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Los años se hicieron aire



Poeta y narrador, Homero Aridjis es hoy una de las personalidades más relevantes de la literatura mexicana. Para que su obra se impusiera fuera del continente han pasado algunos años y ha sido posible sobre todo debido a su narrativa. Poco todavía se conoce de su poesía en el exterior, o al menos en Europa, cuando cuenta con un número consistente de libros.

La poesía de Aridjis se inserta en el panorama de la poesía mexicana contemporánea con temas que confirman la directa continuidad con las preocupaciones a las que han dado voz sus mejores poetas, partiendo de José Gorostiza y Javier Villaurrutia, para llegar a Octavio Paz y a José Emilio Pacheco: la tragedia del hombre en la monotonía de la vida; el ambiente ecológicamente perdido, sobre el cual resplandece un sol helado, «flor fría»1; el amor, ilusoria esperanza2; la imposibilidad de comunicación3; la muerte, que refleja la inconsistencia humana en los espejos4; el hombre, «figura / que se retira en sueños»5, o ente que incansablemente se impone sobre la destrucción de los dioses6; el tiempo irreparablemente perdido; el ocaso del siglo, donde los «hombres del Milenio Adelantado» se olvidan del «Hombre Descentrado»7, y la pareja va «a pie, / por la carrera del olvido»8.

Temas centrales también en la obra narrativa de Aridjis, el cual empezó su actividad de narrador con una serie de cuentos, reunidos en 1961 en La tumba de Filidoro; años después, en 1982, dio a la imprenta tres novelas breves, que recogió bajo el título de Playa nudista. En la tercera de estas novelas cortas, El último Adán, aparece el tema que, paralelamente a lo que ocurre en su poesía -de 1982 es también el poemario Construir la muerte-, preocupa al escritor y poeta: el destino final del mundo, su destrucción por mano de los hombres y de la ciencia bélica.

La narrativa de Aridjis vuelve a este tema en varias novelas, mientras que en otras va trazando una especie de historia del mundo, espaciando su fantasía entre Europa y América. Una suerte de involuntaria trilogía, formada por El Señor de los últimos días (1994), 1492. Vida de Juan Cabezón de Castilla (1985) y Memorias del Nuevo Mundo (1988) nos lleva de la Europa del fin del primer milenio a la América del descubrimiento, mientras que otras tres novelas, ¿En quién piensas cuando haces el amor? (1996), La leyenda de los soles (1993) y El último Adán, incluido en Playa nudista, desarrollan el tema de la destrucción del mundo, la perspectiva de un futuro en el que la humanidad agoniza, ámbito espacial que, aunque implica a todo el universo, tiene como punto central de observación, y de preocupación, la ciudad de México.

En la novela El Señor de los últimos días la escena se centra en los decenios que llevan al año mil, cuando aterradoras predicciones prometen el acabarse general, la fin de los tiempos, que anuncian la aparición de un cometa, el nacimiento de criaturas deformes, terremotos, guerras y otros desastres. Estamos en una España dividida entre reinos cristianos en el norte y dominio árabe en el sur, en una época en que va naciendo el castellano, que todavía la gente habla sin propiedad, pero que progresa visiblemente. Con la sensibilidad lingüística que lo caracteriza, Aridjis interpreta en su libro los tanteos del nuevo idioma y escogiendo términos de la época, que mantienen visibles sus orígenes del latín vulgar, logra dar una impresión convincente de la caracterización idiomática del período, cuando Almanzor dominaba casi toda la península y con sus correrías ponía en serio peligro el reino leonés.

Precisamente en la antigua ciudad de León y fuera de sus murallas defensivas se desarrolla gran parte de la acción; que es una acción de defensa contra los infieles, mientras va extendiéndose el terror por el próximo fin del mundo. Dos Españas se contraponen: la cristiana y la musulmana, con sus características: ruda y dominada por una iglesia no siempre santa, por una religión supersticiosa, llena de creencias en reliquias de santos, verdaderos o inventados, la del norte; violenta, edonista, dominada por el placer de la carne, vitalista y en expansión la del sur.

