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Americanos y españoles: «El Repertorio Americano» de Londres (1826-1827)

Salvador García Castañeda





El Repertorio Americano de Londres fue una revista escrita en castellano por hispanoamericanos y por españoles, dedicada primordialmente al público del Nuevo Mundo, y su lectura me llevó a examinar su impacto cultural así como la presencia de España en sus páginas. Esta conferencia es parte de un trabajo más amplio en el que me ocupo en estos días.

La emigración de los liberales españoles al extranjero durante el reinado de Fernando VII, coincidió con los movimientos independentistas de las colonias americanas, la mayoría de los cuales tuvieron lugar en aquellos años. Tras las guerras de independencia, relativamente recientes, la actitud hacia los peninsulares de aquellos criollos, en su mayoría hijos de españoles, fue oficialmente enemistosa y revanchista e incluso los mismos liberales del año 23 no hallaron refugio en los nuevos países. Vicente Llorens cita el artículo «Del reconocimiento de la Independencia de América» publicado en El Español Constitucional de Londres (febrero, de 1825), que destaca que tanto los emigrados peninsulares como los hispanos de ultramar habían padecido una misma tiranía, que los representantes de las antiguas colonias tuvieron en las Cortes de Cádiz los mismos derechos que los españoles, y que en las Cortes aprendieron aquellos el arte de gobernar las nuevas repúblicas.

La «leyenda negra», tan arraigada en Inglaterra, se había exacerbado en aquellos tiempos y los tradicionales ataques contra la colonización española y contra los conquistadores habían llegado al extremo de que «apenas hay quien no se permita denigrar el ilustre nombre de Hernán Cortés». Y El Español Constitucional advertía que quienes habían apoyado la independencia de los americanos lo habían hecho por razones mercantiles y no humanitarias, y que los brutales métodos de colonización de los europeos persistían en el presente en otras partes del mundo. Pero insistía en la hermandad de los unos y de los otros, mostraba su odio por el absolutismo y, sin excusar los excesos de los conquistadores, recordaba los elementos positivos de la conquista de América (1968: 295-298). Los puntos de vista de esta publicación representaban los de la mayoría de los desterrados españoles quienes, como liberales que eran, trataron de estrechar lazos con los republicanos de América, aunque, como patriotas, defendieron con firmeza la obra civilizadora de España. Destaca entre ellos Telesforo de Trueba y Cosío, quien emprendió la tarea de hacer conocer a los ingleses las circunstancias de la Conquista desde otra perspectiva. Escogió a Cortés y a Pizarro, las figuras más conocidas y más denigradas entre los conquistadores, y en su defensa escribió Life of Hernán Cortés (1829) y History of the Conquest of Peru for the Spaniards (1830). Ambos fueron trabajos de vulgarización escritos en inglés, y publicados por editores prestigiosos, que fueron muy bien recibidos por la crítica y por el público británico. Pero la rehabilitación de la España colonizadora en el mundo anglosajón tendría que esperar hasta mediados del siglo con un grupo de hispanistas encabezado por los norteamericanos Washington Irving, y William H. Prescott, el autor de History of the Conquest of Mexico (Nueva York, 1843) y de History of the Conquest of Peru (Nueva York, 1847).

Pero la relación personal entre los españoles y quienes hasta recientemente lo habían sido era harto ambigua y ofrecía bastantes matices. No pocos de los nuevos americanos como Mejía Lequerica o José Joaquín de Olmedo representaron en las Cortes de Cádiz a las antiguas colonias y otros, como el «libertador» argentino José de Sanmartín, el comediógrafo mejicano Manuel Eduardo de Gorostiza y el político y periodista colombiano Juan García del Río habían luchado en el ejército español contra los franceses. Frente a la hostilidad a todo lo español de los americanos, y a la de aquellos peninsulares que seguían considerando a estos últimos insurgentes y traidores, estaban las relaciones personales, con frecuencia amistosas, de unos y otros, así como la forzada convivencia en una misma ciudad y en ambientes semejantes. El ecuatoriano Vicente Rocafuerte, secretario de la legación de Méjico en Londres, era amigo de Canga Arguelles y de Jaime Villanueva desde los tiempos de las Cortes de Cádiz; Andrés Bello pasó cerca de diez años en Londres donde llegó en 1810 como miembro de la delegación revolucionaria de Caracas, y fue amigo de José Joaquín de Mora e íntimo de Blanco White, quien le consiguió un empleo y un subsidio del gobierno inglés. Y la vida de Gorostiza, exilado en Londres desde 1823 como tantos otros liberales españoles, cambió radicalmente de rumbo cuando en 1825 pasó al servicio de México, el país de su nacimiento, y del que llegó a ser Ministro Plenipotenciario en Inglaterra.

