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ArribaAbajoDesmantelamiento subversivo de una dicotomía binaria en San Manuel Bueno, mártir

Francisco Javier Higuero


Wayne State University

La mayoría de los estudios focalizados en torno a San Manuel Bueno, mártir (1971b) de Miguel de Unamuno se ha referido, de alguna forma, a la existencia de dos planos diegéticos claramente diferenciados en esta novela, a saber, el nivel de la historia y el de la intrahistoria. Han sido Gayana Jurkevich (1991), en The Elusive Self. Archetypal Approaches to the Novels of Miguel de Unamuno, y Francisco La Rubia Prado (1996), en Alegorías de la Voluntad. Pensamiento orgánico, retórica y deconstrucción en la obra de Miguel de Unamuno, los que han aludido explícitamente a tales esquemas de pares binarios en el texto, los cuales, sin embargo, no se prestan a un análisis estructuralista basado en tales dicotomías, ya que en San Manuel Bueno, mártir se detecta una pugna continua entre una pluralidad de fuerzas de significación, alejadas de cualquier asentamiento uniforme en una sola posibilidad semántica de referencia y de   —234→   sentido82. Todo conocedor de los escritos de Unamuno sabe muy bien que la mencionada distinción entre historia e intrahistoria se remonta a lo expuesto ensayísticamente en En torno al casticismo (1968) y ejemplificado de forma narrativa en Paz en la guerra (1969). No obstante, se precisa puntualizar, desde un primer momento, que esos dos textos literarios pertenecen a la etapa positivista del desarrollo intelectual de Unamuno, anterior a la crisis espiritual de 1897, y por lo tanto las implicaciones de dicha diferencia entre historia e intrahistoria no necesariamente tienden a coincidir con la distinción exteriorizada en San Manuel Bueno, mártir, novela totalmente alejada del interés positivista demostrado en aquellos escritos. A pesar de esta matización crítica, conviene no perder de vista que, básicamente, lo connotado en el ámbito semántico de significación de ambos conceptos mantiene su validez y aplicabilidad también tanto en lo que se refiere al discurso textual como a lo narrado en la novela aquí tratada. Por consiguiente, conforme ha advertido Carlos Blanco Aguinaga (1975) en El Unamuno contemplativo, dicha diferencia entre historia e intrahistoria resulta un motivo conceptual y diegético que contribuye a incrementar la comprensión de los escritos de Unamuno, independientemente de las etapas en las que se incluyan a éstos.

En términos generales, y teniendo en cuenta los textos en que aparecen los conceptos a que aquí se alude, al ámbito de la intrahistoria pertenecerían los acontecimientos sonoros de los que quedan constancia en los tratados elaborados por los expertos dedicados a estudiar el pasado de los pueblos, naciones y estados. En contraste con la ostentosidad de tal recinto histórico, en el plano de la intrahistoria se encuentran insertas las vidas silenciosas de innumerables seres humanos que continúan realizando sus labores cotidianas, tal vez aun sin ser reconocidos por los interesados en prestar atención a lo llamativo y ruidoso. En el caso de la novela Paz en la guerra, a la historia pertenecen las escaramuzas bélicas narradas y atestiguadas por los correspondientes cronistas. En cambio, en la intrahistoria estaría inserto el pueblo que sigue viviendo día a día inmerso en una paz profunda y eterna, inmutable, frente a los cambios sonoros ocasionados por las olas de la historia. La imagen que, a este respecto, se utiliza en En   —235→   torno al casticismo es la de las aguas del mar cuya superficie, en algunas ocasiones impetuosa, vendría a corresponderse a las turbulencias históricas, mientras que el fondo tranquilo y sereno sería el lugar donde habita el sedimento de la intrahistoria, presumiblemente no afectada por lo que sucede en una exterioridad inestable, sujeta a procesos de mutabilidad, tal vez impredecibles83. Tal divergencia entre ambos niveles diegéticos es presentada recurriendo a una imagen similar en San Manuel Bueno, mártir, en donde las profundidades del lago, en torno al que se levantaba la aldea de Valverde de Lucerna, adquieren connotaciones intrahistóricas frente a los acontecimientos cambiables de la superficie, propensa a ser detectada únicamente a través de la ostentosidad de la fama evanescente. Ahora bien, esta dicotomía binaria afectó al propio don Manuel, del que se decía que había rechazado ofertas de brillante carrera eclesiástica porque él no quería ser sino de Valverde de Lucerna. Este personaje prefería vivir e identificarse con el sentir intrahistórico del pueblo, en lugar de la fama histórica que podía haber alcanzado en las filas de una institución jerarquizada e inserta en un manifiesto ámbito de poder. La propia Ángela, admiradora de don Manuel y redactora de gran parte de lo transmitido en el discurso textual de la novela, también rechaza verse contaminada por los jerarcas de esa institución histórica, y frente a los documentos que puedan ser exigidos por el obispo de la diócesis de Renada, a la que pertenecía el párroco de San Manuel Bueno, mártir, con el fin de promover el proceso de beatificación, escribe unas memorias, presentando un aspecto de ese personaje que, en lo que a la narradora concierne, no llegará a manos de las autoridades eclesiásticas84. En este artículo, después de presentar la ejemplificación textual de la dicotomía binaria que diferencia a la historia de la intrahistoria en la mencionada novela, se someterán dichos términos bipolares a un desmantelamiento deconstructor tal que ponga de manifiesto el hecho de que ninguno de ellos domina definitiva ni fijamente al otro, sino que, en cambio, se produce un estado existencial de carácter agónico, irreductible a análisis estructuralistas.

