocer bien a su costa, que hay en la sociedad otra fuerza mayor que la fuerza numérica, y que han pasado los tiempos de los ignos y lairones, de las pititas realistas y de los trágalas revolucionarios.

De esperar es que, mejorándose constantemente la instrucción, y aumentada la vigilancia del Gobierno; creciendo en ellos el amor al trabajo y a los goces más halagüeños de la sociedad culta, y extendiéndose también en aquellos barrios extremos una parte de la población más acomodada, con el aumento y mejora del caserío, la entrada en ellos no vuelva a ofrecer, como antes, un valladar impenetrable a las personas decentes. Ya no choca, en efecto, en ellos, el ruido de los coches, ni son perseguidas las señoras con gorro, ni los hombres con futraque o levosa, ni los chicos de tierna edad aparecen ya en cueros o en camisa; antes bien se recogen en las benéficas aulas de las Escuelas Pías y Salas de Asilo de las calles del   —35→   Espino, de Atocha o de la Fábrica de cigarros; las manolas no serpentean ya todo el día con sus trajes ondulantes y campanudos (excepto aquella parte proporcional dedicada al vicio y a la prostitución); asisten a trabajar modesta y silenciosamente hasta en número de 5.000 en aquella fábrica o en los particulares obradoyes de zapatería, sastrería y otros; los manolos son también artesanos o mercaderes ambulantes, y han tomado el gusto a una ganancia legítima y segura, si bien no curados enteramente de la excesiva afición a los toros y a la taberna; y preciso es confesar (a despecho de los encomiadores de todo lo antiguo) que el pueblo bajo de Madrid, entrando sin réplica en el sorteo para la quinta (de que antes estaba exceptuado), pagando su patente industrial y su habitación al casero (obligaciones ambas de que antes se exceptuaba él), trocando, para ir a los toros, el antiguo y estrepitoso calesín por el ómnibus comunista, las seguidillas por la polka, la bandurria y el pandero por la orquesta militar o el organillo alemán, y asistiendo frecuentemente a la Zarzuela y a la Ópera, al Circo Ecuestre y al ferrocarril de Aranjuez, si ha perdido la fisonomía local, excepcional y tal vez poética que fotografió D. Ramón de la Cruz en sus admirables farsas de La Casa de Tócame Roque, El Manolo, Las Castañeras picadas, La Venganza del Zurdillo, ha ganado, y mucho, en moralidad, en instrucción y en bienestar, y bajo todos aspectos ese distrito, especialmente en sus calles principales del Lavapiés, Olivar, Ave María, el Olmo y la Cabeza, pueden sostener actualmente el parangón con los demás de Madrid.

Calle de Santa Isabel.

La ancha y espaciosa calle de Santa Isabel por su izquierda y las demás traviesas entre ésta y la de Atocha, aunque pertenecen al mismo distrito, están ya de antiguo formadas de buen caserío y habitadas por clases pudientes.

Palacio de los duques de Fernán-Núñez.

Colegio de Santa Isabel.

En la primera de ellas hay que notar la moderna   —36→   casa-palacio de los condes de Cerbellón, duques de Fernán-Núñez, y al extremo de ella el suntuoso monasterio de religiosas de Santa Isabel, fundado en 1589 en la Calle del Príncipe, hasta que la reina doña Margarita, esposa de Felipe III, las trasladó en 1610 a este sitio, en donde estuvo la casa de campo del célebre secretario de Felipe II, Antonio Pérez. La iglesia, terminada en 1665, es muy buena y decorada con apreciables pinturas. Unido a este convento está el colegio de niñas, fundado en 1595 por Felipe II con la denominación de Casa-recogimiento de Santa Isabel, cuyo patronato corresponde siempre a los reyes de España, y en el que se admiten también y educan colegialas pensionistas. Termina esta calle y distrito con las accesorias del nuevo edificio de la Facultad de Medicina y el inmenso Hospital General, cuyos frentes dan ya a la calle de Atocha, que habrá de ocuparnos en el próximo paseo.




ArribaAbajo-IV-

El Hospital y las Huertas


El importante trozo de la nueva población comprende entre las calles baja de Atocha, del León y del Prado, que vino a incorporarse al antiguo Madrid ya mediado el siglo XVI, encierra muchos objetos dignos, muchos establecimientos religiosos y benéficos, muchos interesantes y poéticos recuerdos, que merecen ser aquí consignados.

Plazuela de Antón Martín.

Hospital de San Juan de Dios.

La plazuela de Antón Martín, en cuyo sitio estaba la puerta llamada de Vallecas (que se abrió cuando la   —37→   incorporación de los arrabales a la nueva villa), por su situación central respecto de las diversas calles nuevas que allí se fueron formando, vino a convertirse en una especie de carrefour o encrucijada muy semejante a la Puerta del Sol, a la plazuela de Santo Domingo o la de Lavapiés; y aunque continuación y principio de ambos trozos alto y bajo de la calle de Atocha, recibió el nombre especial de Plazuela de Antón Martín, por el venerable hermano de este nombre, compañero y discípulo de San Juan de Dios, que por entonces (en 1552) fundó en aquel sitio, a la sazón extramuros de la villa, el famoso hospital para enfermos de mal venéreo, que aún se conserva, servido por los religiosos de la misma Orden hospitalaria, y es considerado como uno de los generales que corren a cargo del ramo de Beneficencia. Es establecimiento muy importante y bien servido, y su iglesia, construida a mediados del siglo XVII, y reedificada en el último, es de buena forma, y encierra notables esculturas modernas, entre otras los dos pasos del Ecce-homo y los Azotes, que salen en la procesión del Viernes Santo.

Hospital de Monserrat.

Casi enfrente de esta casa religiosa, y en la misma plazuela de Antón Martín, está el otro hospital e iglesia llamada de Montserrat, para los naturales de la antigua corona de Aragón, fundado primero, en 1616, en una casa de campo sita en el barrio de Lavapiés (donde ahora están las escuelas pías de San Fernando), que cedió para ello don Gaspar Pons, y fue trasladado al sitio que hoy ocupa, en 1652, bajo el patrocinio del Rey y del Consejo de Aragón. La iglesia construida entonces es buena y tiene dos hermosas capillas, dedicada una a Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, y otra a la de los Desamparados de Valencia, servidas por sus respectivas cofradías de naturales de aquellos reinos; y a los mismos está destinado el hospital, que en el día creemos tenga escaso uso.

  —38→  

En este hospital (aunque sin duda en el sitio primitivo de Lavapiés) fue sepultado de limosna, en 28 de Julio de 1631, el distinguido autor dramático D. Guillén de Castro, caballero del hábito de Santiago, cuya agitada vida, altivez y travesura le hicieron descuidar los intereses materiales y condujeron a espirar en las camas de aquel asilo, a pesar de su extraordinaria y merecida fama como poeta, y de contar con la protección y amistad de los magnates y de los esclarecidos ingenios de su época20.

Fuente de Antón Martín.

Alzábase en medio de esta plazuela la caprichosa fuente construida a principios del siglo pasado por el arquitecto D. Pedro Rivera, que había quedado, juntamente con la portada del Hospicio, como tipo o emblema del gusto churrigueresco, y que como tal, y página del arte (aunque en una de sus más lastimosas aberraciones), merecía ser conservada con mayor razón que otros monumentos posteriores de igual clase, y que más que como páginas del arte pueden ser considerados como otros tantos borrones echados en él; pero a nuestros ediles de estos últimos años pareció conveniente quitar aquel estorbo, y ha sido al fin derribada.

Calle de Atocha.

La calle de Atocha, después de la plazuela, continúa por el camino y humilladero que conducía a aquel antiquísimo y venerando santuario, y en el cual había varias ermitas, dedicadas a San Cebrián, San Sebastián, Santa Catalina, San Juan Evangelista, Santa Polonia, hacia los siglos donde hoy corren las calles de estos nombres, y más adelante el Santo Cristo de la Oliva y San Blas, cerca de Atocha. -Los principales edificios de esta calle continuaron siendo siempre hospitales y recogimientos, y   —39→   aún hoy se conservan varios de ellos, que vamos a señalar.

Los Desamparados y hospital de Incurables.

Beaterío de San José y escuela de párvulos.

Recogimiento.

Agonizantes.

En la acera izquierda, y casa número 117 moderno, se colocó en 1609 un recogimiento de niños y niñas huérfanos, llamado de Nuestra Señora de los Desamparados, que existía anteriormente en Santa Isabel, labrándose entonces, de orden del Rey, la casa e iglesia que hoy tienen, y destinándose en ella una habitación para mujeres enfermas e impedidas, llamadas vulgarmente las carracas, y otra para casa de maternidad. También estaba unida a él la reclusión de mujeres a quienes sus parientes hacían retirar, y era conocida por la de San Nicolás de Barí. Hoy se halla destinada esta casa a Hospital de hombres incurables, bajo el título de Nuestra Señora del Carmen, fundado en 10 de Octubre de 1852. -Inmediato a este edificio, en el número 115 de la misma acera, está el Beaterio de las hermanas de la Orden Tercera, llamado de San José, y en él quedó establecida, en 1837, la primera sala de asilo o escuela de párvulos, fundada por la Sociedad filantrópica para propagar y mejorar la educación del pueblo. -Casi enfrente de esta casa, esquina a la calle de San Eugenio, en la que después ocuparon las oficinas de la Junta de Beneficencia, y hoy está un recogimiento de mujeres, fundado por la señora Vizcondesa de Jorbalán, estaba antes el hospital de convalecientes, reunido en nuestros días al general. -Bastante más abajo, en la acera opuesta, frente ya al Hospital general, se hallaba el convento de clérigos agonizantes, bajo la advocación de Santa Rosalía, fundado por el Marqués de Santiago, en 1720, que quedó suprimido como todos los de regulares, y demolido después, fue construida en su lugar una casa particular.

Hospital general.

Termina esta hermosa calle el inmenso edificio moderno del Hospital general, en que han venido a refundirse todos o casi todos los particulares, antiguos y modernos, que existían en Madrid.

  —40→  

El origen de aquéllos, o más bien, la primera reunión en uno común de los diversos que con distintas denominaciones existían desde muy antiguo en Madrid, fue disposición del rey D. Felipe II, y tuvo efecto por los años de 1581, colocándolos entonces en el edificio situado entre la calle del Prado y Carrera de San Jerónimo, que fue después convento de Santa Catalina, y hoy, derribado, ha sido sustituido por las casas del mismo nombre. -A él vinieron a reunirse el del Campo del Rey; el de San Ginés; el del Amor de Dios, en la misma calle; el de la Pasión, cerca de San Millán; el de Convalecientes, de la calle Ancha de San Bernardo; el de la Paz, en la calle del mismo nombre, y otros; pero a pocos años de verificada esta reunión, y habiéndose hecho sentir necesariamente la incapacidad de aquel edificio, se trasladó el Hospital general al sitio en que hoy se encuentra, donde se hallaba establecido un Albergue para los mendigos, qué habilitado en la forma conveniente, pasó a ser hospital general (de hombres), y ocuparon los enfermos en 1603; pocos años después se fabricó, también contiguo, un edificio para hospital de la Pasión (de mujeres) en las casas que habían sido de D. Luis Gaitán de Ayala, y ambos hospitales generales, con la protección de los reyes y la especial del Consejo de Castilla, y sostenidos con las subvenciones y arbitrios concedidos sobre las representaciones de comedias, impuestos municipales y rurales, y con las limosnas y mandas piadosas, siguieron en cierto estado de prosperidad, hasta que en principios del siglo pasado, en tiempo de las guerras de sucesión, vinieron a una espantosa decadencia; pero la magnanimidad del rey don Fernando el VI consiguió levantar de su postración este piadoso instituto, a costa de enormes sacrificios, donaciones y mercedes. Su sucesor el gran Carlos III emprendió, bajo la dirección del ingeniero D. José Hermosilla, la obra   —41→   colosal del nuevo Hospital general, que después continuó, bajo la dirección de D. Francisco Sabatini, y que sería verdaderamente asombrosa si hubiera llegado a terminarse.

Hoy corre la dirección y administración de este inmenso establecimiento a cargo de la Junta de Beneficencia, y el servicio al de los profesores facultativos, de las hermanas de la Caridad y de la congregación fundada por el venerable hermano Bernardino de Obregón21, y es la   —42→   mejor posible en un establecimiento vasto y complicado, en que entran próximamente cada año más de 18.000 enfermos de ambos sexos, y que exige un presupuesto anual de tres millones de reales, contando únicamente con un ingreso fijo de poco más de la mitad.

Facultad de Medicina.

Contiguo al vasto edificio del general, en el que ocupaba antes el ya dicho hospital de la Pasión, se sustituyó en 1798 el Colegio de Cirugía de San Carlos, que tan alto renombre llegó a adquirir en la ciencia, y que después, por el plan general de estudios, ha quedado formando parte de la Universidad Central con el título de Facultad de Medicina, habiéndose construido hace pocos años un edificio suntuoso sobre la extensa superficie de 205.705 pies, con espaciosos salones, cátedras, anfiteatros de disección, gabinetes anatómicos y biblioteca.

Real Platería.

Las calles traviesas entre la de Atocha y San Juan (que también sale al Prado desde la plazuela de Antón Martín) son las denominadas hoy Costanilla de los Desamparados, del Fúcar, de San Pedro, de la Leche y de la Alameda, de Ceniceros (antes de la Redondilla), del Gobernador y de la Verónica, y ofrecen poco interés histórico ni material. El objeto más notable, aunque moderno, que se presenta ya al final de ellas, digno de especial mención, es la Real Fábrica Platería, elegante edificio y establecimiento fundado por el gran Carlos III para premiar el mérito y aprovechar la laboriosidad y conocimientos de D. Antonio Martínez, natural de Huesca de Aragón, bajo cuya dirección dispuso crear en ella uno de los establecimientos fabriles más importantes y adelantados del reino. El edificio, concluido en 1792, es de los más elegantes y bellos de Madrid; su fachada principal, de orden dórico, enriquecida con un lindo pórtico y columnata; la extensión del gran taller, y la distribución, orden y comodidad de las demás dependencias   —43→   acreditaban el buen gusto del arquitecto. Eran igualmente magníficas las máquinas que servían para la elaboración, y los primorosos objetos de arte construidos desde el principio en esta Real fábrica son demasiado conocidos y apreciados en toda España. Hoy no existe como tal.

Calle de Fúcar o de Fúcares.

La calle del Fúcar, llamada con más propiedad de los Fúcares, tomó este nombre de los famosos hermanos y opulentos contratistas flamencos en el siglo XVI (los Fuggaers), cuyas casas de campo estaban allí, creemos que donde ahora la manzana 250, al número 9 antiguo y 15 moderno, en el inmenso espacio, descampado hoy, aunque cercado, que se extiende entre la dicha calle y la costanilla, terreno malamente desaprovechado, conocido por el Corralón de los Desamparados, que podría utilizarse construyendo en él un extenso mercado, que tanta falta hace en aquellos barrios.

Calle del León.

Nuevo Rezado.

La Mesta.

Entre la calle de San Juan y la del León hasta la del Calle del Prado está la parte más interesante del distrito por su caserío, y también por los recuerdos históricos y literarios que a él van unidos. -Empezando a recorrerle por la calle del León, que le limita en su parte alta, y que (sea dicho de paso) es una de las más rectas y elegantes de Madrid, hallamos en ella un caserío nuevo, levantado de pocos años a esta parte, y un bello y suntuoso edificio, titulado el Nuevo Rezado, que es el principal ornamento de dicha calle, y fue obra, según creemos, del célebre arquitecto Villanueva, en los últimos años del siglo pasado; perteneció a los monjes jerónimos del Escorial, que tenían el privilegio de la impresión de los libros del rezo divino, y hoy al Real Patrimonio, que le cedió después para habitación del Patriarca de las Indias, y últimamente para colocar en ella la Academia de la Historia y su preciosa biblioteca. Frente de él, con entrada por la calle de las Huertas, hay otro gracioso edificio, también moderno,   —44→   construido para las juntas y oficinas del Honrado Concejo de la Mesta, a que hoy ha sustituido la Asociación general de ganaderos del reino.

El Mentidero de los representantes.

Prescindiremos, pues, de este aspecto moderno, para considerar la calle antigua, que desde un principio, o por lo menos desde el siglo XVII, viene designada ya (no sabemos por qué motivo) con el título del León. -A su entrada por la calle del Prado, hasta la de Francos y Cantaranas, se ensanchaba entonces algún tanto, formando una plazoleta, que era conocida con el nombre del Mentidero de los representantes, sin duda por ser el punto de reunión de cómicos y aficionados, como después la plazuela de Santa Ana. -Con este nombre vemos designado este sitio en el gran plano de Texeira en 1656, en los escritos de Quevedo, Lope, Rojas, Villamediana y otros, y en el testamento del obispo del Cuzco D. Manuel de Mollinedo y Angulo, que expresamente dice que «tenía en Madrid la casa de sus padres en la calle del León, al Mentidero de los representantes. -«Todas aquellas cercanías están impregnadas, por decirlo así, de la memoria de los antiguos autores y actores dramáticos que vivieron en ellas o las frecuentaron; cuya frecuencia se explica naturalmente por la inmediación de los antiguos corrales de la Pacheca y de Burguillos, en la calle del Príncipe, y de Cristóbal de la Puente, en la del Lobo, de que ya tratamos en su capítulo.

Nuestra Señora de la Novena.

Acaso contribuyó a ello también otra circunstancia de carácter religioso, de que hace mención el erudito Pellicer en su Tratado Histórico de la comedia y del histrionismo en España. -Dice, pues, que la actriz Catalina Flores, casada con Lázaro Ramírez, de ejercicio buhonero, habiendo quedado tullida a consecuencia de un parto, determinó hacer una novena a cierta devota imagen de Nuestra Señora, que estaba en la calle del León, esquina a la   —45→   de Santa María, y para obligarla más, pasaba las noches en la calle, siendo tanta su fe, que el último día de ella (que fue el 15 de Julio de 1624) se sintió buena del todo y colgó las muletas al pie de dicha imagen; y que de esta milagrosa curación tomaron ocasión los cómicos para elegir por su patrona y abogada a esta sagrada imagen, con el título de Nuestra Señora de la Novena, trasladándola a la parroquia de San Sebastián (donde se conserva) y fundando en ella una capilla y congregación, y más adelante el hospital propio, que existe todavía en la travesía del Fúcar y calle de la Leche.

Comediantes antiguos y modernos.

Consta, pues, por los escritos y memorias de aquellos tiempos, que todos los actores y actrices de los siglos XVII y XVIII, desde los célebres Agustín de Rojas y Alonso de Olmedo hasta Manuel García Parra y Mariano Querol, y desde María Riquelme y María Calderón hasta la Ladevenant y la Tirana (María del Rosario Fernández), todos vivieron en aquellas calles de las Huertas, del Amor de Dios, de San Juan, de Santa María, de Francos, de. Cantaranas, y del León.22

Calle y casa de Cervantes.

