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ArribaAbajoRamón López Velarde y la prensa local

El ingreso al Instituto de Ciencias le permitió a Ramón López Velarde involucrarse en la actividad cultural de la entidad y, del mismo modo, relacionarse con las publicaciones locales, sobre todo con las literarias.

Entre 1905 y 1908 circulaban en la entidad El Instructor, La Provincia y El Observador; de las tres, La Provincia era la única publicación orientada por completo hacia aspectos literarios; las otras dos los abordaban tangencialmente, hasta que El Observador, como ya se dijo, incluyó un folletín exclusivo de poesía llamado La Lira Aguascalentense.

Por la lectura de estos impresos, quizá López Velarde se familiarizó con los escritores mexicanos Amando J. de Alba, Celedonio Junco de la Vega, José Luis Velasco, Francisco González León, Enrique González Martínez, Amado Nervo, Manuel Caballero, Ricardo Mimenza Castillo, Severo Amador, Alberto Herrera, Luis Rosado Vega y José Flores Vaca, y con los españoles Salvador Rueda, Francisco Villaespesa, Andrés González Blanco, etcétera. Todos ellos contribuirían a formarle un gusto y a modelar su espíritu creativo.

Según lo confiesa el propio López Velarde en su texto «El capellán», el padre Mireles93 fue quien personalmente le descubrió la obra de Amando J. de Alba y de Francisco González León, poetas católicos que con frecuencia aparecían en las publicaciones de Correa, de lo que puede deducirse que en la búsqueda de textos de aquellos se encontrara con el propio Correa, cuyo prestigio contribuía a que su nombre circulara entre las esferas culturales y literarias de la región, sobre todo entre las católicas y conservadoras, dentro de las cuales se movía López Velarde; asimismo, Amando J. de Alba y Eduardo J. Correa habían estudiado en el Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe y es posible que el jerezano tuviera allí noticias de ellos, puesto que ambos contaban ya con una cierta trayectoria cuando López Velarde era todavía alumno.

La amistad de Ramón López Velarde y de Eduardo J. Correa data de alrededor de 1906, cuando el primero estaba implicado en la edición de la revista Bohemio (José Villalobos Franco, quien ya trabajaba con Correa, era colaborador de ésta). López Velarde lo confirma: «Eduardo J. Correa, el literato sancionado del lugar, nos obsequió con un cumplido en su revista»94. Y agrega: «Aquello redobló nuestro entusiasmo y nuestros esfuerzos»95. Así, y valiéndose de sus contactos, de seguro posteriormente Correa participó de la difusión de Bohemio, puesto que «su compleja red de colaboradores y su frenética capacidad para la práctica epistolar habían hecho de él una de las cabezas notables de la actividad editorial provinciana de México»96.

Casi de inmediato entonces, en 1907, López Velarde comenzaría a colaborar con Correa en El Observador con la miscelánea columna Semanales; su primera entrega, titulada «El calor. Vástago real. Espectáculos. Mes de María. Las fiestas»97, apareció el 25 de mayo bajo el pseudónimo de Aquiles98. Antes, el 19 de enero, publicaría en La Lira Aguascalentense el poema «Pasionaria» (el cual José Luis Martínez compila con el título de «Cuando contigo estoy, dueña del alma...»99, fechándolo en 1910 y omitiendo lo relativo a su título original y a su procedencia). Finalmente, el 30 de marzo aparecería en El Observador su texto «Sangre y verdad»100 (publicado después en El Defensor del Pueblo, de Lagos de Moreno, el 4 de abril de 1909).

Escrita por López Velarde, la columna Semanales consta sólo de cinco entregas (la continuaría Enrique Fernández Ledesma) en las que aborda algunos de los temas que lo distinguirían en el futuro: la maravilla de las modestas cosas, su catolicismo, la provincia, la Patria, sus preferencias literarias, las mujeres, su ideología política, las sorpresas del mundo... La última entrega de Semanales se titula «Los asesinos de Barillas. Teatro. Ridiculeces. Un literato»101 y corresponde al 22 de junio de 1907. Ese día El Observador incluye también su poema «Promesa»102.

No sabemos por qué López Velarde determinó dejar la columna, aunque sí sabemos que no fue por desacuerdos editoriales, puesto que incluso cuando se traslada a San Luis Potosí en 1908, con la finalidad de estudiar en la Escuela de Leyes del Instituto Científico y Literario de ese estado, continuará colaborando simbólicamente en El Observador mediante el intercambio epistolar con Correa.

