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ArribaJornada tercera

CONDE.
¿Hablad, que venís turbado?
MARQUÉS.
¡Ay, dolor! ¿Qué le diré?
CONDE.
Ea, Marqués, decidme ¿a qué
os habéis adelantado?
MARQUÉS.
A daros cuenta venía...
CONDE.
Si es de que desembarcó
don Ramón, ya lo sé yo;
porque en todos la alegría,
me da a entender que ha llegado.
MARQUÉS.
La tristeza en todos di.
CONDE.
Ya yo he visto desde aquí
Todo el pueblo alborotado.
MARQUÉS.
Sólo desde aquí, Señor,
se oye el comun sentimiento.
CONDE.
Muchas veces el contento
habla al tono del dolor;
contadme, por vida mía,
puesto que Ramón llegó
a qué hora desembarcó.
MARQUÉS.
Anochecido sería
cuando llegamos los dos:
( Ap.  Pero ¿ya para qué quiero
darle esta nueva?)
CONDE.
Y primero
¿Por quién preguntó?
MARQUÉS.
Por vos.
CONDE.
¡Oh, qué hijo! en manos del gozo
canas y cuidados dejo,
y luego dirán que un viejo
no puede volverse mozo;
su obediencia maravilla.
MARQUÉS.
Llegó la barca ligera
a la torre, adonde espera
Constanza, y cayó en la orilla.
CONDE.
¿Pues no me dices, Marqués,
por qué me quieres mezclar
un gusto con un azar?
MARQUÉS.
Antes eso es al revés,
que porque en esta ocasión
no os mate el que os vengo a dar,
os quisiera acostumbrar
a sustos el corazón.
CONDE.
Hablad de una vez, Marqués,
acabad.
MARQUÉS.
Estoy mortal.
CONDE.
No puede ser mayor mal,
que el que yo pienso que es.
MARQUÉS.
Salió Constanza...
CONDE.
¡Ay dolor!
Ya todo el valor desmaya.
MARQUÉS.
A recibirle a la playa.
CONDE.
¿Y no le habló?
MARQUÉS.
No, Señor,
Pero hablóle la señora
Constanza con sólo el llanto.
CONDE.
Mirad, esto no me espanto,
la alegría a veces llora.
MARQUÉS.
Berenguel (yo he de morir)
a recibirle salió.
CONDE.
¿Pues no le mandé que no
le saliese a recibir?
Temeroso el corazón
a los ojos se ha asomado,
¿Y agora dónde has dejado
a mi hijo? ¡Fuerte poción!
MARQUÉS.
Dejéle...
BERENGUEL.

 (Dentro.) 

¡Oh pueblo villano!
MARQUÉS.
Aquí sale Berenguel,
preguntadle vos a él
adonde queda su hermano.
 

Sale BERENGUEL.

 
BERENGUEL.
¿Contra mí el pueblo se junta?
¡Oh, villanos! ¿contra mí?
CONDE.
¿Qué te quiere el pueblo a ti?
BERENGUEL.
Por mi hermano me pregunta.
CONDE.
Dime a mí donde quedó,
que así el pueblo se asegura;
¿Dónde quedó?
BERENGUEL.
¿Por ventura,
Señor, soy su guarda yo,
que me preguritais por él?
CONDE.
¡Hola,
BERENGUEL.
¿Soy su guarda yo?

  (Vase.) 

CONDE.
Esto Caín respondió
Cuando dio la muerte a Abel;
pues ¿cómo, cielos, sabré,
para que templarme pueda,
adonde mi hijo queda?
 

Sale CONSTANZA.

 
CONSTANZA.
Yo, Señor, te lo diré,
si puede desdicha igual
repetirse del dolor.
CONDE.
El mal va siendo mayor,
que da las señas del mal;
¡Tú con luto! declarado
está el mal que se recela.
CONSTANZA.
Un luto es que de la tela
del corazón he cortado.
CONDE.
No me mate por prolijo
mal que a mis ojos alcanza;
¿Murió tu padre, Constanza?
CONSTANZA.
No Señor, murió tu hijo.
CONDE.
¿Don Ramón?
CONSTANZA.
Acero cruel
tiñó de su sangre el prado,
triste yo....
CONDE.
Yo desdichado;
¿Quién le mató?
CONSTANZA.
Berenguel
por mi mal y por mi suerte.
CONDE.
Hijo traidor y tirano,
a tu padre y a tu hermano
has dado a un tiempo la muerte.
CONSTANZA.
No tuvo mayor crueldad
Caín de Dios aborrecido;
Señor, justicia te pido
 

Sale LEONOR.

