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ArribaAbajoActo II

 

Salón del Capitolio: a la derecha del espectador dos puertas que dan entrada a las habitaciones de RIENZI: a la izquierda un balcón por el que se supone ver a lo lejos la plaza del Capitolio. En el fondo gran puerta; a la izquierda mesa, recado de escribir y sitiales. A los dos lados de la puerta dos trofeos, en el uno dos banderas, una de ellas con las armas de Roma; en el otro un estandarte no muy grande que tiene sobre fondo azul floreado de estrellas, una paloma blanca con un ramo de oliva, pendón emblemático del tribuno RIENZI.

 

Escena I

 

RIENZI, JUANA.

 
JUANA

 (De pie al lado del sitial.) 

Y a Esteban ¿le avisaste a Palestrina?
RIENZI

 (Que está sentado.) 

A poco que saliste de mi estancia
anoche mismo le avisé.
JUANA
Y no sabes...
RIENZI
Sé que al llegar mi heraldo a su morada
como una fiera se tornó el buen viejo,
diciendo que arrojasen de su casa
al mensajero infame que traía
noticia que a su estirpe maltrataba:
a poco se calmó, porque parece
que ciertos nobles que con él estaban,
noticiosos de todo lo que en Roma
de algunos días a la fecha pasa,
dijéronle que peligroso era
que en una negativa se encerrara;
y entonces más humano, al mensajero
le dio respuesta terminante y clara.
JUANA

 (Con vehemencia.) 

Y esa respuesta es...
RIENZI
Que al ser de día
mandaría a decirme si juraba.
JUANA

 (Acercándose a la ventana.) 

El sol ya brilla en el cenit ha rato
y ¿aún nada sabes?
RIENZI
No.
JUANA

 (Volviendo al lado de RIENZI.) 

Maldita raza.
RIENZI
Pero, Juana, aún no vuelvo de mi asombro
cuando recuerdo la perversa trama
que ese Pedro, tan vil y tan infame,
a la pobre María le contaba.
Tú lo escuchaste bien?
JUANA

 (Violentándose al responderle.) 

Que sí te digo.
RIENZI
¿Verdad que lo que dijo fue una infamia?

 (Como hablando consigo mismo.) 

¡Mi buena esposa, de Colonna hija!
imposible, Dios mío, lo jurara!
JUANA
Debes estar tranquilo, pues ya sabes
que todo fue mentira: historia larga
es contarte la vida de María
desde los tiempos de su tierna infancia.

 (Con marcada violencia.) 

Yo la he visto nacer, y te aseguro
que es humilde su nombre cual su raza.
(¡Oh! Dios mío, valor!)
RIENZI
Ese Colonna
miserable que intenta deshonrarla,
hoy mismo se verá bajo mi yugo,
y acaso su cabeza ensangrentada
anuncie a Roma que las leyes mías
han podido cumplirse sin jurarlas.
Gracias a ti, de lo pasado anoche
tengo noticias, y por Dios que el alma
no olvidará jamás lo que te debe.

 (Se levanta.) 

Pídeme lo que quieras, noble Juana.
JUANA
Pues bien, te pido que tu esposa ignore
que contigo yo hablé.
RIENZI
Te doy palabra
que nada le diré. ¿Estás contenta?
JUANA
Gracias, señor. ¿Olvidarás la carta?
RIENZI

 (Se dirige hacia su habitación, pero antes le enseña a JUANA la carta.) 

Aquí llevo esa cita maldecida
que trajo los disgustos a mi casa.
JUANA
Que no sepa María que la tienes,
pues yo se la pedí para quemarla.

 (Vase RIENZI.) 



Escena II

 

JUANA sola.

 
 

Este monólogo depende completamente de la actriz. Se dirige con la vista y la acción por donde salió RIENZI.

 
La verdad no sabrás, no por mi nombre;
al brillar en Oriente el nuevo día
rodó al fondo del Tíber el retrato,
la única prueba que en el mundo había
del verdadero nombre de María.
Yo moriré callando:
¡hija del alma, tu mejor corona
es la virtud! el oro de tu herencia
no se puede cambiar por tu deshonra;
no hay nada en la existencia
para borrar las manchas de la honra.


Escena III

 

JUANA, un PAJE y un HERALDO.

 
PAJE
Pasad, heraldo. Juana, ¿y el Tribuno?
JUANA

 (Mirando fijamente al HERALDO.) 

Ha poco retiróse hacia su estancia.
PAJE
De la casa feudal de los Colonnas
viene este heraldo y verle me demanda.
JUANA
No le detengas y al Tribuno avisa;

 (Al ver que el PAJE se dirige solo a la habitación de RIENZI.) 

pero no, que a la fiesta se prepara
y te hiciera esperar; llévale al punto.
PAJE

 (Al oír a JUANA se detiene.) 

Y si me dice...
JUANA
No, no dirá nada.
PAJE

 (Indicando al HERALDO la puerta y saliendo con él.) 

