Escena
II
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JUSTO,
DOÑA MARÍA,
DON LUIS.
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MARÍA.- (Contestando al
saludo de ademán que le hace JUSTO.) Buenos
días, ¿vienes al trabajo?
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JUSTO.- La yerba de la pomarada esta buena de
segar, y conviene recogerla; estamos en octubre.
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MARÍA.- Deja por hoy la yerba y vete a
engalanar para la romería; tú, como todos los mozos
que trabajáis en El Espinoso, tendrás el jornal
entero; vengo de ahí, de los establos, de decírselo
así a los pastores.
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JUSTO.- Gracias.
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MARÍA.- Puedes marcharte, si no prefieres
ayudarles a las muchachas a encerrar el ganado.
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JUSTO.- Iré a ayudarlas.
(Se va, entrando en El Espinoso; antes de entrar,
aparte.) ¡Qué madrugadores andan
éstos! ¿Qué traerán entre manos?
(Se va.)
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MARÍA.- Amigo Luis, en sus manos queda el
porvenir de Ramón.
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LUIS.- Y yo acudí deseando serles
útil.
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MARÍA.- En su poder queda la copia del
testamento de mi esposo Monforte, instituyéndome heredera de
todos sus bienes.
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LUIS.- Estimo en lo que vale la confianza *que
la he merecido: Ramón es para mí más que un
amigo, un hermano; juntos siempre durante el tiempo de nuestros
estudios, cimentamos el cariño en bases indestructibles; mi
orfandad encontró en ustedes el dulce cariño del
hogar; no es al amigo de Ramón, es a su hermano a quien
habla*.
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MARÍA.- Pos eso no vacilé en
escribirle que viniera.
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LUIS.- Sí, aquí la guardo.
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MARÍA.- No tenía pariente forzoso,
y su regalo de boda fue ése.
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LUIS.- Y por la adopción legal, hecha con
todos los requisitos que exige la ley, que en favor de Ramón
hizo usted al enviudar, su hijo adoptivo es el único
heredero de esa fortuna; también he guardado la copia de ese
documento.
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MARÍA.- Ahora me queda lo más
doloroso del secreto; por eso he querido salir a estos sitios,
libres de indiscretos. (Se sienta en el
banco.)
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LUIS.- Usted dirá.
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MARÍA.- Ramón, que
legítimamente no tiene padres, pues sólo por esa acta
de adopción se titula hijo mío, es, en realidad, el
hijo de mis entrañas.
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LUIS.- ¡Ah!
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MARÍA.- Sí, Luis, hay confesiones
crueles, pero necesarias; Ramón va a casarse, es menester
que la verdad cierta quede al lado de la verdad
legal.
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LUIS.- Estoy a sus órdenes.
(Se sienta en el otro banco.)
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MARÍA.- Lo que va usted a oír,
debería acaso decírselo a Ramón; pero al
declararme su madre tendría que acusar de villano a su
padre, y temo herir su noble alma.
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LUIS.- Lo comprendo.
|
MARÍA.- Hija única, fueron mis
padres a establecerse a La Coruña. Tenía yo diez y
ocho años; mi madre me idolatraba; mi padre era de
áspero genio. Por motivos de un pleito tuvimos que ir a
Sevilla, mi madre y yo. Allí conocí a un joven
valenciano, a quien negocios de banca traían de Buenos
Aires; era todo lo vil de la seducción y todo lo astuto de
la hipocresía.
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LUIS.- Vamos, era un miserable.
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MARÍA.- Juzgue usted: yo era una
niña y le amé. Mimada por mi madre, gozaba de una
libertad incompatible con la funesta educación femenina de
nuestra época. *Para atesorar el candor que todavía
los rutinarios llaman el mejor dote, que viva la mujer en un
gineceo; para la vida actual, la mujer, apenas salida de la
niñez, debe saberlo todo. *
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LUIS.- Es cierto.
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MARÍA.- Sucedió lo preciso: el
ángel perdió sus alas, y al poco tiempo
comprendí que la corona de la maternidad iba a oprimir mi
cabeza, no con los resplandores del cielo, sino con la lumbre de la
vergüenza. Se lo confesé todo a mi madre. Ella
buscó al miserable, y cuando esperaba poder borrar con un
matrimonio nuestra deshonra, supo que el villano estaba casado en
América con una rica anciana...
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LUIS.- ¡Qué vil!
|
MARÍA.- ¡Veintiocho años
hace de esto! ¡Cuánto cambié desde entonces!
¡El mal no tenía remedio! Se ocultó todo, y
Ramón fue bautizado con el estigma de hijo de padres
desconocidos.
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LUIS.- ¡Él, un expósito!
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MARÍA.- Una familia pobre, enriquecida
por mi madre, se encargó en Sevilla de la crianza de mi
hijo. Volvimos a La Coruña; a poco murió mi madre. En
esta situación nos conoció Monforte, que venía
de Méjico; se enamoró de mí, y me pidió
a mi padre... pero yo era honrada: antes de decir que sí
pedí hablar con él a solas, y se lo confesé
todo.
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LUIS.- ¡Noble mujer!
|
MARÍA.- *Mi culpa no me autorizaba a ser
infame.
|
LUIS.- *La culpa no era vuestra; era de una
sociedad que legisla a ciegas sobre las pasiones humanas.
|
MARÍA.- Monforte era un hombre
honrado.
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LUIS.- ¡Era un alma hermosa!
*¡Corazón de niño e inteligencia de
hombre!*
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MARÍA.- Con noble generosidad, me dijo:
-Antes la amaba a usted; ahora la amo y la venero; su hijo
será también mío.
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LUIS.- Reconozco a Monforte en ese rasgo.
Merecía ser padre de Ramón.
|
MARÍA.- Le educó desde
niño... Se hizo nuestra boda, y salimos para Sevilla;
recogimos al niño, y durante dos años viajamos por
Europa.
|
LUIS.- En realidad, ustedes son los padres de
Ramón...
|
MARÍA.- Así lo creyó todo
el mundo cuando volvimos a La Coruña. Ramón
tenía tres años.
|
LUIS.- Pero Monforte, que tan generoso era,
¿cómo no se apresuró a reconocer legalmente a
Ramón?
|
MARÍA.- ¡Inercias de la vida!