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La dicotomía binaria entre historia e intrahistoria se encuentra indisolublemente unida, a lo largo de la novela aquí estudiada, al lago de Valverde de Lucerna, a cuya orilla iba solo, de vez en cuando, don Manuel, para contemplar las ruinas de una vieja abadía, en donde parecían reposar las almas de los piadosos cistercienses, sepultados en el olvido de los tiempos históricos. Tales monjes pertenecen a la intrahistoria, por la que se siente atraído el párroco, en contraste con el progreso mundanal y ruidoso, acaso representado por Lázaro, el hermano de Ángela, que llega al pueblo, después de una próspera estancia en América, dispuesto a que su familia participe de los planes por él entretejidos. Lo inicialmente connotado por este indiano se encuentra reñido con lo implicado en la paz intrahistórica del pueblo y también con las actitudes de compenetración con los habitantes de la aldea que se esfuerzan por poseer el párroco y Ángela. Sin embargo, en San Manuel Bueno, mártir, la dicotomía binaria resultante de lo defendido, en un comienzo, por Lázaro, y la vida intrahistórica del pueblo no se resuelve en una confrontación directa. De haberse producido tal conflicto, la paz eterna, caracterizadora de la intrahistoria en los escritos de Unamuno, se hubiera quebrantado y ésta hubiera sido involucrada y absorbida en los vaivenes tumultuosos de la superficie histórica. A este respecto conviene no perder de vista que el pueblo, aunque se encuentra radicalmente alejado de los planes progresistas de Lázaro, adopta frente a él una postura de distanciamiento respetuoso, conforme lo manifiesta Ángela, al observar las reacciones de su hermano ante la falta de respuesta que encontraba en el contorno existencial de la aldea:

Le desconcertaba el ningún efecto que sobre nosotras hacían sus diatribas y el casi ningún efecto que hacían en el pueblo, donde se le oía con respetuosa indiferencia. «A estos patanes no hay quien los conmueva».


(Unamuno, 1971b: 36)                


En la actitud intrahistórica del pueblo, ininteligible para Lázaro, sobresale una profunda tolerancia, sin resquicio alguno de belicosidad agresiva hacia quien no compartiera su forma existencial de concebir y vivir la fe, atreviéndose a atacarla frontalmente. No debería pasar desapercibida esta dimensión de tolerancia generosa, inserta en las entrañas más hondas de un pueblo, todavía no contaminado por imposiciones ajenas85. El colectivo de los feligreses a los que atendía pastoralmente   —237→   don Manuel evidencia un comportamiento intrahistórico que, además de ser respetuoso, no participa de lo que sobre él demanda un personaje tan identificado con los presuntos valores del progreso moderno, como puede ser el propio Lázaro, el cual quería sacar a su familia de la aldea para llevársela a la ciudad. Aquí se manifiesta una nueva modalidad de dicotomía binaria, incluida en la citada oposición entre historia e intrahistoria. La ciudad estaría inserta en aquélla, mientras que la aldea pertenecería a ésta. Ahora bien, conforme ha advertido Julián Marías (1971) en Miguel de Unamuno, de modo semejante a como don Manuel rechazó las mencionadas ofertas eclesiásticas que le hubieran dado fama histórica y prefirió quedarse en contacto con la vida intrahistórica de Valverde de Lucerna, tanto Ángela como su madre se resisten a aceptar el ofrecimiento de Lázaro, de abandonar la aldea, para vivir en contornos existenciales asociados al progreso moderno86.