Por aquí.
JUANA
Ojalá que no me engañe,
pero al mirar al mensajero, el alma
me dijo en su lenguaje misterioso
que al juramento Esteban se prepara.


Escena IV

 

JUANA, PAJE.

 
PAJE

 (Mirando a la estancia de RIENZI.) 

Lujoso está el Tribuno, por mi nombre.

 (Ve a JUANA, que está junto al sitial en actitud pensativa, y se dirige a ella.) 

¿Verdad que es hermosísima la fiesta?
¿No me escuchaste, Juana? ¿qué respondes?
JUANA

 (Distraída.) 

No bajé a la ciudad.
PAJE
Roma presenta
tan vistosos y ricos atavíos
como la mente en el delirio sueña;
las calles de tapices adornadas;
las ventanas con flores y preseas;
el caballo que rige Marco Aurelio
aunque es de bronce, sobre la alta piedra
vierte a raudales espumoso el vino
por la ancha boca con el freno abierta.
Cruzan las calles en alegre danza
y dándose las manos mil parejas,
en tanto que resuenan los clarines
y tremolan al viento las banderas.
JUANA

 (Que saliendo de su distracción, oyó con atención las últimas palabras del PAJE.) 

Muy alegre está el Paje a lo que veo.
PAJE
Estoy alegre como Roma entera.
Y ¿cómo no? cuando tenemos leyes
que causarán la envidia de la tierra.
JUANA

 (Con tristeza.) 

Leyes que acaso el pueblo las rechace.
PAJE
Tú sola pensarás tanta demencia.
Si vieras hoy lo que sucede en Roma
olvidaras al punto tus ideas.
Con briales lujosos las señoras
y con sayal humilde la plebeya,
con tosco paño el campesino rudo
y el noble con escudo y con cimera,
todos se apiñan en confuso grupo
para ver al Tribuno, y no lo hicieran
si Rienzi no le diese a nuestro pueblo
unas leyes tan sabias cual discretas.
Gracias a él, el homicida es muerto,
y dispuestos al punto a la pelea
cada cuartel de Roma tendrá fijos
cien hombres; además a la nobleza
la obliga a hundir sus torres y castillos
y le quita la guarda de las puertas
de nuestra gran ciudad; rinde el orgullo,
de esa gente tiránica y soberbia
haciéndola jurar solemnemente
que a sus mandatos prestará obediencia;
asegura la paz en los caminos
y habrá graneros do con mano abierta
se les dará a los pobres alimento
si apareciese el hambre o la miseria.
Estas leyes tan sabias y precisas
¿se pueden olvidar?
JUANA
El tiempo abrevia
lo que jamás el pensamiento humano
lograra prevenir y, aunque no creas,
te aseguro que el paso de la historia
otras leyes más sabias nos presenta
hundidas entre el polvo del olvido
o tenidas cual sombras pasajeras.
Además esa ley no está jurada,
y aunque al pueblo le agrade, la nobleza
puede muy bien negarse a recibirla
y entonces, claro está, viene la guerra
PAJE
Pues bien, pelearemos. ¡Qué demonio!
no siempre ha de ser nuestra la prudencia;
acaso lograremos enseñarles
que con el pueblo débil no se juega,
y que si ha consentido toda Roma
esas luchas feroces y sangrientas
de Colonnas y Orsinis, llegó el caso
de ponerlos en paz, aunque no quieran.
El Tribuno será nuestro caudillo
y con él ganaremos la pelea
y habremos de matar tantos barones
como ellos matan de la clase nuestra;
que a la ley del Estado se resistan
y te juro... me voy, que Rienzi llega.

 (Se va.) 

JUANA

 (Sola. Este monólogo depende de la actriz.) 

¡Pueblo!, ¡nobleza! ¡Oh Dios! Delirios vanos
que empecéis esa lucha fratricida!
pueblan el mundo siervos y tiranos;
¡Mientras no se confundan como hermanos
jamás la ley de Dios será cumplida!
¡La nobleza... ignorante, el pueblo... imbécil!
¡Cuanta sangre vertáis toda perdida!
Faltan ciencia y virtud... ¡aún esta lejos
la redención completa de la vida!


Escena V

 

JUANA, RIENZI, HERALDO.

 
RIENZI

 (Lujosamente vestido para la ceremonia del juramento; sale de su estancia seguido del HERALDO, y en el segundo término de la escena habla con él.) 

Decidle si le halláis al noble Esteban
que la última en jurar será su casa,
pues desde Palestrina al Capitolio
tres horas por lo menos hacen falta;
y a más decidle que su hermano Pedro
ignora mi mensaje y su demanda.

 (Se dirige hacia JUANA.) 

HERALDO

 (Antes de salir por la puerta del fondo.) 

Adiós, señor.
RIENZI

 (Dirigiéndose primero al HERALDO y luego a JUANA.) 