 
LEONOR.
Y yo te pido piedad.
CONSTANZA.
Del que a tu hijo mató,
la pido.
CONDE.
¡Ay dolor prolijo!
LEONOR.
Piedad, Señor, que es tu hijo,
el que a tu hijo mató.
CONDE.
Leonor,¿a qué habéis venido,
a templar mi indignación?
¿No es mi hijo don Ramón?
LEONOR.
Vuestro hijo Ramón ha sido.
CONDE.
Pues si le mató el tirano
Berenguel, quiero saber
¿Cómo mi hijo ha de ser
el que no ha sido su hermano?
 

Sale EL MARQUÉS.

 
MARQUÉS.
Gran Conde de Barcelona,
aunque no pensé volver
a mover vuestras piedades
a llanto segunda vez,
el más extraño suceso
oid, que al tiempo después
han de copiar las finezas
del buril y del pincel.
Ya sabéis que a don Ramón
dio la muerte Berenguel,
su hermano.
CONDE.
No le mató
su hermano, su envidia fue,
que siempre apuntó la envidia
a lo más alto que ve.
MARQUÉS.
A las faldas del Monjuí,
todo lo noble a traer
a la ciudad el cadáver
salió esta noche; juzgué
que traerle no podía
a Barcelona, porque
la admiración de los ojos
también se pasó a los pies.
A ese Templo de María
le condujeron, después
de haber armado el cadáver
con las insignias de Rey.
pero al querer empezar,
como uso y costumbre es,
el Oficio de difuntos
con santa y devota fe
de Lérida el santo obispo,
y todo el clero con él,
en vez de cantar el Salmo
De profundis, escuché,
sin que ningún sacerdote
se pudiese detener,
que a una voz conformes todos
cantaban...
CONDE.
Decidme qué.
MARQUÉS.
¿Ubi est Abel frater tuus?
¡Caín, dónde quedó Abel!
CONDE.
¿No me basta mi dolor,
sino que agora también
me vengáis a lastimar
el alma? pero diréis,
que es piedad, pues con matarme
me la quitáis de una vez.
¿Dónde Berenguel se ha ido?
MARQUÉS.
Por esas calles tras él
viene el pueblo dando voces.
CONSTANZA.
Ya vuelve segunda vez
a tu palacio.
MARQUÉS.
A las voces
de vuestro pueblo atended.
TODOS..

 (Dentro.) 

Berenguel ¿adónde queda
tu hermano?
 

Sale BERENGUEL.

 
BERENGUEL.
¿Pues yo sé dél?
¿Soy yo su guarda? Mi padre
¿qué es lo que quiere? También
tú, Leonor, ¿qué me persigues?
Constanza, ¿qué me queréis?
¿Acaso soy yo la guarda
de mi hermano? No sé dél.
CONDE.
Marqués, quitadle las armas,
y en la torre le poned
de palacio.
 

(Quítale EL MARQUÉS la espada.)

 
BERENGUEL.
¿Contra mí
mi padre?
CONDE.
Caín crüel
de Cataluña, no soy
tu padre, que soy tu rey;
hoy verás...
BERENGUEL.
¿Soy yo la guarda
de mi hermano? No sé dél.
CONDE.
Tu castigo; esa cartera
me dad.
MARQUÉS.
Aquí la tenéis.

 (Dale una cartera con todo recado, y escribe.)  

CONDE.
Vos, Constanza, ¿qué pedís?
CONSTANZA.
Justicia, o la pediré
al cielo de vos; pues vos
las veces de Dios tenéis.
CONDE.
¿Vos pedís...?
LEONOR.
Misericordia
Pido, Señor, a tus pies.
BERENGUEL.
No quiero misericordia.
CONDE.
Ni yo de vos la tendré.
BERENGUEL.
Muera yo como Caín
y por hierro.
CONSTANZA.
¡Qué crüel!
BERENGUEL.
Más sangrienta me despida
mejor flecha otro Lamec.
CONDE.
Este decreto llevad
A mis Conselleres, que es
para que sentencien ellos,
si justicia se ha de hacer
de quien tan grande delito
cometió; vos llevaréis
al arzobispo y obispo...

 (Da un papel a una, y otro a otra.) 

MARQUÉS.
¡Qué atención!
CONDE.
Este papel;
el eclesiástico brazo
me responda si podré
justamente perdonar;
uno y otro parecer
quiero ajustar, y conforme
lo más justo, obrar después;
Ea, vaya a la prisión.
CONSTANZA.
Justicia, cielos.
LEONOR.
Tened
piedad, cielos soberanos,
de una infelice mujer.
BERENGUEL.
Denme los cielos castigo.

 (Llévanle.)  

CONSTANZA.
Venganza el cielo me dé.