En San Manuel Bueno, mártir, al ámbito de la historia pertenece el mundo de la fama, asociado con los éxitos relumbrantes y ajenos al universo de valores de Valverde de Lucerna, población que, desde el comienzo, le había resultado insuficiente a Lázaro, quien había pagado la educación a su hermana en el colegio de las religiosas de Renada, con el fin de que se le abriesen a Ángela amplios horizontes modernos. Sin embargo, tales planes históricos no llegan a materializarse, no sólo porque, cuando terminó sus años de colegio, la narradora homodiegética de gran parte de lo relatado en San Manuel Bueno, mártir regresa a la aldea, sino porque ella misma se atreve a confesar abiertamente que sus visitas posteriores a la ciudad la ahogaban, provocándole una acuciante   —238→   sed de la vista de las aguas del lago de Lucena de Valverde y una no menos apremiante hambre de contemplar las peñas de las montañas y, más que nada, sentía la ausencia de don Manuel, a quien necesitaba tenerlo cerca para poder apreciar su vivencia intrahistórica de la existencia. Tal necesidad de Ángela impide que los propósitos de Lázaro, encaminados a que ella, con su madre, se fuera a vivir a la ciudad, se materializaran. En estas circunstancias, al indiano recién llegado a la aldea le daba la impresión de que don Manuel era un ejemplo de la oscura teocracia en la que estaba hundida España, la cual le resultaba incomprensible para la mentalidad de quien se identificaba con los logros y demandas del progreso moderno. Incluso, cuando parecía que Lázaro se había convertido, con resignación, a la causa intrahistórica de don Manuel y su pueblo, la tentación de organizar un sindicato en la aldea demuestra que los aires progresistas no se encontraban extinguidos, en modo alguno, según se evidencia en la propuesta que se le formula al párroco, ya acechado por el decaimiento de la vejez:

E iba corriendo el tiempo y observábamos mi hermano y yo que las fuerzas de don Manuel empezaban a decaer, que ya no lograba contener de todo la insondable tristeza que le consumía, que acaso una enfermedad traidora le iba minando el cuerpo y el alma. Y Lázaro, acaso para distraerle más, le propuso si no estaría bien que fundasen en la iglesia algo así como un Sindicato católico agrario.

-¿Sindicato? -respondió tristemente don Manuel-. ¿Sindicato? y ¿qué es eso? Yo no conozco más sindicato que la Iglesia, y ya sabes aquello de «mi reino no es de este mundo». Nuestro reino, Lázaro, no es de este mundo...


(Unamuno: 1971b: 57)                


A este texto citado se han referido una y otra vez diversos críticos que se sienten molestos por lo que ellos consideran una postura ideológica reaccionaria, tanto en San Manuel Bueno, mártir como en otros escritos de Unamuno. Acaso el ejemplo más significativo de dicha aproximación a la novela aquí estudiada sea Revisión de Unamuno. Análisis crítico de su pensamiento político de Elías Díaz (1968), en donde se caracteriza infundadamente y con frivolidad superficial la postura de rechazo del progresismo, ostentada tanto por don Manuel como por Ángela y su madre, y sobre todo por la población de Valverde de Lucerna, como muestra de evasionismo e incomprensión de las necesidades de una realidad, de la que se quiere salir87. En dicho   —239→   estudio, Díaz no intenta analizar con meticulosidad y detención la postura existencial adoptada por el párroco de San Manuel Bueno, mártir. De haberlo hecho, quizás este crítico hubiera llegado a la conclusión de que la fidelidad a la vida real se encuentra en ese sedimento intrahistórico, eterno y perdurable, frente a los cambios inestables producidos por el presunto progreso moderno, el cual, en último término, no deja de ser artificial, convirtiéndose en el producto de imposiciones espúreas. Ahora bien, conviene no perder de vista que, según se ha advertido ya, el ámbito histórico, en el que se encontraba inmerso Lázaro y del que no es capaz de salir totalmente, no sólo afecta al progresismo del que se sienten ajenos don Manuel y su pueblo, sino también a la propia estructura institucional de una iglesia jerárquica, interesada en que el párroco trascendiese el contorno de influencia de una apartada aldea, y así se estuviera en condiciones de proclamar la santidad de ese personaje, como resultado de un proceso de beatificación, inmerso en el universo de valores de fama histórica. A este respecto conviene no perder de vista que, tanto al comienzo de lo que escribe Ángela como al final, hay alusiones a las intenciones que mueven a los jerarcas de la iglesia para prestar atención a la vida del párroco de Valverde de Lucerna. Sin embargo, la narradora homodiegética de gran parte de lo relatado en San Manuel Bueno, mártir no se deja ofuscar por esos planes históricos, ni se atiene a ellos, sino prefiere que la realidad genuina de lo por ella conocido acerca de la existencia de don Manuel permanezca escondido en las profundidades intrahistóricas de un pueblo del que formaba parte y al que no había querido abandonar88.

