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ArribaAbajoActo II

 

A la derecha del espectador una tapia de piedra; en su centro una portilla de hierro de dos hojas, que entre sus labores, tiene con letras grandes doradas, EL ESPINOSO. -La tapia parte desde los primeros bastidores al fondo. Por encima de ella se ve asomar el tejado de un edificio bajo, como establo o pajar. -Cuelgan sobre la tapia plantas trepadoras, rosales silvestres, etc.; por dentro del recinto que cierra la tapia, se ven manzanos con fruta. -A la izquierda del espectador, bastidores de bosque. -En el fondo paisaje de rocas y selva, practicable para que en ellas se coloquen comparsas; en último término telón de montañas; el ciclo espléndido; bambalinas de fronda en primer término. -En medio de escena, hacia la derecha, un robusto y frondoso castaño; debajo dos bancos rústicos artísticamente colocados; diseminados por la escena algunos grupos de monte, alfombra verde imitando pradera de césped. -El aspecto general de la decoración selvático y risueño, propio de los sitios donde se celebran las romerías asturianas. -Dentro de bastidores, una campana preparada para tocarla cuando se indique. -Es de día. -Preparada entre bastidores una gaita y un tamboril que tienen que sonar lejos, cuando se indique, tocando un aire dulce de tonos montañeses.

 

Escena I

 

PEPA y JUSTO. PEPA sale con una herrada en la cabeza y cruza desde la izquierda a entrar en «El Espinoso». -Al llegar a mitad de escena sale JUSTO con una guadaña de segar yerba.

 

JUSTO.-  Mucho se madruga hoy, Pepa.

PEPA.-  Hola, Justo, ¿vienes al trabajo?

JUSTO.-  Hasta medio día nada más; hoy es la romería aquí, a la vera de estas praderas, y no pienso ganar más que medio jornal.

PEPA.-  Por ser hoy la romería ahí, en esa capilla de Santa Rita  (Señala a la izquierda; marque la actriz el ademán.)  he madrugado tanto; se prepara aquí, en casa de los amos  (Señala al Espinoso.)  gran merienda, y hemos tenido que empezar temprano la faena.¿Saldrás al baile?

JUSTO.-  Pues, claro; saldremos juntos.

PEPA.-  Si no trabajas más que medio día ¡bah! no perderás el jornal entero, que doña María ya sabes que es generosa.

JUSTO.-  Ni que lo sea, ni que no...

PEPA.-  ¡Desagradecido!

JUSTO.-  Agradecer al diablo es perder el tiempo.

PEPA.-  Siempre estáis con esas tontadas; pues para mí, quien más paga, más me obliga.

JUSTO.-  Anda, boba, que ésa es condición de perro; ya sabes, menea la cola el can...  (Durante el diálogo, la actriz puede, si quiere, haberse descargado de la herrada poniéndola en el suelo.) 

PEPA.-  ¡Ya quisierais vosotros ser muchas veces como ellos!

JUSTO.-  Gracias por la lisonja...

PEPA.-  Pues claro; desde hace algún tiempo andan por la aldea más moralidades, que... ¡Dios me perdone! Ni las de los judíos; no quisiera ofenderlos, que son siervos de Dios, pero desde que vinieron los frailes...

JUSTO.-  Anda, hereje, ¡cómo se te conoce la compañía!...

PEPA.-  Vete al cuerno.

JUSTO.-  Conque hasta la tarde, ¿eh?

PEPA.-  También se armará baile aquí mismo, y desde la casa del Espinoso,  (Señala a la derecha.)  oiré las panderetas y en seguida a hallar.

JUSTO.-  Pues anda delante.  (PEPA echa andar hacia El Espinoso, y abre la portilla, a tiempo que van a salir por ella DOÑA MARÍA y DON LUIS; PEPA entra y queda junto a la puerta. Justo, en solicitud respetuosa, saluda al ver a DOÑA MARÍA.) 



Escena II

 

JUSTO, DOÑA MARÍA, DON LUIS.

 

MARÍA.-   (Contestando al saludo de ademán que le hace JUSTO.)  Buenos días, ¿vienes al trabajo?

JUSTO.-  La yerba de la pomarada esta buena de segar, y conviene recogerla; estamos en octubre.

MARÍA.-  Deja por hoy la yerba y vete a engalanar para la romería; tú, como todos los mozos que trabajáis en El Espinoso, tendrás el jornal entero; vengo de ahí, de los establos, de decírselo así a los pastores.

JUSTO.-  Gracias.

MARÍA.-  Puedes marcharte, si no prefieres ayudarles a las muchachas a encerrar el ganado.

JUSTO.-  Iré a ayudarlas.  (Se va, entrando en El Espinoso; antes de entrar, aparte.)  ¡Qué madrugadores andan éstos! ¿Qué traerán entre manos?  (Se va.) 

MARÍA.-  Amigo Luis, en sus manos queda el porvenir de Ramón.

LUIS.-  Y yo acudí deseando serles útil.

MARÍA.-  En su poder queda la copia del testamento de mi esposo Monforte, instituyéndome heredera de todos sus bienes.

LUIS.-  Estimo en lo que vale la confianza *que la he merecido: Ramón es para mí más que un amigo, un hermano; juntos siempre durante el tiempo de nuestros estudios, cimentamos el cariño en bases indestructibles; mi orfandad encontró en ustedes el dulce cariño del hogar; no es al amigo de Ramón, es a su hermano a quien habla*.

MARÍA.-  Pos eso no vacilé en escribirle que viniera.

LUIS.-  Sí, aquí la guardo.

MARÍA.-  No tenía pariente forzoso, y su regalo de boda fue ése.

LUIS.-  Y por la adopción legal, hecha con todos los requisitos que exige la ley, que en favor de Ramón hizo usted al enviudar, su hijo adoptivo es el único heredero de esa fortuna; también he guardado la copia de ese documento.

MARÍA.-  Ahora me queda lo más doloroso del secreto; por eso he querido salir a estos sitios, libres de indiscretos.  (Se sienta en el banco.) 

LUIS.-  Usted dirá.

MARÍA.-  Ramón, que legítimamente no tiene padres, pues sólo por esa acta de adopción se titula hijo mío, es, en realidad, el hijo de mis entrañas.

LUIS.-  ¡Ah!

MARÍA.-  Sí, Luis, hay confesiones crueles, pero necesarias; Ramón va a casarse, es menester que la verdad cierta quede al lado de la verdad legal.

LUIS.-  Estoy a sus órdenes.  (Se sienta en el otro banco.) 

MARÍA.-  Lo que va usted a oír, debería acaso decírselo a Ramón; pero al declararme su madre tendría que acusar de villano a su padre, y temo herir su noble alma.

LUIS.-  Lo comprendo.

MARÍA.-  Hija única, fueron mis padres a establecerse a La Coruña. Tenía yo diez y ocho años; mi madre me idolatraba; mi padre era de áspero genio. Por motivos de un pleito tuvimos que ir a Sevilla, mi madre y yo. Allí conocí a un joven valenciano, a quien negocios de banca traían de Buenos Aires; era todo lo vil de la seducción y todo lo astuto de la hipocresía.

LUIS.-  Vamos, era un miserable.

