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Rienzi el tribuno

Rosario de Acuña y Villanueva



[Nota preliminar: Edición digital a partir de la de Madrid, Administración Lírico-Dramática, 1876 Imp. de José Rodríguez, y cotejada con la edición crítica de Mª Carmen Simón Palmer (Madrid, Castalia, 1989)].



PERSONAJES
 
ACTORES
 
NICOLÁS RIENZI,   último tribuno de Roma. D. RAFAEL CALVO.
MARÍA,   esposa de Rienzi. D.ª ELISA BOLDÚN.
PEDRO COLONNA,    señor feudal. LEOPOLDO VALENTÍN.
JUANA,   antigua sirviente de los Colonnas.D.ª CONCEPCIÓN MARÍN.
UN PAJE.   SRTA. GARRIDO.
UN CAPITÁN.SR. CAPILLA.
Damas, pajes, heraldos, escuderos y pueblo.
 

La acción pasa en Roma en el siglo XIV, en los años 1347 y 1354, en el palacio del Capitolio.

 

A MI PADRE


En el templo de la historia
hallé la perdida calma;
si Rienzi logra victoria,
para mí la paz del alma,
para ti, padre, la gloria.


ROSARIO                



¡Pueblo, nobleza, ¡oh Dios! delirios vanos
que empecéis esa lucha fratricida!
Pueblan el mundo siervos y tiranos;
mientras no se confundan como hermanos
jamás la ley de Dios será cumplida.
La nobleza ignorante, el pueblo imbécil;
¡cuanta sangre vertáis, toda perdida!
¡Faltan ciencia y virtud! ¡aún está lejos
la redención completa de la vida!
[...]
[...]


(ACTO II, ESCENA IV.)                







ArribaAbajoActo I

 

Sala del Capitolio. -A la derecha del espectador dos puertas que figura comunican con las habitaciones de RIENZI y de su esposa; a la izquierda una ventana en primer término y en segundo una puerta; gran puerta en el fondo, mesa y sitial a la izquierda; muebles de la época: dos tapices flotantes en los dos lienzos del fondo. Un libro sobre la mesa.

 

Escena I

 

MARÍA, en el sitial junto a la mesa, con una carta en la mano; JUANA, a su lado, sentada en un taburete y haciendo una labor; a media escena empieza el anochecer.

 
MARÍA
Despacio las leí y aún no concibo
lo que dicen las líneas de esta carta.
Unas veces paréceme que sueño,
otras las miro como horrible trama,
sin que pueda el turbado pensamiento
descubrir su intención ni adivinarla;
y luego,... ¿por qué medio, de qué modo
puedo llegar hasta mi propia estancia?

 (Leyendo.) 

«Los barones de Orsini y de Colonna
»y otros nobles de estirpe menos clara,
»con vuestro esposo Rienzi reunidos,
»La paz ajustarán en vuestra casa;
»del juramento que en solemne fiesta
»al gran Tribuno prestarán mañana,
»se ha de tratar en este conciliábulo;
»pero si en él las bases se preparan,
»mientras solemnemente no se juren,
»la cabeza de Rienzi amenazada
»ha de vivir; tan sólo una persona
»con firme voluntad puede salvarla,
»porque acaso el citado juramento
»no se llegue a prestar si alguno falta;
»para que esto se evite es necesario
»consintáis recibir en vuestra estancia,
»en esta misma noche, estando sola
»y al terminar el toque de las ánimas,
»a quien puede deciros claramente
»el modo de alejar desdicha tanta;
»a más, grandes secretos de familia
»podréis saber, y acaso vuestra raza
»a Rienzi logre darle una corona
»cual su ambición jamás pudo soñarla;
»pensadlo bien, mañana tarde fuera.
»Si aceptáis, colocad en la ventana
»una luz y después esperad sola
»la salvación de Rienzi o su desgracia;
»aquesto dice quien blasones tiene;
»no lo olvidéis, puesto que sois romana.»

 (Dejando de leer. Empieza a anochecer.) 

Sin firma y con la fecha de hoy. ¡Dios mío,
qué otra nueva tormenta se prepara!
JUANA
Es una carta de intención profunda
y en estilo de nobles redactada.
MARÍA

 (Sin hacer caso de JUANA y como hablando sola.) 

¿Es verdad o es mentira lo que leo?
y si es verdad, ¿acaso hago yo falta?
Rienzi es mi esposo fiel, mi buen amigo,
mando en su corazón, mas no en su alma;
¿por qué de mí se valen para un caso
en que mi voluntad no puede nada?

 (Dirigiéndose a JUANA.) 

Juana, si me escuchaste, ¿qué respondes?
JUANA

 (Con resolución y casi en sentido de reproche.) 

Eres mujer de Rienzi; eres romana;
¿acaso abrigarás dentro del pecho
ese fantasma ruin que miedo llaman?