Lo narrado por Ángela pone de relieve que el párroco de Lucerna de Valverde se encuentra inmerso, de lleno, en su pueblo. La primera vez que este personaje es mencionado por su presunta biógrafa, al comienzo de su escrito, se refiere a él como a «nuestro don Manuel». No mucho después, al describirlo físicamente, lo comparará con «nuestra peña del Buitre» y «nuestro lago». Tales expresiones otorgan al párroco atribuciones intrahistóricas, no de carácter individual, sino comunitario, haciendo que este personaje acaso no adquiera personalidad propia independientemente del pueblo al que sirve. Ahora bien, aquí no se   —240→   está implicando que don Manuel venza o rechace la lucha agónica, sentida en lo más íntimo de su ser y que le acongoja notablemente. Esta agonía existencial del párroco en cuestión se deriva del hecho de que tal personaje cree no poseer la fe compartida por el colectivo de sus feligreses y, sin embargo, continúa en el ejercicio de la misión pastoral a él encomendada89. Teniendo presente tal proceder angustioso e inquietante por parte de don Manuel, resulta muy difícil poder estar de acuerdo con Carlos Blanco Aguinaga (1975) cuando, en El Unamuno contemplativo, defiende que, en San Manuel Bueno, mártir parece rechazarse definitivamente la agonía. Frente a lo expresado por dicho crítico, conviene resaltar, de nuevo, el hecho de que el comportamiento del párroco está implicando todo lo contrario. La abolición de la agonía hubiera tenido como efecto el que o bien don Manuel abandonara el ministerio pastoral, derivado de una fe que creía no tener, o se incorporara por completo al ámbito del progreso histórico triunfante, impermeable a cualquier tipo de inquietudes religiosas. Sin embargo, la trayectoria narrativa de la novela aquí estudiada pone de relieve precisamente lo opuesto: don Manuel continúa, con dedicación creciente, ocupado en atender pastoralmente a sus feligreses y resiste, con firmeza, la tentación de aceptar las ofertas que se le hacían desde el ámbito histórico. Según se ha advertido, eso lo sabía muy bien Ángela, la cual también se resiste a formar parte y colaborar con los planes de beatificación impulsados por los jerarcas eclesiásticos. A este respecto, conviene puntualizar que la narradora homodiegética de San Manuel Bueno, mártir no deseaba simplemente ocultar la dimensión agónica de la fe del párroco, sino que habiendo conocido muy de cerca a ese personaje, sabía que introducirlo en el ámbito de la fama histórica hubiera supuesto una corrupción adulteradora de la vividura existencial en que se había desenvuelto don Manuel. Este párroco pertenecía   —241→   al pueblo, con el que demostraba un alto grado de compenetración y del que no quería salir en forma alguna. A dicha actitud intrahistórica de conocimiento, afinidad y concordia con el pueblo, se refiere Ángela, al narrar lo siguiente:

Su acción sobre las gentes era tal, que nadie se atrevía a mentir ante él, y todos, sin tener que ir al confesionario, se le confesaban. A tal punto que, como hubiese una vez ocurrido un repugnante crimen en una aldea próxima, el juez, un insensato que conocía mal a don Manuel, le llamó y le dijo:

-A ver si usted, don Manuel, consigue que este bandido declare la verdad.

-¿Para que luego pueda castigársele? -replicó el santo varón- No, señor juez, no; yo no saco a nadie una verdad que le lleve acaso a la muerte. Allá entre él y Dios... La justicia humana no me concierne. «No juzguéis para no se juzgados», dijo Nuestro Señor.

-Pero es que yo, señor cura...

