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ArribaAbajoSegunda parte


ArribaAbajo- I -

El castellano como lengua internacional


¿Hay posibilidad de que el Español sustituya al Esperanto como idioma internacional?

He aquí una pregunta que basta por sí sola para halagar legítimamente el orgullo de más de cincuenta millones de hombres.

El Esperanto, a pesar de sus indiscutibles cualidades, no gana todo el terreno que se esperó en un principio. Le falta esa vitalidad de los idiomas «que se hablan». No cunde como ellos. Es un agregado artificial que resulta propicio más bien a los eruditos.

Además, ciertas susceptibilidades nacionales le hacen sombra. No obstante la liberalidad con que ha acogido raíces y palabras de todas las lenguas, no resulta simpático. Es un vehículo de pensamiento quizá demasiado perfecto, pero carece de ascendiente, de eso misterioso que nos atrae hacia determinados idiomas, que nos hace aprenderlos con entusiasmo y hablarlos con predilección.

En suma, una lengua no es más que un organismo sujeto a las leyes de la vida, del progreso, de la evolución de la decadencia y de la muerte, y corre la suerte de ciertos hombres y de ciertas existencias.

Hay idiomas que tienen ángel, como el Francés, por ejemplo. Al Esperanto le falta este ángel. Echa uno de menos en él la agilidad, la gracia, la elegancia. Nadie, en cambio, le puede negar ni la robustez, ni la probidad... como a los suizos. Para los Dioses y los que más a ellos se parecen: los seres «alados y sagrados» de Platón, de seguro que no sería el Esperanto el lenguaje que escogerían para expresarse; aunque los esperantistas hayan representado en él una pieza de Molière.

Supuesto, pues, que este idioma que ha obtenido en el mundo un honorable éxito de estima, no pase de allí, ¿cuál será la lengua internacional?

No podemos esperar indefinidamente, hasta que un sabio nos dé construida de toutes pièces una lengua simpática a todas las naciones. El mundo marcha muy de prisa y las activísimas relaciones comerciales, políticas, científicas y literarias que se han desarrollado entre los pueblos, exigen a grito herido un procedimiento cualquiera para entenderse mejor.

Un idioma nuevo, aun suponiendo que todos lo acepten, que se enseñe, en todas las escuelas, requiere por lo menos treinta años, o sea lo que tarda en entrar totalmente en acción una generación nueva, para ser vehículo efectivo y práctico de las relaciones entre los hombres.

Ahora bien, el mundo no puede esperar esos treinta años. Urge, por tanto, que se adopte un idioma vivo, de los hablados por mayor número de individuos, el cual tendrá sobre cualquier lengua artificial la ventaja de millones y millones de gentes que lo hablan y además gozará de esa simpatía, de esa facultad de contagio, de predominio, de influencia, de ascendiente, que poseen los organismos por cuyas venas corra sangre de veras.

¿Y por qué ese idioma no habría de ser el Castellano? El Castellano es una de las lenguas más perfectas, la más perfecta acaso que existe, la más racional, la más lógica y fácil de aprenderse, y, sobre todo, aquella cuya ortografía puede simplificarse mejor.

En realidad, esta ortografía viene modificándose desde el siglo XV, en que el buen maestro Nebrija escribió su gramática castellana. La conformidad de la escritura con la pronunciación, por la que tantos gramáticos ilustres han abogado, hoy por hoy, es casi absoluta, sin recurrir a los extremos de la «nueva ortografía racional» de nuestros amigos los chilenos.

Los inconvenientes de nuestra ortografía son mínimos si se comparan con los de la ortografía inglesa o francesa; pues como decía ya un gramático ilustre de principios del siglo pasado, hay letras de cuya rectificación no podía resultar ningún equívoco, que es el principal inconveniente que se podía temer. Porque ¿qué equivocación puede resultar de dejar a la j todos los sonidos guturales, usándose únicamente de ella como en jente, jitano, cojer, ajitar, etc, y quedando la g sólo para las más suaves o paladiales, aun cuando interinamente conservase la u muda, como en guerra, guisado, etc.? ¿Qué, de dar a la i vocal todos los sonidos vocales, escribiéndose soi, doi, lei, mui, guirigai, etc., ni de quitar la h, a lo menos de en medio de dicción poniéndose sin ella anelo, saumerio, veemente, proibir, desonrar y otras muchas palabras que para nada la necesitan? Tampoco se originaría ningún desorden en la escritura de que a la z se le dejasen todos los sonidos linguales, aplicándole los que con la e y la i le quita la c, escribiéndose en adelante con z, zena, zinta, etc., así como se ha escrito zelo, zizaila, pez, pezes, cáliz, cálizes, etcétera, ni de que a la q se le quitase la u muda, que para nada sirve, escribiéndose qeso, qinta, qemar, qitar, etc. Es bien seguro que si nuestra Academia hubiese adoptado ya a lo menos estas enmiendas, que ningún trastorno producen, hubieran sido recibidas con aplauso, visto el justo deseo que todos tienen de ver la ortografía arreglada a la pronunciación.