Un dato que lo reafirma: viviendo ya en San Luis Potosí, el jerezano se resiste a publicar allí y a otorgarle valor a su prensa. El mismo lo expone en dos cartas dirigidas a Correa. En la primera, fechada el 27 de enero de 1908, y con apenas unos días de haber llegado a la entidad potosina, dice: «No seguiré su consejo de publicar hojas literarias en esta ciudad. ¿Sabe por qué? No quiero levantar en el desierto mi altura artística; deseo conquistarme la sabrosa satisfacción de erguirme entre cumbres y, sin que yo lo solicite, recibir de ellas homenaje»103. Como puede inferirse, López Velarde posee conciencia de su valía y comprende además que en Aguascalientes el terreno es mucho más fértil literariamente y que gracias al prestigio de las publicaciones de Correa era factible que otros periódicos y revistas, tanto de la provincia como de la capital y aun de Sudamérica, reprodujeran sus colaboraciones «amparadas por el concepto del "canje" que solía pactarse entre ellas y que les permitía abrevar del común acervo de sus páginas»104. En la segunda carta, fechada el 24 de marzo de 1909, en respuesta a la que le remite Correa el 15 de marzo, y en la que le solicita recomendarle a una persona en San Luis Potosí para que funja como corresponsal, López Velarde contesta: «Siendo aquí tan imbécil la gente de la pluma no hallo quién pueda servirle...»105.

Como resultado de la muerte de don Guadalupe López Velarde, acaecida el 12 de noviembre de 1908, la familia regresó a Jerez y ya no hubo razones domésticas para que el poeta visitara Aguascalientes; adicionalmente, después de sufrir un molesto atentado, Correa decidió aceptar la oferta de dirigir El Regional, un periódico católico editado en Guadalajara, por lo que se mudó con su familia a esa ciudad.

Así, López Velarde se alejó definitivamente de Aguascalientes, pero no de Correa, pues participaría también de la aventura del periódico jalisciense.


Eduardo J. Correa: «El literato sancionado del lugar»

José Ponciano Eduardo Correa Olavarrieta nació en la ciudad de Aguascalientes, en 1874, es decir, catorce años antes que Ramón López Velarde y, al igual que éste, fue alumno del Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe, de 1887 a 1889.

En 1891 se muda a Guadalajara con la intención de cursar la carrera de leyes y en 1894 obtiene el título de abogado.

Vuelve entonces a Aguascalientes y labora como secretario del Supremo Tribunal de Justicia y como agente del Ministerio Público, aunque lo que le interesaba ya en realidad eran la literatura y el periodismo. «Fundó varias revistas y periódicos que sirvieron como talleres de creación y de formación literaria entre los escritores locales»106. Algunas de estas publicaciones fueron La Bohemia (1896), El Heraldo (1898), El Observador (1900), La Provincia (1904), El Debate (1908) y Nosotros (1909).

En 1902 publicó Prosas ingenuas, libro al que le siguieron tres títulos de poesía: Líquenes, versos (1906), Oropeles (1907) y En la paz del otoño (1909). López Velarde leyó Oropeles con detenimiento hacia los primeros meses de 1908, cuando radicaba ya en San Luis Potosí, y revisó y criticó algunos de los poemas de En la paz del otoño antes de su edición, como el titulado «Sor Melancolía». En su carta a Correa, del 29 de febrero de 1908, se apresura a felicitarlo por «el magnífico poema suyo que en sonetos de los pocas veces escritos recibí con su carta de hoy»107.

Pero no se conforma con el comentario: «Y para que vea usted palpablemente lo sincero de mi felicitación, me voy a permitir indicarle las máculas que, en concepto mío, tiene su trabajo»108; sin embargo, y utilizando la expresión de «el ojo estético de cada uno es caprichoso»109, aduce que lo suyo constituye una apreciación muy personal y, que no por encontrar ciertos defectos, el texto que su «ojo estético» revisa está mal o incurre en errores.

Correa corrigió «Sor Melancolía» de acuerdo con las sugerencias de López Velarde, quien se adelanta a la aceptación de éstas diciéndole a Correa que «será una honra para mí que atienda usted mis anotaciones»110. El jerezano cuenta apenas con diecinueve años de edad y el aguascalentense con treinta y cuatro.

Cabe agregar que incluso Correa le pidió a López Velarde algunas sugerencias para el título de su libro, sujetándolas sólo a la idea central del otoño, y que el jerezano le recomendó dos: Paz de otoño y En la paz del otoño; a Correa le complació la segunda.

