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Algún sol

Sergio Ramírez





La joven poesía centroamericana (para la que la expresión «nueva» no cabría quizá enteramente) juzgada desde un punto de vista genérico, no se distingue precisamente por su búsqueda y por su novedad, o por su ambición de fijar logros originales que resulten de la destrucción o enterramiento solemne de las rituales formas tradicionales, a través de un acerado ejercicio de la nueva palabra que establezca y de substancia a una auténtica expresión.

Conozco cenáculos literarios donde aún se descubren con asombro las formas vanguardistas post darianas, que son ya historia clásica, o lo que es más deprimente, grupos de aedas que revolucionan solazándose en el modernismo; o más osados, otros que se lanzan a la aventura de la poesía española de entre guerras, o practican ejercicios caligráficos de amor (Neruda a los 20 años). Para no hablar del Vallejo de segunda mano, tan socorrido.

De este panorama anacrónico, más estático que estético, pueden apartarse algunos nombres que se colocan en posiciones de tiro contra el medio gris: Algún sol de Beltrán Morales (1944), que acaba de aparecer, confirma en su calidad y en su novedad un rompimiento de lanzas contra el establishment literario.

La poesía está empleada en este libro como un arma ofensiva, y éste es el vínculo de comunicación que el poeta busca con los que la leen y con los que, aún por muy aludidos, nunca alcanzarán sus páginas, ya que el acto de comunicación trasciende la mera relación autor-lector y va más allá, hacia un ataque directo en que, empleando las palabras, se golpea a la sociedad y se la busca en sus lugares más grotescos y por ende más visibles al ojo de la sensibilidad: las convenciones, los modales, las profundas hipocresías reverentes, incluso el sexo y su urbana domesticación. La ira es el instrumento del amor. En el caos organizado que rodea al poeta, instituciones sacras y comerciales, asociaciones, logias y cofradías de gente decente y respetuosa de las costumbres y entre cuyas reglas de juego él está obligado a moverse, el rumbo trazado por sus palabras va a dar, de primera intención, a la imagen de una muchacha:


En mi hora violeta yo doblaba una esquina
y de pronto tu figura cortante y sumamente amada...



aunque el amor se reclama aquí incontaminado, como una expresión primitiva, único medio en que tiene su entera validez. No se teme al amor, sino a sus accesorios:


A cambio recibiría -con todo tu amor-
algo así como las obras de Tolstoi
o un estuche para el caballero elegante...



y la institucionalización cosificada del amor, cosa santa y perdurable en el matrimonio, trampas en que se pierden María o Isabel:



Por no ser distinta a las demás
esta dulce ha rehusado mi amarga
intimidad

sospecho -empero- haber develado
el secreto que sus ojos gritan:

comenzaría a dudar del amor
tan fiel y fieramente guardado
al futuro esposo suyo: can, cáncer
carcelero de su sangre ¡Pero ingeniero
industrial, al fin y al cabo!



Del otro lado de la verdad, aparece irremediablemente la mentira en cualquiera de sus formas habituales: reserva, conveniencia, pudor, caridad, temor, urbanidad y civismo, y el amor no escapa a esta vuelta del espejo. Y éste es el punto de partida de toda la invectiva (la palabra epigrama sería demasiado preciosista para muchos de estos poemas que son como relámpagos), su génesis lírica. Del amor se va hacia las otras formas contaminadas de la convivencia, con:



El joven del chevrolet negro
con su señora grávida.
El joven del chevrolet blanco
con su papá de sombrero



que



Pasan pasan pasan.
Día a día
pasan
-a la una y cuarenta y cinco-
por mi grada

yo sin tedio sin asco
sin hastío
ni contento ni triste

mientras estoy sentado
con gripe
y el ocio es productivo
saludo a los campeones del trabajo.



Como exacta correspondencia a los motivos expresados y desarrollados por el libro, hay una estructura verbal que por medio de sus mecanismos agudos, de sus vibraciones, del oficio penetrante y sutil que desempeñan las palabras, realiza y refleja con cáustica novedad y hermosa propiedad tales intenciones, en la mejor vena de trueque y ardorosa pulimentación de las palabras, chillen putas, de Octavio Paz, o de Carlos Martínez Rivas:



Mucho este barco se mueve.
No me deja
escribir y a fuerza tiene
esto que

Ser dicho: afuera la noche
oscurísima
está. Sabremos entonces,
cuando estemos

dormidos, si cruzó la
mar al lado
nuestro -muy ágil- el lar-
go carguero...



Muy profundamente, por debajo de la originalidad y de la auténtica vocación de revelar algo nuevo y perdurable que hay en este libro, hay también un testimonio puro: la poesía, al servicio de lo humano:


O gente que muere sin remedio cada día
de puñaladas
de un par de balas en la nuca o en la boca
de malos partos
de suicidios
de cólera de euforia de tristeza
y ocasionalmente de hambre.



Para lo cual es demasiado tradicional el concepto de poesía social, o muy estereotipado; en todo caso, mejor sería hablar de poesía antisocial, por ese desprecio de lo que es o juega a ser la sociedad constituida. Cuando una poesía es simplemente humana y descubre esta calidad por su capacidad de destrucción (capacidad al fin y al cabo sagrada) es necesariamente una poesía de compromiso, pues no se queda en la simple retórica o vuelo de las musas, o en el paisaje de exquisitas tonalidades, o en la vil contemplación del mundo. Los instrumentos cáusticos están en la misma carne adolorida que el escritor lleva en sus huesos.

¿Cuándo el sol?

Algún Sol. Beltrán Morales. Editorial Universitaria de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Colección Últimos. N.º 2. 1969. 160 pp.

San José de Costa Rica, octubre de 1969.





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