MARÍA.-  Juzgue usted: yo era una niña y le amé. Mimada por mi madre, gozaba de una libertad incompatible con la funesta educación femenina de nuestra época. *Para atesorar el candor que todavía los rutinarios llaman el mejor dote, que viva la mujer en un gineceo; para la vida actual, la mujer, apenas salida de la niñez, debe saberlo todo. *

LUIS.-  Es cierto.

MARÍA.-  Sucedió lo preciso: el ángel perdió sus alas, y al poco tiempo comprendí que la corona de la maternidad iba a oprimir mi cabeza, no con los resplandores del cielo, sino con la lumbre de la vergüenza. Se lo confesé todo a mi madre. Ella buscó al miserable, y cuando esperaba poder borrar con un matrimonio nuestra deshonra, supo que el villano estaba casado en América con una rica anciana...

LUIS.-  ¡Qué vil!

MARÍA.-  ¡Veintiocho años hace de esto! ¡Cuánto cambié desde entonces! ¡El mal no tenía remedio! Se ocultó todo, y Ramón fue bautizado con el estigma de hijo de padres desconocidos.

LUIS.-  ¡Él, un expósito!

MARÍA.-  Una familia pobre, enriquecida por mi madre, se encargó en Sevilla de la crianza de mi hijo. Volvimos a La Coruña; a poco murió mi madre. En esta situación nos conoció Monforte, que venía de Méjico; se enamoró de mí, y me pidió a mi padre... pero yo era honrada: antes de decir que sí pedí hablar con él a solas, y se lo confesé todo.

LUIS.-  ¡Noble mujer!

MARÍA.-  *Mi culpa no me autorizaba a ser infame.

LUIS.-  *La culpa no era vuestra; era de una sociedad que legisla a ciegas sobre las pasiones humanas.

MARÍA.-  Monforte era un hombre honrado.

LUIS.-  ¡Era un alma hermosa! *¡Corazón de niño e inteligencia de hombre!*

MARÍA.-  Con noble generosidad, me dijo: -Antes la amaba a usted; ahora la amo y la venero; su hijo será también mío.

LUIS.-  Reconozco a Monforte en ese rasgo. Merecía ser padre de Ramón.

MARÍA.-  Le educó desde niño... Se hizo nuestra boda, y salimos para Sevilla; recogimos al niño, y durante dos años viajamos por Europa.

LUIS.-  En realidad, ustedes son los padres de Ramón...

MARÍA.-  Así lo creyó todo el mundo cuando volvimos a La Coruña. Ramón tenía tres años.

LUIS.-  Pero Monforte, que tan generoso era, ¿cómo no se apresuró a reconocer legalmente a Ramón?

MARÍA.-  ¡Inercias de la vida! Detalles que se agrupan para hacer una montaña de fatalidades en nuestro destino! Monforte pensó hacer el reconocimiento; pero nuestra vida de viajeros, la seguridad de que nadie habría de reclamar el niño... ello es que la muerte le sorprendió.

LUIS.-  Sí; según me dijo Ramón, fue instantánea.  (Levantándose.) 

MARÍA.-  Ramón contaba doce años. Viuda del que para mí lo fue todo, me retiré a esta aldea, patria de los míos; lo demás usted lo sabe.

LUIS.-  ¿Y nunca volvió usted a saber de aquel miserable?

MARÍA.-   (Después de vacilar.)  Nunca. Antes de morir mi madre, supimos que el villano hizo lo imposible para llevarse su hijo; pero estaba bien guardado. Además, en Sevilla, por causa de nuestro pleito, usábamos uno de nuestros segundos apellidos; él no conocía nuestro nombre.

LUIS.-  Y no le volvió usted a ver.

MARÍA.-   (Levantándose.)  No.  (Saca del bolsillo un pliego en forma de carta abultada, lacrada de negro.)  Ahora bien. Aquí está escrito el suceso; además, dos cartas del seductor y un retrato suyo, que bastan para reconocerlo. Para más seguridad, mi propia mano ha escrito al margen del retrato los nombres del padre de Ramón; bastará pasar la vista por todo para saber quién es.  (Le da el paquete.) 

LUIS.-  ¿Qué debo hacer con esto?

MARÍA.-  Por ahora guardarlo. Mi corazón de madre prevé horas crueles: Ramón está empeñado en una lucha de titán; quiere empujar a la humanidad en la ruta del progreso, empezando por estos rincones.

LUIS.-  Ramón no va por mal camino. *El día en que Asturias se levante de su noche de ignorancia y fanatismo, la aurora de la libertad comenzará a iluminar nuestra patria.

MARÍA.-  Eso es cierto. *Todas las decadencias fueron regeneradas por el septentrión.

LUIS.-  *El núcleo del sol alimenta vivo su fuego porque reaccionan sobre él los fríos del espacio.*

MARÍA.-  Pero Ramón tiene que arrostrar peligros; ya le cercan algunos.

LUIS.-  Ese convento...

MARÍA.-  ¡Ah! Por eso le entrego esos papeles; si algún peligro de muerte amenazara a Ramón, abra ese pliego; su cariño y su inteligencia tomarán la resolución conveniente.



Escena III

 

Dichos, JUSTO, va a salir por la portilla del Espinoso, y al ver a DOÑA MARÍA y LUIS, se vuelve a entrar, acción que ha de ser bien notada por el público.

 

JUSTO.-   (Desde la portilla.)  Aún están aquí.  (Entra.) 

LUIS.-   (A DOÑA MARÍA.)  Confiad en mí.

JUSTO.-   (Desde lo alto de la tapia, por donde asoma la cabeza entre los rosales.)  ¿De qué hablarán? Si es algo que merece la pena, se lo diré a Diego.  (Esto figura dicho aparte.) 

MARÍA.-  Y si por fortuna la vida de Ramón se desliza en apacible dicha, os autorizo para entregar ese pliego a su esposa.

LUIS.-  Este secreto será un lazo más de cariño entre nosotros.

MARÍA.-  Sólo un cariño de hermano es capaz de decirle a Ramón, sin dañarlo, que es un expósito.

JUSTO.-  ¡Ah!  (Aparte.) 

LUIS.-  En efecto, es horrible para un hombre que se creyó hijo de noble y honrada familia, saber que es hijo del acaso.

JUSTO.-   (Aparte.)  ¡Hola! Ramón expósito.

MARÍA.-  Y la verdad es ésta.

LUIS.-  No importa; conozco a Ramón y sé que hay en su alma energías de buena ley.

MARÍA.-  Triste es el caso, mas precisa aclararlo. *Pedro ya sabe usted lo que es respecto al honor del hombre, y para convencerle que consienta en la boda, es menester que todos estemos preparados, Ramón el primero.*

LUIS.-  Descuide, doña María, en mi discreción y en mi prudencia.  (Se van los dos por la portilla de El Espinoso. Pausa.) 



Escena IV

 

JUSTO, RAMÓN, SUÁREZ el arquitecto y LUIS.