 (Vase.) 

CONDE.
¡Un hijo, de dos que tuve,
dio al otro muerte crüel;
y para vengar al uno
dos hijos he de perder!
 

Salen SOLDADOS con arcabuces, CARDONA y CAMACHO presos.

 
SOLDADO 1º
Muera el fratricida injusto;
todos desde aquí podéis
pedir justicia.
TODOS..
Justicia
contra el que errado y cruel
cometió un delito contra
la humana y divina ley.
SOLDADO 1º..
A la torre en que está preso
entremos todos, y en él
tomemos justa venganza.
TODOS.
Muera Berenguel.
 

Sale EL CONDE.

 
CONDE.
:Tened
hijos, vasallos, amigos,
¿A dónde vais?¿Qué queréis?
SOLDADO 1º..
Todos a pedir justicia
venimos.
CONDE.
Soy vuestro rey.
SOLDADO 2º.
Conde eres de Barcelona.
CONDE.
Creed, que castigaré
al ingrato fratricida.
SOLDADO 1º.
Tú, su padre, ¿has de verter
su sangre?
CONDE.
Vasallos míos,
de un hijo malo enfermé,
y la buena sangre sola
me han sacado de una vez;
Berenguel es la otra sangre
hijos, yo me sangraré,
y con sacarme la mala
volveré a convalecer.
SOLDADO lº.
Ser juez y padre a un tiempo
no conviene.
CONDE.
Decís bien;
pero yo no he de ser padre
el día que fuere juez.
SOLDADO 1º..
A los pies de tu justicia,
todos queremos poner
nuestra venganza.
CONDE.
Este peso
con dos balanzas haré
de mis dos brazos: en una
la piedad pienso poner,
y en la otra la justicia.
SOLDADO 2º.
Pues mirad...
CONDE.
Ya ¿qué tenéis?
SOLDADO 1º..
Que en ajustándose el peso
no le pongáis por fiel
el corazón, que se irá
hacia la piedad después.
CONDE.
Si a la balanza se fuere
de la piedad, cargaré
el odio que tengo a este
y el amor que tuve a aquel
en la distante balanza,
porque puestas a un nivel,
pueda el corazón entonces
dejarse llevar mas bien
del dolor del que ha perdido,
que del que puede perder.
SOLDADO 2º.
Pues porque veáis que todos
queremos que castiguéis
el delito, este criado
cómplice dicen que fue
en la muerte, y le traemos
a que el castigo le déis.
CONDE.
Al Veguer mayor se entregue.
CARDONA.
Señor, lleven al Veguer
a éste, que cómplice ha sido.
CAMACHO.
Señor, éste fue el que fue
de ayuda.
CARDONA.
Yo sí de ayuda
( Ap.  Este me debió de oler.)
CONDE.
Hijos, yo os haré justicia.
SOLDADO lº.
Pues repetid todos.
SOLDADO 2º.
¿Qué?
TODOS.
Que el conde de Barcelona
Viva, y muera Berenguel.
 

(Vanse.)

 
CONDE.
Vulgo, desbocada fiera,
con quien el ejemplo priva,
si has de obligarme a que viva,
déjame también que muera.
¿Hola?
 

Sale EL MARQUÉS.

 
MARQUÉS.
¿Señor?
CONDE.
¡Ay dolor!
Oh, Marqués, ¿ya habéis llegado?
¿En la torre habréis dejado
a Berenguel?
MARQUÉS.
Sí, Señor;
para ponerle en prisión
los nobles me acompañaron,
tus Conselleres mandaron
tomarle la confesión,
y me deja enternecida
el alma, que a un inocente...
CONDE.
Llegad ahora en que me siente,
Cansado estoy de la vida.

 (Siéntase.) 

¿Qué ha confesado?
MARQUÉS.
Una cosa
que al principio dio recelos.
CONDE.
¿Qué?
MARQUÉS.
Que le mató por celos
de doña Leonor, su esposa,
y al Consejo dio un papel
suyo, y ya se ha comprobado
con Leonor; y han declarado
que no hay delito en él,
antes sólo a su deshonra
ha tenido confianza.
CONDE.
La ira por su venganza
quitará su propia honra.
MARQUÉS.
Ya el Consejo a promulgar
la sentencia ha de atender;
Constanza la ha de traer,
y vos la habéis de firmar.
CONDE.
No será sentencia pía
si está probado el delito.
MARQUÉS.
Y el obispo, por escrito
su parecer os envía,
Leonor la traerá después,
vuestra piedad es forzosa,
aunque el delito...
CONDE.
Una cosa
quiero encargaros, Marqués;
el pueblo honrado y fiel,
porque a piedad no me obligue,
me ha pedido que castigue
a mi hijo Berenguel;
y si no arguye malicia,
es una lealtad muy fea
juntarse el pueblo, aunque sea
para pedirme justicia;
y así desde luego os mando...
MARQUÉS.
Ya yo espero que me deis
la orden.
CONDE.
Que castiguéis
a la cabeza del bando;
guardas de satisfacción
poned vos de vuestra mano,
porque ningún ciudadano
pueda entrar en la prisión,
y en los jardines primero
se pongan.
MARQUÉS.
Así se hará.
CONDE.
Porque por ellos podrá
saltar el pueblo, y no quiero
que se atrevan, confiados
de que su muerte conviene.
 