La mayoría de aquellos españoles sobrevivía gracias a trabajos y oficios de índole diversa. El editor alemán Rudolph Ackermann, establecido en Londres, les empleó como autores y traductores para orientar su floreciente negocio hacia las nuevas repúblicas, tan necesitadas de prensa y de libros en castellano. Por otra parte, el exdiputado Vicente Salvá abrió con gran éxito la Librería Clásica y Española en Londres, donde había gran interés por los libros antiguos, y otro emigrado, Marcelino Calero, estableció allí su Imprenta Española. A juicio de Vicente Llorens, sin la empresa de Ackermann, la de Salvá y la de Calero, se habrían podido imprimir muy pocos libros y revistas en español en la Inglaterra de entonces (1968: 153).

No deja de sorprender la gran actividad editorial de los emigrados, sobre todo teniendo en cuenta su menesterosa situación económica, ni la cantidad y la calidad de sus periódicos y revistas. Baste recordar los nombres de Las Variedades o El Mensajero de Londres de Blanco White, aquel «self-banished Spaniard», como le llamó su biógrafo Martin Murphy; El Español Constitucional (marzo 1824-junio 1825); Ocios de Españoles Emigrados (abril 1824-octubre 1826); El Emigrado Observador (julio 1828- junio 1829), y las revistas de José Joaquín de Mora, Museo Universal de Ciencias y Artes (julio 1824-octubre 1826); Correo Literario y Político de Londres (enero-octubre 1826); y No me olvides (anuarios correspondientes a 1824, 1825, 1826 y 1827).

También los políticos, la gente de letras, los profesionales y los periodistas de las nuevas repúblicas coincidían en sus deseos de hacer de la palabra escrita un instrumento de propaganda para elevar el nivel educativo de sus compatriotas y lograr el reconocimiento en Europa de su recién lograda independencia cultural. Y propias de los americanos de Londres y dedicadas a sus compatriotas de Ultramar fueron las revistas Biblioteca Americana aparecida en 1823, de la que no salió más que un número y, tres años después, El Repertorio Americano, del que vieron luz cuatro tomos, el primero en 1826 y los tres restantes a lo largo del año siguiente. Aquellas revistas estuvieron patrocinadas originalmente por la Sociedad de Americanos constituida en 1823 y tuvieron breve vida pues no pudieron superar sus problemas económicos. Según Carola Reig Salvá, El Repertorio ya no perteneció a la Sociedad de Americanos sino que fue «obra personal de Bello, apoyado económicamente por la firma Bossange, Barthet and Lowell de Londres y la de Bossange frères de París» (Reig, 108).

A pesar de haberse publicado poco más de un año (de octubre de 1826 a enero de 1827), esta revista, cuyas cuatro entregas, en la excelente edición de Caracas de 1973 a cargo de Pedro Grases, suman mil doscientas sesenta y ocho páginas destaca especialmente en la historia cultural del Nuevo Mundo tanto por la calidad de lo publicado en ella como por sus propósitos. El ambicioso «Prospecto» redactado por Bello (Londres, 1 de julio de 1826) destacaba su carácter didáctico - «ser útiles a la América»- enciclopédico y divulgador. Además de ser una revista literaria, se proponía potenciar y dar a conocer la historia y los grandes hombres americanos, «hacer jerminar la semilla fecunda de la libertad», el culto de la moral, y el amor a la patria. Para hacer progresar en el Nuevo Mundo las artes y las ciencias, extractaría lo mejor que diesen a la luz los escritores nacionales y extranjeros, con preferencia en lo referente a los inventos útiles, «la geografía, población, historia, agricultura, comercio y leyes».

