Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  —128→  

ArribaAbajoInsurreccion militar de la granja; nuevo ministerio, presidido por d. José Maria calatrava.

Mientras tanto, se ocupaba el ministerio de Madrid, como hemos dicho, en hacer recoger las armas á la guardia nacional disuelta, y en publicar un plan general de estudios, que, aunque siempre muy util y muy bello, si se halla en armonia con el estado moral y economico de la nacion á quien se aplica, era ciertamente entonces la publicacion mas inoportuna que podia imaginarse; los periodicos de su devocion hacinaban á porfia cuantas noticias lisongeras podian haber á las manos, ó fraguar en sus oficinas, para reanimar el espiritu publico, como si este no hubiese dado en los dias tres y cuatro señales nada equivocas de que solo necesitaba dirijirse, no animarse. Espartero habia derrotado, por supuesto completamente, á Gomez, Soria á Quilez, Bernelle á Villareal, Buren á D. Basilio, y Gurrea á todos los facciosos de Cataluña. Los prisioneros y los muertos se contaban por cientos ó por miles, á arbitrio del impresor, y todo debia convencer al publico, á fuerza de palabras, de que no habia motivo ni pretesto para alterarse, ni para mudar el ministerio de Madrid. Pero en la Granja, no todos pensaban del mismo modo. Ya dijimos   —129→   que S. M. permanecia alli desde los primeros dias del mes de julio, sin que las importantisimas ocurrencias de Malaga, Zaragoza, Sevilla, Badajoz, y aun las de Madrid mismo, hubiesen sido bastantes á indicar la necesidad de que se restituyese á la capital. Ignoramos si esta funesta permanencia fue efecto de la sobrada confianza del ministerio, ó de la voluntad de S. M.; pero nuestro principio inalterable es, y sera siempre, atribuir á los ministros todas las faltas de los reyes, mientras que una conviccion de evidencia no nos obligue á hacer alguna excepcion. Créemos pues, por ahora y entretanto que no se sepa cosa en contrario, que la falta mas trascendental, que cometió el ministerio del señor Isturiz, fue la de abandonar las preciosas personas de las dos Reynas á la custodia de un simple batallon de la guardia, cuyos antecedentes no eran los mas recomendables, ni en lo politico ni en lo militar, y á otro de milicianos provinciales. Asi fue, que sobre ellos solos, fundaron y concentraron sus esperanzas los conspiradores que habian sido desarmados en Madrid. El dia 10, salieron para la Granja unos cuantos de estos, cargados de dinero, que se fue repartiendo entre los cabos y sargentos de los dichos batallones, ya prevenidos de antemano, y sin conocimiento de sus oficiales. Dijoseles que todo el ejercito de Aragon y Navarra habia proclamado la constitucion del año 12,   —130→   y que solo la obstinacion de los ministros, y de Quesada, impedia que la Reyna la jurase tambien, y la mandase observar en toda la monarquia. No era menester esto ultimo, sobrando con lo primero, para que estos se insureccionasen á las seis de la tarde del dia 12; y tomando el mando los referidos sargentos, en particular los llamados Higinio Garcia y Alejandro Gomez, se dirigieron al real palacio, dando feroces gritos de viva la constitucion! Parece que el intento era subir todos en tumulto, en cuyo caso era dificil evitar los desordenes de toda especie, que hubieran podido seguirse; pero, á instancias del capitan de guardias, se conformaron en nombrar entre si una diputacion, compuesta de los referidos sargentos, algunos soldados, y uno ó dos musicos, los cuales, introducidos en la real camara, hablaron á la Reyna en tono de cuartel, intimandola, no pidiendola, que mandase publicar la constitucion del año 12. Ninguno de los que la invocaban, ni aun acaso los que les movian á este desacato, la habian leido siquiera, ni sabia la diferencia que podia existir entre ella y el estatuto; pero sabian muy bien que aquel atrevido paso debia valerles una onza de oro á cada uno, y luego lo que la empresa pudiera dar de si. La Reyna, sobrecogida y en extremo asustada, ni supo que decir, ni lo que la decian, sino que una soldadesca desenfrenada la faltaba al respeto; y asi prorrumpió   —131→   inmediatamente en amargas lagrimas, diciendoles que bien, que haria lo que ellos quisiesen. Entretanto, la turba, que habia quedado abajo, amenazaba á todos los gefes de palacio, y puso presos algunos de ellos, haciendoles responsables de la determinacion de la Reyna. El vino corria abundantemente entre todos ellos, y aumentaba la algazara y la energia de los gritos, que resonaban en las escaleras y en las antecamaras; pero como los mismos ejecutores de la escena no sabian donde la debian terminar, luego que vieron la docilidad de la Reyna, se dieron por satisfechos, y se salieron de la camara, como quienes habian sido inspirados, pero no dirigidos. Mas apenas bajó Higinio, y habló con los repartidores del vino y del dinero, le dijeron que no era aquello solo lo que se necesitaba, sino que era indispensable que obligasen á la Reyna á firmar el decreto, sin el cual no habia que fiarse de su palabra. Volvió, pues, á subir el heroe de aquella jornada, con sus compañeros, y haciendose abrir las puertas de la camara de S. M., la intimó de nuevo, que se preparase á firmar el decreto que se la habia pedido, y que de lo contrario se atuviese á las resultas. Entretanto, ya era muy entrada la noche, y no era facil encontrar personas capaces de entenderse con aquellos forajidos para estender los decretos en una forma decente, y que no indicasen la violencia con que se subscribia aquel   —132→   acto. Varias copias y borradores se sacaron alli, sobre la mesa misma de la Reyna, y algunas fueron hechas pedazos por los soldados, mal satisfechos de alguna otra expresion, que no era conforme con las instrucciones recibidas en la escalera. Durante esta prolija operacion, los unos estaban profanando las sillas y sofaes de la habitacion, donde se sentaron muy comodamente; los otros se divertian en admirar los muebles y los cuadros; alguno se tomó la libertad de coger en sus brazos á la Reyna niña, lo cual arrancó un grito de inquietud á su madre; y todos difundian en la atmosfera un hedor insoportable á vino y aguardiente, de que se les habian prodigado las libaciones. Al fin, se pusieron en limpio los decretos que habia de firmar S. M., y pudo quedar libre de tan incomodos huespedes á las tres de la mañana.

De esta manera se restableció en España, por tercera vez, un codigo que ni los que le aclaman, ni los que le combaten, reconocen como posible de observarse en ninguna combinacion social; y á esta violencia han querido dar el nombre de convencimiento y espontaneidad de parte de la reyna Cristina: tal es la desfachatez de todos los partidos, que triunfan en las revoluciones.

Nada de esto se sabia en Madrid durante la mañana del 13; si bien corrian ya varios rumores, que aumentaba la falta del parte diario á la hora   —133→   acostumbrada. El ministerio envió inmediatamente al sitio uno de sus individuos, el de la guerra, para que se informase de todo, recibiese ordenes de S. M., y avisase la conducta que se debia observar en Madrid. Convocó al consejo de gobierno, que, como siempre, solo sirvió para aumentar los embarazos, sin suministrar el menor auxilio fisico, ni moral. El capitan general Quesada, el presidente del gabinete y los ministros, eran de opinion de enviar inmediatamente algunas tropas de confianza á sujetar los alborotadores, y poner en libertad á la Reyna, durante lo cual, respondia el primero de la tranquilidad de Madrid; pero parece que la mayoria del consejo de gobierno se opuso á esta resolucion, temiendo que peligrasen las vidas de SS. MM. No es facil calificar, aun despues de sabidos los sucesos, si este parecer del consejo era acertado ó no, porque, por mas desastrosa y perjudicial que haya sido esta, que se llama revolucion de la Granja, nunca pueden compensarse los males que ha producido con los que hubiera debido ocasionar el doble atentado contra la vida de las dos Reynas, delante del cual no eran hombres para retroceder ni los ejecutores ni sus mandarines; y el consejo les calificó muy exactamente, suponiendoles capaces de cometerle.

El ministro de la guerra, Mendez Vigo, se condujo en el sitio con bastante debilidad, cediendo   —134→   á las primeras amenazas, y dejandose envilecer hasta el punto de ser el mismo el portador del decreto arrancado á la Reyna, y trayendo en su propio coche algunos de los sargentos ó cabos, ejecutores de la insureccion. Este general debió acordarse entonces, de que hay momentos, en que los gefes, solo por serlo, estan obligados á perecer, no solo porque asi lo previene la ordenanza, sino porque lo prescribe el honor.

El dia 14, se supo universalmente en Madrid, por la llegada del parte, que una insureccion militar se habia consumado en San Ildefonso, y que, de sus resultas, la Reyna habia jurado la constitucion. Inmediatamente principiaron á juntarse muchos corrillos en diferentes sitios, pero particularmente en la Puerta del Sol, repitiendo vivas! y manifestando estrañeza de que el ministerio no publicase un decreto tan importante. Mas el marques de Moncayo, que todavia no habia recibido orden de tolerar ningun movimiento, reforzaba los cuerpos de guardia, y mandaba salir numerosas patrullas por las calles, para dispersar los grupos. El mismo salió con un piquete de caballeria, con el propio intento, y á pesar de sus modales atentos y circunspectos, no dejaron de dispararle algun tiro, cuando desembocó en la Puerta del Sol, donde estableció piquetes de infanteria, igualmente que en la plaza mayor. Mas ya entonces se habia trabado una escaramuza en   —135→   la calle de Toledo, entre algunos guardias nacionales y un destacamento de cazadores de la Reyna Gobernadora, en cuyo encuentro fueron heridos un guardia nacional llamado Goldoni, el teniente coronel del regimiento Calvet, y algunos otros de una y otra parte. Enterado de esta ocurrencia el capitan general, y sabiendo que los guardias nacionales se habian dado el santo para reunirse y hacerse fuertes en el convento de San Basilio, envió alli, á las seis de la tarde, alguna infanteria, con un cañon, para derribar las puertas, lo cual no tardó en verificarse; y sorprendidos los guardias, en el interior del edificio, capitularon, y se rindieron prisioneros, á las diez de la noche, sin que ninguno de ellos hubiese sufrido el menor mal.

El dia 15 hasta las 9 de la mañana todo estuvo en los mismos terminos que el anterior, pero en aquel momento llegó el ministro de la guerra Mendez Vigo, acompañado de los sugetos que ya dijimos antes, y trajo la orden de publicar la constitucion y los decretos en que se destituia á todos los ministros, y se nombraba al general Seoane en remplazo del general Quesada. El nuevo capitan general no perdió un momento sin presentarse personalmente en la puerta del Sol, donde ya le esperaba una immensa turba, que le recibió con gritos de vivas á la constitucion. Recomendó el orden y se retiró. Lo mismo hizo el general Quesada, aunque bajo diferentes auspicios, por   —136→   que no habiendosele comunicado orden alguna y abandonado á si mismo, se hallaba siendo el objeto casi unico de la rabia y furor de los vencedores, contra los cuales no le quedaba otro recurso que la fuga. En efecto, este fue el partido que tomó, y ocultandose durante dos dias en la fabrica real de tapices, segun se dijo, tomo despues el camino de Francia, acompañado de un solo criado. Se detuvo por su desgracia en Hortaleza, á corta distancia de Madrid, donde fue reconocido por los nacionales del pueblo, quienes le arrestaron y dieron parte á sus compañeros de Madrid. Un grito de muerte resonó inmediatamente contra el, y una multitud de sables penetraron en sus nobles entrañas. Quisieramos evitar al lector la relacion de todos los actos de barbara crueldad, de que fue acompañada y seguida su muerte, porque desgraciadamente la generacion actual tiene muchos ejemplos, con que compararla, asi en España como en otro paises, donde las revoluciones politicas parece que no han tenido otro empeño, mas que el de disculpar los horrores, que antes distinguieron á las guerras religiosas.