En la paz del otoño fue impreso en los talleres de El Regional y está dedicado a Ramón López Velarde, quien en reciprocidad le escribe a Correa: «Mi agradecimiento no tiene límites por haber usted puesto, al principio de su libro, mi oscuro nombre. Esta fineza de su parte, que tan lejos estoy de merecer, obliga para siempre mi reconocimiento»111

Con respecto de la determinación de Correa de dejar la ciudad de Aguascalientes: su postura conservadora y católica, y sus editoriales, criticando directa y tajantemente al régimen del gobernador Vázquez del Mercado, suscitaron la antipatía de un grupo de escritores y de periodistas liberales e incondicionales de éste, a los que López Velarde y él denominaban «los consabidos escribidores» o «los jacobinos», y entre quienes se encontraban Manuel Gómez Portugal, Archibaldo Eloy Pedroza, Leobardo C. Morfín, Rafael Ceniceros Villarreal y Reynaldo Narro. El grupo publicaba la Revista del Centro y El Azote, revista «joco-seria» mediante las cuales solía atacar a Correa ocultándose bajo innumerables pseudónimos y utilizaba al Instituto de Ciencias de trinchera, puesto que hacia aquel entonces (1908) Gómez Portugal fungía como director del mismo (por cierto: López Velarde aludiría particularmente a él llamándolo «el médico troglodita» o «el médico que se cree la segunda edición de Unamuno»).

Así las cosas, una noche de abril de 1908, cuando Eduardo J. Correa salía de las oficinas de El Observador, dos sujetos arremetieron contra él: uno le arrojó tierra a los ojos, con la intención de cegarlo, y otro le vació encima una cubeta de inmundicias. Correa narró el suceso en el periódico y la Revista del Centro lo festejó abiertamente. El responsable del atentado fue el diputado estatal Enrique Osornio, evidenciado por Correa como prestanombres de Vázquez del Mercado en el establecimiento de casinos clandestinos en la Feria de San Marcos. En una carta del 28 de abril de 1908 López Velarde expresa su malestar a su amigo: «Me indignó hasta tal punto [el atentado] que, a no ser porque las personas de mi familia están radicadas en Aguascalientes, yo les hubiera dicho a las autoridades y a varios particulares lo que valen como intelectuales y como hombres»112. Y se solidariza con él en seguida: «Por último, le diré tan sólo que soy de tierra de leales. Mis amigos pueden contar en absoluto con mi insignificancia»113.

Como es de suponerse, Correa no soportó la situación y, temiendo de igual modo por la seguridad de su familia, correspondió a la propuesta de dirigir El Regional de Guadalajara: «Nada pierdo con aceptar la jefatura de un periódico netamente religioso»114; asimismo, Correa valoró el hecho de que ello le facilitaría el estudio de la preparatoria a sus hijos porque en Aguascalientes, por obvias razones, no serían bienvenidos en el Instituto de Ciencias.

Sin embargo, antes de irse Correa todavía celebró un Congreso de Periodistas de Provincia (mayo de 1908) al que acudieron directores y editores de diversas publicaciones católicas de México; consecuencia inmediata, días después El Observador anunció la constitución de la «Prensa Asociada de los Estados [la cual] por medio de la ayuda mutua trabajará por difundir en las masas el conocimiento de sus derechos y deberes, por la defensa y la protección de sus miembros, y por el progreso de la Asociación, de la prensa y de la sociedad en general»115.

Nuevamente solidario, López Velarde felicita a Correa y destaca la importancia del Congreso para contribuir a que «sea un hecho la república de las letras en nuestro país»116. El segundo Congreso se efectuaría en Guadalajara, entre agosto y septiembre de 1909, cuando Correa dirigía ya El Regional.

Un agregado: es necesario precisar aquí que no será sino hasta comienzos de 1909 cuando Eduardo J. Correa organice de manera definitiva su mudanza y resuelva la situación en que dejaría el periódico. El Observador había adoptado el título de El Debate desde mediados de 1908 y Correa nombró como su director a Aniceto Lomelí (también abogado católico) y ratificó a José Villalobos Franco como su director administrativo. En cuanto a Ramón López Velarde, le pedirá específicamente que continúe colaborando, aunque éste no volvería a hacerlo. En una carta fechada el 14 de mayo de 1909, le confiesa a Correa: «Al periódico de Aguascalientes le tuve buenos afectos por razones claras para usted»117. Y le ofrece entonces colaborar en El Regional, en cuyas páginas aparecerían después los textos «Domingos de provincia», «El campanero», «Una viajera», «Mundos habitados», «Del Seminario», «Hermana, hazme llorar...», «En un jardín», «Mientras muere la tarde...», «González Martínez» y «Ella»118, entre otros.