Sale CONSTANZA.

 
MARQUÉS.
La infeliz Constanza viene
a hablarte.
CONDE.
Llegue Constanza.
CONSTANZA.
Esta la sentencia es

 (Dale un papel.) 

que vuestro Consejo ha dado.
CONDE.
¡Cielos! ¿qué habrá sentenciado?
Idme leyendo, Marqués,
esa sentencia. ¡Ay de mí!

 (Dale el papel.) 

MARQUÉS.
Vuestra Alteza no podrá...
CONDE.
El llanto me cegará.
¿Cómo dice?
MARQUÉS.
Dice así.

 (Va a leer EL MARQUÉS, y atájale.)  

CONDE.
Tened, Marqués, que imagino
que entró Leonor, y así intento...
MARQUÉS.
¿Qué queréis?
CONDE.
Cobrar aliento
para andar este camino.
CONSTANZA.
Ved primero, que el rigor
De la justicia conviene.
 

Sale LEONOR.

 
LEONOR.
La misericordia viene
En este papel,
CONSTANZA.
Señor...
CONDE.
Yo os daré satisfacción:
no desconfíes, Constanza,
CONSTANZA.
Mal puede ir a la venganza
quien descansa en el perdón.
CONDE.
Dadme ese papel a mí,
que sólo te quiero ver.
CONSTANZA.
¿Cómo ese puedes leer,
y este no pudiste?
CONDE.
Así
de un cristal son los antojos
que uno se empieza a probar,
con unos puede mirar,
con otros ciega los ojos;
pues pruébese mi temor
a los ojos este día,
las lágrimas de alegría
y las que vierte el dolor;
y al cristal vendrá a imitar,
pues en el propio momento
verá con los de contento,
y no con los de pesar;
mas primero, para que
estén mejor prevenidos
mis ojos con mis oídos,
leed vos y yo leeré.
MARQUÉS.

 (Leo.) 

«Nos, deputados y consille-
«res, y varones nobles, que en la junta
«de los Ciento somos obligados a guar-
«dar justicia, teniendo delante de los
«ojos a Cristo crucificado y a su ben-
«dita Madre y al señor san Josef, nues-
«tro patrón.»
CONDE.

 (Lee.)  

«El obispo de Tarragona,
«obispo de Lérida, Huesca y Cerdan,
«abades y priores, habiéndose juntado
«de orden de vuestra Alteza a arbitrar
«sobre el presente delito y culpa.»
MARQUÉS.

 (Lee.)  

«Vistos los autos y culpa que
«contra don Berenguel resaltan, y por
«ellos parece que dio alevosa muerte
«al señor don Ramón (que Dios haya):
«viendo que nos ha dejado sin Prínci-
«pe natural, y aunque él suceda en el
«derecho de su hermano, es contra pie-
«dad común que se componga una co-
«rona de un delito.»
CONDE.

 (Lee.)  

«Viendo que quedamos sin
«Príncipe que suceda en esta corona,
«y que vuestra Alteza es dueño de las
«leyes, y que las puede derogar; y
«considerando que no se recoge la san-
«gre del señor don Ramón (que Dios
«haya), porque se derrame la que ha
«quedado.»
MARQUÉS.

 (Lee.)  

«Fallamos que debe ser de-
«gollado en público teatro, liara escar-
«miento de príncipes tiranos, y para
«que sea inmortal la justicia de los ca-
«talanes.»
CONDE.

 (Lee.)  

«Es nuestro parecer, use de
«misericordia y le perdone.»

 (Representa.) 