Baste decir, que los pocos restos, que quedaron del cadaver del general Quesada, fueron custodiados por un piquete de caballeria, y que las demas porciones, que habian formado el cuerpo de este honrado militar fueron á saciar las innobles pasiones de los concurrentes al café nuevo de Madrid.

  —137→  

Casi al mismo tiempo que sucedian estos tristes acontecimientos, perdia la Francia y con ella todos los hombres juiciosos de la Peninsula, uno de los sugetos mas estimables, que han honrado jamas la diplomacia. El conde de Rayneval, que desde la llegada de M. Bois-Lecomte á Madrid, se habia trasladado al Sitio á comunicar á S. M. las instrucciones de su gobierno, acometido de una grave pulmonia, complicada con un ataque de gota, y afectado de la importancia de los acontecimientos, que habia previsto y no le era dado remediar, rindió el ultimo suspiro á pesar de todos los esfuerzos de la medicina. Esta perdida debia ser llorada como una calamidad publica, y solo sirvió de regocijo á los nuevos coriféos del poder, para quienes la vista del conde de Reyneval era un perpetuo é inexorable fiscal de todas sus operaciones, cuyo origen y marcha conocia mejor que ellos mismos. Esta noticia fue recibida en Francia con pesar de la corte y de los numerosos amigos de este hombre de estado, y no fue la que menos contribuyó á adoptar la politica espectante, que vimos inmediatamente suceder á las ideas de cóoperacion, que habian prevalecido poco antes en el gabinete. La resolucion inmediata fue disolver las legiones auxiliares, que se estaban formando en la frontera, y comunicar á M. Bois-Lecomte y al secretario de la embajada de Madrid las ordenes mas estrechas para no comprometerse   —138→   con el nuevo gobierno, sino dentro de los limites espresamente estipulados en el tratado de la cuadruple alianza.

La publicacion del nuevo codigo fue recibida en España con desagrado y con desconfianza general, no porque en ella se viese el triunfo de un partido mas ó menos popular, pues en España no hay ninguno que lo sea, sino porque, sin obtenerse ningun resultado positivo, solo se conseguia por el pronto alarmar á la Europa, resfriar á nuestros aliados, alejar á los ministros y encargados de negocios de otras potencias, que aunque no lo fuesen, conservaban ciertas relaciones de armonia con el gobierno español, debilitar y aclarar las filas de los liberales, presentar un flanco á los partidarios del pretendiente, y crear un nuevo germen de division entre los ortodoxos, ó creyentes en la divinidad del tal codigo, y los cismaticos ó partidarios de su modificacion. Solo un principio aparecia resaltar como producto de la ultima asonada, que era el de la soberania popular, ya consignado en el tal codigo y nuevamente fortificado con la esclusiva accion de los sargentos á despecho de sus oficiales. Este principio, algo mas fecundo en consecuencias que la democracia pura, quedó sin duda alguna consagrado en España por medio de la revolucion de San Ildefonso, á lo menos hasta tanto que otra revolucion del mismo ó de otro genero vuelva á deshacer lo   —139→   que esta quiso edificar, ó á crear elementos todavia mas bajos, que formen la base de otro nuevo orden de cosas. Por de pronto, las inmediatas consecuencias fueron destruir en un momento todos los restos, que aun existian de la disciplina militar: anular el influjo de las clases superiores en el ejercito, trasladandole á las inferiores: disolverse divisiones enteras sin otra razon que la de que no querian obedecer á sus oficiales: deponerse en otras á los generales y gefes superiores, nombrando en su lugar sargentos ó subalternos, que gozaban de la popularidad de cuartel: propasarse los mismos soldados á conferir por si solos insignias y ordenes militares: y por ultimo, suscitar una emigracion espantosa de todos los hombres, que tenian que perder, lo cual ha contenido en parte el gobierno á fuerza de tirania y de vejaciones arbitrarias.

Cualquiera que vuelva la vista sobre este espectaculo y considere la ocasion, que estos constitucionales turbulentos dieron al pretendiente para mejorar su posicion, no sabrá cual admirar mas, si la imprudencia de los unos, ó la falta de habilidad del otro. Es evidente para todo el que no quiera cerrar los ojos á la verdad, que durante la epoca, que estamos recorriendo, la mas leve concesion de D. Carlos en favor de un sistema, no diré, rigurosamente constitucional, pero tan solo exento de los furores del absolutismo,   —140→   se hubiera llevado tras si la immensa mayoria de españoles de todos los partidos. Mas ¿que decimos concesion? la simple oferta de no confundir los errores con los crimenes y abrigar bajo su manto á todos los que por un efecto imperioso de las circunstancias le habian hostilizado de cualquier manera, habria bastado para que una multitud de Españoles se apresurasen á buscar en el un principio de orden y de garantia social, que no se encontraba en ninguna otra parte. ¡Cuan á poca costa pudo este principe enarbolar el ramo de la oliva, que muy pronto se hubiera convertido para el en palma de la victoria, con solo mostrarse justo, por no decir, indulgente! Pero el espiritu del error parecia cubrir con un nuevo y espeso velo el corazon y la cabeza de sus mas asiduos consejeros. Animados estos del mismo principio de intolerancia y furor, que hemos visto dominar en los conspiradores de la Granja, ningun fin, ningun proposito, ninguna perspectiva es para ellos lisongera sino la que les ofrece una feroz y completa venganza sobre sus ciertos ó supuestos enemigos. No, los consejeros de D. Carlos, los que han influido é influyen en que este principe se mantenga inexorable en el estrecho circulo de sus principios de intolerancia, ni aman á su pais, ni respetan su persona, ni le quieren por Rey, por mas que preconicen una fidelidad, que desmienten todos   —141→   sus actos. Del mismo modo que los que no temieron trastornar toda España, esponiendola á nuevos y sangrientos horrores por sostener un codigo, que ellos mismos reconocen como impracticable, ni son constitucionales, ni Españoles, ni siquiera merecen el titulo de hombres, sino el de monstruos.

Consumado ya este acto de insurreccion en la capital de la monarquia, todas las provincias, en que no se habia proclamado el nuevo regimen, se apresuraron á proclamarle, y principió una nueva era de interinato legal, pues en el mismo decreto dictado á la Reyna por los sargentos de la Granja decia S. M., que se publicase la constitucion en el interin que, reunida la nacion en cortes, manifestase espresamente su voluntad. Es decir que por el pronto se privaba á la nacion de una carta ó constitucion, ó llamese como se quiera, que habia sido jurada y aceptada sin oposicion alguna y á quien no se achacaba otro defecto substancial, sino el haber sido una concesion de la corona, para substituir el regimen interino de otra constitucion, reconocida por todos como defectuosa; es decir, como mala y necesitada de rehacerse. Si los que tal pensaron y obtuvieron, no hubiesen renunciado á toda idea de pudor, habrian debido conocer, que en esto solo ya manifestaban bien á las claras que no era el deseo del bien publico ni el amor á la libertad, quien   —142→   habia provocado su movimiento, sino pasiones viles y personales, á que sacrificaban la seguridad y ventura de su patria. Las cortes estaban ya para reunirse con el objeto especial de reformar el estatuto, y esta reforma, era entendido de todos, que debia consistir en dar mayor amplitud á la representacion nacional. Ninguno habia tan osado, que se atreviese á sospechar, que la proyectada revision habia de ser para limitarle. ¡Ojalá que asi se hubiera pensado y ejecutado, pues que para nosotros y para todo el que conozca el estado moral de la España, las libertades y garantias, concedidas por el estatuto, son mucho mas estensas, que las que por ahora convienen ni ha menester la nacion! Mucho nos engañaremos, si las reformas, que esas otras cortes van á emprender de su constitucion querida, la dejan tantos principios de orden, y libertad, como tenia el desechado estatuto. En una palabra, la constitucion de Cadiz adolece de tantos errores, que es absolutamente imposible hacer de ella otro uso, que el de refundirla y hacer otra nueva. Menor trabajo y tiempo hubiera exigido ensanchar ó estrechar la ley anterior, supuesto que á lo menos ya tenia bases monarquico constitucionales, á las que es indispensable acudir, no solo en España, sino en toda Europa ¿Pero y el principio de la soberania? Este principio estaba ya implicitamente consagrado en el estatuto, como lo está   —143→   en toda ley fundamental, que concede á la representacion popular el derecho de votar los presupuestos. Ese principio, ademas, no sirve absolutamente para nada en la practica, sino como fundamento para nuevas y eternas revoluciones. Ya veremos, cuando llegue el caso de la proyectada reforma de constitucion si los mismos, que hoy blasonan de exagerados ó mas bien de hydropicos de libertad popular, no la reducen tal vez á limites mas estrechos, que los que han combatido con tan desgraciada facilidad.

El asesinato de Quesada hubiera sido seguido, ó acompañado del de los ministros, si estos no se hubiesen sustraido con la ocultacion ó la fuga á los puñales de sus perseguidores. La misma humillacion tuvieron que sufrir otros muchos personages, que con fundamento ó sin el, pasaban por estatutistas, es decir, por fieles á la ley, que se les habia mandado jurar y obedecer, hasta que unos soldados insurreccionados y vendidos á otros revolucionarios mas cobardes que ellos mismos, decretaron su abolicion. Llegó la cosa á terminos, que se hizo una especie de moda el ocultarse, ó por lo menos, decir con cierto misterio á sus amigos, que se habia mudado de habitacion: tanta era la verguenza, que cansaba á los hombres que tenian que perder, el que no se les considerase enemigos de los conspiradores.

Por el contrario, estos ultimos hacian gala de   —144→   su facil fechuria, y aun intentaban parodiar en cierto modo la revolucion de Paris del mes de julio de 1830, llamandola patriotica y popular, é intentando formar de ella una secüela de la revolucion del año 20 ¡Pero que diferencia de la situacion, en que se hallaba entonces la España y la que tenia en 1836! Ya hemos dicho en el primer volumen de esta obra, que cuando estalló la revolucion de la Isla, se hallaba la nacion sepultada en todo el rigor del despotismo, durante el cual, sabido es que no pueden obtenerse las reformas, cuando no alcanzan las suplicas, sino por medio de revoluciones. Pero en 1836, la situacion era diametralmente opuesta, pues que no solo estaba la nacion constituida, sino en el completo goce de mucha mayor libertad, que la que realmente necesita ningun pueblo. Repetimos pues, que la tal insureccion ni fue patriotica, ni liberal, ni mucho menos necesaria, sino pura y completamente facciosa. ¡Plegue á Dios, que á lo menos sea util y provechosa para los fines, que la sirvieron de pretesto!

Lo singular es, que esta misma insurreccion, tan desnuda de todas las condiciones constitucionales, halló eco y aprobacion en una parte numerosa de la prensa francesa é inglesa, interesadas, segun ellas dicen, en la civilizacion de aquel pais. Claro es, que no hablamos sino de aquella parte de la prensa, que trafica en hacer la   —145→   oposicion y en afectar un radicalismo, que ni comprende ni desea tal vez. La oposicion noble y franca, en cualquier pais que se ejerza, representa siempre un principio de gobierno, mas ó menos en contradiccion con el que siguen los ministros, á quienes combate. Analiza y censura sus actos con el objeto directo y muy constitucional de derribarlos del poder, para apoderarse de el ella ó sus amigos. Les hace la guerra con las armas, que la constitucion del pais ha puesto en manos de todos, y en esta guerra bien entendida y noblemente ejecutada, recibe la nacion un gran beneficio con tal que en ella se observen dos condiciones esenciales: la primera, que nunca se trate de destruir el principio fundamental gubernativo, segunda, que nunca se trunquen ó desfiguren los hechos, sobre los cuales ha de recaer la analisis ó la censura. Pero cuando la oposicion toma por blanco la esencia misma del gobierno, que la permite escribir, ó cuando desnaturaliza los hechos ó los inventa con solo el objeto de calumniar ó hacer odiosos á sus adversarios, entonces la oposicion es facciosa, criminal y aborrecible. Tal se mostró la prensa estrangera, á que hacemos alusion inmediatamente que llegó á su noticia la revolucion de la Granja. No la disputamos el derecho de créerla ventajosa, cuanto se quiera, á sus miras, ó á su modo de ver en politica, al concepto mas ó menos exacto ú equivocado,   —146→   que podia tener del estado de la España; pero la rehusamos el derecho de alterar la relacion de los acontecimientos y la facultad de calumniar á su propio gobierno. La oposicion no tenia derecho para asegurar, que la Reyna habia jurado libre y espontaneamente, cuando sabia que era falso; y decimos que lo sabia, no por mera presuncion, sino por que todas las relaciones, aun aquellas mas favorables á la insurreccion, decian espresamente, que S. M. habia resistido cinco horas á las instancias de unos sargentos, que se habian introducido en su propio cuarto106. ¿Y es esta la libertad, que se requiere para un acto de tal importancia?