Detalles que se agrupan para hacer una montaña de
fatalidades en nuestro destino! Monforte pensó hacer el
reconocimiento; pero nuestra vida de viajeros, la seguridad de que
nadie habría de reclamar el niño... ello es que la
muerte le sorprendió.
|
LUIS.- Sí; según me dijo
Ramón, fue instantánea.
(Levantándose.)
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MARÍA.- Ramón contaba doce
años. Viuda del que para mí lo fue todo, me
retiré a esta aldea, patria de los míos; lo
demás usted lo sabe.
|
LUIS.- ¿Y nunca volvió usted a
saber de aquel miserable?
|
MARÍA.- (Después de
vacilar.) Nunca. Antes de morir mi madre, supimos
que el villano hizo lo imposible para llevarse su hijo; pero estaba
bien guardado. Además, en Sevilla, por causa de nuestro
pleito, usábamos uno de nuestros segundos apellidos;
él no conocía nuestro nombre.
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LUIS.- Y no le volvió usted a ver.
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MARÍA.-
(Levantándose.) No.
(Saca del bolsillo un pliego en forma de carta
abultada, lacrada de negro.) Ahora bien. Aquí
está escrito el suceso; además, dos cartas del
seductor y un retrato suyo, que bastan para reconocerlo. Para
más seguridad, mi propia mano ha escrito al margen del
retrato los nombres del padre de Ramón; bastará pasar
la vista por todo para saber quién es. (Le da
el paquete.)
|
LUIS.- ¿Qué debo hacer con
esto?
|
MARÍA.- Por ahora guardarlo. Mi
corazón de madre prevé horas crueles: Ramón
está empeñado en una lucha de titán; quiere
empujar a la humanidad en la ruta del progreso, empezando por estos
rincones.
|
LUIS.- Ramón no va por mal camino. *El
día en que Asturias se levante de su noche de ignorancia y
fanatismo, la aurora de la libertad comenzará a iluminar
nuestra patria.
|
MARÍA.- Eso es cierto. *Todas las
decadencias fueron regeneradas por el septentrión.
|
LUIS.- *El núcleo del sol alimenta vivo
su fuego porque reaccionan sobre él los fríos del
espacio.*
|
MARÍA.- Pero Ramón tiene que
arrostrar peligros; ya le cercan algunos.
|
LUIS.- Ese convento...
|
MARÍA.- ¡Ah! Por eso le entrego
esos papeles; si algún peligro de muerte amenazara a
Ramón, abra ese pliego; su cariño y su inteligencia
tomarán la resolución conveniente.
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Escena
V
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LUIS y
RAMÓN.4
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LUIS.- Lo repito, y lo repetiré mientras
viva...
|
RAMÓN.- Y yo tenga paciencia para
escucharte, ¿verdad? He aquí tu queja eterna.
¡Todas esas obras escondidas en estas montañas, entre
semisalvajes, a mil leguas de distancia por los difíciles
medios de comunicación!... Un paréntesis.
(Cambia aquí de tono.) Te
advierto que pienso hacer un ferrocarril funicular. Y entonces
verás a los extranjeros venir a extasiarse con esta
grandiosa y feraz naturaleza... Cierro el paréntesis.
(Vuelve al tono anterior.) Obras
perdidas para la vida culta, inteligente...
|
LUIS.-
(Interrumpiéndole.)
Representando un capital enorme, muerto, inútil para la
industria, para el comercio, para el esplendor de las ciencias y de
las artes, de la civilización actual...
|
RAMÓN.- (Interrumpiendo y
con tono de fingida declamación.) Y
colorín colorado, mi cuento se ha acabado.
|
LUIS.- (Algo
picado.) Y no es bastante lo dicho.
|
RAMÓN.- (Con
cariño.) Ven acá, espíritu
práctico, escéptico, sumamente fin de
siglo.
|
LUIS.- ¡Hecha, hijo!...
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RAMÓN.- Ven acá, epicúreo
contemporáneo...
|
LUIS.- (Semi
enfadado.) ¡Mira, tanto como eso!...
|
RAMÓN.-
(Doctoralmente.) Epicúreo
honrado... ya sabes que los hay de buena y de mala raza;
conste que perteneces a los que tienen un poquito de
corazón.
|
LUIS.- Ya escampa.
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RAMÓN.- Y dentro de él una miajita
de amor.
|
LUIS.- ¡Ingrato!
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RAMÓN.- Del cual, como tu único
amigo, soy poseedor, a medias con aquella rubia de Madrid, que al
fin te hará pasar por el confesionario, y por el
sacramento...
|
LUIS.- (Amoscado.)
Y bien, pasaré, hombre, como el que pasa por un mal rato,
sin darle otra importancia.
|
RAMÓN.- Con lo cual, aumentarás
incautamente el número de los rutinarios...
|
LUIS.- (Imitando el tono de
RAMÓN.) Y
maldito lo que sale perdiendo ni ganando la humanidad.
|
RAMÓN.- Conforme, si la humanidad no se
formara de individuos.
|
LUIS.- ¡Por uno!...
|
RAMÓN.- Uno; Luis, es uno:
(Con seriedad cariñosa.) Es el
atomillo sutil, impalpable, invisible; pero, el atomillo que se
junta a otros átomos para sumarse haciendo la
molécula, que a su vez forma el núcleo. Uno,
un individuo de la humanidad, lleva en sí una parte de ella;
si se vuelve inerte, es posible que extienda la paralización
a los extremos; si se gangrena, puede inficionar el conjunto, de la
misma manera que el atomillo microscópico que circula por
los cuerpos orgánicos, corrompe y paraliza todas las
funciones, cuando se arrastra inerte o podrido por el torrente
sanguíneo...
|
LUIS.- ¡Intransigente!...
|
RAMÓN.- No; acaso más
positivo que tú, pero menos egoísta.
|
LUIS.- Y siguen las adulaciones.
|
RAMÓN.- ¿Y, a qué te he de
adular? si te estimo con afecto de hermano, *¿no es justo
que la verdad cruce de tu cerebro al mío con la casta
desnudez de diosa mitológica?
|
LUIS.- Pero, en resumidas cuentas, no has dicho
nada que confirme la necesidad de esas obras, en las cuales te vas
a gastar un par de millones por el gusto de hacer rabiar a los
frailes.