Como escribía Anderson Imbert,

«Europeos trajeron al Nuevo Mundo su caudal de cultura; y a pesar de que se adaptaron al ambiente, y sus hijos y nietos y tataranietos fueron americanos, esa cultura europea prevalece. Cierto que viven en una situación histórica distinta a la europea, pero las influencias europeas no cesan. Los vínculos entre la metrópoli y las colonias son estrechos. La falta de comunicación directa queda compensada por la idealización de la cultura europea que no se conoce, por el deseo de pertenecer a la mejor cultura conocida. En el siglo XVIII, por ejemplo, cuando ya las colonias parecerían alejadas de las primeras generaciones de españoles y de las primeras fundaciones de ciudades e instituciones culturales y, por lo tanto, podría esperarse más originalidad, lo cierto es que una nueva ola europeísta viene a cubrirnos».


(1962: 179-180)                


América contaba con una brillante tradición literaria en castellano desde los tiempos del Descubrimiento, obra de peninsulares y de criollos. En poesía, además de la traducción e imitación de los clásicos griegos y romanos los modelos seguían siendo la épica renacentista y, entre los neoclásicos, Meléndez Valdés, Cienfuegos y Quintana. Las ideas de la Ilustración llegaron a América a través de los criollos que habían viajado por Europa, de los libros y de la prensa, y fueron el germen de los movimientos independentistas que acabaron con el régimen colonial.

Cuando El Repertorio Americano apareció en Londres, las nuevas repúblicas apenas contaban todavía con escritores conscientes de estar creando una literatura propia y uno de los propósitos de esta revista fue afirmar su existencia. Sus redactores fueron hispanoamericanos y españoles de ideología ilustrada y formación neoclásica que apenas acusan la presencia en estas páginas de un Romanticismo ya afincado en Inglaterra. Aunque los sentimientos de independencia y afirmación nacional así como la visión de la naturaleza americana, son propios ya de la nueva escuela estas composiciones están escritas siguiendo las formas poéticas tradicionales propias del Neoclasicismo e inspirándose en modelos españoles. De muestra servirían, entre las muchas odas patrióticas y de exaltación de las bellezas del paisaje nativo, En el teocali de Cholula (1820) de José María de Heredia, A la Victoria de Junín. Canto a Bolívar (1825) de José Joaquín de Olmedo y A la agricultura de la zona tórrida (1826) de Andrés Bello.

En la España fernandina se publicaban pocos libros y estos no se enviaban a América, con la que estaba interrumpido el comercio desde los agitados tiempos de las guerras por la independencia. El Repertorio da noticia o reseña, en ocasiones extensamente, las novedades editoriales de Inglaterra y de Francia, presta especial atención a las obras de los hispanoamericanos y de los españoles y publica documentos sobre la historia de la América colonial y la del presente, da cumplida noticia de la publicación en sus páginas de obras recientes tan destacadas como la primera versión de la oda A la agricultura de la zona tórrida de Andrés Bello, el manuscrito de la Historia universal de las cosas de Nueva España por Fray Bernardino de Sahagún, «el padre de la etnografía mexicana» (II: 260); la reciente edición de las Poesías de José María de Heredia (Nueva York, 1825) o la Historia de la Revolución de Colombia, de José Manuel Restrepo, en proceso de impresión entonces.

En El Repertorio colaboraron varios españoles, especialmente el alavés Pablo Mendívil, a quien se debe una parte considerable de las colaboraciones en esta revista. Como tantos otros emigrados, Mendívil se sustentaba dando clases de español y de francés, y colaborando en las empresas editoriales de Rudolph Ackermann; y poco antes de su muerte en 1831 fue nombrado profesor en el King's College de Londres, Vicente Salvá contribuyó con un estudio bibliográfico, que quedó incompleta, el botánico Mariano Lagasca comenzó una traducción de la obra latina del Dr. Martius sobre plantas medicinales del Brasil, y el gaditano José Vicente García Granados, del Puerto de Santa María, que fue alumno de Alcalá Galiano en Londres y vivió desde su juventud en Guatemala, fue autor del «Canto a la Independencia de Guatemala». Las colaboraciones de Bello y de Mendívil fueron en aumento hasta acabar por ser los únicos redactores de la revista en 1827.