Al final, sin embargo, la España cristiana, varias veces humillada por las armas enemigas, logra imponerse y vencer a la España musulmana. La derrota de Almanzor frente a León, en vísperas del acabarse del año mil, marca casi religiosamente el comienzo del nuevo milenio: «la luz inenarrable iba a aparecer el próximo día, alumbrando no sólo el horizonte dormido del mundo, sino también las tinieblas del corazón humano»9.

La habilidad de Aridjis es múltiple en esta novela: no se limita al aspecto lingüístico, sino que sabe resucitar el clima turbio de terror que antecede al prospectado fin del mundo, cuando los instintos humanos se desatan violentos, locos y falsos mesías van recorriendo ciudades y campañas, los frailes predican una vida de penitencia, vida santa que varios de ellos poco practican. Todo aparece desencajado, salido de quicio. El demonio está presente de manera activa doquiera. Aparecen criaturas extrañas, hay quien vomita sierpes demoníacas, mujeres que comercian carnalmente con el Maligno, falsos inspirados que, influidos por Satanás, predican una radical revolución de los conceptos morales y prometen la llegada del «Día de la ira», en el que

No será don Cristo el que vendrá a juzgar a los vivos y los muertos, sino el diablo. El sol y la luna se oscurecerán, los cielos y la tierra se juntarán, los incrédulos y los injustos vivirán para siempre. Los buenos morirán en desgracia10.



El «Señor de los últimos días», fraile devoto y pecador en la carne, es un mellizo que tiene su mayor enemigo en su hermano, el cual actúa en el campo adverso y a quien por fin en la batalla final vence y mata, sintiéndolo como si se matara a sí mismo. Es otro iluso, otro desquiciado, que se cree el nuevo Redentor del mundo.

Entre visionarios y locos se desarrolla esta novela, que proporciona al lector el sabor de los antiguos cantares, cultiva las ideas transmitidas en el tiempo sobre una edad oscura en la que se desarrolla una lucha sangrienta entre los dos dominios, para sobrevivir. Aridjis aprovecha originalmente versos del Cantar de Mío Cid y de los viejos romances, que incorpora con mesura a su prosa para representar el clima de la época. Su intención principal es denunciar la debilidad del ser humano, la dificultad que implica vivir, la persistencia de lo terrorífico, que hace aún más precaria la existencia, la presencia constante de lo demoníaco en lucha con lo divino, los tormentos de un ser que, olvidado el pasado, parece estar todavía al comienzo de sí mismo, de su historia.

Saltando siglos, el narrador afronta en la novela 1492. Vida de Juan Cabezón de Castilla, otro tema: el de los años difíciles que anteceden al viaje colombino de descubrimiento y España queda motivo principal de inspiración. Con la fecha 1492 termina la nueva novela, presentándonos a un oscuro personaje, Cristóbal Colón, a punto de emprender su aventura oceánica.

El salto de siglos es puramente aparente: en realidad en la España de 1492, si la comparamos con la del año mil, casi nada parece haber cambiado: al contrario, todo ha empeorado; sobre todo ha desaparecido completamente la tolerancia y los perseguidos son ahora los judíos. La Inquisición acecha por todas partes, actuando con rigor y crueldad, iluminando las plazas con el fuego de sus autos de fe.

El interés de la novela no está tanto en la figura del discutido personaje Colón, como en la evocación del clima de una España fanática desde el punto de vista religioso. La historia comienza en 1391, cuando se verifica el asalto a la judería de Sevilla, y concluye con el comienzo del viaje colombino, después de la caída de Granada en manos de los Reyes Católicos, la humillación del «Rey Niño», que se entrega a los vencedores, con toda la complicada ceremonia a la que el mismo Colón, testigo presencial, alude al comienzo de su Diario, y finalmente la firma por parte de la pareja real del edicto de expulsión de los judíos de sus reinos, tragedia humana de la que Isabel y Femando llevan sempiterna culpa.

Novela de gran interés nuevamente desde el punto de vista lingüístico, puesto que Aridjis resucita con gran pericia el castellano de la época, enormemente progresado, como es natural, con respecto al idioma hablado en el año mil, y lo inserta armoniosamente en el castellano actual, como lo hizo Miguel Ángel Asturias en Maladrón con el castellano de la época de la conquista de los Andes Verdes.