 (Se levanta colocándose junto a la mesa.) 

MARÍA
Tienes razón, y a fe que fuera mengua
esconder el temor dentro del alma,
pues sólo teme la mujer amante
perder el corazón del ser que ama.
¿Qué puede sucederme? mis recuerdos
velozmente se pierden en mi infancia
y me siento valiente en el peligro,
que siempre vi con la serena calma
del que alzando hasta Dios su pensamiento
fija en otra región sus esperanzas.

 (Se levanta.) 

Veremos si esta cita encierra un lazo
o noblemente se dictó la carta.


Escena II

 

Las mismas y dos pajes, con luces.

 
MARÍA
De noche ya; qué breve pasa el tiempo.

 (Dirigiéndose a un PAJE.) 

¿Y el Tribuno?
PAJE
Con los nobles, señora, en una gran sala.
MARÍA
¿Y viste en la ciudad preparativos?
PAJE
Toda Roma despierta y se engalana;
y ¿cómo no? si el pueblo conmovido
ante la nueva luz que se levanta,
contempla un porvenir de paz y gloria
¡que siempre lejos vio por su desgracia!
JUANA

 (Interrumpiéndole.) 

¡El pueblo! niño grande y consentido
que se olvida de ayer viendo el mañana!
MARÍA

 (A JUANA.) 

Paréceme que sobra lo que dices.

 (A los PAJES.) 

Idos vosotros.

 (Se van.) 

 (A JUANA.) 

Ven y atiende, Juana.


Escena III

 

MARÍA y JUANA.

 
MARÍA
Sabes muy bien que siempre te he querido;
servidora leal te hallé en mi casa.
Tú has sido para mí más que nodriza,
amiga, compañera, casi hermana;
pero si bien te di pruebas seguidas
de ilimitada y ciega confianza,
no puedo consentir que en mi presencia
a los hechos de Rienzi pongas tacha;
y el que escarnece al pueblo a Rienzi ofende,
que es amigo del pueblo que lo aclama.
JUANA
No me comprendes, no; ¡triste es decirlo!
La intención que demuestran mis palabras
es que ese pueblo que al Tribuno adora,
es indigno de Rienzi y de su alma.
MARÍA

 (Con ironía.) 

¿Desde cuándo enemiga de la plebe?
JUANA
Sabes, María, que nací africana,
y que al Egipto que me vio en la cuna
le debo antiguo nombre, ilustre raza,
y aunque sierva por culpa de la suerte,
siempre miré de lejos la canalla.
En las grandes llanuras del desierto,
do pasaron los días de mi infancia,
a mi padre escuché sencilla historia
que al hablarle del pueblo relataba.
¿Quieres saberla?
MARÍA
Sí.
JUANA
Un gran liberto
tenía una pantera encarcelada
y en ratos de placer se entretenía
con un hierro candente en azuzarla;
y aunque para gozar con su tormento
en la prisión a veces penetraba,
sin corbas uñas la rugiente fiera
y en cadenas de bronce aprisionada,
aunque los aires con su voz hendía
jamás a su verdugo maltrataba;
y aún hizo más; cuando de carne hambrienta
la miraba de lejos en su jaula,
fijando en su tirano dulces ojos,
llegó a pedirla con caricias mansas...
Vio a la fiera un esclavo y compasivo,
quiso de sus martirios libertarla,
rompió sus hierros y a ignorada cueva
la llevó; sus cadenas quebrantadas
logró cortar un día, pero entonces
la pantera a su pecho se abalanza,
y antes de que pensara defenderse
arrancóle la vida con sus garras.
MARÍA

 (Sin comprender la intención de la historia.) 

Y bien ¿pero y el pueblo?...
JUANA
El pueblo es fiera
que se debe tener encarcelada.
MARÍA

 (Con tristeza y casi como un reproche.) 

¡Y sin embargo, Juana, soy del pueblo!

 (Variando de tono.) 

Tú lo sabes, mi padre trabajaba,
y aunque libre, jamás pudo elevarse.
JUANA
Tu padre fue del pueblo ¿y eso basta
para probar que tú del pueblo seas?
MARÍA

 (Con asombro.) 

¡Intentas que reniegue de mi raza!
JUANA

 (Interrumpiéndola.) 

Esta noche recibe a quien te cita
y vuelve a preguntármelo mañana.
MARÍA

 (Con vehemencia y queriendo comprender la intención de JUANA.) 

¿Qué significa lo que dices?
JUANA

 (Como si no la hubiese oído, dirigiéndose a la ventana.) 

Juzgo
que la noche tranquila se adelanta
y que Rienzi saliendo del consejo
te vendrá a ver; creyendo no le agrada
hallarte en compañía, me retiro,
si el permiso me das.
MARÍA

 (Con enojo.) 