Los autores siguieron el mismo rumbo. -El insigne CERVANTES, que habitó, como dijimos, un tiempo, en la calle de las Huertas, hacia el número 16 nuevo, frontero de las casas donde solía vivir ¿Príncipe de Marruecos, moró otra vez en la plazuela de Matute, detrás del colegio   —46→   del Loreto; otra en la calle del León (o Mentidero), número 9 antiguo y 8 moderno; y en fin, vino a fallecer en la misma calle, en la casa número 20 antiguo de la manzana 228, que hace esquina a la de Francos, y que fue demolida por ruinosa en 1833.

Reconstruida entonces esta casa de nueva planta, dándole la entrada por la calle de Francos, se impuso a esta calle el nombre del eminente escritor, y se colocó sobre la puerta su busto en relieve y la inscripción que expresa haber vivido y muerto en aquel sitio. -Esta casa tiene la nota siguiente en la visita general y numeración practicada a mediados del siglo pasado. -«Pertenece a D. Mariano Pérez de La Herran; fue de herederos de Gabriel Muñoz, que la privilegió en 3.000 mrs. en 14 de Febrero de 1615. Tiene su fachada a la calle de Francos, 59 pies, 3 octavos, y a la del León, a que hace esquina, 45, y en total, 2.988». -Posteriormente se unió a esta casa la contigua número 21, que perteneció al mismo Pérez de La Herran a mediados del siglo pasado, y a Pedro Haedo en 1665, y tenía 26 pies de fachada, y en todo, 998. La nueva casa, construida en 1834 sobre aquellos solares, era propiedad de D. Luis Franco23.

  —47→  

Casa de Lope de Vega.

Poco más abajo, a la izquierda, en la misma calle antigua de Francos, señalada con el número 11 antiguo y 15 moderno, manzana 227, existe todavía en muy buen estado de conservación la casa, de su propiedad, en que vivió y murió, en 1635, el Fénix de los ingenios LOPE DE VEGA CARPIO. -De los títulos originales de dicha casa, que sus actuales dueños nos han permitido reconocer prolijamente, resulta que por los años de 1570, siendo solar, se lo dieron a los señores cura y beneficiados de la iglesia parroquial de Santa Cruz, con la carga de un censo perpetuo a su favor, con laudemio, tanteo, licencia, veintena, etc. Por los de 1587 estaba ya edificada la casa, y era dueña de ella Inés de Mendoza, viuda de Juan Pérez, vecino de la ciudad de Segovia. Hacia 1590 la poseían el capitán Juan de Villegas Denuncibay y su mujer Mariana Ayala. Por muerte de ambos otorgó escritura de venta judicial el licenciado Gregorio López Madera, del Consejo de S.M. y alcalde de casa y corte, fecha 10 de Enero de 1608, a favor del mercader de lanas, vecino de Madrid, Juan Ambrosio Leva; y por otra de fecha 7 de Setiembre de 1610, ante Juan Obregón, la compró el doctor D. Frey Lope Félix de Vega Carpio, familiar del Santo Oficio de la Inquisición, presbítero, de la sagrada religión militar de San Juan de Jerusalén, doctor en Teología, capellán mayor de la congregación de presbíteros naturales de Madrid, promotor fiscal de la reverenda cámara apostólica y notario escrito en el archivo   —48→   romano, etc., conocido por el Fénix de los Ingenios, que nació en Madrid, en 25 de Noviembre de 1562». (Tales son los términos de la escritura). El mismo Lope la redimió de huésped de aposento de corte, con cargo de 4.500 maravedís, de tercera parte en cada año, por privilegio de S. M. D. Felipe III, firmado y refrendado de su secretario D. Alonso Ordóñez de Valdivieso y Mendoza, fecha en el Pardo, a 14 de Febrero de 1613.

Dicho Lope de Vega vivió en esta casa muchos años hasta su muerte, ocurrida en 27 de Agosto de 1635; y por su testamento, que acompaña a los títulos, otorgado en 26 de Agosto, día anterior al de su muerte, ante el escribano Francisco de Morales, heredó esta casa su hija única doña Feliciana de Vega Carpio, esposa de Luis de Usátegui, vecino de Madrid; por el otorgado por dicha señora en 5 de Junio de 1657, ante Juan Caballero, y bajo el cual falleció en la misma casa, la heredó su hijo don Luis Antonio de Usátegui y Vega Carpio, capitán de infantería española en los Estados de Milán; el cual, por escritura de 13 de Julio de 1674, otorgada ante Manuel Álvarez Aldana, la vendió a Mariana Romero, mujer divorciada de Luis Orti, la cual era religiosa novicia del convento de Trinitarias descalzas, con el nombre de hermana Mariana de la Santísima Trinidad24. Después hubo en el siglo anterior varias sucesiones y ventas, hasta   —49→   la que se verificó, en 21 de Junio de 1825, en favor de D. Francisco María López de Morelle, vecino y del comercio de esta corte, cuyos hijos la poseen en el día.

La fachada ha sufrido alguna alteración sustancial, y especialmente la de haber sido mudado más al centro el portal, que estaba antes donde ahora la primera reja, y haberse quitado entonces, al revocarla, la piedra que había hecho colocar Lope sobre el dintel de la puerta con esta inscripción:


D. O. M.
PARVA PROPRIA, MAGNA.
MAGNA ALIENA, PARVA,

Conservose, sin embargo, la antigua escalera, y en general la distribución interior de la casa en sus dos únicos pisos, bajo y principal, aunque ha desaparecido el oratorio que Lope tenía, y donde celebraba misa diariamente. -El patinillo que hoy queda debió ser en su tiempo mayor, como se observa en las construcciones añadidas en uno de sus costados, y es sin dada el huerto que cultivaba el mismo Lope, a que hace referencia Montalbán en su Fama póstuma, cuando dice «haberle hallado muy de mañana regando su huerto, después de haberse desayunado con un torrezno y escrito el primer acto de una comedia». La casa ocupa una superficie de 5.533 pies, con 57 de fachada a la calle de Francos, con cuatro balcones en su único piso principal25.

  —50→  

Calle y casa de Quevedo.

Frente de dicha casa conduce a la contigua de Cantaranas la pequeña titulada del Niño (hoy de Quevedo), cuya casa número 4 antiguo y 9 moderno (que aún existe en parte, aunque segregadas de ellas las accesorias que daban a la calle de Cantaranas) fue propiedad del esclarecido ingenio D. FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS. -En el Registro primitivo de Aposento de 1651 dice así, aunque sin designarla fijamente, por no estar efectuada todavía la numeración: «Traviesa de la calle del Niño a la de las Huertas, una casa de D. Francisco de Quevedo, que fue de María de la Paz y fue compuesta y tasada en 30 ducados». Y en la Visita general practicada a mediados del siglo pasado dice: «Manzana 229, número 4, pertenece a D. Francisco Moradillo; se compone de tres sitios; el primero fue de D. Francisco de Quevedo y doña María de la Paz en 3.750 mrs., y los réditos de 130 ducados, con los que la privilegió D. Francisco de Quevedo, y de los herederos de Juan Pérez, que los compuso el licenciado D. Juan Pérez de Espinosa, con 18 ducados, en 30 de Agosto de 1752. Tiene su fachada a la calle del Niño 49 pies, y su todo 7.917; renta 1.900 reales, carga 11.952 maravedises». Quiere decir que dicha accesoria de la calle de Cantaranas (en el solar que hoy se ha construido la casa del señor Aranco) pudo ser segregada después de la de Quevedo, que es la de la calle del Niño, número 9 nuevo ya citado26.

  —51→  

Últimamente, para que nada faltase a aquel distrito de su especialidad literaria, nació también en él, el día 10 de Marzo de 1760, y en la casa última de la calle de San Juan, con vuelta a la de Santa María (señalada hoy con los números 43 y 45), el restaurador de nuestra musa dramática y fundador del moderno teatro español, D. Leandro Fernández de Moratín. El dueño de esta casa, D. Narciso Ureta, me invitó a consignar una inscripción conmemorativa, que ha colocado en una lápida en su fachada.

Calle de Cantaranas (hoy de Lope de Vega).

Las monjas Trinitarias y sepultura de Cervantes.

Pero volviendo a la calle de Cantaranas (hoy impropiamente apellidada de Lope de Vega)27, existe en ella la iglesia y convento de monjas trinitarias descalzas, fundado por doña Juana Gaitán, en 1609, hija del general don Julián Romero. En él fue sepultado en 1616 Miguel de Cervantes Saavedra; su diligentísimo biógrafo el Sr. Navarrete consignó la duda (acreditada en el convento, y que nosotros seguimos también ligeramente en las primeras ediciones del Manual de Madrid) de que pudo haber sido sepultado en la calle del Humilladero, donde, al decir de las mismas monjas, permanecieron algunos años, mientras la obra de su convento, si bien afirmaban que cuando se trasladaron a este sitio hicieron traer a él los huesos de las religiosas y sus parientes enterrados en aquélla, en cuyo caso vendrían también los de Cervantes, cuya,   —52→   hija natural doña Isabel profesó en este monasterio en 1614. -Pero en el artículo Madrid del Sr. Madoz se resuelve terminantemente esta cuestión asegurando que las monjas permanecieron en este convento de la calle de Cantaranas desde su fundación en 1609 hasta 1639, en que por algún tiempo se trasladaron a la casa que les cedió en la calle del Humilladero una señora de la casa de Braganza; y por lo tanto, parece indudable que Cervantes, que falleció allí inmediato en 1616, y que se mandó enterrar en este convento, yace sepultado en él. Mas, desgraciadamente, y a pesar de las exquisitas diligencias practicadas en varias ocasiones, y muy especialmente en tiempo de la dominación francesa, por el arquitecto don Silvestre Pérez y los médicos Luzuriaga y Morejón, no ha sido posible hallar dichos preciosos restos.

En el mismo convento profesó también otra hija natural de Lope de Vega, doña Marcela, y el suntuosísimo entierro del mismo, verificado en 28 de Agosto de 1635, con una pompa y concurrencia nunca vistas, pasó desde la casa mortuoria de la calle de Francos, por la de San Agustín, que da frente a las rejas del mismo convento, para que pudiera verle su hija sor Marcela; la de Cantaranas, la del León, plazuela de Antón Martín y calle de Atocha hasta San Sebastián, siendo tan inmenso el concurso, que ya había entrado la cruz parroquial en la iglesia y aún no había salido el cadáver de su casa. -Este convento, sin embargo, no avanzaba tanto entonces hacia el frente a la calle de San Agustín, pues en el plano de 1656 vemos que ésta (llamada entonces de San José) continuaba recta hasta la de San Juan, y no existía a su lado la costanilla llamada de las Trinitarias28.-Este   —53→   reducido distrito, aunque casi renovado en su caserío de muy pocos años acá, conserva todavía, como vemos, recuerdos interesantes para nuestra historia literaria del siglo XVII, representada en los tres grandes nombres de Cervantes, Lope y Quevedo, con que hoy se enaltecen tres de sus calles, perpetuando dichas memorias.

En el número 6 de esta calle, y su cuarto bajo, vivió la célebre impostora apellidada la beata Clara, y en el mismo se representaron las sacrílegas escenas que escandalizaron la corte en los primeros años de este siglo; después pasó a vivir a la casa del Campillo de San Francisco (hoy calle de los Santos), que hace esquina a la Carrera, en donde fue presa y llevada a la Inquisición de Toledo.

En la misma calle de Cantaranas, número 45 nuevo, murió, en 23 de Marzo de 1844, el célebre orador parlamentario D. Agustín Argüelles, y posteriormente, en la misma, sus compañeros D. Martín de los Heros y D. Ramón Gil de la Cuadra.

Por una fatalidad de la suerte, estos mismos barrios de las Huertas, de Santa María, de San Juan y del Amor   —54→   de Dios, tan enaltecidos con sus recuerdos histórico-literarios, despiertan al mismo tiempo otros de fama más equívoca, habiendo obtenido desde el mismo siglo XVI, hasta nuestros días el triste o alegre privilegio de servir de centro principal al comercio amoroso al pormenor. -La forma de sus casas, bajas en la mayor parte hasta estos últimos tiempos, con sus indispensables rejas a flor de calle; su apartamiento misterioso del bullicio, y su vecindad al Prado, y hasta sus mismas poéticas tradiciones, consignadas en las comedias de Moreto, Rojas y otros autores, hicieron que las calles de las Huertas, de Santa María, del Amor de Dios, del Infante, de Santa Polonia, San Juan, Costanilla, etc., fueran las preferidas por la razón social de Venus y compañía; y hasta jefe político de Madrid hubo, no hace muchos años, que intentó vincular en ellas este funesto privilegio, obligando a reducirse a este distrito a todas las adoradoras de aquel culto, hasta que, a instancias de los vecinos honrados de dichos barrios, se levantó esta ridícula y arbitraria designación, que los convertía en especie de sucio lazareto. ¡Singular coincidencia, la aproximación instintiva hacia los hospitales de los favoritos de las musas y las sacrificadoras de Venus Citerea!

Jesús Nazareno.

San Antonio del Prado.

La última manzana de este distrito, señalada con el número 233, que consta de más de millón y medio de pies, y que comenzando en dicha calle de San Agustín a la esquina de la del Prado, se prolonga hasta este paseo, revolviendo luego por la calle de las Huertas y cerrando indebidamente las salidas a aquel paseo de las de Francos y Cantaranas29, fue toda propiedad del famoso D. Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma, ministro y   —55→   privado de Felipe III, y cardenal después de la S. I. R. Ocupa su parte principal el extendido palacio de Medinaceli, de que hablaremos después, y a sus espaldas el convento que fundó el mismo Duque de Lerma en 1606, de trinitarios descalzos de Jesús Nazareno, que después de la exclaustración de los frailes, fue cedido por el actual señor Duque de Medinaceli a las monjas del Caballero de Gracia, y posteriormente a las de la Magdalena, con la parte de huerta que le corresponde, y la otra parte, que da a la calle de las Huertas (propiedad después del Estado), se ha cedido por el Gobierno a las hermanas de la Caridad para la construcción, que ya han realizado, de su casa principal. La iglesia de Jesús fue destruida en tiempo de la dominación francesa; pero en una capilla habilitada para el culto se venera la célebre efigie de Jesús Nazareno (que parece estuvo cautiva en Fez), y es la misma que sale en la procesión del Viernes Santo, y a que tiene tanta devoción el vecindario de Madrid. -No contento el Duque de Lerma con esta fundación religiosa contigua a su casa, destinó una gran parte de aquel terreno, por el lado de las calles del Prado y San Agustín, a casa profesa de jesuitas, haciendo construir una iglesia dedicada a colocar el cuerpo de su glorioso antecesor San Francisco de Borja, duque de Gandía, traído expresamente desde Roma para este efecto. Posteriormente, cuando la traslación de dichos jesuitas a San Felipe Neri, ocuparon este convento los padres capuchinos de San Antonio del Prado, y hoy, a la extinción de los regulares, está alquilado a un colegio de enseñanza de señoritas, y la iglesia, con el título de San Antonio, ha vuelto a reivindicar y ostentar en sus altares los venerables restos del Duque de Gandía.

Santa Catalina.

Además de esto, el mismo cardenal Duque de Lerma trajo, en 1610, a la casa frontera (en que antes, según dijimos, estuvo el Hospital general) a las religiosas de   —56→   Santa Catalina de Sena que estaban en la calle de Leganitos, y allí las reconstruyó, el convento e iglesia, que fue demolido por los franceses y ocupa hoy la manzana de casas nuevas. -Desde este convento al de San Antonio había un arco o pasadizo al término de la calle del Prado, para comunicar a las tribunas que en ambas iglesias tenía la casa de Medinaceli.

Casa de Abrantes.

También fue propiedad de la misma la hermosa casa-palacio a la otra esquina de la calle de San Agustín, conocida por la casa de Abrantes, y que hoy creemos pertenece al señor Conde de Ezpeleta30.

Estatua de Cervantes.

Con la demolición de dicho convento de Santa Catalina, que ocupaba 77.607 pies y la construcción en 1818 de la nueva manzana de casas, no sólo se ensanchó y regularizó la estrecha y tortuosa calle contigua del mismo nombre, sino que quedó una extensa plaza dando frente al Prado. En medio de ella mandó colocar (por disposición muy memorable y digna de alabanza) el monarca don Fernando VII la estatua en bronce del escritor ameno, del regocijo de las musas, del inimitable Cervantes, encargada en Roma al célebre escultor español D. Antonio Solá, y que, según nuestra opinión, debe ser trasladada a la plazuela del Ángel o a la de Antón Martín, como sitios más oportunos que el que hoy ocupa; al designar el cual el difunto monarca, estaba bien lejos de pensar que la colocaba a las puertas del futuro palacio del CONGRESO DE LOS DIPUTADOS.



  —57→  

ArribaAbajo-V-

El Prado Viejo


Antes de penetrar en la parte principal de la nueva población por la Carrera de San Jerónimo (que fue durante un siglo la verdadera entrada de Madrid), no es posible prescindir de tratar de su romántico límite oriental, que con el nombre de El Prado Viejo vino siendo, desde mediados del siglo XVI, el sitio preferente de reunión para los habitantes de la nueva corte.

Este sitio no abarcaba, sin embargo, por entonces toda la inmensa extensión comprendida hoy bajo la común denominación de Paseo del Prado, desde el convento de Atocha hasta la puerta de Recoletos, y que mide una distancia de unos 9.000 pies, o sea cerca de media legua. Consistía, pues, en diferentes trozos y posesiones, que, reunidos sucesivamente, vinieron a recibir una común denominación y destino. -El primero era la continuación de la Carrera de Atocha hasta el convento, y la prolongación, por su izquierda, con el alto de San Blas; aquí estuvieron efectivamente los prados de la villa, el Prado de Toya o de Atocha (de que ya se hace mención en los Fueros de Madrid, a principios del siglo XIII), y aún continuó apellidándose así tres siglos después; el segundo trozo, compuesto de huertas, al pie de las colinas sobre las cuales se erigió por los Reyes Católicos el monasterio de San Jerónimo, y más adelante por Felipe IV, el delicioso Sitio Real de El Buen Retiro, recibió   —58→   de aquel célebre monasterio el nombre de Prado de San Jerónimo; y andando los tiempos, la alameda que se plantó hacia el Norte, en dirección a la antigua Fuente Castellana, eran tierras de labor, huertas y caseríos de los vecinos de la villa, y recibió el nombre de Prado de Recoletos, del convento de Agustinos que se erigió, en 1595, al extremo de él. -Por toda la extensión de este gran trayecto, y aun desde la Fuente Castellana, venía atravesando el inmundo barranco que desemboca fuera de la puerta de Atocha, y que aun permaneció descubierto hacia la parte de Recoletos, hasta que fue embovedado en tiempo de la dominación francesa.

