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Es evidente la cercanía existente entre las fantasías destructivas, las persecuciones mágicas (rayos, electricidad, sistemas), y en definitiva el poder ilimitado pero ficticio que creen poseer los «locos» de la novela, con las fantasías esquizofrénicas. Al hablar del «yo en la condición esquizoide», Ronald D. Laing puntualiza: «Sólo es omnipotente y libre en la fantasía [...]. La ilusión de la omnipotencia y de la libertad puede mantenerse solamente dentro del círculo mágico de su propio "cierre" en la fantasía» (El yo dividido, F.C.E., México, 1974, pp. 79-80). Por otra parte, resulta interesante acotar que las fantasías de los «locos», sustitutivas como se verá de la revolución «real», coinciden con la «magia esquizofrénica» estudiada por Géza Róheim en La magia y la esquizofrenia, Paidós, Buenos Aires, 1959. Róheim advierte, en primer término, que «las formas básicas u originales de la fantasía mágica y esquizofrénica nacen de las mismas raíces» (p. 13). Sin embargo, frente a las «fantasías mágicas» del hombre primitivo, fase inicial de cualquier actividad, aquélla se singulariza por ser únicamente «magia imaginada» a la que «no sucede una acción en la realidad» (id.), debido a la desintegración de la identidad del esquizofrénico. Los personajes carentes de identidad que deambulan por la novela parecen movilizar lo que llama Róheim «el principio de la magia», principio que trata «el mundo externo como si éste fuera regido por nuestros deseos o impulsos o emociones» (p. 79). Leo Navratil en Esquizofrenia y arte (Seix Barral, Barcelona, 1972) plantea también que cuando se desencadenan miedos irracionales -el «terror» es precisamente la imagen que mejor define el espacio de estas novelas- «sólo pueden mantenerse a raya por medio de signos y acciones mágicas» (p. 66).

 

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Los inventos del protagonista (en particular, la «rosa de cobre») pertenecen al mismo ámbito imaginario que el proyecto de la Sociedad Secreta: nunca llevados totalmente a la práctica, existe el mismo afán por singularizarse, por ser reconocido por medio de los mismos.

 

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La simulación es recurrente en toda la obra de Roberto Arlt y merecería desde luego una exploración más detenida, que los objetivos del presente trabajo no nos permiten llevar a cabo. Digamos, pese a todo, que el acercamiento que proponemos entre simulación e identidad se ve confirmado en algunos de sus cuentos, como por ejemplo, «El traje del fantasma» (incluido en el libro de cuentos El jorobadito, Bruguera, Barcelona, 1981) o en sus piezas teatrales, Saverio el cruel y El desierto entra a la ciudad. En estos casos extremos, se combina peligrosamente la simulación o la representación de papeles falsos con la locura.

 

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Coincidimos en buena medida con la lectura que lleva a cabo Bárbara Koczauer sobre los «locos» de la novela, a los que define como «los outsiders de una sociedad fundamentalmente pequeño burguesa» («La rebelión de los intelectuales en Los siete locos y Los lanzallamas. Sobre la relación entre literatura y sociedad en Roberto Arlt», en José Morales Saravia (ed.), Homenaje a Alejandro Losada, Latinoamericana, Berlín, 1986, pp. 17-36). Destaca también el «fantástico mundo alternativo» con el que los «locos» intentan resolver su crisis de identidad social. Con ello se separa de buena parte de la crítica arltiana -por ejemplo el estudio ya clásico de Diana Guerrero, Roberto Arlt, el habitante solitario, Granica Editor, Buenos Aires, 1972- que suele ver en los personajes más representativos de Arlt una imagen «del pequeño burgués deformado o a la pequeña burguesía amenazada por el descenso en el lumpen proletariado». Más discutibles nos parecen, en cambio, las similitudes que establece Koczauer entre el grupo de los «locos» y el exclusivo círculo de la vanguardia artística argentina de los años veinte.

 

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No se trata sin embargo de una simple imagen. Entre las habilidades o técnicas del shamán destaca, precisamente, la de ser un simulador experimentado. Cf. Lévi-Strauss, «Le sorcier et samagie», en Anthropologie structural, Plon, Paris, 1958, p. 192.

 

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Lo dice Géza Róheim en The origin and Junction of culture, Nueva York, 1943, p. 51; citado por J. Campbell, El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito, F.C.E., México, 1972, p. 97.