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RAMÓN.- (Con
serenidad.) Pequeña fuera en verdad mi alma,
si para tal satisfacción gastase una fortuna; ¿de
veras me crees tan ruin?
|
LUIS.- No, Ramón, no: (Con
cariño.) pero me apena mucho verte obcecado
en tus ideas, un tanto románticas y fuera del medio en que
vivimos.
|
RAMÓN.- (Desde aquí
con tono grandilocuente.) ¡El medio
en que vivimos! ¡ese medio es la causa de nuestra
asfixia moral y física!¡el ciudadanismo moderno,
deslumbrante al exterior, por dentro agusanado! *Cogidos por el
engranaje de esa vertiginosa máquina llamada gran
ciudad, miles de seres han formado una sociedad de
convencionalismos, donde la lucha por la existencia pierde su
carácter de racional para convertirse en pugilato de fieras
disfrazadas con máscara de virtudes... ese medio donde las
grandes ideas se achican por el interés del lucro!...
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LUIS.- Hay excepciones.
|
RAMÓN.- * (Sin hacerle
caso.) ¡Donde toda virtud austera sucumbe
entre las carcajadas de un montón de envidiosos y de necios!
¡donde todo sentimiento espontáneo, generoso,
redentor, altruista, toma el camino de la miseria o del
manicomio!
|
LUIS.- ¿Y aquí en estos
pueblos?
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RAMÓN.- Aquí, desgraciadamente, la
mayoría de los que llegan de allá traen sólo
lo malo.
|
LUIS.- Pues, entonces...
|
RAMÓN.- Se hace preciso que algunos
traigan lo bueno... *Nuestra población rural está
sumida en la ignorancia más espantosa, en un atraso moral
repugnante. Creo de necesidad que la Escuela, la
Granja modelo, el Instituto industrial con el
Hospital y el Asilo, se levanten en nuestros
campos como templos benditos, donde el pueblo español
empiece a comulgar en la religión del racionalismo... Soy
rico, joven, feliz: ¿será bien que vaya a aumentar la
hueste del vicio de la vanidad?... *Mi sitio es éste, debo
ser útil a mis compatriotas: mi inteligencia y mis riquezas
deben sembrar de beneficios el solar de mis mayores.
|
LUIS.- Pero...
|
RAMÓN.- ¡Ah! Luis, a través
de tu ateísmo práctico tengo seguridad que
apruebas mis acciones.
|
LUIS.- Porque son tuyas y te quiero de veras;
mas te juro que me espanta mirarte envuelto en esta mísera
lucha de los villorrios.
|
RAMÓN.- Lucha que hasta el presente no me
alteró.
|
LUIS.- Pero, acaso te alterará si entran
los frailes en la contienda.
|
RAMÓN.- He ahí la última
prueba de lo que antes decía;
(Señalando hacia la izquierda último
término. El tono de la conversación vuelve a ser
familiar.) Mira qué convento se han
construido; el instinto de conservación de la Iglesia la
dice que aquí está el porvenir. *¡Oh! todas las
almas firmes en un carácter pro gresista, debieran unirse
para ofrecerla la batalla!... *
|
LUIS.- Pues lo que es de tus obras, bien puedes
estar satisfecho.
|
RAMÓN.- Hemos de ir a verlas... *Cinco
chalets deforma suiza, arquitectura rústica,
líneas truncadas por las graciosas curvas de la
vegetación trepadora.
|
LUIS.- *Es la construcción más a
propósito para este país.
|
RAMÓN.- *Rodeándolo todo parques
espaciosos, salutíferos bosques de pinos; la Naturaleza
prestando sus bellezas a la obra humana.
|
LUIS.- Concluirás por hacer de la aldea
de Samiego un modelo de ciudad futura.
|
RAMÓN.- Y del concejo una región
civilizada.
|
LUIS.- Y ¡echa millones!
|
RAMÓN.- *¿Y qué
haría con las inmensas rentas que me vienen de
Méjico? Ya sabes que mi padre fue lo que aquí se
llama un rico indiano.
|
LUIS.- *Sí; el que emigra y vuelve hecho
millonario.*
|
RAMÓN.- Pues aún tengo otro
proyecto, si tú quieres, un poco audaz, pero que mata de un
golpe la mayor superstición y la mayor desidia.
|
LUIS.- Veamos.
|
RAMÓN.- (Se lleva hacia la
izquierda a LUIS.) ¿Ves esa
ermita?
|
LUIS.- Sí; es la de Santa Rita, patrona
del concejo, y una especie de Sancta Sanctorum para Samiego, que la hace tres
romerías.
|
RAMÓN.- Justo; ya sabes que al pie de la
ermita hay un manantial de aguas medicinales, de cuya virtud me
aseguré por análisis químico, aguas que creen
milagrosas estos inocentes.
|
LUIS.- ¡Vaya! Si la fuente es una
peregrinación.
|
RAMÓN.- Pues bien; tengo en tratos de
compra con el obispado, la ermita y los terrenos adyacentes; doy
una fortuna por todo.
|
LUIS.- Pues, cuéntalo por tuyo.
|
RAMÓN.- En cuanto sea mío,
¡zas! (Une la acción de derribar, a la
palabra.) al suelo la ermita; en su lugar, el
sepulcro de mi familia, la fuente encañada en elegante
kiosco, y al lado, una casa de salud con todos los adelantos
modernos; ¿qué te parece?
|
LUIS.- Que al fin y al cabo vas a conseguir que
te quemen vivo.
|
RAMÓN.- ¡Pasaron ya aquellos
tiempos!
|
LUIS.- Allá en el centro, sí;
aquí, en los extremos, aún colean.
|
RAMÓN.- Ya verás... ya
verás...
|
Escena
VII
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DON PEDRO,
ISABEL, RAMÓN, LUIS; DOÑA MARÍA, DIEGO, DOÑA BRAULIA, CONSUELO, TÍA ROSA, JUANA, DIONISIA, PEPA, MANUEL, ROQUE, JUSTO. Varias voces. -Comparsas,
hombres y mujeres del pueblo, chiquillos, algunas mujeres con
cestas de manzanas y otras con roscones metidos en el brazo, que
compran los aldeanos; la TÍA ROSA pone una mesita
pequeña en el fondo, donde despacha botellas de sidra que
compran algunos y destapan con ruido, bebiéndolas en vasos
que también pone en la mesa la TÍA ROSA. -Todas estas acciones
y movimientos simultáneo con el diálogo de los
actores, que estarán en primer término, según
se indique; cuídese que el ruido no interrumpa la
representación.
|
MARÍA.- (Entrando por El
Espinoso.) Ya estamos aquí todos.