Que Dios os guarde. El cielo
protege al inocente; mira, Juana.
JUANA

 (Se apodera con rapidez del pergamino que le da RIENZI, y después de recorrerle con la vista se lo devuelve. Con vehemencia.) 

¡Vendrá Colonna!
RIENZI
Sí; de Palestrina,
esa villa con puentes y almenada,
ya habrá salido en dirección a Roma,
y cual representante de su casa,
me promete prestar el juramento
en atención a su querida patria.

 (Estas últimas palabras las dice RIENZI con intención.) 

JUANA
¡Qué falso!
RIENZI
Mucho; sólo por el miedo
se rinde complaciente a mis instancias.
JUANA
Y Pedro, ¿nada sabe?
RIENZI
No, y Dios quiera
que ignore por completo lo que pasa.

 (Se sienta junto a la mesa.) 

Y María, ¿salió?
JUANA
Sí, fue a San Pedro.
¿Me necesitas?
RIENZI
No.
JUANA
Voyme a buscarla.

 (Se va.) 

RIENZI

 (Solo, recorriendo con la mirada el mensaje de Esteban COLONNA.) 

Cedió, y a mi pesar, aún desconfío.
¿Llegaré a dominar su altiva raza?

 (Deja el pergamino.) 

¡Sombras ilustres de romanos todos
que veis la lucha que sostiene el alma,
acudid a mi pobre pensamiento,
dadme la fe! mi empresa levantada
puede ceñirme de inmortal renombre
y abrir camino al porvenir de Italia.


Escena VI

 

MARÍA, seguida de JUANA y de dos camareras, entra por la puerta del fondo con una carta en la mano; se quita el manto, que lo da a una de ellas: éstas y JUANA se van por la derecha y ella se adelanta hacia RIENZI, que está sentado.

 
MARÍA

 (Después de quitarse el velo y al dirigirse al centro de la escena.) 

 (Aparte.) 

(Dios atendió mi ruego, y a mi alma fortaleza le da para la lucha.)

 (Ve a RIENZI y se dirige hacia él con cariño.) 

¡Rienzi!
RIENZI

 (Se vuelve a la voz de MARÍA, se levanta y se abrazan.) 

Mi amor.
MARÍA

 (Despréndese de sus brazos.) 

¡Lograste ya la calma!
RIENZI

 (Con pasión e intención doble.) 

Un alma grande necesita mucha.

 (Viendo el papel que trae MARÍA.) 

¿Qué papel es aqueste?
MARÍA

 (Refiriéndose al papel.) 

Roma entera
le pregona cual nuncio de alegría,
y tu querida esposa la primera
quiso decirte lo que en él había.
La lira del Petrarca te saluda
como jamás le saludó a ninguno,
y aunque se torne la fortuna ruda,
tu fama pasará, noble Tribuno!
RIENZI

 (Con altivez.) 

Si el alma mía levantó su vuelo
nunca fue por lograr palma de gloria,
que guarda muchos mártires el cielo
ignorados del hombre y de la historia.
Hónrame que el Petrarca, astro divino,
cuyo genio a los hombres les aterra,
me salude al cruzarse en mi camino:
mas si no he de cumplir con el destino,
¡qué me importan las glorias de la tierra!
MARÍA
Acaso con el canto del poeta
se enaltezcan los hechos de tu vida,
si la historia fingiéndose discreta
débil o apasionada los olvida.
RIENZI
Dame la carta.
MARÍA
No, leerla quiero,
que si la fama tu virtud pregona,
yo que a todo en el mundo te prefiero,
voy a ceñirte la mejor corona.

 (Leyendo.) 

«¡Salud, romanos! ¡pueblo cuya fama
»es antorcha del mundo,
»antorcha que en fulgores se derrama
»sobre el centro profundo
»y en la inmensa región que el sol inflama.
[...]
»La libertad se sienta a vuestro lado;
»madre del hombre, diosa de la suerte,
»es una emperatriz cuyo reinado
»no se puede acabar ni con la muerte.
»Se aduerme de pesar estremecida,
»o se aleja del pueblo temerosa
»cuando siente una lucha fratricida.
»No la busquéis en noche tenebrosa,
»la libertad es lumbre de la vida.
»Velad por ella como amantes hijos,
»y con los ojos fijos
»en la cumbre del alto Capitolio,
»obedeced al salvador de Roma,
»¡al héroe que levanta la paloma
»entre los pliegues fúlgidos del solio!
»Con el puñal sangriento de Lucrecia
»este nuevo Camilo en su venganza
»hará de Roma la moderna Grecia;
»tan sólo en él fijad vuestra esperanza,
»y unidos bajo el trono de su gloria
»pasaréis a los siglos de la historia.
»Y tú, noble mortal predestinado,
»tú, que viendo las sombras del pasado
»sigues de Bruto y Rómulo el camino
»y a tu pueblo infeliz y desgraciado
»le das un rayo del fulgor divino;
»tú, si quieres cumplir con el destino
»no abandones jamás a tus hermanos,
»que si muere la fe de tus conquistas
»se alzarán imponentes los tiranos.
»¡Gloria a tu nombre, gloria a tus hazañas,
»patricio ilustre de la altiva Roma;
»por ti la Italia con naciente vida
»contempla engrandecida
»el águila feudal que se desploma;
»por ti la libertad, pura y triunfante,
»alumbrará nuestros sepulcros yertos
»y la cuna tranquila del infante.
»Yo te saludo, protector del hombre.
»¡Romanos del ayer! ¡Paso a su nombre!»
RIENZI