Antes de irse Correa también publicó la revista literaria Nosotros (marzo de 1909), y tenemos testimonios de que le propuso dirigirla a López Velarde. Planeada con bastante anticipación (El Observador la anunciaba ya desde 1907), paradójicamente la revista no llegó ni al segundo número119.

Correa se instaló en Guadalajara entre marzo y abril de 1909. Supuestamente fundado por el doctor Daniel Acosta, quien también fungía hasta ese momento como su director, el verdadero propietario de El Regional era el arzobispo de Guadalajara, José de Jesús Ortiz, quien se apoyaba en el padre Miguel Palomar y Vizcarra y en el hermano del propio Correa, el padre Antonio Correa Olavarrieta, para administrarlo. En el número en que debuta como su director (8 de mayo), «Correa lanza por delante, en primera plana, sus dos cartas más seguras: Amando de Alba y López Velarde, con, respectivamente, un poema cada uno: "La virgen de mi madre" y "Domingos de provincia"»120.

Hay testimonios asimismo de que Correa inclusive le propuso a López Velarde mudarse y trabajar con él en Guadalajara, y de que éste declinó la invitación porque estaba ya en San Luis Potosí, estudiando. En una carta del 29 de marzo de 1909, Correa le dice: «Siento mucho que usted no encuentre factible continuar sus estudios en Guadalajara»121. E insiste: «Medite lo que ganaría respecto de escuela y de población, y en que yo podría asignarle un sueldo en El Regional para que me ayudara a horas que no fueran de clase, pudiendo así usted darse a conocer mejor y ganar campo para ejercer más tarde la profesión»122.

En 1914, viviendo ya ambos en México, sus particulares posiciones políticas paulatinamente propiciarían su distanciamiento. A la muerte de López Velarde, en 1921, Correa reacciona lamentando su ausencia, aunque implícitamente la ausencia de «Aquiles» y la ausencia de «Esteban Marcel» (pseudónimo éste de López Velarde en El Regional), quizá porque el periodista no aceptó jamás la evolución espiritual, intelectual y literaria del poeta.




Los primeros poemas: el metal de la propia voz

La poesía de Ramón López Velarde escrita y publicada en Aguascalientes prefigura ya a quien cronológicamente cerró el modernismo mexicano y heredó la voz de la modernidad a través de la cual se expresan todavía algunos de nuestros poetas contemporáneos.

Para valorarla es indispensable no olvidar que hacia aquel entonces López Velarde era un joven entre los diecisiete y los veinte años de edad, y que sus primeros poemas, como él mismo lo explica, no constituían sino imitaciones de lo que leía.

El modernismo admite diversos estilos, ya que «al ser la negación de toda escuela»123, el poeta tiene la libertad de encontrar su individualidad en la ruptura de los cánones establecidos y en la renovación del lenguaje. De acuerdo con José Emilio Pacheco, «el modernismo une la solitaria rebeldía romántica, la música de la palabra aprendida en los simbolistas y la precisión plástica de los parnasianos»124; pues bien, los poetas románticos no le eran ajenos a López Velarde. Más aún: la postura romántica es un rasgo típico de la propia adolescencia y el primer poema conocido de López Velarde, titulado «Aun imposible»125, lo demuestra: «Me arrancaré, mujer, el imposible/ amor de melancólica plegaria,/ y aunque se quede el alma solitaria/ huirá la fe de mi pasión risible». Como puede apreciarse, concluye la primera estrofa con un adjetivo que sorprende: «risible», que aunado al sustantivo «pasión» interrumpe la continuidad del lugar común. La diferencia radica entonces en el empleo del lenguaje y en la armonía del conjunto: «La originalidad consiste en crear lo inesperado con la materia de lo existente»126; es decir, en hablar de aquello que es de interés ordinario, habitual, pero en hacerlo de manera única y novedosa, profundizando así en la experiencia.