Debe suponerse que la parte que primero se regularizó y redujo a camino transitable fue, sin duda, la continuación de la calle o carrera de Atocha, objeto culminante de este extendido recinto, causa principal de la ampliación de la nueva corte por aquel lado.

Nuestra Señora de Atocha.

Los historiadores de Madrid, guiados por su entusiasmo patriótico y su fervor religioso, ocuparon volúmenes enteros para consignar y amplificar las remotísimas tradiciones referentes a la sagrada imagen de Nuestra Señora, que suponen obra de San Lucas y de Nicodemus, y traída de Antioquía, nada menos que por alguno de los apóstoles, y colocada en una ermita hacia estos sitios, que entonces eran unos atochares, con cuyos dos nombres viene alternativamente designándose en las diversas historias, relaciones y poemas cuyo catálogo solo ocuparía algunas páginas. Siguiendo siempre en su íntima convicción de la existencia de Madrid muchos siglos antes de la invasión sarracénica, dicen que, al tiempo de verificarse ésta, los piadosos vecinos de la villa, al abandonarla, debieron esconder la imagen en unos prados de aquellos contornos, en que se criaba la hierba tocha o atocha (como también lo habían hecho con la de la Almudena   —59→   en el cubo de la muralla), y que en ellos la encontró, a poco tiempo el caballero Gracián Ramírez, dueño de aquellas posesiones, cuando, viniendo de su casa de Rivas (adonde se había retirado con su familia), emprendió y consiguió con algunos pocos caballeros la reconquista de su villa natal.

Gracián Ramírez.

Pero esta primera reconquista (de que no hacen mención las antiguas crónicas ni ninguno de los grandes historiadores, y que sólo tradicionalmente ha sido recibida) se halla envuelta en una portentosa maravilla, en un milagro de Nuestra Señora de Atocha.

Cuentan, pues, que temeroso el intrépido Gracián del mal éxito de u heroica tentativa, y después de haberse encomendado a Nuestra Señora, degolló por su propia mano a su mujer e hijas, para que, en caso de sucumbir en la demanda, no quedasen abandonadas a la brutalidad de los moros; pero que habiendo, con el favor divino, llevado a cabo su propósito de reconquistar a Madrid triunfando de los infieles, se arrepintió de su precipitada determinación primera, y regresando al santuario de Nuestra Señora, mereció, en premio de su heroicidad, hallar a sus víctimas resucitadas, al pie de la Santa imagen, si bien conservando en sus cuellos la fatal huella del cuchillo paternal. -Este es el maravilloso y poético caso que, con mayor o menor criterio e inspiración, ocupó las plumas de tantos panegiristas y poetas, entre los cuales descuella el maestro Pereda, en su libro titulado La Patrona de Madrid; los poetas Lope de Vega y Salas Barbadillo, en dos poemas heroicos, y D. Francisco de Rojas, en la comedia que tituló Nuestra Señora de Atocha.

Supuesto, pues, este milagroso suceso, y supuesta, por consiguiente, la remotísima existencia de aquella pobre ermita, no debe extrañarse que desde los tiempos subsiguientes a la reconquista histórica de Madrid por Alfonso   —60→   el VI fuese ya célebre esta imagen y este santuario.

Convento de Atocha.

A él acudían en devotas romerías multitud de peregrinos de todos los puntos de España, razón por la cual se hubo de labrar, andando los tiempos, arrimado al mismo, un hospital u hospedería para albergarlos, cuyo patronato corría a cargo de la misma casa de los Ramírez (hoy, de los condes de Bornos), que conservaron allí cerca grandes propiedades, alguna de las cuales han venido poseyendo hasta nuestros días, en que fue vendida para construir en ella la Estación del ferrocarril. -Por los años de 1523, y en el reinado del emperador Carlos V, se escogió aquel sitio para la fundación de un convento de religiosos del Orden de Santo Domingo, y construido éste (al que se agregó, en 1588, una suntuosa capilla, que Felipe II mandó labrar en el sitio mismo en que estuvo el antiquísimo santuario o ermita de Nuestra Señora), quedó bajo el patronato Real, que el mismo monarca y sus sucesores se apresuraron a aceptar, colmando de privilegios, mercedes y cuantiosos dones a esta Real casa y santuario, enriqueciéndole con primorosas obras de arte, y ostentando, en fin, por todos los medios imaginables su piadosa devoción hacia la Santa Patrona de su corte Real31. -Un tomo entero no bastaría acaso para reseñar la historia de su piadoso culto, los testimonios vivísimos de adoración y de entusiasmo de que en todos tiempos ha sido objeto por parte de los monarcas, de la corte y vecindario de Madrid; sus solemnes   —61→   traslaciones, unas veces al palacio de nuestros Reyes con motivo de graves peligros en su vida; otras a diversos templos, con ocasión de pestes, guerras y demás calamidades; sus regresos triunfales a esta santa casa, de dos de los cuales hemos sido testigos en este siglo; la primera, a la expulsión de los franceses, que convirtieron en cuartel y caballeriza el convento e iglesia; y la segunda, cuando, ya extinguidos los Regulares, se designó, en 1838, a este edificio para Hospital de inválidos militares. -El templo de Atocha, restaurado en lo posible por la piedad del rey D. Fernando VII, ostenta hoy en su altar aquella primitiva y celebérrima imagen. De sus elevados muros penden los gloriosos estandartes de los antiguos tercios castellanos, las inmortales banderas de los modernos ejércitos de la guerra de la Independencia. Los dos caudillos más memorables de ella, CASTAÑOS Y PALAFOX, yacen bajo sus bóvedas, aguardando el monumento nacional que ha de eternizar materialmente las glorias de Bailén y Zaragoza. También en sus capillas se han inaugurado recientemente los suntuosos sepulcros de los generales Prim, marqués de los Castillejos, y Concha, marqués del Duero, y los veteranos inválidos de nuestros ejércitos, la corte y el pueblo de Madrid llenan constantemente su recinto y confunden a todas horas sus plegarias con las de los monarcas, que, según la costumbre introducida desde Felipe III, vienen a este santuario todos los sábados a implorar la protección divina, y en ocasiones solemnes de su advenimiento al trono, de su entrada en Madrid, de sus casamientos o de la presentación del heredero de la corona, celebran en él las más grandiosas ceremonias de la Iglesia y de la corte.

Prado de Atocha.

El trozo del paseo que conduce a esta iglesia, desde donde se alzaba la mezquina puerta del mismo nombre, llamada primitivamente de Vallecas, y derribada en estos   —62→   últimos años, es el menos decorado y brillante del Prado, y consiste sólo en algunas filas de árboles, con un camino central para los coches y estrechos paseos laterales entre el cerrillo en que estuvo la ermita de San Blas (más abajo de donde hoy el Observatorio Astronómico) y la cerca que da al camino de Vallecas (hoy ya derribada), y arrimada a la cual está la otra mezquina ermita, denominada del Ángel, y antes del Santo Cristo de la Oliva. Pero aún este mezquino paseo o alameda no existía en esta forma en el siglo XVII, presentando sólo entonces el aspecto desnudo y pelado de una carretera.

El otro trozo considerable del paseo moderno, que media entre dicha calle de Atocha y la Carrera de San Jerónimo, consistió, hasta fines del siglo último, en una estrecha calle de álamos, flanqueada por algunas huertas del lado de la población, y por el opuesto limitada por el inmundo barranco ya mencionado, que venía descubierto desde las afueras de Recoletos.

Prado de San Jerónimo.

Del otro lado, entre la Carrera y la calle de Alcalá, es donde existió de más antiguo el paseo primitivo y favorito de los madrileños, pues que vemos que el maestro Pedro de Medina, que se supone escribía en 1543 su libro de Grandezas y cosas memorables de España (aunque la edición que tenemos a la vista lleva la fecha de Alcalá, 1560), consagraba ya a este paseo las líneas siguientes:

«Hacia la parte oriental (de Madrid), luego en saliendo de las casas, sobre una altura que se hace, hay un suntuosísimo monesterio de frailes Hierónimos, con aposentamientos y cuartos para recibimiento y hospedería de reyes, con una hermosísima y extendida huerta. Entre las casas y este monesterio hay, a la mano izquierda en saliendo del pueblo, una grande y hermosísima alameda, puestos los álamos en tres órdenes, que   —63→   hacen dos calles muy anchas y muy largas, con cuatro fuentes hermosísimas y de lindísima agua, a trechos puestas por la una calle, y por la otra muchos rosales entretejidos a los pies de los árboles por toda la carrera. Aquí, en esta alameda, hay un estanque de agua que ayuda mucho a la grande hermosura y recreación de la alameda.

A la otra mano, derecha del mismo monesterio, saliendo de las casas, hay otra alameda, también muy apacible, con dos órdenes de árboles, que hacen una calle muy larga hasta salir al camino que llaman de Atocha; tiene esta alameda sus regueros de agua, y en gran parte se va arrimando por la una mano a unas huertas. Llaman a estas alamedas el Prado de San Hierónimo, en donde, de invierno al sol, y de verano a gozar de la frescura y es cosa muy de ver, y de mucha recreación, la multitud de gente que sale, de bizarrísimas damas, de bien dispuestos caballeros, y de muchos señores y señoras principales en coches y carrozas. Aquí se goza con gran deleite y gusto de la frescura del viento todas las tardes y noches del estío, y de muchas buenas músicas, sin daños, perjuicios ni deshonestidades, por el buen cuidado y diligencia de, los alcaldes de la corte».

El maestro Juan López de Hoyos, en su tantas veces citado libro de la entrada de la reina doña Ana de Austria, en 1569, hace todavía más entusiasta descripción del entonces nuevo paseo del Prado, y de su decoración para esta fiesta; pero su mucha prolijidad nos priva de reproducirla aquí, remitiendo al lector al Apéndice, donde haremos un extracto de aquel rarísimo libro.

A pesar de estas exageradas relaciones del Prado de Madrid a mediados del siglo XVI, hechas por autores contemporáneos, creemos que debían ser tan gratuitamente   —64→   encomiásticas como de costumbre, cuando sabemos por la tradición lo escabroso e inculto de aquellos sitios, y hasta los vemos representados minuciosamente, un siglo después, en el plano de 1656. -En él se ven efectivamente dos alamedas formadas por tres filas de árboles desde la calle de Alcalá hasta la Carrera. El barranco que corría por toda la línea del paseo se hallaba poco más o menos por donde ahora el paseo de coches, y sobre las alturas cercanas al Retiro, donde después el cuartel de artillería (hoy derribado), estaba el Juego de pelota, habiendo tenido la Villa que desmontar parte de aquella formidable altura, que estaba allí desde el principio del mundo (según afirma seriamente Pinelo), para facilitar el acceso al Real sitio con ocasión de unas solemnes fiestas en 1637, que reseñaremos a su tiempo. Próximamente adonde está ahora la fuente de Neptuno había una torrecilla para las músicas que amenizaban el paseo, y una fuente titulada el Caño dorado, y alguna otra igualmente insignificante por donde ahora la de Apolo. A la parte de la población cerraban el paseo las cercas de los jardines contiguos, y las modestas fachadas y miradores de las casas de los duques de Lerma, de Maceda, de Monterey y de Béjar. Así se ve también en un precioso cuadro de principios del siglo XVII, que posee en su apreciable colección el Sr. Marqués de Salamanca.

Este era, pues, todo el adorno de aquellas deliciosas alamedas del maestro Medina, de aquel romántico paseo y sitio de recreación, de aventuras y galanteos, de la poética y disipada corte de los Felipes III y IV, la que, por lo visto, quedaba satisfecha con tan pobre aparato y tan míseras condiciones de comodidad. Verdad es que en aquellos tiempos de valor y de galantería, la poesía y el amor solían embellecer los sitios más groseros e   —65→   indiferentes; pues aunque Lope de Vega, en un momento de malhumor, se dejó decir:


«Los prados en que pasean
»Son y serán celebrados;
»Bien hacéis en hacer prados,
»Pues hay bien para quién sean;»

y el cáustico Villamediana, aplicando el mismo concepto al propio paseo, lo expresó todavía con más desenfado:


«Llego a Madrid, y no conozco al Prado;
«Y no lo desconozco por olvido,
«Sino porque me consta que es pisado
«Por muchos que debiera ser pacido;»

en cambio, Calderón, Rojas y Moreto, y los demás escritores de su tiempo, se esmeraron en poetizarle a porfía con las descripciones más bellas y haciéndole teatro de las escenas más interesantes de sus dramas. ¿Quién no trae a la memoria aquellas damas tapadas que, a hurtadillas de sus celosos padres o hermanos, venían a este sitio al acecho de tal o cual galán perdidizo, o bien que se le hallaban allí sin buscarle? ¿Quién no cree ver a éstos, tan generosos, tan comedidos con las damas, tan altaneros con el rival? ¿Aquellas criadas malignas y revoltosas, aquellos escuderos socarrones y entremetidos, aquellos levantados razonamientos, aquellas intrigas galantes, aquella metafísica amorosa, que nos revelan sus ingeniosísimas comedias (únicas historias de las costumbres de su tiempo), y que no sólo estaban en la mente de sus autores, pues que el público las aplaudía y ensalzaba como pintura fiel de la sociedad, espejo de su carácter y acciones? ¡Qué gratas memorias debían acompañar a este Prado, que todos los poetas se apropiaban como suyo! Y cuando   —66→   su inmediación a la nueva corte del Retiro lo hizo acrecer aún en importancia, ¡qué de intrigas, qué de venganza, qué de traiciones no vinieron también a compartir con la histórica su poética celebridad!

En los tres jardines reunidos de las casas de los duques de Maceda (donde hoy el de Villahermosa), del Conde de Monterrey (donde hoy San Fermín) y de D. Luis Méndez Carrión, marqués del Carpio (hoy de Alcañices), fue donde tuvo lugar la famosa fiesta dada por el Conde-duque de Olivares a Felipe IV y su corte, la noche de San Juan de 1631, cuya pomposa y curiosísima relación inserta Pellicer como apéndice de su libro titulado Origen de la comedia en España.

En ella se representaron dos comedias, una de Lope de Vega, titulada La Noche de San Juan, y otra de Quevedo y D. Antonio Mendoza, con el título de Quien más miente medra más (que acaso sea la comprendida en las obras de este último con el título de Los Empeños del mentir). Hubo además bailes, músicas, cena y mascaradas, y luego una suntuosa rua por el paseo inmediato hasta el amanecer.

San Jerónimo.

En el último término de este cuadro poético de galantería y voluptuosidad aparecían las tostadas murallas y góticas agujas del monasterio de San Jerónimo el Real, trasladado a este sitio por los Reyes Católicos, en los principios del siglo XVI, desde el camino del Pardo, donde le fundara Enrique IV con motivo del paso honroso defendido en aquel sitio por su privado D. Beltrán de la Cueva. A este celebérrimo monasterio, a que se hallaba unido desde tiempo de sus fundadores un cuarto o aposentamiento Real, solían retirarse los reyes Felipe II y sus sucesores en las solemnidades de la Iglesia o en sus grandes tribulaciones; y en su templo (el más importante de los pocos que se erigieron en Madrid en el estilo ojival)   —67→   se verificaron, desde el reinado de Fernando el Católico, las Cortes del reino y las solemnes ceremonias de la jura de los Príncipes de Asturias, desde la de Felipe II, verificada en 1528, hasta la de la reina doña Isabel II, en 1833. -El convento quedó destruido por los franceses, pero la iglesia, aunque reparada y decorada exteriormente según su estilo) se halla hoy abandonada, aunque parece ha de quedar incorporada como parroquia al Prado y el Retiro.

Prado de Recoletos.

Del lado de Recoletos, a la izquierda de la alameda, estaba la famosa huerta del regidor Juan Fernández, que era un sitio de pública recreación y de que hacen mención las comedias de aquel tiempo, y especialmente la que el maestro Tirso de Molina la consagró, haciéndola servir de lugar de su escena y titulándola con su mismo nombre; es la misma huerta que luego fue de la casa de la Dirección de Infantería, detrás de la fuente de Cibeles; hoy derribada la casa, y la huerta o jardín destinados a paseo público y al Parque de Buenavista; más adelante estaba el delicioso Retiro del almirante de Castilla don Juan Gaspar Enríquez de Cabrera, duque de Medina de Rioseco, convertido más adelante por el mismo en convento, y la sala de su teatro en iglesia de las religiosas de San Pascual; más allá otra casa-palacio y jardín del Conde de Baños, después del de Medina de las Torres, y enfrente la huerta de San Felipe Neri (luego de la Veterinaria)32, el jardín del Marqués de Montealegre, donde hoy los palacios de los Sres. Salamanca, Calderón y Remisa, y que llegaba hasta la huerta del Condestable (de los duques de Frías), que es la que hoy se extiende detrás de la Plaza de los Toros y ocupada en parte por la calle de Claudio Coello, en el barrio de Salamanca.

  —68→  

Agustinos Recoletos.

Como contraste de tan ostentoso aparato profano, en medio de todas aquellas mansiones de animación y de placer, otro austero convento elevaba allí también al cielo sus religiosas torres; era el de padres Agustinos Recoletos, fundación de doña Eufrasia de Guzmán y princesa de Asculi, marquesa de Terranova, en 1595, y engrandecido más adelante con la protección del famoso Marqués de Mejorada, secretario de Estado de Felipe V, que vino a yacer en él en un suntuoso sepulcro. También reposaba bajo otro mausoleo, en la misma iglesia, el insigne diplomático y escritor D. Diego de Saavedra Fajardo, que al cabo de su agitada vida se había retirado a esté convento.

De este modo, en la larga extensión de los frondosos paseos del Prado Viejo, al principio, medio y término de ellos, entre el bullicio de la corte, de la voluptuosidad y de la poesía, se hallaban colocadas tres casas de austeros cenobitas, dominicos, jerónimos y agustinos, y la campana de Atocha, que sonaba a la hora del Angelus, hallaba luego eco en la de San Jerónimo, para terminar su religioso clamor en las sombrías alamedas sobre que descollaban las torres de Recoletos.

El paseo del Prado.

Todo ha variado completamente con el trascurso del tiempo y las exigencias de la época; y donde antes el inculto, aunque poético, recinto en que se holgaba la corte madrileña, se extiende hoy y admira uno de los más bellos y magníficos paseos de Europa. A la voz del gran Carlos III, de este buen rey, a quien debe su villa natal casi todo lo que la hace digna del nombre de corte, y por la influencia y decisión del ilustrado Conde de Aranda, su primer ministro, cedieron todas las dificultades, hubieron de callar las excusas producidas por la ignorancia o por la envidia, contra el grandioso pensamiento y sus numerosos detalles propuestos para la obra colosal de este paseo   —69→   por el ingeniero D. José Hermosilla y por el arquitecto D. Ventura Rodríguez. -Expláyese grandemente el terreno con desmontes considerables; terraplenáronse o se cubrieron y allanaron los barrancos, plantándose multitud de árboles, y proveyéndose a su riego con costosas obras; alzáronse a las distancias convenientes las magníficas fuentes de Cibeles, de Apolo, de Neptuno, de la Alcachofa y otras, y se formaron, en fin, las hermosas calles y paseos laterales y el magnífico salón central. -No ostenta con esto la ilustración de aquel inmortal monarca, levantó a las inmediaciones del Prado suntuosos edificios con destino a importantísimos establecimientos científicos o de beneficencia, y que al paso que sirviesen a estos objetos, concurrieran también a dar a aquel brillante paseo todo el realce y grandeza que merece.