 (Entusiasmado con las frases que le dirige el poeta, exclama:) 

¡Honra del mundo! con tu hermosa lira
de polvo de tierra me levantas.
¡Tu ardiente corazón! ¿dónde se inspira?
inmortal ha de ser lo que tú cantas!
MARÍA

 (Siguiendo el pensamiento de RIENZI.) 

Su apasionado corazón respira
en el ambiente de las cumbres santas,
nuevo sol en los cielos de levante
prosigue el rumbo que le enseña el Dante.


Escena VII

 

DICHOS y un PAJE.

 
PAJE
La hora se acerca y en la plaza
clama el pueblo por veros.
RIENZI

 (Al PAJE, que se va.) 

Presuroso
voy a bajar, que todo se prepare.

 (A MARÍA.) 

El acto es muy grandioso
y quiero que contemples a tu esposo
desde aqueste balcón. ¿Ves?

 (Se dirige al balcón.) 

MARÍA

 (Distraída y aparte.) 

(¡Oh Dios mío!,
ya tarda y desconfío.
¿Qué nueva trama fingirá el villano?)
RIENZI

 (Volviéndose hacia MARÍA.) 

No me escuchaste?
MARÍA

 (Distraída.) 

Sí.
RIENZI

 (Tomándola de una mano.) 

¡Pero es desvío
el que me niegues tu querida mano!
MARÍA

 (Volviendo en sí y con vehemencia.) 

¡Desvío para ti, alma del alma!;
acaso tiemblo, y el temor insano...
RIENZI

 (Con pasión.) 

Puede ofuscar tu corazón amante?
MARÍA

 (Con vehemencia.) 

No, Rienzi, no, jamás el alma mía
recibirá tu amor callada o fría.


Escena VIII

 

Los mismos, capitanes de la guardia del Capitolio, HERALDOs, pajes y escuderos: un HERALDO toma el pendón emblemático del Tribuno y otros dos las banderas del otro trofeo. El que toma el pendón se coloca delante de todos, siempre en segundo término de escena.

 
PAJE
En el regio salón del Capitolio
el legado del Papa os espera.
El de Orsini en la plaza se aparece.
RIENZI

 (Hablando consigo mismo.) 

¡Un sueño me parece!
Esa raza tan fiera
por fin a mis designios obedece.

 (Dirigiéndose a MARÍA.) 

La ceremonia es breve. Adiós, María;
con el santo laurel de esta victoria
se ceñirá la tumba de mi hermano,
viéndose en los anales de la historia
cómo se venga el que nació romano.

 (Al dirigirse a la puerta se para delante de su estandarte y en un arranque de entusiasmo se dirige primero a él y luego a sus servidores.) 

¡Emblema sacrosanto, castísima paloma,
jamás he de olvidarte, lo juro por mi fe;!
el nuevo sol anuncia la libertad en Roma,
y hundiendo los castillos su triunfo te daré.
*En las naciones todas y en los remotos mares
*la fama de tu nombre volando llegará,
*los reyes y los pueblos te elevarán altares
*y al mundo estremecido tu luz asombrará.

 (Dirigiéndose a cuantos hay en escena, los cuales durante estos versos dan señales de entusiasmo y admiración.) 

*Por alcanzar justicia se eleva el pensamiento
*rasgando las tinieblas del hondo porvenir,
*la libertad se anuncia allá en el firmamento.
*¡Romanos, alcanzadla! y no temáis morir.

 (Toma su estandarte.) 

¡Protege mi destino, que sigan las edades
la senda de la vida, de tu reflejo en pos!
que brillen en los siglos del tiempo las verdades
como las quiere el hombre, como las guarda Dios.
 

(RIENZI sale con el estandarte en la mano, seguido de todos, menos de MARÍA.)

 


Escena IX

 

MARÍA sola.

 
MARÍA

 (Sigue con la vista desde la puerta del fondo la marcha de RIENZI y se acerca lentamente a la ventana, parándose en medio de la escena para decir los primeros versos del monólogo. Se refiere a RIENZI.) 

Su espíritu del mundo separado
contempla al hombre con la luz del cielo.
¿Estará equivocado?
¡Tal vez la raza humana en su camino
no llegue a ver el resplandor divino!

 (Acercándose a la ventana. Pausa.) 

Ya la plebe se ciñe ante su paso
cual las nubes se alejan al ocaso
cuando el sol se presenta
entre las sombras mil de la tormenta.