-Comprendido; dé usted, señor juez, al César lo que es del César, que yo daré a Dios lo que es de Dios.

-Y al salir, mirando fijamente al presunto reo, le dijo:

-Mira bien si Dios te ha perdonado, que es lo único que importa.


(Unamuno, 1971b: 16-17)                


Este texto manifiesta, por un lado, la proximidad de don Manuel hacia la gente de Valverde de Lucerna, a la que conocía muy bien, pues él se consideraba parte integrante de tal colectivo. Desde otra perspectiva, el párroco también aprovecha la ocasión en el que un juez le pide su colaboración para evidenciar su distanciamiento existencial de las exigencias históricas, de las que él mismo se excluye intencionadamente. Aquí no se vislumbra reaccionarismo político alguno, sino una generosa y desinteresada atención pastoral en favor de un ser indigente, precisado de solicitud compasiva. La gratuidad teologal demostrada en ese trato otorgado por don Manuel al acusado, del citado texto, no sólo se halla en consonancia con una actitud profunda de fe, sino que se encuentra radicalmente reñida con las exigencias de un orden histórico implacable, según el cual todo aquel que la hace la paga, sufriendo las consecuencias de sus acciones. Ángela demuestra tener un buen conocimiento de su párroco cuando escribe que él no quería creer en la mala intención de nadie. Por eso, cualquier tipo de actitud confrontativa está reñida con la praxis pastoral de don Manuel, el cual se desenvuelve existencialmente, sin encararse provocadoramente con los representantes del ámbito histórico de la modernidad. De hecho, la   —242→   forma como el párroco de San Manuel Bueno, mártir se aproxima al progresista Lázaro puede servir de modelo ejemplar de un trato genuino, abierto y tolerante, que, en definitiva, surtirá los efectos buscados por el propio don Manuel. La presunta conversión a golpe de fuerza, que ha caracterizado el desarrollo de los acontecimientos históricos de España, según lo expuesto por Américo Castro en España en su historia (1983) y De la edad conflictiva (1976), lo mismo que en los ensayos del mencionado Jiménez Lozano, se encuentra fuera de lugar en el comportamiento del párroco de Valverde de Lucerna, el cual demuestra tener una seguridad, dentro de los parámetros existenciales de su fe agónica, superior a la ostentada por los defensores y ejecutores de prácticas inquisitoriales durante siglos a lo largo de la historia de España90.