Viendo y oyendo allí enojos,
aquí conciertos debidos,
¿Qué fuera de mis oídos
si no fuera por mis ojos?
Agora queréis las dos...
LEONOR.
Que de esa piedad te obligues.
CONSTANZA.
Yo, que como Dios castigues,
que estás en lugar de Dios.
LEONOR.
Si te llaman Vicedios
los que en su lugar te ven,
comparándote a él mas bien,
su ejemplo te ha de obligar,
que si a Dios has de imitar,
has de perdonar también.
CONSTANZA.
Cuando en distintas balanzas
piedad y rigor pongamos,
acuérdate que llamamos
a Dios Dios de las venganzas;
y si a él le dan alabanzas,
después sabe castigar,
y así estando en su lugar
te comparamos las dos
al que representa a Dios,
¿Por qué no se ha de vengar?
LEONOR.
Sí, pero aunque Dios el nombre
de Dios de Venganzas tenga,
no es porque el a sí se venga,
sino porque venga al hombre;
pues no uses el renombre
de crueldad.
CONSTANZA.
Pues oye.
LEONOR.
Di.
CONSTANZA.
Parécete a Dios así
cuando quieras castigar,
a mí me puedes vengar
y no te vengues a ti:
si al hombre no castigara
Dios, quizá no le temiera.
LEONOR.
Y quizá no le quisiera
si Dios no le perdonara.
CONSTANZA.
En su ingratitud repara.
LEONOR.
Repara en que agradecido
del perdón, viene rendido
a su piedad con su amor.
CONSTANZA.
Hazme justicia, Señor.
LEONOR.
Misericordia te pido.
CONSTANZA.
Toma esta pluma, Señor,
y esta sentencia confirma.
LEONOR.
Toma esta, y el perdón firma.
CONDE.
¡Dadme piedad y valor,
cielos justos!
LEONOR.
El amor
de padre te ha de valer.

 (Toma la cartera la una, y la otra aparta.)  

CONSTANZA.
Justicia debes hacer.
LEONOR.
Misericordia te pido.
CONSTANZA.
Mira que un hijo has perdido.

 (Toma la pluma.)  

LEONOR.
Mira que otro has de perder.
CONDE.
¡Dios mío, vos me alumbrad
pues piadoso y justiciero
sois, ¿a dónde iré primero,
al rigor o a la piedad?
antes que hable mi crueldad,
vuestra voz oír quisiera.
VOCES..

 (Dentro.) 

¡Muera el que dio muerte fiera
a su hermano!
CONDE.
¿Ya habláis vos?
TODOS..
¡Muera!
CONDE.
El pueblo es voz de Dios,
Dios manda que mi hijo muera.

 (Va escribiendo.)  

Muera un hijo que tirano
dio a un padre tantos enojos:
más me han borrado los ojos
que lo que escribió la mano;
no puedo firmar, en vano,
mano, tropezando vas
en el papel, ¿no dirás
de qué es tanta suspensión?
el dedo del corazón
es que estorba los demás;
pues si el que me ha estorbado
ahora le apartaré,
ya la sentencia firmé,
«Yo el Conde» más desdichado.
LEONOR.
¿Cómo el perdón no has firmado?
CONDE.
Dejar en esta ocasión
la firma en blanco me obligo,
ya que yo firmo el castigo,
que firme Dios el perdón.
LEONOR.
De vuestra sentencia apelo...
MARQUÉS.
No he visto sentencia igual.
LEONOR.
Al superior tribunal
de las piedades del cielo.
CONDE.
Pues sirvaos hoy de consuelo...
LEONOR.
Justicia el cielo me hará.
CONDE.
Que muy poco importará.
CONSTANZA.
Vencí.
LEONOR.
Mi esposo perdí.
CONDE.
Que yo le castigue aquí,
si Dios le castiga allá.
 

(Vanse.)

 
 

Sale CARDONA, con grillos.

 
CARDONA.
Hizo el Camacho crüel
ponerme en esta prisión,
dicen que por motilón
del hermano Berenguel;
de los golpes que le he dado
se ha vengado, vive el cielo,
fuerza tiene el Camachuelo,
de un soplo me ha derribado;
pero sufran esas cosas
los que en esos pasos andan,
hoy me han dicho que me mandan
echar ducientas ventosas;
y aunque es forzoso sentirlo,
consolarme en parte quiero,
que el mal dicen que primero
apuntaba a garrotillo,
y es fuerza que ha de bajar
el humor; pero si no,
haré cuenta que soy yo
el que se azota, y andar;
Señor, aquel que se inclina
a azotar, gasta cabales
en la túnica cien reales,
cincuenta en la diciplina,
dos y medio en capirote,
cinco de abrojos después,
y de colonia otros tres
para atar en el azote;
luego busca dos menguados,
que al azotado primero
alumbran por su dinero,
y ellos son los azotados;
y luego de más a más
para que sean testigos,
busca parientes y amigos
que vayan todos detrás;
y cuando él va con trabajo
de irse las carnes abriendo,
enseñándole y diciendo
más arriba y más abajo,
y luego «guarda el Alcaide»,
aquí fue, por allá va;
pero el que se azota acá
le viene a salir de balde.
 