Sobre el cerrillo vecino a Atocha fue construido a sus expensas, por el arquitecto D. Juan de Villanueva, el precioso Observatorio Astronómico; en la parte baja, y frente al inmenso Hospital General, el precioso y utilísimo Jardín Botánico, Civium saluti et oblectamento, como dijo don Juan de Iriarte en la elegante inscripción de su entrada; frente de ésta, la Real Fábrica Platería, con su bellísima pórtico, y más allá, el magnífico Museo con destino a Ciencias Naturales, que, concluido en el reinado de Fernando VII, ha sido destinado a pintura y escultura, y forma hoy el orgullo de la corte matritense; mejoró y decoró el sitio del Buen Retiro, cercándole con un fuerte muro, dividiéndole del Prado con una elegante verja y dándole su entrada principal por la puerta de la Glorieta, frente al Pósito; y engrandeció alargando por aquel lado, la entrada de Madrid con el arco de triunfo que termina la calle de Alcalá. -Hoy el refinamiento del gusto y la moderna cultura han venido a corresponder dignamente a la obra del gran Carlos III, cubriendo de suntuosas   —70→   mansiones, verdaderos palacios, una y otra orilla del paseo, decorando éste por toda su extensión, y colocando en su centro el monumento patrio al Dos de Mayo, y a la cabeza y final de él, dos establecimientos que emblematizan el desarrollo de la riqueza y el movimiento de la industria. -Una casa de moneda y una estación de ferrocarril.

A la turbulenta agitación y a la voluptuosa galantería de la corte de los Felipes ha sucedido la elegante cortesía de la actual; al severo tañido de las campanas de Atocha, de San Jerónimo y de Recoletos, el silbido de la locomotora, el humo del vapor y el compasado golpeo del volante sobre el troquel.




ArribaAbajo-VI-

Línea Centro Oriental


ENTRE EL PRADO Y LA PUERTA DEL SOL.

Tócanos ahora penetrar en el distrito central oriental de la nueva población por su ingreso natural del Prado Viejo, frente al antiguo monasterio de San Jerónimo, por donde en principios del siglo XVII, y antes de existir el sitio del Buen Retiro, venía el camino de Valnegral (Broñigal), según aparece claramente en la relación de la entrada de la reina D.ª Ana de Austria, prolijamente hecha por el maestro Juan López de Hoyos. -En un capítulo anterior, y con referencia a la prolongación del arrabal desde la Puerta del Sol hacia el Prado; dudamos que la   —71→   tapia o cerca que se supone a dicho arrabal continuara más allá de la misma Puerta del Sol; y efectivamente, ni dicho maestro Hoyos, ni los escritores contemporáneos, hacen mención de ella, deduciéndose solamente de sus indicaciones que el caserío de uno y otro lado de la Carrera se fue extendiendo naturalmente hacia San Jerónimo, y que ya en 1569 (época de la entrada de D.ª Ana de Austria) llegaba hasta donde poco después se fundó el convento del Espíritu Santo, y que allí, en la entrada del pueblo, se elevó el primer arco triunfal, que tan prolijamente describe el dicho autor. -No paró aquí la prolongación, sino que continuó hasta el mismo Prado de San Jerónimo, y ya en los límites que hoy tiene dicha Carrera la vemos claramente pintada en el ya citado cuadro, que la representa en principios del siglo XVII y que posee el Excmo. Sr. Marqués de Salamanca. -Mírase en su primer término la alameda del Prado y la torrecilla que había donde ahora la fuente de Neptuno, y en que se colocaban las músicas que amenizaban el paseo; a la izquierda la casa-palacio del Marqués de Denia (después duque de Lerma), y hoy del de Medinaceli, que tenía a su esquina una torre, que conservó hasta fines del siglo pasado; a la derecha algunas casas particulares y las del Duque de Maceda, la de la Marquesa del Valle (después la Dirección de Minas y hoy reconstruida de planta), y enfrente la manzana del convento de Santa Catalina (entonces Hospital General.)

De suerte que desde principios del siglo XVII presentaba este sitio, con corta diferencia, el aspecto con que ha llegado a saludar al actual. -Convertido este distrito, por su ventajosa posición, en el más importante del nuevo Madrid, desde entonces fue el favorito de las clases más elevadas de la antigua y moderna aristocracia, y viose pronto cubierto de importantes edificios religiosos, de   —72→   espléndidas casas particulares, algunas verdaderos palacios, que en la serie de los tiempos han desaparecido para dar lugar a otras aun más ostentosas.

Palacio del Duque de Lerma (hoy de Medinaceli).

El primero de estos edificios, y acaso el más antiguo que también en fecha, es el ya indicado, y que aun subsiste, de los duques de Medinaceli, inmenso edificio, que, con sus jardines y dependencias, ocupa una superficie de 244.782 pies. Creemos que fue mandado construir por el opulento duque de Lerma D. Francisco Gómez de Sandoval, siendo marqués de Denia y favorito ya de Felipe III; era además suya, según ya queda expresado, toda la manzana que desde el paseo del Prado llegaba a la calle de San Agustín, y desde la Carrera de San Jerónimo a la calle de las Huertas, en una extensión prodigiosa, que bastó, no sólo a dotar a su palacio de amplias huertas y jardines, picadero y otras oficinas, sino a las dos fundaciones religiosas que ya dijimos hizo antes y después de ser electo cardenal de la S. I. R.; una de la casa profesa de Jesuitas (después convento de San Antonio), donde colocó el cuerpo de su glorioso antecesor San Francisco de Borja, duque de Gandía, y la otra, la de Trinitarios de Jesús; y no satisfecha aún su piedad opulenta con estas fundaciones, de que rodeó su palacio ducal, adquirió el edificio que ocupaba el Hospital General para colocar en él a las monjas de Santa Catalina, estableciendo por medio de un arco sobre la calle del Prado la comunicación de su palacio con la tribuna de esta iglesia.

Este palacio pasó después, por entronque de la familia de los Sandovales con los La Cerdas, a ser propiedad de los duques de Medinaceli, y acaba de ser espléndidamente decorado interior y exteriormente por su ilustre poseedor actual (1860); conserva además gran parte del rico tesoro de su armería, biblioteca y galería de pinturas, con infinidad de objetos preciosos de interés artístico y de utilidad   —73→   histórica. -Con decir que en esta casi regia mansión vivió el poderoso ministro de Felipe III, su fundador, durante su inmenso valimiento, y después, siendo cardenal, queda manifiesta la importancia histórica de este palacio. -No fue menor el interés literario de que le revistió después el ilustre duque de Medinaceli D. Antonio de la Cerda, gran protector de los célebres ingenios de aquel brillante siglo XVII, haciéndole servir de teatro, donde en suntuosas fiestas palacianas ostentaban las claras dotes de su ingenio los Lopes y Calderones, Guevaras y Moretos y demás que formaban la pléyade luminosa de nuestra república literaria. Habitando en esta casa el insigne Quevedo fue preso, por una sátira que se le atribuyó, en la noche del 7 de Diciembre de 1639.

A este palacio, en fin, se retiró Felipe V, a la muerte de su primera esposa D.ª María Gabriela de Saboya, en Febrero de 1714, por consejo y disposición de la intrigante y poderosa Princesa de los Ursinos33.

Palacio de Villahermosa.

Frontero a este palacio se eleva hoy el elegante y moderno de los duques de Villa-Hermosa, suntuosa obra de primeros años de este siglo, construida por orden de la duquesa viuda D.ª María Pignatelli y Gonzaga, bajo los planes y dirección del arquitecto D. Antonio López de Aguado. Este bello edificio es una de las construcciones más dignas e importantes del moderno Madrid. Su interior es correspondiente a sus elegantes fachadas, distinguiéndose notablemente su grandiosa escalera, la magnífica capilla ducal y el suntuoso salón de bailes, en que estuvo el teatro de la brillante sociedad del Liceo Artístico y Literario, y las principales habitaciones ocupadas por los duques propietarios, y que en 1823 habitó el delfín de   —74→   Francia, Duque de Angulema, generalísimo del ejército francés. Antes de la construcción de este palacio, y en la época a que más precisamente se refieren estos paseos, existía en aquel sitio el de los duques de Maceda, y otras casas, entre las cuales una pertenecía al famoso licenciado Gregorio López Madera34, y otra a los condes de Atares, de Monterrey, de Fuentes y de Arión, en una   —75→   extensión inmensa, que quedó comprendida en el nuevo palacio y su grande y bellísimo jardín al Prado, sus cocheras y accesorios a la calle del Turco. -Dentro de esta escuadra, que forma el mismo, está aún en pie una casa antigua y baja, de aquel siglo, perteneciente a los mayorazgos de Porras y Bozmediano, que no sabemos si por corrupción se refieren a los marqueses de Valmediano y de Corres, que hoy poseen y habitan dicha casa. -La única que formaba la manzana 270, entre las calles del Turco y del Florín, perteneció en el siglo XVII a la famosa marquesa del Valle, D.ª María de la Cerda, descendiente de Hernán Cortés; luego fue de D. Luis Spínola, conde de Siruela, y posteriormente creemos que recayó en el Duque de San Pedro, que residía en Génova, poseyéndola en su nombre la hermandad del Refugio, por cierta cláusula testamentaria del antecesor. Esta casa fue vendida hace pocos años y reconstruida magníficamente.

Casa de la Marquesa del Valle.

El Espíritu Santo.

Seguía a esta casa el convento e iglesia de padres clérigos menores del Espíritu Santo, fundado primeramente por el ilustre caballero modenés Jácome de Gratis o de Gracia, en sus propias casas y calle que hoy lleva su nombre, y que después pasaron a ocupar las del Marqués de Tábara, que estaban en este sitio, donde se construyó la iglesia y convento, terminándose aquélla en 1684. Era edificio poco notable bajo el aspecto artístico, y además sufrió una casi destrucción a consecuencia de un violento incendio ocurrido en 1823, en ocasión de hallarse oyendo misa el Duque de Angulema, generalísimo del ejército francés de ocupación, con todo su estado mayor, sobre cuyo suceso se hicieron entonces muchos comentarios.

Palacio del Congreso.

Retirados los padres, a consecuencia de esta catástrofe al convento de Portaceli, a la muerte de Fernando VII, y con ocasión de congregarse las Cortes generales del reino en 24 de Julio de 1834, fue designado este edificio para   —76→   la reunión del Estamento de Procuradores; y habilitado convenientemente el templo para salón de sesiones, y dándole un ingreso decoroso por esta plazuela y otro por la accesoria de la calle del Sordo, se hizo en el resto del edificio la distribución oportuna, y continuó sirviendo a este objeto en las diversas y borrascosas legislaturas siguientes, hasta Mayo de 1841, en que, habiéndose declarado ruinosa una gran parte de la obra, se trasladó el Congreso de Diputados al salón del teatro de Oriente. Acordada después por ley expresa la construcción del nuevo palacio sobre el sitio mismo que ocupaba el antiguo35, se colocó por S. M. la reina D.ª Isabel II la primera piedra el día 10 de Octubre de 1843; y siguiendo la obra bajo la dirección y planes del arquitecto D. Narciso Pascual y   —77→   Colomer, quedó terminada en 1850, habiéndose celebrado en él la sesión regia de apertura de las Cortes el día 3 de Noviembre de dicho año. No es de esta ocasión, entrar en la descripción crítica ni artística de este moderno palacio, apreciado de diversas maneras, pero que, tal cual es, constituye uno de los principales monumentos artísticos del Madrid moderno, y el más importante acaso de los construidos en nuestros días.

Santa Catalina.

Frente a este moderno palacio y antiguo convento del Espíritu Santo estaba la casa que, desde el reinado de Felipe II, servía de Hospital general, y después, ocupada por las monjas franciscas de Santa Catalina, demolida por los franceses, fue sustituida, hacia 1818, por una manzana de casas particulares, siendo de lamentar que no se hubiese aprovechado entonces aquel preferente sitio para la construcción de un gran edificio público de majestuoso aspecto y grandeza.

Palacio de Hijar.

Al costado de la iglesia del Espíritu Santo, hoy palacio del Congreso, estaba la casa de los duques de Híjar, notablemente mejorada con el rompimiento de la nueva calle de Floridablanca, entre ella y dicho palacio, que creemos hizo construir el Marqués de los Balbases, o reformar la que entonces existía, propia del Marqués de Spínola, y antes del caballero D. Carlos Stratta, famoso y opulento comerciante, natural de Génova, aunque avecindado en España, y tan considerado en la corte de Felipe IV, que mereció de él la merced del hábito de Santiago para sí, y para su hijo D. José la encomienda de las casas de Toledo y el título de marqués de Robledo de Chavela.

En su casa se vistió el mismo rey D. Felipe, el domingo 15 de Febrero de 1637, a efecto de salir con todo el tren para la mascarada Real que tuvo en el Buen Retiro, en celebridad de la elevación al imperio de su cuñado el   —78→   Rey de Hungría; magnífica función, muy señalada en los anales de Madrid y que describiremos en el capítulo del Buen Retiro. Los ostentosos adornos y grandeza con que estaba enriquecida la casa del caballero Stratta; el festín y regalos que tributó al Monarca este-opulento magnate, fueron cosa que ocupa algunas páginas en los anales de esta villa; y de esta solemnísima ocasión databa acaso la señal que ostentó esta casa hasta nuestros días, de una cadena sobre el dintel de la puerta, que también tenían otras casas, como distintivo de haberse aposentado en ellas la persona Real. -Este palacio, vendido hace pocos años, fue derribado, y construida en su solar, por la Sociedad apellidada La Peninsular, una manzana de elegantes casas.

El palacio de los señores duques de Híjar era moderno y digno de tan ilustres personajes, en quienes han venido a reunirse los marquesados de Orani y de San Vicente, los condados de Aranda, Salvatierra, de Rivadeo y otros muchos; mereciendo especial mención en aquélla el suntuoso salón del solio, apellidado de los Tapices, en que todos los años recibe S. E. con gran solemnidad el vestido que llevó S. M. el día de la Epifanía36.

  —79→  

Era igualmente notable su lindo teatro, en que se representaron, hasta los primeros años del siglo actual, por   —80→   las personas más distinguidas de la aristocracia, diversas funciones dramáticas y líricas, algunas de ellas, como la   —81→   tragedia de Las Troyanas, obra del ilustre duque don Agustín de Silva, a que algunas veces asistieron los mismos monarcas37.

Los Italianos.

Contiguo a este palacio está el Hospital Pontificio y Regio de San Pedro de los Italianos, establecido en 1598 bajo la protección del nuncio Camilo Gaetano, y destinado a los naturales de aquel país. Tiene su pequeña iglesia, muy concurrida, y en la que se celebra el culto con notable aparato; pero bajo el aspecto artístico ofrece poco digno de atención.

Monjas de Pinto.

Frente a esta iglesia y hospital había un convento de monjas bernardas, llamadas de Pinto, por haber sido fundado en aquella villa en 1539, y trasladadas a ésta en 1588. Era un edificio muy poco notable, y su iglesia, pobre y desnuda de adornos; pero con su jardín accesorio comprendía 66.779 pies entre la Carrera de San Jerónimo y la calle del Baño; y habiendo sido demolida hacia 1837, se construyeron en él tres magníficas casas particulares. También se demolió la moderna de los duques   —82→   de Tamames, por el saliente que hacía estrechando la calle, y la contigua de la Marquesa, de Valdegama, en cuya esquina estaba el sotanillo llamado la Botillería de Canosa, que hacía las delicias de nuestros padres y abuelos.

Casas de la grandeza.

Otras varias casas, propias de la grandeza, se levantaron en esta Carrera, en los siglos XVII y XVIII, alguna de los cuales, como la señalada con el numero 5 antiguo y 40 moderno, propia de los marqueses de Iturbieta, esquina a la calle del Baño, ha sido reconstruida de planta; la del número 38, propiedad, después, del general Liñán, que fue de los marqueses de Casa-Pontejos, esquina a la del Lobo, existe en pie; habiéndose derribado, pocos años ha, la del Príncipe de las Torres, en donde estuvo la famosa fonda y café de la Fontana de Oro, y después el hotel y librería de Monier; y a la acera izquierda existen también las modernas del Marqués de Santiago (donde ahora está el Casino) y la del Conde de Villapaterna, D. Antonio Pando y Bringas, hoy del señor Marqués de Miraflores38.

Terminaba la Carrera en la Puerta del Sol con los dos edificios religiosos de la Victoria y el Buen Suceso. Del primero ya hablamos en el capítulo anterior; del Hospital de Corte, y de su iglesia titulada del Buen Suceso, trataremos en el capítulo de la Puerta del Sol.

Las calles que ponen en comunicación esta elegante Carrera con la aun más espléndida calle de Alcalá no corresponden en modo alguno a la importancia de ambas y a la numerosa y activa circulación que existe entre   —83→   ellas. Son, por el contrario, de las más estrechas, incómodas y mal decoradas de Madrid.

Calle de Peligros (hoy de Sevilla).

Empezando por el lado más inmediato a la Puerta Sol, se nos presenta desde luego (y cabalmente en el punto más interesante, por la confluencia de las calles del Príncipe y de la Cruz) la mezquina y sombría apellidada antiguamente de los Panaderos, después de los Peligros (¡ancha!), y en la actualidad de Sevilla, y que por su estrechez ha habido necesidad de cerrar al tránsito de carruajes, asfaltándola, y hay precisamente que ensanchar en otro tanto, si ha de corresponder a la importancia del punto que ocupa.

Calles de Hita y Gitanos.

Calle de Cedaceros.

Calles del Sordo y de la Greda.

Flanquean a este callejón por ambos lados los dos aún más inmundos, apellidados el primero, en lo antiguo, de los Bodegones, después de Hita, y actualmente travesía de los Peligros (¡y tan peligrosa travesía!), y frontero a él el de los Gitanos, verdaderos albañales de inmundicia social, dignos en un todo de sus menguados nombres y reputación. -La calle de los Cedaceros, también estrecha, aunque habilitada, por la necesidad, para el tránsito de carruajes, ha reformado en estos años su caserío, quedando en pie todavía del antiguo dos únicas casas principales, una señalada con el número 11 nuevo, que fue del Marqués de Valparaíso, y después de los condes de Parsent, y otra, número 13, con vuelta a la calle del Sordo, del Marqués de Santiago. -Dicha calle del Sordo y su paralela la de la Greda sufrieron plena trasformación, por la importancia que han adquirido con la construcción del palacio del Congreso y del teatro de la Zarzuela en estos últimos años, y con la prolongación recientemente hecha hacia el Prado por el jardín de Villahermosa.