Ramón López Velarde comienza a escribir poesía utilizando los aspectos estilísticos y formales que imperaban en su tiempo. Sus poemas juveniles, como el ya citado «A un imposible», o «Huérfano quedará», o «A una pálida», se componen de tres estrofas de cuatro versos endecasílabos (a excepción del último) de rima consonante; igualmente, se involucra en rupturas estilísticas y formales en «Pureza», «Promesa», «Del suelo nativo», «La canción del hastío», «A mi padre» y «El piano de Genoveva». Es posible advertir lo anterior en los siguientes versos de «Promesa»: «Oh novia imposible,/ tan pura y tan buena,/ en estos renglones/ hallarás mi sagrada promesa/ de ir a tus brazos/ que amantes me esperan»127; o en esta estrofa de «A mi padre»: «Supe después lo enormemente triste/ que es la tristeza del hogar vacío/ y lloré con la marcha de la madre/ para tierras del norte. Mas confío/ que te he de ver, oh Padre, para siempre/ con mis pupilas de resucitado». Aunque procura también la sobriedad de los clásicos en sonetos como «Eucarística», «A doña Inés de Ulloa» y «Color de cuento»; escribe en el primer cuarteto de este último: «¡Oh, qué gratas las horas de los tiempos lejanos/ en que quiso la infancia regalarnos un cuento!/ Dormida por centurias en un bosque opulento,/ despertaste a la blanda caricia de mis manos».

En el modernismo son constantes las licencias y López Velarde hace frecuente uso de ellas, aunque respeta la rima y sus poemas se componen, además de endecasílabos, de octosílabos, de alejandrinos, de versos de quince o de dieciséis sílabas. La rima se da pareada o alternada e integra versos independientes del resto del conjunto que rima. Conforme va evolucionando, sus poemas comienzan también a perder la métrica pero cuidan más de la cadencia y del ritmo. Leyéndolos se observa la repetición de ciertas palabras en varios de ellos y la misma rima con las mismas palabras, como en «Suiza» y en «Rosa mística»128, en el primero las palabras «halago», «vago» y «lago» aparecen en la tercera estrofa, en los versos dos, cuatro y seis, mientras que en el segundo aparecen en la segunda estrofa, en los versos uno, cuatro y cinco, sólo que adoptando un orden distinto: «vago», «lago» y «halago». Esto nos revela la búsqueda de sonoridad del poeta si reparamos que en «Suiza» (1906) impera cierto rigor formal pero que en «Rosa mística» (1907) ya son notorias las rupturas, puesto que se compone de cuatro estrofas de catorce octosílabos de rima consonante, y los versos que riman aparecen intercalados: en la primera estrofa riman el primero, el cuarto, el quinto y el octavo, y ya no vuelve a repetirse la rima.

Casi todos los títulos de los primeros poemas de López Velarde son incuestionablemente románticos y en algunos de ellos se advierten ya reminiscencias católicas; en efecto: contraponen un «yo» poético impuro y sombrío a un «tú» poético inmaculado y puro. Como se sabe, ésta será una de las características de la poética de López Velarde, es decir, la encrucijada entre el alma y la carne, perceptible mediante el reiterado empleo de palabras como «hostia», «comunión», «incensario», «virgen», «altar», «iglesia», «virtud», «santidad», «nupcial», «indulgencia», «litúrgico», «contrición», etcétera, junto con expresiones como «ardores juveniles» o «amor enfermo»; para ejemplificarlo: «Y haz llover en mi erótica locura/ los besos conventuales de tu boca», «comulgué con tus amores/ en un cáliz de amargura»; «de tus bondades a mi amor enfermo/ como plenaria y última indulgencia»; y «pero tú te resistes, hostia ingrata».

Adicionalmente, la nostalgia se manifiesta en sus primeros poemas: nostalgia de la infancia (lo que implica nostalgia de la inocencia), nostalgia de un amor inclusive irrealizado, nostalgia de la vejez que todavía no se experimenta (como ocurre en el poema «Promesa», que también resulta acaso premonitorio, puesto que gira alrededor de una amada que permanece virgen, soltera).

«Color de cuento» es un soneto en alejandrinos lleno de inconfundibles recursos modernistas: basándose en un recuerdo de la infancia con relación a los cuentos clásicos, específicamente «La bella durmiente», el poeta idealiza a una mujer, comparándola con una princesa, hasta que, roto el encanto, puede casarse con ella. Este poema está plagado de imágenes exóticas como «bosques opulentos», «barbudos enanos», «almas en pena», «señorial palacio», etcétera; sin embargo, en los dos tercetos que lo concluyen el poeta vuelve al mundo real y transmuta a la mujer en una persona tangible. Lo anterior se da asimismo en el plano lingüístico, ya que de las citadas imágenes desemboca a imágenes cuyos adjetivos caracterizarán su futura poesía: «trinos musicales», «regios esponsales», «paz evangélica», «campos natales».