 

JUSTO.-   (Sale por El Espinoso.)  ¡Conque nada menos que el señor don Ramón Monforte y Noriega, hijo de la inclusa! ¡Menuda polvareda que se va armar en el pueblo! Corramos a decírselo a Diego, an tes de que nos ganen la mano.  (Se va por la izquierda corriendo. -Entran por el fondo hacia la izquierda, RAMÓN y el arquitecto, a tiempo que sale por la portilla LUIS.) 

RAMÓN.-   (A LUIS.)  Buenos días.

LUIS.-   (A los dos.)  ¿De vuelta ya de los trabajos?

RAMÓN.-  Aquí estamos después de un delicioso paseo matinal.

LUIS.-  Y de inspección... ¿eh?

RAMÓN.-  ¡Qué obra tan magnífica! ¡Qué obra, Luis!  (Dándole golpecitos sobre el hombro.) 

LUIS.-  Lástima que esté por estos andurriales.

RAMÓN.-  Tu lamentación de siempre.

SUÁREZ.-  Conque, señor Monforte, si no manda otra cosa, me retiraré.

RAMÓN.-  Estoy completamente satisfecho; pero no se olvide, señor arquitecto, de que los letreros de los chalets se vean bien desde el convento.

SUÁREZ.-  Así será; con letras doradas ostentarán los pórticos: «Escuelas.» «Hospital para niños. «Asilo de ancianos.» Y así en todos los edificios.

LUIS.-  Los nombres de la caridad humana, frente a la casa divina.

RAMÓN.-  Donde sólo dice: «Convento de San Francisco.»

SUÁREZ.-  Comprendido; esas construcciones cuyo planeamiento acaba usted de ver, tienen que ofrecerse como enseñanza elocuente de la inutilidad del convento.

RAMÓN.-  Justo.

SUÁREZ.-  Pues a sus órdenes.

RAMÓN.-  Id con Dios, y ya sabéis: para dentro de quince días, la inauguración; quiero que mi amada Isabel tenga digno marco a sus virtudes; que sea el acto espléndido.

SUÁREZ.-  Convenido.  (Se va por la izquierda.) 



Escena V

 

LUIS y RAMÓN.4

 

LUIS.-  Lo repito, y lo repetiré mientras viva...

RAMÓN.-  Y yo tenga paciencia para escucharte, ¿verdad? He aquí tu queja eterna. ¡Todas esas obras escondidas en estas montañas, entre semisalvajes, a mil leguas de distancia por los difíciles medios de comunicación!... Un paréntesis.  (Cambia aquí de tono.)  Te advierto que pienso hacer un ferrocarril funicular. Y entonces verás a los extranjeros venir a extasiarse con esta grandiosa y feraz naturaleza... Cierro el paréntesis.  (Vuelve al tono anterior.)  Obras perdidas para la vida culta, inteligente...

LUIS.-   (Interrumpiéndole.)  Representando un capital enorme, muerto, inútil para la industria, para el comercio, para el esplendor de las ciencias y de las artes, de la civilización actual...

RAMÓN.-   (Interrumpiendo y con tono de fingida declamación.)  Y colorín colorado, mi cuento se ha acabado.

LUIS.-   (Algo picado.)  Y no es bastante lo dicho.

RAMÓN.-   (Con cariño.)  Ven acá, espíritu práctico, escéptico, sumamente fin de siglo.

LUIS.-  ¡Hecha, hijo!...

RAMÓN.-  Ven acá, epicúreo contemporáneo...

LUIS.-   (Semi enfadado.)  ¡Mira, tanto como eso!...

RAMÓN.-   (Doctoralmente.)  Epicúreo honrado... ya sabes que los hay de buena y de mala raza; conste que perteneces a los que tienen un poquito de corazón.

LUIS.-  Ya escampa.

RAMÓN.-  Y dentro de él una miajita de amor.

LUIS.-  ¡Ingrato!

RAMÓN.-  Del cual, como tu único amigo, soy poseedor, a medias con aquella rubia de Madrid, que al fin te hará pasar por el confesionario, y por el sacramento...

LUIS.-   (Amoscado.)  Y bien, pasaré, hombre, como el que pasa por un mal rato, sin darle otra importancia.

RAMÓN.-  Con lo cual, aumentarás incautamente el número de los rutinarios...

LUIS.-   (Imitando el tono de RAMÓN.)  Y maldito lo que sale perdiendo ni ganando la humanidad.

RAMÓN.-  Conforme, si la humanidad no se formara de individuos.

LUIS.-  ¡Por uno!...

RAMÓN.-  Uno; Luis, es uno:  (Con seriedad cariñosa.)  Es el atomillo sutil, impalpable, invisible; pero, el atomillo que se junta a otros átomos para sumarse haciendo la molécula, que a su vez forma el núcleo. Uno, un individuo de la humanidad, lleva en sí una parte de ella; si se vuelve inerte, es posible que extienda la paralización a los extremos; si se gangrena, puede inficionar el conjunto, de la misma manera que el atomillo microscópico que circula por los cuerpos orgánicos, corrompe y paraliza todas las funciones, cuando se arrastra inerte o podrido por el torrente sanguíneo...

LUIS.-  ¡Intransigente!...

RAMÓN.-  No; acaso más positivo que tú, pero menos egoísta.

LUIS.-  Y siguen las adulaciones.

RAMÓN.-  ¿Y, a qué te he de adular? si te estimo con afecto de hermano, *¿no es justo que la verdad cruce de tu cerebro al mío con la casta desnudez de diosa mitológica?

LUIS.-  Pero, en resumidas cuentas, no has dicho nada que confirme la necesidad de esas obras, en las cuales te vas a gastar un par de millones por el gusto de hacer rabiar a los frailes.

RAMÓN.-   (Con serenidad.)  Pequeña fuera en verdad mi alma, si para tal satisfacción gastase una fortuna; ¿de veras me crees tan ruin?

LUIS.-  No, Ramón, no:  (Con cariño.)  pero me apena mucho verte obcecado en tus ideas, un tanto románticas y fuera del medio en que vivimos.

RAMÓN.-   (Desde aquí con tono grandilocuente.)  ¡El medio en que vivimos! ¡ese medio es la causa de nuestra asfixia moral y física!¡el ciudadanismo moderno, deslumbrante al exterior, por dentro agusanado! *Cogidos por el engranaje de esa vertiginosa máquina llamada gran ciudad, miles de seres han formado una sociedad de convencionalismos, donde la lucha por la existencia pierde su carácter de racional para convertirse en pugilato de fieras disfrazadas con máscara de virtudes... ese medio donde las grandes ideas se achican por el interés del lucro!...

LUIS.-  Hay excepciones.

RAMÓN.-  * (Sin hacerle caso.)  ¡Donde toda virtud austera sucumbe entre las carcajadas de un montón de envidiosos y de necios! ¡donde todo sentimiento espontáneo, generoso, redentor, altruista, toma el camino de la miseria o del manicomio!

LUIS.-  ¿Y aquí en estos pueblos?

RAMÓN.-  Aquí, desgraciadamente, la mayoría de los que llegan de allá traen sólo lo malo.

LUIS.-  Pues, entonces...