Vete, que basta
de escuchar un lenguaje tan oscuro
como el que tienes, por mi daño, Juana.
JUANA
Mi corazón es grande para amarte
aunque a veces le faltan las palabras.

 (Se va.) 



Escena IV

 

MARÍA, que al marcharse JUANA toma otra vez la carta y se sienta junto a la mesa.

 
MARÍA

 (Después de recorrer con los ojos la carta.) 

 (Leyendo.) 

Y a más, grandes secretos podréis saber.

 (Dejando de leer, y como si pensara en alta voz.) 

Edades del pasado,
recuerdos de mi vida,
si en el fondo del alma habéis dejado
alguna luz prendida,
agitadla, y acaso en la memoria
su estela refulgente
ilumine las sombras de mi historia.

 (Pausa de algunos segundos, durante los cuales recorre otra vez la carta sin dejar de mirarla.) 

¡Noble de raza yo! ¡vana quimera!

 (Deja de mirar la carta. Este período ha de recitarlo como si fuera poco a poco recordando su vida.) 

En mi infancia primera
escuché de mis padres los consejos,
que cansados y viejos,
en mí cifraban su ilusión postrera.
Sencillos campesinos, humildes en el nombre y la fortuna,
nunca pudieron rodear mi cuna
con blasones ilustres de nobleza,
¡qué fueron sus diademas en el mundo
las canas que adornaban su cabeza!
Después me abandonaron
por otro reino de mayor grandeza.

 (Pausa.) 

¿Hay acaso en mi vida algún momento
que ignorado y oscuro
levante el pensamiento
a la vaga región de lo inseguro?

 (Pausa.) 

*No por cierto, que en paz y en alegría
*un día y otro día
*mi juventud pasaba,
*¡mi juventud dichosa!
*como el ave que canta en primavera
*jugando entre las flores revoltosa.

 (Vuelve a tomar la carta y a recorrerla rápidamente con una mirada. Refiriéndose a la carta.) 

Y sin embargo, de mi nombre trata...

 (Se levanta con movimiento rápido, dejando la carta sobre la mesa.) 

¡Dejemos de pensar en tal delirio!

 (Mira a la puerta del fondo.) 

Rienzi tarda, ¡Dios mío, qué martirio!

 (Pausa.) 

¡Qué arcano encierra el corazón del hombre,
que el amor no le basta
y por buscar un nombre
en pasiones y en luchas se desgasta!
*¡Nicolás Rienzi, genio poderoso,
*cuya alma engrandecida
*salvando las esferas de la vida,
*se levanta y se eleva
*a buscar la verdad en alto origen,
*en titánica prueba
*arrostra los delirios de la suerte
*y acaso (¡de pensarlo me horrorizo!),
*acaso juega ciego con la muerte!

 (Pausa.) 

¡Grande es su idea, sí! digna del cielo!
¿Pero llegó a olvidar, desventurado,
que sobre aqueste suelo
cada siglo brillante y respetado,
necesita un cadáver desgarrado?

 (Pausa.) 

¡Oh! Si el amor de la mujer querida
bastase a darle calma,
me arrancara la vida
pidiendo a Dios que le entregase el alma.
 

(Este monólogo depende completamente de la actriz, que debe fijar cuantas palabras, pensamientos y conceptos se hallan en él. La escena que le sigue ha de ligarse rápidamente a la terminación de dicho monólogo.)

 


Escena V

 

RIENZI, precedido de dos pajes con hachas escondidas. MARÍA, al escuchar a los pajes de otros salones que le anuncian, se dirige rápida hacia la puerta. Los pajes, así que pasa RIENZI se van.

 
UNA VOZ

 (Dentro.) 

El gran Tribuno Rienzi.
RIENZI

 (Entrando y abrazando a MARÍA.) 

¡Esposa mía!
MARÍA
En esa frente, amada con delirio,
¿hay nubes de pesar o de alegría?
RIENZI
Aunque en ella estuviese el mundo entero,
el mundo al contemplarte olvidaría.
MARÍA
¡Oh Nicolás! mi amor no es el primero.
RIENZI
Sólo amaré una vez; oye, María.
 

(Se sienta. MARÍA repara en la carta y la toma guardándosela con disimulo.)