En «El piano de Genoveva» hay también el empleo de recursos modernistas pero el poeta los mezcla con recursos románticos y simbolistas y consigue así expresiones tales como «doliente piano», «días negros», «blancas horas», «voz lastimera», «caja de lágrimas», etcétera. El núcleo central del poema lo constituye Genoveva, «la hermosa más hermosa del valle», quien tiene treinta años y no hay nadie que ronde su calle, y el piano une al «yo» poético y a ella: «¡Ruégale tú que al menos, pobre piano llorón,/ con sus plantas minúsculas me pise el corazón!».

Finalmente, «A mi padre» es un poema que adopta un tono distinto al del resto de los primeros poemas de Ramón López Velarde. Trata de la muerte del padre y entrecruza la figura de éste con la de Dios. Es un poema conmovedor, escrito en endecasílabos y conformado por treinta y ocho versos, divididos a su vez en estrofas de cuatro, doce, seis y ocho. La expresión es sencilla y directa: «Noche con paz de luna; también fuiste/ noche más que ninguna tormentosa»; o: «Supe después lo enormemente triste/ que es la tristeza del hogar vacío». López Velarde aborda también aquí uno de los dogmas de fe que después expondrá en otro texto, el dogma de la resurrección: «Mas confío/ que te he de ver, oh Padre, para siempre/ con mis pupilas de resucitado»; efectivamente, en «Oración fúnebre»129 explica: «Uno de los dogmas para mí más queridos, quizá mi paradigma, es el de la Resurrección de la Carne»130. Conviene advertir aquí que en alguna ocasión Eduardo J. Correa escribió que en la intimidad de las confesiones al amigo, López Velarde le decía que «el Credo andaba muy bien en él pero que los Mandamientos algo mal»131, refiriéndose así a su conflicto entre la bohemia y el catolicismo. Pero, contra todo, López Velarde nunca negó su fe y tampoco nunca se negó a la tentación de la carne; lo confiesa en una carta a su padre, fechada el 27 de agosto de 1908: «Participo de las dobles tendencias morales del siglo actual; junto a la inclinación al pecado, experimento, a las veces, éxtasis de santo. Creo que Dios le dio al hombre, para confundirlo, esta duplicidad psicológica»132.






ArribaAbajoAdiós, Aguascalientes


El padre y la literatura: desafortunada dualidad

Al finalizar sus estudios preparatorios en el Instituto de Ciencias de Aguascalientes, Ramón López Velarde se trasladó a San Luis Potosí con el propósito de llevar a cabo su preparación profesional; consecuentemente, en 1908 ingresó al Instituto Científico y Literario de esa ciudad, a la Escuela de Leyes.

Paralelamente, Ramón continuó con sus colaboraciones literarias y escribiendo poesía, conciente incluso de que su padre desaprobaba esta actividad, quizá porque consideraba que era incompatible con los negocios o quizá porque estaba convencido de que no era redituable en lo económico. Don Guadalupe López Velarde personificaba al hombre práctico (recuérdese que además de abogado y de notario público era corredor de bienes raíces) y había educado a Ramón bajo la conciencia de que algún día respondería por el porvenir material de la familia.

Ramón valoraba la certificación de su padre y procuró no incomodarlo: en una carta a Eduardo J. Correa, fechada el 2 de marzo de 1908, alude a dos textos que tiene en su poder éste: «Monólogo de Fausto» y «Metempsicosis», y en la siguiente carta, fechada el 14 de marzo, solicita a Correa que le muestre el «Monólogo de Fausto» a su padre, puesto que no le parece correcto que lo conozca ya publicado.

Asimismo, en una carta fechada el 28 de abril, Ramón exhorta a Correa a no publicar su texto «Vendedora de pájaros», aduciendo razones personales. Y en la siguiente carta, fechada el 30 de abril, escribe: «Muy agradecido por su ofrecimiento, le ruego no trabaje en ningún sentido por mi presencia en los debidos agasajos que a Rosado Vega van a hacerle. No quiero dar ocasión a que mi papá sospeche que por mis aficiones literarias desatiendo mis estudios»133. Y finaliza advirtiendo a Correa que, aunque le envíe más textos, prefiere que permanezcan inéditos.

En una carta dirigida a su padre, fechada el 13 de mayo de 1908, manifiesta: «Comprendo hasta dónde trascienden sus enseñanzas sobre un irracional cultivo de la literatura; y penetrado de ellas le prometo seguirlas al pie de la letra, que con ello lograré ajustarme a los más indiscutibles principios morales y económicos»134. Esta carta demuestra entonces que necesariamente el padre tuvo que haber expuesto su opinión al respecto al hijo.