Sale RUFINA.

 
RUFINA.
Sentenciáronle, ay de mí,
hoy morirá el desdichado.
CARDONA.
Acá una mujer ha entrado
Llorando, ¿quién llora ahí?
RUFINA.
Vengo con mil sentimientos
de la sentencia que he oído.
CARDONA.
Ay, Camachuelo, has caído,
que me he hecho prestar ducientos;
mas yo se los pagaré.
RUFINA.
No es eso lo que te digo.
CARDONA.
¿Qué es?
RUFINA.
Que ha habido otro testigo
de vista, y que yo juré
de orden del Veguer mayor,
que en la muerte te has hallado,
y ahora te han sentenciado
a ahorcar.
CARDONA.
Mejor que mejor.
RUFINA.
¿Mejor?
CARDONA.
En esto me fundo.
RUFINA.
¿Eso un hombre ha de decir?
CARDONA.
Hija, de haber de morir,
no hay otra muerte en el mundo.
RUFINA.
¿Eso te consuela ahora?
CARDONA.
¡Que haya quien desto se asombre!
RUFINA.
¿No es mejor morir un hombre
en su cama?
CARDONA.
No señora
dale a uno un mal poco a poco,
mas si el tabardillo empieza,
le trasquilan la cabeza
como si estuviera loco;
luego una ayuda se aplica,
está el enfermo temblando,
entra el ayuda chorreando
perejil de la botica,
el enfermo la repara,
ora quiera, ora no quiera;
pero no lo consintiera
si se hiciera cara a cara;
y si uno se ve afligido
y pide en qué despachar,
lo quieren todos matar
porque no la ha detenido;
si la ayuda sale mala,
hay luego otro sentención,
y después como melón
la tornan a cata y cala;
luego dice el que irá sangrado,
para tomar mayor nombre,
después de dejar a un hombre
sin jugo: «Peste he sacado»;
entra uno, y dice: «Valor»;
entra otro: «¿Amigo, qué sientes?»
luego se van los parientes
a consultar el dotor
los jarabes, sin saber
si conviene que los tome;
si un pobre enfermo no come,
le quieren todos comer;
si come, que ya está bueno;
si se queja, que es regalo;
si duerme, que no está malo;
el séptimo, el catorceno,
y todas las agonías,
la flaqueza del sugeto,
la mucha sed, y, en efeto,
después de los treinta días,
al responso le condenan
muy tarde y mal despachado;
pero quien muere ahorcado
en el aire le despenan.
RUFINA.
¿En fin esa muerte tomas
de partido?
CARDONA.
A esa me inclino,
que va un hombre en un pollino
como un senador de Roma;
y hace un hombre carabanas
con los ministros del Rey;
y luego como a un virey
le reciben con campanas;
y cuando esto llegue a ser,
sacan a un hombre a pasear,
y las damas del lugar
todas le salen a ver;
y, en fin, tanto se me obliga
cuando en el pollino voy,
que por si dudan quien soy,
va delante quien lo diga.
RUFINA.
¡Que tanto se viene a holgar
quien muere ahorcado!
CARDONA.
¿No es cierto,
si después de haberle muerto
se pone un rato a danzar?
RUFINA.
¡Ay! siempre lo dije yo.

 (Llora.) 

CARDONA.
¿Qué es lo que dijiste? Di.
RUFINA.
Que tenía el buen Cardona
cara de ahorcado.
CARDONA.
Es así,
desde niño fui yo hermoso.
RUFINA.
¡Qué será verle subir
por la escalera a lo alto
CARDONA.
Cierto que nunca creí
subir a tan alto puesto;
los méritos lo hacen.
RUFINA.
¿Y
moriréis de buena gana?
CARDONA.
Ya la vida es toda un tris,
y morir el hombre este año
o el otro, todo es morir;
madres, las que parís hijos,
mirad cuando los parís
por qué los parís, mirad
por adónde los parís.
RUFINA.
No saques la lengua al pueblo,
que harás al pueblo reír.
CARDONA.
No me saques tú los dientes,
que eso yo lo haré por ti.
RUFINA.
¿Pues soy traidor?
CARDONA.
Di, hechicera.
 

Sale EL MARQUÉS, CAMACHO y GUARDAS.