RAMÓN.-  Se hace preciso que algunos traigan lo bueno... *Nuestra población rural está sumida en la ignorancia más espantosa, en un atraso moral repugnante. Creo de necesidad que la Escuela, la Granja modelo, el Instituto industrial con el Hospital y el Asilo, se levanten en nuestros campos como templos benditos, donde el pueblo español empiece a comulgar en la religión del racionalismo... Soy rico, joven, feliz: ¿será bien que vaya a aumentar la hueste del vicio de la vanidad?... *Mi sitio es éste, debo ser útil a mis compatriotas: mi inteligencia y mis riquezas deben sembrar de beneficios el solar de mis mayores.

LUIS.-  Pero...

RAMÓN.-  ¡Ah! Luis, a través de tu ateísmo práctico tengo seguridad que apruebas mis acciones.

LUIS.-  Porque son tuyas y te quiero de veras; mas te juro que me espanta mirarte envuelto en esta mísera lucha de los villorrios.

RAMÓN.-  Lucha que hasta el presente no me alteró.

LUIS.-  Pero, acaso te alterará si entran los frailes en la contienda.

RAMÓN.-  He ahí la última prueba de lo que antes decía;  (Señalando hacia la izquierda último término. El tono de la conversación vuelve a ser familiar.)  Mira qué convento se han construido; el instinto de conservación de la Iglesia la dice que aquí está el porvenir. *¡Oh! todas las almas firmes en un carácter pro gresista, debieran unirse para ofrecerla la batalla!... *

LUIS.-  Pues lo que es de tus obras, bien puedes estar satisfecho.

RAMÓN.-  Hemos de ir a verlas... *Cinco chalets deforma suiza, arquitectura rústica, líneas truncadas por las graciosas curvas de la vegetación trepadora.

LUIS.-  *Es la construcción más a propósito para este país.

RAMÓN.-  *Rodeándolo todo parques espaciosos, salutíferos bosques de pinos; la Naturaleza prestando sus bellezas a la obra humana.

LUIS.-  Concluirás por hacer de la aldea de Samiego un modelo de ciudad futura.

RAMÓN.-  Y del concejo una región civilizada.

LUIS.-  Y ¡echa millones!

RAMÓN.-  *¿Y qué haría con las inmensas rentas que me vienen de Méjico? Ya sabes que mi padre fue lo que aquí se llama un rico indiano.

LUIS.-  *Sí; el que emigra y vuelve hecho millonario.*

RAMÓN.-  Pues aún tengo otro proyecto, si tú quieres, un poco audaz, pero que mata de un golpe la mayor superstición y la mayor desidia.

LUIS.-  Veamos.

RAMÓN.-   (Se lleva hacia la izquierda a LUIS.)  ¿Ves esa ermita?

LUIS.-  Sí; es la de Santa Rita, patrona del concejo, y una especie de Sancta Sanctorum para Samiego, que la hace tres romerías.

RAMÓN.-  Justo; ya sabes que al pie de la ermita hay un manantial de aguas medicinales, de cuya virtud me aseguré por análisis químico, aguas que creen milagrosas estos inocentes.

LUIS.-  ¡Vaya! Si la fuente es una peregrinación.

RAMÓN.-  Pues bien; tengo en tratos de compra con el obispado, la ermita y los terrenos adyacentes; doy una fortuna por todo.

LUIS.-  Pues, cuéntalo por tuyo.

RAMÓN.-  En cuanto sea mío, ¡zas!  (Une la acción de derribar, a la palabra.)  al suelo la ermita; en su lugar, el sepulcro de mi familia, la fuente encañada en elegante kiosco, y al lado, una casa de salud con todos los adelantos modernos; ¿qué te parece?

LUIS.-  Que al fin y al cabo vas a conseguir que te quemen vivo.

RAMÓN.-  ¡Pasaron ya aquellos tiempos!

LUIS.-  Allá en el centro, sí; aquí, en los extremos, aún colean.

RAMÓN.-  Ya verás... ya verás...



Escena VI

 

RAMÓN, LUIS, DON PEDRO e ISABEL vestida de aldeana de Asturias, con lujosísimo traje, de seda todo, y cargado el pecho de cadenas y joyas de oro sólo; grandes arracadas; cuídese de la propiedad. -Los trajes de LUIS y RAMÓN, de campo, elegantes; ídem, más serio, el de DON PEDRO.

 

PEDRO.-   (Presentando a ISABEL a RAMÓN.)  En vista de que el señor novio no acudió por su prometida, vengo yo a traérsela.

RAMÓN.-   (Volviéndose con sorpresa.)  ¡Don Pedro!

LUIS.-  ¡Paso a la aldeana modelo!  (Con galantería.) 

RAMÓN.-  ¡Hermosa mía!  (Con pasión.) 

ISABEL.-   (Dando vueltas delante de RAMÓN para que la vea bien.)  ¿Te gusto?

RAMÓN.-  ¡Cielo del alma! Si al mirarte parece que he salido ya de este mundo dejando en él todas las penas.  (Durante este diálogo LUIS y DON PEDRO figura que hablan.) 

LUIS.-   (A todos.)  Conque dentro de unas horas estaremos ya en plena romería.  (Durante estas palabras han empezado a bajar por los peñascales del fondo algunas parejas de aldeanos en trajes del país; al llegar a escena forman grupos; suenan las panderetas que ellas traen y se mueven con el agrado de quienes están de fiesta; cuídese de ensayar perfectamente a los comparsas, de modo que el escenario ofrezca la animación de una romería campestre de Asturias.) 

PEDRO.-  En lo de siempre: bailes, comilonas, alguna borrachera y con frecuencia reyertas.



Escena VII

 

DON PEDRO, ISABEL, RAMÓN, LUIS; DOÑA MARÍA, DIEGO, DOÑA BRAULIA, CONSUELO, TÍA ROSA, JUANA, DIONISIA, PEPA, MANUEL, ROQUE, JUSTO. Varias voces. -Comparsas, hombres y mujeres del pueblo, chiquillos, algunas mujeres con cestas de manzanas y otras con roscones metidos en el brazo, que compran los aldeanos; la TÍA ROSA pone una mesita pequeña en el fondo, donde despacha botellas de sidra que compran algunos y destapan con ruido, bebiéndolas en vasos que también pone en la mesa la TÍA ROSA. -Todas estas acciones y movimientos simultáneo con el diálogo de los actores, que estarán en primer término, según se indique; cuídese que el ruido no interrumpa la representación.

 

MARÍA.-   (Entrando por El Espinoso.)  Ya estamos aquí todos.  (A ISABEL.)  Venga usted acá, espléndida aldeana; ¿será menester que bailes con alguno de montera y calzón corto?  (Detrás de MARÍA, PEPA entra.) 

RAMÓN.-  Vaya si bailará; quiero que sea la reina de la fiesta.  (BRAULIA, CONSUELO, DIEGO y MANUEL conversan en segundo término.) 

PEDRO.-   (A LUIS.)  Y vaya usted atando cabos, amigo Luis, con las ideas de mi futuro yerno; todo un librepensador, anticatólico y casi hereje, festejando como el primero la romería de una santa. ¿Eh?  (En tono de broma.) 

LUIS.-  ¡Como es la santa ahogada de los imposibles!

RAMÓN.-  ¡Vaya, don Pedro; no sea usted burlón al estilo metafísico! Ya sabe usted que yo no acudo a la romería sino por lo que tiene de popular; se olvida usted que soy un buen republicano.

