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ArribaJosé R. Valles Calatrava: El espacio en la novela. El papel del espacio narrativo en La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza

Miguel Á. Olmos



(Almería: Grupo de Investigación de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada/Universidad de Almería, 1999)


Université París VIII. Vincennes Saint-Denis

Como señala en su introducción a El espacio en la novela José R. Valles Calatrava, de los componentes del relato es posiblemente el espacio aquel que ha recibido una atención crítica menos cuidadosa, como se advierte de manera inmediata al comparar la bibliografía existente con la dedicada, por ejemplo, al tiempo de la narración, o al carácter, enfoque y perspectiva de las instancias enunciativas. A comenzar a paliar este desequilibrio se dedica su monografía, mediante una serie de esbozos sintéticos del presente estado de la cuestión tanto desde la perspectiva del tratamiento histórico del problema en poética y crítica literaria, como desde una perspectiva analítica o estructural, a los que se agrega un útil repertorio de trabajos específicamente centrados en el asunto del espacio. Cabe también destacar en principio el doble carácter, teórico y también aplicado o práctico, de esta revisión del espacio narrativo, puesto que la problemática que se   —666→   aborda desde la óptica de la historia y de la estructura lógica pasa rápidamente a ser ejemplificada y experimentada in factiis mediante su confrontación con un texto novelístico concreto, invitando a comprobar de esta forma lo útil o lo pertinente del trabajo especulativo. Las razones de la elección de La ciudad de los prodigios para el examen de los componentes espaciales del relato resultan obvias, como señala Valle Calatrava en el título de la novela; y la posición preeminente que ocupa la obra de Eduardo Mendoza en el panorama de la narrativa reciente no parece necesitar justificación alguna.

La monografía se articula, de acuerdo con la mencionada conjugación de teoría y práctica, en dos grandes bloques, el primero de los cuales se centra específicamente en el análisis teórico del espacio («El estudio y el análisis del espacio narrativo: una panorámica histórica y sistemática»). Debe destacarse el eclecticismo de esta primera aproximación. Desde una perspectiva histórica, el signo de la evolución de la consideración teórica del espacio narrativo, indica Valles Calatrava, parece ser el de su ensamblaje con el tiempo, especialmente acentuado en la época moderna a partir de Leibniz y Kant, y, sin duda, evidente en algunas de las más fructíferas nociones críticas de hoy como es el cronotopo de Bajtín. Asimismo, y como consecuencia del particular tratamiento conjunto de espacio y tiempo en la literatura moderna y contemporánea, se recoge una noción que goza de gran difusión en el ámbito norteamericano, aunque pero que ha sido posiblemente menos tenida en cuenta que la bajtiniana: la de spatial form de Joseph Frank, la acentuación de las relaciones entre bloques de la intriga no desde una perspectiva consecutiva o cronológica, sino a partir de la yuxtaposición o colateralidad de acciones simultáneas -como ejemplifican determinados pasajes de Ulysses o de Madame Bovary-. Se presta también una especial atención a la visualización espacial de la estructura abstracta de la trama en la crítica moderna: desde la construcción circular hasta la enhebrada, desde la especular a la poliédrica (Shklovski, Foster, Poulet, Baquero Goyanes, Gullón); tampoco se descuidan las más notables aportaciones provenientes del marco teórico psicoanalítico, en el sentido más amplio del término, preocupado por la resonancia simbólica (Bachelard, Burgos, García Berrio).

El análisis sistemático de la presencia y las funciones del espacio en el texto narrativo sigue, sin embargo, frente al anterior eclecticismo, una orientación formalista típicamente narratológica, con referencia explícita a los trabajos de Gabriel Zoran. Esta concepción, centrada en   —667→   el análisis estructural y discursivo del texto, cuyos apoyos críticos más frecuentes son los estudios de Mieke Bal y Gérard Genette -así como también Segre, Chatman, Bremond, Greimas, Hamon, Bobes Naves, Pozuelo Yvancos, Villanueva-, atiende siempre a la interrelación de los ingredientes espaciales del relato con los restantes elementos de su fábrica; y de ahí también relevantes referencias a la escuela semiótico-textual de Iuri M. Lotman. Las aportaciones de consideraciones de otras orientaciones críticas -el acercamiento desde el horizonte receptivo, o la atención a la dimensión pragmática de ficción- pueden así ir presentándose como tela de fondo al hilo de la disección formal del texto narrativo, eje de los análisis del profesor Valles.

Se parte así de una tripartición metodológica de la presencia y, funciones del espacio en el relato: el espacio como marco de localización de acciones o personajes; el espacio como ámbito de actuación en que se va tejiendo el desarrollo narrativo; y, por último, el espacio como actualización discursiva, como materia presentada en el discurso (y, en este sentido, deslindable de las dos anteriores). La separación de estas tres dimensiones se presta además a una revisión completa de los restantes factores que configuran el texto narrativo en sus correspondientes planos lógicos: así, el lugar -real, irónico, imaginado- en que la acción se localiza entra en correlación con el estilo imaginativo en que se urde lo relatado, y conecta un relato concreto con las tradiciones literarias que han determinado una serie de topos convencionales (cuarto cerrado, salón aristocrático, castillo misterioso, espacio abierto), o reactualiza los valores ideológicos que han fraguado en oposiciones binarias, como las que oponen lo rural y lo urbano, lo privado y lo público, etc. En su dimensión, más internamente relacionada con la intriga, de zona de acción de los caracteres o ámbito, se hacen visibles aspectos literarios fundamentales como la atmósfera que envuelve el desarrollo de los hechos, el simbolismo implícito en la correlación de personajes o acciones y los espacios con que se asocian, o el problema de la percepción sensorial de su espacio que tienen los caracteres. La configuración discursiva del relato presenta igualmente significaciones estructurales -por ejemplo, en relación con el papel constructor de la alternativa narración-descripción-, o bien como presentación cifrada de los aspectos semánticamente esenciales, o de los intereses de narrador o personajes a través de su cristalización en palabras.