En cuanto al tema, el narrador se preocupa sobre todo de reconstruir el espíritu de la España medieval, en la que por varios siglos convivieron las religiones cristiana, judía y musulmana, período de singular tolerancia, oponiéndole la visión negativa del odio creciente contra los judíos y su persecución.

Aridjis ofrece en este libro aspectos y escenas caracterizantes de la nación ibérica en la época y para hacerlo acude a una circunstancia concreta: el proceso intentado contra Isabel y Gonzalo de la Vega, quemados en efigie, en 1483, en Ciudad Real, por herejes y judíos. El dato histórico le sirve al escritor para dar a la ficción el sabor de una dolorosa realidad, y para rematar la veracidad de su novela le añade al final la documentación, el texto del proceso inquisitorial de condena de los dos herejes, documento de gran impacto sobre el lector.

La representación de la España del siglo XV resulta particularmente interesante porque Aridjis no acude a los clichés de la conocida «leyenda negra», sino que reconstruye en profundidad el complicado tejido humano que dio vida a la época. El lector participa activamente del clima de los tiempos evocados, donde se mezclan fanatismo religioso y picardía, violencia inenarrable y miseria, prepotencia del poder político e intolerancia religiosa.

En este panorama, que denuncia la precariedad del vivir cotidiano, hace su tímida aparición Cristóbal Colón, que con su empresa abre el camino a una posible salvación de su gente. Siguiendo a Madariaga, en efecto, Aridjis hace de Colón un individuo de ascendencia judía y al final de la novela vemos que se embarcan en las carabelas, con los delincuentes liberados de las cárceles del reino, hombres y mujeres pertenecientes al pueblo judío, que el decreto real obligaba a irse de España. Esta gente se dirige con el Genovés hacia una tierra desconocida, tierra de salvación: América. En el número de los judíos se encuentra también el protagonista de la novela, Juan Cabezón de Castilla, el cual informa:

Yo me fui a Palos, en busca de fortuna, me hice a la mar con don Cristóbal Colón. En la nao Santa María vine de gaviero. Dejamos el puerto por el río Saltés, media hora antes de la salida del sol, el viernes 3 de agosto del año del Señor de 1492. Deo gratias11.



Es decir media hora antes de que venciera el término concedido a los judíos para irse del territorio español.

En la novela Memorias del Nuevo Mundo, el protagonista, Colón, narra su aventura americana. En los capítulos iniciales domina su figura y Aridjis sigue el texto más que conocido del Diario de a bordo del Almirante: la travesía, la rebelión de los marinos, la aparición de la tierra y su toma de posesión, el encuentro con los indígenas, la busca del oro, la vuelta a España, el regreso a las Antillas, la constatación de la destrucción del fuerte de Navidad, etcétera. No toda la historia colombina es aprovechada. De repente la narración se traslada al continente, para contar la actuación de Cortés, el encuentro con Moctezuma, su muerte, la toma de Tenochtitlán, el asentarse de los españoles en la ciudad, la lucha contra la idolatría, el conflicto entre los franciscanos y la Audiencia, en fin todo lo que sabemos a través de crónicas y relaciones, empezando desde las Cartas de Cortés al emperador y la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, hasta las Historias de Motolinía, Sahagún, Oviedo, Torquemada, etc.: una larga lista de documentación, cuya mención llena cinco páginas en la «Nota» al final de la novela y donde no faltan referencias a documentos de otra índole, como autos judiciales y sentencias inquisitoriales12.

La novela carece de la unidad que caracteriza la que la antecede y el lector se encuentra con no poca frecuencia desorientado; faltan conexiones para la trama, que se complica aún más con la introducción de historias de amor y celos. Sin embargo, si el autor tenía la intención de representar un mundo confuso y abigarrado, el de comienzos de la vida colonial en la Nueva España, lo ha logrado. No solamente Aridjis nos presenta los momentos «bárbaros» del inicio de la colonia, sino que pone de relieve la persistencia de «lo mexicano», a pesar de la conquista. Dentro del mundo turbulento y turbio de la Nueva España en formación, en efecto, el pasado indígena no ha muerto: a pesar de destrucciones y persecuciones, las antiguas concepciones religiosas, la «sabiduría» indígena, siguen vivas.