PEDRO.-  Supongo que no te habrás enfadado por la broma.

ISABEL.-  ¡Qué se ha de enfadar Ramón con usted!

MARÍA.-  Pedro, mi hijo ya sabes lo que quiere: hacerse simpático al pueblo.

LUIS.-  Levantarle hasta las superioridades de la inteligencia.  (BRAULIA, CONSUELO y DIEGO, ponen atención.) 

PEDRO.-  Sí, sí; una obra verdaderamente de romanos. ¡Demasiado grande para la vida de un hombre!  (Suena la gaita lejos.) 

RAMÓN.-  Otros seguirán donde yo termine.

ISABEL.-  ¿Empezamos, como siempre, la misma cuestión? Vamos al baile.  (A RAMÓN, cogiéndose de su brazo.) 

RAMÓN.-  Vamos.  (Se van por la izquierda.) 

CONSUELO.-   (A las aldeanas y aldeanos agrupados a su lado, entre los que están JUANA, DIONISIA, PEPA, MANUEL, ROQUE y JUSTO.)  Bailemos aquí nosotros. ¡Al corro! ¡Al corro!

VOCES.-  ¡Al corro! ¡Al corro! ¡A la giraldilla!...  (La colocación de los personajes y comparsas, es como sigue. A la derecha, DOÑA MARÍA, DON PEDRO, LUIS y DOÑA BRAULIA mirando la formación del baile; en el fondo, sobre las peñas, algunos chiquillos; a la izquierda, grupos de aldeanos y aldeanas mirando también el baile; en el centro, pero en segundo término, se forma un corro; las mujeres agarradas de las manos, los hombres dentro del corro; le forman, CONSUELO, JUANA, DIONISIA, PEPA y otras dos aldeanas más; en el centro del corro, DIEGO, ROQUE, MANUEL, JUSTO y otros dos aldeanos más; hombres y mujeres cantan en CORO a voces solas una canción cuya música dará la autora al final de la obra y cuya letra es:) 

CORO.-  Estando la paloma en su palomar, vino un palomo hermoso, la quiso llevar. No se va la paloma no; no se va la paloma, no.  (Cantan de modo que los dos primeros versos coincidan con las vueltas del corro y los restantes bailando cada aldeana con su aldeano; al empezar a cantar el corro, la gaita y el tamboril cesan de tocar. Copla y baile son sumamente populares en las montañas de Asturias, donde ha tenido ocasión de oírla y verla la autora.) 

RAMÓN.-   (Entra por la izquierda con ademanes descompuestos y detrás ISABEL.)  ¡Miserables; no querer bailar contigo!

ISABEL.-  ¡Calma, por Dios!

LUIS.-   (Se acerca a RAMÓN, seguido de DON PEDRO, DOÑA MARÍA y BRAULIA. En segundo término el corro sigue dando vueltas, pero sin cantar.)  ¿Qué te pasa?

ISABEL.-  Nada, una tontería; Ramón ha querido que bailáramos la danza ahí abajo y así que entramos en ella dejaron de bailar todos.

RAMÓN.-  Y se fueron haciéndonos una ofensa inusitada en las sencillas costumbres de la aldea.

ISABEL.-  Alguien murmuró no se qué de herejes.

RAMÓN.-  Isabel tuvo habilidad para sacarme de allí; pero yo les juro...  (Acción de amenaza.) 

PEDRO.-  No hagas caso, gente zafia.

RAMÓN.-  No, no; obedecen a una consigna.

LUIS.-  Y bien, ¿aunque así fuera?  (La gaita y el tamboril vuelven a tocar, pero desde muy lejos, de modo que no llegue a escena sino un rumor.)  En estando prevenido... se tiene prudencia.

RAMÓN.-  ¿Prudencia o cobardía? Dame la mano, vamos a bailar ahí.  (Señala al corro.) 

ISABEL.-  ¡Por Dios, Ramón, si sabes que es una consigna!...  (Se resiste a seguirle.) 

RAMÓN.-  Sígueme, Isabel, que se descubran de una vez; es menester contar los enemigos.

MARÍA.-  Ramón, hijo mío.

PEDRO.-  El pueblo es como el mar: inconsciente.

RAMÓN.-   (Con energía.)  Pero la inteligencia humana ha sabido vencer las brutalidades del océano.

ISABEL.-  Ramón...

RAMÓN.-  Vamos...

LUIS.-  Si te empeñas, cuenta con uno más.  (Se va detrás de ellos hacia el corro. El corro comienza a cantar la segunda copla; la gaita calló.) 

CORO.-  Si se va la paloma, ella volverá...

 

(RAMÓN empuja a ISABEL al corro; ésta coge de la mano a CONSUELO, procurando entrar en el corro; en el mismo instante el corro se deshace y todos se separan fríamente de RAMÓN e ISABEL, volviéndoles las espaldas. DOÑA BRAULIA ha pasado a la izquierda con DON PEDRO, quedando DOÑA MARÍA a la derecha.)

 

RAMÓN.-   (Con ira.)  ¿Qué es esto? ¿por qué no bailáis?

ISABEL.-   (Aparte.)  ¡Miserables!  (Alto.)  Estarán cansados...

RAMÓN.-   (Con violencia, cogiendo de la mano a JUANA e intentando enlazarla con la de ISABEL.)  ¡Vamos, a formar el corro!...

JUANA.-  Yo no bailo con herejes.  (Se deshace de la mano de ISABEL y se pone al lado de DOÑA BRAULIA.) 

PEPA.-   (Pasando también a la izquierda.)  ¡Con judíos!...

MANUEL.-   (Pasando a la izquierda.)  ¡Con endemoniados!...

VOCES.-  Que bailen solos...  (Quedan en medio de escena solos RAMÓN, DIEGO, ISABEL, CONSUELO y LUIS.) 

RAMÓN.-  ¡Ah, viles!

LUIS.-   (A RAMÓN.)  Calma.  (A CONSUELO.)  ¿Quiere usted bailar conmigo?  (DOÑA MARÍA sola a la derecha; en la izquierda y al fondo todos los personajes; en último término los comparsas. Escena que ha de estar perfectamente ensayada.) 

CONSUELO.-   (A LUIS.)  Gracias; no lo permite mi conciencia.

RAMÓN.-   (A CONSUELO.)  ¡Insolente!

DIEGO.-   (A ISABEL.)  Nosotros no bailamos con amancebados...

RAMÓN.-   (Dando un bofetón a DIEGO.)  ¡Canalla!  (Confusión en la escena, que tenga gran carácter: los chiquillos corren; las aldeanas se arremolinan al lado de DOÑA BRAULIA; los hombres se precipitan sobre RAMÓN y DIEGO, que están dos segundos luchando agarrados; por fin DON PEDRO y LUIS consiguen separar a RAMÓN, sujetándolo y trayéndolo a la derecha, en donde quedan formando grupo RAMÓN, DON PEDRO, LUIS, ISABEL y DOÑA MARÍA. ROQUE, MANUEL y JUSTO, sujetan a DIEGO en la izquierda de la escena, algo en segundo término, están DOÑA BRAULIA, TÍA ROSA, CONSUELO y detrás grupo de aldeanas. CONSUELO cerca de DIEGO.) 