 
Si el alma soñadora
se encuentra de lo grande enamorada,
no supongas jamás que es su destino
secar del corazón la rica fuente,
cuyo origen divino
le dice al hombre, piensa, pero siente.
¡Qué te importa que en éxtasis profundo
abarque el pensamiento
la vida, Dios, la eternidad y el mundo,
si en el bello raudal del sentimiento
vives idolatrada,
como en búcaro de oro
la nítida azucena perfumada!
MARÍA
No me importará, no, si el alma mía
viese el triunfo a tu lado.
RIENZI
¿Lo dudas tú?  (Con energía.)  Yo nunca lo he dudado.
MARÍA
Al escucharte el alma se enaltece.
Háblame del consejo; ¿qué ha pasado?
RIENZI
¡Ah María! ¡Qué rudo es mi destino!
¡Cuánta fe necesita
mi espíritu gigante!,
este espíritu mártir que se agita
en un siglo gastado y vacilante.
MARÍA
¿Acaso se te niega el juramento?
RIENZI
La queja que escuchaste
no se refiere sólo a tal momento.
MARÍA
Cuéntame tu pesar, tu incertidumbre;
el alma te comprende,
tú mismo la enseñaste,
y en tan vivo fulgor su lumbre prende.
Sin ti ¿qué era yo? Acaso
fantástico destello,
cuyo brillo jamás se abriera paso
en el mundo sublime de lo bello;
sin ti, mi corazón, mi inteligencia,
en letárgico sueño dormirían
y fuera mi existencia,
divina por su origen,
como perla escondida
que en el fondo del mar muere perdida.
*Mi vida fue una rosa abandonada
*de pétalos sencillos,
*por tu genio sublime cultivada.
Háblame; si tus penas
pueden hallar en el amor consuelo
yo romperé sus frágiles cadenas,
y olvidarás la tierra por el cielo.
RIENZI
¡Ese amor, ese amor divinizado
que busca el alma como origen cierto,
tu corazón le guarda inmaculado;
sin ese amor, el mundo es un desierto!
¡Y me le haces sentir! mi vida entera
se pierde cual fantástica quimera
en la estela radiante
que deja en pos tu corazón amante.
Las miserables luchas
que la traición me ofrece,
mi pasado de horrible sufrimiento,
el hoy que me estremece
y el lejano mañana que se crece
en las sombras del libre pensamiento,
todo entre luz confusa
se pierde lentamente
cuando el alma cansada
mira tu corazón puro y vehemente.
MARÍA
Tus ideas, tu ser, tu inteligencia
quiero guardarlas dentro de mi pecho.
¿Qué te han dicho los nobles reunidos?
¿Acaso se te niega ese derecho,
que el pueblo te legó como tribuno,
o como siempre han hecho
en la misma opinión no está ninguno?
RIENZI
Para llegar al punto de esta noche
de largo he de tomar toda mi historia.
Tú la sabes cual yo, pero no quiero
que se borre jamás de la memoria.

 (Relatando.) 

Cuando mataron a mi pobre hermano
una turba de audaces caballeros,
aunque era niño, levanté la mano
y a los cielos juré tomar justicia
de un hecho tan villano;
mi alma luchó, luchó con mi destino
que me dio humilde cuna
y una escasa fortuna
para entrar de la vida en el camino;
en la lucha vencí grandes pasiones,
el estudio profundo marchitó mis primeras ilusiones
y penetré en el mundo
llevando el corazón hecho girones.
En él tan sólo había
pura una fe, cumplir con mi promesa;
era muy grande sí, yo lo sabía,
¡Pero el tiempo pasaba
y cada vez mejor la recordaba!
Estudié, trabajé, busqué un apoyo
y al fin subí; el pueblo soberano
su Tribuno me aclama y llega el día
en que vengue la muerte de mi hermano.
MARÍA
¿Y tú la vengarás?
RIENZI

 (Transición.) 

¡Nunca, María!
Mi promesa es impía;
que aprendí a conocer en mis desvelos
que el sol no brillaría
si hubiera siempre nubes en los cielos;
nubes son los rencores;
quiero que el sol de la justicia brille
como en tiempos mejores
haciéndonos iguales,
que todos somos hombres y mortales.
Nunca veré la sangre derramada
para vengar ofensas de mi vida;
yo cumpliré una empresa levantada
digna de un alma libre, engrandecida;
quiero que Italia con su antiguo nombre
y uniendo su poder, al mundo asombre.
MARÍA
Pero no sin luchar llegará el día
en que el pueblo romano
se apellide liberto y soberano.
RIENZI
Lo sé muy bien, la raza de los nobles
a ese plan gigantesco no se aviene,
ella vive gozando como reina
y de vida cambiar no le conviene.
La firme ilustre casa de Colonna
con la de Orsini en declarada guerra
parece no se aterra
con el aspecto que mi pueblo toma,
y no quiere ceder, en cuyo caso
una lucha presiento sobre Roma.
La ley del buen estado
que la nobleza jurará mañana
en presencia del pueblo y del legado
del gran papa Clemente
dominará el orgullo de esa gente;
pero si se rebela
y en jurar no consiente,
su rebelión en forma declarada
será anuncio de próxima tormenta,
principio de una lucha encarnizada,
titánica y sangrienta,
donde el pueblo llegando al heroísmo
derrumbe las postreras atalayas
que sirven de guarida al feudalismo.
MARÍA
Mas si la jura, el mundo con tu nombre
alzará un monumento.
RIENZI
Sí, María, por eso no te asombre
que anhele el juramento;
no hay gloria para el hombre
como empezar su siglo en las edades
sin que la sangre humana
a torrentes vertida
oscurezca los hechos de su vida.
Si juran esa ley, si en mi presencia
rinden sus armas los opuestos bandos,
si a mi edictos prestan obediencia,
el asombrado mundo
verá en ruinas los fuertes torreones,
y en la ciudad, señora de los siglos,
alfombra de los templos los pendones.
Los de Estensi, Carrara y Malatesta,
los Savelli y Orsini
esta noche ofrecieron
rendir su voluntad a mis designios.
MARÍA
¿Lo cumplirán?
RIENZI
No sé; después dijeron
que o todos o ninguno;
Colonna se callaba
y tengo para mí que imaginaba...
MARÍA