 (Pausa.) 

Un rayo de su lumbre le acaricia.

 (Se dirige al sol.) 

¡Soberano del cielo
que tornas en purísimas corrientes
los témpanos de hielo!
¡Oh, sol que como antorcha de los astros
prendes con hebras de oro mil zafiros!
tal vez se apagará tu lumbre hermosa
sin que pueda olvidar el alma mía
el venturoso día
en que me viste de mi amante esposa.
Momento por el cielo preparado!;
tú vivirás en mí como la yedra,
eterna compañera de la encina;
ídolo de mi amor, esposo mío,
jamás el alma llegará a perderte,
mil veces antes me daré la muerte.

 (Este monólogo depende completamente de la actriz.) 



Escena X

 

MARÍA y COLONNA, después JUANA. COLONNA entra por la puerta del fondo medio embozado en su manto y como agitado y temeroso.

 
COLONNA

 (Sin ver a MARÍA.) 

Por fin llegué, cruzando los salones
entre pajes y heraldos confundido
pude pasar.
MARÍA

 (Que sigue en la ventana viendo la ceremonia, no ha sentido a COLONNA.) 

Le siguen cien legiones
COLONNA
(No en balde tengo fama de atrevido.)
MARÍA

 (Siente ruido, se vuelve y ve a COLONNA.) 

¿Quién llega aquí?

 (Al verle.) 

¡Dios mío!
COLONNA

 (Avanzando en medio de la escena.) 

Aquí me tienes.
Mis gentes en mi casa preparadas
para salir están; si me detienes,
se acabará la fiesta a cuchilladas
y morirá la plebe y el Tribuno.
¿Serás mía? Responde, el tiempo pasa.
Rienzi en la plaza está, no falta uno
de cuantos nobles hay.
MARÍA
Pero tu casa,
acaso no es la última en la jura?
COLONNA
Sí, mas si no me ven, esa nobleza
no ha de jurar.
MARÍA
No pienses tal locura.
Orsini es tu enemigo declarado,
y por causarte enojos juraría.
COLONNA

 (Con cinismo.) 

Cuando surge un peligro inesperado
nuestra raza se pone en armonía.
Orsini hará lo que Colonna hiciere.

 (Se oye un toque de clarín.) 

Los clarines anuncian...
MARÍA

 (Con desesperación.) 

¡Cielo santo!
COLONNA

 (Con pasión y acercándose a ella.) 

¿Tu amante corazón no me prefiere?
MARÍA

 (Con horror y alejándose.) 

Calle tu lengua, que me causa espanto.
No me dijiste anoche que mi cuna...
COLONNA
Tu padre fue un Colonna...
MARÍA
Cuál...
COLONNA

 (Interrumpiéndola.) 

Su herencia
recae en ti.
MARÍA
Pues bien...
COLONNA

 (Interrumpiéndola.) 

Mas por fortuna
yo sólo he descubierto tu existencia.
MARÍA
Quiero creer que es cierto lo que escucho;
jura la ley y cedo mi derecho.
COLONNA

 (Con cinismo.) 

Inútil sacrificio; fuera mucho
si no estuviera el testamento hecho.
Mi voluntad y mí conciencia sólo
pueden darte tu nombre y tu riqueza.
MARÍA

 (Con ira.) 

Hábil estás en la maldad y el dolo.
COLONNA

 (Con tono de amenaza.) 

Que peligra de Rienzi la cabeza.
MARÍA

 (Con espanto y vehemencia.) 

¡Oh Dios mío!... Pues bien, jura... y mañana...

 (Aparte.) 

 (Entre la muerte buscaré la vida.) 

COLONNA
¿Quién me asegura tu palabra vana?
MARÍA

 (Con espanto.) 

Pues qué pretendes, ¿di?
COLONNA
Comprometida
por una carta...
MARÍA

 (Con indignación.) 

Tu conciencia humana
es de un genio infernal digna guarida.

 (Se sienta junto a la mesa y toma la pluma.) 

Dicta la carta, corazón maldito,
y acaso te horrorice tu delito.
COLONNA

 (Dictando.) 

«Dame mi herencia; de la estirpe mía
»el nombre ilustre en la ciudad pregona,
»que pueda yo ceñir feudal corona
»y ven a por mi amor...»
MARÍA

 (Con indignación.) 

¡Qué vil!
COLONNA

 (Dictando.) 

«María.»
MARÍA

 (Al concluir la carta oye rumor y se levanta.) 

 (Se acerca a la ventana.) 

¡Oh cielos, qué rumor! la plaza entera
entre gritos y vivas se estremece.

 (Al ver lo que pasa en la plaza.) 

¡Virgen santa!
COLONNA

 (Acercándose a la ventana también por detrás de MARÍA.) 

¿Qué es ello?
MARÍA

 (Con entusiasmo.) 