La de la Greda ha aprovechado para su reforma total de la venta, hecha hace algunos años, del inmenso jardín   —84→   y corralón que pertenecieron al palacio del Duque de Maceda, y después a la Duquesa de Medinaceli, entre dicha calle, la del Sordo y la del Turco. En este terreno, además de haberse roto una nueva calle traviesa, titulada de Jovellanos, se han construido varias casas nuevas, algunas de ellas casi unos palacios, y en la nueva, de Jovellanos, el lindísimo teatro, ya mencionado, de la Zarzuela.

Calle del Turco.

La calle del Turco (apellidada antes de los Siete jardines, cuyo nombre cambió por el que hoy lleva, a causa de haber sido alojado, en la gran casa de la esquina a la de Alcalá, el Embajador del Gran Turco, que vino a Madrid en 1649)39 no ofrece otro objeto notable que el sencillo y prolongado edificio, construido en los últimos años del siglo anterior bajo la dirección del arquitecto D. Manuel Martín Rodríguez, sobrino y discípulo del famoso D. Ventura, y con destino a almacén de cristales procedentes de la Real fábrica de la Granja. Después estuvo ocupado por la Sociedad Económica Matritense, que tenía en él sus cátedras de Economía política, Taquigrafía y otras y el Colegio de sordo-mudos y ciegos, institución de la misma Sociedad. También estuvo en él establecido el Conservatorio de Artes, y en sus salas se celebró la primera exposición de industria en 1828. Hoy, roto este edificio para la continuación de la calle de la Greda, está ocupado una parte por la Escuela de Caminos y Canales, y otra y principal por la Caja de Depósitos.

Calle de Alcalá.

Entremos ya en la hermosa calle de Alcalá, la primera, más autorizada y digna vía del Madrid moderno,   —85→   desde la Puerta del Sol al paseo del Prado, o más bien al arco de triunfo erigido al gran Carlos III, que sirve de entrada al camino real de Aragón con el nombre de Puerta de Alcalá. -Hemos dicho en otro artículo que cuando Madrid estaba limitado a la parte oriental por la Puerta del Sol, existía entre dicho sitio y el Prado de la Villa un extenso olivar, que dio su nombre a la nueva calle, formada a mediados del siglo XVI, con el nombre de calle de los Olivares y de los Caños de Alcalá. -Prolongación de la espaciosa línea de Poniente a Oriente, que venía dividiendo a Madrid desde la antigua puerta de la Vega, la calle de Alcalá, como su paralela la Carrera de San Jerónimo, no tardó en ser preferida por las clases más elevadas para la construcción de sus aristocráticas mansiones y para la fundación (de moda en aquellos tiempos) de suntuosos conventos y casas religiosas.

Monjas Vallecas.

De éstos (además de la iglesia y hospital Real del Buen Suceso, que ocupaba el ingreso de esta calle y la Carrera de San Jerónimo) se trajo ya a la de Alcalá, y cuando aun era arrabal, a mediados del siglo XVI, el de monjas bernardas que existía en la villa de Vallecas, fundado por Alvar Garcidiez de Rivadeneyra, maestresala de Enrique IV; construyéndoselas de orden del cardenal Siliceo, Arzobispo de Toledo, el convento e iglesia que ocuparon hasta nuestros días, con vuelta a la callejuela que fue titulada con el nombre de una imagen llamada Nuestra Señora de los Peligros, de poco más de tercia de alta, que trajo el doctor Herrera de Jaén, y a quien, por los trabajos de que le había librado, puso dicha advocación y colocó en este mismo templo.

Calle de los Peligros.

Por otro lado, la tal callejuela justifica muy bien este título, y anteriormente aun más que en el día, porque hasta fines del siglo pasado avanzaba tanto la cerca del convento, que reducía aquélla a una suma estrechez, hasta   —86→   que el Conde de Montarco, presidente de Castilla, a despecho de las monjas, y con una dosis de energía muy notable en aquella época, la hizo retirar hasta el sitio que ocupó después, que no era mucho. -Este edificio desdichado y viejo, que después de la traslación de las monjas fue sucesivamente destinado a instrucción de quintos y de milicianos, a colegio electoral, a museo filarmónico, a bolsa de comercio, a teatro lírico, a colegio de enseñanza y a almacén de plomos, ha desaparecido para dar lugar a la construcción de magníficas casas, muy propias de tan privilegiada localidad, permitiendo al mismo tiempo ensanchar y regularizar considerablemente la estrecha y pasajera calle, que debe pronto cesar de ser y llamarse de los Peligros.

Las Calatravas.

A principios del siglo XVII se trasladaron también a Madrid, desde la villa de Almonacid de Zurita, las señoras comendadoras de la orden de Calatrava, y con la protección y dones del Monarca pudieron construir su iglesia y convento, que no carecen de ostentación, en el sitio que hoy ocupan en lo alto de la calle de Alcalá, a la cual favorece mucho la hermosa cúpula que cubre el crucero del templo. Este convento y su religiosa comunidad no se han salvado de la destrucción y trasiego general de esta última época, quedando sólo la iglesia, en que se continúa sin interrupción el culto divino, con gran solemnidad y pompa, a que se asocian las órdenes militares de Calatrava y Montesa, que asisten en ella a sus solemnes funciones y ceremonias. Todavía más adelante, en la misma calle y en el terreno convertido hoy en jardín del Marqués de Casa-Riera, había otro convento de monjas carmelitas recoletas, denominadas las Baronesas, por su fundadora la baronesa D.ª Beatriz Silveira, que fue demolido, y vendido su solar en 1836.

Las Baronesas.

Carmen Descalzo.

Últimamente, enfrente de éste se construyó, con puerta a la calle de los Caños de Alcalá, en los primeros años   —87→   del siglo XVII, el convento de padres carmelitas descalzos de San Hermenegildo, aunque la iglesia actual fue construida en 1742; hoy sirve de parroquia de San José, y es acaso la más hermosa y capaz de las iglesias parroquiales de Madrid. Fue trasladada a ella la parroquialidad a la extinción de los regulares en 1836, habiendo estado antes en el hospital de Flamencos, calle de San Marcos, en las monjas de Góngora y en la capilla que fundó para este objeto, en 1745, en la sala teatro de su propio palacio, el Duque de Frías D. Bernardino Fernández de Velasco. La iglesia actual de San José del Carmen, tiene contigua la capilla de Santa Teresa, fundada primitivamente por el célebre y desdichado ministro D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, y en ella estuvo depositado su cadáver hasta ser trasladado a las monjas de Portaceli de Valladolid. -El convento, que ocupaba toda la inmensa manzana número 288, entre las calles de Alcalá, de las Torres, de las Siete Chimeneas y del Barquillo, en una extensión de 202.668 pies, y la huerta, que ya había sido mermada en tiempo en que vivía en la casa frontera el Príncipe de la Paz, para formar la plazuela que tomó del mismo el título de Almirante, hoy del Rey, han sido vendidos después, y construidas en ella diversas casas particulares y el teatro de Apolo.

La Aduana.

Entre los edificios civiles que ostenta esta hermosa calle de Alcalá, sobresale por su belleza e importancia, y ocupa el primer lugar, después del Real palacio, entre todos los públicos de Madrid, el construido en el reinado del gran Carlos III con destino a Aduana, y que hoy ocupan el Ministerio de Hacienda y sus dependencias. Los planos y dirección de este suntuoso palacio, terminado en 1769, corrieron a cargo del general D. Francisco Sabatini, y su elegante arquitectura y el buen gusto de su ornato traen a la memoria los primeros y más celebrados   —88→   palacios de Italia, al paso que por su extensión, solidez y grandeza, puede sostener la comparación con los buenos de otras capitales. Desgraciadamente, no hubo la mejor elección en cuanto al sitio en que está construido, costanero e intercalado entre otras casas, que no le permiten ostentar fachadas laterales a Levante y Poniente, y campear con la independencia y desahogo que requerían su importancia y mérito artístico; y lo peor fue que, para adquirir aquel sitio tan inconveniente, hubo necesidad de comprar a gran costa hasta diez y seis casas que ocupaban aquella superficie de 80.000 pies próximamente, y demolerlas, en vez de haberse fijado en otro sitio aislado; no renunciamos todavía, sin embargo, a que algún día llegue a ostentar una nueva fachada al lado que mira a la Puerta del Sol, rompiéndose por allí una calle o pasaje de comercio por el sitio que ocupa la casa del Marqués de la Torrecilla, que sale a la calle angosta de San Bernardo, hoy de la Aduana.

Academia de San Fernando.

Lindante con este suntuoso edificio luce todavía (proporción guardada) el otro que ocupa en su parte principal la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, y en el piso segundo el Gabinete de Historia Natural, a cuya reunión alude la elegante inscripción que D. Juan de Iriarte compuso y está colocada sobre la puerta principal: «Carolus III rex, naturam et artem sub uno tecto in publicam utilitatem consociavit.» Efectivamente, en los salones bajos y principales, ocupados por la Academia, se encuentran sus bellas galerías de pintura y escultura y algunas de sus enseñanzas, y en la parte alta de este edificio el precioso gabinete de Historia Natural; pero esta reunión de ambos importantísimos establecimientos, que pudo tolerarse en una misma casa cuando eran, puede decirse, nacientes, no tardó en hacerse incompatible con el aumento y prosperidad sucesiva de ambos; y ya en el   —89→   reinado del mismo Carlos III dispuso aquel gran monarca la construcción del magnífico Museo del Prado, con destino a la colocación del de Ciencias Naturales; pero como este suntuoso edificio ha recibido otra aplicación, al paso que el Gabinete ha crecido extraordinariamente en preciosos objetos de los tres reinos, que no pueden ser disfrutados ni colocados científicamente en las estrechas y sombrías salas de esta casa, es de absoluta necesidad su traslación a otro edificio, si puede ser, construido expresamente; sobre lo cual creemos que existan planes y aun cesión por parte de S. M. del sitio conveniente en el Retiro; reuniendo así, como deben estarlo, los tres establecimientos que forman el Museo de Ciencias Naturales, a saber: el Gabinete, el Botánico y el Observatorio Astronómico. -Esta casa fue obra del arquitecto D. Pedro Rivera, y sirvió primero para el Estanco del tabaco, siendo adquirida a censo, por el Gobierno, de D. Francisco de Goyeneche, conde de Saceda, marqués de Belzunce: no carece de grandiosidad, especialmente en su portal y hermosa escalera, si bien recargó la portada con los adornos acostumbrados de su gusto, que fueron mandados quitar, y reformada aquélla, cuando Carlos III colocó allí la Academia y Gabinete; tiene de sitio 36.695 pies.

Buenavista.

Aunque no precisamente en la calle de Alcalá, sino mirando a ésta desde larga distancia, se levanta el ostentoso palacio de Buenavista, que hoy ocupa el Ministerio de la Guerra, obra verdaderamente regia, mandada construir en los últimos años del siglo pasado por la célebre duquesa de Alba D.ª María del Pilar Teresa de Silva y su esposo el Marqués de Villafranca, que no llegaron, sin embargo a verle concluido ni a habitarle. En 1805 fue comprado este palacio a los herederos de la Duquesa por la villa de Madrid, y regalado al almirante Príncipe de la Paz, que tampoco lo llegó a ocupar; y secuestrados en 1808   —90→   los bienes de éste, ha venido recibiendo distintas aplicaciones, tales como Parque de Artillería, Museo militar, habitación del regente del reino Duque de la Victoria40, del embajador turco Fuad-Efendí, y por último Ministerio de la Guerra. En él también fueron recientemente alojados el príncipe Muley-El-Abbas y los embajadores de Marruecos que vinieron a Madrid después de la paz en 1860.

En el sitio que ahora ocupa este suntuoso palacio y sus cercanías estaban las casas del Marqués de la Ensenada, de D. Francisco de Rojas, Diego de Vargas, D. Rodrigo de Silva y otros, formando las calles de la Emperatriz, de Buenavista (hoy cerradas), y que salían a la del Barquillo, y la plazuela de Chamberí, dentro del inmenso termino comprendido ahora bajo el número de la manzana 277, y que ha absorbido también las 286 y 287. A su límite por la calle de Alcalá a la del Barquillo se alza hoy la moderna casa del Marqués de Casa-Irujo, y a la esquina del paseo de Recoletos la casa que fue Dirección de Infantería, y después habitación del Presidente del Consejo de Ministros41. Este edificio (considerado también como del Estado, aunque procedente igualmente   —91→   del secuestro de Godoy, y en que vivió su hermano don Diego en 1808) no merecía ciertamente detenernos en él y únicamente como recuerdo histórico repetiremos que su hermoso jardín era la misma famosa huerta del regidor Juan Fernández, célebre por su amenidad, y relacionada con las memorias poéticas del siglo XVII, como sitio que era entonces de pública recreación, y a que aludieron y en el que colocaron algunas ingeniosas escenas de sus dramas los célebres escritores de aquella época, entre ellos Tirso de Molina, que la dedicó y consignó su nombre en una comedia entera: La Huerta de Juan Fernández.

Huerta de Juan Fernández.

Estos son los principales edificios de la hermosa calle de Alcalá, que, como tan principal y señalada, no tardó en ser escogida por la nobleza de la corte para su residencia y mansión, construyendo desde principios del siglo XVII considerables casas particulares; hoy existen ya muy pocas de ellas, habiendo sido sustituidas casi todas con otras aun más suntuosas y decoradas. -Entre las que aun existen de aquella época, apenas podrá citarse alguna otra, como la última de dicha calle con vuelta al Prado, propia hoy de los marqueses de Alcañices y antes de los duques de Arión y de Béjar, construida por D. Luis Méndez Carrión, marqués del Carpio, y que aun conserva la torrecilla sobre su esquina, que era el distintivo de todas las casas principales de la antigua nobleza madrileña.

Casa de Alcañices.

Casa de Campo Alange.

La que estaba contigua, que fue del Marqués de Villamaina y después de los condes de Campo Alange, sirvió desde muy antiguo de residencia a la embajada inglesa. En ella se refugió, en 16 de Mayo de 1726, el famoso ministro de Felipe V, Duque de Riperdá, y de ella fue extraído, en 25, con notable allanamiento y violencia, de la mansión del embajador Stanhope, que ocasionó tan vivas reclamaciones de parte del gobierno británico. En ella, en fin, hemos conocido en nuestros días de ministros de   —92→   la Gran Bretaña a sir Enrique Wellesley, hermano del célebre lord Wellington, sir Jorge Williers (lord Clarendon), después ministro de Negocios Extranjeros en Inglaterra; mister Asthon y otros, hasta que, adquirida dicha casa por el rico banquero Sr. Santa Marca, hizo construir en su solar una de las más ostentosas y magníficas entre las particulares.

Casa de Riera.

La casa-palacio número 64, que hoy posee el Marqués de Casa-Riera, y ha enriquecido con obras de consideración y con un nuevo jardín en el solar del convento de las Baronesas, es también moderna, de principios del siglo actual, y fue construida y señalada en dote para la señora Duquesa de Abrantes, por cuya circunstancia era designada con el nombre de la Casa de los Alfileres. En lo antiguo existía en este solar la que el Marqués de Auñón (de quien ya hablamos en el capítulo correspondiente a la parroquia de Santiago) hizo labrar para su hijo natural D. Rodrigo de Herrera, célebre poeta dramático, autor de las comedias Del Cielo viene el buen rey y La Fe no ha menester armas. Después fue del Conde de Miranda y de las memorias fundadas por el Marqués de Mancera. Ya queda dicho que a mediados del siglo XVII fue alojado en esta casa el embajador turco, que dio nombre a la calle contigua; en el edificio nuevo vivieron en nuestros días los marqueses de Ariza, el embajador de Rusia Príncipe Tatischef, y el célebre provisionista francés y gran financiero Mr. Ouvrard en 1823 y 24, en cuyo tiempo se celebraron en sus salones magníficos saraos y festines, hasta que la adquirió el señor Riera, que ha invertido en su decoración grandes sumas. La extensión de esta casa y sus dos jardines es considerable; además tiene enfrente, en la calle del Turco, otra también grande para cocheras y oficios, con la que se comunica por una galería subterránea.

  —93→  

Casa de los Heros y Depósito Hidrográfico.

Los Cartujos.

Las dos casas modernas que están más arriba, conocida una por la de los Heros y por el almacén de cristales (que S. A. el infante D. Sebastián después ocupó, y hoy ocupa la Presidencia del Consejo de Ministros), y la otra, en que se halla el Depósito Hidrográfico, fueron también de la antigua nobleza; y la del Conde de Saceda, que sólo tenía piso bajo, aunque en la grande extensión de 32.284 pies, también ha sido sustituida por un nuevo edificio, propio del Sr. Casariego. -Otros opulentos capitalistas han construido en estos últimos años elegantes casas en el sitio que ocupaban las antiguas, entre ellas la Hospedería de los Cartujos, sobre cuya puerta estaba colocada la famosa estatua de San Bruno, obra muy excelente del escultor Pereira42.

En toda aquella acera no ha quedado, pues, en pie, de las casas nobiliarias antiguas, más que la señalada con el   —94→   número 44 nuevo, que hace esquina y vuelve a la de Cedaceros, y fue del mayorazgo fundado por Baltasar Gil Imon de la Mota. Todas las demás son nuevas, construidas sobre las ruinas de las antiguas, y obra de la opulencia, mercantil y de la clase media, que ha desalojado de allí a la antigua aristocracia. -Lo mismo sucede en la acera opuesta, donde, a excepción de la casa del Marqués de la Torrecilla, número 15, inmediato a la Aduana, y la señalada con el número 25 nuevo, del Conde de Pino-Hermoso, que fue del de Villarreal, donde hoy está el Veloz-Club, ninguna otra queda ya de las del siglo XVII, habiendo sufrido las restantes renovación completa o parcial en manos de los capitalistas modernos.