En conformidad con lo hasta aquí advertido, aunque en la trayectoria narrativa de San Manuel Bueno, mártir funciona diegéticamente la dicotomía binaria formada por la historia y la intrahistoria, también hay relevantes indicios textuales que apuntan a un desmantelamiento de los efectos de esa bipolaridad, la cual nunca llega a ser directamente confrontativa. No está de más recalcar, a este respecto, que ninguno de los dos términos de dicha dicotomía consigue dominar definitivamente al otro. En algunos casos, los límites entre ambos términos bipolares son tan difusos que llegan hasta desaparecer las identidades definitorias de los mismos. Al producirse tal fenómeno textual, se deconstruye y deja de tener sentido cualquier aproximación crítica a San Manuel Bueno, mártir basada únicamente en la existencia de la mencionada dicotomía binaria. Atendiendo a la estructura profunda de la trayectoria narrativa de esta novela, se observa que existen en ella fuerzas dinámicas cuyos efectos vectoriales van mucho más allá de lo que pueda implicar la consabida bipolaridad formada por la historia y la intrahistoria. A esto conviene añadir que, desde una perspectiva deconstruccionista, es inaceptable cualquier aproximación textual basada en una serie de dicotomías binarias, jerarquizadas, sean de la naturaleza que fueren. En San Manuel Bueno, mártir es la estructura profunda de lo narrado la que subvierte la validez de tales dicotomías, acaso observables en el nivel de una estructura superficial.   —243→   Ahora bien, ha sido Jacques Derrida (1981) quien, en términos teóricos, ha señalado en Espolones. Los estilos de Nietzsche y Posiciones que la deconstrucción de oposiciones antagónicas jerarquizadas no implica una destrucción de las mismas (de las que resultaría un simple monismo en lugar de un dualismo), pero tampoco una inversión sencilla de dicha jerarquía, llamada a otorgar prioridad al término antes devaluado, lo cual no haría sino reproducir el esquema dualista. Lo que lleva a cabo la estrategia deconstructora consiste en transformar dicha oposición, situándola algunas veces en una pragmática del texto distinta a la anterior91. En otras ocasiones, en la cadena de significantes presuntamente bipolares se introduce una fisura mortal, al mostrar la posibilidad de establecer en todo concepto una variada amplitud de sentidos irreparables. En los citados estudios de Derrida, se afirma con cierta contundencia que el proceso de significación siempre es plural, ya que todo texto se caracteriza por poseer una clara función diseminatoria de múltiples connotaciones semánticas, nunca resueltas definitivamente. Si se intentara buscar alguna lógica en dicha diseminación de sentido, a la que se refiere la estrategia deconstruccionista, se estaría en condiciones de concluir que el ámbito excluyente propio de las oposiciones binarias sólo tiene en cuenta la posibilidad de que exista uno de los términos bipolares, sin prestar atención al hecho de que puedan darse situaciones intermedias, las cuales desmantelan y subvierten la validez de las dicotomías defendidas. Por otro lado, las consideradas posiciones irreconciliables quizás no sean tales, sobre todo si no se ignora lo que de común poseen los términos presuntamente enfrentados. A este respecto, no está de más aludir al hecho de que es desde los márgenes descentrados desde donde se pueden deconstruir las denominadas dicotomías bipolares. Dichos márgenes acaso evidencien que los elementos contrapuestos no eran tales o, si lo eran, no excluían a muchos otros, ya integrados en un texto siempre abierto e imposibilitado para aceptar cualquier intento clausurante que busque tener éxito. No se debe perder de vista que, en gran parte, el interés de la tarea deconstruccionista se cifra mucho más en la apertura de unas estrategias que permitan poner en tela de juicio lo asumido como texto fijado de forma definitiva, transformándolo   —244→   incesante y productivamente. Dicha tarea quizás se lleve a cabo desde cualquier ángulo que se preste a la misma y siempre se encuentra alejada de meta alguna en la que instalarse concluyentemente de una vez por todas. Teniendo en cuenta tales consideraciones, pertinentes a una praxis crítica deconstruccionista, no está de más añadir que en San Manuel Bueno, mártir se detectan numerosos indicios subversivos, inmersos en la estructura profunda de lo narrado en la novela, los cuales contribuyen a desmantelar la mencionada dicotomía binaria, integrada por la historia y la intrahistoria.

Ninguno de los términos que forman la bipolaridad de lo relatado por Ángela en las veintitrés secciones de la memoria, o confesión, por ella escrita, y por el narrador homodiegético del apartado final, logra imponerse definitivamente sobre el otro, dominándolo de forma total92. Tanto la historia como la intrahistoria siguen el curso existencial que siempre han tenido. Los afanes puestos por convertir a don Manuel en un santo, en conformidad con los intereses de la estructura jerarquizada de la Iglesia, continúan hasta que se interrumpe lo narrado. Lo mismo puede decirse del afán de fama protagonizado por el mencionado narrador del apartado final. Tanto el obispo de la diócesis de Renada como ese último narrador no saben desprenderse del ámbito histórico en el que se encuentran instalados. Por otro lado, la vivencia intrahistórica del pueblo de Valverde de Lucerna no ha perdido nada de la paz profunda en la que está inserto. Dicho condicionamiento existencial de estabilidad reposada hace que hasta la misma Ángela ponga en tela de juicio una serie de acontecimientos narrados, los cuales conllevan un dinamismo ajeno a la paz intrahistórica del pueblo. Así se expresa tal narradora a este respecto:

¿Es que sé algo? ¿es que creo algo? ¿Es que esto que estoy aquí contando ha pasado y ha pasado tal y como lo cuento? ¿Es que pueden pasar estas cosas? ¿Es que todo esto es más que un sueno soñado dentro de otro sueño? ¿Seré yo, Ángela Carballino, hoy cincuentona, la única persona que   —[245]→   en esta aldea se ve acometida de estos pensamientos extraños para los demás? ¿Y éstos, los otros, los que me rodean, creen? ¿Qué es eso de creer?