RAMÓN.-   (A LUIS y DON PEDRO.)  ¡Miserable! ¡dejadme que le arranque la lengua!

LUIS.-   (Sujetándole.)  ¡Vive Dios, tendrás calma!

PEDRO.-  Por Cristo, cálmate, que ya habrá lugar de castigarle!...  (Sujetándolo.) 

DIEGO.-  He ahí cómo arregláis vosotros, los impíos, todas las cuestiones; a puñetazos.

CONSUELO.-   (A DIEGO, sujetándolo.)  Basta, Diego, ni una palabra más; ¿lo oyes?

DIEGO.-  ¡Ah! es que el infame me cruzó la cara, y, ¡yo le juro!  (Amenazándole con el puño.) 

CONSUELO.-   (A los hombres que sujetan a DIEGO.)  Lleváosle pronto.

DIEGO.-   (Forcejeando.)  Sin matarle, ¡no!...

CONSUELO.-  ¡Vete, Diego, basto yo para darle el golpe de gracia!  (Los aldeanos que sujetan a DIEGO se lo llevan a viva fuerza.) 

RAMÓN.-   (A ISABEL.)  Y esas mujeres, parientas vuestras, le están defendiendo

PEDRO.-   (Procurando llevárselo hacia El Espinoso.)  ¡Vamos! terminemos este disgusto.

MARÍA.-  ¡Hijo!  (Procurando llevársele.) 

RAMÓN.-  ¡Terminarse, si ahora empieza!

LUIS.-  ¡Calma!

ISABEL.-  Diego es el novio de Consuelo, y la ofendiste.  (CONSUELO, que se ha venido con su madre hacia la derecha, como si hablaran con otras aldeanas de lo ocurrido, presta atención a estas palabras de ISABEL.) 

RAMÓN.-  Su novio o su querido.  (CONSUELO oye este insulto, y se vuelve rápidamente, quedando en frente de RAMÓN.) 

ISABEL.-   (A RAMÓN, viendo que CONSUELO oyó el insulto.)  ¡Silencio, por Dios!

CONSUELO.-   (Con tono insultante.)  No tanto, señor... Expósito.

PEDRO.-   (Volviéndose rápidamente.)  ¿Qué dice esta mujer?  (Expectación en todos los personajes; a la derecha, DOÑA MARÍA, LUIS, ISABEL y RAMÓN; en el centro, DON PEDRO y CONSUELO; a la izquierda, BRAULIA, TÍA ROSA, JUANA, DIONISIA, PEPA y ROQUE; en el fondo, grupo de aldeanos; sobre los peñascales, dos o tres aldeanos en expectativa.) 

RAMÓN.-   (Con asombro; situación encomendada al actor.)  ¡Expósito yo!

LUIS.-   (Aparte.)  ¿Qué es esto?...

ISABEL.-  ¿Pero qué dices? ¿Estás loca?

BRAULIA.-  ¿Que qué dice? La verdad; ese hombre no tiene padres.

RAMÓN.-  ¿Que no tengo padres?...  (Abrazando a su madre.)  ¡Madre mía! ¡Lenguas de víbora! Pronto, recoged ese grosero insulto.

MARÍA.-  ¡Dios mío!

LUIS.-   (A RAMÓN.)  Serénate.

RAMÓN.-  Sereno estoy, ¿no ves que hablo?

PEDRO.-  Braulia, el acaloramiento de una cuestión baladí, no es razón bastante para lanzar ese estigma de deshonra que cae sobre Ramón; sed nobles; decid que habéis mentido.

CONSUELO.-  ¡Mentir! No creímos mentir.

BRAULIA.-  En cuanto a la verdad, que la diga María.

RAMÓN.-  ¡Yo expósito!¡Pero de dónde sale esta calumnia! ¡Qué monstruos de infamia se han desatado en contra mía!

LUIS.-   (Aparte.)  ¡Qué va a pasar aquí!  (A ISABEL, aparte.)  Ayudadme, es necesario que Ramón me siga.

ISABEL.-  Braulia... Consuelo... Sois de nuestra propia sangre; en nombre de tan sagrado lazo, olvidemos este suceso; vámonos, dejemos a Ramón tranquilo, tranquilicémonos nosotras.  (A DON PEDRO.)  Venid, padre.

RAMÓN.-   (Poniéndose delante de ella.)  ¡No! No se marcharán de aquí sin que esta horrible sombra que se extendió en mi frente se disipe del todo.

LUIS.-  Ramón, es inútil; las calumnias no se combaten, se desprecian.

RAMÓN.-  ¡Por eso estamos todos roídos por la calumnia! ¡Yo la venceré, aunque me cueste morir!

MARÍA.-  ¡Morir tú!

RAMÓN.-  ¡Ah! madre, ¿no oíste a esas mujeres?

MARÍA.-  ¡¡Hijo mío!!  (Frase a cargo de la actriz.) 

RAMÓN.-  ¿Lo estáis oyendo?¡no llega su amor de madre hasta el abismo de odio en donde laten vuestras almas!

PEDRO.-  María, tus palabras nos han devuelto la calma.  (A CONSUELO y DOÑA BRAULIA.)  Espero que en lo sucesivo sabréis reportaros.

BRAULIA.-  Cuando se aclare sin dudas el misterio.

CONSUELO.-  Cuando María nos pruebe que es madre de Ramón.

MARÍA.-  ¡Jesús!  (Se tapa la cara con las manos.) 

RAMÓN.-  Lo habéis oído, madre. ¿Dicen que soy expósito?

MARÍA.-  ¡Mintieron!

RAMÓN.-  ¡Lo oís!

PEDRO.-  No prolonguemos más estas horribles horas.

CONSUELO.-  Pruebas.

BRAULIA.-  Sí; pruebas.

LUIS.-  ¡Basta, vive Dios!

CONSUELO.-  ¡No... no basta!¿Queréis que mi madre y yo pasemos por calumniadoras? Somos el blanco de todo el concejo, mañana se dirá de nosotras; ahí van las maldicientes, las embusteras.

BRAULIA.-  Todos están prestando atención a cuanto aquí pasa... ¿Qué contestaremos nosotras?

PEDRO.-  ¡Que habéis mentido!

CONSUELO.-  Cuando se nos pruebe.

RAMÓN.-   (A su madre con vehemencia.)  ¿No las oyes?¡Dicen que no eres mi madre, que no tengo padre! ¡Que soy un hijo del acaso, del vicio, o del crimen! ¡Algo que se arroja al montón anónimo de la humanidad! ¡Un desecho de la vida, que lo mismo puede llevar en sus venas la sangre de un héroe, que la sangre de un asesino!... Habla, madre, diles que no es verdad.

PEDRO.-  Habla, María, que caiga el desprecio sobre las calumniadoras.

LUIS.-  Y aunque así fuera...

RAMÓN.-  ¡Diles que no es verdad; pruébales que hay en mi alma herencias de la honradez de mi padre, y de las virtudes tuyas; diles que sobre mi cabeza se alza algo inmortal, la legitimidad de la descendencia! ¡Háblales de mi raza, de tus padres, de mis abuelos, de ese código sagrado de nuestra especie, en donde se afirman las leyes de selección... ¡Madre, pronto!