Tal como hoy se ostenta esta magnifica calle, puede sostener la comparación con las primeras de otras capitales europeas, y recientemente, con el ensanche de la Puerta del Sol, aunque pierde en longitud, gana en anchura por su entrada, que antes era de 47 pies por aquel extremo, mientras que llega a contar 233 a la entrada del Prado. También pudiera allanarse algo más el desnivel del pavimento, de suerte que permitiera disfrutar su vista de un extremo al otro, si bien es preciso confesar que en estos últimos años ha recibido considerables mejoras en este punto, y con la colocación de sus espaciosas aceras, de las columnas para el alumbrado y el plantío de los árboles en toda la mitad baja, que lo permite por su anchura, se ha acercado mucho al grado de elegancia que reclamaba la primera calle de la capital. -Bajo este carácter (que no adquirió, sin embargo, hasta ya entrado el siglo XVIII, venciendo a su rival y paralela la Carrera de San Jerónimo) la calle de Alcalá viene ocupando las páginas de la historia madrileña en esta última época, y figurando desde entonces en primera línea en las demostraciones solemnes a que dieron lugar las guerras, los   —95→   levantamientos y tumultos populares, las entradas triunfales, y las ceremonias y festejos de la corte y villa. En unas ocasiones, y según lo han requerido las circunstancias, se ha visto cubierta de tropas y cañones, de fosos y barricadas; en otras, por fortuna más frecuentes, se ha mirado engalanada con los arcos de Tito y de Trajano, con las agujas de Luksor, con los templetes alegóricos de Atenas y Corinto.

Rege Carolo III. Anno MDCCLXXVIII.

El último trozo de esta hermosa calle, más allá del paseo del Prado, está embellecido por la derecha con la verja de los jardines del Retiro, y las construcciones modernas a su izquierda. Hasta el reinado de Felipe III no se construyó puerta de ingreso por este lado, y entonces, y con motivo de la entrada de la reina dona Margarita en 1599, se levantó ésta como hacia el sitio donde hoy está la entrada del Retiro por la Glorieta. Era mezquina, y consistía en dos torrecillas con un arco en medio, y fue derribada en 1764, cuando, con ocasión del advenimiento del gran Carlos III al trono español, se acordó levantar, bastante más apartado, el magnífico arco de triunfo que, hoy sirve de puerta, que dirigió el teniente general don Francisco Sabatini, y es una de las más preciadas obras de aquel reinado, terminada en 1778, según se ve por la dedicatoria de su frontis:

Hoy, demolido todo el caserío y la parte del Retiro y cerca que circundaba el arco, se ha formado la anchísima plaza titulada de la Independencia, dejando aislado en su centro el monumento.



  —96→  

ArribaAbajo-VII-

Recoletos y el Barquillo


Hornos de Villa Nueva.

A la izquierda de la puerta de Alcalá y hasta la de Recoletos (reconstruida de nueva planta en el reinado de Fernando el VI, y que ha sido derribada) se empezó a formar ya en el siglo XVII, con destino a hornos y tahonas, un caserío que se llamó Villa Nueva, compuesto de cuarenta y dos edificios inmediatos al que tenía allí desde más antiguo el Ayuntamiento de Madrid; si bien los grandes edificios delanteros, conocidos luego con este nombre, eran obra posterior, de mediados del siglo pasado. En él se construyó, también en el reinado de Fernando el VI, la gran panera en figura de rotonda que daba al paseo de Recoletos, y era capaz de 100.000 fanegas de grano. Los otros edificios que continuaban hasta la puerta de Alcalá y servían de cuartel de ingenieros eran otras de las obras más importantes del reinado de Carlos III. En esta inmensa manzana, destinada desde hace muchos años a extraños usos, es donde, a nuestro entender, debió colocarse la nueva Aduana43.

Recoletos.

Después de los edificios del Pósito, hasta la puerta de Recoletos, estaban, como ya expresamos, el antiguo convento de agustinos recoletos y su huerta, que comprendía nada menos de 515.459 pies, y la casa y huerta del   —97→   Conde de Oñate, marqués de Montealegre, con cerca de 200.000; la huerta que después ocupó el Colegio de Veterinaria, que perteneció a San Felipe Neri, conservó la misma forma, con un gran saliente fuera de la puerta y la enorme superficie de 523.716 pies44. Por el lado opuesto al principio del paseo, después de la huerta del regidor Juan Fernández la gran casa y jardín del almirante de Castilla D. Juan Gaspar Enríquez de Cabrera, que daba vuelta por la calle llamada entonces del Escorial, que después recibió el título del Almirante, que aún conserva, hasta la de los Reyes Alta, hoy de las Salesas. Cedida esta posesión en gran parte por aquel ilustre magnate para la fundación del convento de San Pascual, y convertida en iglesia la sala-teatro del propio palacio, enriqueció a ésta con su preciosa colección de pinturas de los mejores maestros; rico tesoro que desapareció en tiempo de la dominación francesa. Cayó también en nuestros días la iglesia para ensanche del paseo, y ha vuelto a ser construida alineando con los nuevos palacios. El resto de la huerta fue después del general de artillería D. Juan Brancacho, con cuyo apellido es aún conocida, y el antiguo palacio o retiro del Almirante desapareció también a impulso del tiempo. -A la otra esquina de esta calle del Almirante, y entre ésta y la llamada hoy de la Veterinaria (antes de San José), se alzaba ya en principios del siglo pasado la casa y famoso jardín del Conde de Baños, después del de Altamira, y luego del Duque de Medina de las Torres, conocida modernamente por las Delicias, cuando estaba abierta al público con bailes, conciertos, baños, fonda y otros excesos; pública recreación enseñoreada después del sitio de la huerta contigua de Brancacho o el   —98→   Almirante, con los nombres de la Camelia, el Eliseo, etc. Hoy todo se ha transformado en palacios, circos, etc.

Más allá de dicha calle antigua de San José, en diversidad de sitios, que todos fueron comprados para este objeto, se fundó por la reina doña María Bárbara y su esposo D. Fernando el VI, en 1758, el suntuoso monasterio de la Visitación de religiosas Salesas, con su extendida huerta y jardín, que, en unión del monasterio, comprenden el inmenso espacio de 750.523 pies, y todavía se agregaron a él otras posesiones contiguas; habiendo invertido en esta grandiosa fundación la enorme suma de 83 millones de reales, según una nota puesta en la copia del testamento de dicha reina, que existe en la Biblioteca Nacional. En cuanto a la grandeza y mérito artístico del edificio, dirigido por los arquitectos Carlier y Moradillo, no podría negársele sin injusticia, si bien no es todo lo que hubiera sido algunos años después, con los adelantos del arte, y del buen gusto, y mucho menos correspondiente todavía a las inmensas sumas prodigadas en él. El templo, sin embargo, por su elegante forma, por la riqueza de su materia y la preciosidad de su ornato y accesorios, entre los que sobresale el sepulcro de los reyes fundadores, que yacen en él, es, sin duda alguna, el más ostentoso de Madrid45. -El convento puede llamarse un verdadero palacio regio, especialmente la parte designada con este nombre por la reina fundadora, que destinaba a su habitación la que mira a los jardines. Estos y la huerta son primorosos, y la extendida cerca que los limitaba por los paseos de Recoletos y de la Ronda, hasta incorporarse con la otra del extinguido convento de Santa Bárbara,   —99→   acaba de ser demolida para el ensanche del paseo46. Antes de la fundación de este magnífico monasterio, y según el plano del siglo XVIII, ocupaban aquel sitio varias casas y huertas; y desde el altillo que hoy forma la plazuela de las Salesas corría recta la calle del mismo nombre (entonces llamada de los Reyes Alta) a salir a la de Alcalá, por donde después fue jardín conocido por el del Valenciano, y entre donde después se alzaron los edificios de Buena Vista y la Dirección de Infantería. Todo esto ha variado completamente con la rotura al paseo de Recoletos de las calles del Saúco, Piamonte y Salesas, en donde se ha formado el barrio más elegante de Madrid.

Salesas Reales.

Santa Teresa.

En el lugar que ocupaba el convento y huerta de las monjas de Santa Teresa estaba la casa del Príncipe Astillano, fundador del mismo convento: en 1656 las calles del propio nombre, de San Lucas, Piamonte, del Rincón del Saúco, de la Emperatriz, de la Buena Vista y la plazuela del Chamberí, todas tenían salidas a las ya citadas de los Reyes Alta o Salesas; varias de ellas quedaron suprimidas o cortadas con la construcción del palacio de los Duques de Alba, que incorporaron a la dilatada manzana 277 las 286 y 287, donde entonces estaban las casas de los Valenzuelas, Yermos, Alvarados y otras. -Las demás casas entre dichas calles del Saúco y del Piamonte, donde después se alzó el edificio construido en el reinado anterior con destino a las misiones de San Vicente Paul, y ocupado luego por una prisión de mujeres, y la elegante y moderna casa contigua del señor Conde de Vegamar, pertenecieron al Conde de Molina, y después al   —100→   de Torrehermosa. Destruido hoy el convento, rotas las calles y establecidas otras nuevas.

Calle Real del Barquillo.

Esta calle Real del Barquillo (según dice D. Nicolás Moratín) correspondió en un principio a la jurisdicción de Vicálvaro, sin duda por estar fundada en tierras de su término, y se hizo desde luego una importante vía de comunicación entre la parte central y alta de Madrid; importancia que ha ido creciendo sucesivamente, y hecho necesaria la reconstrucción y alineación de esta calle y sus avenidas en los presentes años. -Ya queda dicho en los términos en que estaba fundada por la derecha, y las comunicaciones que la ponían en contacto con el paseo de Recoletos; todas han sido restablecidas, aunque hubiera sido conveniente que al verificarse los rompimientos y nuevas construcciones se procediera a rebajar el terreno, disimulando, cuando no suprimiendo del todo, el gran desnivel ocasionado por la colina que media entre dicha calle y el paseo del Prado47.

Casa de Tócame Roque.

Del lado de la izquierda aparecía esta calle aún más solitaria y triste, ocupada por el convento y huerta de Carmelitas Descalzos, que, como hemos dicho, avanzaba hasta ocupar casi todo el espacio que ahora se llama Plazuela del Rey, y primero del Almirante (Godoy), en cuyos últimos años de privanza, primeros de este siglo, fue formada para dar mayor desahogo a las casas que hacen esquina y a la frontera, propias ambas de su esposa la Condesa de Chinchón; dichas casas se comunicaban por medio de un pasadizo por cima de la calle a la altura de dos pisos principales, que ha sido, por fortuna, suprimido; si bien éste no aparece en el plano del siglo XVII, y no sabemos si fue obra del mismo Príncipe de la Paz, o   —101→   anterior48.-Las casas contiguas, procedentes del doctor Sandi, doña Beatriz Vargas y otros varios, estaban ya, poco más o menos, en los mismos términos que hoy a mediados del siglo pasado, cuando pertenecían a D. José Ignacio Goyeneche; y a ellas seguía luego la extendida tapia de la huerta de los duques de Frías, que ocupaba nada menos que 187.200 pies, con inclusión del palacio que da a la plazuela del mismo nombre y a la calle de Góngora, antes de Santa Bárbara la Vieja. -Esta inmensa posesión, recientemente suprimida y rota por varios lados, ha sido poblada de nuevo y elegante caserío, dando salida a las dos calles, cerradas por ella, de Santa María del Arco y de Válgame Dios (ahora de Gravina). Todavía la enorme manzana 307, aun convertida ya en tres trozos, debe romperse por la calle cerrada de San Marcos, según la alineación proyectada. -El resto de las casas de dicha acera ningún interés ofrecen si se exceptúa sola la señalada con los números 4 y 5 antiguos y 27 moderno de la manzana 324, que hace esquina y vuelve a la calle de Belén, y era y es muy célebre desde tiempo antiguo por su numeroso vecindario y demás condiciones, y designada con el nombre popular de la Casa de Tócame-Roque. Este apodo (cuyo origen desconocemos) es también aplicado al famoso sainete de D. Ramón de la Cruz, titulado La Petra y la Juana, sin que   —102→   tampoco podamos asegurar, como quiere la tradición, que fuese la intención de aquel escritor colocar en esta casa el lugar de su escena, que por otro lado hallamos poco apropiado a ella. Esta casa fue de D. Martín Herce, y actualmente del Sr. Conde de Polentinos, y está renovada en estos últimos años.

Rompimientos.

A espaldas de la calle del Barquillo, y hasta la de Hortaleza, está el extendido trozo de caserío que llegará a ser en breve tiempo uno de los más importantes de Madrid, cuando haya acabado de recibir los cortes, rompimientos y mejoras reclamados por la necesidad y propuestos y aprobados en el plano de nueva alineación. Consisten aquéllos en el ya dicho rompimiento de la calle cerrada de San Marcos a la del Barquillo, y desde esta misma calle de San Marcos otra lateral a la de Góngora, por la huerta de las monjas de San Fernando, además del de la calle del Soldado, ya verificado hasta la de las Infantas; la supresión del cuartel, y continuación por su terreno de la calle llamada de la Libertad (antes de San Fernando y de Gravina); igualmente la de los viejos edificios en que estuvieron la Galera y las prisiones militares. -Todo esto, vitalizando uno de los trozos más importantes del Madrid moderno hasta nuestros días se ha realizado ya.

Calle de San Antón.

Poco hay en el día que mencionar para nuestro propósito en este abandonado distrito. La calle de San Antón (hoy de Pelayo), que va desde la de San Marcos a la de Santa Teresa, era y es la arteria central de él, y célebre en el siglo pasado por el bullicio e intrepidez de las clases que la ocupaban, y sus contiguas de Regueros, de Belén, de Jesús y María, de San Lucas, las de San Gregorio, de San Francisco y Válgame Dios y del Soldado. Todas estas calles, aunque en la parte alta de Madrid, formaban parte de los barrios apellidados bajos, y eran   —103→   preferidas por los famosos chisperos, ramificación de la manolería, fabricantes y mercaderes de utensilios de hierro; y lo humilde de su caserío, casi todo de un solo piso, y lo ennegrecido y solitario de sus revueltas las hacían muy propias para las escenas inmorales y alevosas que inspiraron a poetizar D. Ramón de la Cruz en sus sainetes y D. Francisco Gregorio de Salas en su festiva pintura de dicha calle de San Antón.

Monjas de San Fernando.

Monjas de Góngora.

Palacio de Frías.

Cuartel del Soldado.

Los edificios algún tanto notables de este distrito, ya hemos dicho que contribuyen a entristecerle más que a darle importancia. Los dos conventos de monjas, el uno de mercenarias calzadas, titulado de San Fernando, en la calle llamada actualmente de la Libertad, fue fundado a fines del siglo XVII por la Marquesa de Aguilafuente, y no llegó a terminarse, ni su iglesia, que está reducida a una pequeña capilla49. -El otro de trinitarias descalzas, apellidado de Góngora (por haber corrido la fundación de orden de Carlos II, a cargo de D. Juan Felipe de Góngora, ministro del Consejo de Castilla), fue obra de fines del siglo XVII y es poco notable, como lo era también el palacio frontero de los duques de Frías, cuya Sala-teatro fue convertida en anejo de la parroquia de San Luis, con el título de parroquia de San José, en 1745, por el mismo duque de Frías D. Bernardino Fernández de Velasco; después, como parroquia independiente, la hemos visto pasar en nuestros días a la iglesia de dichas monjas de Góngora y a la del Hospitalito de flamencos calle de San Marcos (que se hundió en 1848) y está actualmente, como ya queda dicho, en el Carmen calzado, calle de Alcalá. -En cuanto al referido cuartel del Soldado, que fue de Guardias Walonas y que ocupa toda la   —104→   manzana 317, con 64.648 pies, y la casa llamada, de la Galera, y el otro edificio, apellidado Prisiones militares, ya queda dicho que han de desaparecer muy pronto por su inoportuna, colocación y mal estado de sus fábricas50.

Capuchinos de la Paciencia.

Calle de las Infantas.

Las Siete Chimeneas.

El resto de este distrito entre la calle de San Marcos y la del Caballero de Gracia tiene ya otra importancia, por su situación más céntrica, lo bien cortado de sus calles y comunicaciones, y la mayor brillantez consiguiente de su caserío, especialmente desde la formación de la Plaza de Bilbao con el derribo verificado en 1837 del convento e iglesia de Capuchinos llamados de la Paciencia. Éste había sido fundado en 1639, por el rey D. Felipe IV, sobre el mismo sitio que ocupaba la casa del licenciado Barquero, en que unos judíos que la habitaban solían maltratar en ciertos días y ceremonias a un crucifijo; y denunciados a la Inquisición, fueron quemados hasta siete en persona, y cuatro en estatua, y demolidas sus casas para la fundación de dicho convento e iglesia. Hoy, con el arbolado y verja de dicha plazuela y las elegantes casas modernas que la rodean, es uno de los sitios preferentes de Madrid. -La calle frontera de las Infantas, especialmente en su último trozo, abierto, como queda dicho, por la huerta del Carmen en tiempo de Godoy, ha adquirido mayor importancia con las nuevas casas construidas en dicha huerta por el señor Murga, y el teatro del Circo, en donde ahora se llama la plazuela del Ruy, y antes era una callejuela en escuadra, que se llamaba de las Siete Chimeneas. -La casa conocida con este título (que es la de la esquina y propia del señor Conde de Polentinos) debió ser en los principios una hermosa casa de campo, rodeada de extendidos jardines y huertas, y cuya sólida y   —105→   elegante construcción en su parte principal, que da a dichos jardines y a la plazuela (pues la que mira a la calle de las Infantas, se ve palpablemente que es añadida), revela el gusto especial de las construcciones de Juan de Herrera, en cuyo tiempo pudo ser fabricada, a mediados del siglo XVI, para el mayorazgo fundado por el doctor D. Francisco Sandi y Mesa, que hoy posee el Sr. Conde de Polentinos. Su extensión comprendía los jardines, posesiones y casas contiguas, incluso el teatro del Circo, y pasa de 100.000 pies. Es también histórica, por haber habitado en ella el Príncipe de Gales en 1623, cuando vino a pedir la mano de la infanta doña María; luego el ministro de Carlos III Marqués de Esquilache, cuando el día 23 de Marzo de 1766 estalló el célebre motín de las capas y sombreros, atacando el populacho la morada del Ministro (cuyas señales se han conservado hasta nuestros días), y presentando el mismo terrible aspecto que medio siglo después ofreció delante de la inmediata casa del Príncipe de la Paz. La de las Siete Chimeneas ha sido después morada de los embajadores de Nápoles, de Francia y de Austria. -En esta calle de las Infantas y su número 13, hoy reconstruido de planta, falleció en 1847 el insigne defensor de Zaragoza, general Palafox.

Las otras calles paralelas a la de las Infantas, tituladas de la Reina, de San Miguel y del Caballero de Gracia, y sus travesías de las Torres, de San Jorge y del Clavel, también nos ofrecen algún interés histórico local.

Calles de la Reina y de San Miguel.

La manzana 296, formada entre las calles de la Reina y de San Miguel, del Clavel y de Hortaleza, recuerda la memoria del celebérrimo autor dramático D. Agustín Moreto y Cabaña, a cuyo padre pertenecieron varias casitas que ocupaban gran parte de dicha manzana, y en una de las cuales creemos que nació aquel insigne ingenio.

  —106→  

Casas de Moreto.