(Unamuno, 1971b: 79)                


La cadena sin fin de interrogantes que se van yuxtaponiendo en este texto desmantela deconstructoramente cualquier asentamiento fijado en certeza alguna, incluida la presupuesta, bien sea en los acontecimientos de la historia o en el sedimento intrahistórico93. Si falta certeza fundacional, mal pudieran enfrentarse, con coherencia, los dos elementos de la dicotomía binaria en cuestión y mucho menos podrán ejercer uno de ellos dominio excluyente sobre el otro. A esto se precisa agregar que los límites diferenciadores de tales términos bipolares no se encuentran definidos con nitidez contundente. A un nivel de conceptualización abstracta sí que se puede precisar, sin ambigüedad, la distinción entre historia e intrahistoria, según lo ha señalado la mayoría de los críticos que han estudiado esta temática en la producción literaria de Unamuno. Sin embargo, cuando se desciende al plano textual de lo narrado en San Manuel Bueno, mártir, tal delimitación de términos es altamente cuestionable, ya que personajes tan relevantes de esta novela como pueden ser don Manuel, Ángela y hasta el mismo Lázaro no resultan ser encarnación de entelequias abstractas, sino que están caracterizados como seres de carne y hueso, trascendiendo cualquier aprisionamiento fijo en categorías apriorísticas. En consecuencia, es muy difícil poder estar de acuerdo con Thomas Mermall (1983), cuando afirma que a los personajes de las novelas de Unamuno les falta carnalidad, pues se corresponden únicamente con abstracciones conceptuales94. En contraste con este contundente juicio crítico de Mermall, se precisa puntualizar que, si hubiera que hablar de generalizaciones abstractas o de entelequias y disquisiciones intelectuales, habría que hacerlo como consecuencia de análisis críticos y deducciones sacadas de los comportamientos existenciales de personajes de carne y hueso que aparecen en numerosos relatos de Unamuno, incluyendo por supuesto a San Manuel Bueno, mártir. Ser fiel a lo expuesto explícitamente en este texto literario impide expresar compatibilidad alguna entre lo evidenciado en   —246→   dicha narración y cualquier clase de subordinación asfixiante y definidora, aunque ésta provenga de abstracciones bien formuladas en términos discursivos.

A pesar de que lo defendido por Mermall, en el artículo citado, no resulta convincente, se precisa tener en cuenta que este crítico lleva razón cuando en «The Chiasmus: Unamuno's Master Trope» (1990) alude tanto a las frecuentes paradojas como a la dimensión agónica que atraviesa el discurso y lo narrado en San Manuel Bueno, mártir. A este respecto conviene no olvidar que, prestando atención al comportamiento de don Manuel, de Ángela, y hasta del mismo Lázaro, conlleva grandes dificultades poder incluir indiscriminadamente y sin matizaciones a ninguno de estos personajes en el ámbito intrahistórico, ni tampoco en el histórico, ya que en ellos se detecta una marcada vivencia agónica simultánea tanto de uno de esos términos bipolares como del otro, sin dominación exclusiva o aniquilante de ninguno de ellos. Si el párroco fuera, en realidad, un personaje intrahistórico, no se vería precisado a ocultar nada a un pueblo en el que estaría inmerso sin reservas. En cambio, don Manuel, de hecho, no resulta transparente, en modo alguno, al colectivo mayoritario de sus feligreses, ya que lleva dentro de sí mismo un secreto que no comunica a éstos, pues piensa que, de hacerlo, la gente de Valverde de Lucerna no podría seguir disfrutando de la vida, y el gozo compartido comunitariamente se transformaría en un sufrimiento mortal. Por eso, dicho párroco esconde su íntima situación existencial cuidadosamente. Parece que sólo comunica don Manuel su secreto a Ángela y Lázaro, debido a que consideraba capacitados a estos personajes para, de alguna forma, hacerse cargo de un estado de ánimo agónico. Don Manuel pensaba que esos sus seguidores próximos estaban dotados del suficiente bagaje cultural como para no poder engañarlos, y recurre a comunicarles su verdad íntima, conforme manifiesta lo opinado por Ángela del modo siguiente:

Pero ¿por qué -me he preguntado muchas veces- no trató don Manuel de convertir a mi hermano también con un engaño, con una mentira, fingiéndose creyente sin serlo? Y he comprendido que fue porque comprendió que no le engañaría, que para con él no le serviría el engaño, que sólo con la verdad, con su verdad, le convertiría; que no habría conseguido nada si hubiese pretendido representar para con él una comedia -tragedia más bien-, la que representaba para salvar al pueblo. Y así le ganó, en efecto, para su piadoso fraude; así le ganó con la verdad de muerte a la razón de vida. Y así me ganó a mí, que nunca dejé de transparentar a los otros su divino, su santísimo juego.