(A ISABEL.) Venga usted
acá, espléndida aldeana; ¿será menester
que bailes con alguno de montera y calzón corto?
(Detrás de MARÍA, PEPA entra.)
|
RAMÓN.- Vaya si bailará; quiero
que sea la reina de la fiesta. (BRAULIA, CONSUELO, DIEGO y MANUEL conversan en segundo
término.)
|
PEDRO.- (A LUIS.) Y vaya usted
atando cabos, amigo Luis, con las ideas de mi futuro yerno; todo un
librepensador, anticatólico y casi hereje, festejando como
el primero la romería de una santa. ¿Eh?
(En tono de broma.)
|
LUIS.- ¡Como es la santa ahogada de los
imposibles!
|
RAMÓN.- ¡Vaya, don Pedro; no sea
usted burlón al estilo metafísico! Ya sabe usted que
yo no acudo a la romería sino por lo que tiene de popular;
se olvida usted que soy un buen republicano.
|
PEDRO.- Supongo que no te habrás enfadado
por la broma.
|
ISABEL.- ¡Qué se ha de enfadar
Ramón con usted!
|
MARÍA.- Pedro, mi hijo ya sabes lo que
quiere: hacerse simpático al pueblo.
|
LUIS.- Levantarle hasta las superioridades de la
inteligencia. (BRAULIA, CONSUELO y DIEGO, ponen
atención.)
|
PEDRO.- Sí, sí; una obra
verdaderamente de romanos. ¡Demasiado grande para la vida de
un hombre! (Suena la gaita lejos.)
|
RAMÓN.- Otros seguirán donde yo
termine.
|
ISABEL.- ¿Empezamos, como siempre, la
misma cuestión? Vamos al baile. (A
RAMÓN,
cogiéndose de su brazo.)
|
RAMÓN.- Vamos. (Se van por
la izquierda.)
|
CONSUELO.- (A las aldeanas y
aldeanos agrupados a su lado, entre los que están
JUANA, DIONISIA, PEPA, MANUEL, ROQUE y JUSTO.) Bailemos
aquí nosotros. ¡Al corro! ¡Al corro!
|
VOCES.- ¡Al corro! ¡Al corro!
¡A la giraldilla!... (La colocación de
los personajes y comparsas, es como sigue. A la derecha,
DOÑA MARÍA,
DON PEDRO, LUIS y DOÑA BRAULIA mirando la
formación del baile; en el fondo, sobre las peñas,
algunos chiquillos; a la izquierda, grupos de aldeanos y aldeanas
mirando también el baile; en el centro, pero en segundo
término, se forma un corro; las mujeres agarradas de las
manos, los hombres dentro del corro; le forman, CONSUELO, JUANA, DIONISIA, PEPA y otras dos aldeanas más;
en el centro del corro, DIEGO, ROQUE, MANUEL, JUSTO y otros dos aldeanos más;
hombres y mujeres cantan en CORO a voces solas una canción
cuya música dará la autora al final de la obra y cuya
letra es:)
|
CORO.- Estando la paloma en su palomar, vino un
palomo hermoso, la quiso llevar. No se va la paloma no; no se va la
paloma, no. (Cantan de modo que los dos primeros
versos coincidan con las vueltas del corro y los restantes bailando
cada aldeana con su aldeano; al empezar a cantar el corro, la gaita
y el tamboril cesan de tocar. Copla y baile son sumamente populares
en las montañas de Asturias, donde ha tenido ocasión
de oírla y verla la autora.)
|
RAMÓN.- (Entra por la
izquierda con ademanes descompuestos y detrás ISABEL.)
¡Miserables; no querer bailar contigo!
|
ISABEL.- ¡Calma, por Dios!
|
LUIS.- (Se acerca a RAMÓN, seguido de DON PEDRO, DOÑA MARÍA y
BRAULIA. En segundo
término el corro sigue dando vueltas, pero sin
cantar.) ¿Qué te pasa?
|
ISABEL.- Nada, una tontería; Ramón
ha querido que bailáramos la danza ahí abajo y
así que entramos en ella dejaron de bailar todos.
|
RAMÓN.- Y se fueron haciéndonos
una ofensa inusitada en las sencillas costumbres de la aldea.
|
ISABEL.- Alguien murmuró no se qué
de herejes.
|
RAMÓN.- Isabel tuvo habilidad para
sacarme de allí; pero yo les juro...
(Acción de amenaza.)
|
PEDRO.- No hagas caso, gente zafia.
|
RAMÓN.- No, no; obedecen a una
consigna.
|
LUIS.- Y bien, ¿aunque así fuera?
(La gaita y el tamboril vuelven a tocar, pero desde
muy lejos, de modo que no llegue a escena sino un
rumor.) En estando prevenido... se tiene
prudencia.
|
RAMÓN.- ¿Prudencia o
cobardía? Dame la mano, vamos a bailar ahí.
(Señala al corro.)
|
ISABEL.- ¡Por Dios, Ramón, si sabes
que es una consigna!... (Se resiste a
seguirle.)
|
RAMÓN.- Sígueme, Isabel, que se
descubran de una vez; es menester contar los enemigos.
|
MARÍA.- Ramón, hijo
mío.
|
PEDRO.- El pueblo es como el mar:
inconsciente.
|
RAMÓN.- (Con
energía.) Pero la inteligencia humana ha
sabido vencer las brutalidades del océano.
|
ISABEL.- Ramón...
|
RAMÓN.- Vamos...
|
LUIS.- Si te empeñas, cuenta con uno
más. (Se va detrás de ellos hacia el
corro. El corro comienza a cantar la segunda copla; la gaita
calló.)
|
CORO.- Si se va la paloma, ella
volverá...
|
|
(RAMÓN
empuja a ISABEL al corro;
ésta coge de la mano a CONSUELO, procurando entrar en el
corro; en el mismo instante el corro se deshace y todos se separan
fríamente de RAMÓN e ISABEL, volviéndoles las
espaldas. DOÑA
BRAULIA ha pasado a la izquierda con DON PEDRO, quedando DOÑA MARÍA a la
derecha.)
|
RAMÓN.- (Con
ira.) ¿Qué es esto? ¿por
qué no bailáis?
|
ISABEL.- (Aparte.)