Que aparece
enfrente del Tribuno tu bandera.
COLONNA

 (Con ira.) 

¿Qué dices? ¡Maldición!
MARÍA

 (Señalando con la mano hacia la plaza.) 

Sigue la mano;
mira junto al altar una figura.
COLONNA

 (Siguiendo la indicación de MARÍA y con indignación.) 

¡Esteban de Colonna!
MARÍA

 (Con entusiasmo.) 

Sí, tu hermano,
que al pie del ara la obediencia jura.
COLONNA

 (Separándose de la ventana.) 

Quién le pudo avisar, ¡suerte maldita!
MARÍA

 (Sin volver la vista a COLONNA y siempre junto a la ventana.) 

Pedro, tu estirpe cede dominada.
COLONNA

 (Toma la carta escrita por MARÍA y se dirige hacia la puerta del fondo sin que MARÍA se aperciba de ello.) 

 (Aparte.)  

(Pero al fin te perdiste, desgraciada,
que tu deshonra me la llevo escrita.)
MARÍA

 (Se separa de la ventana y ve que COLONNA se ha ido.) 

Se fue como el leopardo perseguido.

 (Recuerda la carta y la busca sobre la mesa. Al ver que no está se siente poseída de terror. Este momento sólo la actriz puede interpretarlo.) 

Mi carta! ¡Oh Dios, mi carta se la lleva!.

 (Llamando.) 

Juana, favor; ¡Colonna maldecido!
esta carta de infamia es una prueba.
JUANA

 (Entrando.) 

¿Qué sucede?
MARÍA

 (Con vehemencia.) 

Colonna, por ruin medio,
una carta arrancóme: pronto, Juana,
recóbrala por Dios o sin remedio
sin honra alguna me veré mañana.

 (Indicando a JUANA, que está dispuesta a salir, la puerta por donde se fue COLONNA.) 

Por allí...
JUANA

 (Va a salir y ve a RIENZI, que se supone entra en aquel momento en el salón anterior.) 

Rienzi llega.
MARÍA

 (Con terror.) 

¡Suerte impía!
JUANA
Ten confianza en mí, juro salvarte,
pero no estés aquí, vete, María.

 (La lleva hacia la puerta derecha.) 

MARÍA

 (En tono suplicante antes de salir de escena.) 

Juana, mi honor.
JUANA
Procura serenarte.

 (Sola, dirigiéndose a la puerta del fondo.) 

¿Quién pudiera esperar tal villanía?
RIENZI

 (Desde dentro.) 

Levantad en la Plaza mi estandarte
y sujetad al pie de sus borlones
de Orsini y de Colonna los pendones.
JUANA
No viene solo, no, rudo destino,
más tarde le hablaré.

 (Se va.) 



Escena XI

 

RIENZI; después un PAJE.

 
RIENZI

 (Delante de la puerta y en el otro salón, se dirige a los que se supone le vienen acompañando.) 

Nobles romanos,
la libertad por fin nos hace hermanos.
No lo olvidéis, abierto está el camino.

 (Entrando en escena solo.) 

Corazón, ya cumpliste tu deseo,
ya vacila el poder de la nobleza
y la unidad de Italia en Roma empieza;
ya el porvenir sobre la patria veo.
PAJE
Señor, Pedro Colonna, dentro espera.
RIENZI

 (Hablando consigo mismo.) 

No tardó en acudir a mi llamada.

 (Al PAJE.) 

Que entre al punto.

 (El PAJE se va.) 

Veremos si esa fiera
para siempre la tengo dominada.


Escena XII

 

PEDRO COLONNA y RIENZI, después MARÍA.

 
COLONNA

 (Entra por la puerta del fondo.) 

A tu palacio, Rienzi, me has citado.
RIENZI
Y me complace que a la cita vienes.
COLONNA
¿Necesitas algún nuevo tratado?
RIENZI
Si a lenguaje más llano no te avienes
bastante con lo dicho hemos hablado.
COLONNA
¡Que hables de orgullo tú que tanto tienes!
RIENZI

 (Con intención sarcástica.) 

A barones de excelsa jerarquía
se les debe tratar con hidalguía.
COLONNA

 (Con impetuoso ademán.) 

Dejémonos de sátiras y al hecho;
¿qué concesión, qué apoyo necesitas?
RIENZI

 (Acercándose a COLONNA.) 

Si tienes corazón dentro del pecho,
si me dejas hablar y no te irritas
consejo me darás sobre un derecho
que a preguntarte voy y así me evitas
que la mente orgullosa y ofuscada
sentencie con pasión o equivocada.

 (Estos versos han de decirse con una gran intención.) 

COLONNA

 (Se acerca a RIENZI, como si de mala gana y sólo por condescender, consintiera en oírle.) 

No me honra mucho ser tu consejero.
RIENZI

 (Sin hacer caso de este insulto de COLONNA, sigue en el mismo tono.) 