Lo anterior también explica acaso por qué, en determinadas cartas que le dirige a Correa, se percibe una inquietud en Ramón en cuanto a que sus textos sean publicados. En referencia a «Vendedora de pájaros», por ejemplo, aduce que «este artículo ha tenido interpretaciones en que figura alguien de carne y hueso, y por tercera persona he sabido que mi papá se desagradó. Realmente, la "Vendedora" encierra algo íntimo que por ahora no conviene seguir dando a la publicidad»135.

Derivado de su lectura, quizá el padre cuestionó al hijo, reclamándole una presunta relación de noviazgo, ya que en la mencionada carta del 13 de mayo Ramón le dice que nunca ha tenido novia, y que tampoco en San Luis Potosí ha «recibido una sola impresión de ese género»136. «Vendedora de pájaros»137 no es sino un texto en prosa en el que Ramón reiteradamente describe la tristeza que le provoca la «grave paisana mía, provinciana ausente, lánguida flor de jazmín», etcétera.

Más aún, en una carta fechada el 19 de mayo, Ramón le solicita a Correa destruir los textos «Metempsicosis» y «Monólogo de Fausto»138, pretextando que su contenido es árido y que no le satisfacen.




La muerte

En la misma carta del 13 de mayo a su padre, Ramón le informa de un presentimiento: «Mi carácter rarísimo [...] me hace prever una próxima desaparición de alguien de mi familia»139.

Hacia octubre de ese año comenta a Correa que su padre ha estado enfermo y su correspondencia se interrumpe hasta el 22 de diciembre: don Guadalupe López Velarde había muerto el 12 de noviembre140.

Luego de la muerte del padre la familia vuelve a Jerez y se hospeda en la casa de los hermanos de la madre, Salvador y Sinesio. Los hijos mayores, Ramón y Jesús, continuarán sus estudios en San Luis Potosí, bajo la protección y el apoyo económico de éstos.

Si un deber del hombre consiste en exorcizar el miedo, el del poeta consiste en conjurarlo con palabras: «Nunca, señor, pensé que el verso mío/ cuando te hablara en él por vez primera/ la música filial de los veinte años,/ del huérfano infelice la voz fuera»141.




Como la grulla del refrán

«Cuando me sobrevenga/ el cansancio del fin,/ me iré, como la grulla/ del refrán, a mi pueblo,/ a arrodillarme entre/ las rosas de la plaza,/ los aros de los niños/ y los flecos de seda de los tápalos»142.

Ramón López Velarde es el Poeta: el más querible, el más personal, el más íntimo. En cada poema suyo nos reconocemos y redescubrimos el mundo de maravilla que hemos perdido. «El pasmo de los cinco sentidos» renace en cada lectura de su obra: sus recuerdos son nuestros recuerdos y el «cielo cruel» es el cielo que nos cubre en las mañanas de provincia. Los aromas de la tierra mojada, del pan recién horneado, del rompope, del azahar de las bodas, de la iglesia y del crisantemo se respiran en el preciso instante en que surge su palabra. Así es la literatura lopezvelardena: clara y secreta, llena de luz y llena de sombra.






ArribaAbajoColofón

Cuando Ramón López Velarde llegó junto con su familia a Aguascalientes, a la edad de diez años, jamás imaginó la influencia que la ciudad ejercería sobre él, incluso hacia el periodo del Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe (1902-1906), durante el cual vislumbraba ya su futuro poético.

Aguascalientes experimentaba entonces una época fructífera con respecto del desarrollo cultural y tecnológico y una bonanza económica. El estado era privilegiado tanto por su ubicación como por su evolución. Era simultáneamente apacible y activo en los planos social, industrial y urbano. La cantidad y la constancia de las publicaciones periódicas ofrecía un amplio abanico de posibilidades para involucrarse en la labor literaria, y el interés por la educación y por las artes permitía que en la sociedad se fomentara la convivencia intelectual.

La casualidad trajo a su familia a Aguascalientes y lo llevó a encontrarse con un grupo de amigos que lo estimularon: Pedro de Alba, Enrique Fernández Ledesma, José Villalobos Franco y, finalmente, con el principal promotor de su poesía, Eduardo J. Correa.