¡Miserables! (Alto.)
Estarán cansados...
|
RAMÓN.- (Con violencia,
cogiendo de la mano a JUANA e intentando enlazarla con la de
ISABEL.)
¡Vamos, a formar el corro!...
|
JUANA.- Yo no bailo con herejes.
(Se deshace de la mano de ISABEL y se pone al lado de
DOÑA
BRAULIA.)
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PEPA.- (Pasando también a
la izquierda.) ¡Con judíos!...
|
MANUEL.- (Pasando a la
izquierda.) ¡Con endemoniados!...
|
VOCES.- Que bailen solos...
(Quedan en medio de escena solos RAMÓN, DIEGO, ISABEL, CONSUELO y LUIS.)
|
RAMÓN.- ¡Ah, viles!
|
LUIS.- (A RAMÓN.) Calma.
(A CONSUELO.)
¿Quiere usted bailar conmigo? (DOÑA MARÍA sola a la
derecha; en la izquierda y al fondo todos los personajes; en
último término los comparsas. Escena que ha de estar
perfectamente ensayada.)
|
CONSUELO.- (A LUIS.) Gracias; no lo
permite mi conciencia.
|
RAMÓN.- (A CONSUELO.)
¡Insolente!
|
DIEGO.- (A ISABEL.) Nosotros no
bailamos con amancebados...
|
RAMÓN.- (Dando un
bofetón a DIEGO.) ¡Canalla!
(Confusión en la escena, que tenga gran
carácter: los chiquillos corren; las aldeanas se arremolinan
al lado de DOÑA
BRAULIA; los hombres se precipitan sobre RAMÓN y DIEGO, que están dos segundos
luchando agarrados; por fin DON
PEDRO y LUIS
consiguen separar a RAMÓN, sujetándolo y
trayéndolo a la derecha, en donde quedan formando grupo
RAMÓN, DON PEDRO, LUIS, ISABEL y DOÑA MARÍA. ROQUE, MANUEL y JUSTO, sujetan a DIEGO en la izquierda de la escena,
algo en segundo término, están DOÑA BRAULIA, TÍA ROSA, CONSUELO y detrás grupo de
aldeanas. CONSUELO cerca
de DIEGO.)
|
RAMÓN.- (A LUIS y DON PEDRO.)
¡Miserable! ¡dejadme que le arranque la lengua!
|
LUIS.-
(Sujetándole.) ¡Vive
Dios, tendrás calma!
|
PEDRO.- Por Cristo, cálmate, que ya
habrá lugar de castigarle!...
(Sujetándolo.)
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DIEGO.- He ahí cómo
arregláis vosotros, los impíos, todas las cuestiones;
a puñetazos.
|
CONSUELO.- (A DIEGO,
sujetándolo.) Basta, Diego, ni una palabra
más; ¿lo oyes?
|
DIEGO.- ¡Ah! es que el infame me
cruzó la cara, y, ¡yo le juro!
(Amenazándole con el
puño.)
|
CONSUELO.- (A los hombres que
sujetan a DIEGO.)
Lleváosle pronto.
|
DIEGO.-
(Forcejeando.) Sin matarle,
¡no!...
|
CONSUELO.- ¡Vete, Diego, basto yo para
darle el golpe de gracia! (Los aldeanos que sujetan a
DIEGO se lo llevan a viva
fuerza.)
|
RAMÓN.- (A ISABEL.) Y esas
mujeres, parientas vuestras, le están defendiendo
|
PEDRO.- (Procurando
llevárselo hacia El Espinoso.) ¡Vamos!
terminemos este disgusto.
|
MARÍA.- ¡Hijo!
(Procurando llevársele.)
|
RAMÓN.- ¡Terminarse, si ahora
empieza!
|
LUIS.- ¡Calma!
|
ISABEL.- Diego es el novio de Consuelo, y la
ofendiste. (CONSUELO, que se ha venido con su
madre hacia la derecha, como si hablaran con otras aldeanas de lo
ocurrido, presta atención a estas palabras de ISABEL.)
|
RAMÓN.- Su novio o su querido.
(CONSUELO
oye este insulto, y se vuelve rápidamente, quedando en
frente de RAMÓN.)
|
ISABEL.- (A RAMÓN, viendo que CONSUELO oyó el
insulto.) ¡Silencio, por Dios!
|
CONSUELO.- (Con tono
insultante.) No tanto, señor...
Expósito.
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PEDRO.- (Volviéndose
rápidamente.) ¿Qué dice esta
mujer? (Expectación en todos los personajes; a
la derecha, DOÑA
MARÍA, LUIS,
ISABEL y RAMÓN; en el centro,
DON PEDRO y CONSUELO; a la izquierda, BRAULIA, TÍA ROSA, JUANA, DIONISIA, PEPA y ROQUE; en el fondo, grupo de aldeanos;
sobre los peñascales, dos o tres aldeanos en
expectativa.)
|
RAMÓN.- (Con asombro;
situación encomendada al actor.)
¡Expósito yo!
|
LUIS.- (Aparte.)
¿Qué es esto?...
|
ISABEL.- ¿Pero qué dices?
¿Estás loca?
|
BRAULIA.- ¿Que qué dice? La
verdad; ese hombre no tiene padres.
|
RAMÓN.- ¿Que no tengo padres?...
(Abrazando a su madre.) ¡Madre
mía! ¡Lenguas de víbora! Pronto, recoged ese
grosero insulto.
|
MARÍA.- ¡Dios mío!
|
LUIS.- (A RAMÓN.)
Serénate.
|
RAMÓN.- Sereno estoy, ¿no ves que
hablo?