 (Con vehemencia.) 

¡Declararle la guerra al gran tribuno,
indisponerse acaso con el Papa,
que apoya tu poder, retar al pueblo
que su padre te nombra!
RIENZI
Es noble y no me asombra.
¿Puede acaso dejar esa campiña
hundiendo sus castillos,
albergue de la infamia y la rapiña?
MARÍA
Y si en ellos se encierra,
¿qué vas a hacer?
RIENZI

 (Levantándose.) 

Empezaré la guerra.
Si mañana al subir al Capitolio,
en mi linaje oscuro
vieras sólo una sombra de nobleza,
ninguno levantara la cabeza,
que tengo por seguro
les detiene pensar que su grandeza
ante el pueblo se inclina
y un hijo de ese pueblo la domina.
MARÍA

 (Levantándose, aparte.) 

(Acudiré a la cita de esta noche.)

 (Alto.) 

Y acaso el pueblo duerme confiado
mientras velando tú pierdes la calma.
RIENZI
Duérmese el cuerpo mientras vela el alma.
MARÍA

 (Con insistencia.) 

Breves horas no más ríndete al sueño.
RIENZI

 (Como hablando solo y dejándose llevar hacia su habitación.) 

Lucharé y venceré.
MARÍA

 (Con pasión.) 

Y en tu camino
tranquila me verás siempre a tu lado,
mi destino será cual tu destino.
RIENZI

 (Con pasión, rodeando uno de los brazos a la cintura de MARÍA.) 

¡Ángel idolatrado,
yo soy lo terrenal, tú lo divino!
 

(Se van por la primera puerta de la derecha del espectador.)

 


Escena VI

 

JUANA primero, después PEDRO COLONNA.

 
JUANA

 (Mirando a todos lados.) 

Se fue con Rienzi, la señal olvida
y con ella tal vez el solo medio
para decirle un día a toda Roma
que su nombre es ilustre y no del pueblo.
 

(Empiezan a tocar las ánimas; las campanas se oyen lejos, JUANA toma una luz y la coloca en la ventana, sobre una mesa que habrá cerca de ella. -Dirigiéndose con la vista a la habitación de MARÍA.)

 
Mas yo velo por ti, yo que en el mundo
ni hogar, ni patria, ni familia tengo,
yo que te adoro como adora el alma
que ha sentido el calor de los desiertos.

 (Termina el toque de ánimas.) 

Sabré por fin quién es el que posee
de tu nombre y origen el secreto.
 

(Entra COLONNA embozado, y al ver a JUANA da un paso para retirarse.)

 
JUANA

 (Que le detiene con un ademán.) 

María ha de venir, pero es preciso
que, antes de verla, escuches un momento.
COLONNA

 (Sin desembozarse.) 

Tengo que hablarla.
JUANA

 (Con energía.) 

Bien, conmigo antes,
y habla con ella si te place luego;
acércate, contempla ese retrato

 (Le saca.) 

y deja lo demás, que pasa el tiempo.
COLONNA

 (Cediendo al tono imperioso de JUANA, se acerca, se desemboza y mira el retrato.) 

¡La madre de María!
JUANA

 (Con desprecio, al reconocer a COLONNA.) 

Te esperaba,
Pedro Colonna. ¿Sabes lo que pienso?
que en tu raza no mueren los infames,
y si el hermano de tu padre ha muerto,
tu carta y la venida de esta noche
cual sobrino te aclaman desde luego.
COLONNA

 (Sin hacer caso de los insultos de JUANA.) 

Sabes entonces que María es hija...
JUANA
De un Colonna que noble caballero
supo fingirse de villana estirpe
para mirar cumplidos sus deseos.

 (COLONNA hace intención de hablar.) 