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Pero no apuremos este asunto, que tan luminosamente ha sido tratado y resuelto por sabios lingüistas modernos, y veamos si el castellano tiene probabilidades de llegar a ser el idioma universal.

Desde luego referiré que, últimamente, la Sociedad Nacional de Academias de los Estados Unidos habló de la urgencia de un idioma universal, el que, en su concepto, debía fundarse de nuevo, «a fin de evitar susceptibilidades de amor propio entre las naciones».

Comentando lo anterior, la Sociedad Internacional del Idioma, de Cincinnati, Estado de Ohio, abogó también, y en términos verdaderamente cálidos, por la realización de tan noble desiderátum, añadiendo que, dados los fines que se persiguen, el idioma elegido debía ser el castellano, «la primera lengua merced a la cual se pusieron al habla dos mundos, al llegar a América las naves de Colón».

Por su parte, el publicista don Ricardo Blanco Belmonte, discurriendo alrededor de este pensamiento, dice:

«Si el mundo necesita para su mayor enlace adoptar patrón uniforme de expresión oral y escrita, ese patrón, ese modelo, no debe ser otro que el castellano».

Conviene decirlo sin ufanía, pero con firmeza de convicción honda. Y hoy es más legítima aún esa manifestación, cuanto que ya tiene como precedente nada sospechoso el «alegato» de una sociedad y de un periódico que no pueden verse acusados de «españolismo».

The Monthly Cincinnation está redactado en inglés, por escritores que hablan el inglés, y, sin embargo, reconocen la superioridad del castellano.

Crear un nuevo idioma es casi tanto como correr el riesgo positivo de fracasar una vez más en la empresa acometida por distintas entidades.

Además, lógicamente, el idioma que se inventase había de basarse en el latín para conservar las raíces de los vocablos antiguos y modernos, que son cimiento del lenguaje que habla en Europa el grupo románico, en contraposición al grupo teutónico. En el teutónico figuran el alemán y el inglés; en el románico el español, el italiano y el francés. Ni Alemania aceptaría el entronizamiento del inglés, ni Inglaterra el del alemán. Y, aun cuando llegasen a transigir, el grupo románico no acataría el acuerdo. Realmente, la supremacía corresponde a este último grupo, y, dentro de este grupo, Francia, Italia, España, a aquel de los pueblos que en justicia pueda ostentar mayores méritos y mejor derecho. «No hace falta, pues, inventarlo, ya que está inventado». Lo que sí se requiere es que sea reconocido el mejor derecho de quien lo posea.

Diez y nueve naciones hablan actualmente el castellano, a saber: España, México, Guatemala, Honduras, Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Paraguay, Uruguay, Chile, Cuba y Santo Domingo. A estas diez y nueve naciones hay que sumar dos seminaciones, Puerto Rico y las mil doscientas islas que forman el archipiélago de Filipinas.

Por la extensión territorial de esos pueblos, el español es, indudablemente, el lenguaje más difundido por el mundo.

Tomando sólo como ejemplo, a título de comparación: Buenos Aires compite, ventajosamente, con Viena; México es mayor que Austria, Hungría, Alemania, Italia y Francia reunidas; Bolivia, Colombia, Perú o Venezuela, son, separadamente, dos veces mayores que cualquier Estado europeo y Austria-Hungría; la pequeña República del Ecuador equivale en superficie a la que unidas presentan Bélgica, Holanda, Dinamarca, Suiza y Portugal; la Argentina es mayor que toda Europa, prescindiendo de Rusia, y, en fin, la totalidad de territorio de la América que habla español, excede en un millón de millas cuadradas al de todos los pueblos europeos, Rusia inclusive.