Con igual mala fé se ha esplicado y se esplica la oposicion, al deducir las consecuencias inmediatas de la revolucion de la Granja, esto es, en la cuestion de intervencion. Es bien sabido, que mientras los negocios publicos caminaron en España con mas ó menos felicidad, pero bajo el influxo constitucional del estatuto, la oposicion se mostró rebelde é inexorable contra toda idea de intervencion ó cooperacion directa, la cual no queria presentar, sino como un medio tiranico de ejercer un influjo nocivo á la libertad é independencia de la peninsula. En vano, cuando los   —147→   carlistas adquirieron ventajas notables, la voz individual de los Españoles mas sensatos y aun el ministerio mismo clamó por la necesidad, de que la Francia tomase á su cargo la terminacion de una lucha tan obstinada. La oposicion se embravecia mas y mas contra ella y auguraba mil desastres para el caso, en que se tomara semejante resolucion; pero apenas se consumó el atentado de la Granja, pues atentado fue y no otra cosa, cuando ya todos los organos de esa misma oposicion facciosa se unieron para clamar sobre la necesidad de dar auxilios poderosos á los revolucionarios, á fin de no hacer dudosa su victoria asi en España, como en otra parte. Por muy acostumbrados que ya estemos á las continuas contradicciones, en que incide la oposicion anticonstitucional de Francia é Inglaterra, no podia menos de llamar la atencion este repentino cambio de lenguaje, que se observaba en una y otra, ni á ella misma podia ocultarse esta observacion. Pero consecuente en su perfidia, no temió asegurar, que el gobierno francés habia estado dispuesto á intervenir en favor de D. Carlos, como si, aun queriendolo, hubiera podido jamas verificarlo directamente, despues del tratado de la cuadruple alianza. ¡Hasta tal grado llega el frenesi del espiritu de partido, y á tal envilecimiento ha llegado la prensa en paises, que se hallan al frente de la civilizacion europea! Ha sido esto tanto mas reparable,   —148→   cuanto los principales campeones, que han tomado á su cargo fascinar á la Europa y á si mismos sobre la ultima revolucion de España, pretenden hacerse jueces competentes de la cuestion por el conocimiento intimo, que alegan tener de las cosas y de las personas. Pero desgraciadamente olvidan desde las primeras lineas, que su encargo no es juzgar, sino abogar por todo lo que lleve el aspecto de una revolucion. Es esto hasta tal punto cierto, que no tienen reparo en derribar los mismos idolos, que ellos habian fabricado, desde el momento que no les hallan propicios á seguir todas sus aberraciones, cualesquiera que ellas sean. ¿Es necesario, por ejemplo, envilecer con el dictado de apostatas y retrogrados á los que el dia antes se habian representado, como modelos del progreso social? Pues no hay reparo en hacerlo, por mas que en ello se atropelle la decantada amistad y la mas intima conviccion. Una ligera pausa, el mas imperceptible estremecimiento á la vista de los asesinatos, les derriba del concepto de patriotas y populares en la pluma de estos imaginarios amigos. ¿Que importa que hayan luchado por la libertad, si no se precipitan hasta el desorden? ¿De que sirve que pocos meses antes hubiesen manifestado su compatibilidad hasta con la anarquia improvisada, si no la reconocen, como unico y perpetuo medio de asegurar los derechos del hombre? Digan sinceramente   —149→   los que hubieren leido muchos de los articulos, que se publicaron en aquel tiempo, si es ó no exacta la idea, que damos de su espiritu é intencion. ¿Pero que podia importarles á tales escritores sacrificar estas ó las otras reputaciones estrangeras, cuando ningun reparo tenian ni tienen en envilecer su propio gobierno y aun su propia patria, en cuanto dice relacion con la revolucion Española? La base principal de sus razonamientos sobre este punto ha consistido siempre en hacer que toda Europa forme un juicio bajo y despreciador de la fé francesa; para lo cual no han tenido inconveniente algunos articulistas franceses en auxiliar el odio de los enemigos de su nacion. ¡Tan cierto es, que el espiritu de partido acaba por destruir aun los mas nobles sentimientos nacionales!

Volviendo á nuestra narracion, diremos, que la Reyna fue conducida el dia 17 á Madrid, como en troféo del triunfo conseguido por los exaltados, y recibida por la guarnicion y guardia nacional, que solo victoreaba á la constitucion, mas no á las personas de SS. MM., como se acostumbraba anteriormente. Al siguiente dia fue la entrada solemne de la columna hazañera del sitio, á cuya frente venia el general Rodil, y á su lado, mandando la columna, el sargento Higinio Garcia, heroe de la pieza, gozando y saboreando los honores de la victoria. Pero, como si en semejantes   —150→   escenas fuese condicion esencial el derramamiento de sangre, no se pasaron muchas horas sin que uno de los batallones de la guarnicion de Madrid, del 3º. de la guardia, se estuviese batiendo en las calles con los recien venidos de la Granja. El resultado fue digno de los agentes instigadores, pues consistió en matarse unos 20 soldados y en saquear el cuartel del mismo tercer regimiento, que es el fin ordinario de estas patrioticas escaramuzas. Todos los dias inmediatos fueron señalados con desordenes mas ó menos parciales, que servian como de confirmacion de que habia finado la epoca de la disciplina militar. Mas estos llegaron á su colmo el dia 23, cuando el nuevo gobierno cansado yá de tan repetidas escenas de insubordinacion, les dió la orden para salir en persecucion de la banda de Basilio Garcia: los heroes de la Granja rehusaron la obediencia, como que semejante salida no presentaba tan halegueñas esperanzas, ni se pagaba tan bien como la de invadir la habitacion de una muger augusta sola y desamparada. Por fin, se dignaron desembarazar á Madrid de su presencia, con tal que saliese acompañandolos y haciendoles los honores el nuevo capitan general en persona, como asi se verificó.

Las primeras disposiciones de los nuevos magnates fueron, como era de esperar, repartir entre los suyos los ministerios y principales destinos   —151→   de la nacion. D. José Maria Calatrava tomó la presidencia del Gabinete, con el ministerio de estado, y la orden de proponer los nuevos ministros siendolo, en aquel mismo dia, D. Ramon Gil de la Cuadra para la gobernacion, D. Joaquin Ferrer para hacienda, mas por renuncia de este ultimo, y despues de un corto interinato de D. Mariano Egea, se posesionó de el, como centro suyo, el celebre Mendizabal, cuyo nombre habia servido de estandarte á la nueva revolucion. Pocos dias despues, fue elegido Rodil, ministro de la guerra, comandante general de la guardia y general en gefe del ejercito del Norte; D. José Landero y Corchado, ministro de gracia y justicia; y un joven, llamado D. Jose Maria Lopez, ocupó el puesto que se habia dado á Gil de la Cuadra, pasando este á la marina. Aunque todos estos nombramientos indicaban un destornillamiento completo de las ideas, pues ninguno de tales individuos habia dado pruebas de capacidad gubernativa ni administrativa, ninguno admiró tanto (pudieramos decir escandalizó) como la simultanea comision dada á Rodil, de dirigir el ministerio y mandar en gefe un ejercito, donde, algunos meses antes, habia dejado consignada una ineptitud á toda prueba. Algo mas natural pareció el nombramiento del general Mina, para inspector general de la guardia nacional del reino, dandole por secretario á D. Cayetano Cardero,   —152→   porque una y otra gracia fueron miradas como el pago de una deuda contraida por la revolucion; pero admiró no poco la intrepidez de Mendizabal, de volver á tomar el hilo, tan felizmente cortado para el, de aquel laberinto de embrollos, en que habia dejado la administracion publica, sin arredrarse siquiera por la idea de que el publico pudiera sospechar, que estos mismos embrollos hubiesen sido la primitiva causa de tan ruidosas novedades.

Sea de esto lo que se quiera, el nuevo ministerio principió su carrera gubernativa, haciendo la primera justicia á su idolatrado codigo, mandando suspender aquel sin numero de decretos, con fuerza de ley, emanados del prurito legislador, de que adolecieron las famosas cortes de los años 22 y 25, que ya hemos analizado en el primer tomo de esta obra. Cada uno de ellos ofrecia un nuevo tropiezo, capaz de paralizar la marcha administrativa, privandola de todos los recursos. Cuando no fuese mas que el relativo á diezmos, bastaba por si solo para reducir á una mitad la entrada mas saneada de cuantas disfruta el tesoro publico. Ya hemos visto á cuanto asciende esta renta del estado, que los hombres irreflexivos han querido hacer pasar como exclusivamente privativa de la iglesia. Los ministros empezaron á ver muy pronto, que no era todo haber provocado y obtenido una revolucion, sino que se necesitaban   —153→   medios para llevarla adelante. La pobreza, esta plaga de la España, que ha engendrado tantas otras, se ofrecia con todos sus horrores á la vista de la nueva administracion, y esta no encontraba otro camino que seguir, sino el del terror y la tirania, en el cual se engolfó desde los primeros dias. Movilizacion de la guardia nacional, una quinta de cincuenta mil hombres, y un prestamo forzoso de doscientos millones de reales, fueron las primeras muestras que dió de su poder, y la prohibicion de dar pasaportes para pais estrangero, y estimular la delacion, las primeras pruebas de su liberalismo. Irritaba bastante su orgullo el ver que una multitud de personas notables ya por su nacimiento, ya por sus riquezas, ya por los altos cargos que habian desempeñado, y ya por su merecido concepto de amantes de la libertad, huian del territorio español, ó dejaban los empleos de que estaban revestidos, por no participar del contacto de una revolucion que, cuando no fuese tan sangrienta como aparecia deber serlo, era á lo menos no necesaria. Esta irritacion, que los verdaderos hombres de estado saben sacrificar á la politica, produjo en nuestros demagógos una nueva contradiccion de los principios, que decian profesar. Providencias de secuestro, y amenazas de confiscacion, eran el ordinario raciocinio de estos regeneradores de la libertad. No contentos con emitir y ejecutar   —154→   estas ideas que, aun en Turquia, pasarian por retrogradas, renovaron otra todavia mas abominable, y contra la cual habian ellos mismos hecho sonar todas las trompetas de la fama. Esta fue el nombramiento de una junta de cinco varones, eminentes en virtud y en saber, que calificasen á todos los magistrados, desde el tribunal supremo de justicia hasta el ultimo juzgado de primera instancia, tantas veces reformados, réemplazados, separados, trasegados y purificados.

Esta disposicion no era otra cosa, que la repeticion del barbaro sistema de purificaciones, inventado en Cadiz, por hombres que se decian liberales, imitado y sobrecargado despues por los ministros del absolutismo. Esta prontitud del señor Calatrava, á poner en practica un medio tan soberanamente injusto, denunciaba el celo propio de la invencion.