LUIS.-   (A MARÍA, aparte.)  ¡Valor, callad!

PEDRO.-  Sí, María, habla; nos obligan a descender a tan miserable defensa.

RAMÓN.-  ¡Pero no hablas!  (Separándose las manos de la cara.)  ¡Y estás llorando!

BRAULIA.-  ¿Se necesitan más pruebas que su silencio y sus lágrimas?

ISABEL.-   (Con un movimiento rápido pasa al lado de RAMÓN, cogiéndole una mano y poniendole otra en el hombro.)  ¡Ramón!

LUIS.-   (Le coge la otra mano a RAMÓN.)  ¡Tienes en mí un hermano!

ISABEL.-  ¡Y en mí una esposa!

LUIS.-  Esas mujeres no mintieron.

PEDRO.-  ¡Expósito! ¡Él!

RAMÓN.-  ¡Yo!  (Con distinta entonación del anterior.)  ¡Yo!

BRAULIA.-  ¿Calumniábamos?...  (RAMÓN cae desfallecido en el banco; movimiento de expectación en todo el personal del escenario.) 

CONSUELO.-  ¡Un miserable expósito, a quien la caridad dio una familia!  (Con desprecio.) 

MARÍA.-   (Enérgicamente.)  Mientes, infame; Ramón tiene padres...

RAMÓN.-   (Levantándose.)  ¡Por fin hablaste!

CONSUELO.-   (Fríamente.)  Pruebas.

MARÍA.-  Las tendréis todas.

PEDRO.-  ¿Su padre?

LUIS.-   (A DOÑA MARÍA con energía, aparte.)  ¡Prudencia, por Dios!

ISABEL.-   (A su padre.)  No sea usted cruel.

LUIS.-  Esto es forzoso que termine.

RAMÓN.-   (Cogiendo una mano a su madre.)  ¡Basta ya de piedades! Te debo cuanto soy; tu caridad hizo de mi vida un poema de felicidad, pero hay algo más grande que la dicha, ¡necesito un nombre! ¡una verdad civil, ante la cual enmudezcan los maldicientes! ¡mi alma ha sido débil al dolor, pero no lo será a la verdad! ¡quiero saberla, saber quién soy! ¡sobre mi vida social no puede haber sombras, la sombra casi siempre oculta el crimen! ¡que resplandezca la verdad como luz abrasadora! ¡si quema nuestras dichas, las lloraremos perdidas, pero no sacrílegas! ¡cuando las venturas humanas son incompatibles con la verdad, se las arroja a un lado!  (Rechazando a ISABEL, que pasa a la derecha, al lado de DON PEDRO.) 

ISABEL.-   (Al irse con su padre.)  ¡Ramón mío!

RAMÓN.-  He ahí a tu padre, al noble de abolengo ilustre, de jerarquía sin tacha; sepamos si puedo ofrecer al vástago de su nobleza un apellido honrado.  (A su madre.)  ¡Pronto, hablad!

MARÍA.-  Tienes madre.

RAMÓN.-  ¿Quién fue mi padre?

MARÍA.-  No, no me preguntes más, no puedo decírtelo.

PEDRO.-  ¿Pero Monforte adoptaría a Ramón? ¿Habrá documentos legales? ¿Si no por la naturaleza, por la ley será hijo vuestro?

LUIS.-  Existe en mi poder el documento de adopción que hizo doña María después de enviudar.

ISABEL.-  ¡Dios mío!

MARÍA.-  Ramón lleva mi nombre.

CONSUELO.-  ¿Necesitáis más pruebas?

RAMÓN.-  No; me bastan. Os debo una gratitud inmensa: la del huérfano que encuentra a su madre.  (Abraza a DOÑA MARÍA.) 

BRAULIA.-  ¿Qué dice?

CONSUELO.-  Tu madre es adoptiva. En realidad no la tienes.

RAMÓN.-   (Desde este momento hasta la terminación del acto, el actor ha de ir creciendo en entonación hasta concluir en tono completamente dramático.)  Para vosotros, todos los que me estáis oyendo, para ese tropel de los que nada valen, por sí solos, para esa masa informe, que es el légamo de la vida, está la ley, que os obliga a reconocerla por mi madre. Para mi corazón  (Pasándola un brazo por los hombros.)  existe su cariño, hablándome al alma con el ejemplo de sus virtudes sublimes. ¡Tengo madre!

MARÍA.-  ¡Bendito seas!

LUIS.-  Bien, Ramón.

RAMÓN.-  ¡No soy expósito, miserables calumniadoras!

BRAULIA.-   (A DON PEDRO.)  ¿Y consentirás la boda de Isabel con ese hombre?

CONSUELO.-  ¿Será el primer bastardo que cruce su sangre con la nuestra?  (Los personajes forman un semicírculo, cuya derecha ocupan MARÍA, LUIS y RAMÓN, y cuya izquierda BRAULIA, CONSUELO y DON PEDRO e ISABEL.) 

RAMÓN.-  Isabel, un Noriega vuelve a ser tu prometido esposo; mi conciencia de honrado se afirma en el apellido de una santa. ¡Soy digno de ti!

PEDRO.-  ¡Con una legitimidad dudosa! ¡Un acta de adopción! ¡Nunca! Con mi consentimiento, no serás esposo de Isabel.

ISABEL.-  ¡Padre!  (Con desesperación.) 

PEDRO.-   (Con doloroso acento.)  ¡Oh, te amo mucho, hija mía; pero el código del honor oprime las ansias de mi corazón! Eres el último vástago de una ilustre descendencia. Serás esposa de Ramón, porque tu voluntad es más fuerte que mi vejez; pero jamás la santidad de mis canas bendecirán tu matrimonio.

CONSUELO.-  ¡Ateísmo y bastardía! Son demasiadas sombras para los nuestros.

PEDRO.-  ¡Consuelo, rechazo esas palabras, que son impías!  (Con indignación.) 

RAMÓN.-   (Con sarcasmo.)  ¡Bien pronunciadas están! Dejadlas dichas. ¡Ateo y bastardo; pero no hipócrita ni cruel!

MARÍA.-  ¡Hijo mío!

ISABEL.-  ¡Ramón!

RAMÓN.-  ¡Ateo y bastardo! ¡A plena luz! ¡Bajo la limpia bóveda del cielo!  (A su madre y LUIS.)  ¡Oh! No temáis que abusando de su debilidad descienda a los insultos personales. ¡Ésas son las armas de los cobardes!...  (A todos.)  Voy a hablaros de mí.  (Se adelanta en medio de todos en actitud de reto.)  Madre, a mi lado; Luis, ven aquí; ahora ante mi hogar;  (Se colocan los tres delante de la puerta del Espinoso.)  ha llegado el momento de la defensa y del ataque.

ISABEL.-  ¡Oh! Ramón, yo a tu lado, a tu lado hasta la muerte.

RAMÓN.-  Isabel mía; aunque bastardo, mi brazo te defenderá.

PEDRO.-  ¡Isabel! ¡Dios no consiente la felicidad de los hijos rebeldes!

