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Sobre este título de patrona de Madrid, con que es apellidada alternativamente esta imagen y la de Nuestra Señora de la Almudena, también han entablado grandes controversias los escritores; pero de ellas puede deducirse que en los pasados tiempos, y hasta la venida de la corte, la de la Almudena era la designada generalmente por patrona de la Villa, y por lo tanto, la de Atocha se sobreentiende serlo de la corte.

 

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Se construye en este sitio el edificio destinado a Bibliotecas y Museos.

 

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Histoire publique et secrète de la cour de Madrid, Cologne, 1719.

 

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Los dos personajes que llevaron estos nombres de Gregorio López Madera, padre e hijo, fueron naturales de Madrid, y respectivamente célebres por su ciencia y elevada posición en la corte de los monarcas desde Carlos V a Felipe IV. El primero, doctor en medicina y médico de cámara del Emperador y de Felipe II, asistió también al lado de don Juan de Austria como protomédico general de la liga católica en la guerra de Granada y contra los turcos, mereciendo tanta estimación de aquel ilustre príncipe, que después de la batalla de Lepanto le regaló la espada que en aquella ocasión le había enviado el papa Pío V, cuya alhaja se conservó después en el convento de Atocha, en cuya capilla colateral de Santo Domingo fue enterrado el doctor Madera, que falleció en Madrid, a 3 de Mayo de 1595.

Su hijo, el no menos célebre licenciado y jurisconsulto, fue tan aventajado y precoz en su ilustrada carrera, que a los diez y ocho años se graduó de doctor en leyes y fue catedrático; mereció del rey D. Felipe II ser nombrado oidor de la audiencia de Sevilla, y a los veinte y tres años, fiscal de la chancillería de Granada; de allí, en los primeros años del XVII, vino de fiscal del Consejo de Hacienda; después alcalde de Corte y corregidor de Toledo, y en 1619 Felipe III le nombró consejero de Castilla; Felipe IV le hizo merced del hábito de Santiago, y lleno de honores, fama y merecimientos, falleció hacia 1640, siendo también sepultado, como su padre, en la capilla de Santo Domingo de la iglesia de Atocha. Escribió diversas obras de jurisprudencia y otras de historia, y entre éstas, Las Excelencias del reino y monarquía de España (Valladolid, 1597, en folio); La Historia de las reliquias, láminas y profecías del Sacro Monte de Granada (Granada, 1602), y además otras varias y diferentes comedias, que hoy nos son desconocidas.

 

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Este acuerdo fatal privó a la capital de España de ostentar en sitio conveniente un monumento público de tan alta importancia, al arquitecto de lucir la esplendidez de sus planes, y al Congreso mismo de su futura comodidad y desahogo. Pero la intolerancia y exclusivismo de los partidos políticos pudieron más que las razones de conveniencia que se expusieron para la construcción de este palacio en el sitio que ocupaba el Tívoli o en la huerta de la casa en que estaba la Dirección de Infantería, previa la desaparición de ésta, y dando aquél frente al magnífico salón del Prado. Ambas cosas eran más convenientes, menos costosas y hacederas, por la mayor espaciosidad y nivelación del terreno, holgura del aspecto y acceso conveniente; pero el Gobierno, llamado progresista, de aquellos años se empeñó decididamente en sostener el acuerdo de construir el nuevo edificio en el mismo solar del antiguo, para anudar la memoria de ambos; así como el Gobierno anterior de 1834, apellidado moderado, se negó abiertamente a reunir las primeras Cortes generales en el antiguo salón del convento de D.ª María de Aragón, «para que no pareciese que eran una continuación del espíritu e ideas de 1823», y designó él mismo el templo del Espíritu Santo para el Estamento de Procuradores, y el Casón del Retiro para el de Próceres.

 

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El señor rey D. Juan el II hizo merced a D. Rodrigo de Villandrando, conde de Rivadeo, por privilegio despachado en Torrijos, el año de1441, de que, en memoria del señalado servicio que, hizo a S. M. el día de la Epifanía, adquiriéndole la entrada en la ciudad de Toledo y salvando su Real persona, él y sus sucesores en su casa se sentasen en la mesa de SS. MM. y la de los señores reyes sus sucesores en Castilla y León, en aquel día, y les fuesen dadas las ropas y vestiduras que se vistiesen en él, y la forma en que se ejecutaba esta función es la siguiente:

El Conde iba a palacio a la hora de mediodía, acompañado, de sus parientes y amigos, y aguardaba en la parte que tiene entrada a que saliera S. M. a comer.

Después de haber cubierto y   —79→   puesto la mesa para S. M. en la antecámara, en la forma que se acostumbra en la comida pública y solemne, trayendo las viandas con maceros, atabales y trompetas (se refiere al año 1651), sale S. M. acompañado de los grandes, mayordomos y gentiles-hombres de la cámara. Los cuatro reyes de armas con cotas toman su lugar sobre la tarima, a las cuatro esquinas, y los maceros abajo, a los dos lados de la tarima, con sus mazas para desembarazar el paso y acompañar la copa cuando S. M. la pide.