Pero hasta los mismos ministros concibieron la necesidad de ponerse al abrigo de otras nuevas invasiones de los anarquistas, y una vez llegados al poder, cualquiera que fuese la impureza de su origen, sintieron que era preciso apoyarle en la observancia de las leyes que ellos habian pisoteado con tanta impudencia. La Gaceta oficial del 31 de agosto vino á dar una justa explicacion de lo que debe entenderse por soberania nacional, y el unico sentido, en que el ministerio toleraria que se implorase. Esta esplicacion era   —155→   una verdadera condena de todos los medios empleados por los ministros, y sus amigos, para elevarse sobre las ruinas del poder anterior, y la parte concerniente al sagrado nombre de S. M. la Reyna gobernadora, un estigma indeleble contra las violencias ejercidas, el dia 12 de aquel mismo mes, en su persona y en su casa. Pero al fin, era una doctrina sana, y una señal de resistencia, sin la cual no puede existir ningun ministerio en el mundo. Si estas doctrinas, en lugar de ser hijas de la situacion momentanea, en que principiaban á hallarse los ministros, hubiesen sido un producto de sus propios principios, ningun inconveniente tendriamos en aconsejar á los Españoles, que se habian separado del nuevo estado de cosas, que se reconciliasen con el, y le prestasen su apoyo, prescindiendo ú olvidando la ilegitimidad de su nacimiento; porque, no permitiendo el estado interior del reino levantar otra nueva bandera de moderacion, estando los carlistas amenazando la seguridad comun, exigia la prudencia todos los sacrificios del amor propio. Mas era demasiado conocida la hipocresia de aquel lenguaje, y la inseguridad de los principios de tales hombres, para fiarse de sus promesas. Hoy imploraban la ley para que protegiese sus usurpados sillones, y mañana la hollarian ellos mismos para impedir que ningun otro los ocupase; hoy se revestirian de la severitad legal   —156→   y mañana permitirian que cualquiera de los suyos se negase abiertamente á obedecer las ordenes de su propio gobierno. Era necesario, pues, dejar al tiempo y á los sucesos la indicacion de la conducta que debian seguir los disidentes, y entretanto, no hacian poco con seguir fieles á sus principios.

Entretanto, los negocios de la guerra tomaban un aspecto cada dia mas alarmante. Basilio Garcia, despues de recorrer impunemente varias provincias del reino, de haber asustado á la corte, de haber ocasionado y acelerado una revolucion completa en el gobierno, y despues de haber fatigado una multitud de columnas, que habian salido á perseguirle, se habia vuelto muy descansadamente á Navarra, pasando el Ebro, el 26 de agosto, por el vado de Rincon de Soto, y trayendo consigo, ademas de su columna casi intacta, seiscientos reclutas, y una cantidad respetable de dinero, procedente de sus exacciones. Dos dias despues de su llegada, otra expedicion carlista, compuesta de cuatro batallones y algunos caballos, al mando de un tal D. Pablo Sanz, paso tambien el Ebro, con animo de renovar las mismas excursiones ya ejecutadas por Gomez. El ejercito del Norte, ya muy desmembrado con las diferentes columnas que habian salido en persecucion de este ultimo, se hallaba ademas dividido en opiniones sobre obedecer ó no á la constitucion, y   —157→   por decontado, con poquisima disciplina. Su general en gefe Cordova, que, aun despues de admitida sa dimision, habia permanecido á su frente, esperando la llegada del sucesor, se habia refugiado en Francia por recelo de sus enemigos politicos, que acababan de triunfar. La faccion de Gomez, á quien los diarios de Madrid se empeñaban en pintar casi del todo destruida y en un estado deplorable, acababa de dar una señal de vida y de fuerza, atacando y cogiendo prisionera, en Jadraque, la columna del brigadier Lopez, compuesta en su mayor parte de aquellos mismos batallones que, pocos dias antes, habian insultado á la Reyna en la Granja. Era evidente, que aquella derrota no se habia debido mas que á la indisciplina de aquellos infames soldados, cuyo destino parecia ser unicamente dar dias de luto y de ignominia á la patria. Las divisiones, que debian formar el ejercito de reserva de Aragon, bajo las ordenes de los generales Montes y Villacampo, se habian disuelto por si solas, y retiradose á sus casas por su propia autoridad. Solo la columna mandada por el brigadier Irribarren habia logrado un dia de triunfo, sorprendiendo y derrotando la division carlista, que mandaba Iturralde en Navarra, cuyo ventajoso suceso contuvo tal vez la disolucion del ejercito del Norte.

Mas en el mismo tiempo, la corte de D. Carlos ofrecia una esperanza de apoyo, no solo á la   —158→   constitucion nuevamente promulgada, sino al gobierno de los Cosacos ó de los Beduinos, como dijo Barrio Ayuso, si estos hubieran querido mezclarse en nuestros negocios. Pues, cuando parecia natural que los que rodean y dirijen á este principe se hubiesen apresurado á aconsejarle, que se mostrará como un iris de paz en aquella desecha tormenta; cuando su interes y su gloria le mostraban la ocasion oportuna de hacer ver al mundo, que sus principios de gobierno eran muy compatibles con la necesidad de la paz, que es el vinculo comun, que hoy mantiene el equilibrio de la Europa; cuando todas las miradas, de un lado y otro del Pirineo, estaban fijas sobre las primeras palabras de la corte de Oñate; cuando, tal vez, no se esperaba mas que la voz de olvido y tolerancia, para inundarle de adhesiones, la corte de D. Carlos lanzó una especie de mandato, ó pastoral, fecha en Azpeitia, ordenando unas rogativas publicas y secretas, invocando la intercesion de la Virgen de los Dolores, para acabar de destruir el partido liberal, que sin distincion alguna se designaba como impio, feroz y enemigo de Jesu Cristo. Esta inconsiderada produccion fue una proclama, sino una apologia, de los revolucionarios españoles, y una respuesta convincente á cuantos argumentos intente hacerles la buena fé y la logica mas comun y trillada. Si algun dia D. Carlos, ó sus sucesores, esperimentan   —159→   la suerte á que todas las apariencias les destinan, deben acordarse que la deben principalmente al decreto real firmado en Azpeitia, á 25 de agosto de 1836, por el pretendiente á la corona de España, y refrendado por su ministro universal D. Juan Bautista de Erro.

Cuando el nuevo gobierno de Madrid recibió este singular documento, no pudo menos de comprender todo el alcance de un socorro tan inesperado, y asi se apresuró á publicarle en todos sus diarios, como un topico poderoso para calmar la aguda sensacion, que estaban produciendo sus derrotas militares. Ya nada le contuvo para hacer llevar á efecto el repartimiento tan brutal, como arbitrario, de los doscientos millones, en que mas bien que una anticipacion, se habia propuesto la ruina de todos los capitalistas, que no eran de su partido; ya no hubo reparo en comunicar las ordenes mas estrechas á las autoridades civiles, para apoderarse de todas las alajas y vasos sagrados, que las iglesias tenian destinados al culto; ya se pusieron en venta á publica subasta los edificios y campanas de todos los conventos suprimidos, sin temor del mal efecto, que semejante medida podia producir en un pueblo generalmente notado de mas supersticioso que devoto, por que la Virgen de los Dolores se habia encargado de responder á tales escrupulos; ya, en fin,   —160→   creyó llegado el momento de imponer respeta á las mismas sociedades secretas y republicanas, ante las cuales habia quemado el incienso de una revolucion.

Todas las juntas insureccionales de las provincias, excepto las de Malaga y Granada, se habian disuelto, y aun estas mismas ofrecian poco motivo de temor, á causa del desconcepto que les habia dado, singularmente á la primera, su conducta sordida, feroz y desorganizadora. Uno de sus primeros pasos habia sido dar suelta, y armar los presidarios de aquel puerto, por medio de los cuales sostuvieron algun tiempo las pretensiones de los demagógos granadinos, hasta que unos y otros fueron presa de los carlistas, ó mas bien de su propia indisciplina, como diremos mas adelante. Pero el ministerio tenia dentro de Madrid otros enemigos mas osados, por lo mismo que estaban mas ocultos. La sociedad de los comuneros habia vuelto á instalarse bajo la direccion de un D. Lorenzo Calvo de Rozas, antiguo coriféo de cualquier partido que pudiese conducirle al ministerio de hacienda, ultimo y unico objeto de su ambicion liberalesca; y con el renacimiento de la sociedad, habian vuelto á despertarse sus antiguas rivalidades con los francmasones. Su programa, tal cual puede inferirse de su mal combinadas maniobras, consistia en una especie de   —161→   republica federativa, cuyo centro director habia de quedar anexo á la junta de sus principales miembros, á que parece dan el titulo de fortaleza sublime; mas en sustancia, el fin principal era dominar á todo gobierno establecido, por medio de sus numerosos afiliados. A esta sociedad se asemejaban en el fin, ya que difiriesen en los medios, otras varias que, con los nombres de isabelinos, federalistas, carbonaros, joven Italia, joven España, y otras mil denominaciones, minaban la seguridad publica, y eran una traba perpetua á todo gobierno, que no sacrificase á cada una de ellas todos los destinos. Esta condicion era ya imposible de cumplirse por parte de los nuevos ministros, que los habian ido repartiendo entre los que les habian ayudado á serlo; y de ahi provino la casi simultanea amenaza de guerra, que le hicieron los periodicos, que servian de organo á cada una de las dichas sociedades. La Ley, que siempre fue un periodico eminentemente liberal, y tan juicioso como bien razonado, habia cesado su publicacion, y este silencio era una tacita confesion de que ya los males de España no podian corregirse con la pluma, sino con la espada. El Español, que, á escepcion de muy pocos dias, habia hecho antes, é hizo despues, una noble oposicion á los errores ministeriales, fue el primero, que mereció las iras del gabinete, por un articulo en que se atrevió á decir la verdad á   —162→   quien no queria oirla107. El Patriota, el Castellano, el Eco del Comercio, todos los periodicos en fin, menos la Revista, cuyo caracter esencial es no tener ninguno, insinuaron con bastante claridad, al ministerio, que estaban decididos, bien á pesar suyo, á hacerle una vigorosa oposicion, si no continuaba marchando por las vias del progreso. Esta era la palabra enigmatica, ante cuya solucion habian perecido todos los ministerios anteriores, y debe perecer el de Calatrava, y cuantos, á el se sigan, porque ni en España, ni en Francia, ni en ninguna parte, se han tomado el trabajo de definirla los que la apoyan ni los que la combaten. Es un remedo de aquella union hipostática, por cuya inteligencia sacrificaron en algun tiempo los hombres su libertad, su independencia y su vida material y politica. El progreso es una idea de relacion, que indica el camino, ó espacio, que se recorre hacia el fin que se propuso al principio andar. Asi, el que tiene, por ejemplo, deseos de subir á una alta torre, cada escalon que vence es un progreso, que ha hecho para llegar á su fin. Un joven podrá subir los banzos de dos en dos, ó de tres en tres; un anciano hará mucho en subirlos uno á uno, tomando algun descanso de rato en rato;   —163→   una debil muger tomará las mismas precauciones que un anciano; un niño ira abanzando como pueda de escalon en escalon, y vencerá las dificultades con proporcion á sus fuerzas: pero el niño, asi como el anciano y el joven, habrán hecho progresos y se habrán acercado mas ó menos al objeto que se propusieron. Mas si el anciano, la muger y el niño, por imitar al robusto joven, aceleran su marcha, sin consultar la debilidad de sus fuerzas, ó se rendirán al cansancio, ó caerán tal vez hasta el punto de donde salieron, perdiendo en un instante el fruto del progreso de muchas horas. La torre, á que los Españoles caminan es el orden legal, llamado por otro nombre, y con menos exactitud, la libertad civil y politica; sus escalones son las reformas, que nadie sino los imprudentes, quiere ni puede vencer á saltos; y la diferencia de edades representa la diferente situacion moral de la España respecto de otras naciones, ó de ella misma respecto á otras epocas, para vencer las dificultades, que va encontrando en su marcha. Facil seria, si quisiesemos, indicar y demostrar cual ministerio, de los cinco que se han sucedido despues de la muerte de Fernando VII, ha hecho mas sensibles progresos hacia el orden legal, que pide y necesita la parte pensadora de los Españoles; pero no intentamos suscitar rivalidades, ni debe importar gran cosa, que se sepa nuestro sentir en esta polemica.