(Unamuno 1971b: 76-77).                


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No cabe dejar pasar desapercibido el hecho de que el distanciamiento de los tres personajes a que se refiere este texto citado, respecto de la gente de Valverde de Lucerna, desmantela la dicotomía binaria formada por la historia y la intrahistoria, ya que, en el momento concreto a que ahí se hace referencia, don Manuel, Ángela y Lázaro no pertenecen al ámbito existencial de ninguno de los términos de esa presunta dicotomía. Ahora bien, la postura adoptada por dichos personajes resulta altamente vulnerable tanto desde un punto de vista pastoral honrado como desde del de la confianza segura depositada en lo connotado por la intrahistoria. En Autobiografías de Unamuno (1976), Ricardo Gullón advierte con razón el elitismo inexcusable de don Manuel cuando se considera con fuerzas suficientes para enfrentarse a una problemática radical de fe, de la que hace partícipes a sus seguidores presuntamente más cultos, mientras que esconde ese secreto al resto de la población, a la que no se la cree preparada para sobrevivir el escándalo involucrado en la consiguiente revelación. Aquí se respira una superioridad paternalista, autocomplaciente y tal vez también de carácter narcisista, por parte de personajes cultos, frente a los que según ellos están afectados por una ignorancia popular, incapacitada para aproximarse con radicalidad desenmascaradora a una genuina fe agónica. Desde este punto de vista, ni don Manuel ni sus dos seguidores más inmediatos están inmersos en la intrahistoria de Valverde de Lucerna, sino que se distancian de ella con cierto afán elitista95. Por otro lado, no conviene olvidar que el que esto sea así no es razón suficiente para incluir a dichos personajes en el ámbito de la historia, ya que, según lo ya indicado, don Manuel se negó a aceptar ofertas eclesiásticas, Lázaro, de hecho, se quedó en el pueblo, no llegando a fundar el sindicato al que había aludido, y Ángela no accede a colaborar con las autoridades eclesiásticas en la beatificación del párroco fallecido en un contexto de pomposidad simulacral por él mismo promovido. En consecuencia, la no inclusión de estos tres personajes en ninguno de los dos ámbitos correspondientes a la dicotomía binaria aquí estudiada deconstruye la presunta oposición de los términos diferenciados, es decir, de la historia e intrahistoria. Esta estrategia textual   —248→   contribuye a desmantelar cualquier intento de aproximación crítica de tipo estructuralista o narratológico, fundamentada en dicha bipolaridad, que quiera darse a lo relatado en San Manuel Bueno, mártir. Tal vez, en lugar del dominio de uno de los términos sobre el otro, lo que realmente transparenta tal narración sea una convivencia agónica, en la que se acepta tanto la diferencia como la ambigüedad de lo connotado por diversos elementos textuales y también por los personajes de carne y hueso que se resisten a ser incluidos total y exclusivamente en la historia o en la intrahistoria.

A la hora de recapitular lo que antecede, se precisa reiterar una vez más que, aunque se detectan numerosos indicios textuales en la novela aquí tratada que favorecen una aproximación crítica basada en lo connotado semánticamente por los términos diferenciados de la dicotomía binaria aludida, también es cierto que tal estudio no sería ni definitivo ni concluyente, ya que personajes de carne y hueso tan relevantes como don Manuel, Ángela y Lázaro se resisten a quedar fijados e insertos en ninguno de los dos extremos de esa bipolaridad. Por consiguiente, los límites establecidos de ambos ámbitos se difuminan de tal modo que, aunque pudiera pensarse que hay momentos en que los personajes se mueven en territorio intrahistórico, en otros se encuentran alejados de él, bordeando tal vez a la historia, pero sin introducirse en ella. Tal estrategia textual, evidenciada en lo narrado en San Manuel Bueno, mártir, contribuye a desmantelar deconstructoramente las conclusiones críticas que pudieran seguirse de basar el estudio de la novela en una dicotomía binaria, propensa a una aproximación estructuralista. La riqueza de significantes, insinuaciones, vacíos y márgenes del relato aquí estudiado es tal que la obtención de un significado final, correspondiente a lo connotado por tal texto, lo empobrecería, eliminando la diseminación de múltiples vectores semánticos presentes en el discurso diegético de la narración y que afectan también al contenido existencial y agónico de una novela considerada clave en el desarrollo del pensamiento español del siglo XX.


Referencias bibliográficas

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