Es posible, en cierto modo, establecer un paralelo entre la situación de los indios en la colonia novohispana y la de los judíos en la España de los Reyes Católicos. En la novela este propósito es transparente, debido al repentino desplazarse de la acción, en los capítulos finales, a la persecución y sacrificio, por parte de los indígenas, del viejo y enloquecido conquistador Gonzalo Dávila, para ellos encarnación de Cortés. Es el día último de 1559 y, según las creencias locales, el Quinto Sol está a punto de acabar, el mundo puede perecer para siempre. Aridjis describe eficazmente el acercarse de la noche terrible, «a la espera de un milagro no cristiano»:

En las casas de los indios todos los fuegos han muerto, los ídolos han sido arrojados a las acequias, ahogados en la laguna. Los utensilios para preparar la comida han sido quebrados y sólo se conserva para el hambre inminente el maíz, el frijol, la tuna. Los hombres con máscaras azules de maguey, armados de macanas y dardos, miran desde las terrazas y los agujeros de las paredes hacia el cerro Uixachtlan. Las mujeres y los niños también se han cubierto el rostro con pencas de maguey. Los infantes no deben dormir, porque si ceden al sueño pueden convertirse en ratones. Las hembras preñadas han sido encerradas en las trojes, porque si no sale fuego del pecho del cautivo se volverán animales feroces que devorarán a los seres humanos13.



Pero el mundo continúa; la noche de terror termina, y por fin nuevamente

La luz del alba baña por doquier el valle. Los años se hicieron aire y de lo que fuimos quedan unas cuantas palabras. Las que un día se borrarán, porque la verdadera historia es el olvido. Hoy, lunes, primero día del mes de enero de 1560. En la muy noble, insigne y muy leal ciudad de México Tenochtitlán14.



La novela termina comunicando al lector el sentido profundo de desaliento propio del pueblo vencido y llama a la memoria la filosofía expresada por tantos poetas del área azteca, aquí por Tochihuitzin:


De pronto salimos del sueño,
sólo vinimos a soñar,
no es cierto, no es cierto,
que vinimos a vivir sobre la tierra
Como yerba en primavera
es nuestro ser.
Nuestro corazón hace nacer, germinan
flores de nuestra carne.
Algunas abren sus corolas,
luego se secan.
Así lo dijo Tochihuitzin15.



La trilogía de la destrucción del mundo habitado comienza con la novela ¿En quién piensas cuando haces el amor? Título que ciertamente llama la atención, despierta curiosidad. Se trata de un texto apocalíptico, ambientado en el futuro. La acción empieza en el año 2027 en Ciudad Moctezuma, antigua Ciudad de México, capital del país en la época del Quinto Sol. El escenario es el del desastre ecológico, del cual Aridjis hace responsable al hombre. Dominan en la novela los temas del amor y el desamor, en un clima de tragedia; tampoco falta cierto humor negro, finalizado a representar el problemático sobrevivir del individuo en el muerto ambiente de la inmensa y caótica ciudad, cuando los recursos naturales van agotándose y los temblores se suceden causando continuos hundimientos.

La capital mexicana es ya «una masa intrincada de concreto, fierro y vidrio, y otros materiales que carcome la contaminación y deshace el tiempo»16. Hasta el deseo de inmortalizarse en bustos y estatuas por parte del presidente-dictador, el licenciado José Huitzilopochtli Urbina, lo frustra el desgaste sin remedio de la materia, por más que él, «conciente de los azares del poder», hubiese escogido el «Concreto Eterno, material a prueba de las manifestaciones de los estudiantes, de las rebeliones de los campesinos, de los resentimientos de los indígenas y de las protestas de los partidos de oposición, quienes desde el siglo pasado en cada elección perdida gritaban fraude»17.