Si algún villano, siervo de tu raza,
por odio, por venganza o por dinero
en ruin manejo y con artera traza
te ultrajase en tu honor de caballero
en las lides de amor o de la plaza,
tu justicia feudal, dime, ¿qué haría
si descubierto fuese?
COLONNA

 (Con acento breve.) 

¡Le ahorcaría!
RIENZI

 (Dando un paso hacia atrás y cambiando de entonación.) 

Usando ese derecho, que es preciso,
con severo rigor voy a tratarte,
que la fortuna veleidosa quiso
que tú mismo llegaras a juzgarte.
Ya que fuiste tan claro y tan conciso,
¡Colonna! te diré que voy a ahorcarte,
pues con maña infernal, traidor e impío,
has querido ultrajar el nombre mío.
COLONNA

 (Con tono insultante y ademán provocador.) 

Traidor me llamas y en traidor manejo
relatando una historia que es mentida,
traidoramente pides mi consejo
RIENZI

 (Interrumpiéndole y con vehemencia.) 

Mas sin traición te quitaré la vida.
COLONNA

 (Con orgullo.) 

Pudiera suceder, si te la dejo;
pero tenemos tu ambición medida,
y si en lucha sangrienta se abalanza,
el primero caerás en la matanza.
RIENZI

 (Le enseña la carta que JUANA le ha entregado, que como ya se sabe, es la que COLONNA le escribió a MARÍA, amenazándola con la caída y muerte de RIENZI.) 

¡Ves esta carta de tu mano escrita,
cada infame renglón tu sangre clama!
COLONNA

 (Mira la carta y disimula su impresión bajo un tono de desprecio.) 

Tu ambición mi cabeza necesita,
y a una carta leal infame llama;
¡hallas acaso una ofensa en una cita...!
RIENZI

 (Con vehemencia.) 

Es villano imponérsela a una dama,
diciéndola en lenguaje misterioso
que de no obedecer pierde a su esposo.
COLONNA

 (Al escuchar las palabras de RIENZI cobra nueva osadía, pues supone que RIENZI ignora cuanto ha pasado entre MARÍA y él, y como la carta que le enseña no prueba nada, contesta a RIENZI con tono insultante.) 

(Nada sabe por fin.)  (Alto.)  Basta, Tribuno;
esa carta fue mía, no lo niego;
pero no miro en ti derecho alguno
sobre mi estirpe, y sólo como juego
pude seguir tu diálogo importuno.
¿Te olvidas de quién soy, iluso y ciego?
RIENZI

 (Con ironía y desprecio en los primeros versos, y después con indignación.) 

Eres, si no me falta la cabeza,
un ilustre barón de la nobleza:
de esos que mira el pensamiento mío
como un castigo de la humana raza,
que debieran estar, ¡no desvarío!
encerrados con grillos y mordaza.
 

(Movimiento de COLONNA, que ante las palabras de RIENZI, da un paso hacia él, poniendo mano al puño de la espada.)

 
No te asombres; que al ver el poderío
que ostentáis en la guerra o en la caza,
pienso ver entre lanzas y bridones
cuadrillas de asesinos y ladrones.
COLONNA

 (Con violencia y sacando a medias la espada.) 

¡Detén la lengua, Rienzi, que aún mi espada
puede cortar de un golpe tu destino!
RIENZI

 (Interrumpiéndole y sin hacer caso de su furor, como si relatara los crímenes de los barones.) 

¡La castísima Virgen profanada,
robado el viajero en su camino,
sin honra el artesano en su morada,
vilmente asesinado el peregrino,
hechos son, que grabados en la historia,
cubrirán de baldón vuestra memoria!
COLONNA

 (Ciego de ira, mientras oye las palabras de RIENZI, busca frases con que herirle y le dice con encono.) 

Pero en tanto, ese pueblo envilecido
ha de sufrir nuestra ferrada planta.
Si neciamente piensa que ha dormido
y en loco desvarío se levanta,
será para caer mudo y rendido,
con un nuevo dogal en su garganta;
que la suerte precisa del villano
tiene que ser de siervo o de tirano.
RIENZI

 (Siente la herida que le causan estas palabras y responde con vehemencia.) 

¡No! ¡Vive Dios! salvarle yo pretendo
del yugo vergonzoso en que se halla,
por eso a vuestros planes no me vendo,
quiero ganar yo solo la batalla.
COLONNA

 (Gozándose en sus palabras.) 

¡Tu cabeza sangrienta ya estoy viendo
digno trofeo de la ruin canalla!
RIENZI

 (Con arrebatador entusiasmo y cual si contestase a COLONNA.) 

¡Con sangre por los mártires vertida
se escriben las conquistas de la vida!
COLONNA

 (En tono despreciativo.) 

Entusiasmo furioso de heresiarca.
RIENZI

 (Con ademanes sublimes.) 

¡Fulgor divino de la luz del cielo
donde el poder de Dios su huella marca!
¡Él levanta mi espíritu del suelo!
COLONNA

 (Con sarcasmo.) 