ISABEL.-  ¡El amor de las almas no busca sólo la dicha!

RAMÓN.-  Seremos dos para sufrir la desgracia. Vosotros allí, delante de vuestros ídolos, que ha llegado también la hora de defenderlos.  (Los personajes quedan: DON PEDRO, BRAULIA, CONSUELO y todos los aldeanos y aldeanas agrupados a la izquierda; LUIS, RAMÓN, ISABEL y DOÑA MARÍA, a la derecha.)  Aquí los ateos, el bastardo; ahí, los hipócritas, los crueles; ¡que la discordia encienda su tea en medio de nosotros!

VOCES.-  ¡Fuera los herejes!  (CONSUELO hace ademán de detenerlos a todos.) 

RAMÓN.-  Hasta ahora, escuché vuestros aullidos de fiera con una piedad tiernísima; me figuraba penetrar en vuestros cerebros, colindantes con el del oso de las cavernas; los veía débiles luchando con el peso de un dogma que se impuso a la familia humana con la violencia del tormento. Veía en vuestra espantada fe de ignorantes los restos sombríos de las calcinadas hogueras inquisitoriales, cuya imagen se levanta en vuestro pensamiento como herencia de salvajes idolatrías.

VOCES.-  ¡Fuera!... ¡Fuera!

CONSUELO.-  Silencio, oídle hasta el fin; recojamos armas para nuestra causa.

MARÍA.-  ¡Hijo!

RAMÓN.-   (Sin hacerles caso.)  *Todo el pasado tenebroso e impío, le veía yo estampado en vuestras rudas inteligencias, momificadas en un quietismo de sepulcro, al desarrollarse lejos de toda civilización... Antes, al sentir vuestros anillos de culebra procurando estrujar mis ideales, sonreía como padre amoroso ante las malicias de travieso niño.

CONSUELO.-   (Conteniendo a todos.)  Calma, calma.

RAMÓN.-  Con la dulzura del apóstol, con la serenidad del mentor, llevaba a vuestros hogares el aura fecunda de la libertad, y apartando de mí el daño que intentabais hacerme, os sacaba de las estrechas sendas del instinto para llevaros a las cumbres de la inteligencia...  (Murmullos.)  Ahora... ¡escuchad! ¿Veis esa ermita, cuya romería celebráis hoy? Será derribada dentro de algunos días...

VOCES.-  ¡Ateo! ¡Ateo! ¡Fuera!  (Movimiento de efervescencia y de horror; algunas aldeanas se persignan; MANUEL se adelanta a todos.) 

CONSUELO.-  ¡Dejadle hablar! La ermita no es suya.

RAMÓN.-  Lo será; la he cubierto de oro y los vuestros cambian fácilmente los bienes divinos por los humanos.

BRAULIA.-  ¡Blasfemo!

RAMÓN.-  ¡Sobre sus ruinas se alzará el sepulcro de los míos!... ¡Id por última vez a festejar a la abogada de los imposibles!  (Movimiento de horror de la muchedumbre.)  ¡Contadle mis proyectos, pedidle sus milagros! ¡que os proteja contra el Ateo, contra el Bastardo, contra el republicano!  (Tumulto y movimiento en la escena a cargo del director.) 

VOCES.-  ¡Al hereje! ¡Al hereje! ¡Vamos!

MARÍA.-   (Procurando llevárselo hacia el Espinoso.)  ¡Hijo mío!  (Todos los grupos de la izquierda se arrojan con violencia para acometer a RAMÓN; LUIS saca un revólver y se coloca delante de RAMÓN amenazando a MANUEL, que está primero.) 

LUIS.-  ¡Atrás, villanos! ¡que una sola mano se levante y os mato como a perros rabiosos!

ISABEL.-  ¡Silencio, por mi amor!¡Silencio, Ramón!  (Los grupos se contienen y retroceden atemorizados ante la actitud enérgica de LUIS.) 

RAMÓN.-  ¡Id a recoger inspiraciones del cielo! ¡Que os guíen vuestros frailes desde su cátedra!¡Aprestad el maridaje del error con la envidia, del fanatismo con la soberbia, de la ignorancia con el odio! ¡Mezclad las vilezas humanas bajo la más cara de la fe, y venid todos con vuestros dioses, a luchar contra nosotros! ¡Seréis vencidos!  (Con gran entonación.) 

ROSA.-  ¡Sacrílego!

VOCES.-  ¡Impío! ¡fuera! ¡fuera! ¡A ellos! ¡a ellos!  (Los grupos se abalanzan a ellos, algunos levantan palos y botellas.) 

LUIS.-  ¡Ay de vosotros!...  (Poniéndose delante de RAMÓN y cubriéndolo con su cuerpo.) 

ISABEL.-  Mi vida antes que la suya.

PEDRO.-  ¡Hija mía!  (Al ver a su hija en peligro, se abre paso resueltamente por entre el tumulto, y con enérgicos ademanes establece la división, y libra al grupo de la derecha de los ataques del de la izquierda.) 

PEDRO.-  ¡Atrás todos, insensatos! ¡Vais a ser fratricidas!...  (Suena una campana en sones de fiesta. Rápido movimiento de actores y comparsas. DOÑA MARÍA, LUIS, ISABEL y RAMÓN quedan siempre a la derecha; los demás se vuelven hacia la izquierda; por el fondo cruzan corriendo hacia la izquierda varios de los que había en el escenario.) 

JUANA.-   (Corriendo a la izquierda, se va.)  ¡Al sermón! ¡Al sermón!

ROSA ¡Al sermón!  (Se va izquierda.) 

VOCES.-  ¡A ellos! ¡A los herejes!

BRAULIA.-  ¡Primero Dios! ¡Primero Dios!

CONSUELO.-   (Aparte.)  ¡Luego ellos!  (Se va amenazando. Movimiento general de salida por la izquierda, por donde todos se van corriendo; la campana sigue tocando.) 

PEDRO.-   (A ISABEL.)  Te espera el hogar de tus mayores, donde tanto amor te guarda tu padre...  (Le abre los brazos.) 

ISABEL.-   (Cruza la escena, y se arroja en brazos de su padre, yéndose los dos. Antes de salir.)  ¡Padre mío!

LUIS.-  Ve, Isabel, a ser la hija obediente, mientras las leyes te hacen la esposa amada.

DIONISIA.-   (Cruzando la escena de derecha a izquierda.)  ¡El Padre Juan!¡El Padre Juan!

PEPA.-  ¡Al sermón!  (Cruza la escena.) 

MARÍA.-   (Despavorida mirando hacia la izquierda.)  ¡Allí! ¡Allí!... Huyamos...  (Cae desvanecida en los brazos de RAMÓN y LUIS.) 

LUIS.-  ¡El Padre Juan!

RAMÓN.-  ¡Oh! ¡Fraile impío! ¡Desde este momento comienza nuestra lucha!¡Apresta las fuerzas del pasado para defenderte, que yo invocaré las energías del porvenir para derribarte! (Cae el telón tocando la campana.) 

 

(Se recomienda, a los directores de escena, pongan el mayor esmero en ensayar desde la escena sexta, hasta el final del acto.)

 


 
 
FIN DEL ACTO II
 
 


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