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PEDRO.- Braulia, el acaloramiento de una
cuestión baladí, no es razón bastante para
lanzar ese estigma de deshonra que cae sobre Ramón; sed
nobles; decid que habéis mentido.
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CONSUELO.- ¡Mentir! No creímos
mentir.
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BRAULIA.- En cuanto a la verdad, que la diga
María.
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RAMÓN.- ¡Yo
expósito!¡Pero de dónde sale esta calumnia!
¡Qué monstruos de infamia se han desatado en contra
mía!
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LUIS.- (Aparte.)
¡Qué va a pasar aquí! (A
ISABEL,
aparte.) Ayudadme, es necesario que Ramón me
siga.
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ISABEL.- Braulia... Consuelo... Sois de nuestra
propia sangre; en nombre de tan sagrado lazo, olvidemos este
suceso; vámonos, dejemos a Ramón tranquilo,
tranquilicémonos nosotras. (A DON PEDRO.) Venid,
padre.
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RAMÓN.- (Poniéndose
delante de ella.) ¡No! No se marcharán
de aquí sin que esta horrible sombra que se extendió
en mi frente se disipe del todo.
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LUIS.- Ramón, es inútil; las
calumnias no se combaten, se desprecian.
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RAMÓN.- ¡Por eso estamos todos
roídos por la calumnia! ¡Yo la venceré, aunque
me cueste morir!
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MARÍA.- ¡Morir tú!
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RAMÓN.- ¡Ah! madre, ¿no
oíste a esas mujeres?
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MARÍA.- ¡¡Hijo mío!!
(Frase a cargo de la actriz.)
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RAMÓN.- ¿Lo estáis
oyendo?¡no llega su amor de madre hasta el abismo de odio en
donde laten vuestras almas!
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PEDRO.- María, tus palabras nos han
devuelto la calma. (A CONSUELO y DOÑA BRAULIA.)
Espero que en lo sucesivo sabréis reportaros.
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BRAULIA.- Cuando se aclare sin dudas el
misterio.
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CONSUELO.- Cuando María nos pruebe que es
madre de Ramón.
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MARÍA.- ¡Jesús!
(Se tapa la cara con las manos.)
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RAMÓN.- Lo habéis oído,
madre. ¿Dicen que soy expósito?
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MARÍA.- ¡Mintieron!
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RAMÓN.- ¡Lo oís!
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PEDRO.- No prolonguemos más estas
horribles horas.
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CONSUELO.- Pruebas.
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BRAULIA.- Sí; pruebas.
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LUIS.- ¡Basta, vive Dios!
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CONSUELO.- ¡No... no
basta!¿Queréis que mi madre y yo pasemos por
calumniadoras? Somos el blanco de todo el concejo, mañana se
dirá de nosotras; ahí van las maldicientes, las
embusteras.
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BRAULIA.- Todos están prestando
atención a cuanto aquí pasa... ¿Qué
contestaremos nosotras?
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PEDRO.- ¡Que habéis mentido!
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CONSUELO.- Cuando se nos pruebe.
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RAMÓN.- (A su madre con
vehemencia.) ¿No las oyes?¡Dicen que no
eres mi madre, que no tengo padre! ¡Que soy un hijo del
acaso, del vicio, o del crimen! ¡Algo que se arroja al
montón anónimo de la humanidad! ¡Un desecho de
la vida, que lo mismo puede llevar en sus venas la sangre de un
héroe, que la sangre de un asesino!... Habla, madre, diles
que no es verdad.
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PEDRO.- Habla, María, que caiga el
desprecio sobre las calumniadoras.
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LUIS.- Y aunque así fuera...
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RAMÓN.- ¡Diles que no es verdad;
pruébales que hay en mi alma herencias de la honradez de mi
padre, y de las virtudes tuyas; diles que sobre mi cabeza se alza
algo inmortal, la legitimidad de la descendencia!
¡Háblales de mi raza, de tus padres, de mis abuelos,
de ese código sagrado de nuestra especie, en donde se
afirman las leyes de selección... ¡Madre, pronto!
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LUIS.- (A MARÍA, aparte.)
¡Valor, callad!
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PEDRO.- Sí, María, habla; nos
obligan a descender a tan miserable defensa.
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RAMÓN.- ¡Pero no hablas!
(Separándose las manos de la
cara.) ¡Y estás llorando!
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BRAULIA.- ¿Se necesitan más
pruebas que su silencio y sus lágrimas?
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ISABEL.- (Con un movimiento
rápido pasa al lado de RAMÓN, cogiéndole una
mano y poniendole otra en el hombro.)
¡Ramón!
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LUIS.- (Le coge la otra mano a
RAMÓN.)
¡Tienes en mí un hermano!
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ISABEL.- ¡Y en mí una esposa!
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LUIS.- Esas mujeres no mintieron.
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PEDRO.- ¡Expósito!
¡Él!
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RAMÓN.- ¡Yo! (Con
distinta entonación del anterior.)
¡Yo!
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BRAULIA.- ¿Calumniábamos?...
(RAMÓN cae desfallecido en el
banco; movimiento de expectación en todo el personal del
escenario.)
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CONSUELO.- ¡Un miserable expósito,
a quien la caridad dio una familia! (Con
desprecio.)
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MARÍA.-
(Enérgicamente.) Mientes,
infame; Ramón tiene padres...
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RAMÓN.-
(Levantándose.) ¡Por fin
hablaste!
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CONSUELO.-
(Fríamente.) Pruebas.
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MARÍA.- Las tendréis todas.
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PEDRO.- ¿Su padre?
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LUIS.- (A DOÑA MARÍA con
energía, aparte.) ¡Prudencia, por
Dios!
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ISABEL.- (A su
padre.) No sea usted cruel.
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LUIS.- Esto es forzoso que termine.
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RAMÓN.- (Cogiendo una mano
a su madre.) ¡Basta ya de piedades! Te debo
cuanto soy; tu caridad hizo de mi vida un poema de felicidad, pero
hay algo más grande que la dicha, ¡necesito un nombre!
¡una verdad civil, ante la cual enmudezcan los maldicientes!