La voz narrante es la de una joven, Yo, obsesionada por su alta estatura. El grupo lo forman en total tres mujeres, que rodean por profesión y amistad a una cuarta, una ex artista de extraordinaria fama, conquistada con la representación, al comienzo del nuevo siglo, de La Celestina, milagro irrepetible. En torno a estas mujeres se mueven un marido infiel y débil mental y dos enanos de mala leche, que en la novela llenan la función de «graciosos» malignos. Las mujeres deambulan entre un tejido humano corrupto, obsesionante, animal y violento.

Lo que más llama la atención en la novela es el propósito crítico del autor acerca de la sociedad mexicana y su gobierno, no tanto del futuro como del presente. Fácil es individuar en el «Partido Único de la Corrupción», al partido desde hace años dueño en México del poder, y en la «Circe de la Comunicación» la televisión, que reduce, según se expresa Aridjis, a los hombre en «puercos mentales»18. Es sustancialmente un mundo negativo y fantasmal, en espera de desaparecer:

Masas de sombras vivas recorrían las calles, sombras más largas y sombrías que las de los edificios ruinosos, más fantasmales que las de los muertos, sombras que sólo necesitaban un movimiento telúrico o una sirena de alarma para venirse abajo, para desaparecer; se pisoteaban en el suelo, se hacían indistinguibles unas de otras.



Mundo donde no existen sentimientos puros. ¿Cómo es posible el amor en ambiente semejante? La pregunta que da título a la novela expresa la precariedad de la vida, el miedo que la acompaña doquiera, una perspectiva cegada del futuro. Nunca como en este caso el amor está unido a la muerte. Ciudad Moctezuma es la ciudad del caos, donde el alcalde inventa cada día nuevas iniciativas ediles que nunca se llevan a cabo; donde reina la corrupción, bandas de jóvenes violentos asaltan a los transeúntes, se prostituyen y se venden niños, se los rapta para experimentos científicos; donde el déspota mantiene en su rancho de «Los Deseos Incumplidos», «en una jaula de oro», a una cantante a la moda, «de doce años y con pecho de paloma»19. Un mundo donde hasta el idioma se ha profundamente contaminado a contacto con el inglés; donde la frustración es sólo superada por la siniestra belleza de la destrucción y al final por un imprevisible rescate de lo imperecedero:

Lo más curioso de todo es que en ese momento de destrucción masiva, de confusión general, de estremecimientos y estruendos, animados por las luces confundidas, todos los pájaros se pusieron a cantar, creyendo que era el alba20.



Novela de muchos méritos, que trata con nuevo estilo argumentos bien presentes en la narrativa hispanoamericana y se califica también en el ámbito de la protesta contra la dictadura, tema que Aridjis desarrolla con ironía amarga o acudiendo a la nota grotesca.

Las inquietudes de Homero Aridjis acerca del mundo que va precipitadamente hacia su ruina se manifiestan también en La leyenda de los Soles, alusión a las edades del mundo como las concebían los aztecas. En esta novela el narrador continúa, con colores más lóbregos todavía, el clima de la novela anterior. El momento temporal es siempre el del año 2027, y la novela se abre sobre una atmósfera que se ha vuelto irrespirable, ámbito donde ya no existen vegetación ni agua:

La ciudad de los lagos, los ríos y las calles líquidas ya no tenía agua y se moría de sed. Las avenidas desarboladas se perdían humosas en el horizonte cafesoso y en el ex Bosque de Chapultepec la vegetación muerta se tiraba cada día a la basura como las prendas harapientas de un fantasma verde21.



A pesar de todo se diría que han pasado muchos años desde la situación presentada en ¿En quién piensas cuando haces el amor?, porque todo ha empeorado.

La novela vuelve también al tema del poder; lo ejerce duramente sobre los ciudadanos de México el general Carlos Tezcatlipoca, a quien encontramos al comienzo del libro metido en un ataúd al que nadie vela. Se trata de una muerte aparente, porque el terrible personaje vuelve de repente a la vida y a su actividad cruel. El Estado lo preside el lujurioso licenciado José Huitzilopochtli Urbina, y el Mal difunde su terror por toda la ciudad. Hacia el final del libro el general Tezcatlipoca mata al presidente y se adueña del país. El personaje representa la encarnación del dios Tlaloc y a su vez acabará asesinado.