 
MARQUÉS.
Todos podréis desde aquí
cuidar que no salte el pueblo
por las tapias del jardín
hoy morirá Berenguel;
mas no quiere permitir
el Conde que estas licencias
tome el pueblo.
GUARDA 1º.
Desde aquí
defenderemos la entrada
por las tapias.
MARQUÉS.
Y advertid
que deis muerte al que por ellas
subir quisiere.
GUARDA 2º.
Sea así.
MARQUÉS.
Vos, Cardona, ya estáis libre.
CARDONA.
No hay que hablar, yo he de morir,
que estoy ahora bien puesto
con Dios, y puede venir
tiempo en que me coja el diablo
por hambre; haz esto por mí,
ahórquenme esta vez siquiera.
MARQUÉS.
A estos jardines salid
presto.
CARDONA.
Mirad que es quitarlo
de la horca.
MARQUÉS.
Bien decís,
acabad de iros.
RUFINA.
¿Y lloras?
CARDONA.
La santa Deigenitris
te lo perdone.
MARQUÉS.
Rufina,
¿Tú qué quieres?
RUFINA.
Vine aquí
a acompañar a Leonor.
BERENGUEL.

 (Dentro.)  

Hombre, déjame salir
al cuarto de aquesa torre.
RUFINA.
Y allí quedaba; hacia allí
viene Berenguel.
 

Sale BERENGUEL.

 
BERENGUEL.
Hermano,
¿Qué es lo que quieres de mí?
en sombra te me pareces;
oh quién fuera tan feliz
que te volviera la vida
que te quité, porque así
te volviera yo a matar,
si volvieras a vivir.
MARQUÉS.
¿Señor?
BERENGUEL.
Vos, ¿qué me queréis?
MARQUÉS.
Avisarte...
BERENGUEL.
Idos de aquí.
MARQUÉS.
Que tu padre...
BERENGUEL.
Yo no tengo
padre, de un monte nací.
MARQUÉS.
Bien decís, que vuestro padre
no lo es ya.
BERENGUEL.
No os entendí.
MARQUÉS.
Porque hoy ha sido juez.
BERENGUEL.
¿Juez ha sido?
MARQUÉS.
Señor, sí.
BERENGUEL.
¿Pues qué ha mandado?
MARQUÉS.
Que os diga...
BERENGUEL.
¿Qué?
MARQUÉS.
Que habéis de morir.

 (Vase.) 

BERENGUEL.
¿Pues puede él quitar el reino
a su príncipe? ¿A qué fin
ha firmado injustamente
la sentencia contra sí?
Mas vénguese, muera yo,
porque no pueda decir,
quien supiere esta venganza,
más de que no estaba en sí.
CANTAN.

 (Dentro.) 

Por celos y por envidia,
la noche más infeliz,
Berenguel mató a Ramón
en las faldas del Monjuí.
BERENGUEL.
Es verdad, yo le di muerte;
¡Lo que me alegro de oír!
«¡Berenguel mató a Ramón
en las faldas del Monjuí!»
CANTAN.

 (Dentro.) 

Vasallos, si la justicia
os mueve, al cielo pedid
«Que el que dio la muerte a Abel
que muera como Caín».
BERENGUEL.
Y yo le rogaré al cielo,
pues todos sois contra mí,
«Que el que dio la muerte a Abel,
que muera como Caín».
 

Sale EL CONDE.

 
CONDE.
Vuestro padre, Berenguel,
ahora viene a cumplir
con la obligación de serio.
BERENGUEL.
¿Pues vos no firmasteis?
CONDE.
Sí,
contra vos firmé sentencia
de muerte.
BERENGUEL.
Pues ea, decid,
¿En qué sois mi padre?
CONDE.
El pueblo
dice que habéis de morir.
BERENGUEL.
¿Suspendistes la sentencia?
CONDE.
Antes al Consejo di
orden para ejecutar
la sentencia.
BERENGUEL.
¿Como así
castiga un padre a su hijo?
CONDE.
Donde la sentencia di
era juez.
BERENGUEL.
Pues decid, ¿dónde
habéis de ser padre?
CONDE.
Aquí
hijo, cuando os di sentencia
de muerte, ya yo cumplí
con la obligación de rey;
ahora me falta...
BERENGUEL.
Decid.
CONDE.
Ser padre; la noche ya
ha empezado a descubrir
por esos montes, y pues
ese murado jardín
tiene una puerta de hierro,
por ella podéis huir
de mi justicia, si os da
mi piedad para salir
estas dos llaves; al mar
hallaréis para embarcaros
prevenido un bergantín;
que yo, para que las guardas
no os sientan, vuelvo a fingir
que estoy hablando con vos
en este cuarto; salid
de aqueste riesgo; Constanza
se entró en la torre tras mí;
el pueblo, banderizado,
pide vuestra muerte; huid,
si vuestra vida y la mía
estimáis, para que así,
perdonando y castigando
a un tiempo, pueda decir
que si allí obré como rey,
obro como padre aquí.
 