En lavándose S. M., habiendo echado la bendición el prelado y sentádose S. M., al tornar el mantel y la servilleta, hace seña al Conde de Rivadeo para que se siente, y al mismo tiempo un ayuda de la furriera le pone un banquillo de nogal en el testero de la mesa a la mano izquierda de S. M., donde se sienta descubierto, y porque en la mesa no hay recado ninguno para el Conde, un ayuda de la panatería disimuladamente le da una servilleta, y en ella un panecillo y cuchillo. Los platos de que Su Majestad no gusta, hace seña al trinchante para que se levanten, y los que va comiendo aparta a la mano izquierda hacia el Conde, el cual, después de haber comido de ellos, los da al sausier o a un ayuda. En sirviendo a Su Majestad la copa, lleva al Conde la suya (que para este efecto sube secreta del oficio de la Cava) algún pariente de su casa, descubierta y sin salva. En levantándose S. M. y levantado el último mantel, el Conde se pone en pie, quita la mesa el aposentador de palacio y sus ayudas, da las gracias el limosnero mayor, el Conde besa a S. M. la mano y le acompaña con los demás caballeros hasta su aposento, y los mayordomos y gentiles-hombres de la boca se van a comer al Estado, y con ellos el Barlet Servant.

(Hace muchos años, incluso el presente, que por la mayordomía mayor de S. M. se avisa a S. E. con la debida anticipación que S. M. no come en público, y que, por lo tanto, no puede disfrutar del privilegio de sentarse a su Real mesa como conde de Rivadeo.)

Las diligencias y formalidades que se observan hoy para la solicitud y recibo del vestido que el Rey se pone el día de la Epifanía de cada un año son las siguientes:

El Excmo. Sr. Duque de Híjar pasa un oficio al Sr. Sumiller de Corps, a fin de que haga presente a S. M. que   —80→   correspondiéndole, como conde de Rivadeo, las Reales vestiduras que usó S. M. el día de la Epifanía, se digne dar la orden correspondiente para su entrega.

El señor Sumiller contesta al señor Duque que el vestido está pronto, y que señalé día y hora para recibirle: vuelve S. E. a escribir señalando día y hora, que siempre acostumbra ser tres o cuatro días después, para que el Sumiller tenga tiempo de comunicar sus órdenes al guardarropa de S. M., y éste a sus dependientes: asimismo se pasa otro oficio al caballerizo mayor para el coche de la casa Real, mancebos y cocheros que han de ir con él; otro al capitán de alabarderos para que nombre y envíe los que han de acompañar el vestido; la hora que se señala es generalmente las once de la mañana.

Sale dicho vestido, desde Palacio, en un coche de la casa Real, de media gala, tirado de cuatro mulas a guías, acompañado de cuatro alabarderos y sus correspondientes mancebos; de la Real casa viene en dicho coche el jefe del guardarropa de Su Majestad, que trae el vestido colocado en una bandeja envuelta en un tafetán, y dos ayudantes del guardarropa.

En el gran salón de tapices de la casa de S. E. hay un dosel, y delante de él una mesa y silla, en la que se sienta S. E. a la hora señalada.

Al llegar el coche a la casa del señor Duque, se hallan los jefes y dependientes de sus oficinas en traje de etiqueta, y los criados y lacayos con librea de gala, aguardando al pie de la escalera, y dichos ayudantes del guardarropa se apean y reciben la bandeja cubierta con el tafetán que contiene el Real vestido; y luego que lo verifica el jefe del guardarropa, vuelve a recibir la bandeja y la sube en sus manos, acompañada de los cuatro alabarderos, ayudantes del guardarropa, dependientes, criados y lacayos del señor Duque. Al apearse del coche el jefe del guardarropa, el escribano de la casa de S. E. le pregunta cómo se llama, para insertarlo en el testimonio con los pormenores de la ceremonia.

Subiendo toda la comitiva, los dos ayudantes del guardarropa, junto con su jefe, y al lado los cuatro alabarderos, entran en el salón destinado al efecto, en cuyo momento S. E. el señor Duque se levanta, les hace su cumplimiento saliendo a una punta de la mesa y se vuelve a su silla, y el jefe del guardarropa le dice: «que el Rey hoy la   —81→   Reina) le ha mandado, en cumplimiento de su privilegio como conde de Rivadeo, llevarle el vestido que usó el día de la Epifanía», y oído el recado, se levanta el señor Duque y responde que se pone a los Reales pies de S. M. y le da las gracias por las honras que dispensa a su casa y persona. Hecha esta ceremonia, se retiran por el mismo orden que entraron en la sala, y S. E. para despedirlos se levanta y sale hasta la punta de, la mesa. Acto continuo y a presencia del escribano de su casa descubre S. E. el tafetán, y se extiende testimonio en forma de las prendas de que se compone el vestido, se manda un traslado a la Sumillería, y otro queda en el archivo de la casa del señor Duque, donde existen muchos testimonios de este acto, referentes a diversos reinados.

 

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También ha sido derribado este palacio, y construida en su solar una manzana de casas magnífica por la sociedad Peninsular.

 

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En el cuarto entresuelo de esta casa vivió y murió, en 30 de Setiembre de 1840, el digno corregidor de Madrid e inolvidable patricio D. Joaquín Vizcaíno, marqués viudo de Pontejos; y su propietario, el Marqués de Miraflores, falleció en ella en Febrero de 1872.

 

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A la entrada de esta calle por la de Alcalá fue alevosamente asesinado el presidente del Consejo de Ministros don Juan Prim, la noche del 27 de Diciembre de 1870.

 

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Con alusión a la vecindad de la casa de la embajada inglesa al palacio de Buenavista, y de la supuesta influencia que ejercía el ministro británico mister Asthon en los consejos del regente Espartero, se dijo haber aparecido un día de 1841 este pasquín:


«En este palacio
Habita el Regente;
Pero el que nos rige
vive en el de enfrente.»