  —164→  

Baste saber que los que invocan perpetuamente la necesidad del progreso, sin precisar el termino donde han de hacer alto, dan fuertes sospechas de que el unico fin, que se proponen es obtener alguna colocacion, con que progresen ellos mismos; y estos son siempre los enemigos mas formidables para los ministros.

En medio de tantos anuncios de una tempestad, cuando no de una derrota inmediata, el nuevo ministerio recibió una señal de vida con el anuncio del nombramiento de un embajador francés en Madrid.

Esta noticia sorprendió generalmente, y debia sorprender, tanto á los amigos como á los enemigos del nuevo orden de cosas. Cotejado este acto de consentimiento, de parte del gabinete francés, con la repentina disolucion de las legiones destinadas á cóoperar en España, envolvia una especie de contradiccion aparente, que cada uno procuraba interpretar segun sus disposiciones interiores, ó su modo de ver en politica. Los unos afectaban mirar este paso, como un solemne reconocimiento de la revolucion de la Granja; los otros, como una muestra poco disimulada de los temores, que inspiraba la situacion personal de la Reyna, á cuyo lado se enviaba una especie de escudo, ante el cual, como representante del poder de la Francia, debian estrellarse las maquinaciones de los malvados; algunos querian ver en el un artificio para comunicarse directamente   —165→   el gabinete francés con la Reyna, sin la participacion de los ministros, aprovechandose del privilegio, que tienen los embajadores, sobre los simples ministros plenipotenciarios, de pedir audiencia y penetrar á la real camara, sin ponerse antes de acuerdo con el secretario de estado; y no faltó quien creyese, y propalase, que este era un nuevo artificio para concertarse con la Reyna, explorar su voluntad, y preparar una nueva restauracion: ¡tanta es la injusticia con que, en lo general, ha sido mirada la politica francesa respecto de la España!

Sin embargo, no puede menos de decirse, en obsequio de la verdad, que no fue la prensa española, quien sirvió de eco á estas infundadas suposiciones, sino los periodicos ingleses. Estos, de cualquiera opinion que sean, no perdonan jamas á quien, de una manera ó de otra, fundada ó no fundadamente, recelan que puede perjudicar á los intereses materiales de su pais. Los tories como los whigs, los radicales como los conservadores, todos son Ingleses antes que todo, y esta bellisima cualidad, digna de elogio y de envidia, es lastima que algunas veces les haga ser injustos con los demas. La nueva revolucion de España, entre los infinitos males á que espuso la libertad del pais, ofrecia á la Inglaterra y á su comercio un mercado exclusivo, licito é ilicito, donde vaciar sus inmensos almacenes de todos los articulos,   —166→   principiando por las armas, y concluyendo hasta con las piezas mas usuales del vestuario de militares y paisanos. La latitud de sus leyes maritimas, y mas que todo, esta costumbre comercial, que es alli una segunda naturaleza, les hace no confundir jamas la cuestion de ganancia con la cuestion politica; y asi les es indiferente que los productos de sus fabricas se inviertan en el triunfo de la Reyna ó en el de su competidor. La sola diferencia en esta clase de contratos se mide por la mayor ó menor probabilidad del pago de sus suministros. A D. Carlos, por ejemplo, no se le puede vender mas que al contado, porque, una vez expelido del territorio, no le quedaria ninguna hipoteca, que respondiese del pago. A la Reyna, por el contrario, ó á sus ministros, se les ofrecen todas las facilidades y terminos imaginables, porque, aunque una desgracia inesperada la hiciese perder el trono, siempre quedaria responsable la nacion, en cuyo nombre se habrian hecho todas las especulaciones. Agregandose á esto la rebaja de aranceles obtenidos de las juntas rebeldes, la facilidad del contrabando, bajo pretesto de surtidos para la legion inglesa, y sobre todo, la poca escrupulosidad en el ministro Mendizabal, para firmar cuantos tratados se quieran, con tal de asegurar alguna anticipacion, para ir saliendo adelante, se vera á donde suben los provechos que la Inglaterra saca   —167→   hace tres años de la guerra civil española. Todas las ligeras perdidas que hayan podido ocasionar á sus habitantes, como á las del resto de Europa, las dos bancarrotas de Toreno y Mendizabal, en la disminucion de los valores españoles, son una gota de agua, comparadas con las inmensas ganancias de su comercio y de sus fabricas. El que se tomase la molestia de hacer un calculo aproximado de estas sumas, haria un gran servicio á la nacion, presentandola un cuadro de los males, que la ocasionan sus disturbios interiores, al paso que serviria de balanza para pesar la naturaleza, de las verdaderas simpatias, que inspiramos.

Ahora bien, la prensa inglesa, que tanto se ha opuesto á la simple idea de intervencion de parte de la Francia, en la epoca en que esta intervencion hubiera cerrado la mina de la guerra civil, desató su colera y atropelló todos terminos del decoro, luego que supo la disolucion de las legiones francesas, que se preparaban en la frontera. Alli fue el acusar al gabinete, de que se substraia á los compromisos tomados en el tratado de la cuadruple alianza: alli el suponer que se habia dado orden para repasar la frontera á los argelinos, que se estaban batiendo en Navarra: alli el inventar secretos tratados con D. Carlos para colocarle en el trono mediante el matrimonio de su primogenito con la reyna Isabel: alli por fin subir hasta las nubes los auxilios de armas y municiones con que   —168→   abiertamente se socorria á sus partidarios. En todas estas calumniosas aserciones no habia mas que tres cosas ciertas: la primera, que se habian disuelto efectivamente las legiones auxiliadoras, de resultas del nuevo aspecto, que ofrecia la reciente insurreccion militar de la Granja: la segunda, que el gobierno francés habia tenido que ceder á las justisimas quejas de los labradores y traficantes de los departementos fronterizos, que estaban arruinandose con la prohibicion antilegal de no poder vender sus frutos y los objetos de primera necesidad, que no tuviesen relacion inmediata con la guerra, á los Españoles: tercera, que los Ingleses sentian en el alma no ser los unicos á surtir todos y cada uno de los puntos de la Peninsula española. En realidad, la segunda de estas medidas, esto es, el permiso para vender viveres á los carlistas, les fue á estos de grandisima utilidad durante los meses mayores, que precedieron á la cosecha de 1836; pero no podia tampoco el gobierno francés prolongar por mas tiempo los sufrimientos y ruina de sus subditos por una causa, que aunque agradable y conveniente á su politica, al fin no era suya propia108. Todas las demas   —169→   alegaciones no solo eran injustas, porque eran notoriamente falsas, sino que recordaban el vergonzoso contraste entre los servicios que estaba prestando la legion francesa y la nulidad de los que habia prestado la inglesa. El verdadero caracter de la politica francesa en aquel tiempo, fue, como ya hemos dicho, una politica espectante, es decir, una intencion sincera de cumplir el tratado de la cuadruple alianza, pero no mas que cumplirle, no exagerarle. El que quiera léer sin prevencion este tratado, no hallará ciertamente en el ninguna clausula, que diga relacion con una intervencion ni cóoperacion armada, sino la obligacion de guardar las fronteras y prestar un inmenso apoyo moral á la causa de la Reyna. No créemos equivocarnos diciendo que hubo tiempo, en que la Francia hubiera estado dispuesta á intervenir con todas las fuerzas necesarias, sino lo hubiera resistido la Inglaterra y el intempestivo orgullo del gobierno español. Pero todas nuestras esperanzas decayeron desde que oimos aquel delirar de nuestros ministros y diputados en un tiempo, en que solo ellos podian cegarse sobre su   —170→   absoluta impotencia. Culpense pues á si mismos y á su necia vanidad los que tanto clamorean contra el espiritu del gabinete francés, y sepan que la casi totalidad de los Españoles, menos los carlistas, á nadie echará en cara los infinitos males que está sufriendo, sino á los baladrones, que por conservar ó adquirir una popularidad, que no merecen, desechaban un auxilio, que nadie les ofrecia. Intentar despues de eso, que la Francia cóoperase exclusivamente en favor de los revolucionarios de la Granja, cuando no lo habia hecho para el triunfo del estatuto, es conocer muy poco los intereses de toda Europa, que cada dia mira con mayor inquietud esa tendencia desorganizadora, que se bautiza con el nombre de movimiento. Nosotros esperamos con confianza, que no está lejos el dia, en que desengañados los que influyen en los destinos de la España de la inutilidad de buscar simpatias en los delirios, acudirán al verdadero camino de forzar la cóoperacion de sus amigos por medio de un prudente retroceso hacia las ideas conservadoras, que son las verdaderamente sociales. Pero mientras que el trono y la constitucion monarquica de nuestro pais no tengan otras raices que las bayonetas de unos soldados y la ambicion de las sociedades secretas, nadie querrá intervenir en nuestro favor, sino el que en ello encuentre su propio negocio.

Otra de las noticias consoladoras, que recibió   —171→   el ministerio de Madrid fue la revolucion de Lisboa, ejecutada el dia diez de setiembre casi en los mismos terminos que la de la Granja: es decir, que era una imitacion perfecta de ella, y que revelaba el mismo origen y direccion. La unica diferencia sustancial que debemos observar en ella, consiste en que en esta ultima el cuerpo diplomatico, menos el ministro español protestó contra la violencia ejercida con la Reyna y su esposo, mientras que en España no se verificó otra protesta, que la salida de los ministros de Austria, Prusia y Napoles, pero en cambio se dieron muchas y poco dudosas señales de aprobacion de parte de algun enviado de primer orden; las causas de esta anomalia no serian dificiles de esplicar, por poco que se quisiesen recordar los efectos inmediatos, que produjo la restauracion de la misma constitucion el año de 1820 en España y en Portugal, respecto de sus relaciones comerciales con la Inglaterra; pero como esta analisis nos distraeria algun tanto de nuestro principal objeto y alargaria demasiado este escrito, nos limitaremos á indicarla en mas oportuno lugar. Solo consignaremos como un hecho fecundo en reflexiones y tal vez en consecuencias, que el gabinete inglés dió señales de aprobacion del levantamiento de la Granja y de disgusto del de Lisboa por medio de sus respectivos ministros en ambas cortes, sin embargo de haber sido identica la   —172→   naturaleza, el fin y aun el modo de ejecutarse una y otra.

Mas estas ventajas esteriores en nada mejoraban la situacion interior, que cada dia se presentaba bajo un aspecto mas sombrío, y hacia temer un resultado mas que dudoso. Mientras que ya en las calles de Madrid se oian algunos gritos aislados de vivas á la republica, que afortunadamente no hallaron el eco que ellos buscaban, y mientras que la junta de Malaga estaba dando el ultimo golpe á los recursos de la administracion y de la industria nacional, vendiendo ó mas bien mal baratando el derecho de entrada libre de los algodones ingleses por espacio de 30 dias, Gomez verificaba su reunion con las columnas de Cabrera, Quilez, Serrador y Esperanza en la provincia de Cuenca, formando entre todos una fuerza muy superior á la que podia oponerles ninguno de los cuerpos nacionales. La Cataluña volvia á dar grandes motivos de inquietud con la llegada del general carlista Maroto, de quien se suponia, que podia dar unidad á las numerosas bandas que recorrian el principado, y el coronel Buil acababa de sufrir en Valencia una derrota muy semejante á la del brigadier Lopez. Todo lo cual decidió por fin la salida de Rodil de Madrid, retardada hasta entonces por falta de fondos. Esta salida coincidió con una de aquellas ventajas inesperadas, que suelen de vez en cuando cambiar   —173→   instantaneamente el aspecto de los negocios publicos, cuando parecian estar mas desesperados. La villa de Requena habia resistido con heroicidad á un ligero ataque, que las partidas de Gomez y de Cabrera le dieron el dia 13 de aquel mes (setiembre): y decimos con heroicidad, porque aunque es una villa de diez á once mil almas y cercada de un antiguo muro, tenia poquisima guarnicion comparada con el numero de los que venian á combatirla, y no hubiera sido estraño que les abriesen sus puertas, cuando tantas otras capitales de provincias, que tenian mas medios para defenderse, no se habian atrevido á hacerlo. Sorprendió tanto mas esta defensa en Madrid, cuanto algunas horas antes se habia publicado su entrega con algunos detalles muy circunstanciados.