No me interrumpas, porque el tiempo pasa
y quiero hablarte...
COLONNA
Lo que no comprendo
es que tú sin razones ni motivo
poseedora te encuentres del secreto;
¿quién eres y qué intentas al hablarme?
JUANA
Quién soy ya lo sabrás, mas lo que intento
es decirte que velo por María,
que no he sabido nunca lo que es miedo,
y una lágrima sola que derrame
podrá costarte la cabeza, Pedro.
COLONNA
Me asombra que te escuche con paciencia,
que eres sierva y a todos los desprecio.
JUANA
Desprécianos y acaso llegue el día
que te mires esclavo de los siervos.

 (COLONNA se sienta.) 

Noble soy como tú; libre mi padre
un tesoro perdió y al verse deudo
de la casa feudal de los Colonnas,
que para negociar le concedieron
mil tornesas, temiendo su venganza
firmó un tratado en que los hijos, luego
que él muriese, la deuda pagarían,
obligándose en caso de no hacerlo
a rendirla tributo y homenaje
y a acatar cual villanos su derecho
Los hijos no pagamos, ¡fue imposible!
y a cambio de un puñado de dinero
toda una raza ilustre fue vendida:
¡así amontona el feudalismo siervos!
los compra con el hierro o con el oro.
COLONNA
¡Tú de mi casa!
JUANA
Sí; pasando el tiempo
murieron mis hermanos y mi esposo,
que un hijo me dejó: tu noble abuelo
en Palestrina estaba con tu padre,
y el hermano menor de aqueste, viendo
una tarde a mi hermana, enamoróse;
quiso rendirla con traidor manejo,
y fingiéndose un hijo de la plebe
logró su amor y consiguió su intento;
nació María el día en que mi hijo
de paso en este mundo voló al cielo,
y entonces la infeliz hermana mía,
próxima a sucumbir y conociendo
que el hombre a quien amó la abandonaba,
me hizo depositaria del secreto
legándome su hija...
COLONNA

 (En son de burla.) 

¿Y su venganza?
JUANA

 (Le mira con desprecio y sigue.) 

Busqué a Colonna, conocióme presto,
y me juró que si al morir quedaba
sin un hijo legítimo heredero,
su fortuna y su nombre dejaría
a la niña infeliz; levantó el feudo
que sobre mí pesaba, me hizo libre,
y a dos ancianos de su casa deudos,
les obligó a adoptar por hija suya
a la hija de su amor, dándoles luego
una fortuna con la cual pudieran
librarse de homenaje; en su derecho
estaba al separarme de María
y nada pude hacer.
COLONNA
Pero no acierto...
JUANA

 (Con impaciencia.) 

Déjame terminar y entonces habla.
Colonna de mi sombra tuvo miedo
y no quiso que cerca de su hija
viviese quien guardaba su secreto;
yo que miraba en la inocente huérfana
un porvenir de amor a mis recuerdos,
me eché a sus plantas, supliqué llorando,
y conseguí del hijo de tu abuelo
pasar como nodriza de la niña,
tomándome el solemne juramento
de que jamás mi labio la diría
que el mismo nombre que su madre llevo.
Veinte años hace que callando vivo
y sellará la muerte mi silencio.
COLONNA
¿Y ese retrato entonces.
JUANA
De María
los padres adoptivos sucumbieron,
pero antes de morir me le dejaron
con el encargo de que andando el tiempo,
si otro retrato igual se me entregaba
pudiese reclamar con justo empeño
la legítima herencia de María.
COLONNA
¿Pues ignorantes los taimados viejos
no sabían la estirpe de la joven?
JUANA
Infelices, jamás la conocieron.
Tu tío, ese Colonna maldecido,
veló entre sombras la verdad del hecho.
COLONNA
Y al casarla con Rienzi...
JUANA
Como hija
con su humilde apellido se la dieron.
COLONNA
De manera que tú sola...
JUANA
En el mundo
Colonna y yo su nombre conocemos.
COLONNA
Colonna ha muerto ya.
JUANA
Lo sé, y acaso
¿tú sabes lo que dice el testamento?
COLONNA
No puedo responderte, que a María
solamente le importa conocerlo.
JUANA
Voy a buscarla, pero nunca olvides
que sangre egipcia en mi linaje tengo.
COLONNA
Dame el retrato.
JUANA
No, como nodriza
de la niña infeliz guardarle debo.
Si ha de vivir cual hija de Colonna
preséntame otro igual y desde luego
te le daré; hasta entonces con la vida
podrás arrebatármelo del pecho.

 (Se va por la puerta por donde salieron RIENZI y MARÍA.) 



Escena VII

 

PEDRO COLONNA solo.

 
Mi tío me legó su vasta herencia,
y al hacer testamento
dejó a mi voluntad y a mi conciencia
que buscase a la huérfana María,
y en su nombre, si acaso la encontraba,
dijo me autorizaba
para legarle el título y fortuna.
Mi tío confiaba
en que su testamento cumpliría.
¡Por Dios! No se engañaba,
que yo le cumpliré si esa María
no tiene el alma desgastada o fría.