Si consideramos el siguiente comentario de Jesús López Velarde: «Que yo recuerde, en la familia nunca había habido un poeta»143, debemos de considerar también que la familia no fue quien motivó su quehacer literario, sino el contexto en que se desenvolvió, es decir, la trascendencia que Jerez, la infancia, la religión, el amor, las mujeres, las plazas, los jardines, la escuela, el Santuario, en fin, la vida misma, tuvo en su poesía.

Repito: Aguascalientes marcó significativamente a López Velarde, quizá no en el aspecto de su formación espiritual, como Jerez, pero sí en el de su formación literaria.

Desde diferentes perspectivas, cada uno de sus amigos le aportó algo: Fernández Ledesma lo involucró en el ámbito cultural de Aguascalientes; De Alba le inculcó el gusto por las artes y las disciplinas; Villalobos Franco lo introdujo a la prensa; y Correa se convirtió en su protector, promotor y mecenas.

Según Agustín Yáñez, parece asombroso que, aunque no fuera su cuna, Aguascalientes haya formado a artistas de la talla de Fernández Ledesma, De Alba, Francisco Díaz de León, Mauricio Magdaleno, Antonio Arias Bernal, Jesús Reyes Ruiz, Antonio Acevedo Escobedo, etcétera, «pero la perplejidad cesa cuando se ha respirado el aire de Aguascalientes [...] cuando se ha gozado el silencio, el embeleso de San Marcos [...] cuando se han recorrido sus calles y sus jardines [...] cuando se han visitado sus templos y sus casas [...] entonces deja de ser un misterio la poesía milagrosa de López Velarde...»144.

Sin embargo, es un hecho obvio que el jerezano escribió muy poco acerca de Aguascalientes, quizá porque la ciudad era estímulo, y no motivo. Entre los textos que la refieren se encuentran «La escuela de Angelita» y la serie de cinco entregas de la columna Semanales: en «El calor. Vástago real. Espectáculos. Mes de María. Las fiestas», alude a las fiestas en honor de san Marcos; en «Los bustos. Para las lectoras. Panorámica. Toros. El Corpus», a los bustos que honraban la memoria de Jesús Terán y de José María Chávez, a la ciudad vista desde el mirador y a la celebración de una corrida de toros en apoyo de la Escuela Católica de Artes y Oficios; en «Don Rafael A. de la Peña. La banda. En honor de Othón. Nota europea. Leoncavallo», a la monotonía de los conciertos de la Banda del Estado; en «Ferrocarriles. Muerte de Rossi. Locales. La lluvia», a la ciudad en cuanto a sus mejoras urbanas y a las primeras lluvias; y en «Los asesinos de Barillas. Teatro. Ridiculeces. Un literato», a una compañía que actuó en el Teatro Morelos, a los coterráneos que emigraban a los Estados Unidos y que volvían con una actitud de «ayankados», y a la cesión de la Revista del Centro por parte de Carlos Toro a Leobardo Morfín, quien empalagaba a los lectores con «poesías cursilonas»... Una acotación: Semanales era una columna periodística miscelánea dentro de la cual López Velarde abordaba diversos aspectos de la vida cotidiana, no sólo de Aguascalientes, sino del país y del mundo.

Asimismo, en «Bohemio» recrea la época en que integró la «cofradía superficial y aturdida» y permite al lector imaginarse cómo era la vida en el Instituto de Ciencias.

«Dice Octavio Paz que no se explica la poesía actual sin López Velarde; la escuela mexicana de pintura tiene su autenticidad en Saturnino Herrán, y en la música mexicana Manuel M. Ponce abre los ojos hacia lo nacional y lo proyecta en el mundo entero»145. Pero lo más importante es que la pintura de Herrán, la música de Ponce y, sobre todo, la poesía de Ramón López Velarde, encierran un todo que nos es propio, íntimamente propio, y que el conjunto de su obra «todavía guarda un aliento de actualidad»146.








ArribaBibliografía

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  • Hemeroteca
    • Bohemio, El Observador, El Republicano, La Bohemia, La Provincia, La Voz de Aguascalientes, Revista del Centro.
  • Archivos
    • Archivo Histórico del Estado
      • -Hemeroteca.
      • -Archivos de la Secretaría General; sección: Instrucción Pública.
    • Archivo de la Diócesis de Aguascalientes
      • -Programas de Estudio del Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe.
      • -Invitaciones de Exámenes Públicos del Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe.
    • Departamento del Archivo General de la Universidad Autónoma de Aguascalientes
      • -Actas de Calificaciones del Instituto de Ciencias de Aguascalientes de 1905, libros 1 y 2.