Pocos dias despues, el 20 del mismo mes, la division de Alaix, que en el fondo era la misma con que Espartero habia salido en persecucion de Gomez, le alcanzó en Villarrobledo y por un brillante ataque del escuadron de husares de la princesa, mandados por su bizarro coronel D. Diego de Leon, consiguió desalojarle del pueblo y hacerle un millar de prisioneros. Bajo estos brillantes auspicios se verificaba la salida del general ministro de la guerra marques de Rodil, quien en lugar de dirijirse con sus ocho batallones rapidamente sobre el enemigo, á quien la victoria   —174→   principiaba á volver las espaldas, se fue muy despacio á Guadalajara y desde alli á Buendia, desde donde el 25 de setiembre anunció con gran enfasis al señor Mendizabal, que habia quedado de interino en el ministerio de la guerra, que pensaba situarse en Huete. Desde esta posicion, decia, cubro á Madrid, Toledo y Cuenca, y observo todo cuanto puede ocurrir sobre la orilla izquierda del Ebro. Con esta mira estoy en comunicacion con las brigadas de Narvaez, San Miguel y Alaix, desembarazando á este ultimo del cuidado de los prisioneros de Villarrobledo, si es que ya no los ha entregado á los comandantes generales de las provincias de Toledo, Ciudad real ó Albacete. Por lo demas, añadia, ya he dado un vistazo sobre estas tropas, que por un efecto inevitable de las circunstancias se habian indisciplinado, y estoy seguro de que con ellas podré hacer frente á los enemigos, cualquiera que sea su fuerza numerica. Era menester mucho conocimiento de las personas á quienes se escribian estas cosas para atreverse á firmar un conjunto tal de desatinos. Observar desde Buendia ó desde Huete, en el centro de la España, lo que podia ocurrir del otro lado del Ebro, pues esa es la orilla izquierda, era tan imposible, como cubrir á Madrid, Toledo y Cuenca con ocho batallones de gente indisciplinada y que acababa de dar malisimos ejemplos en los pueblos, donde   —175→   habia permanecido. Rodil era muy hombre para hacerse tales ilusiones y para imaginar que cuanto alcanza su vista sobre el mapa, lo ven tambien sus ojos sobre el pais.

Pero lo que mas contribuia á confundir, en aquellos dias, los calculos de todos, asi en Madrid, como en todo el reino, era ver los apuros en que tanto Alaix, como Rodil, se hallaban con la novedad de los prisioneros, sin hablar de otra cosa, y sin encontrar otra disculpa á la estraña paralizacion de sus movimientos. Alaix parecia clavado en Villarrobledo, y Rodil en Huete, mientras que Gomez paseaba á su sabor las mejores poblaciones de la Mancha, y amenazaba penetrar en Andalucia. Ya entonces debió conocer Rodil que no le era facil observar, con sus ocho batallones, las orillas del Ebro y las del Guadalquivir; por lo que se decidió en el gabinete dar el mando en gefe del ejercito del Norte á D. Baldomero Espartero, y á Rodil el de otro ejercito, que, con la denominacion del Centro, se habia de formar en Alcalá, y que, como otras muchas cosas, se quedó en mero proyecto y noticia de gaceta.

Cada dia que amanecia, en las primeras semanas del mes de octubre, trahia nuevas noticias, la una mas infausta que la otra, de los progresos de las marchas de Gomez. Ya toda la Andalucia estaba declarada en estado de sitio, lo cual equivalia   —176→   á decir, que el enemigo habia penetrado en ella, y que todas sus provincias podian ser invadidas de un momento á otro. Su entrada en Baylen, en Baeza, en Ubeda y en Andujar, no solo indicaba poco recelo de las columnas que iban en su alcance, sino lo que es peor, que contaba con las simpatias de los habitantes, en el nuevo pais, que iba á recorrer. El capitan general de Sevilla, Espinosa, se apresuraba á reunir todas las fuerzas disponibles y guardias nacionales, con las que se acantonaba y fortificaba en Carmona y Fuentes de la Campana, á mas de treinta leguas del enemigo. Quiroga se daba prisa á provéer la Alhambra de galleta, harina y carnes saladas, para refugiarse alli, en caso de que Gomez se hiciese dueño de la ciudad de Granada. La unica esperanza que tenian los patriotas, consistia en que la resistencia de la ciudad de Cordoba podria dar tiempo, á que se adelantasen las columnas de Alaix y Rodil, que todavia penetraban con recelo por los pueblos de la provincia de Jaen, y aun el ultimo no habia salido de la de Toledo; pero esta esperanza decayó repentinamente, al saberse la ocupacion de aquella populosa capital. En ella se habian reunido, es verdad, tres mil nacionales y doscientos caballos, con animo de hacerse fuertes en los edificios de la inquisicion y colegio de San Pelagio; pero el populacho abrió las puertas á los invasores, y todos aquellos valientes cayeron en   —177→   poder del vencedor. El terror entonces llegó á hacerse general en toda España, no solo por la enormidad del suceso, sino todavia mas por la consideracion de los recursos en armas, municiones, caballos, voluntarios y dinero, que debian ser el fruto de una empresa tan atrevida. La Andalucia, que hasta entonces habia pasado en los diarios por ser una poblacion generalmente liberal, daba muestras poco equivocas de que, como todo el resto de la España, lo unico que deseaba era el reposo, cualquiera que fuese la mano que se lo proporcionara. Una semana entera permaneció Gomez, siendo soberano dueño de aquella gran ciudad, donde si bien pudieron cometerse algunos excesos inevitables en tales casos, y sobre todo bastantes exacciones de caudales publicos, no se puede rehusar á este caudillo la merecida gloria de haber mostrado una moderacion y tolerancia tanto mas admirables, cuanto tenia pocos ejemplos que imitar, ni entre los suyos, ni entre sus adversarios. Entre los muchos prisioneros, que tuvo la fortuna de hacer en esta y otras muchas occasiones, habia nombres capaces de despertar resentimientos en una alma menos generosa que la suya, y estos resentimientos hubieran podido aumentarse con la muerte dada al gefe de la caballeria Villalobos; pero no solo no los escuchó, y trató á todos ellos con la posible humanidad, sino que acabó por darles libertad, ó mas bien por facilitar que ellos   —178→   mismos se la tomasen. Queremos hacer esta justicia á D. Miguel Gomez, por lo mismo que son tan pocos los que le han precedido, ni imitado, en todo el trascurso de la guerra civil, y porque el espiritu de partido, espresado en la prensa de Madrid, se aceleró á calumniarle, publicando que habia quitado inhumanamente la vida á los principales patriotas que habian caido en sus manos, lo cual equivalia á confesar que esta era la conducta, que ellos habrian observado en igual caso.

A todo esto, la Gaceta oficial guardaba un profundo silencio, ó solo le rompia para publicar los partes mas insignificantes de algunos gefes politicos, ó comandantes de fuertes, que habian puesto en derrota alguna partida de diez hombres, ó con pomposas descripciones de planes estrategicos, que el general Rodil se entretenia en estender á sus solas en su cuartel general de Orgaz, en la provincia de Toledo. El ministerio amontonaba decretos sobre decretos, saqueaba las iglesias bajo pretesto de evitar que las saqueasen otros, y creaba un ejercito de empleados de hacienda, que asi podian contribuir á la terminacion de la guerra, como las paralelas de Rodil. La entrada de los carlistas en Cordoba habia encontrado simpatias en otros pueblos de la provincia, como Palma del Rio, Priego, Rute, Carcabuey y Baena, que proclamaron á Carlos V. Otra conspiracion del mismo genero se acababa de descubrir   —179→   en Almuñecar, provincia de Granada, y en el arrabal de Sevilla, llamado Triana, se notaban ya sintomas de una inquietud amenazadora.

Para hacer este cuadro todavia mas aflictivo, se supó casi al mismo tiempo que una parte de la division de Gomez, salida de Cordoba con direccion á Granada, habia bastado para destrozar, en Baena, la columna revoltosa de la junta insurreccional de Malaga, al mando de Escalante; siendo lo mas sensible, que en ella habian sido incorporadas algunas tropas de la capitania general de Granada, donde mandaba Quiroga. Durante esta rapida espedicion, la ciudad de Cordoba habia quedado entregada á si misma, y sin otro gobierno que el que la sensatez de sus vecinos encontró, y encontrarán siempre las poblaciones de España, en su admirable sistema municipal. El mismo gefe politico tuvo que salir en busca de Alaix, para esponerle la situacion del pueblo, y tratar del cange de prisioneros, despues de nombrar una junta de seis personas, que cuidasen en su ausencia del despacho de los negocios. Alaix le contestó, con una arrogancia bien inoportuna en su posicion, que iria á rescatarlos á tiros, y no por cange; ¡tanto habia trastornado la cabeza del pobre caballero el suceso de Villarrobledo, en que no habia tenido otra parte que la de saberle inutilizar! Por fin, al cabo de dichos siete dias, salió Gomez para   —180→   Montilla, desde cuyo punto amenazaba caer sobre Sevilla, sobre Granada ó sobre Estremadura. En cada una de estas tres provincias, se le esperaba y se le temia, y se desconfiaba de poder resistirle. Alaix entró en Cordoba pocos momentos despues de la salida de Gomez, y lejos de seguir sus pasos, que necesariamente debian ser lentos, llevando consigo tantos prisioneros y un inmenso botin, solo parece que se ocupó en formar un contraste harto vergonzoso entre la conducta de su tropa y la que habian seguido aquellas, á quienes llamaban facciosas. Espinosa y Butron llegaron á Cordoba el 14 de octubre, siete dias despues de la salida de Gomez, para reunirse con la division de Alaix, y obrar con mas inmediacion y concierto, dando tiempo á que el ministro de la guerra Rodil fuese echando sus lineas, y formase una red de donde, en su concepto, no podia escapar un solo hombre de toda la gabilla de Gomez. Mas el gobierno, y la opinion publica de Madrid, principiaban á apreciar en su justo valor este charlatanismo matematico militar, y tomó el primero otra resolucion mas acertada, cual fue la de hacer venir á marchas forzadas la division del brigadier Narvaez, cuyo gefe gozaba de una reputacion muy superior á su grado, ya que no lo fuese á su merito. Este oficial era el unico, en quien por entonces se cifraban las esperanzas de los que deseaban el bien por si mismo, y no por   —181→   el color politico de quien hubiese de proporcionarle.