Escena VIII

 

MARÍA, seguida de JUANA, entra por la puerta de la derecha, primer término. Al ver a COLONNA en medio de la estancia, hace un movimiento de asombro. JUANA se queda junto al tapiz izquierdo del fondo.

 
MARÍA
¡Colonna aquí, Dios mío! el pensamiento
túrbase a veces entre sombra vana.
COLONNA

 (Saludándola.) 

Noble María...
MARÍA

 (Interrumpiéndole y con acento altanero.) 

Sin perder momento
dime al punto qué quieres.  (A JUANA.)  Vete,
Juana.

 (A COLONNA.) 

Sé breve y no levantes el acento;
Rienzi no duerme.
JUANA
Espiaré cercana.

 (Al escuchar la orden de MARÍA cruza lentamente la escena y se va por la puerta de la derecha, cerrando antes la del fondo.) 

COLONNA

 (Con tono persuasivo.) 

Por su patria y por él pretendo hablarte.
MARÍA

 (Con altanería.) 

Por mi patria y por él vengo a escucharte;
como llegaste aquí dime primero
y el nombre del traidor...
COLONNA
No hubo ninguno.
Entré como le cumple a un caballero:
fui llamado a presencia del Tribuno
para ser de sus actos consejero.
Me retiré sin que me viera alguno,
y al salir en la opuesta galería
esperé la señal que te pedía.
MARÍA
No es muy noble tu acción: dime qué quieres.
COLONNA
Darte los medios de salvar a Roma.
MARÍA
¿Y para aquesto a Rienzi me prefieres?
COLONNA
Rienzi el orgullo de monarca toma;
nada quiero con él, en ti confío;
tu voluntad será la que decida.
MARÍA
Y acaso ¿puede tanto mi albedrío?
COLONNA

 (Con gran intención.) 

Puede causar la muerte o dar la vida.
MARÍA
De tus palabras, Pedro, desconfío.
COLONNA
Mañana Roma se verá perdida
si no me escuchas con serena calma.
MARÍA
Comienza a relatar.

 (Cállese el alma.) 

 (Se sienta.) 

COLONNA

 (De pie.) 

Mi hermano Esteban por los años yerto,
viviendo en Palestrina retirado,
ignora el pernicioso descontento
que en Roma Nicolás ha levantado.
Representante de mi noble casa
en la ciudad eterna yo me veo,
la fuerza de mi nombre nada escasa,
yo solo por fortuna la poseo.
¡Debes saber, María, cuanto pasa!
MARÍA
Todo lo sé.
COLONNA
Pues bien, a tu deseo.
¿He de jurar la ley del buen estado,
o me declaro en guerra levantado?
MARÍA

 (Con vehemencia.) 

¡Que si la has de jurar, Virgen María!
Pedro Colonna, sí, yo te lo ruego;
no guarda más afán el alma mía.
¡No ha de querer al sol el pobre ciego!
Dime lo que he de hacer, mi vida toda
no pudiera comprar fortuna tanta.
COLONNA

 (Con frialdad y odio.) 

Mucho quieres a Rienzi; me acomoda.
MARÍA

 (Suplicante.) 

Deja ese acento frío que me espanta,
y dime que he de hacer.
COLONNA

 (Primero con vehemencia y luego con pasión.) 

¿Viste en el cielo
la nube que ligera se estremece
y henchida por atmósfera de hielo
sobre la tierra gigantesca crece?
Mi corazón en su amoroso anhelo
a la nube ligera se parece;
el amor que te guarda es tan profundo
que deja en sombras lo demás del mundo.
MARÍA

 (Levantándose con un brusco movimiento y demostrando en sus ademanes que está espantada de lo que oye.) 

¡Jesús qué horror! la mente que delira
pudo fingirme, Pedro, tus palabras;
todo cuanto escuché, todo es mentira.
COLONNA

 (Con ímpetu.) 

De Italia y Roma la desdicha labras;
dame tu amor.
MARÍA

 (Con resolución.) 

¡Jamás!
COLONNA

 (Con encono.) 

Pues bien, mañana
empezará la lucha fratricida.
MARÍA

 (Como si no le oyera y siguiendo con horror los pensamientos de COLONNA.) 

¡Que te venda mi honor siendo romana!
COLONNA

 (Amenazándola.) 

¡Que firmas la sentencia de su vida!
MARÍA

 (Con espanto.) 

¡Ah! qué dices, no, no, Dios soberano,
eso no puede ser, Rienzi es querido.
COLONNA

 (En tono de convicción.) 

El jefe de los nobles es mi hermano,
si no le juran se verá perdido.
MARÍA

 (Con vehemencia.) 