El Repertorio reseñó muchas obras españolas como la reciente Colección de los más célebres romances antiguos españoles, históricos y caballerescos, de C. B. Depping (Londres 1825), el ambicioso proyecto de una «Bibliografía española antigua y moderna» de Vicente Salvá, y la extensa reseña de la Colección de las piezas dramáticas de los autores españoles (Madrid, 1826) (IV: 75-121) en la que Mendívil, defiende la comedia heroica y la de capa y espada por su calidad, por su carácter nacional y por su estilo, y dedica casi la mitad de la reseña al mejicano Juan Ruiz de Alarcón.

Como se podría esperar no pocas de las obras publicadas por los americanos daban una imagen negativa de España y de los españoles como la descripción del cuadro de H. P. Briggs en la Exposición anual en Somerset House de pintura y escultura, de Londres, que ilustra la entrevista entre Atahualpa y Pizarro, en la que «la inocencia, la dulzura, la confianza de los indios» contrasta con «la malignidad, la insensible ferocidad, la perfidia» de los españoles, o la extensa reseña por Juan García del Río de un estudio del peruano Toribio Rodríguez de Mendoza sobre La instrucción pública en la América antes española en el que la considera como el «monumento el más vergonzoso de la ignorancia y tiranía española».

Para contrarrestar la difundida imagen de la España de Cortés, de Pizarro y de un clero obscurantista y fanático, El Repertorio publica otros trabajos que enaltecen y dan a conocer la labor también relacionada con América de otros españoles como Cristóbal Colón (entonces no discutido por los revisionistas históricos) y los benefactores de los indios Fray Bartolomé de las Casas y Fray Juan de Sahagún.

Bello fue ideológicamente un ilustrado y en literatura un neoclásico que cantó innovadoramente a la naturaleza y el paisaje americanos en la silva A la agricultura de la zona tórrida. Su «Alocución a la Poesía», publicada en la Biblioteca Americana era parte de un poema que pensaba titular «América» en el que exhortaba a la Poesía a abandonar las cortes europeas y venir a habitar en los nacientes países de América. La «Alocución» tiene el valor de un manifiesto estético (Anderson Imbert, 1962: 194) tanto para América como para España y en ella exhortaba a los poetas a huir de las imitaciones y a buscar nuevos caminos. Y en El Repertorio dio a conocer destacados trabajos de crítica literaria como «Estudios sobre Virgilio», «Juicio sobre las Poesías de J. M. Heredia» (II: 34-45); «Noticia de 'La Victoria de Junín. Canto a Bolívar', por J. J. Olmedo»: «Las poesías de Horacio, traducidas en verso castellano, con notas y observaciones, por don Javier de Burgos, obra dedicada al rey» (III: 93-111); «Uso antiguo de la rima consonante en, la poesía latina de la media edad y en la francesa; y observaciones sobre su uso moderno» (II: 21-33).

Andrés Bello, humanista y filólogo, educador y poeta, fue el alma de la Biblioteca Americana y de El Repertorio Americano y como había prometido en el «Prospecto» de esta última revista, desarrolló en ellas una incansable labor patriótica de divulgación cuyo carácter enciclopédico y didáctico incluyó información y crítica sobre trabajos de carácter tan diverso como geografía, viajes e historia americana, publicación de documentos y reseña de obras recientes de interés para los lectores hispanoparlantes. En tiempos de discordia política, El Repertorio Americano tuvo carácter ecléctico y bajo la dirección de Bello, y la activa colaboración de Mendívil, reunió un grupo de gente de letras que hizo de esta revista una de las publicaciones en lengua española más destacadas de su tiempo.





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