Y ya que incidentemente tocamos este punto, permitasenos hacer una corta digresion, que acaso podrá servir de clave para esplicar muchos de los desastres, y desaciertos, que ha habido ocasion de llorar durante los tres años, que llevamos de guerra civil. El ejercito español, reducido á lo estrictamente necesario, durante los ultimos años de la vida de Fernando VII, por la nimia reduccion del presupuesto de la guerra, tenia por necesidad un gran sobrante de oficiales indefinidos, ilimitados, impurificados, é inempleados, en fin, en la unica carrera á que habian consagrado su vida. La inmensa mayoria, sino el total de estos honrados militares, tenia gravisimos motivos de descontento, no tanto de que su suerte fuese mucho menos feliz de lo que debiera serlo, cuanto de que, á la mayor parte de ellos, se les habia opuesto como unico cargo de acusacion la simple obediencia á las ordenes del gobierno, ó de sus gefes legitimos. Cada uno, pues, pertenecia á una categoria de descontento, ó de rivalidad, para con sus compañeros de profesion, que no podia menos de dar origen á cierta desunion, siempre mas ó menos funesta á la causa publica. Ya, desde la guerra de la independencia, habian principiado á suscitarse rivalidades entre los oficiales antiguos y los creados por las juntas de provincia, entre   —182→   los guerrilleros y los de linea, entre los de un ejercito y otro; mas estas diferencias se acallaron y desaparecieron con la feliz terminacion de aquella lucha. Pero no bien hubo fenecido, cuando ya la division entre serviles y liberales volvió á abrir otra arena, que todavia parece no haberse ensangrentado lo suficiente, supuesto que ella preparó desde entonces la guerra civil de los años desde el 20 al 23, y la que por desgracia aflige á la nacion actualmente. En los intervalos de estas tres epocas y aun durante alguna de ellas, pasaron á America diferentes cuerpos que con mas ó menos exito, hicieron la guerra á los que al principio fueron meros insurgentes, y despues pasaron á ser pueblos, que batallaban por su independencia y libertad. No es nuestro animo recordar, ni aun ligeramente, los grandes acontecimientos de aquella lucha de pigmeos, para oprimir ó emancipar regiones gigantescas. Solo queremos decir, que los oficiales españoles que se emplearon en ella, aunque con poco suceso, adquirieron ciertos habitos de hacer la guerra, muy distintos de los que tiene adoptados la civilizacion européa. No diremos que todos se dejasen penetrar de los ejemplos, que veian, hasta el punto de imitarlos, pero si podemos asegurar que muchos se acostumbraron á cierta barbarie, que una vez adquirida y considerada como medio de fuerza, suele abandonarse con dificultad. Hubo tambien algunos   —183→   que prevalidos de la distancia, que les separaba de la metropoli y del centro del gobierno, se aprovecharon de la triste facilidad de hacer sus pequeñas revoluciones, deponiendo y creando gefes á su arbitrio, y destruyendo la disciplina, que tanto se tarda en restablecer una vez perdida. Concluida la guerra contra las colonias españolas, volvieron muchos de estos oficiales, cargados de grados y aun algunos de gloria, en medio del ningun resultado de sus esfuerzos, y el gobierno de Madrid no creyó que era politico escarbar, digamoslo asi, sobre su conducta anterior y los fue empleando á todos segun su posibilidad. La masa de oficiales, que habia quedado en la Peninsula, no podia ver con gusto los rapidos ascensos de los que volvian sin traerse consigo la victoria, y de alli se seguian las hablillas y una especie de escision, á que siempre las pasiones de los hombres corresponden con otra. Formaron, pues, los oficiales superiores venidos de America una masa compacta de proteccion reciproca entre todos ellos, y de enemistad y oposicion contra todas las reputaciones, que no eran de su escuela. Esta masa ó amasijo de oficiales americanos se conoce en España con el epitéto de Ayacuchos y tiene sus gefes y directores, que la prudencia no aconseja nombrar.

Volvamos á las marchas de Gomez. Mientras que el ministro Rodil aseguraba que en virtud de   —184→   sus profundas combinaciones, aquel no podia dar un paso, sin venir á ser presa de alguna de las columnas, que le tenian en jaque, el tuvo la osadia de ir á sitiar nada menos que dos divisiones que se hallaban reunidas en Almaden. Estas dos divisiones ó columnas eran precisamente aquellas, á quienes de un modo mas positivo habia ofrecido Rodil, que iria á socorrerlas mucho antes de que fuesen amenazadas del menor peligro, y á esta seguridad se debió sin duda el que ellas prolongasen por espacio de 29 horas una defensa inutil y que comprometió una de las mas ricas alajas de la monarquia. Mas no se crea que esta ocupacion del Almaden fuese efecto de alguna maniobra atrevida, de aquellas que no puede evitar la mas activa prevision. Nada de eso: el partidario Gomez despues de haber dado libertad á cerca de dos mil prisioneros en Pozo Blanco, marcha lentamente por los Pedroches y se dirije á Almaden: intima la rendicion á los brigadieres Flinter y Puente: los rinde prisioneros y se hace dueño de las inmensas riquezas, que encierra aquella fabrica de azogues. Si no quiso destruir los medios necesarios para el trabajo de aquellas preciosas minas y privar por largo tiempo al gobierno de la Reyna de una hipoteca importante de su credito, debese á la dulzura de su caracter, que otros en iguales circunstancias no hubieran escuchado tal vez. Pero lo mas importante de esta   —185→   operacion de Gomez fue haber desbaratado en un instante todas las supuestas combinaciones del ministro, interponiendose entre el y la division de Alaix, y abriendo paso sin obstaculo para invadir la provincia de Estremadura, que hasta entonces se hallaba virgen de enemigos.

Ciertamente, causa verguenza recordar una epoca de tantos desaciertos é ignominia como resaltaba sobre el ministerio español, no solo por la ineptitud del que tenia á su cargo el departamento de la guerra, sino mas aun por la obstinacion con que sus compañeros se empeñaban en mantenerle en su no merecido puesto. Dejemosle ser el ludibrio de los facciosos de Gomez y dejemos tambien á este proseguir y terminar su estraordinaria aventura, para echar una mirada sobre la marcha general de les negocios publicos. Mas antes digamos dos palabras sobre aquella otra columna, que bajo el mando de D. Pablo Sanz habia pasado el Ebro, dos dias despues que le repasó la de Basilio Garcia.

Esta nueva columna parecia tener por objeto ir á completar en Asturias y Galicia lo que Gomez no habia hecho mas que preparar pocas semanas antes. Mas bien fuese que los pueblos se hubieran comenzado á desengañar del poco fruto, que les resultaba de estas visitas repentinas, ó que el nuevo gefe no reuniese las cualidades, con que hemos pintado al primero, la verdad es, que este   —186→   no acertó á despertar las mismas simpatias que aquel. Sus tentativas sobre Oviedo fueron infructuosas, y sin embargo de la poca actividad que desplegó contra el el general Peon, bastó la resistencia, que le opuso el comandante general de Asturias y la aproximacion de la division portuguesa, al mando del baron das Antas, para obligarle á recaer sobre la provincia de Leon, donde tampoco fue mas feliz. Mas como en aquella fatal epoca parecia ser condicion esencial, que ninguno de los cuerpos militares, que defendian la causa de la Reyna, hiciese su deber, llegó á tal punto la indisciplina de la division de Peon, que despues de cometer mil escesos de todo genero, ella misma le depuso del mando y proclamó en su lugar á D. Federico Castañon, que se hallaba de segundo cabo en Castilla la vieja. Bien fuese que el gobierno recelara aparecer grandemente responsable por la desnudez y abandono, en que habia dejado aquellas tropas, ó porque considerase efectivamente culpable al general Peon, ó privado del apoyo necesario para desobedecer abiertamente, como lo han hecho otros muchos, lo cierto es, que sin darse por entendido de la insolencia de la tropa, espidió dos decretos, confirmando en todas sus partes los efectos de esta anarquia militar. Por el primero, con fecha 17 de octubre, se nombraba al dicho Castañon por gefe de la division amotinada, dando   —187→   orden á Peon, para que se presentase en Valladolid á dar cuenta de su conducta. Por el segundo, con la del 19, se ordenaba el arresto de Peon y su conduccion al alcazar de Segovia, donde se le formaria causa. Lo mas admirable es, que el gobierno creyó, que ya habia cumplido, con solo no permitir que se hablase en la Gaceta ni de los escesos de los soldados ni de su escandalosa insurreccion. Afortunadamente, Castañon no tardó en alcanzar á Sanz en Salas de los Infantes, donde le ocasionó alguna perdida, y despues no se volvio á oir hablar de el, hasta que se supo su incorporacion con el ejercito carlista en Vizcaya. Muy desde los principios manifestó este partidario, que no era hombre del mismo temple que su precursor, y asi se decia comunemente en los pueblos, que Gomez hacia carlistas y Sanz patriotas. Sin embargo no se puede disculpar la verguenza de haberle dejado volver al mismo punto, de donde partió.

El ministerio luchaba casi solo contra una multitud de dificultades y veia disminuirse de dia en dia, hasta la popularidad momentanea, que le daba su propio partido; por que nada resiste á la impresion funesta, que producen las desgracias militares, sobre todo, cuando los recursos economicos no permiten aplicarlas un pronto remedio. Aumentaba el descontento y dificultaba la situacion el arbitrario repartimiento del prestamo forzoso   —188→   de los 200 millones, hecho por unas juntas animadas generalmente de parcialidad y sin consultar otros datos, que el concepto de riqueza, de que gozaban los individuos imponibles. A este concepto vago de riqueza, que suele estar sujeto á muchos errores, se agregaba tambien el color politico, con que se designaba á los individuos; y asi fue, que el que tuvo la desgracia de pasar por estatutista ó por menos enemigo de D. Carlos de lo que convenia aparentar, se le cargó la mano con una inconsideracion muy parecida á la saña109. La arbitrariedad y la injusticia habian   —189→   sido de tanto bulto, que una reunion de los principales comerciantes y capitalistas de Madrid se resolvió á ir á hablar al ministro de hacienda y proponerle la necesidad de hacer un repartimiento mas equitativo, porque de lo contrario ninguno pagaria nada. Mendizabal no se opuso en manera alguna á la idea, antes bien les suplicó, que ellos mismos se acercasen á la junta y propusiesen las variaciones que exigiera la equidad, pues á el lo unico que le interesaba era la realizacion del cobro.

Calatrava sufria con impaciencia los ocultos ataques, que le preparaban las sociedades secretas y con mayor despecho las manifestaciones publicas, que hacian casi todos los Españoles, á quienes era permitido emitir su opinion. Las ordenes comunicadas á Paris, Burdeos, Bayona y Marsella, para que en aquellos consulados se recibiese el juramento á la constitucion, habian ofrecido una estadistica muy poco lisonjera, pues esceptuando aquellos quienes el temor de un secuestro ó sus compromisos particulares obligaron á jurar, los demas no se acercaron siquiera al sitio, en que se habia de celebrar la prematura ceremonia. No es esto decir que nosotros desaprobemos el que un gobierno cualquiera, de hecho ó de derecho, quiera   —190→   saber quienes, de entre los que considera subditos suyos, le reconocen ó no, sino que estamos persuadidos á que antes que un gobierno se atreva á exigir este juramento, debe á lo menos decirles cual es la base gubernativa, que tiene intencion de establecer. Tal hay, por ejemplo, entre los Españoles, que se resistirá á obedecer la constitucion de Cadiz, porque la crée perjudicial al bien de su pais, segun salió de las manos de sus autores ó promulgadores: tal otro la preferirá y se someterá á ella sin la multitud de decretos, que sucesivamente la fueron desnaturalizando, y muchisimos, en fin, de los que hoy en dia la desaprueban, podrán mirarla como una obra perfecta ó á lo menos como muy util á su pais, despues que las cortes hayan hecho en ella las modificaciones que se proponen. Pero decir lisa y llanamente que se jure y preste obediencia á un codigo, que en el acto mismo de restablecerse, se protesta de su imperfeccion, envuelve una idea de tirania, que no todos los hombres estan dispuestos á sufrir. Mas los señores ministros no miraban la cuestion bajo estos principios logicos y sociales, sino con la intolerancia propia del espiritu de partido. Crée ó te mato, dice el principio musulman: jura ó te secuestro, decia el axioma de los revolucionarios de la Granja.

El joven nunistro de la gobernacion de la Peninsula se afanaba por agravar las trabas de la   —191→   policia, espidiendo decretos de expulsion y destierro, sin formacion de causa, contra un gran numero de personas y restituyendo en su antiguo vigor las disposiciones mas tiranicas del tiempo del absolutismo. Algunos de los bandos de policia, que han salido hace pocos meses, firmados por un D. Canuto Aguado, subdelegado especial de ella, se dejaban muy atrasa los que tanto habian ofendido bajo la administracion de Calomarde. Era esto tanto mas reparable, cuanto el dicho señor ministro de la gobernacion fue uno de los que mas habian clamado en las cortes contra semejante institucion, llamándola tiranica y esencialmente opresora de la libertad. Pero no será esta la unica ni la mas peligrosa contradiccion, en que veamos incidir á estos celebres demagogos. Verdad es, que tuvieron la bellisima ocurrencia de mudar el nombre de policia en el de proteccion y seguridad publica; pero la dulzura de la denominacion se quiso compensar con la mayor amargura de sus atribuciones.