Y esto se llama ¡oh Dios! un ser humano.
COLONNA

 (Acercándose a MARÍA.) 

Dime que serás mía, y tu apellido
de Colonna, legítima heredera,
podrá saberlo la nación entera.
MARÍA

 (Como si de pronto recordase la carta, la saca del bolsillo, y recorriéndola precipitadamente con la vista, une la acción a la palabra.) 

Eso es cierto, tu carta...
COLONNA
Sí.
MARÍA
El destino
en hondo abismo por mi mal me encierra.

 (Dirigiéndose a COLONNA con vehemencia.) 

¿Para qué te pusiste en mi camino,
aborto miserable de la tierra?
Cúmplase tu maldad, cúmplase el sino;
levanta el estandarte de la guerra
y la sangre que vierta el inocente
caiga como baldón sobre tu frente.
 

(Durante estos últimos versos JUANA aparece en el dintel de la puerta por donde se marchó, escucha breve rato y vuelve a retirarse a la terminación de la escena.)

 
COLONNA

 (Que se halla enfrente de la puerta de las habitaciones de RIENZI, ve venir a éste y hace un movimiento de terror.) 

Rienzi viene.
MARÍA

 (Con espanto.) 

¡Jesús, estoy perdida!
Retírate.
 

(COLONNA va a salir por la puerta del fondo, y encontrándola cerrada no tiene más tiempo que el necesario para ocultarse detrás del tapiz del fondo, correspondiente a las habitaciones de MARÍA.)

 
RIENZI

 (Apareciendo por la puerta derecha del primer término.) 

Me pareció que hablabas.
MARÍA

 (Haciendo un esfuerzo para serenarse.) 

Pudiera suceder, porque dormida...
RIENZI
¡En pesadilla acaso te agitabas!

 (Cruza la escena y se coloca junto a la mesa.) 

Yo la tengo despierto, sí, ¡Dios mío!
si no jura esa raza miserable,
¿qué va a pasar en Roma?
MARÍA

 (Mirando al tapiz.) 

Yo confío...
RIENZI
No, María, la guerra inevitable,
y después, no lo sé; si yo pudiera
obligar a Colonna al juramento!
MARÍA

 (Aparte y refiriéndose a COLONNA.) 

(¡Virgen santa, y lo escucha! Si supiera!...)
RIENZI

 (Siguiendo la hilación de su pensamiento.) 

Pero es tan orgulloso y violento...
Si fuese noble yo le obligaría,
que esa gente fiada en sus blasones
no atiende ni discursos ni razones,
y obedece a dudosa jerarquía.

 (Dirigiéndose a MARÍA.) 

Déjame meditar, esposa amada,
porque al verte tan pura y tan hermosa,
el alma olvidaría enamorada
el fin de una misión harto grandiosa.
Vete, porque al salir la nueva aurora
he de luchar con fuerzas de gigante,
y el hombre que rendido se enamora
no puede ser caudillo, sino amante.
MARÍA

 (Dirigiéndose a su habitación.) 

Adiós. (Le salvaré dando la vida.)
RIENZI

 (Hablando consigo mismo, ínterin sale MARÍA. -Toma el libro.) 

En la historia de ayer voy a fijarme,
y acaso alguna página perdida
me aconseje los medios de salvarme.
MARÍA

 (Al pasar por el tapiz se para y brevemente dice a COLONNA.) 

Antes de que principie el juramento
quiero hablarte.
COLONNA

 (Con el mismo tono.) 

Vendré, pierde cuidado.
RIENZI
 

(Que al terminar sus últimas palabras se sentó en el sitial, se refiere al libro que tiene en la mano, y que según él mismo dijo al cogerlo, es la antigua historia de Roma.)

 
A mi pesar vacila el pensamiento
recorriendo la historia del pasado.
COLONNA

 (Sale de detrás del tapiz, echando mano al puñal.) 

 (Si muriera... Por Cristo, tal momento  

no lo debo perder.)

 (Se adelanta con cautela.) 

RIENZI

 (Refiriéndose a la historia.) 

Asesinado
murió Graco.
JUANA

 (Sale por la puerta de la izquierda, ve la actitud amenazadora de COLONNA, y con un movimiento rápido abre la puerta del fondo, indicándola a COLONNA con imponente ademán.) 

(Aquél es tu camino.)
RIENZI

 (Refiriéndose siempre a la historia.) 

¡Quién pudiera leer en su destino!
 

(Cae el telón, dejando a los personajes en la siguiente actitud: a la derecha y en el fondo, COLONNA, inmóvil ante la figura de JUANA, que en frente de él le señala la puerta con la mano: RIENZI, sentado y meditando con el libro abierto, ignorante de todo lo que ha pasado a su espalda.)

 

 
 
FIN DEL ACTO I
 
 



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