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11

R. Menéndez Pidal, La leyenda de los infantes de Lara, Madrid, Espasa-Calpe, 19713, pp. 119, 121, 122; y véase también su trabajo La epopeya castellana a través de la literatura castellana, Madrid, Espasa-Calpe, 1959, p. 177.

 

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No son de menos gloria i ecelencia
los antiguos romances, donde vemos
en el número igual correspondencia.

L'antigüedad i propiedad tenemos
de nuestra lengua en ellos conservada
i por ellos lo antiguo conocemos.

Cantar en ellos fue costumbre usada
de los godos los hechos glorïosos
i dellos fue en nosotros trasladada.

Las rhapsodias que usaron los famosos
griegos fueron sin duda desta suerte
i los areytos índicos llorosos.
Con ellos se libravan de la muerte
i la injuria del tiempo sus hazañas
i vivía el varón loable i fuerte.
Dellos los eredaron las Españas
cassi en el mismo tiempo que cantavan
los regujios en todas las montañas.


Exemplar poético, ed. cit., vv. 671-688, pp. 61-62.                


 

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En este sentido, A. Watson destaca el valor y la significación alegórica del teatro de Juan de la Cueva como una censura contra Felipe II, convirtiéndose, según esta hipótesis, en el primero en utilizar los corrales para la sátira y la propaganda políticas; véase Juan de la Cueva and the Portuguese Succesion, London, Tamesis, 1971, y también Wilson y Moir, Historia de la literatura española, op. cit., p. 77.

 

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Nuestro dramaturgo, en su tardío Exemplar poético, se había mostrado orgulloso de haber sido el primero en introducir reyes en el teatro: «A mí me culpan de que fui el primero / que reyes i deidades di al tablado, / de las comedias traspassando el fuero», ed. cit., vv. 1608-1610, p. 100.

 

15

Así lo explicaba José Antonio Maravall: «Juan de la Cueva, fiel a la doctrina del tiranicidio, que desde la fase de la cultura comunal del Medievo llegaría hasta fines del siglo XVI [...], da por supuesto que es laudable dar la muerte al tirano que ofende a los vasallos, aunque sea un príncipe soberano», Teatro y literatura en la sociedad barroca, Barcelona, Crítica, 19902, p. 81. Sobre el papel del rey en la comedia de los Siglos de Oro y del tiranicidio, véase J. Mª. Díez Borque, Sociología de la comedia española del siglo XVII, Madrid, Cátedra, 1976; R. A. Young, La figura del Rey y la Institución Real en la comedia lopesca, Madrid, Porrúa, 1979; J. Crapotta, Kingship and Tyranny in the Theater of Guillén de Castro, Londres, Támesis, 1984; D. Fox, Kings in Calderón: a Study in Characterzation and Political Theory, Londres, Támesis, 1986; R. Lauer, Tyrannicide in Drama, Stuttgart, Franz Steiner, 1987.

 

16

Juan de la Cueva, Viaje de Sannio, ed. cit, octava 55, p. 109.

 

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«Epístola dedicatoria a Momo, en su Primera parte de las comedias i tragedias de Juan de la Cueva dirigidas a Momo, Sevilla, Juan de León, 1588, fol. 4r. (He utilizado esta edición para tomar las citas textuales de su teatro, con lo que me limitaré a colocar el folio al que corresponde cada una de ellas. Asimismo advierto que he optado por modernizar tanto la ortografía como la puntuación según la actual normativa de la RAE).

 

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Así reflexionaba el rey dispuesto a aplicar la justicia contra su propio hijo el príncipe tirano: «Esto ha de ser; yo quiero que así sea, / que cumple al bien común: ¡muera el tirano! / No suceda en el reino quien afea / de los nuestros el nombre soberano. / ¿Será amor de la patria que posea / el cetro de ella un hijo mío inhumano, / que no estima a los hombres de este suelo, / y menosprecia lo que puede el cielo?» (fol. 210).

 

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Al final de la Tragedia del príncipe tirano, el mismo rey perdona a las asesinas del príncipe: «Vuestro hecho no es digno de esa suerte, / sino de eterna gloria y alabanza, / y así merecéis vida por la muerte / que al rey distes y no cruel venganza. / Y a ti Calcedio, cuya pena fuerte / igualmente que a ti en mi alma alcanza, / yo romperé la tierra con mi mano / librándote de un mal tan inhumano /[...] / Y porque el pueblo ya deseche el miedo, / y esta muerte tan justa alcance a vella, / poneldo en esta calle, entienda el mundo / que el rey tirano habita ya el profundo» (fol. 242).

 

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La codicia del rey don Sancho es puesta de manifiesto incluso por su vasallo el Cid Ruy Díaz, quien, a pesar de que su fidelidad al monarca está fuera de toda duda, resalta cómo su ambición atenta contra las leyes humanas y divinas: «¡Oh cudicia de aqueste mundo ciego! / ¡Oh ciego el que en el alma tiene puesta / tu ponzoña y, siguiendo tal camino, / traspasa el fuero humano y el divino» (fol. 8). Doña Urraca, hermana del rey don Sancho, apelaba a la justicia divina al conocer la pretensión de su hermano: «Cuando don Sancho haya hecho / lo que promete en mi tierra / y haya ganado por guerra / lo que no por buen derecho, / yo espero en el justo cielo / que ha de usar de su piedad / y castigar tal maldad / pues falta quién en el suelo» (fol. 9). Incluso el legendario traidor Vellido Dolfos invocó a la divinidad para llevar a cabo su crimen: «Bien se encamina mi hecho. / ¡Oh cielo, agora tu ayuda / en este paso me acuda / y líbrame de este estrecho! / La justa causa que tengo, / rige aqueste brazo fuerte, / a dar al rey fiera muerte, / con que a doña Urraca vengo. / Pague su ciega codicia, / y páguela por mi mano. / ¡Muera el injusto tirano, / y viva nuestra justicia!» (fol. 11v.).