Mas lo que sobresalia y traspiraba por todos los poros ministeriales era aquel odio contra la Francia y su gobierno, que nunca ha sabido disimular cierta faccion antigua, que para desgracia de la nacion española ha invadido diferentes veces la direccion de los negocios. Cualquiera pensaria, sin riesgo de equivocarse, que la manifestacion de este odio habia sido una condicion esencial de   —192→   ciertas protecciones, que, aunque impregnadas de humillacion y mezquindad, fueron, en fin, una tabla de consuelo en diferentes naufragios. En el momento mismo, en que un embajador francés caminaba para Madrid y daba en ello señales evidentes de que su gobierno, lejos de querer abandonar la causa de la Reyna, solo deseaba que esta no se desnaturalizara ni perdiera las simpatias, que habia inspirado desde los principios, un periodico de Madrid, cuya propiedad pertenecia á uno de los ministros, acusaba, no al gobierno francés, sino á la persona misma de Luis Felipe, diciendo que la intencion de este era no solo romper el tratado de la cuadruple alianza, sino influir por todos los medios posibles, en que la Inglaterra le rompiese tambien á su vez y abandonase la España. Mas como si no bastase una calumnia tan atroz como impolitica, añadia el mismo diario en el propio articulo «que esto nada importaba: que nos uniesemos para pacificar pronto la Navarra y que despues podriamos ocuparnos de Luis Felipe, lo cual no le seria indiferente, porque aunque para la Francia la nacion española fuese poca cosa, para Luis Felipe era mucho». A tal grado de insolencia ó de locura llevaba el espiritu de servidumbre, á unos hombres que jamas han podido hacer nada por si solos ni en la prospera ni en la adversa fortuna. Si el gobierno francés no   —193→   hubiera despreciado como debia estas necias amenazas, que nunca representan el espiritu de una nacion noble y generosa, sino el delirio de algunos fanaticos, tal vez hubiera manifestado su resentimiento de una manera sensible, por que á tal grado pueden llegar los insultos y tales podian ser las circunstancias, que le obligasen á no tolerar suposiciones humillantes. Pero el gabinete francés conoce demasiado su propia fuerza y dignidad para indicar siquiera que llegaban hasta u altura rumores, que venian de sitio tan humilde, y asi no alteró en nada las bases de su politica esterior que consistian, respecto de la España, en no abandonar la causa de la Reyna á los ataques de sus enemigos armados, ni á los delirios de su propio ministerio. La no cóoperacion de la Francia en aquellos momentos, asi como la no intervencion en otros anteriores, era obra esclusiva de la Inglaterra, que jamas se mostró favorable á una ni otra por razones, que nadie sino los exaltados Españoles han podido ignorar. ¿Mas que tiene de estraño que lo ignorasen, cuando ahora mismo parecen persuadidos de que la oposicion francesa clama en favor de la intervencion por pura simpatia con sus doctrinas? La oposicion, lo que desea es derribar el ministerio actual y lo demas la es bien indiferente.

Las noticias de la guerra eran las que ya llevamos   —194→   referidas, sin otra tregua de felicidad que la que presentó por aquel tiempo en Cataluña la derrota de Ortaffa por el general Gurrea, verificada el 4 de octubre, y la huida de Maroto á Francia con su intendente Lavandero y la plana mayor con que se habia propuesto organizar las facciones del principado. Esta ventaja, sin ser tan ruidosa como otras por el daño material ocasionado al enemigo, era tal vez mas importante, porque aseguraba la falta de union y de concierto, que tantas consecuencias fatales habia producido en Navarra.

La unica y verdadera esperanza, que debia tener el ministerio en tan deplorables circunstancias, consistia en la proxima reunion de las cortes; pero esta esperanza deberia tambien estar acompañada de temor, si en ellas hubiese recelado encontrar jueces que vinieran á calificar su conducta, y no unos meros instrumentos ó complices de sus faltas. Lejos de haberse dado á las elecciones aquella importancia constitucional, que se habia notado en las ultimas, lo cual supone siempre cierta vitalidad en el espiritu publico, las presentes se habian hecho, digamoslo asi, á cencerros tapados y sin que tomase nadie parte en ellas, sino los miembros y afiliados de la faccion dominante. Parroquias enteras hubo á donde no quiso concurrir ningun elector, y en ninguna acudieron sino los de una misma opinion. Este era el   —195→   inconveniente, que tan previsto tenian los que en el estamento de procuradores habian defendido con empeño la eleccion directa contra el primer ministerio de Mendizabal y sus partidarios, y este el motivo ó pretesto de las revoluciones posteriores. El partido moderado habia hecho su dimision y se consideraba vencido sin recurso para no tomarse ni aun la molestia de disputar la victoria. El que no habia escapado á Francia á solicitar lo que no era posible conseguir, se habia cruzado de brazos en España, formando como una rampa de transicion entre el partido carlista y la constitucion de Cadiz, aunque inclinandose mas hacia aquel, que hacia esta, por la sencilla razon de que entre los dos estremos forzosos de despotismo ú anarquia nadie hay tan loco ni tan perverso, que no se declare por el primero. Los ilustres próceres se dejaron desnudar de los pomposos atavios, con que los engalanara Moscoso, sin manifestar siquiera aquel ceño, con que los pares portugueses protestaron contra la revolucion de Lisboa110.   —196→   Las cortes hubieran podido reunirse en agosto con la misma solemnidad improvisada, con que se convocaron para el 24 de octubre, sin mas que léer una lista de los que habian de acudir á componerlas,   —197→   porque llamar eleccion á la que se hizo, es como contar por campaña un simulacro de guerra ó una revista en el Prado.

Pero faltaba todavia el golpe mas fatal para la popularidad del ministerio, y sobre todo para la ponderada destreza del señor Mendizabal, en buscar recursos donde no los hubiese. Por lo mismo que nadie citaba, ni podia citar, uno de aquellos rasgos que suelen distinguir á los hombres superiores en cualquier genero; por lo mismo que todas las medidas economicas, adoptadas despues de trece meses, no indicaban mas que una imperturbable osadia para arrebatar todos los fondos, sin respetar derecho ni propiedad alguna; por lo mismo que el nuevo ministro de hacienda se habia esmerado en dar pruebas inequivocas de una incapacidad é ignorancia supinas en todos los ramos de la administracion; por lo mismo, una gran parte de comerciantes y especuladores en los fondos publicos se obstinaba en aguardar de el una especie de milagro, cual seria el de restablecer el credito, ó por lo menos sostenerle con el pago puntual de los intereses. Aquellos mismos que, en la juiciosa y cauta administracion del   —198→   señor D. Luis Lopez Ballesteros, no osaban aventurar una operacion de quince dias, se lanzaban, bajo la palabra de este nuevo Law, á especulaciones á termino, cuyas diferencias podian envolver á cada instante, y envolvieron de hecho á muchos, en la ruina de su casa y las de sus clientes. Esta especie de fé ciega, en favor de Mendizabal, se asemejaba mucho al credito que habian gozado, y goza todavia alli, el medicamento sanalo todo de Le Roi, á pesar de los juiciosos avisos de los facultativos; y uno y otro prueban la injusta preocupacion que reina, en España, contra los profesores de estas dos ciencias, y su predileccion por los charlatanes que trafican en una y otra. En vano los que conocian á fondo la situacion del tesoro, y de la caja de amortizacion, procuraban advertir á sus amigos del riesgo, que corrian en contar con el pago de los intereses de la deuda activa; en vano tambien los periodicos estrangeros, y algunos nacionales, suscitaban dudas mui probables de que se pudiese satisfacer aquella obligacion; Mendizabal y sus paniaguados propalaban y escribian á todas partes que las sumas necesarias para este pago estaban ya entre las manos de los comisionados de Paris y Londres. El consul de Bayona, D. Mateo Durou, habia recibido con gran misterio la orden de ir á buscar en aquellas dos capitales un prestamo, bajo cualesquiera condiciones que fuese, para cubrir una   —199→   obligacion urgente, perentoria, y de la cual dependia, no asi como quiera el mantenimiento ó la ruina del credito actual, sino la posibilitad de acudir á el en lo sucesivo, como era de recelar que se necesitase muy pronto. Si Mendizabal hubiese sido hombre, no decimos tal cual le pintaban sus estupidos admiradores, pero siquiera de un alcance comun en materias de hacienda, hubiera podido salir de sus apuros, con grandisima facilidad, por aquel mismo medio que luego quiso adoptar Durou, aunque diversamente combinado. Pero está visto, que el ministro no conocia otros resortes que los que practica diariamente todo aquel que gasta mas de lo que tiene, á saber, pedir prestado, mientras encuentra quien se lo dé, vender ó malbaratar lo suyo y lo ageno mientras halla quien se lo compre, y el dia que se concluyen estos recursos, ponerse en medio de la calle á pedir limosna, y dejar burlados á sus acréedores. Para ser ministro de esta manera, no se necesitan grandes estudios, ni quebraderos de cabeza.

Sin embargo, esto fue puntualmente lo que hicieron Mendizabal y su comisionado Durou, con la vergonzosa declaracion firmada por éste ultimo, el dia 15 de octubre, en Londres. Llamamosla vergonzosa, no tanto porque en ella se descubria el estado de insolvencia, en que se encontraba la España cuatro meses despues de la oferta,   —200→   hecha en el discurso de la corona, de cruzarla de canales, sino porque en ella se presentaba una nueva fraude, con que engañar á los tenedores de su papel. Los pagares ó reconocimientos contra la isla de Cuba eran un engaño manifiesto, siempre indigno de un gobierno, como lo es de todo hombre, que no haya perdido el ultimo resto del pudor, y mas cuando se le añade la doble supercheria de ofrecer que estos bonos llevarian la firma augusta de la Reina gobernadora; como si semejante firma fuese constitucional, como si ella añadiese algun valor al documento, estando la nacion en quiebra, y como si el gobierno mismo no supiese que sus ultimas libranzas sobre los productos de aquella isla habian sido protestadas.

No queremos añadir á este cuadro, ya demasiado obscuro por las negras tintas que representa, las justas y amargas reflexiones, con que le calificaron los periodicos estrangeros, ni mucho menos recordar las sucias sospechas, á que dio lugar la subida momentanea de estos mismos fondos, que habia precedido á la catastrofe, supuesto que los que maniobraron en ella no parece que se han dado por ofendidos. Tampoco escita mucho nuestra conmiseracion la suerte de los que perdieron en tales fondos los intereses y una gran parte del capital, porque, por mas que se dore esta colocacion de dinero con el oropel de la fé publica, y por mas que anatematicemos la conducta de   —201→   todo gobierno, sea el que fuere, que se desentiende de cumplir sus promesas, no podemos menos de calificar de usuraria la prestacion de sus fondos con el interés de un cuarenta ó cincuenta por ciento, ó lo que es lo mismo, con cincuenta ó sesenta probabilidades de que su deudor ha de quebrar. Lo sensible es, que estas perdidas suelen recaer en la clase menesterosa, unica, en quien puede suponerse la buena fé de la ignorancia, y tolerarse el deseo de mejorar de fortuna en poco tiempo.

Hasta el mismo Mendizabal parece que se avergonzó del mal paso dado por su enviado. Durou, supuesto que desaprobó el recurso tan solemnemente espresado en Londres, alegando que no habia comprendido sus instrucciones; pero prescindiendo de que el medio sustituido por el ministro era todavia mas insidioso que el de su comisionado, se avenia muy mal aquella desaprobacion aparente con la circunstancia de recompensarle con el consulado de Burdeos. Ya volveremos á tocar este asunto mas adelante.



Anterior Indice Siguiente