Estas cuestiones son estudiadas de manera más desarrollada y precisa en la segunda parte de la monografía, «El espacio en La ciudad de los prodigios». La elección de la novela de Mendoza parece especialmente   —668→   relevante dado que, como indica Valles Calatrava, por su presentación de la trayectoria vital de un arribista entre las dos Exposiciones Universales celebradas en Barcelona (1888 y 1929), se encuadra en la nutrida serie de novelas -próximas al género histórico- que hacen del espacio de la ciudad un verdadero protagonista. La tripartición apuntada en el bloque teórico se concreta en los análisis particularizados de esta segunda parte. En lo que respecta a la localización espacial, el minucioso despliegue del espacio de la acción se emplaza inequívocamente en la ciudad de Barcelona -también mayoritariamente en los excursos de un narrador omnisciente-, y a pesar de ocasionales memorias de los personajes, mediadas o no por el narrador, que tienen que ver con otros lugares. La distinción esencial concierne, sin embargo, al orden organizativo lógico y cronológico de estos emplazamientos en el plano de la fábula, con un valor «situacional». Desde esta perspectiva, el lugar posee la triple función de índice de la situación de personajes, de referencia al espacio geográfico, y de proyección sobre lo narrado de una serie de significaciones ideológicas. Se perfila, así, narrativamente, la ciudad de Barcelona con exacta minuciosidad, en relación también con un emplazamiento temporal que sirve en ocasiones como explicación de los hechos a través de tópicos espaciales: así, es un espacio natural -las inmediaciones de un río- lo que lleva al protagonista, huido de Barcelona, a evocar nostálgicamente su despreocupada infancia, aprovechando la oposición ideológica entre campo y ciudad para producir efectos simbolizadores. La presentación sucesiva de ubicaciones que el lector puede identificar concretamente junto con otras imaginarias permite, por otra parte, generar una sugerencia realista de importancia no desdeñable en el relato (pp. 80-82).

La organización de los ámbitos espaciales de actuación traslada el análisis desde el plano de la fábula al de la intriga, ocupándose del valor del espacio no como mera situación sino como campo de un proceso. La delimitación de los ámbitos de actuación parte, pues, del acontecimiento de que se trate, o del juego dramático de entradas y salidas de los personajes, lo cual implica una esencial asimetría respecto de los emplazamientos en el plano de la fábula, como hacen ver con detalle el comentario de varios fragmentos y sendos inventarios. Se distinguen tres aspectos literarios relevantes en este nivel del ámbito de actuación: son de interés los factores de duración y extensión -puesto que no resulta aquí sencillo deslindar la categoría del espacio de la del tiempo-, así como la textura de los acontecimientos en tanto que procesos. Por ello, de la integración de los personajes -concretados ya en este   —669→   plano de la intriga- en su acción y movimiento resultan esquemas actuacionales tanto en un sentido recto (recorrido del protagonista por Barcelona, sedentarismo de personajes como los que pueblan decorativamente la pensión donde se aloja éste) como en un sentido figurado (fundamentalmente, la trayectoria simbólicamente ascendente de la ciudad y del protagonista). En la intersección de actores e intriga se sitúan otras facetas del texto literario dignas de comentario, como las modulaciones de la percepción sensorial, la semantización de determinados gestos y, muy especialmente, la contaminación recíproca, por metonimia, entre los personajes y su esfera espacial de actividad, rasgo éste que, con razón, suele llamar la atención de la crítica.

Por último, el análisis del espacio en la novela de Mendoza se completa con el repaso de su efectiva disposición en el discurso, o diseño espacial, del que se resalta su latente contraste sintagmático con los espacios que le preceden o siguen, en función también de factores intrínsecos como el campo de visión (Zoran) de los personajes, o de su propia configuración verbal selectiva. Como es lógico, la clase discursiva de la descripción, fundamental en el designio recreador de la novela de Mendoza, ocupa aquí un primer plano, y se hace una serie de consideraciones sobre sus relaciones con el discurso propiamente narrativo, sobre el principio de motivación que la vincula a los caracteres, además de, naturalmente, un análisis de su propia constitución semántica, en línea con los análisis de Bal y de Hamon, así como con las tradicionales categorías retóricas de la topografía o la prosopografía. Atención especial recibe la relación del diseño espacial con las figuras de autor y lector implícitos, el enfoque y la distancia narrativos.

En resumen, el trabajo de Valles Calatrava nos provee de una bien completa síntesis de los más recientes planteamientos narratológicos en torno a un aspecto del relato no tan explorado como otros, enriquecida mediante varias bibliografías puestas al día, dos cuadros sinópticos recopilatorios, y, especialmente, con una muy plausible contraste del análisis especulativo y las prácticas de escritura más vigentes en la narrativa actual.