La leyenda de los Soles es una novela que se podría definir «mítico-ecológico-protestataria». Un texto difícil que la maestría de su autor transforma en un libro vivo, interesante, que atrae por la crítica al poder, la denuncia del fracaso de la tecnología, la fuerza inventiva, el estilo dinámico. Presenta toda una serie de personajes real-irreales, desde el pintor Juan de Góngora, dotado de poderes extraños que le permiten hacerse transparente y penetrar doquiera, hasta Bernarda Ramírez, fotógrafa de espectros. Representa un mundo del futuro de espeluznantes perspectivas, que se abre sobre una realidad inquietante. Una novela que anuncia el Apocalipsis.

En la capital mexicana el desorden y la violencia reinan soberanos; la vida queda en manos de la policía del régimen, presente doquiera, y la seguridad de las doncellas a merced del vicio del mandatario. Lo que constituye la sustancia profunda de la novela es, con la denuncia de la inseguridad de la vida, la representación de la inarrestable destrucción, determinada por una sucesión sin fin de temblores. Los ciudadanos conviven con los terremotos y con la muerte. La ciudad sobrevive entre recurrentes apagones, que la dejan «como si hubiera retrocedido a un tiempo anterior al de los hachones coloniales»22. La domina un cielo donde el sol es un «ojo podrido»23; el crepúsculo envuelve a la ciudad con la «nata de la contaminación [...] como si una enorme taza de café se le hubiera echado encima»24, y la luna cuando asoma es «como un ojo morado por un puñetazo»25.

La visión del futuro de la capital mexicana es desolante: un montón de escombros y de polvo, muros y paredes que se resquebrajan, casas y palacios que se hunden, estatuas que caen, monumentos que se desmoronan, la misma catedral está ya casi totalmente enterrada, mientras empiezan a pulular espíritus deformes, aparecen doquiera los tzitzimime, manifestación de una zoología fantástica negativa, resucitan lo antiguos dioses anunciando la inminencia de la catástrofe del Quinto Sol.

Todo es precario, inseguro; hasta el amor es una especie de aturdimiento diario animalizado y es frecuente que en medio del acto sexual el temblor precipite a los amantes desde los altos pisos en el infierno del suelo:

Allá abajo los vio él [Juan de Góngora], en el vestíbulo, entre el tablero de las llaves y el casillero del correo, juntos como una fantasía anatómica, como un gigante hermafrodita estampado en los escombros26.



Sin embargo, a pesar de destrucciones y muertes, el mundo vuelve a la vida. Vuelta la espalda a la capital destruida, los protagonistas, el pintor y la fotógrafa de fantasmas,

Llegaron a un cerro. En la punta, sobre un tunal vieron la figura azul de una mujer que tenía los brazos extendidos hacia el Sol, como si quisiera tomar de él el calor y el esplendor de la mañana. En su mano se posaba un pájaro de plumas luminosas. Era el primer día del Sexto Sol27.



Con esta novela tremendista Homero Aridjis logra introducir una nota totalmente original en la narrativa mexicana de finales del segundo milenio, haciéndose intérprete de las inquietudes de nuestro tiempo.

En El último Adán la catástrofe se ha cumplido. Domina en esta novela corta, que se construye sobre varios episodios unificados por el clima trágico y surreal, el espectáculo espeluznante del universo aniquilado por las fuerzas que el hombre ha despertado y no ha sabido dominar, la ciencia que se ha escapado a su control. Preocupación presente también en la poesía de Aridjis del mismo año, 1982, reunida en Construir la muerte.

El tema de la destrucción última del mundo ya estaba presente en Mulata de tal, de Miguel Ángel Asturias, cuyo final contemplaba una luz cegadora, alusión al fenómeno terrible de la explosión atómica de Hiroshima y Nagasaki. Neruda presenta un panorama parecido en La espada encendida: una sola pareja sobrevive a la destrucción atómica y vuelve, a través del amor, a reanudar la marcha del mundo. En la novela de Aridjis domina la catástrofe y el hombre es el único responsable del desastre: «En el final, el hombre destruyó los cielos y la tierra. Y la tierra quedó sin forma y vacía. Y el Espíritu de la Muerte reinó sobre la superficie da las aguas»28.