«Esto, por lo que se refiere a extensión. En lo que toca a población, esas diez y nueve naciones y dos seminaciones, con más las posesiones españolas en África, representan una masa de «sesenta millones de personas», que podrán amar más o menos a España; pero que, aun para hablar mal de ella, tienen que hacerlo en español».

«Hay más todavía. Portugal y el Brasil, éste con quince millones de habitantes, y aquél con cinco y medio, tienen como idioma oficial el portugués, que, por su estrecha relación con el castellano, relación tan estrecha que un ilustre filólogo ha dicho que es el mismo castellano deshuesado, está infinitamente más cerca de él que cualquiera de los dialectos de las distintas regiones españolas».

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Por mi parte, y para reforzar mis argumentos y los anteriores del señor Belmonte, añadiré que el castellano, lejos de decaer, logra cada día mayores progresos, no obstante las ingenuas veleidades de los barceloneses que le hablan a su Rey en catalán...

En efecto, en Alemania, por ejemplo, he leído que está dando los mejores resultados el movimiento iniciado hace algunos años por los fabricantes y exportadores alemanes, fomentando el estudio del idioma español entre sus empleados y dependientes, con el propósito de aumentar las relaciones, comerciales con los países de la América Central y del Sur.

Con objeto de establecer agencias y representaciones en varias naciones del Continente e islas de América, han salido ya de Hamburgo, según noticia que tengo a la vista, más de 200 jóvenes alemanes que se dedican al comercio, los cuales, como es natural, compran las mercancías que necesitan a los exportadores alemanes, que, apoyados por un excelente servicio de transportes, y gracias a las facilidades que les dan las Compañías alemanas de vapores, estableciendo servicios rápidos y económicos con los principales puertos de las Américas Central y del Sur, han logrado realizar pingües negocios, con la circunstancia de que en muchos casos, el transporte de géneros desde Alemania a América resulta más barato que si hubiesen salido aquéllos de la mayoría de los puertos de los Estados Unidos.

«No es, pues, extraño -añade la noticia- que ante tan benéfico resultado sea poco menos que obligatorio el estudio del idioma español en las Escuelas de Comercio de la Confederación germánica».

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Como el mundo se gobierna, según hemos convenido, por intereses y no por sentimientos, y en el interés de los grandes países industriales y exportadores está vender cuanto puedan a las diez y ocho naciones que hablan en el Nuevo Mundo el castellano, y que son excelentes consumidoras, claro que nuestro idioma tiene que lograr enormes progresos en el futuro. El mundo teutón se dará maña para aprenderlo, con el aliciente de la clientela, y hasta los ingleses y americanos mismos, si nosotros no les facilitáramos tanto la tarea, apresurándonos a hablar en inglés y poner en este idioma hasta los rótulos de nuestras tiendas, de seguro que acabarían por dominar el castellano.

En África, donde la influencia hispana es grande, a pesar de todo, el castellano obtiene éxitos lisonjeros, y en estos días justamente acaba de producirse un hecho tan significativo para el porvenir de nuestra lengua, que no resisto a la tentación de copiarlo.

«Una obra de capital interés para la restauración de nuestra influencia y prestigios no poco decaídos, por causas de todos conocidas, en Marruecos, está a punto de entrar en vías de realización por intervención directa y decisiva de S. M. el Rey -dice El Imparcial.

»Esta obra es la construcción de escuelas españolas en Tánger.

»El Rey, conocedor del estado precario en que atención tan importante se encuentra al otro lado del Estrecho, en menoscabo de nuestra penetración pacífica en el Imperio marroquí, pensó en apelar a la munificencia particular, tan presta en otros países para cooperar al fomento de la cultura general, y, a su paso por París, hizo una indicación al opulento señor marqués de Casa-Riera, el cual la acogió, mostrándose dispuesto a contribuir con una suma de consideración al establecimiento de una escuela o de un hospital en Tánger, lo que fuera más urgente a juicio de las personas que por su posición en la colonia española se hallan en condiciones de apreciar lo más conveniente a nuestros intereses, sin que la preferencia en la satisfacción de una de estas dos necesidades implicara el abandono de la otra.

»Por mediación de nuestro ministro señor Merry del Val, se enteró el Monarca de que las escuelas eran las que requerían la prelación; hízolo sabor el noble marqués, y éste puso a disposición de S. M. la cantidad de 300.000 pesetas.