Según el primitivo Registro de Aposento, que empezó en 1625, a su folio 133 vuelto, se hace mención de siete de estas casas de la acera izquierda de la calle de San Miguel desde su entrada por la de Hortaleza, que poseyó Agustín Moreto, padre del autor, y que libertó de aposento en 1623. Posteriormente estas casas (que debían ser muy reducidas) se refundieron, con otros sitios mayores, en dos grandes casas, que constan registradas en la Planimetría y visita general de 1751 con los números 2 y 3 por la calle de la Reina, en estos términos: -«Calle de la, Reina, número 2, pertenece a D. Francisco Antonio Salazar, como marido de doña Ana Salazar y Albis; se compone de cinco sitios, el tercero de los cuales le privilegió Agustín Moreto, en 1623, con 1.750 maravedises y con réditos de 100 ducados anuales a censo; pies de sitio, 10.682. Fachadas a la calle de la Reina, 603/4 pies, y a la de San Miguel, 66.» -«Item, número 3; pertenece a D. Feliciano de la Vega; se compone de cinco sitios, el primero, de herederos de Mosquera, la privilegió Agustín Moreto, en 30 de Enero de 1623, con 2.256 maravedises y réditos de 100 ducados a censo. Fachada a la calle de la Reina, 671/2 pies, y a la de San Miguel, 651/2 y el sitio, 10.980 pies.» -Estas casas tienen hoy, por la calle de la Reina, los números 4 y 6 nuevos, y por la calle de San Miguel, el 5 y 7. -Más adelante, en la misma acera izquierda de la calle de San Miguel, pero antes de salir a la del Clavel, fue señalada con el número 10 antiguo otra casita que perteneció al mismo Moreto, padre, según se expresa en el Registro y Planimetría, en estos términos: -«Número 10, pertenece a D. Juan Manuel Díaz del Corral; fue de herederos de Luzón, con dos ducados, con los que, y los réditos de 100 ducados a censo, la privilegió Agustín Moreto, en 11 de Enero de 1653. Fachada a la calle de   —107→   San Miguel, 27 pies, y su todo, 2.003.» Esta casita, aunque incorporada hoy, o refundida, en la señalada con el número 15 nuevo (que hace esquina y vuelve a la del Clavel), es la única que se conserva en pie del grupo de ellas pertenecientes a Moreto; y en su estrecha fachada se ven aún los dos balcones penúltimos, bajo los cuales está el azulejo de la numeración antigua. Quizás esta casa, que pudo ser entonces la mayor de todas, fue la que habitó el padre de Moreto, y donde nació este insigne ingenio, en 161851. Todas estas casas han desaparecido   —108→   últimamente para dar lugar a nuevas construcciones.

La inmediata casa, en la calle de la Reina, número 8 moderno, es la que habitó, en principios de este siglo, el general Príncipe Maserano, y que ocupó también algún tiempo, mientras la dominación francesa, el general Abel Hugo, gobernador de la provincia de Guadalajara y nombrado por el rey José marqués de Cogolludo, teniendo en su compañía a su hijo, el famoso poeta Victor Hugo, a quien colocó de paje del Rey en el Seminario de Nobles. En esta casa estuvo, después, la fonda de Genyeis, y en ella pararon, en 1831, el celebérrimo, maestro Joaquín Rossini y su compañero de viaje el marqués de las Marismas, D. Alejandro Aguado.

Niñas de Leganés.

Al fin de esta calle está el colegio de Nuestra Señora de la Presentación, de niñas, que llaman de Leganés, fundado, en su propia casa, por el caballero D. Andrés Spínola, de la de los marqueses de los Balbases y Leganés, en 1630, con su pequeña capilla, abierta al público. Otras casas notables hay en dicha calle, como la del Conde de Montealegre, que fue del de Villacastel, entro ella y la de las Infantas, y entre las de San Jorge y San Miguel la del Marqués de la Vega de Armijo, derribada ésta, y construida en su solar otra nueva, y la del jardín de Valero, propia del Duque de Arión.

Calle del Clavel.

En la del Clavel, señalada con el número 11 nuevo y 16 antiguo, contigua a la nueva del señor Maquieira, y reedificada de planta en el año último, estaba la linda casa que habitó, según sus Memorias y novelas, la célebre escritora francesa, esposa del mariscal Junot, titulado Duque de Abrantes, durante el tiempo que fue éste   —109→   gobernador de Madrid. Igualmente, y según noticia reciente dada por él mismo, Victor Hugo habitó también esta casa con su padre en 1809. También vivió en ella, por la misma época, la Condesa de Jaruco, señora célebre por su hermosura y altas relaciones en la corte de José Bonaparte, y madre de otra persona no menos célebre después, en la corte parisiense, con el nombre de la Condesa de Merlín, apreciable escritora, distinguida artista, y dotada, además, de un excelente carácter y amenidad de trato. Esta señora, nacida en la Habana, donde su padre mandaba como gobernador segundo cabo, fue casada de tierna edad, por el rey José, con uno de sus ayudantes, el general Merlín52.

Calle del Caballero de Gracia.

La calle del Caballero de Gracia lleva este nombre del caballero de la orden de Cristo Jácome o Jacobo de Gratis, virtuoso sacerdote, natural de Módena, que vino a España con el Nuncio de S. S. y se avecindó en Madrid, hasta que, en 1619, falleció a la edad de ciento dos años.

Monjas del Caballero de Gracia.

El mismo fundó, en sus propias casas, un convento de padres clérigos menores, que después pasaron al Espíritu Santo, ocupando entonces aquéllas la comunidad de   —110→   Recoletas de la Concepción, conocidas también por el nombre del mismo Caballero de Gracia. -Su convento e iglesia, que tenían en dicha calle esquina a la del Clavel, fueron demolidos en 1838, y sustituidos después por tres elegantes casas, entre las que sobresale la suntuosa que construyó la sociedad del Crédito Mobiliario. En la iglesia de aquel convento se veneraba el cuerpo del virtuoso caballero, en un sepulcro de mármol, que ha sido trasladado y colocado en el Oratorio de la misma calle y advocación.

Oratorio.

Este Oratorio, que la venerable Congregación de esclavos del Santísimo, fundada por el mismo caballero, labró a sus expensas, en 1654, en la casa que fue de doña Elvira de Paredes, en que acaeció la muerte violenta de don Antonio Escon, enviado del Parlamento de Inglaterra53, fue renovado completamente a principios de este siglo bajo los planes del arquitecto Villanueva, y en su iglesia, muy linda aunque pequeña, se celebra con mucha solemnidad el culto divino.

De la dificultosa comunicación de esta calle con la de Alcalá por medio de la angostísima llamada justamente de los Peligros (aunque ya dijimos que recibió este nombre, no por esta razón material, sino por una imagen de Nuestra Señora que se veneraba, con el título de los Peligros, en el templo del inmediato convento de monjas de San Bernardo) nada más nos ocurre que mencionar, ni   —111→   tampoco de las otras dos contiguas de San Bernardo (hoy de la Aduana) y de los Jardines, que no tienen importancia más que por la situación tan privilegiada que ocupan entre las de Alcalá y de la Montera.




ArribaAbajo-VIII-

Puerta del Sol


El orden de nuestro paseo por el Madrid histórico nos conduce por segunda vez al sitio famoso, confín oriental un tiempo de la antigua villa, hoy centro privilegiado de la moderna; lazo de unión histórica y, topográfica, entre una y otra época; foco de donde irradia la grande estrella, que en derredor suyo fueron formando con la serie de los siglos las principales calles o arterias de la población en sus diversas amplitudes, para atravesarla luego en todas direcciones hasta sus últimos confines.

En su lugar dijimos ya que, cuando la segunda ampliación (verificada, según se cree, hacia el final del siglo XIII), quedaron comprendidos dentro de la nueva, tapia o cerca los arrabales de San Martín, San Ginés y Santa Cruz; la puerta de Guadalajara avanzó hasta este sitio el ingreso oriental de la villa, continuando la tapia que venía desde Santo Domingo por donde hoy corren las calles de los Preciados y del Carmen, a salir a este anchuroso espacio, comprendido entre los olivares y el arrabal de San Ginés.

Parece que en esta tapia, y dando frente al camino o   —112→   carrera después llamada de San Jerónimo, hubo de abrirse un postigo cuya colocación y forma nos son desconocidos; pero que, según algunas indicaciones, sospechamos que pudo ser como al medio de la plaza actual, entre las calles posteriores de las Carretas y la Montera, y mirando a dicha Carrera, que era entonces, como queda dicho, un camino que guiaba a dicho monasterio y a las ermitas de Atocha, San Juan, Santa Polonia y otras, y tenía a su izquierda los ya dichos olivares de Alcalá y el camino de Hortaleza, con sus ermitas de San Luis y Santa Bárbara, y a su derecha las modestas casas del arrabal de Santa Cruz.

Hospital del Buen Suceso.

Al principio de dicha Carrera, a la parte fuera de la población, y con ocasión de la gran peste de 1438, fundose un hospital para el socorro y curación de los contagiados, el cual fue reconstruido, en 1529, por el emperador Carlos V, y erigido en Hospital Real de Corte, para la cura de los soldados y la servidumbre de la casa Real. Este hospital, con su iglesia, sitos en el ya dicho camino fuera de la Puerta del Sol, es el que ha permanecido en pie hasta estos últimos años, en que ha sido derribado para el ensanche el hospital e iglesia del Buen Suceso54.

El maestro Juan López de Hoyos, celoso e ilustrado escritor madrileño, aunque crédulo y fanático   —113→   encomiador de sus antigüedades, en sus dos curiosísimos libros descriptivos de la enfermedad, tránsito y exequias de la reina doña Isabel de Valois y del recibimiento de la reina doña Ana de Austria, a vueltas de tantas fábulas mitológicas o heroicas relativas a la historia de esta villa, sus armas y blasones, consignó algunos, aunque escasos, datos contemporáneos a él, y referentes a sus diversas localidades; y esta parte, que sin duda era la accidental y que miraba acaso el autor como superflua en su narración, es la que hoy, después de tres siglos, se ha hecho la más interesante del libro, por ser aquellos los más antiguos que se conservan de los impresos referentes a Madrid.

Dice, pues, en el segundo de dichos libros, escritos en 1570 y refiriéndose a la Puerta del Sol, lo siguiente: «Llegando (la reina doña Ana) cerca del monasterio de Nuestra Señora de la Victoria, que es de frailes de la orden de los mínimos, junto al Hospital Real de esta Corte, se le ofreció un arco exquisitamente fabricado y medianamente elegido... Éste se fabricó en un lugar harto espacioso, que llaman la Puerta del Sol; ésta tuvo este nombre por dos razones: la primera, porque está ella a Oriente, y en naciendo el sol parece ilustrar y desparcir sus rayos por aquel espacio; la segunda, porque cuando en España hubo aquellos alborotos, que comúnmente llaman las Comunidades, este pueblo, por tener guardado su término de los bandoleros y comuneros, hizo un foso en contorno de toda esta parte del pueblo y fabricó un castillo, en el cual pusieron un sol encima de la puerta, que era el común tránsito y entrada de Madrid. Y después de la pacificación y quietud de estos reinos, por lo mucho que el invictísimo emperador Carlos V, rey de España, nuestro señor, trabajó en allanar los grandes tumultos y pacificar todos los reinos de   —114→   España, este castillo y puerta se derribó para ensanchar y desenfadar una tan principal salida.»

Esta es, pues, la primera noticia escrita que encontramos de este sitio en los historiadores matritenses, y la primera vez también que hallamos estampado el poético nombre que, a pesar de haber desaparecido su objeto, y del trascurso de los siglos, le quedó para siempre vinculado.

¡La Puerta del Sol! ¿qué madrileño (decimos mal), qué español, aunque se halle en un extremo del reino o en las más apartadas regiones del globo, no se siente interesado, conmovido, al recuerdo de este nombre; no se complace con la idea de visitar algún día este célebre sitio?

Dos viajeros de nuestro país, encontrándose en los animados boulevares parisienses o en las solitarias y ásperas cordilleras de los Andes; en las ruinas de Roma o en las nebulosas márgenes del Támesis; ¿para dónde se darán cita después de sus lejanas expediciones, o en qué punto privilegiado de su patria desearán volverse a hallar? No hay que dudarlo: en la Puerta del Sol; en este centro vital de la corte de España, en este emporio de su moderna historia, de su civilización y de su poesía.

Tal preeminencia jerárquica entre todos los sitios de Madrid, ya vemos, sin embargo, que no es antigua. En los siglos anteriores al XVI, la vitalidad, el nervio de la población convergía hacia la plaza de San Salvador, hoy de la Villa, la puerta de Guadalajara y la Plaza Mayor, como queda dicho en sus capítulos respectivos. -Aun después de la última ampliación, que colocó en la Puerta del Sol el punto central de la nueva villa, tardó más de un siglo en robar a aquella última su preferencia, y tanto, que si recorremos todos los escritores del siglo XVII, así historiadores como novelistas, dramáticos y poetas,   —115→   apenas hallaremos mención de este sitio, o sólo lo veremos apuntado por incidencia al tratar de las románticas y vecinas ruas o paseos de los coches por la calle Mayor, o del bullicioso mentidero de las Gradas de San Felipe. -Pero a medida que fue aumentando en importancia la parte nueva al Oriente y Norte de la población, y compartiendo con las otras la animación del comercio y el movimiento de la vida, fue enalteciéndose la fama de la Puerta del Sol, hasta tal punto, que hoy su nombre ha llegado a ser el emblema del Madrid moderno, y los anales de esta villa en los dos últimos siglos se confunden o resumen en los de esta célebre plaza.

Así, pues, para indicarlos, siquiera sea de pasada, habremos necesariamente de hacer una excursión histórica hasta los presentes tiempos, apartándonos de aquel a que más especialmente hemos consignado nuestros recuerdos en este libro; pero antes de proceder a esta ojeada histórico-moderna, vamos a recordar lo que era la Puerta del Sol hasta fines del siglo último, y aun lo que ha continuado siendo, en gran parte, hasta la demolición total emprendida estos últimos años para su ensanche.

Esta plaza, o más bien espaciosa encrucijada de las diversas calles principales de la población, presentaba la figura, que todos recordamos, de un prolongado trapecio, y se hallaba dominada en su frente principal, entre las calles de Alcalá y San Jerónimo, por la modesta fachada de la iglesia del Buen Suceso, la cual, antes de la ocupación francesa, estaba algo más decorada y tenía una pequeña lonja o atrio con verjas de hierro. Delante de ella estaba la famosa fuente churrigueresca, obra del célebre D. Pedro Rivera, de principios del siglo pasado, y que reemplazó a otra no menos extravagante, si hemos de creer a la vista de ella que estampa Álvarez Colmenar en la obra titulada Annales d'Espagne et de Portugal. -Una y otra   —116→   estuvieron coronadas por la estatua de Venus, no la Medicea, de Pafos o de Citeres, sino la célebre Mariblanca, que hoy yace relegada a la plazuela de las Descalzas; y en el costado de la derecha, a la parte del convento de la Victoria, estaban los cajones de la fruta, como así vemos terminantemente en los títulos de las casas fronteras. -Éstas, en todo el recinto de la plaza, eran tan informes y mezquinas, que la mayor parte de ellas no medían más que seis u ochocientos pies superficiales, y tenían uno solo o dos balcones en cada piso, aunque éstos solían elevarse al cuarto o quinto piso por medio de unas empinadísimas escaleras, casi inaccesibles, y que arrancaban a flor de calle de unas aberturas cavernosas, hediondas y lóbregas, que hacían las veces de portal. -Las tiendas o comercios de los mercaderes de la seda, de paños y de librería, que disputaban a aquéllos el breve espacio de la fachada, tenían sus mostradores de la misma fábrica, hasta la embocadura de la puerta, y estaban decoradas por todo ornato exterior con alguna efigie de santo o algún letrero más o menos bárbaro en son de muestra o enseña. En solo el espacio que ocupa hoy la casa de Correos había treinta y tantas casas, que estrechaban las entradas de las calles de Carretas y de San Felipe. -En el frente, entre la Mayor y el Arenal, había una casa con una torrecilla; al costado, las mismas que hemos conocido, con su callejuela en escuadra llamada del Cofre o de los Cofreros (des Bahutiers), con cuyo título ya dijimos que se halla designada en la donosa historia de Gil Blas55.

Calle de la Inclusa.

En la manzana de las calles del Carmen y Preciados   —117→   estaba el único edificio de alguna importancia y era el que ocupó anteriormente la casa de Expósitos (la Inclusa) hasta que se trasladó a la calle del Soldado, y luego al que ahora ocupa; pero la parte de casa que daba a la Puerta del Sol era construcción moderna, y la misma pobreza de decoración ofrecía que las otras casas que, siguiendo este frente, angostaban las embocaduras de las calles de los Preciados, del Carmen, de la Montera y de Alcalá.

La importancia topográfica de esta plazuela tampoco debía ser gran cosa hasta principios del siglo pasado, pues vemos que en las Ordenanzas de Madrid, publicadas por D. Teodoro Ardemans en 1720, se da el valor de 12 reales a cada pie de sitio en la Puerta del Sol56, al paso que se tasa en 80 y más en la Plaza Mayor. En cuanto a su condición social, no era más que punto de reunión de los apuestos galanes de capa y espada del siglo XVII, y posteriormente de las relumbrantes casacas y empolvados pelucones del siguiente; de los currutacos y los petimetres de principios del actual, que concurrían allí simplemente a departir sobre sus aventuras amorosas, a tomar el sol, a sorber un polvo, fumar un cigarro y esperar el último toque de la misa de las dos del Buen Suceso. También en los viernes de la Cuaresma solía alzarse un púlpito frente a la fachada de esta iglesia, donde predicaban al aire libre los padres encargados de las misiones, con gran edificación de los asturianos aguadores, que formaban la base del auditorio. Pero tornemos a nuestro recuerdo histórico.

Desde la mencionada guerra de las Comunidades, a principios del siglo XVI, no vemos figurar para nada en las crónicas políticas de Madrid a la Puerta del Sol, hasta dos siglos después, en la famosa de Sucesión, y aun   —118→   entonces muy de pasada, con motivo de las dos entradas fugaces que hizo el pretendiente archiduque, y de las triunfales que antes y después de vencerle verificó Felipe V, su feliz competidor.

Más importante papel le cupo en el ruidoso motín, apellidado de las capas y sombreros contra el ministro Esquilache, en 23 de Marzo de 1766, como punto central e instintivo de reunión del pueblo, levantado de una manera formidable; pero como la explosión de su ira en aquellos días estalló hacia otros puntos de la población, verbi gracia, delante de los cuarteles de los guardias walonas, en las plazuelas de Antón Martín y de Herradores, y de las casas de los ministros Esquilache y Grimaldi, en las calles de las Infantas y de San Miguel, no figura todavía la Puerta del Sol en primer término en la relación de aquellas tumultuosas escenas.

Casa de Correos.