¿Aprendiste esa cita del Petrarca?
RIENZI

 (Con indignación y desprecio.) 

¡Corazón de chacal y alma de hielo!
¡Qué sabes tú de Dios ni de la vida
si tienes la conciencia entumecida!
COLONNA

 (En tono de burla.) 

Y la tuya dormida en ambiciones,
la tuya cuyo fondo no concibo,
¿puede acaso elevarse a las regiones
donde reina la luz, villano altivo?
MARÍA

 (Entra en escena por la primera puerta de la derecha, a la que RIENZI da la espalda, oye las últimas dos palabras de COLONNA y se adelanta en medio de los dos, contestando a éste.) 

Nunca fue Rienzi siervo de barones.
COLONNA

 (A MARÍA, con tono protector.) 

Como a loco le trato compasivo.
RIENZI

 (Al escuchar la voz de MARÍA, se vuelve hacia ella tendiéndola sus brazos, que ella se apresura a estrechar.-Con entereza, dirigiéndose a COLONNA y sin separarse de MARÍA.) 

Cuanto dicen los sabios es locura,
y al fin se torna en la razón segura.
COLONNA

 (Al ver a MARÍA en los brazos de RIENZI, siente el aguijón de los celos, y con ademán de rencor y de odio se dirige a RIENZI.) 

Traición no más te guarda entre sus brazos;
para lograr su verdadero nombre
vende su honor.
MARÍA

 (Comprendiendo la intención de COLONNA.) 

¡Jesús!
COLONNA

 (Enseñando a RIENZI la carta que MARÍA escribió en una de las anteriores escenas, y que como ya se sabe prueba su complicidad con COLONNA. De leer RIENZI esta carta, MARÍA está perdida; ella lo cree así y se cubre el rostro con las manos, horrorizada de la infamia de COLONNA que, sabiendo su inocencia, intenta deshonrarla.) 

Mira sus lazos.
RIENZI

 (Con un movimiento espontáneo y rápido se apodera de la carta, y uniendo la acción a la palabra, la rompe sin leerla.) 

Indigno me creyera de ser hombre,
si no la desgarrara en mil pedazos.
MARÍA

 (Levantando la cabeza y con un arranque de entusiasmo, dirigiéndose a COLONNA.) 

¡Y aún dudarás que al mundo no le asombre
aprenda a conocer tu raza impía
donde están la virtud y la hidalguía!
RIENZI

 (Coge de la mano a MARÍA, la separa del lado de COLONNA, y poniéndose enfrente de él, le dice con ademán altanero:) 

Y basta ya por Dios; con dura mano,
comprenderéis mejor nuestras quimeras.
Vete de aquí, Colonna, y a tu hermano
dile que al ser de día mis banderas
guiadas por el pueblo soberano,
victoriosas por montes y laderas,
llevarán al confín de las naciones
mil cabezas sangrientas de barones.
COLONNA

 (Viendo que al fin se decide RIENZI por la guerra, hace un movimiento de alegría, como si viera conseguidos sus más grandes deseos, y apostrofa a RIENZI con energía.) 

A la lucha, tirano maldecido,
no desistas ¡por Cristo! de esa guerra
que lanzará tu nombre escarnecido
hasta el último reino de la tierra.
A la plebe convoca, lo has querido;
no pienses, no, que el corazón se aterra;
que bastan a espantar la vil canalla
nuestros bravos corceles de batalla;
aún las almenas orlan los castillos

 (Crece su entonación.) 

y en las torres se ven nuestros pendones;
aún gimiendo resbalan los rastrillos;
aún diadema tenemos los barones.
Necesitáis para romper los grillos
cadáveres y ruinas a montones;
que ese pueblo provoque a la nobleza
y rodará su sangre y tu cabeza.

 (Se va.) 

RIENZI

 (Esforzando la voz.) 

¡Pudiera ser, tu raza es homicida!
MARÍA

 (Echándole los brazos al cuello.) 

¿Dudarás si la fe que te he jurado
a ese infame traidor le fue vendida?
RIENZI

 (Con pasión.) 

¡Dudar de ti! ¿Del alma yo he dudado?
MARÍA

 (Con pasión el primer verso, y dirigiéndose en el segundo hacia la puerta por donde salió COLONNA.) 

Pues a luchar hasta perder la vida.
¡Nobleza, la batalla ha comenzado!
RIENZI

 (Con entusiasmo y en tono profético.) 

Y acaso en los anales de mi historia
se levante el fulgor de la victoria.
Aún castillos tenéis; pero el cimiento
por el peso del tiempo socavado,
puede que se derrumbe en el momento
en que Rienzi se siente en el Senado.
¡Pueblo! libre serás, que el pensamiento
empieza a dominar sobre el pasado,
y en mil pedazos rotas tus cadenas
colgadas han de ser de las almenas.
 

(Se van juntos. Cae el telón.)

 


 
 
FIN DEL ACTO II