¡mi alma ha sido débil al dolor, pero no lo
será a la verdad! ¡quiero saberla, saber quién
soy! ¡sobre mi vida social no puede haber sombras, la sombra
casi siempre oculta el crimen! ¡que resplandezca la verdad
como luz abrasadora! ¡si quema nuestras dichas, las
lloraremos perdidas, pero no sacrílegas! ¡cuando las
venturas humanas son incompatibles con la verdad, se las arroja a
un lado! (Rechazando a ISABEL, que pasa a la derecha, al lado
de DON
PEDRO.)
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ISABEL.- (Al irse con su
padre.) ¡Ramón mío!
|
RAMÓN.- He ahí a tu padre, al
noble de abolengo ilustre, de jerarquía sin tacha; sepamos
si puedo ofrecer al vástago de su nobleza un apellido
honrado. (A su madre.) ¡Pronto,
hablad!
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MARÍA.- Tienes madre.
|
RAMÓN.- ¿Quién fue mi
padre?
|
MARÍA.- No, no me preguntes más,
no puedo decírtelo.
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PEDRO.- ¿Pero Monforte adoptaría a
Ramón? ¿Habrá documentos legales? ¿Si
no por la naturaleza, por la ley será hijo vuestro?
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LUIS.- Existe en mi poder el documento de
adopción que hizo doña María después de
enviudar.
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ISABEL.- ¡Dios mío!
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MARÍA.- Ramón lleva mi nombre.
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CONSUELO.- ¿Necesitáis más
pruebas?
|
RAMÓN.- No; me bastan. Os debo una
gratitud inmensa: la del huérfano que encuentra a su madre.
(Abraza a DOÑA
MARÍA.)
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BRAULIA.- ¿Qué dice?
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CONSUELO.- Tu madre es adoptiva. En realidad no
la tienes.
|
RAMÓN.- (Desde este momento
hasta la terminación del acto, el actor ha de ir creciendo
en entonación hasta concluir en tono completamente
dramático.) Para vosotros, todos los que me
estáis oyendo, para ese tropel de los que nada valen, por
sí solos, para esa masa informe, que es el légamo de
la vida, está la ley, que os obliga a reconocerla por mi
madre. Para mi corazón (Pasándola un
brazo por los hombros.) existe su cariño,
hablándome al alma con el ejemplo de sus virtudes sublimes.
¡Tengo madre!
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MARÍA.- ¡Bendito seas!
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LUIS.- Bien, Ramón.
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RAMÓN.- ¡No soy expósito,
miserables calumniadoras!
|
BRAULIA.- (A DON PEDRO.) ¿Y
consentirás la boda de Isabel con ese hombre?
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CONSUELO.- ¿Será el primer
bastardo que cruce su sangre con la nuestra? (Los
personajes forman un semicírculo, cuya derecha ocupan
MARÍA, LUIS y RAMÓN, y cuya izquierda
BRAULIA, CONSUELO y DON PEDRO e ISABEL.)
|
RAMÓN.- Isabel, un Noriega vuelve a ser
tu prometido esposo; mi conciencia de honrado se afirma en el
apellido de una santa. ¡Soy digno de ti!
|
PEDRO.- ¡Con una legitimidad dudosa!
¡Un acta de adopción! ¡Nunca! Con mi
consentimiento, no serás esposo de Isabel.
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ISABEL.- ¡Padre! (Con
desesperación.)
|
PEDRO.- (Con doloroso
acento.) ¡Oh, te amo mucho, hija mía;
pero el código del honor oprime las ansias de mi
corazón! Eres el último vástago de una ilustre
descendencia. Serás esposa de Ramón, porque tu
voluntad es más fuerte que mi vejez; pero jamás la
santidad de mis canas bendecirán tu matrimonio.
|
CONSUELO.- ¡Ateísmo y
bastardía! Son demasiadas sombras para los nuestros.
|
PEDRO.- ¡Consuelo, rechazo esas palabras,
que son impías! (Con
indignación.)
|
RAMÓN.- (Con
sarcasmo.) ¡Bien pronunciadas están!
Dejadlas dichas. ¡Ateo y bastardo; pero no hipócrita
ni cruel!
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MARÍA.- ¡Hijo mío!
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ISABEL.- ¡Ramón!
|
RAMÓN.- ¡Ateo y bastardo! ¡A
plena luz! ¡Bajo la limpia bóveda del cielo!
(A su madre y LUIS.) ¡Oh! No
temáis que abusando de su debilidad descienda a los insultos
personales. ¡Ésas son las armas de los cobardes!...
(A todos.) Voy a hablaros de
mí. (Se adelanta en medio de todos en actitud
de reto.) Madre, a mi lado; Luis, ven aquí;
ahora ante mi hogar; (Se colocan los tres delante de
la puerta del Espinoso.) ha llegado el momento de la
defensa y del ataque.
|
ISABEL.- ¡Oh! Ramón, yo a tu lado,
a tu lado hasta la muerte.
|
RAMÓN.- Isabel mía; aunque
bastardo, mi brazo te defenderá.
|
PEDRO.- ¡Isabel! ¡Dios no consiente
la felicidad de los hijos rebeldes!
|
ISABEL.- ¡El amor de las almas no busca
sólo la dicha!
|
RAMÓN.- Seremos dos para sufrir la
desgracia. Vosotros allí, delante de vuestros ídolos,
que ha llegado también la hora de defenderlos.
(Los personajes quedan: DON PEDRO, BRAULIA, CONSUELO y todos los aldeanos y
aldeanas agrupados a la izquierda; LUIS, RAMÓN, ISABEL y DOÑA MARÍA, a la
derecha.) Aquí los ateos, el bastardo;
ahí, los hipócritas, los crueles; ¡que la
discordia encienda su tea en medio de nosotros!
|
VOCES.- ¡Fuera los herejes!