Faltábale para ello un punto principal estratégico de ataque y defensa, y éste lo recibió, acaso sin pensarlo, de manos de Carlos III, con la construcción, en 1768, de la nueva casa de Correos, que ocupa su frente principal. -La magnanimidad de aquel gran monarca, de acuerdo con sus miras generosas e ilustradas, quiso sin duda dotar a Madrid de éste y otros considerables edificios destinados únicamente al servicio público, y para ello mandó adquirir toda la manzana, compuesta de treinta y seis casas informes y diminutas, y cometió el encargo de la construcción al ingeniero francés D. Jaime Marquet, el cual la emprendió y llevó a cabo con la solidez y elegancia que hoy ostenta. Pero la suspicacia del Conde de Aranda, capitán general y gobernador del Consejo, y sus recuerdos del pasado motín le hicieron comprender que esta construcción, en sitio semejante, tenía, o debía tener, gran importancia militar, y se empeñó en que en él había de colocarse un gran cuerpo de guardia principal o de   —119→   prevención; para lo cual, contrariando los planes del arquitecto, hizo destinar a él la planta de la derecha, precisamente en donde aquél colocaba la caja de la escalera, que quedó de este modo oculta, pequeña y poco conveniente al resto del edificio. Desde el momento en que éste quedó concluido, y colocada la gran guardia en él, tomó esta célebre plaza la importancia que después ha desplegado en diversas ocasiones.

Muchos años tardó, por fortuna, en apercibirse de ello, y en los largos reinados de Carlos III y Carlos IV sólo figuró con festivo aparato en las solemnes ocasiones de nacimientos, entradas o bodas de personas Reales, decorando lo mejor posible la modesta fachada del Buen Suceso, su extraña fuente y la elegante casa de Correos.

Pero vino un día, un día terrible y señalado en los fastos modernos de Madrid, el día 2 de Mayo de 1808, en que este pueblo se alzó heroico contra el osado conquistador de Europa. Aquel memorable día recibió la Puerta del Sol su bautismo de sangre; aquel día sirvió de teatro a uno de los más cruentos episodios de su tragedia. Viose en él la desigual lucha de los vecinos de Madrid, indefensos, arrojados y temerarios, con el cuerpo de caballería francesa denominado los mamelucos, por el traje oriental que vestían; viose allí a los chisperos del Barquillo y Maravillas, a las manolas del Lavapiés, acometer cuerpo a cuerpo, armados de sus navajas, a las formidables falanges vencedoras en las Pirámides y Austerlitz; vioseles introducirse en sus filas o entre las piernas de los caballos, abalanzarse a los jinetes, y atacar a unos y otros con sus navajas y estoques, terciadas las capas y las mantillas, y caer envueltos con ellos en un lago de sangre; mientras que, otros, desde los balcones de las casas, desde las esquinas de las calles, disparaban contra los mamelucos las pistolas y escopetas que habían arrancado de casa de los armeros.   —120→   Extinguida la luz de tan sangriento día, oyose en aquel sitio mismo el terrible estampido del plomo vengador y el angustioso ¡ay! de las víctimas moribundas, inmoladas por el francés en el patio del Buen Suceso. -La Comisión militar formada por Murat y presidida por Grouchy para juzgar breve y sumariamente, o para sacrificar, mejor dicho, a todos los paisanos aprehendidos, se hallaba reunida en la casa de Correos, y de allí partían a cada momento las órdenes de fuego a los diversos piquetes que arrastraban a la muerte a las víctimas en el Buen Suceso, en el Prado y en la Montaña del Príncipe Pío.

Bien diferente aspecto presentó la Puerta del Sol cuatro años después, el día 12 de Agosto de 1812, en que, alejados de Madrid los franceses, a consecuencia de la batalla de Salamanca, recibió en sus muros al ejército aliado anglo-hispano-portugués, al mando de lord Arturo Wellesley, duque de Wellington y de Ciudad-Rodrigo. Recordamos como entre sueños, como la primera impresión de nuestra tierna infancia, el espectáculo indescriptible y mágico que ofrecía la Puerta del Sol en el momento que el celebre Wellington, a la cabeza del ejército, pisó su recinto, recibiendo en ella la más entusiasta y sincera ovación que pudo ofrecerse a vencedor alguno, por aquel pueblo, algunas horas antes pálido, extenuado, moribundo a impulsos del hambre y la miseria, y en aquel día y en aquel momento restablecido, vivificado y delirante de entusiasmo, de valor y de alegría.

Dos días después alzábase un tablado en la Puerta del Sol, y la autoridad superior de Madrid proclamaba y leía en alta voz la CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA, promulgada por las Cortes generales de Cádiz en 19 de Marzo de aquel mismo año; pero dos años más tarde, al regreso de Fernando VII de su cautiverio, fue quemada esta propia constitución por aquel mismo   —121→   pueblo que poco antes la había jurado de todo corazón sin entenderla.

De aquí datan los diversos triunfos caseros con que dicho monarca regocijó a la Puerta del Sol. En ellos se vio adornada con arcos y templetes, más o menos extravagantes, engalanada con inscripciones más o menos poéticas o prosaicas, debidas a la tierna musa del poeta oficial Arriaza o al sincero patriotismo del sombrerero Abrial o del librero D. Diego Rabadán.

Entre todas estas entradas o aclamaciones, no hay que dudar que la más señalada por el regocijo público, espontáneo, inmenso, del vecindario, fue la primera verificada por Fernando en 14 de Mayo de 1814. Renovose, aunque no con tanta suntuosidad, en 28 de Septiembre de 1816, a la entrada de la princesa doña María Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando, y a la de la tercera, María Josefa Amalia de Sajonia, en 1819.

Pero sucedió a poco el levantamiento del ejército de la Isla, en 1820, y la jura de la Constitución por Fernando VII, y la Puerta del Sol cambió de papel. De plaza cortesana, de sitio oficial de proclamaciones y festejos, pasó a ser el gran teatro de la vida pública; el forum matritense de los tribunos populares; el Capitolio de los héroes de circunstancias. En ella recibieron su patriótica ovación, su corona triunfal, los caudillos de la isla de León, Riego, Quiroga y Arco Agüero; a ella convergió la energía y el valor revolucionario de las masas populares en sus frecuentes asonadas, que salían casi diariamente armadas de punta en blanco de los vecinos clubs-cafés de Lorenzini y la Fontana de Oro. A ella, por consecuencia, tuvo también que acudir la fuerza represiva del Gobierno, desplegando en su recinto gran lujo de tropas y cañones en muchos de aquellos días, y señaladamente en 7 de Septiembre de 1820, 28 de Febrero y 4 de Mayo de   —122→   1821 y 7 de Julio de 1822, en cuyo día se dio la célebre acción de la Plaza entre la Milicia Nacional y la Guardia Real, y luego, en 20 de Enero y 20 de Mayo de 1823, en que se acercaron los realistas a las puertas de Madrid. Ocupada la capital en 24 de Mayo por el ejército francés al mando del Duque de Angulema, y libre en fin Fernando, en 1.º de Octubre, del gobierno constitucional refugiado en Cádiz, volvió a sus triunfos acostumbrados, primero sobre los liberales a su regreso a Madrid en 13 de Noviembre de 1823, pasando por bajo de los arcos de Tito y de Trajano, y luego contra los carlistas, a su vuelta de Cataluña en 1828. Por último, en 13 de Diciembre de 1829 dio a la Puerta del Sol un espléndido espectáculo con el recibimiento solemne de la cuarta y última esposa de Fernando, doña María Cristina, a quien acompañaban sus padres los reyes de las Dos Sicilias, y que recibía con gran copia de esperanza y entusiasmo la triste y desventurada España. -Entonces fue cuando cubrió Mariblanca su extravagante fuente con un suntuoso templete del género clásico-fastidioso, sobremontado en las cuatro esquinas con las estatuas de Colón, Hernán Cortés, Pizarro y Sebastián Elcano, y rematando, a guisa de tapadera, con un globo transparente del peor efecto posible.

Renováronse este regocijo público y demostraciones municipales en 10 de Octubre de 1830, al nacimiento de la princesa doña Isabel, hoy reina de España, en que se estrenó por primera vez en Madrid el gas en la iluminación en la Puerta del Sol y calles adyacentes, y en el decorado de la fachada del Buen Suceso; y posteriormente, en 20 de Junio de 1833, con ocasión de la solemne jura de esta señora como princesa de Asturias en el templo de San Jerónimo.

Muerto Fernando en el mismo año, e inaugurado el nuevo reinado bajo la gobernación de la reina madre   —123→   doña María Cristina, estalló la guerra civil y la revolución política, y para colmo de desgracias, hasta el funesto cólera morbo, que dio lugar o pretexto a la horrorosa escena de 17 de Julio de dicho año, en que el populacho atacó los conventos de San Francisco, la Merced, los Jesuitas y otros, y asesinó a muchos religiosos bajo el absurdo pretexto de que estaban envenenadas por ellos las aguas de las fuentes, como así intentaba probarlo una turba de asesinos en la de la Puerta del Sol. -Ocho días después de aquel espantoso cuadro atravesaba aquel sitio María Cristina, radiante de juventud, de grandeza y de hermosura, para ir a abrir en persona por la primera vez las Cortes del Reino, convocadas por estamentos, en la antigua iglesia del Espíritu Santo.

Otra turbulencia, promovida por el alzamiento de algunas compañías de tropa, se representó en Enero siguiente, también en la Puerta del Sol, siendo su teatro la casa de Correos, y su desdichada víctima el capitán general don José Canterac, que fue muerto a sus puertas. Más formidable aún la insurrección de la Granja, en 1836, tuvo también rápido eco en la Puerta del Sol; de donde salió el capitán general Quesada para ser sacrificado en Hortaleza, a las puertas de Madrid.

Continuaron las alarmas y alardes militares en este año y el siguiente con motivo de la aproximación de las huestes de D. Carlos, y aun después del convenio de Vergara, en el famoso pronunciamiento de 1.º de Setiembre de 1840, que dio por resultado la abdicación y marcha de la Reina madre y la regencia del general Espartero. En Julio de 1843, a la defensa intentada por la Milicia Nacional de las tropas levantadas contra el Regente por el general Narváez; en la intentona republicana de 1848, de que fue igualmente víctima, en este mismo sitio, el capitán general Fulgosio (y era el tercero de los capitanes   —124→   generales); últimamente, en el levantamiento o revolución de Julio de 1854, y en su terrible represión a los dos años en iguales días de 1856, siempre la Puerta del Sol ha figurado en primer término fuerte de Correos, con sus barricadas, sus cañones, sus tropas y sus caudillos militares y paisanos.

En ella se ha verificado casi siempre el desenlace de todos los sangrientos dramas que forman el tejido de nuestra historia contemporánea, y de este punto fatídico, providencial, centro de todas las carreteras del reino, han partido también los correos, los telegramas, las órdenes terminantes para todos los cambios políticos del país.

Con estos trágicos episodios han alternado también en los últimos años otros suntuosos regocijos; ha visto levantarse en su centro monumentos, columnas, arcos y obeliscos, ya al regente Espartero en 1840, ya a María Cristina a su vuelta en 1844, ya, en fin, con ocasión de los regios enlaces de S. M. doña Isabel II y la Serenísima Infanta en 10 de Octubre de 1846. En esta ocasión fue cuando se vio cubierta la fachada del Buen Suceso de un elegante pórtico y columnata, a semejanza de la del Panteón.

Por último, con menos preparación artificial, aunque con el fuego que imprime el amor patrio sobre todos los objetos que anima, saludó Madrid en la mañana del 7 de Febrero de 1860 la bandera nacional, que por única demostración brillaba en lo alto de la antigua casa de Correos, hoy Ministerio de la Gobernación, al mismo tiempo que ondeaba victoriosa sobre los muros de Tetuán.

Pero a vuelta de estos episodios más o menos trágicos o sublimes, ¿qué es la Puerta del Sol en su estado normal, en su vida íntima, prosaica, vulgar y cotidiana? -Ya lo hemos dicho: es el corazón, el núcleo de la vitalidad y animación de la población cortesana. A él van a   —125→   convergir, por las diez o más arterias de las calles principales que la rodean, todos los movimientos, todos los intereses, todos los instintos y aspiraciones de este pueblo numeroso. -El noticiero intrigante o simplemente hablador, que suena con las peripecias políticas, con las guerras y los cataclismos, acude a formar corro con otros semejantes en que satisfacer su sed de sensaciones, sus simpatías o su curiosidad; el magnate que cruza en su carroza en dirección a Palacio; el funcionario que acude a su oficina; el diputado que se dirige al Parlamento; todos hacen paso por este sitio, siquiera no sea más que para observar qué cariz presenta la Puerta del Sol, y augurar por los grupos raros o numerosos el mayor o menor peligro de la situación política, la probabilidad de la paz o de la guerra, del triunfo de las elecciones, de la derrota parlamentaria o de la crisis ministerial. El hombre del pueblo, el negociante, el industrial, van allí a informarse por la voz pública de la alza o de la baja de los fondos, de las quiebras aseguradas, de los seguros quebrados, del valor fabuloso de las minas auríferas descubiertas la noche anterior por una sociedad explotadora en el próximo café. -El obrero, el ganapán, el hombre para todo, que para nada sirve, vienen allí en demanda de parroquianos o de acomodo; la murga de bombo y platillos, en averiguación de gracias, de bodas o bautizos, para correr a felicitar a los dichosos; el músico festero, contratista por mayor de salves o requiem a toda orquesta, ajusta con los muñidores, de las cofradías los solemnes entierros en las parroquias, o las fiestas patronales de Vallecas o Carabanchel. El corredor a pie quieto ofrece allí sus primas a los primos advenedizos; el vividor parásito cata caldos y panza al trote (pique assiette, que dicen los franceses, caballero del milagro, como antiguamente se decía por los españoles) andan a caza de gangas a quien agasajar y servir; y el   —126→   prestidigitador aficionado, el tomador del dos y el ratero incipiente ejercen en público sus escamoteos con una destreza capaz de desesperar los Hermanns y Macallister.

Cruza brujuleando entre todos estos grupos animados el diligente periodista, abeja literaria que liba en ellos la miel o sustancia de su próxima gacetilla; el apasionado dilettante; el amigo del autor en capilla, encargado de crear atmósfera, de preparar la opinión en pro de la prima donna que aquella noche ha de debutar en el Real; del drama que en la siguiente ha de darse a luz en el Príncipe; el taurómaco que sostiene en su círculo especial compuesto de gente crua, la importante tesis de la próxima estocada de Cúchares, o la incongruencia del Tato en su último volapié. Todo esto amenizado con el estridente chillido del muchacho que pregona la Correspondencia o la Discusión; del pilluelo que entona los premios de la lotería; del mendigo que os ofrece diez mil duros al contado en un billete de la pasada extracción; del vendedor de fósforos y calendarios, propagadores de las luces, y de libritos de papel de Alcoy; del limpiabotas que os arrima el banquillo sin pretenderlo y hace ademán de apoderarse de vuestro pie; del barbero ambulante que os tropieza con su jarro y escudilla; de la aguadora que os brinda con agua y panales; del horchatero valenciano, o del que por cuatro cuartos pregona su enigmático café.

Hay quien ocupa cuatro o seis horas diarias en revistar minuciosamente el progreso de las obras del ensanche; otros las emplean con más utilidad en recorrer uno por uno los mil o más retratos-tarjetas expuestos a las puertas de los fotógrafos; quien pasa y detiene a todos los transeúntes para hablar a un conocido y preguntarle con el más vivo interés «¿a dónde va por allí?», o para decirle «que hace calor»; quien forma sus delicias en echar los dobles lentes a la Quevedo a todos los agraciados rostros,   —127→   a todas las breves plantas femeniles que, incesantemente renovadas, hacen paso por aquellas losas en dirección a las tiendas de las calles de Postas o de Espoz y Mina, a la misa de San Luis o los Italianos, a los paseos del Prado o del Retiro. Alguno, más intencionado, persigue con tenacidad a una de esas estrellas del séptimo cielo (léase piso) que toma (acaso por huirle) una berlina de plaza y se mete en ella, sin reparar ¡la cuitada! que el cochero, o indiscreto o descuidado, olvidó bajar el banderín que denuncia su graciosa tripulación con el infamante «se alquila.»

Aquí un buen mozo provincial, un Apolo trashumante, se pasea entonado por la ancha acera para exhibir sus gracias delante de todos los grupos, y al paso por todos los espejos de las puertas se mide y se tasa con exquisita fruición; más allá una respetable mamá (casco averiado contemporáneo de Trafalgar) hace rumbo al Prado, precedida de dos pimpollos maravillosamente bellos, que van causando estragos en la apiñada muchedumbre, que las abre paso con sorpresa y admiración. -Ni falta tampoco grupo de antiguos veteranos disfrazados de paisanos, que entre las humaradas del habano de diez maravedises, que aspiran con heroica resignación, juran y reniegan contra lo presente y contra lo futuro, encomiando sólo lo pasado (que son ellos), o hacen estallar su ira al ver cruzar, por ejemplo, a un mancebo que sirvió de teniente a sus órdenes en la guerra de Cataluña y hoy luce la faja de general; ni joven estudiante o literato modesto, que cargado de libros, de vuelta de su Instituto o Biblioteca, reniega de ambos al ver cruzar en brillante carroza a un su condiscípulo, ministro o cosa tal, que lanzado a la política sublime en alas de su osadía, dio punto a sus estudios literarios, forenses o científicos, se vino a la Puerta del Sol, cambió de carrera y penetró audaz por la que se le   —128→   ofrecía a la vista, por la Carrera de San Jerónimo, que es la que guía al moderno Capitolio, al aura popular, al poder y la fortuna.

La Puerta del Sol es, pues, el laboratorio político-cortesano, económico-social, científico y literario de Madrid; la gran fábrica de las reputaciones históricas, políticas, militares y financieras del país; el horno donde se amasan sus grandes nombres, sus intereses públicos y privados; la escena en la que se trazan y desenlazan las peripecias de su historia, las intrigas de su vida íntima y social. -Por eso no debe extrañarse que el anhelo de todo español que intente elevarse en el teatro cortesano sea el de instalarse, desplegarse y brillar en persona o mentalmente en éste sitio; que los viajeros extranjeros que escribieron de nuestro país le consagren tomos enteros57; que los escritores indígenas emblematicen en él el Madrid moderno, y que los peregrinos y viandantes, de que hablábamos al principio de este capítulo, se citen y emplacen desde los más remotos climas para la Puerta del Sol.

Y aquí el lector habrá de disimular al autor de esta obrita, que extralimitándose de su propósito de pasear en ella por el Madrid antiguo, haya hecho en el presente capítulo una doble excursión en el moderno, y en el estilo humorístico propio de la ya olvidada pluma del Curioso Parlante, que tan mal dice con la fría y mesurada gravedad de la narración histórica.



IndiceSiguiente