Con hábil juego de contraposición implícita el escritor hace que el lector evoque el comienzo del Popol Vuh, la tarea de los dioses creadores del mundo, de los animales y finalmente del hombre. Al clima de sagrada espectación de la biblia de los quichés, se contrapone en la novela de Aridjis una realidad de aniquilación, porque es el hombre creado quien lo ha echado a perder todo. El pasaje es sugestivo:

En el final, el hombre destruyó los peces del mar, las aves del aire y toda criatura que se arrastra y gime sobre la tierra.

En el final, el hombre no pudo multiplicarse más, y toda semilla que plantó su cuerpo y que sembró su mano quedó muerta.

En el final, los cielos y la tierra quedaron destruidos, y todos los espíritus de todos los tiempos flotaban en el aire, y el último, en el crepúsculo del amanecer del sexto día de destrucción, vio lo que sus semejantes habían hecho, y, en medio de la creación, lloró29.



Contraste entre Dios y el hombre, entre quien crea y quien destruye. A través de series paralelas Aridjis sustituye al día sagrado en que el Creador descansa complacido contemplando su obra, como narra la Biblia, el de la destrucción de la obra del creador. Al árbol de la vida erguido y floreciente, opone un árbol «desarraigado y muerto»30. El hombre queda «sin porvenir y sin historia», y saliendo como puede «del pozo de podredumbre y desolación», va errando «fatigadamente, por la playa desierta de un mar sin movimiento y negro»31.

Páginas de extraordinaria eficacia en el ámbito de lo negativo se suceden en la novela. El panorama del mundo que arde, se deshace y muere, es originalmente surreal. Quien lee tiene con frecuencia la impresión de encontrarse ante cuadros de Dalí o a un conjunto en el que se mezclan detalles de la pintura del Bosco y de Valdés Leal. Ante el hombre presa del terror

sólo había casas derruidas con las entrañas vertidas hacia fuera, cuerpos de pólvora viva que se incendiaban instantáneamente volviéndose cenizas; cuerpos que al morir quedaban vueltos al revés como pantalones o calcetines llenos de agujeros; cabezas trasquiladas, manos llenas de incisiones, rostros desgarrados por arañazos [...]32.



Visión apocalíptica, que va haciéndose más dramática a través de una hábil acumulación de datos surreales. El infierno está ahora en la tierra. En El último Adán la existencia es una fugaz ilusión, que se deshace en la muerte:

El sol brillaba sobre los cerros con una luz tierna, de una blancura indecible, igual que si el pasado, el presente y el futuro brillaran al mismo tiempo con una intensidad única.

Entonces, [el hombre] se sintió tranquilo. En su cabeza pasó la luz como una corriente de pensamiento; las llamas pasaron a través de él sin quemarlo. En su ser vio la Tierra transfigurada.

Entonces se dio cuenta de que había muerto33.



Cansancio cósmico, historia que pone término a la historia, futuro sin futuro, que el tiempo presente parece concretamente anunciar. En Fin de mundo Neruda había advertido: «Preparémonos a morir / en mandíbulas maquinarias»34, y Octavio Paz en su lejano poema Entre la piedra y la flor había interpretado la tierra como engendradora únicamente de muerte:


... la tierra es muerte
y de su muerte sólo brotan muertes,
verdes, sedientas, innumerables muertes35.



Para Homero Aridjis, al contrario, es el hombre el incansable fabricante de muerte, porque


La tierra es un cerebro que siente,
una sensibilidad que piensa,
una memoria que se olvida a sí misma36.



Esto nos consuela, como nos consuela el hecho de que en medio de la defunción del universo, dentro de la general confusión, de repente y sorpresivamente, como ocurre al final de la novela ¿En quién piensas cuando haces el amor?, «todos los pájaros se pusieron a cantar, creyendo que era el alba»37.





 
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