»Entretanto, no se descuidaba nuestro representante, y, previendo una solución favorable a los anhelos de la colonia, por virtud de la alta mediación que se daba en el asunto, enviaba al Gobierno anteproyectos y planos y relación de las condiciones que ha de reunir la utilísima institución que se levantará en terrenos del Estado, con exclusiva intervención de operarios españoles.

»Al recibir S. M. la noticia del generoso rasgo, telegrafió al prócer donante en los siguientes términos:

»Complázcome en reiterarle la expresión de mi más profundo reconocimiento por sus nobles propósitos y sentimientos caritativos y de acendrado patriotismo, que tanto le enaltecen. -Alfonso».

»Pocos días después se recibía en Palacio una carta del marqués de Casa-Riera para S. M. con una de crédito a su augusto nombre y cargo de los señores Urquijo y Compañía por pesetas 300.000 para construcción de escuelas en Tánger.

»El Rey contestó por lo pronto con un telegrama de gracias, y después con una misiva de su puño y letra, en la que, a vuelta de frases amables y encomiásticas de la conducta del marqués, lo decía textualmente: 'No encuentro palabras para elogiar su nobilísimo proceder. Que Dios le recompense como merece y le colme de dichas por este nuevo rasgo de caridad y acendrado patriotismo'.

»Al decir 'nuevo rasgo' el Monarca se refería al donativo de 500.000 pesetas que un año antes había hecho el marqués de Casa-Riera para un hospital y asilo de españoles en París.

»A la carta de S. M. replicó el marqués con otra en que decía: 'La carta de V. M, además de un honor para mí, es un timbre para el nombre que llevo'.

»En su escrito añadía el Rey que tenía empeño en que la gratitud de todos los españoles recayera, como era justo, en la persona del noble marqués, y en ese empeño continúa el joven soberano a juzgar por su apresuramiento en dar publicidad a tan patriótico proceder, una vez puesto en conocimiento de su Consejo de ministros.

»El asunto está pendiente de pequeños detalles de trámite y preparación a cargo de nuestro ministro en Tánger, que trabaja en él con la mayor actividad, y no se hará esperar mucho el comienzo de las obras.

*  *  *

Ya se verá, por tanto, que no es ilusorio ni descabellado el intento de hacer del castellano una lengua internacional. A todas las razones expresadas para robustecer esta idea, podría añadirse la de la semiderrota del Esperanto por el Ido.

Como ustedes sabrán, en efecto, «después de haber estudiado todos los proyectos de lengua universal, y reconocido la excelencia del idioma ideado por el doctor Zamenhof, un comité internacional, compuesto de eruditos y lingüistas, resolvió, sin embargo, introducir ciertas modificaciones, así para simplificar la ortografía y la gramática, como para enriquecer el vocabulario con la adopción de raíces nuevas, cuidadosamente seleccionadas, conforme al principio del mínimum internacional». La raíz más internacional es la común a mayor número de idiomas.

«Formada así, exclusivamente de raíces escogidas, la 'linguo internaciona' no constituye un habla nueva que estudiar; es, según quienes la forman (y la deforma), la quinta esencia de las lenguas europeas. La 'linguo internaciona' (sistema Ido) viene a ser un esperanto perfeccionado, que aventaja al esperanto primitivo, a lo que parece, en muchas cosas...», pero que hay que aprender de nuevo, digo yo...

Tanto los esperantistas como los idistas, han traducido la «Plegaria en la Acrópolis» de Renán... Pero unos y otros convienen en que «la oración del maestro era más armoniosa en su idioma original»...

Desengañémonos, pues: el lenguaje artificial que ha de servir en el futuro para el intercambio de ideas a los hombres de todos los climas, está aún en el seno de las posibilidades. En vez de quemarnos las pestañas aprendiendo Volapuk... para sustituirlo después por el Esperanto, y Esperanto... para sustituirlo después por el Ido... e Ido, para sustituirlo después por no sé qué cosa, aprendamos bien nuestro castellano, popularicémoslo, démosle prestigio y lustre y trabajemos por que impere en todos los países cultos.

No podemos, por utilitaristas que seamos, prescindir de la belleza de la lengua en que hemos de comunicarnos, y no vale la pena de que nos entendamos todos si hemos de entendernos a ladridos.

Yo sigo, por tanto, prefiriendo la armonía majestuosa de mi castellano vernáculo, en el cual, por cierto, nada pierde de su hermosura la «Plegaria, en la Acrópolis» de Renán, ni ninguna otra voz surgida de los labios de los hombres... o de los dioses.