(CONSUELO
hace ademán de detenerlos a todos.)
|
RAMÓN.- Hasta ahora, escuché
vuestros aullidos de fiera con una piedad tiernísima; me
figuraba penetrar en vuestros cerebros, colindantes con el del oso
de las cavernas; los veía débiles luchando con el
peso de un dogma que se impuso a la familia humana con la violencia
del tormento. Veía en vuestra espantada fe de ignorantes los
restos sombríos de las calcinadas hogueras inquisitoriales,
cuya imagen se levanta en vuestro pensamiento como herencia de
salvajes idolatrías.
|
VOCES.- ¡Fuera!... ¡Fuera!
|
CONSUELO.- Silencio, oídle hasta el fin;
recojamos armas para nuestra causa.
|
MARÍA.- ¡Hijo!
|
RAMÓN.- (Sin hacerles
caso.) *Todo el pasado tenebroso e impío, le
veía yo estampado en vuestras rudas inteligencias,
momificadas en un quietismo de sepulcro, al desarrollarse lejos de
toda civilización... Antes, al sentir vuestros anillos de
culebra procurando estrujar mis ideales, sonreía como padre
amoroso ante las malicias de travieso niño.
|
CONSUELO.- (Conteniendo a
todos.) Calma, calma.
|
RAMÓN.- Con la dulzura del
apóstol, con la serenidad del mentor, llevaba a vuestros
hogares el aura fecunda de la libertad, y apartando de mí el
daño que intentabais hacerme, os sacaba de las estrechas
sendas del instinto para llevaros a las cumbres de la
inteligencia... (Murmullos.) Ahora...
¡escuchad! ¿Veis esa ermita, cuya romería
celebráis hoy? Será derribada dentro de algunos
días...
|
VOCES.- ¡Ateo! ¡Ateo! ¡Fuera!
(Movimiento de efervescencia y de horror; algunas
aldeanas se persignan; MANUEL se adelanta a
todos.)
|
CONSUELO.- ¡Dejadle hablar! La ermita no
es suya.
|
RAMÓN.- Lo será; la he cubierto de
oro y los vuestros cambian fácilmente los bienes divinos por
los humanos.
|
BRAULIA.- ¡Blasfemo!
|
RAMÓN.- ¡Sobre sus ruinas se
alzará el sepulcro de los míos!... ¡Id por
última vez a festejar a la abogada de los imposibles!
(Movimiento de horror de la
muchedumbre.) ¡Contadle mis proyectos, pedidle
sus milagros! ¡que os proteja contra el Ateo, contra
el Bastardo, contra el republicano!
(Tumulto y movimiento en la escena a cargo del
director.)
|
VOCES.- ¡Al hereje! ¡Al hereje!
¡Vamos!
|
MARÍA.- (Procurando
llevárselo hacia el Espinoso.) ¡Hijo
mío! (Todos los grupos de la izquierda se
arrojan con violencia para acometer a RAMÓN; LUIS saca un revólver y se
coloca delante de RAMÓN amenazando a MANUEL, que está
primero.)
|
LUIS.- ¡Atrás, villanos! ¡que
una sola mano se levante y os mato como a perros rabiosos!
|
ISABEL.- ¡Silencio, por mi
amor!¡Silencio, Ramón! (Los grupos se
contienen y retroceden atemorizados ante la actitud enérgica
de LUIS.)
|
RAMÓN.- ¡Id a recoger inspiraciones
del cielo! ¡Que os guíen vuestros frailes desde su
cátedra!¡Aprestad el maridaje del error con la
envidia, del fanatismo con la soberbia, de la ignorancia con el
odio! ¡Mezclad las vilezas humanas bajo la más cara de
la fe, y venid todos con vuestros dioses, a luchar contra nosotros!
¡Seréis vencidos! (Con gran
entonación.)
|
ROSA.- ¡Sacrílego!
|
VOCES.- ¡Impío! ¡fuera!
¡fuera! ¡A ellos! ¡a ellos! (Los
grupos se abalanzan a ellos, algunos levantan palos y
botellas.)
|
LUIS.- ¡Ay de vosotros!...
(Poniéndose delante de RAMÓN y cubriéndolo con
su cuerpo.)
|
ISABEL.- Mi vida antes que la suya.
|
PEDRO.- ¡Hija mía!
(Al ver a su hija en peligro, se abre paso
resueltamente por entre el tumulto, y con enérgicos ademanes
establece la división, y libra al grupo de la derecha de los
ataques del de la izquierda.)
|
PEDRO.- ¡Atrás todos, insensatos!
¡Vais a ser fratricidas!... (Suena una campana
en sones de fiesta. Rápido movimiento de actores y
comparsas. DOÑA
MARÍA, LUIS,
ISABEL y RAMÓN quedan siempre a la
derecha; los demás se vuelven hacia la izquierda; por el
fondo cruzan corriendo hacia la izquierda varios de los que
había en el escenario.)
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JUANA.- (Corriendo a la izquierda,
se va.) ¡Al sermón! ¡Al
sermón!
ROSA ¡Al
sermón! (Se va izquierda.)
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VOCES.- ¡A ellos! ¡A los
herejes!
|
BRAULIA.- ¡Primero Dios! ¡Primero
Dios!
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CONSUELO.-
(Aparte.) ¡Luego ellos!
(Se va amenazando. Movimiento general de salida por
la izquierda, por donde todos se van corriendo; la campana sigue
tocando.)
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PEDRO.- (A ISABEL.) Te espera el
hogar de tus mayores, donde tanto amor te guarda tu padre...
(Le abre los brazos.)
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ISABEL.- (Cruza la escena, y se
arroja en brazos de su padre, yéndose los dos. Antes de
salir.) ¡Padre mío!
|
LUIS.- Ve, Isabel, a ser la hija obediente,
mientras las leyes te hacen la esposa amada.
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DIONISIA.- (Cruzando la escena de
derecha a izquierda.) ¡El Padre Juan!¡El
Padre Juan!
|
PEPA.- ¡Al sermón!
(Cruza la escena.)
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MARÍA.- (Despavorida
mirando hacia la izquierda.) ¡Allí!
¡Allí!... Huyamos... (Cae desvanecida en
los brazos de RAMÓN
y LUIS.)
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LUIS.- ¡El Padre Juan!
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RAMÓN.- ¡Oh! ¡Fraile
impío! ¡Desde este momento comienza nuestra
lucha!¡Apresta las fuerzas del pasado para defenderte, que yo
invocaré las energías del porvenir para
derribarte! (Cae el telón tocando la
campana.)
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(Se recomienda, a los directores de escena, pongan el mayor
esmero en ensayar desde la escena sexta, hasta el final del
acto.)
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