(Tocan cajas.)

 
BERENGUEL.
En fin, ¿el pueblo desea
que me deis muerte?
CONDE.
¿No oís
las cajas y las trompetas,
con que en herrado motín
es soldado cada uno,
y cada uno adalid?
BERENGUEL.
¿Y decís que en ese cuarto
habéis de entrar, porque así
las guardas puedan pensar
que me estáis hablando?
CONDE.
Sí.

 (Dale las llaves.) 

BERENGUEL.
Pues dadme las llaves.
CONDE.
Estas
son las llaves.
BERENGUEL.
Pueblo vil,
pues que deseas mi muerte,
yo me vengaré de ti.
CONDE.
Ea, ¿no pedís perdón?
BERENGUEL.
Yo ¿de qué le he de pedir?
CONDE.
¿Y no me abrazáis?
BERENGUEL.
Pues tú,
dime, ¿qué has hecho por mí?
CONDE.
Darte la vida.
BERENGUEL.
La vida,
si me la das, es a fin
de no quedarte sin hijo.
¿Pues por qué me has de pedir
que yo por mí te agradezca
lo que no haces por mí?
Y plegue a los cielos...
CONDE.
Calla,
ingrato.
BERENGUEL.
Que si el salir
desta prisión ha de ser
para vengarme de ti...
MÚSICOS.

 (Dentro.) 

Que el que dio la muerte a Abel,
que muera como Caín.
CONDE.
¿Hijo?
BERENGUEL.
No me llames hijo.
CONDE.
Mira que pueden salir
las guardas, y contarán
en la ciudad que yo fui
el que te dio libertad.
BERENGUEL.
Voime.
CONDE.
Dos hijos perdí.
BERENGUEL.
Cielos si ahora me vengáis,
cielos, si ahora no acudís
con vuestra piedad al ruego,
yo dichoso...
CONDE.
Yo infeliz.

 (Vase.) 

BERENGUEL.
¿Qué me persigues, hermano?
¿Qué quiere el cielo de mí?
Desde esa media región
hecho del vapor sutil
como sabe que soy risco,
me quiere el rayo embestir;
iréme por otra puerta.

 (Va a salir turbado, como mirando al cielo, y tropieza en las armas.) 

 

Sale EL CONDE.

 
CONDE.
Desde aquí quiero fingir
que hablo con Berenguel,
mientras huye el infeliz.

 (Tropezando.) 

BERENGUEL.
Hasta la puerta de hierro
deste murado jardín,
las centinelas hicieron
fuegos del alto Monjuí
si no ha sido que hasta ahora
dura aquel que yo encendí;
el relámpago y el trueno,
uno y otro son allí
sobresalto para el ver,
y susto para el oír;
¿Si acertaré con la puerta?
CONDE.
Berenguel, tú has de morir.
BERENGUEL.
¿Ha de morir Berenguel?
CONDE.
El cielo lo quiere así.
BERENGUEL.
Pues no ha de querer el cielo,
que contra él iré a decir,
si no me quita la voz...

 (Hace que quiere hablar, y enmudece.) 

GUARDA 1º.
Guardas del Duque, salid,
que han escalado las tapias,
y han entrado en el jardín
los populares.
 

Salen dos GUARDAS con arcabuces.

 
Entre estas
llamas el ruido sentí.
GUARDA 2º.
Advertid que puede ser
Berenguel.
GUARDA 1º.
Ahora oí
que el Conde con él hablaba.
GUARDA 2º.
Pues disparad.
 

(Dispara la GUARDA adonde está BERENGUEL, y cae en el tablado.)

 
BERENGUEL.
¡Ay de mí!
CONDE.
Hola, ¿dónde habéis tirado?
GUARDA 2º.
Yo disparé donde vi
un bulto que por las hiedras
iba saltando al jardín,
y así lo tengo por orden.
 

Salen EL MARQUÉS, LEONOR, CONSTANZA y TODOS.

 
MARQUÉS.
Venid todos hacia aquí.
CONDE.
Que hacia aquí se ve el estruendo.
LEONOR.
Válgame el cielo, ¿qué vi?
CONDE.
Cielos, ¿qué es esto que miro?
MARQUÉS.
¿Quién le dio muerte?
LEONOR.
¡Ay de mí!
SOLDADO.
Yo le di muerte por yerro,
yo soy el que se la di.
CONDE.
Yo le vine a dar la vida,
no quiso el cielo, y así
el que dio la muerte a Abel
ha muerto como Caín
y este caso verdadero
tendrá más felice fin
si don Francisco de Rojas
perdón llega a conseguir.